The Project Gutenberg eBook of Los Sueños, Volume I

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Title: Los Sueños, Volume I

Author: Francisco de Quevedo

Editor: Julio Cejador y Frauca

Release date: August 5, 2021 [eBook #65999]

Language: Spanish

Credits: Andrés V. Galia, Sanly Bowitts and the Online Distributed Proofreading Team at https://www.pgdp.net (This file was produced from images generously made available by The Internet Archive)

*** START OF THE PROJECT GUTENBERG EBOOK LOS SUEÑOS, VOLUME I ***
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NOTAS DEL TRANSCRIPTOR

En la versión de texto sin formatear las palabras en itálicas están indicadas con _guiones bajos_.

La cubierta del libro fue agregada por el Transcriptor y ha sido puesta en el dominio público.

El criterio utilizado para llevar a cabo esta transcripción ha sido el de respetar las reglas de la Real Academia Española vigentes cuando se imprimió la presente edición. Esto se aplica a las notas producidas por el editor de la obra, Julio Cejador y Frauca. También se adecuó la ortografía de las mayúsculas acentuadas a las reglas establecidas por la RAE.

Sin embargo, en instancias en que el editor o el autor citan textos de otras obras, el criterio seguido fue el de preservar la forma de escritura original.

Errores evidentes de impresión y de puntuación han sido corregidos.

El Índice de capítulos, incluido al final en la publicación original, ha sido trasladado al principio por el Transcriptor.


QUEVEDO

CLÁSICOS CASTELLANOS


QUEVEDO

LOS SUEÑOS
I

EDICIÓN Y NOTAS DE JULIO CEJADOR Y FRAUCA


MADRID
EDICIONES DE “LA LECTURA”
1916

[Pg vii]

INTRODUCCIÓN

Los Sueños fueron la obra principal que de 1606 a 1613 compuso el joven satírico don Francisco de Quevedo Villegas (1580-1645); por lo menos durante aquellos años escribió el de las Calaveras, el Alguacil alguacilado y el Mundo por de dentro. Es la obra que más ha hecho sonar su nombre; fué el fruto ya maduro de hondo pensador, de atento especulador de la ciencia de gobierno, de pintor maravilloso de las costumbres, de satírico acerado de las lacras sociales, de espíritu revoltoso y travieso y de estilista consumado.

La traza de fantasear un sueño para dar rienda suelta a su vena bulliciosa, mordaz y festiva por el variado e inverosímil campo de la sátira de costumbres, tomóla de la Divina comedia, del Dante; de las Danzas de la muerte medioevales; del Fin del[Pg viii] mundo y segunda venida de Cristo, atribuida al bienaventurado Hipólito; de las pinturas del Bosco, y sobre todo, del gran satírico griego Luciano de Samosata, a quien no menos, antes más a las claras, había ya Cristóbal de Villalón imitado medio siglo había en la magnífica sátira que corría manuscrita con el título de Crotalón. La diferencia es grande, aunque la fuente de donde corren entrambas aguas la misma, y no menos el común intento moralizador por medio de la sátira de las costumbres. Es Villalón más helenista; más español, Quevedo. La ironía es allí enteramente clásica y lucianesca, recontando un gallo sus anteriores vidas en diversos estados, con el sosiego de la musa griega y la tranquila objetividad de un narrador filósofo, que por nada se altera; aquí la ironía es roja y chillona, sin matices melindrosos, española enteramente, sin el envoltorio de gallos ni de caballeros andantes, como la envolvió clásicamente Cervantes en novela de inventiva sin igual. Quevedo es satírico de golpe y porrazo, de antuvión, diría[Pg ix] él; es poeta subjetivo y lírico, con lirismo empapado en hieles, embrazada la porra en vez de la lira. Ni liras ni cítaras ni formingues son para los callosos dedos de este gañán de la sátira. Nada hay aquí de narrativo en el fondo, como en Luciano y Villalón, porque las pinturas se suceden sin atadero, y son brochazos, ricos de colorido, mas sin composición que los trabe y armonice, que no lo es apenas el flojísimo hilo que enlaza los retazos en el todo del pensamiento del juicio final, o del endemoniado alguacil, o de la farsa del mundo. Tanto es así, que las pinceladas podrían pasar del uno a los otros en estos Sueños, y siempre estarían en su propio lugar. Al cabo y a la postre, en el soñar, ni hay hilo que trabe las escenas ni unidad de composición alguna. El espíritu volandero y mariposeador de Quevedo no podía más libremente revolotear que en lo desatado y ligero de un sueño. No había nacido para el teatro, la novela u otras obras largas; hoy hubiera sido un terrible periodista satírico.

[Pg x]

Y de hecho Los Sueños y demás sátiras de Quevedo son el periódico de los tiempos de los Felipes III y IV.

No pocos rasgos debían de apuntar a personas y personajes, que hoy desconocemos; aun así y todo, como el satírico ahonda más en el mundo y en la vida común que el historiador y el dramaturgo, las obras de Quevedo son la mejor pintura de aquella sociedad.

Dió Quevedo en la manera que más al justo le cuadraba. Y por eso mismo, por la liviandad de su brillante fantasía y por el adecuado medio del soñar, que para satirizar las costumbres y reírse de todo le ocurrió, fué menos objetivo y sereno, menos clásico, de menor donosura que Villalón y Luciano, y a la par de menor profundidad y menos filósofo que ellos y que Lorenzo Gracián, que tras él vino a tomarle la vez. Los Sueños fueron la obra más propia de Quevedo: fué la primera que comenzó, y tardó quince años en acabar, sin contar La Hora de todos y la fortuna con seso, obra póstuma, y que no es más[Pg xi] que otro de los sueños, el mejor de ellos. En 1607 tenía acabados el Sueño del juicio final o de las Calaveras, El Alguacil endemoniado y el licenciado calabrés o El Alguacil alguacilado. Adoleció en 1608 y fuése a convalecer al Fresno de Torote, donde acabó el Sueño del Infierno o Las Zahurdas de Plutón. En 1612, retirado en la Torre de Juan Abad, acabó probablemente el Mundo por de dentro. Vuelto de Sicilia y muerto Felipe III (1621), desterrado a la misma Torre de Juan Abad, escribió, además de otras obras, el Sueño de la muerte o Visita de los chistes.

La hora de todos y la fortuna con seso, titulada por su autor Fantasía moral, es sátira que de moral y social se convierte, a los pocos capítulos, en sátira política, colección de valientes cuadros políticos y de costumbres de la época. Las alusiones punzantes contra ministros y próceres, que esmaltan a cada paso el discurso, retrajeron al autor de darlo a la estampa, contentándose con que corriese manuscrito, escociendo a los zaheridos en él y pre[Pg xii]parando su descrédito. Empeñado ya en una guerra abierta con el vanidoso Atlante de la Monarquía, el Conde-Duque de Olivares y los a él allegados para traficar descaradamente con la suerte y libertad de los ciudadanos y monopolizar, fiado en la imbecilidad del Príncipe, los destinos de un gran pueblo, escribió por los años de 1639 La Isla de los monopantos, esto es, de los que se enseñoreaban del Poder. Desapareció este desenfado satírico cuando, preso en diciembre de aquel año, fueron entrados a saco sus papeles; pero alcanzada la libertad en 1644 y caído el privado, lo incluyó en La Hora, capítulo XXXIX, cuando acabó de limar esta obra en 1644, haciéndola copiar a su amanuense en 1655.

La historia del libro de los Sueños puede resumirse, según don Aureliano Fernández Guerra, cuya magnífica edición de las Obras de Quevedo, Madrid, 1880, es fuente indispensable tratándose del satírico, de la manera siguiente. No puede asegurarse que en los quince años[Pg xiii] que median entre 1612 y 1627 llegase a correr de molde ninguno de ellos; pero debieron de imprimirse varias veces. Vieron por primera vez en colección la luz pública fuera de los reinos de Castilla, en Barcelona y en 1627, con el título de Sueños y discursos de verdades descubridoras de abusos, vicios y engaños de todos los oficios y estados del mundo. (Tribunal de esta justa venganza, pág. 37).

Esta edición sirvió de original a la de Valencia del mismo año y a la de Pamplona de 1631. (Licencias de esta edición y singularmente la del fol. 198). Con el rótulo Desvelos soñolientos y verdades soñadas y la advertencia de que el libro salía corregido y enmendado agora de nuevo por el mismo autor y añadido un tratado de la Casa de locos de amor, los reimprimieron las prensas de Zaragoza en la primavera del dicho año de 1627, ejemplar rarísimo, como todos los de estas publicaciones primeras, y que se guarda en el Museo Británico. Allí se conserva también la de Barcelona de 1629, que, adelantándola un[Pg xiv] año, cita D. Nicolás Antonio. Tiene esta inscripción: Desvelos soñolientos y discursos de verdades soñadas, descubridoras de abusos, vicios y engaños de todos los oficios y estados del mundo. En doce discursos. Primera y segunda parte. Después, en Lisboa, 1629.

Las prensas no daban abasto para saciar la curiosidad general entretenida con aquellos sabrosos desenfados, mientras ponía lengua la murmuración en que el libro se imprimiese constantemente fuera de estos reinos, y se mostraba ofendida de algunas libertades e impurezas desapacibles, disgustada de la extraña mezcla de lugares de la Escritura con chistes y bufonerías, y horrorizada de los escandalosos nombres, que el autor hubo de poner a sus discursos.

Los enemigos de Quevedo eran muchos y poderosos por la mano que había tenido en los negocios de Sicilia, Nápoles y Venecia y por el favor que gozó en la Corte de Felipe III. Cuando los enconados resentimientos y la envidia le arroja[Pg xv]ron entre cadenas y al destierro, entonces se desarrebozaron sus émulos, satirizando torpemente su vida y sus escritos. Con la dedicatoria del Sueño de la muerte a doña María Enríquez el año de 1622, coincide la licencia que se le concedió para irse a curar a Villanueva de los Infantes de unas tercianas malignas, y la libertad que se le dió, aunque con la prohibición de entrar en la Corte ni acercarse a ella a diez leguas a la redonda, cortapisa que desapareció por marzo del año siguiente. En febrero de 1624 ya formaba parte de la regia comitiva que acompañó a Felipe IV a Andalucía, aposentándole en su propia casa de la Torre de Juan Abad; y no menos el año 1626 fué con el Rey a las Corte de Barbastro, Monzón y Barcelona. Aprovechando la holgura y libertad del reino de Aragón, trató con el mercader Roberto Dupont y con el impresor Pedro Verges y así pudo imprimir la Política de Dios, El Buscón y Los Sueños. Pero la fama creciente de Quevedo, acrecentada con el Memorial por el Patronato de Santiago, pu[Pg xvi]blicado en febrero de 1628, recrudeció de nuevo la malevolencia de los envidiosos, los cuales le pusieron mal con el valido, el Conde-Duque de Olivares, hasta lograr que éste le metiese en la cárcel por junio del mismo año de 1628 y le desterrase a la Torre de Juan Abad, teniéndole allí preso desde abril hasta que se le mandó tornar a la Corte en 29 de diciembre del mismo año.

El encierro no quebrantaba su entereza, y con el arrojo y libertad que le inflamaron siempre, dirigió a Felipe IV un largo y valiente memorial insistiendo en la defensa de Santiago y haciendo la suya propia contra todos sus adversarios. Pedía licencia para la impresión; pero por no echar más leña al fuego no le fué concedida.

Quevedo debió de conocer que sus adversarios no habían de cejar un punto. Ello es que por entonces comenzó el Conde-Duque a tratar de ganarse su voluntad y él se rindió, no ciertamente a las dádivas, amenazas y persecuciones, pero[Pg xvii] sí a las muestras de amistad que le dió el favorito, hasta llegar a imprimir el año de 1630 en Zaragoza El Chitón de las tarabillas, en defensa del descabellado arbitrio de Olivares sobre las minas y la baja de la moneda y en defensa del mismo Conde-Duque. Por aquí acaso se explicará el inexplicable hecho de la corrección y nueva redacción que hizo de Los Sueños, quitándoles muchos pasajes de los que escandalizaban a los envidiosos y cuanto aludía a la Escritura, a la Religión y a los clérigos y religiosos, convirtiendo los Sueños de cristianos en gentílicos.

A principios del año 1629 pidió al Tribunal de la Inquisición recogiese todas las impresiones hechas en Aragón y otras partes fuera de los reinos de Castilla, y con la censura de fray Diego del Campo y la del padre Juan Vélez Zabala, calificadores ambos del Santo Oficio, dió en Madrid a la estampa sus obras satírico-morales en aquel otoño (Índice expurgatorio publicado en 1640 por el inquisidor general don Antonio de Sotomayor). Intitulóse el[Pg xviii] libro Juguetes de la niñez y travesuras del ingenio, Madrid, 1629. Cambiáronse los nombres de cada uno de los sueños resultando:

El Sueño de las calaveras, por El Sueño del Juicio final; El Alguacil alguacilado, por El Alguacil endemoniado; Las Zahurdas de Plutón, por Sueño del Infierno; Visita de los chistes, por El Sueño de la Muerte.

Añadiéronse nuevos tratados: El Libro de todas las cosas y otras muchas más; Aguja de navegar cultos; La Culta latiniparla, y La caldera de Pero Gotero, refundida luego, en El Entremetido y la Dueña y el Soplón. Desaparecieron los romances El Nacimiento del autor, El Cabildo de los gatos, Las dos aves y los dos animales fabulosos, La Premática del tiempo y la Casa de locos de amor.

En fin, para imprimir por diez años los Juguetes de la niñez, concedió licencia Su Majestad a Quevedo, a 20 de enero de 1631; y Madrid (1788, 1794) Sevilla (1634, 1641) y Barcelona, (1635, dos edi[Pg xix]ciones, 1695) los reprodujeron varias veces, ejemplares que la rapacidad de libreros vergonzantes y la afición de los extranjeros por las antiguas ediciones españolas han hecho rarísimos en nuestras bibliotecas. Respetando la voluntad última del autor, se ha preferido siempre imprimir esta edición de los Juguetes de la niñez. Pero de esta redacción y corrección, si hoy se levantara Quevedo, cierto estoy de que clamara amargamente: Compulsus feci. Huele demasiado a teólogos escrupulosos no sólo todo lo variado y corregido, pero aun el mismo título de Juguetes de la niñez. No lo eran ciertamente para Quevedo, aunque así lo intituló por quitarse de enredos. Es la obra de más valer que escribió, la de más maduro juicio, aunque escrita por su mayor parte siendo todavía joven. Así lo pensaba su autor cuando prosiguió por la misma vereda escribiendo, ya entrado en años, no sólo la Visita de los chistes, sino El Entremetido y la Dueña y el Soplón, y finalmente la obra póstuma y verdadero póstumo sueño, La Hora de todos y la fortuna con seso. No son juguetes [Pg xx] de niños, sino filosofías de hombre muy maduro y asesado Los Sueños de Quevedo. No es menester gran talento para comprenderlo; ¿y habrá quien crea que para comprenderlo no lo tuvo el mismo Quevedo? ¿No se pasó toda la vida satirizando las necedades de los hombres, poniéndolos al desnudo, riéndose de sus ridiculeces? ¿Cómo le vamos a creer que escribió “con ingenio facinoroso” sus Sueños y que les puso “nombres más escandalosos que propios?” Los que se escandalizaron fueron sin duda algunos teólogos a lo padre Niseno y los hipocritones de sus émulos. No conocemos bien las apreturas en que se vió, aunque algo se traslucen por lo poco que hemos historiado. Ello basta para saber que, si no podemos juzgar en esta parte a Quevedo, afirmando que prevaricó y quedó vencido y se desdijo feamente, lo cual dificultoso es de admitir en varón de tanta entereza en tantas y tan graves persecuciones, sobre todo la del Conde-Duque, cuando en la última[Pg xxi] vejez le empozó en la mazmorra aquella del convento de San Marcos de León, donde por milagro no acabó, tullido y lleno de enfermedades sus tristes días; por lo menos basta para asegurarnos de que, si oficialmente y en lo de fuera, fué su última voluntad la edición que llamó Juguetes de la niñez, en lo de dentro de su pecho y en lo íntimo de su conciencia no fué así.

¿Por qué han de ser “más escandalosos que propios” los títulos cristianos, que no los gentílicos? Un cristiano no sueña en el despertar de calaveras, sino en el juicio final; no en las zahurdas de Plutón, sino en el infierno; un cristiano ve ángeles, diablos; ve a Dios y a su Madre, y no a Júpiter y a defensores y verdugos abstractos; un cristiano gran satírico, ve y pinta las necedades de monjas, frailes, curas y obispos, lo mismo y con mayor dolor que las de sastres y escribanos. Nada de escandaloso ni impropio vió y pintó el Dante, cuando esto vió y pintó, y no es por ello la Divina Comedia obra de “ingenio facinoro[Pg xxii]so”. “Con desprecio” dice Quevedo que dejó los Sueños, tal como primero los había escrito. Permítame que le diga, no que se engañó y quiso engañarnos, sino que quiso engañar y engañó con ese prefacio a sus adversarios teologizantes. Con este borrar de trozos y cambiar de palabras, para quitar a los Sueños todo color cristiano, como si no fuera una sátira de cristianos y por un cristiano escrita, las alegorías hechas a la fuerza mitológicas, quedaron frías, falsas y sin fuerza alguna; los asuntos inverisímiles; el texto, a veces oscuro e indescifrable; la obra entera, descolorida, falseada, indigna de un satírico como Quevedo. La edición verdaderamente crítica de Los Sueños acaso exigiera que se imprimiesen juntamente con la redacción corregida dos o más de las anteriores o lo que primitivamente escribió Quevedo, sacándola de todas ellas, si ello fuera hacedero. En la mía he añadido como notas todas las variantes, por manera que pueda restituirse la redacción primitiva. La fortuna con seso i la hora de todos, [Pg xxiii]fantasía moral. Autor Nifroscrancot Viveque Vasgel Duacense. Traducido de Latín en Español, por Don Estevan Pluvianes del Padron, Natural de la villa del Cuervo Pilona, Zaragoza, 1650, 1651. Fué escrita en 1635 y acabada en 1636. La copia del amanuense de Quevedo, hecha en 1645, paró en la biblioteca de los Duques de Frías. En la Nacional (T. 153, pág. 236) hay tres pliegos con este epígrafe: Fortuna con seso y hora de todos. Adiciones del original a lo impreso, erratas, y índice de los asuntos que contiene. La primera colección en que se incluyó debió de ser la de Madrid, 1658. El Nifroscrancot es el anagrama de Don Francisco de Quevedo Villegas, que según el ms. de la Nacional (pág. 240), debe leerse: Nifroscancod Diveque Vasgello.

Julio Cejador.


Nota. Por razones editoriales dejamos para el tomo siguiente El Mundo por de dentro, que debiera ir antes de la Visita de los Chistes.

[Pg xxiv]
[Pg 1]

ÍNDICE

PÁG.
Introducción VII
Dedicatoria: A ninguna persona de todas cuantas
Dios crió en el mundo
3
A los que han leído y leyeren 7
Advertencia de las causas de esta impresión.
Don Alonso Messía de Leyva
11
El sueño de las Calaveras 21
Al Conde de Lemos, Presidente de Indias 25
Discurso 27
El alguacil alguacilado 53
Al Conde de Lemos, Presidente de Indias 57
Al pío lector 59
Discurso 61
Las zahurdas de Plutón 87
Carta a un amigo suyo 91
Prólogo al ingrato y desconocido lector 93
Discurso 95
Visita de los chistes 189
A doña Mirena Riqueza 193
A quien leyere 195
Discurso 197

LOS SUEÑOS

[Pg 2]

[Pg 3]

DEDICATORIA

A NINGUNA PERSONA DE TODAS
CUANTAS DIOS CRIÓ EN EL MUNDO

Habiendo considerado que todos dedican sus libros con dos fines, que pocas veces se apartan: el uno, de que la tal persona ayude para la impresión con su bendita limosna; el otro, de que ampare la obra de los murmuradores, y considerando, por haber sido yo murmurador muchos años, que esto no sirve sino de tener dos de quien murmurar: del necio, que se persuade que hay autoridad de que los maldicientes hagan caso, y del presumido, que paga con su dinero esta lisonja, me he determinado a escribille a trochimoche[1] y a dedicarle a tontas y a [Pg 4]locas[2], y suceda lo que sucediere[3]. Quien le compra y murmura, primero hace burla de sí, que gastó mal el dinero, que del autor[4], que se le hizo gastar mal. Y digan y hagan lo que quisieren las Mecenas[5], que, como nunca los he visto andar a cachetes con los murmuradores sobre si dijo o no dijo, y los veo muy pacíficos de amparo[6], desmentidos de todas las calumnias que hacen a sus encomendados, sin acordarse del libro del duelo, más he querido atreverme que [Pg 5]engañarme. Hagan todos lo que quisieren de mi libro, pues yo he dicho lo que he querido de todos. Adiós, Mecenas, que me despido de dedicatoria[7].

YO

NOTAS:

[1] A trochimoche. Correas, 517: “Á trochimochi; hacer á trochimochi. (Por hacer la cosa mal y sin atención)”. Ídem, 507. La frase, en su sentido propio, la oí a unos chalanes caminando por una vereda entre dos cortijos de Córdoba. Preguntámosles que cómo habían llegado tan presto de donde decían que venían: “Hemos venido á ‘trochimochi’. Esto es, por trochas y atajos. El mochi se añadió al trochi poniendo mo- por tro-, como en tus ni mus, cháncharras máncharras, oste ni moste”. (Cejador, Leng. Cerv., I, 77).

[2] Á tontas y á locas. Corr., 517: “Á tontas y á locas; á tontas y á bobas. (Por necia y simplemente hacer algo)”. Ídem, 507: Súplese maneras.

[3] Suceda lo que sucediere, modismo de proposición concesiva. (Leng. Cerv., I, 265, 20). Quij., 1, 50. “Dude quien dudare”. Ídem, 1, 59: “Sea quien se quisiere”. Ídem, 2, 60: “Lleguen por do llegaren”. Ídem, 2, 3: “Salga lo que saliere”.

[4] Que del autor, primero... que del autor, antes, más bien.

[5] Mecenas, el gran favorecedor de Virgilio y otros poetas.

[6] Pacíficos de amparo, que no se toman trabajo ni guerra por ampararlos. Desmentidos que desmienten. A. Pérez, Viern. dom. I cuar., fol. 247: “En hábito desmentido que nadie los conozca”. Torr., Fil. mor., 13, 4: “Las barbas desmentidas, las muletas disimuladas”. Quiere decir que no salen a las calumnias que se dicen de los libros que se les dedican, que no salen por sus autores. Desmentir era el verbo propio para decirle a uno que miente, en el libro o código del duelo, y así juega aquí de él. Zabaleta, Error, 25: “El hombre noble sabe que es grande mengua el mentir, por esto es tan grande su dolor cuando le desmienten”. F. Aguado, Crist., 20, 3: “Si dice que sí le conoce le debemos desmentir y dalle en la cara con que no dice verdad”.

[Pg 6]

[7] Me despido de dedicatoria, dejarse de. Gran., Guía, 1, 28, 1: “Tienen por dificultosísima esta empresa y así se despiden della”. Siendo un libro de crítica, comienza Quevedo criticando las dedicatorias de los libros.

[Pg 7]

A LOS QUE HAN LEÍDO Y LEYEREN

Yo escribí con ingenio facinoroso[8] en los hervores de la niñez, más ha de veinte y cuatro años, los que llamaron Sueños míos, y precipitado, les puse nombres más escandalosos que propios. Admítaseme por disculpa que la sazón de mi vida era por entonces más propia del ímpetu que de la consideración. Tuve facilidad en dar traslados a los amigos; mas no me faltó cordura para conocer que en la forma que estaban no eran sufribles a la imprenta y así los dejé con desprecio[9]. Cuando, por la ganancia que se prometieron de lo sabroso de aquellas agudezas, [Pg 8]sin enmienda ni mejora, algunos mercaderes extranjeros[10] las pusieron en la publicidad de la imprenta, sacándome en las canas lo que atropellé antes del primero bozo, y no sólo publicaron aquellos escritos sin lima ni censura, de que necesitaban, antes añadieron a mi nombre tratados ajenos, añadiendo en unos y dejando en otros muchas cosas considerables, yo, que me vi padecer, no sólo mis descuidos, sino las malicias ajenas, doctrinado del escándalo que se recibía de ver mezcladas veras y burlas, he desagraviado mi opinión y sacado estas manchas[11] a mis escritos, para darlos bien corregidos, no con menos gracia, sino con gracia más decente, pues quitar lo que ofende no es disminuir, sino desembarazar lo que agrada. Y porque no padezcan las demasías[12] del hurto que han padecido los demás papeles, saco de nuevo el de la Culta latiniparla y el Cuento de cuentos, en que se agotan las imaginaciones que han embarazado mi tiempo. Tanto ha podido el miedo[13] de los impresores, que me ha quitado el gusto que yo [Pg 9]tenía de divulgar estas cosas, que me dejan ocupado en su disculpa y con obligación a la penitencia de haberlas escrito. Si vuesamerced, señor lector, que me compró facinoroso, no me compra[14] modesto, confesará que solamente le agradan los delitos y que sólo le son gustosos discursos malhechores.

[Pg 10]

NOTAS:

[8] Facinoroso, hoy facineroso, facinor-is, facin-us. Quij., 2, 49: “No soy ladrón ni persona facinorosa”. Se excusa Quevedo cobarde y puerilmente, a mi parecer, de la soltura con que escribió primero Los Sueños, que ahora da enmendados, acosado por tanta diatriba y saña de sus émulos y temiendo no lograsen la suya con la Inquisición, aunque no se había metido con él. Probablemente no los imprimió antes por tener así más guardadas las espaldas, corriendo sólo las copias.

[9] Des-precio, menosprecio, poco aprecio.

[10] Extranjeros, de fuera de los reinos de Castilla, esto es, de Aragón, Cataluña y Valencia, donde se imprimieron.

[11] Sacar manchas, quitarlas, común.

[12] Las demasías, los agravios que pudieran padecer estas dos obras, si me las hurtaren, poniendo y quitando en ellas.

[13] El miedo que tengo de los impresores, genitivo objetivo.

[14] Me compró cuando escribí mal; no me compra cuando escribo comedido.

[Pg 11]

ADVERTENCIA DE LAS CAUSAS
DESTA IMPRESIÓN

DON ALONSO MESSÍA DE LEYVA

Habiendo visto impresos en Aragón y en otras partes fuera del reino, con nombre de don Francisco de Quevedo Villegas, estos discursos, con tanto descuido y malicia, que entre lo añadido y olvidado, y errores de traslados e imprenta, se desconocían de su autor, y más teniéndolos yo trasladados de su original, determiné, dándole cuenta, de restituirlos, limpiándolos del contagio de tantos descuidos, porque se vea cuán de otra suerte en su primera edad juzgaba con la pluma, sin apartarse de la enseñanza. Y es cierto no consintiera hoy esta impresión, a no hallarse obligado por las muchas que destos propios tratados se han hecho en toda la Europa, tan adulteradas, que le obligaron a pedir al tribunal supremo de la Inquisición las recogiese, imitando en esta modestia, aunque tan diferente, a Eneas Silvio, que después de pontífice, mandó recoger algunas obras de este estilo que había divulgado en la mocedad. Salen enteras, como se verá en ellas, con cosas que no habían salido, y en todas se ha excusado la mezcla de lugares de la Sagrada Escritura y alguna licencia que no era apacible. Que, aunque hoy se lee uno y otro en el Dante, don Francisco me ha permitido esta lima. Y aseguro en su nombre que procurará agradar a todos, sin ofender a alguno, cosa que en la generalidad con que trata de sólo los malos, forzosamente será bienquisto, sujetándose a la censura de los ministros de la santa Iglesia romana en todo, con intento cristiano y obediencia rendida.


Estos discursos, en la forma que salen corregidos y en parte aumentados, conozco por míos, sin entremetimiento de obras ajenas que me achacaron, y todo lo pongo debajo de la corrección de la santa Iglesia romana y de los ministros que tiene señalados para limpiar errores y escándalos de las impresiones. Y desde luego, con anticipado rendimiento, me retrato de lo que no fuere ajustado a la verdad católica o ofendiere a las buenas costumbres.


Nota: Precédenles en la impresión de Pamplona, de 1631, las poesías y advertencias siguientes, parte de las cuales se hallan en la edición de Barcelona de 1629, y todo creo que debe hallarse en las de la misma ciudad y la de Valencia de 1627:

DEL DOCTOR DON MIGUEL RAMÍREZ

Aprobación.

Por comisión general
De un buen Consejo miré
Este libro, y no habla mal;
Gracia y sal tiene, y a fe
Que cura llagas su sal.
Contra la fe en nada va,
Consejos a tiempo da,
Castiga a quien lo merece;
[Pg 12]Parecerá, si parece,
Y así, imprimir se podrá.

DEL BACHILLER PEDRO DE MELÉNDEZ

Aprobación.

Por comisión general
Del Consejo, sin pedillo,
Vi este libro con cuidado,
Y está bien, y bien mirado,
¿Quién puede contradecillo?
Con discreción sin mentir
Murmura por corregir
Algunas malas costumbres;
Quita de vicios vislumbres,
Y así, se podrá imprimir.

DE DOÑA RAIMUNDA MATILDE

Décima.

Murmurando decir bien,
Diciendo bien murmurar,
De todos satirizar,
Y hablar de todos tan bien,
Sólo se hallará en quien
Al mismo infierno ha bajado;
Y aunque el bien ha deseado
Y el mal desterrar procura,
Es ya tal su desventura,
Que el Que-vedó, ha quedado mal[15].

[Pg 13]

DEL CAPITÁN DON JOSÉ DE BRACAMONTE

Dialogístico soneto entre Tomumbeyo Traquitantos,
alguacil de la reina Pantasilea, y Dragalvino, corchete.

ALGUACIL

Por el alcázar juro de Toledo,
Y voto al sacro Paladión troyano,
Que tengo de vengarme por mi mano
Y hacer manco del otro pie a Quevedo.

CORCHETE

Y yo a la santa Inquisición, si puedo,
Le tengo de acusar de mal cristiano,
Probándole que cree en sueño vano
Y que habló con demonios a pie quedo.

ALGUACIL

Aquesto, Dragalvino, poco importa:
Las verdades que dice tengo a mengua;
Saberlas todos, esto me deshace
El alma y corazón.

CORCHETE

Su lengua corta,
Y publicarlas no podrá sin lengua;
Que esto del murmurar la lengua lo hace.
Mas temo, si lo hacemos,
Según su pico y lengua me promete,
Que, fuera una, no le nazcan siete.

DE DOÑA VIOLANTE MISEVEA

Soneto a todo lector destos Sueños,
en defensa y alabanza del autor.

Ola, lector, cualquiera que tú seas,
Si aquestos Sueños a leer llegares,
[Pg 14]Y de la vez primera te enfadares,
Segunda, por tu vida, no los leas.
Si te tocan, y acaso los afeas,
Con que sueños son sueños, no repares,
Que si como éstos son los que soñares,
No pecarás, a fe, aunque en sueños creas.
Pero si no te tocan, ve volando
Y di a todas las gentes que los gusten,
Que el premio es flor que esconde un basilisco;
Que no murmuren más de don Francisco
Ignorantes; ni es bien que a él se ajusten.
Durmiendo sabe él más que otros velando.

EL AUTOR AL VULGO

Si dices mal de mi Sueño,
Vulgo, como tal harás;
Más di, que con decir más,
Dices bien dél y del dueño.
Diga él mal, y tú también;
Tú dél, y él de quien pretende,
Que todo, para el que entiende,
Le está a su gusto muy bien.
Pues si es tu fin ser Marcial
Y decir que es malicioso,
Lo alabas por ingenioso
Diciendo que dice mal.
Mas, vulgo, pues sé quién eres,
A la larga o a la corta
Diga yo lo que me importa,
Y di tú lo que quisieres.

AL ILUSTRE Y DESEOSO LECTOR

Prólogo

“Refiérese, no sé si por modo de cuento gracioso y ficticio, que estando una vez muy enfermo un soldado muy preciado de cortés y ladino, entre muchas de sus oracio[Pg 15]nes, pregarias y protestaciones que hacía, finalmente vino a rematarlas, diciendo: ‘Y Dios me libre de las manos del señor diablo’ (tratándole siempre con esta cortesía todas las veces que le nombraba). Reparó en esto último uno de los circunstantes, preguntándole juntamente luego por qué llamaba señor al diablo, siendo la más vil criatura del mundo; a que respondió tan presto el enfermo, diciendo: ‘¿Qué pierde el hombre en ser biencriado? ¿Qué sé yo a quién habré de menester, ni en qué manos he de dar?’ Digo esto, señor lector, porque, supuesto que nuestra lengua vulgar, a diferencia de la latina, tiene un vuesamerced y otros varios títulos, mayormente cuando no se conoce la calidad y estado de la persona con quien se habla, por no parecer nadie descortés, y, por el consiguiente, malquisto y aborrecido de todos, me ha parecido tratar a vuesamerced con este lenguaje y término, bien diferente de cuantos yo he podido ver en todos los prólogos de los libros al lector, escritos en romance, donde tratan a vuesamerced con un tú redondo, que si no arguye mucha amistad y familiaridad, por fuerza ha de ser argumento de que quien habla es superior y mandón, y a quien se habla inferior y criado. Y hanme movido a esto las mismas razones del susodicho soldado enfermo, atendiendo y considerando a que es la cortesía la llave maestra para abrir la voluntad y afición, y la que, costando poco, vale mucho, y que, en resolución, no puedo perder nada en ser cortés; que antes entiendo perdería mucho si no lo fuese; que quien ha menester es muy necio si regatea cortesías, y más yo, que tanto necesito de todos para que me compren este libro que saco a luz a mi costa, y para que, comprado y leído, me le alaben, con que de camino inciten y muevan unos a otros a que hagan lo mismo, y tenga con esto este libro lo que merece su bondad, y mayor expedición y corrida, y yo mayor ganancia, para que con esto queden todos aprovechados, yo vendiendo y los otros comprando y leyéndole. Verdad sea que para esto último de que alaben estas obras de ingeniosas y agudas, confío dará poco trabajo y ningún cuidado a los aficionados[Pg 16] a ellas y a su autor, pues ellas propias se traen consigo la recomendación y alabanza y el Quevedo me fecit; porque son tales, que sólo tal autor podía hacer obras de tanta erudición y agudeza; y ellas, por tener tanto de entrambas, sólo podían ser hijas de tal y tan raro ingenio. Que si el autor es y debe ser conocido y celebrado por estas obras más que por cuantas ha hecho y se le han impreso hasta hoy en su nombre, ellas también quedan estimadas y calificadas por lo que son, con sólo saber (como ya todos saben) que las hizo don Francisco Quevedo. Y con él y con ellas no me da tanto cuidado como podía darme una de las razones que me movió a tratar a vuesamerced con esta cortesía, considerando que no sé en qué manos ni en qué lenguas ha de dar este libro, que sale agora al teatro del mundo donde nunca faltan censurantes y malcontentos, que con toda propiedad, se llaman Zoilos y críticos, días peligrosos a la salud de los buenos entendimientos, de quienes se puede entender lo que dijo el doctísimo jurisconsulto don Mateo López Bravo[16]: Ridendi vero, romanuli, et graeculi nostri, qui grammaticorum infantia superbi, et omnium rerum quantum garruli, ignari, triplici lingua stulti, a doctis noscuntur. Porque si vuesamerced las lee, no de prisa ni a pedazos, sino deespacio y con atención todo él, pues no es muy grande (si no quiere que se le pasen algunas de sus muchas sutilezas y agudezas por alto y por entre ringlones), soy más que cierto que no se quejará de que ellas y quien las hizo esparciar y aceptador de personas[17], sino que a todos habla y a todos dice la verdad clara y lisa y lo que siente, sin rastro de lisonja; y si acaso escuece y pica, considere que no es sino sólo porque cuanto se dice es verdad y desengaño, que todos le quieren, y nadie por su casa; y así, no hay sino paciencia, y calle y callemos, que sendas nos tenemos. Y harto mejor fuera quejarse de las faltas tan [Pg 17]grandes del mundo, que movieron al autor a hablar tan claro contra ellas, diciendo la verdad; que por eso dijo bien cierto alcalde que vió preso a un estudiante porque hizo una sátira en que decía las faltas del lugar, que harto mejor fuera haber preso a los que las tienen. Y cuando nada desto baste a que deje de haber quien se queje y murmure destas obras y de su autor, quiero hacer acordar a vuesamerced, señor lector, sea quien fuere, aquel cuentecillo de cierto clérigo viejo, que tenía una higuera con sus higos ya sazonados y maduros, a la cual, subiendo unos estudiantes a hacerles declinar jurisdicción bucólica, pensando él, por ser corto de vista, que eran aves o algunas crueles sabandijas, puso en ella espantajos hasta conjurarlos; pero, viendo que nada desto aprovechaba, considerando cuán buenas son las oraciones mezcladas en piedras (armas primeras del mundo), se resolvió de tirarlas a estos tordos racionales, diciendo que también Dios había dado virtud a las piedras como a las plantas y yerbas, y hízolo con tal denuedo, que dió con ellos ramas abajo y muy bien descalabrados. Sin propósito parecerá a vuesamerced este cuento, y será, o por no saberme yo bien explicar, o por no quererme vuesamerced entender (que no hay más mal sordo que el que no quiere oir); pero yo sé lo entenderá si ahonda un poco en sus sentidos varios que le puede dar (como en todo lo deste libro). Y por si acaso quiere que yo lo explique, con ser así que frustra exprimitur, quod tacite subintelligitur, l. jam dubitari, dígole que si acaso no le obliga la cortesía y humildad con que le trato, mire lo que dice, y cómo y de qué murmura y dice mal, si del autor del libro o de sus obras; y guárdese de alguna lluvia de piedras de las muchas verdades duras y secas que este libro tiene y su autor puede enviarle, que le descalabren y hagan caer de arriba abajo, quiero decir, de su estado y buena opinión que tiene de sabio, y no haga le tengan por ignorante, murmurador y soberbio maldiciente, y del número de unos necios que quieren parecer sabios en no haber libro que bien les parezca ni cosa de que no hagan burla y menosprecio. Y guárdense no les suceda a los tales lo que[Pg 18] al asno de Sileno, que puso Júpiter entre las estrellas; que por ser ellas tan resplandecientes y claras, y él auribus magnis, como advirtió Luciano, descubrió más su disforme fealdad con grande infamia. Y adviertan que el epíteto del autor es el satírico, y créanme, y no errarán, que es más que temeridad echar piedras del tejado del vecino quien tiene el suyo de vidrio.

“Y nadie se maraville de que llame a vuesamerced con este título, al parecer nuevo, de ilustre y deseoso lector, porque cuando no le mereciera por la doctrina común y sabida del filósofo, que todo hombre naturalmente desea saber, cosa que se alcanza con el estudio y atenta lición y meditación de los libros buenos, doctos, agudos, ingeniosos y claros; por sólo este libro (que lo es tanto como el que más) le merecía muy en particular, pues es el que ha sido tan deseado, así de cuantos han leído algo destos Sueños y Discursos, como de los que han oído referir y celebrar algunas o alguna de las innumerables agudezas que contienen, lastimándose de verlos ir manuscritos, tan adulterados y falsos, y muchos a pedazos y hechos un disparate, sin pies ni cabeza, y tan desfigurados como el soldado desdichado que, habiendo salido de su tierra para la guerra con bizarría, tallazo, galas y plumas, vuelve a ella después de muchos años más desgarrado y rompido que soldado, con un ojo menos, hecho un monóculo, medio brazo, con una pierna de palo y todo él hecho un milagro de cera, bueno para ofrecido, con el vestido de la munición, sin color determinado, desconocido y roto, pidiendo limosna: como la cortesana que ha corrido a Italia, Indias y la casa de Meca y del gran Solimán. Por lo cual, cuantos han sabido que yo los tenía enteros y leídos por hombres doctos y entendidos, con particular curiosidad y atención me han solicitado con grandes instancias los hiciese comunes a todos, dándolos a la impresión, asigurándome grande gusto, y, lo que más es, grande provecho espiritual para todos, pues en ellos hallarán desengaños y avisos de lo que pasa en este mundo y ha de pasar en el otro por todos, para estar de todo bien prevenidos, que mala praevisa minas[Pg 19] nocent. Con que me he resuelto a condescender con el gusto y deseo de tantos, confiado en que vuesamerced, señor lector, me agradecerá este trabajo y gasto con comprarle; que con sólo esto me daré por satisfecho, y aun por pagado. Y por la agudeza y sutil modo de hablar deste libro, porque no caiga en alguna equivocación, ruego a vuesamerced que corrija las erratas que hallare con su acostumbrada benignidad y clemencia, que también sería demasiada presunción y mucha particularidad pretender que saliese este libro sin ellas. Y porque entienda vuesamerced, señor lector, que le deseo toda honra y provecho y guardarle de todo peligro, ruego a Dios nuestro Señor le haga como el rey de las abejas, que contiene y da de sí por la boca la dulzura de la miel, y no tiene aguijón por no quedar muerto picando con él, como acontece a todas las demás abejas, que le tienen, si bien en la cola y no en la boca; y le guarde de correctores de vidas y obras ajenas, y sopladores de las suyas propias, que no se venden, porque ellos venden en ellas a cuantos ven y tratan”.

He aquí el índice de los discursos en la edición de Barcelona, 1635, y de Sevilla, 1641:

DISCURSOS QUE SALEN EN ESTA IMPRESIÓN, AHORA AÑADIDOS,
QUE NUNCA SE HAN IMPRESO

El Libro de todas las cosas y otras muchas más, fol. 88.
Aguja de navegar cultos, fol. 97.
La Culta latiniparla, fol. 99.

YA IMPRESOS

El Sueño de las Calaveras, fol. 1.
El Alguacil alguacilado, fol. 7.
Las Zahurdas de Plutón, fol. 15.
El Mundo por de dentro, fol. 41.
La Visita de los chistes, fol. 53.
El Caballero de la Tenaza, fol. 80.
El Entremetido y la Dueña y el Soplón, fol. 105.
El Cuento de cuentos entero, fol. 136.

[Pg 20]

NOTAS:

[15] Alude a la etimología que los heráldicos dan al apellido Quevedo, suponiendo ridículamente que vale tanto como que vedó y que hubo de nacer de haber impedido uno de esta familia que los moros pasasen de cierta puente en el valle de Toranzo.

[16] Lib. 2, De regendi ratione.

[17] El texto debe de estar viciado. Acaso deba leerse: “y quien las hizo esparcir sean aceptadores de personas”.

[Pg 21]

EL SUEÑO DE LAS CALAVERAS

Acabó de escribir Quevedo este Sueño a 3 de abril de 1607, a los veinte y siete años de su edad, según nota de su sobrino don Pedro Aldrete, que dice Castellanos haber tenido a la vista. (Edición de Madrid, 1840). Censuráronle a 1.º de julio de 1610 fray Antolín Montojo, del Orden de Predicadores, y a 30 de julio de 1612, el franciscano fray Antonio de Santo Domingo: aquél adversa, éste favorablemente. Publicáronle por vez primera, junto con los otros, las prensas de Barcelona, en 1627, y el mismo año, con algunas variantes, las de Zaragoza, y dos después con grandes alteraciones, las de Madrid. Intitulóse primero El Sueño del Juicio final, y ya desde 1629. Hemos tenido presentes para nuestra impresión la de Pamplona, de 1631; la de Barcelona (Lorenzo Deu), 1635; la de Madrid (Díaz de la Carrera), 1648; las más importantes colecciones de la última mitad de aquel siglo y un precioso manuscrito de la Biblioteca Colombina (Aa., 141, 4), letra de la primera década del siglo XVII. Al margen de las primeras ediciones se ven distribuidas las personas que entran en El Sueño, y, por su orden, son las siguientes: escribano, avariento, escribanos, mercaderes, mujeres hermosas, casada, ramera, médico, juez, abogado, tabernero, sastre, salteadores, capeadores, la locura, poetas, enamorados y valientes, judíos, filósofos, procuradores, desgracias y peste y pesadumbre (contra los médicos), Adán, reyes, Herodes, Pilatos, maestros de esgrima, dispenseros, pasteleros, filósofos, poetas, Orfeo; avariento, y cómo guarda los diez mandamientos; ladrones, escribanos, Judas, Mahoma, Lutero, médico, boticario, barbero, abogado, cómico, taberneros, sastres, ginoveses, caballero, sacristán, adúltera, Judas, Mahoma, Lutero, alguaciles, corchetes, astrólogo, letrado, escribano, alguaciles, avariento, médico, boticario.

[Pg 22]
[Pg 23]

[Pg 24]

[Pg 25]

AL CONDE DE LEMOS,
PRESIDENTE DE INDIAS

A manos de vuecelencia van estas desnudas verdades, que buscan, no quien las vista, sino quien las consienta. Que a tal tiempo hemos venido, que con ser tan sumo bien, hemos de rogar con él. Prométese seguridad en ellas solas. Viva vuecelencia para honra de nuestra edad.

Don Francisco de Quevedo Villegas.

[Pg 26]
[Pg 27]

DISCURSO

Los sueños dice Homero que son de Júpiter y que él los envía[18], y en otro lugar, que se han de creer. Es así, cuando tocan en cosas importantes y piadosas o las sueñan reyes y grandes señores, como se colige del doctísimo y admirable Propercio en estos versos[19]:

[Pg 28]

Nec tu sperne piis venientia somnia portis:
Quum pia venerunt somnia, pondus habent.

Dígolo a propósito que tengo por caído del cielo uno que yo tuve estas noches pasadas, habiendo cerrado los ojos con el libro del Dante[20], lo cual fué causa de soñar que veía un tropel de visiones. Y aunque en casa de un poeta es cosa dificultosa creer que haya cosa de juicio, aun por sueños, le hubo en mí por la razón que da Claudiano en la prefación al libro segundo del Rapto, diciendo que todos los animales sueñan de noche como sombras de lo que trataron de día. Y Petronio Arbitro dice[21]:

Et canis in somnis leporis vestigia latrat.

Y hablando de los jueces:

Et pavido cernit inclusum corde tribunal.

[Pg 29]

Parecióme, pues, que veía un mancebo que, discurriendo por el aire, daba voz de su aliento a una trompeta, afeando con su fuerza, en parte, su hermosura. Halló el son obediencia en los mármoles y oídos en los muertos, y así, al punto comenzó a moverse toda la tierra y a dar licencia a los huesos que anduviesen unos en busca de otros. Y pasando tiempo, aunque fué breve, vi a los que habían sido soldados y capitanes levantarse de los sepulcros con ira, juzgándola por seña de guerra; a los avarientos, con ansias y congojas, recelando algún rebato, y los dados a vanidad y gula, con ser áspero el son, lo tuvieron por cosa de sarao o caza. Esto conocía yo en las semblantes de cada uno, y no vi que llegase el ruido de la trompeta a oreja que se persuadiese a lo que era[22].

Después noté de la manera que[23] algunas almas huían, unas con asco y otras con miedo, de sus antiguos cuerpos: a cuál faltaba un brazo, a cuál un ojo. Y dióme risa ver la diversidad de figuras y admiróme la Providencia en que, estando barajados unos con otros, nadie por yerro de cuenta se ponía las piernas ni los miembros de los [Pg 30]vecinos. Sólo en un cementerio me pareció que andaban destrocando[24] cabezas y que vi a un escribano que no le venía bien el alma y quiso decir que no era suya, por descartarse della.

Después, ya que a noticia de todos llegó que era el día del juicio, fué de ver cómo los lujuriosos no querían que los hallasen sus ojos[25], por no llevar al tribunal testigos contra sí; los maldicientes, las lenguas; los ladrones y matadores gastaban los pies en huir de sus mismas manos.

Y volviéndome a un lado, vi a un avariento que estaba preguntando a uno que, por haber sido embalsamado y estar lejos sus tripas, no hablaba porque no habían llegado, si habían de resucitar aquel día todos los enterrados, si resucitarían unos bolsones suyos.

Riérame si no me lastimara a otra parte el afán con que una gran chusma de escribanos [Pg 31]andaban huyendo de sus orejas[26], deseando no las llevar por no oir lo que esperaban; mas solos fueron sin ellas los que acá las habían perdido por ladrones: que por descuido no fueron los más.

Pero lo que más me espantó fué ver los cuerpos de dos o tres mercaderes, que se habían vestido las almas del revés[27] y tenían todos los cinco sentidos en las uñas[28] de la mano derecha.

Yo veía todo esto de una cuesta muy alta, cuando oí dar voces a mis pies que me apartase. Y no bien lo hice, cuando comenzaron a sacar las cabezas muchas mujeres hermosas, llamándome descortés y grosero, porque no había tenido más respeto a las damas. Que aun en el infierno están las tales y no pierden esta locura. Salieron fuera muy alegres de verse gallardas y desnudas entre tanta gente que las mirase; aunque luego, conociendo que era el día de la ira y que la hermosura las estaba acusando de secreto, comenzaron a caminar al valle con pasos más entretenidos.

Una, que había sido casada siete veces, iba [Pg 32]trazando disculpas para todos los maridos. Otra dellas, que había sido pública ramera, por no llegar al valle no hacía sino decir que se le habían olvidado las muelas y una ceja, y volvía y deteníase; pero, al fin, llegó a vista del teatro y fué tanta la gente de los que había ayudado a perder y que señalándola daban gritos contra ella, que se quiso esconder entre una caterva de corchetes, pareciéndole que aquélla no era gente de cuenta aun en aquel día.

Divirtióme desto un gran ruido que por la orilla de un río venía de gente en cantidad tras un médico, que después supe que lo era en la sentencia. Eran hombres que había despachado sin razón antes de tiempo y venían por hacerle que pareciese, y, al fin, por fuerza, le pusieron delante del trono.

A mi lado izquierdo oí como ruido de alguno que nadaba, y vi un juez, que lo había sido, que estaba en medio de un arroyo lavándose las manos[29], y esto hacía muchas veces. Lleguéme a preguntarle por qué se lavaba tanto, y díjome que en vida sobre ciertos negocios se las habían untado[30] y que estaba porfiando allí por no parecer [Pg 33]con ellas de aquella suerte delante de la universal residencia.

Era de ver una legión[31] de verdugos con azotes, palos y otros instrumentos, cómo traían a la audiencia una muchedumbre de taberneros, sastres y zapateros, que de miedo se hacían sordos, y, aunque habían resucitado, no querían salir de la sepultura.

En el camino por donde pasaban, al ruido sacó un abogado la cabeza y preguntóles que adónde iban. Y respondiéronle:

—Al tribunal de Radamanto[32].

A lo cual, metiéndose más adentro, dijo:

—Esto me ahorraré de andar después, si he de ir más abajo.

Iba sudando un tabernero de congoja, tanto, que, cansado, se dejaba caer a cada paso, y a mí me pareció que le dijo un verdugo:

—Harto es que sudéis el agua y no nos la vendáis por vino.

Uno de los sastres, pequeño de cuerpo, redondo de cara, malas barbas y peores hechos, no hacía sino decir:

[Pg 34]

—¿Qué pude hurtar yo, si andaba siempre muriéndome de hambre?

Y los otros le decían, viendo que negaba haber sido ladrón, qué cosa era despreciarse de su oficio[33].

Toparon con unos salteadores y capeadores[34] públicos que andaban huyendo unos de otros, y luego los verdugos cerraron con ellos, diciendo que los salteadores bien podían entrar en el número, porque eran a su modo sastres silvestres y monteses, como gatos del campo. Hubo pendencia entre ellos sobre afrentarse los unos de ir con los otros, y al fin, juntos llegaron al valle.

Tras ellos venía la locura en una tropa, con sus cuatro costados, poetas, músicos[35], enamorados y valientes, gente en todo ajena deste día. Pusiéronse a un lado[36]. Andaban contándose dos [Pg 35]o tres procuradores las caras que tenían, y espantábanse que les sobrasen tantas, habiendo vivido descaradamente[37]. Al fin vi hacer silencio a todos[38].

El trono era obra donde trabajaron la omnipotencia y el milagro. Júpiter estaba vestido de sí mismo, hermoso para los unos y enojado para los otros[39]. El sol y las estrellas, colgando de su boca; el viento, tullido y mudo; el agua, recostada en sus orillas; suspensa la tierra, temerosa en sus hijos. De los hombres[40], algunos amenazaban al que les enseñó con su real ejemplo peores costumbres. Todos, en general, pensativos: los [Pg 36]piadosos, en qué gracias le darían[41], cómo rogarían por sí, y los malos, en dar disculpas.

Andaban los procuradores mostrando en sus pasos y colores[42] las cuentas que tenían que dar de sus encomendados, y los verdugos repasando sus copias, tarjas[43] y procesos. Al fin, todos los defensores estaban de la parte de adentro y los acusadores de la de afuera. Estaban guardas[44] a una puerta tan angosta, que los que estaban, a puros ayunos[45], flacos, aún tenían algo que dejar en la estrechura.

A un lado estaban juntas las desgracias, peste y pesadumbres, dando voces contra los médicos. Decía la peste que ella los había herido; pero que ellos los habían despachado. Las pesadumbres, que no habían muerto ninguno sin ayuda de los doctores. Y las desgracias, que todos los que habían enterrado habían ido por entrambos.

Con eso los médicos quedaron con cargo de [Pg 37]dar cuenta de los difuntos. Y así, aunque los necios decían que ellos habían muerto más, se pusieron las médicos con papel y tinta en un alto con su arancel, y, en nombrando la gente, luego salía uno dellos, y en alta voz decía:

—Ante mí pasó a tantos de tal mes, etc.[46]

Pilatos se andaba lavando las manos muy apriesa, para irse con sus manos lavadas[47] al brasero[48]. Era de ver cómo se entraban algunos pobres entre media docena de reyes, que tropezaban con las coronas, viendo entrar las de los sacerdotes tan sin detenerse[49].

[Pg 38]

Llegó en esto un hombre desaforado, lleno de ceño, y alargando la mano, dijo:

—Ésta es la carta de examen[50].

Admiráronse todos. Dijeron los porteros que quién era, y él, en altas voces, respondió:

—Maestro de esgrima examinado y de los más diestros del mundo[51].

[Pg 39]

Y sacando unos papeles del pecho, dijo que aquéllos eran los testimonios de sus hazañas. Cayéronsele en el suelo, por descuido, los testimonios, y fueron a un tiempo a levantarlos dos furias y un alguacil, y él los levantó primero que las furias[52].

Llegó un abogado y alargó el brazo para asille y metelle dentro[53], y él, retirándose, alargó el suyo, y dando un salto, dijo:

—Esta de puño es irreparable, y pues enseño a matar, bien puedo pretender que me llamen Galeno. Que si mis heridas anduvieran en mula[54], pasaran por médicos malos. Si me queréis probar, yo daré buena cuenta.

Riéronse todos, y un oficial algo moreno le preguntó qué nuevas tenía de su alma. Pidiéronle[55] no sé qué cosas y respondió que no sabía [Pg 40]tretas contra los enemigos della. Mandáronle que se fuese, y diciendo:

—Entre otro—se arrojó.

Y llegaron unos despenseros a cuentas, y no rezándolas, y en el ruido con que venía la trulla[56], dijo un ministro:

—Despenseros son.

Y otros dijeron:

—No son.

Y otros:

—Sisón[57].

Y dióles tanta pesadumbre la palabra “sisón”, que se turbaron mucho. Con todo, pidieron que se les buscase su abogado, y dijo un verdugo:

—Ahí está Judas, que es apóstol descartado.

Cuando ellos oyeron esto, volviéndose a otra furia, que no se daba manos a[58] señalar hojas para leer, dijeron:

[Pg 41]

—Nadie mire, y vamos a partido y tomamos infinitos siglos de fuego.

El verdugo, como buen jugador, dijo:

—¿Partido pedís? No tenéis buen juego[59].

Comenzó a descubrir[60], y ellos, viendo que miraba, se echaron en baraja de su bella gracia.

Pero tales voces, como venían tras de un malaventurado pastelero[61], no se oyeron jamás de hombres hechos cuartos, y pidiéndole que declarase en qué les había acomodado sus carnes, confesó que en los pasteles. Y mandaron que les fuesen restituidos sus miembros de cualquier estómago en que se hallasen. Dijéronle si quería ser juzgado, y respondió que sí, a Dios y a la ventura. La primera acusación decía no sé qué de gato por liebre, tanto de huesos y no de la misma carne, sino advenedizos, [Pg 42]tanto de oveja y cabra, caballo y perro. Y cuando él vió que se les probaba a sus pasteles haberse hallado en ellos más animales que en el arca de Noé, porque en ella no hubo ratones ni moscas, y en ellos sí, volvió las espaldas y dejólos con la palabra en la boca.

Fueron juzgados filósofos, y fué de ver cómo ocupaban sus entendimientos en hacer silogismos contra su salvación. Mas lo de los poetas fué de notar que, de puro locos, querían hacer a Júpiter malilla[62] de todas las cosas. Virgilio andaba con su Sicelides musae[63], diciendo que [Pg 43]era el nacimiento; mas saltó un verdugo y dijo no sé qué de Mecenas y Octavia, y que había mil veces adorado unos cuernecillos suyos, que los traía por ser día de más fiesta; contó no sé qué cosas.

Y al fin, llegando Orfeo, como más antiguo, a hablar por todos, le mandaron que se volviese otra vez a hacer el experimento de entrar en el infierno para salir, y a los demás, por hacérseles camino, que le acompañasen.

Llegó tras ellos un avariento a la puerta y fué preguntado qué quería, diciéndole que los preceptos guardaban aquella puerta de quien no los había guardado, y él dijo que en cosas de guardar era imposible que hubiese pecado. Leyó el primero: “Amar a Dios sobre todas las cosas”, y dijo que él sólo aguardaba a tenerlas todas para amar a Dios sobre ellas. “No jurar”, dijo que, aun jurando falsamente, siempre había sido por muy grande interés, y que así no había sido en vano. “Guardar las fiestas”, éstas y aun los días de trabajo, guardaba y escondía. “Honrar padre y madre”, siempre les quité el sombrero. “No matar”, por guardar esto no comía, por ser matar la hambre comer. “De mujeres”, en cosas que cuestan dineros, ya está dicho. “No levantar falso testimonio[Pg 44]”.

—Aquí—dijo un verdugo—es el negocio, avariento. Que, si confiesas haberle levantado, te condenas, y si no, delante del juez te le levantarás a ti mismo.

Enfadóse el avariento, y dijo:

—Si no he de entrar, no gastemos tiempo.

Que hasta aquello rehusó de gastar. Convencióse con su vida y fué llevado adonde merecía.

Entraron en esto muchos ladrones y salváronse dellos algunos ahorcados. Y fué de manera el ánimo que tomaron los escribanos, que estaban delante de Mahoma, Lutero y Judas, viendo salvar ladrones, que entraron de golpe a ser sentenciados, de que les tomó a los verdugos muy gran risa. Los procuradores comenzaron a esforzarse y a llamar abogados.

Dieron principio a la acusación los verdugos, y no la hacían en los procesos que tenían hechos de sus culpas, sino con los que ellos habían hecho en esta vida. Dijeron lo primero:

—Estos, señor, la mayor culpa suya es ser escribanos.

Y ellos respondieron a voces, pensando que disimularían algo, que no eran sino secretarios. Los abogados comenzaron a dar descargo, que se acabó en:

[Pg 45]

—Es hombre y no lo hará otra vez[64], y alcen el dedo.

Al fin se salvaron dos o tres, y a los demás dijeron los verdugos:

—Ya entienden.

Hiciéronles del ojo, diciendo que importaban allí para jurar contra cierta gente[65]. Uno azuzaba testigos y repartía orejas[66] de lo que no se había dicho y ojos de lo que no había sucedido, salpicando de culpas postizas la inocencia.

Estaba engordando la mentira a puros enredos, y vi a Judas y a Mahoma y a Lutero recatar desta vecindad, el uno, la bolsa, y el otro, el zancarrón. Lutero decía:

[Pg 46]

—Lo mismo hago yo escribiendo.

Sólo se lo estorbó aquel médico que dije que, forzado de los que le habían traído, parecieron él, un boticario y un barbero, a los cuales dijo un verdugo que tenía las copias:

—Ante este doctor han pasado los más difuntos, con ayuda de este boticario y barbero, y a ellos se les debe gran parte deste día.

Alegó un procurador por el boticario que daba de balde a los pobres; pero dijo un verdugo que hallaba por su cuenta que habían sido más dañosos dos botes de su tienda que diez mil de pica en la guerra, porque todas sus medicinas eran espurias, y que con esto había hecho liga con una peste y había destruido dos lugares.

El médico se disculpaba con él, y, al fin, el boticario[67] se desapareció y el médico y el barbero andaban a daca mis muertes y toma las tuyas.

Fué condenado un abogado porque tenía todos los derechos con corcovas,[68] cuando, descubierto un hombre que estaba detrás déste a gatas porque no le viesen, y preguntando quién [Pg 47]era, dijo que cómico; pero un verdugo, muy enfadado, replicó:

—Farandulero es, señor, y pudiera haber ahorrado aquesta venida sabiendo lo que hay.

Juró de irse, y fuése sobre su palabra.

En esto dieron con muchos taberneros en el puesto, y fueron acusados de que habían muerto mucha cantidad de sed a traición, vendiendo agua por vino. Estos venían confiados en que habían dado a un hospital siempre vino puro[69] para los sacrificios; pero no les valió, ni a los sastres decir que habían vestido niños. Y así, todos fueron despachados como siempre se esperaba.

Llegaron tres o cuatro extranjeros ricos, pidiendo asientos[70], y dijo un ministro:

—¿Piensan ganar en ellos? Pues esto es lo que les mata. Esta vez han dado mala cuenta y no hay donde se asienten, porque han quebrado el banco de su crédito.

Y volviéndose a Júpiter, dijo un ministro:

[Pg 48]

—Todos los demás hombres, señor, dan cuenta de lo que es suyo; mas éstos, de lo ajeno y todo.

Pronuncióse la sentencia contra ellos. Yo no la oí bien; pero ellos desaparecieron.

Vino un caballero tan derecho, que, al parecer, quería competir con la misma justicia que le aguardaba. Hizo muchas reverencias a todos y con la mano una ceremonia, usada de los que beben en charco. Traía un cuello tan grande, que no se le echaba de ver si tenía cabeza. Preguntóle un portero, de parte de Júpiter, si era hombre. Y él respondió con grandes cortesías que sí y que por más señas se llamaba don Fulano, a fe de caballero. Rióse un ministro, y dijo:

—De codicia es el mancebo para el infierno.

Preguntáronle qué pretendía, y respondió:

—Ser salvado.

Y fué remitido a los verdugos para que le moliesen, y él sólo reparó en que le ajarían el cuello.[71]

Entró tras él un hombre dando voces, diciendo:

[Pg 49]

—Aunque las doy, no tengo mal pleito[72]: que a cuantos simulacros hay[73], o a los más, he sacudido el polvo.

Todos esperaban ver un Diocleciano o Nerón, por lo de sacudir el polvo, y vino a ser un sacristán que azotaba los retablos. Y se había ya con esto puesto en salvo; sino que dijo un ministro que se bebía el aceite de las lámparas y echaba la culpa a una lechuza, por lo cual habían muerto sin ella[74]; que pellizcaba de los ornamentos para vestirse, que heredaba en vida las vinajeras y que tomaba alforzas a los oficios. No sé qué descargo se dió, que le enseñaron el camino de la mano izquierda.

Dando lugar unas damas alcorzadas[75], que comenzaron a hacer melindres de las malas figuras de los verdugos, dijo un procurador a Vesta que habían sido devotas de su nombre aquéllas: que las amparase. Y replicó un ministro que también fueron enemigas de su castidad.

—Sí, por cierto—dijo una que había sido adúltera.

[Pg 50]

Y el demonio la acusó que había tenido un marido en ocho cuerpos; que se había casado de por junto en uno para mil. Condenóse esta sola, y iba diciendo:

—¡Ojalá supiera que me había de condenar, que no hubiera cansádome en hacer buenas obras!

En esto, que era todo acabado, quedaron descubiertos Judas, Mahoma y Martín Lutero. Y preguntando un ministro cuál de los tres era Judas, Lutero y Mahoma, dijeron cada uno que él. Y corrióse Judas tanto, que dijo en altas voces:

—Señor, yo soy Judas, y bien conocéis vos que soy mucho mejor que éstos: porque, si os vendí, remedié al mundo, y éstos, vendiéndose a sí y a vos, lo han destruido todo.

Fueron mandados quitar delante.

Y un abogado que tenía la copia, halló que faltaban por juzgar los malos alguaciles y corchetes. Llamáronlos, y fué de ver que asomaron al puesto muy tristes, y dijeron:

—Aquí lo damos por condenado: no es menester nada.

No bien lo dijeron, cuando, cargado de astrolabios y globos, entró un astrólogo dando voces y diciendo que se habían engañado, que no había de ser aquel día el del juicio, porque Saturno no había acabado sus movimientos ni[Pg 51] el de trepidación el suyo. Volvióse un verdugo, y, viéndole tan cargado de madera y papel, le dijo:

—Ya os traéis la leña[76] con vos, como si supiérades que de cuantos cielos habéis tratado en vida, estáis de manera que, por la falta de uno solo en muerte, os iréis al infierno.

—Eso, no iré—dijo él.

—Pues llevaros han.

Y así se hizo.

Con esto se acabó la residencia y tribunal. Huyeron las sombras a su lugar, quedó el aire con nuevo aliento, floreció la tierra, rióse el cielo, Júpiter subió consigo a descansar en sí los dichosos y yo me quedé en el valle. Y discurriendo por él, oí mucho ruido y quejas en la tierra. Lleguéme por ver lo que había, y vi en una cueva honda, garganta del averno[77], penar muchos, y, entre otros, un letrado, revolviendo no tanto leyes como caldos[78]; un escribano, comiendo [Pg 52]sólo letras, que no había solo querido leer en esta vida; todos ajuares del infierno. Las ropas y tocados de los condenados estaban prendidos, en vez de clavos y alfileres, con alguaciles. Un avariento, contando más duelos que dineros; un médico, pensando en un orinal, y un boticario, en una medicina. Dióme tanta risa ver esto, que me despertaron las carcajadas, y fué mucho quedar de tan triste sueño más alegre que espantado.

Sueños son éstos que, si se duerme vuecelencia sobre ellos, verá que por ver las cosas como las veo, las esperará como las digo.

NOTAS:

[18] Ilíada, A, 63: καὶ γάρ τ᾽ ὄναρ ἐκ Διός ἐστιν, “etenim somnium ex Iove est”. Ilíada, B, 80: “Si otro cualquiera de los Aqueos hubiera contado este sueño, lo desecharíamos y desmentiríamos; pero lo ha visto el mejor de los Aqueos”.

[19] En el libro IV, elegía 7, v. 87. “Ni menosprecies los sueños cuando vienen de las santas puertas: los sueños, cuando son santos, son muy de ponderar”. De estas puertas de los sueños, en Homero, Odisea, Δ, 809. De las clases de sueños y cuáles son como oráculos trató Macrobio, In somnum Scipionis, c. 3; donde, además, declara las puertas del sueño: de marfil las de los falsos, de cuerno las de los verdaderos, trayendo lo que dijo Porfirio al explicar a Homero: “Latet omne verum: hoc tamen anima, cum ab officiis corporis somno eius paulum, libera est, interdum aspicit: non nunquam tendit aciem, nec tamen pervenit. Et cum aspicit, tamen non libero et perfecto lumine videt, sed interiecto velamine, quod nexus naturae caligantis obducit... Hoc velamen cum in quiete ad verum usque, aciem intro spicientis admittit, de cornu creditur, cuius ista natura est, ut tenuatum visui pervium sit. Cum autem a vero hebetat ac repellit obtutum, ebur putatur, cuius corpus ita natura densatum est, ut ad quamvis extremitatem tenuitatis crassum, nullo visu ad ulteriora tendente penetretur”. Caído del cielo es lo que dice Quevedo por piadoso; pía, voz religiosa que se empleaba con los manes o difuntos.

[20] Con el libro del Dante. En C P: con el libro del beato Hipólito (del) de la Fin del mundo y segunda venida de Cristo; lo cual fué causa de soñar (yo) que veía el Juicio final. Y aunque en casa de.—Περἰ τῆς συντελείας τοῡ χόσμου χαὶ περὶ τοῡ Ἀντιχριστοῡ χαι εἰς τἠν δευτέραν παρoυσιαν τοῡ Kυρίoυ ἡμῶν Ἰησoῡ Xριστoῡ.

[21] Satyricon, pág. 368, edic. Michaele Hadrianide, Amstelodami, 1669. “Hasta ladra el perro soñando que ventea una liebre”. “Los que tratan causas, leyes y el foro ven el tribunal metido en su aterrado corazón”.

[22] Que se persuadiese que era cosa de juicio. Después (C P).

[23] De la manera que, trasposición idiomática de la preposición con el relativo. (Leng. Cerv., I, 235). Quij., 2, 7: “Sé al blanco que tiras”. Ídem, 1, 29: “Ya se ha dicho de la mala manera que Cardenio estaba vestido”.

[24] Destrocar, trocar y deshacer el trueque otra vez. Corr., p. 388: “Pelillos a la mar, que no hay destrocar”. Césped. Meneses, Historias, c. 81: “Cuando los casos de tanta gravedad llegan a destrocarse sin remedio”. Oro viejo, 1, P. 57: “Que te coma y te destrueque y te | vuelva a comer”. En P, destrozando; en C, destrocando cabezas y piernas y un escribano. Los escribanos son para Quevedo desalmados, sin conciencia, por venderla a sus clientes.

[25] Huye cada cual del miembro con que pecó, según el romance: “Ya me comen, ya me comen | por do más pecado había”. Los lujuriosos pecan contra la vergüenza, que es la guarda de la castidad y el instrumento de la vergüenza son los ojos.

[26] De sus orejas, castigo del ladrón era el desorejarle.

[27] En P: se habían calzado las almas al revés.

[28] Gente de uña se dicen los ladrones. T. Ramón, Dom. 17 Trin., 2: “En no haber a qué echar las uñas, adiós, que me mudo”. Quev., Mus., 7: “Y mira mi Perico, | que cuando te pidieren | las doncellas de uña | como sortija, gente de la carda, | que te acuerdes del ángel de la guarda”.

[29] Corr., 195: “Lavo mis manos. (Quiere decir sálgome a fuera de culpa y del daño que pueden achacarme y venirme. Tómase del hecho y dicho de Pilatos)”.

[30] Untarle las manos, con ungüento mejicano u oro. Manrique, Laurea, 1, 8, 3: “Llega el pleiteante, úntale las manos con escudos”. Díjose del mancharse las manos con el soborno, al par de la conciencia.

[31] En P: legión de demonios. Y siempre después por verdugos.

[32] Radamanto, hijo de Júpiter y de Europa, hermano de Minos, y con él juez en los infiernos. En P: y respondiéronle: “Al justo juicio de Dios, que era llegado”. En C: Respondió un diablo que al justo juicio de Dios, el cual era ya llegado. Respondió: Esto me ahorraré.

[33] De su oficio, el más ladrón de todos, según dicen, por los retazos que sisan: No pasa un alma, todos son sastres. Cien sastres, y cien molineros y cien tejedores, son trescientos ladrones. (Corr., 270). El sastre que no hurta no es rico por la aguja. (Ídem, 83).

[34] Capeadores, los que capeaban o hurtaban de noche capas, etc.

[35] De músicos, poetas y locos, todos tenemos un poco. A los que han de añadirse los otros dos costados, el enamorado y el valentón: el que es estas cuatro cosas es loco por los cuatro costados, gente ajena deste día, esto es, de juicio.

[36] “Donde se estaban mirando los sayones judíos y los filósofos”. Decían juntos, viendo a los Sumos Pontífices con sillas de gloria: “Diferentemente se aprovecharon de las narices los Papas que nosotros, pues con diez varas de ellas no olimos lo que teníamos entre manos”. (Ms. de la Biblioteca Colombina).

[37] Descaradamente, sin cara propia, pues ponen una cara a cada ocasión. Véase Guzmán de Alfarache, 2, 3, 7.

[38] “Hacíale también un silenciero de catedral, dando tales golpes con su bastón, que acudieron a ellos más de mil calóndrigos, no pocos racioneros y hasta un Obispo, un Arzobispo y un Inquisidor, trinidad que se arañaba por arrebatarse una buena conciencia, que acaso andaba por allí distraída, buscando a quién le viniese”. La censura tachó en 1612 este párrafo, que nunca llegó a imprimirse. Castellanos lo publicó entre sus notas en la edición ilustrada que salió de la imprenta de Mellado en 1840.

[39] En C y P: Dios estaba vestido de sí mismo, hermoso para los santos y enojado para los perdidos.

[40] “Los hombres, unos tenían los ojos en Dios y otros en sí mismos. Cuál miraba a la tierra y cuál amenazaba al que le enseñó con sus malas costumbres y mal ejemplo”. (Ms. Colomb). “Toda la tierra y temerosa” (C).—“temerosa en sus hijos; y cual amenazaba al que le enseñó con su mal peores costumbres” (ídem).

[41] En C y P: Los justos en qué gracias darían á Dios cómo. Puso piadosos, que entre gentiles, hablando de Júpiter, era lo que respondía a justos y a Dios.

[42] Colores, como caras, que daba a entender antes. En C y P: Andaban los ángeles custodios mostrando. En M: mostrando en los pasos.

[43] Tarjas, aquí golpes, azotes.

[44] Estaban los diez mandamientos por guarda a una puerta (B) de la de afuera. Estaban los diez (M).

[45] A puros ayunos, a fuerza de ayunos. Valderrama, Ejerc. Sab. 2 cuar.: “Cuando a puros ruegos y porfías le sacó la bendición”.

[46] “Comenzóse la cuenta por Adán y, porque se vea si iba estrecha, hasta de una manzana le pidieron cuenta tan rigorosa, que le oí decir a Judas: ‛¿Qué tal la daré yo, que le vendí al mismo dueño un cordero’?

“Pasaron todos los primeros Padres, vino el Testamento nuevo, pusiéronse en sus sillas al lado de Dios los apóstoles todos con el santo Pescador. Luego llegó un diablo y dijo: ‘Éste es el que señaló con toda la mano al que san Juan con un dedo, que fué el que dió la bofetada a Cristo’. Juzgó el mismo su causa y dieron con él en los entresuelos del mundo. Era de ver, etc”. (Ms.).

[47] Con sus manos lavadas. (Meterse sin ser llamado). (Corr., 595), y sin haber puesto nada de su parte, tomado del no manchárselas estándose mano sobre mano. A. Álvarez, Silva, Fer. 4 dom. 2 cuar., 14 c.: “Para que con sus manos lavadas se lo gocen”.

[48] Brasero era el lugar donde quemaban al delincuente, y alude al infierno. Cartujano, Triunf., 2: “Responda tablada con rostro quemado | y en su brasero las carnes desnudas”.

[49] “Asomaron sus cabezas Herodes y Pilatos, y cada uno conocía en él, aunque gloriosas, sus iras. Decía Pilatos: ‛Esto merece quien se dejó gobernar por judigüelos’; y Herodes: ‛Yo no puedo ir al cielo, pues al limbo no se querrían más (fiar de mí) los inocentes con las nuevas que tienen de esotros’. Ello es fuerza de ir al infierno, que, en fin, es posada conocida”. (Ms.).

[50] Carta de examen, tenía todo oficial, pues había de pasar por él, de lo cual están llenas las Ordenanzas de ciudades. Alude Quevedo a don Luis Pacheco de Narváez, con quien tuvo un lance en casa del Presidente de Castilla el año 1608. Discurríase con motivo de las Cien conclusiones de la verdadera destreza, que don Luis acababa de publicar. Impugnólas Quevedo, sostúvolas el maestro, no bastaron razones, se recurrió a la prueba, y al primer encuentro pegó don Francisco a Narváez y derribóle el sombrero de la cabeza. Fueron enemigos toda su vida. Dicen que Pacheco se juntó con Montalbán y con el padre Niseno para escribir en 1635 el Tribunal de la justa venganza. El libro de Narváez, que ha impreso Vindel en 1898, dice: Modo fácil y nuevo para examinarse los maestros en la Destreza de las Armas y entender sus cien conclusiones ó fórmulas de saber, por Don Luis Pacheco de Narváez, maestro del Rey nuestro señor, en la Filosofía y Destreza de las Armas y Mayor en los Reynos de España, Madrid, 1625. La obra publicada en 1600, Madrid, llevaba por título: Libro de las grandezas de la espada, en que se declaran muchos secretos del que compuso el comendador Jerónimo de Carranza. De este libro se burla Quevedo, no menos en la Historia de la vida del Buscón Pablos (l. I, c. 8).

[51] “y de los más ahigadados hombres del mundo y, porque lo crean, vean aquí el testimonio de mis hazañas. Y fué a sacarlos del seno con tanta prisa y cólera, que por mostrarlos se le cayeron en el suelo. Luego al punto arremetieron dos diablos y un alguacil a levantarlos, y vi que con mayor presteza levantó el alguacil los testimonios que los diablos. Llegó un ángel y alargó el brazo para asirle y meterle y él retirándose, etc.”. (Ms.).

[52] Furias. En P: diablos; lo mismo que antes, donde pone el texto verdugos, trae P: diablos, gentilizando la obra en la última redacción, y por ángel corrigió abogado.

[53] Metelle dentro, ya ha dicho que los defensores estaban de la parte de adentro.

[54] En mula andaban los médicos.

[55] “Pidiéronle la cuenta de no sé qué cosas y tretas de su salvación y él confesó que no sabía ninguna contra los enemigos del alma. Mandáronle que se fuese por línea recta al infierno. A lo cual replicó que le debían de tener por diestro de los del libro matemático, que él no sabía qué era línea recta. Hiciéronselo aprender y descendió entre todos. Llegaron haciendo cuenta unos despenseros, y conociéndolos en el ruido con que venían y la trulla, etc”. (Ms.). Son términos de la destreza.

[56] La trulla, el tropel ruidoso. Crotalón, 4: “Siempre andaba en compañía de una trulla de clérigos santos”. S. Horozco, Cancionero, p. 182: “No parece sino infierno tanta trulla y confusión”.

[57] Sisón, juega con el sí son y el sisón o el que sisa, como suelen los despenseros. L. Rueda, I, 13: “Que Luquillas es uno de los mayores sisones del mundo”.

[58] No darse manos a, no parar de. A. Álv., Silv. Dom. 2 adv., 6 c., § 1: “Anduviese lista y servicial, no se dando manos a hacer”.

[59] Galindo, P, 237: ¿Partido pide? No tiene buen juego. Es darse a partido, entregarse con ciertas condiciones, propio del vencido. Valderr., Ejerc. Sab. ceniz.: “El cual, viendo que no podía escaparse, se dió a partido”.

[60] Descubrir, echar cartas y poner de manifiesto las sisas de ellos, en el texto, por lo cual sigue la alegoría del juego, añadiendo que se echaron en baraja, en confusión, en el infierno.

[61] Véase Ordenanza 7 de los pasteleros, de Valladolid: “no sea osado (como por la malicia de las gentes alguna vez aya acaecido) hacer pasteles, que no sean de vaca ó carnero o de venacion... no vendan pasteles de vaca por de carnero ni en ninguna manera de cabron ni cabra ni oveja”. Hablando de un ajusticiado, dice el mismo Quevedo en Tacaño, I, 7: “Los pasteleros desta tierra nos consolarán, acomodándole en los (pasteles) de a cuatro (reales)”.

[62] Malilla, del juego del tresillo o del hombre; echar la culpa de todo a Júpiter. Fons., Vid. Cristo, 2, 1: “Son malillas del infierno, que no solamente no estorban los intentos despeñados..., sino que los atiza y asegura”. En C y P: querían hacer creer a Dios que era Júpiter, y que por él decían ellos todas las cosas. Y Virgilio.

[63] Sicelides musae, comienzo de la égloga IV, “musas sicilianas”, esto es, de Teócrito o bucólicas, pastoriles. Créese, con Eusebio, Lactancio y Sanazaro, que cantó en ella el nacimiento de Cristo: “Iam redit et Virgo... | iam novo progenies coelo demittitur alto. | Tu modo nascenti puero”... Literalmente trató del nacimiento del hijo de Asinio Pollión, el año que triunfó por la toma de Salonas en Dalmacia, y alude a Octaviano. Vivía Virgilio junto a los huertos de Mecenas, su grande amigo y favorecedor de todos los poetas. De Octavia, hermana de Octaviano, Augusto, recibió gran suma de sextercios cuando le oyó recitar el trozo de la Eneida (6, 882), donde habla de su infortunado hijo Marcelo, sucesor que iba a ser en el imperio y que murió a los diez y ocho años. A estos dones de uno y otra alude Quevedo, no menos que a ciertos cuernecillos de que hablan malas lenguas.

[64] “unos decían: ‘Son bautizados y miembros de la Iglesia’. No tuvieron muchos dellos que decir otra cosa”. (El expresado Ms.). Es hombre. Terencio, Heautontim., 1: “Homo sum: humani nihil a me alienum puto”. “Como soy hombre, no tengo por ajenas las cosas de los hombres”. Así responde Cremes a Menedemo, que le había dicho: “¿Tan desocupado estás, Cremes, de tus cosas, que te vaga pensar en las ajenas, y mayormente en las que no te importan nada?”

[65] “Y viendo ellos que por ser cristianos les daban más pena que a los gentiles, alegaron que el ser cristianos no era por su culpa, que los bautizaron cuando eran niños y que los padrinos la tenían. Digo de verdad que vide a Mahoma, a Judas y a Lutero tan cerca de atreverse a entrar en juicio, animados con ver salvar a un escribano, que me espanté de que no lo hiciesen. Y sólo se lo estorbó un médico, porque, forzado de los demonios y los que le habían traído, etc”. (Ms.).

[66] Repartía orejas, como falso testigo de oídas, y ojos, como falso testigo de vista.

[67] En C y P: boticario fué condenado, y el médico y el barbero (intercediendo S. Cosme y S. Damián) se salvaron.

[68] Con corcovas, tuertos o torcidos. En S, corvas; en M, encorvados.

[69] En C: vino para las misas. En P: vino puro para las misas; pero. Habiendo gentilizado la obra puso, por misas, sacrificios. Igualmente, por niños, había en M: niños jesuses, y en P: vestido jesuses, con lo que se entiende el niños que quedó en la última redacción.

[70] Asientos, retruécano de lugar donde asentarse y de tratos de cambio: sobre todo, los genoveses tenían todo el dinero de España, y era cosa sabida, por lo que añade que habían quebrado el banco de su crédito. En C y P: ginoveses ricos por extranjeros, que después puso.

[71] Así reprodujo este pensamiento el autor de La Verdad sospechosa:

“Yo sé quien tuvo ocasión
De gozar su amada bella,
Y no osó acercarse a ella
Por no ajar un canjilón”.

[72] Corr., 345: Quien mal pleito tiene, a voces lo mete, o a barato lo mete.

[73] Por el gentílico simulacros decían C y P: a cuantos santos hay en el cielo.

[74] Sin ella, sin culpa, que dice C.

[75] Alcorzadas, muy peripuestas, como la alcorza o pasta azucarada, blanca y delicada, con que se bañan y adornan los dulces. Quev., Mus. 7, r. 3: “Los Adonis en azúcar | a quien amor alcorzaba”.

[76] La leña de astrolabios y globos, causa de arder en los infiernos. Juan Arias de Loyola y Luis de Fonseca Coutiño fueron matemáticos, que en 1603 creyeron haber hallado el famoso Punto fijo.

[77] En C: en una cierra honda. En M y P: garganta del infierno.

[78] Corr., 479: “Revolver caldos. (Por meter en cuestión y cizaña; revolvedor de caldos, el que revuelve y enmaraña pleitos y cosas)”. En C: había querido leer, todos ajuares del infierno. Y las ropas y tocados de los condenados estaban presos con alguaciles: un avariento estaba contando duelos más que dineros.

[Pg 53]

EL ALGUACIL ALGUACILADO

El licenciado, a quien de mano maestra pinta Quevedo, vivió realmente. Llamábase don Jenaro Andreini, era capellán del conde de Lemos y asistía a la parroquia de San Pedro el Real, de esta Corte. Como viniese en peregrinación a España con el propósito de visitar el sepulcro de Santiago en la capital de Galicia, le vió un deudo del Conde ahuyentar los demonios. Cobróle afición, trájole a Madrid y en breve el italiano logró fama de estupendo exorcista. Sus conjuros frecuentes y exagerados fanatizaron a la plebe, llegando los escándalos a tal punto, que el Santo Oficio tuvo por último que extrañarle de estos reinos. (Carta de Quevedo, fecha en 1640, Archivo de la Inquisición. Castellanos, notas de la edición de Madrid de 1840). Siendo, como se verá, verdaderos demonios o peores los alguaciles, el título equivale a alguacil endemoniado o demonio alguacilado. Y de hecho, El alguacil endemoniado es el título en C y P. Las figuras que entran en el Sueño, y se ven oportunamente distribuidas al margen en la edición de Pamplona (1631), son éstas, copiadas también las anotaciones por el mismo orden que tienen: “Seis géneros de alguaciles malos son como seis géneros de demonios, hipócrita, poetas, poetas de comedias, procuradores, artillero, escribanos, sastre, ciego, enamorados, sepultureros, pasteleros, astrólogos, alquimistas, médicos, mercaderes, ministros malos, necios, aguador, taberneros, mohatreros, venteros, enamorados, aduladores, cornudos, enamorados de viejas, pintura de los demonios, sastres, italiano, reyes, mercaderes, ginoveses, jueces, la justicia y la verdad, hurtar, alguaciles, mujeres, mujeres feas se condenan más que hermosas, mujer vieja, lindo y de zapatos blancos, pobres, diablo que predica y por qué”.

[Pg 54]
[Pg 55]

[Pg 56]

[Pg 57]

AL CONDE DE LEMOS,
PRESIDENTE DE INDIAS

Bien sé que a los ojos de vuecelencia es más endemoniado el autor que el sujeto. Si lo fuere también el discurso, habré dado lo que se esperaba de mis pocas letras, que, amparadas como de dueño de vuecelencia y su grandeza, despreciarán cualquier temor. Ofrézcole este discurso del Alguacil alguacilado: recíbale vuecelencia con la humanidad que me hace merced, así yo vea en su casa la sucesión que tanta nobleza y méritos piden.

Esté advertido vuecelencia que los seis géneros de demonios que cuentan los supersticiosos y los hechiceros, los cuales por esta orden divide Psello en el capítulo 2.º del Libro de los demonios[79], son los mismos que las órdenes en que se distribuyen los alguaciles malos. Los primeros llaman leliureones, que quiere decir ígneos; los segundos, aéreos; los terceros, terrenos; los cuartos, acuátiles; los quintos, subterráneos; los sextos, lucífugos, que huyen de la luz. Los ígneos son los criminales, que, a sangre y a fuego, persiguen los hombres. Los aéreos son los soplones, que dan viento. Ácueos son los porteros, que prenden por si vació o no vació sin decir agua va, fuera de tiempo, y, son ácueos, con ser casi todos borrachos y vinosos. Terrenos son los civiles que a puras comisiones y ejecuciones destruyen la tierra. Lucífugos, los rondadores, que huyen de la luz, debiendo la luz huir dellos. Los subterráneos, que están debajo de tierra, son los escudriñadores de vidas y fiscales de honras y levantadores de falsos testimonios, que debajo de tierra sacan qué acusar y andan siempre desenterrando los muertos y enterrando los vivos.

[Pg 58]

NOTAS:

[79] Ex Michale Psello de Daemonibus, interpres Marsillius Fecinus. Venetiis, M.D.XVI. El ejemplar que hemos tenido a la vista, de la biblioteca de San Isidro, se ve apostillado, acaso por Quevedo. La letra se parece a la de sus juveniles años.

[Pg 59]

AL PÍO LECTOR

Y si fueres cruel, y no pío, perdona. Que este epíteto natural del pollo has heredado de Eneas[80], de quien desciendes. Y en agradecimiento de que te hago cortesía en no llamarte benigno lector, advierte que hay tres géneros de hombres en el mundo. Los unos que, por hallarse ignorantes, no escriben, y éstos merecen disculpa por haber callado y alabanza por haberse conocido. Otros, que no comunican lo que saben; a éstos se les ha de tener lástima de la condición y envidia del ingenio, pidiendo a Dios que les perdone lo pasado y les enmiende lo por venir. Los últimos no escriben de miedo de las malas lenguas; éstos merecen reprensión, pues, si la obra llega a manos de hombres sabios, no saben decir mal de nadie; si de ignorantes, ¿cómo pueden decir mal, sabiendo que si lo dicen de lo malo lo dicen de sí mismos? Y si del bueno, no importa, que ya saben todos que no lo entienden. Esta razón me animó a escribir el Sueño de las calaveras y me permitió osadía para publicar este discurso. Si le quieres leer, léele, y si no, déjale, que no hay pena para quien no le leyere. Si le empezares a leer y te enfadare, en tu mano está con que tenga fin donde te fuere enfadoso. Sólo he querido advertirte en la primera hoja que este papel es sólo una reprensión de malos ministros de justicia, guardando el decoro que se debe a muchos, que hay loables por virtud y nobleza, poniendo todo lo que en él hay debajo la corrección de la Iglesia romana y ministros de buenas costumbres.

[Pg 60]

NOTAS:

[80] Eneas, a quien Virgilio apoda siempre pío, pius, por haber cumplido con la religión y deberes que debía a sus antepasados, trayendo a tanta costa suya, hasta Italia, sus venerandas cenizas. Que tal fué el valor de pius. De quien desciendes, por el mocosuena del pío, calificativo que suele darse al lector en los prólogos.

[Pg 61]

DISCURSO

Fué el caso que entré en San Pedro a buscar al licenciado Calabrés, hombre de bonete de tres altos[81], hecho a modo de medio celemín, ojos de espulgo[82], vivos y bulliciosos, puños de Corinto, asomo de camisa por cuello, mangas en escaramuza y calados de rasgones, los brazos en jarra y las manos en garfio[83]. Habla entre penitente y diciplinante, los ojos bajos y los pensamientos tiples; la color, a partes hendida [Pg 62]y a partes quebrada, muy tardón[84] en las respuestas y abreviador en la mesa; gran lanzador de espíritus, tanto, que sustentaba el cuerpo con ellos[85]. Entendíasele de ensalmar, haciendo al bendecir unas cruces mayores que las de los malcasados. Hacía del desaliño humildad[86], contaba visiones, y, si se descuidaban a creerle, hacía milagros que me cansó.

Éste, señor, era uno de los sepulcros hermosos, por de fuera blanqueados y llenos de molduras, y por de dentro pudrición y gusanos; fingiendo en lo exterior honestidad, siendo en lo interior del alma disoluto y de muy ancha y rasgada conciencia. Era, en buen romance, hipócrita, embeleco vivo, mentira con alma y fábula con voz. Halléle solo[87] con un hombre, que, atadas las manos y suelta la lengua, descompuestamente daba voces con frenéticos movimientos.

[Pg 63]

—¿Qué es esto?—le pregunté espantado.

Respondióme:

—Un hombre endemoniado.

Y, al punto, el espíritu respondió:

—No es hombre, sino alguacil. Mirad cómo habláis, que en la pregunta del uno y en la respuesta del otro se ve que sabéis poco. Y se ha de advertir que los diablos en los alguaciles estamos por fuerza y de mala gana, por lo cual, si queréis acertarme, debéis llamarme a mí demonio enaguacilado, y no a éste alguacil endemoniado, y avenisos mejor los hombres con nosotros que con ellos, si bien nuestra cárcel es peor, nuestro agarro, perdurable[88]. Verdugos y alguaciles malos parece que tenemos un mismo oficio, pues, bien mirado, nosotros procuramos condenar y los alguaciles también; nosotros, que haya vicios y pecados en el mundo, y los alguaciles lo desean y procuran, al parecer, con más ahinco, porque ellos lo han menester para su sustento y nosotros para nuestra compañía. Y es mucho más de culpar este oficio en los alguaciles que en nosotros, pues ellos hacen mal a hombres como ellos y a los de su género, [Pg 64]y nosotros no[89]. Fuera desto, los demonios lo fuimos por querer ser como Dios, y los alguaciles son alguaciles por querer ser menos que todos[90]. Persuádete que alguaciles y nosotros somos de una profesión, sino que ellos son diablos con varilla, como cohetes, y nosotros alguaciles sin vara, que hacemos áspera vida en el infierno[91].

Admiráronme las sutilezas del diablo. Enojóse Calabrés, revolvió sus conjuros, quísole enmudecer, y no pudo, y al echarle agua bendita comenzó a huir y a dar voces, diciendo:

—Clérigo, cata que no hace estos sentimientos el alguacil por la parte de bendita, sino por ser agua. No hay cosa que tanto aborrezca, pues si en su nombre se llama alguacil, es encajada una l en medio[92]. Yo no traigo corchetes[93] [Pg 65]ni soplones ni escribanito. Quítenme la tara[94] como al carbón y hágase la cuenta entre mí y el agarrador. Y porque acabéis de conocer quién son y cuán poco tienen de cristianos, advertid que de pocos nombres que del tiempo de los moros quedaron en España, llamándose ellos merinos[95], le han dejado por llamarse alguaciles. Que alguacil es palabra morisca. Y hacen bien, que conviene el nombre con la vida y ella con sus hechos.

—Eso es muy insolente cosa oírlo—dijo furioso mi licenciado—, y, si le damos licencia a este enredador, dirá otras mil bellaquerías y mucho mal de la justicia, porque corrige el mundo y le quita con su temor y diligencia las almas que tiene negociadas.

—No lo hago por eso—replicó el diablo—, sino porque ése es tu enemigo, que es de tu oficio[96]. Y ten lástima de mí y sácame del cuerpo déste, que soy demonio de prendas y calidad y perderé después mucho en el infierno por haber estado acá con malas compañías.

[Pg 66]

—Yo te echaré hoy fuera—dijo Calabrés—, de lástima de ese hombre, que aporreas por momentos y maltratas: que tus culpas no merecen piedad ni tu obstinación es capaz della.

—Pídeme albricias—respondió el diablo—si me sacas hoy. Y advierte que estos golpes que le doy y lo que le aporreo, no es sino que yo y él reñimos acá sobre quién ha de estar en mejor lugar y andamos a más diablo es él.

Acabó esto con una gran risada: corrióse mi buen licenciado y determinóse a enmudecerle. Yo, que había comenzado a gustar de las sutilezas del diablo, le pedí que, pues estábamos solos, y él, como mi confidente, sabía[97] mis cosas secretas, y yo como amigo, las suyas, que le dejase hablar, apremiándole sólo a que no maltratase el cuerpo del alguacil. Hízose así, y al punto dijo:

—Donde hay poetas, parientes tenemos en corte los diablos, y todos nos lo debéis por lo que en el infierno os sufrimos: que habéis hallado tan fácil modo de condenaros, que hierve todo él en poetas. Y hemos hecho una ensancha[98] [Pg 67]a su cuartel, y son tantos, que compiten en los votos y elecciones con los escribanos. Y no hay cosa tan graciosa como el primer año de noviciado de un poeta en penas, porque hay quien le lleva de acá cartas de favor para ministros, y créese que ha de topar con Radamanto y pregunta por el Cerbero y Aqueronte, y no puede creer sino que se los esconden.

—¿Qué géneros de penas les dan a los poetas?—repliqué yo.

—Muchas—dijo—y propias. Unos se atormentan oyendo alabar las obras de otros, y a los más es la pena el limpiarlos. Hay poeta que tiene mil años de infierno y aun no acaba de leer unas endechillas a los celos. Otros verás en otra parte aporrearse y darse de tizonazos sobre si dirá faz o cara. Cuál, para hallar un consonante no hay cerco[99] en el infierno que no haya rodado mordiéndose las uñas. Mas los que peor lo pasan y más mal lugar tienen son algunos poetas de comedias, por las muchas reinas que han hecho, las infantas[100] de Bretaña que han deshonrado, los casamientos desiguales que han efetuado en los fines de las comedias y los palos [Pg 68]que han dado a muchos hombres honrados por acabar los entremeses. Mas es de advertir que los poetas de comedias no están entre los demás, sino que, por cuanto tratan de hacer enredos y marañas, se ponen entre los procuradores y solicitadores, gente que sólo trata deso.

Y en el infierno están todos aposentados así. Que un artillero que bajó allá el otro día, queriendo que le pusiesen entre la gente de guerra, como al preguntarle del oficio que había tenido dijese que hacer tiros en el mundo, fué remitido al cuartel de los escribanos, pues son los que hacen tiros[101] en el mundo. Un sastre, porque dijo que había vivido de cortar de vestir[102], fué aposentado con los maldicientes. Un ciego, que quiso encajarse con los poetas, fué llevado a los enamorados, por serlo todos. Los que venían por el camino de los locos[103], ponemos con los astrólogos, y a los por mentecatos, con los alquimistas.

[Pg 69]

Uno vino por unas muertes, y está con los médicos. Los mercaderes que se condenan por vender, están con Judas. Los malos ministros, por lo que han tomado, alojan con el mal ladrón. Los necios están con los verdugos. Y un aguador, que dijo había vendido agua fría, fué llevado con los taberneros. Llegó un mohatrero tres días ha, y dijo que él se condenaba por haber vendido gato por liebre, y pusímoslo de pies con los venteros, que dan lo mismo. Al fin, el infierno está repartido en estas partes.

—Oíte decir antes de los enamorados, y por ser cosa que a mí me toca, gustaría saber si hay muchos.

—Mancha es la de los enamorados—respondió—que lo toma todo, porque todos lo son de sí mismos: algunos, de sus dineros; otros, de sus palabras; otros, de sus obras, y algunos, de las mujeres. Y destos postreros hay menos que de todos en el infierno, porque las mujeres son tales, que, con ruindades, con malos tratos y peores correspondencias les dan ocasiones de arrepentimiento cada día a los hombres. Como digo, hay pocos déstos; pero buenos y de entretenimiento, si allá cupiera[104]. Algunos hay que en celos y esperanzas amortajados y en deseos, [Pg 70]se van por la posta[105] al infierno, sin saber cómo ni cuándo ni de qué manera.

Hay amantes alacayados[106], que arden llenos de cintas; otros crinitos[107], como cometas, llenos de cabellos, y otros que en los billetes solos que llevan de sus damas ahorran veinte años de leña a la fábrica de la casa, abrasándose lardeados[108] en ellos.

Son de ver los que han querido doncellas, enamorados de doncellas, con las bocas abiertas y las manos extendidas. Déstos, unos se condenaban por tocar sin tocar pieza, hechos bufones[109] de los otros, siempre en vísperas del contento, [Pg 71]sin tener jamás el día y con sólo el título de pretendientes[110]. Otros se condenan por el beso[111], brujuleando[112] siempre los gustos sin poderlos descubrir.

Detrás de éstos, en una mazmorra, están los adúlteros[113]: éstos son los que mejor viven y peor lo pasan, pues otros les sustentan la cabalgadura y ellos la gozan.

—Gente es ésta—dije yo—cuyos agravios y favores todos son de una manera.

—Abajo, en un apartado muy sucio[114], lleno de mondaduras de rastro, quiero decir, cuernos[115], [Pg 72]están los que acá llamamos cornudos, gente que aun en el infierno no pierde la paciencia. Que, como la llevan hecha a prueba de la mala mujer que han tenido, ninguna cosa los espanta.

Tras ellos están los que se enamoran de viejas, con cadenas[116]. Que los diablos de hombres de tan mal gusto[117] aún no pensamos que estamos seguros. Y si no estuviesen con prisiones, Barrabás aún no tendría bien guardadas las asentaderas dellos. Y tales como somos, les parecemos blancos y rubios[118].

Lo primero que con éstos [Pg 73]se hace es condenarles la lujuria y su herramienta a perpetua cárcel.

Mas, dejando éstos, os quiero decir que estamos muy sentidos de los potajes que hacéis de nosotros, pintándonos con garras sin ser aguiluchos; con colas, habiendo diablos rabones[119]; con cuernos, no siendo casados, y malbarbados siempre, habiendo diablos de nosotros que podemos ser ermitaños y corregidores. Remediad esto. Que poco ha que fué Jerónimo Bosco[120] allá, y, preguntándole por qué había hecho tantos guisados de nosotros en sus sueños, dijo:

—Porque no había creído nunca que había demonios de veras.

Lo otro, y lo que más sentimos, es que, hablando comúnmente, soléis decir:

—Miren el diablo del sastre, o diablo es el sastrecillo[121].

A sastres nos comparáis, que damos leña con [Pg 74]ellos al infierno y aun nos hacemos de rogar para recibirlos. Que, si no es la póliza[122] de quinientos, nunca hacemos recibo, por no malvezarlos y que ellos no aleguen posesión: Quoniam consuetudo est altera lex. Y como tienen posesión en el hurtar y quebrantar las fiestas, fundan agravio si no les abrimos las puertas grandes, como si fuesen de casa.

También nos quejamos de que no hay cosa, por mala que sea, que no la deis al diablo, y, en enfadándoos algo, luego decís: “Pues el diablo te lleve”. Pues advertid que son más los que se van allá que los que traemos. Que no de todo hacemos caso. Dais al diablo un maltrapillo[123] y no le toma el diablo, porque hay algún maltrapillo que no le tomará el diablo. Dais al diablo un italiano, y no le toma el diablo, porque hay italiano que tomará al diablo. Y advertid que las más veces dais al diablo lo que él ya se tiene, digo, nos tenemos.

[Pg 75]

—¿Hay reyes en el infierno?—le pregunté yo.

Y satisfizo a mi duda, diciendo:

—Todo el infierno es figuras[124] y hay muchos de los gentiles, porque el poder, libertad y mando les hace sacar a las virtudes de su medio y llegan los vicios a su extremo, y, viéndose en la suma reverencia de sus vasallos y con la grandeza puestos a dioses, quieren valer punto menos y parecerlo, y tienen muchos caminos para condenarse y muchos que los ayudan. Porque uno se condena por la crueldad, y, matando y destruyendo, es una guadaña coronada de vicios y una peste real de sus reinos. Otros se pierden por la cudicia, haciendo almacenes de sus villas y ciudades a fuerza de grandes pechos, que, en vez de criar, desustancian[125]. Y otros se van al infierno por terceras personas y se condenan por poderes, fiándose de infames ministros. Y es dolor verlos penar, porque, como bozales en trabajo, se les dobla el dolor con cualquier cosa. Sólo tienen bueno los reyes que, [Pg 76]como es gente honrada, nunca vienen solos, sino con punta de dos o tres privados, y a veces el encaje[126], y se traen todo el reino tras sí, pues todos se gobiernan por ellos[127]. Aunque privado y rey es más penitencia que oficio y más carga que gozo. Ni hay cosa tan atormentada como la oreja del príncipe y del privado, pues de ella nunca escapan pretendientes quejosos y aduladores, y estos tormentos los califican para el descanso. Los malos reyes se van al infierno[128] [Pg 77]por el camino real, y los mercaderes, por el de la plata.

—¿Quién te mete ahora con los mercaderes?—dijo Calabrés.

—Manjar es que nos tiene ya empalagados a los diablos y ahítos, y aun los vomitamos. Vienen allá a millares, condenándose en castellano y en guarismo[129]. Y habéis de saber que en España los misterios de las cuentas de los extranjeros son dolorosos para los millones que vienen de las Indias[130], y que los cañones de sus plumas son de batería contra las bolsas, y no hay renta que, si la cogen en medio el Tajo de sus plumas y el Jarama de su tinta, no la ahoguen. Y, en fin, han hecho entre nosotros sospechoso este [Pg 78]nombre de asientos[131], que, como significan otra cosa, que me corro de nombrarla, no sabemos cuándo hablan a lo negociante o cuándo a lo deshonesto. Hombre destos[132] ha ido al infierno que, viendo la leña y fuego que se gasta, ha querido hacer estanco[133] de la lumbre. Y otro quiso arrendar los tormentos, pareciéndole que ganará con ellos mucho. Éstos tenemos allá junto a los jueces que acá los permitieron.

—¿Luego algunos jueces hay allá?

[Pg 79]

—¡Pues no!—dijo el espíritu—. Los jueces son nuestros faisanes, nuestros platos regalados y la simiente que más provecho y fruto nos da a los diablos. Porque de cada juez que sembramos, cogemos seis procuradores, dos relatores, cuatro escribanos, cinco letrados y cinco mil negociantes, y esto cada día. De cada escribano cogemos veinte oficiales; de cada oficial, treinta alguaciles; de cada alguacil, diez corchetes. Y si el año es fértil de trampas, no hay trojes en el infierno donde recoger el fruto de un mal ministro.

—¿También querrás decir que no hay justicia en la tierra, rebelde a los dioses?

—Y ¡cómo que no hay justicia! Pues ¿no has sabido lo de Astrea[134], que es la justicia, cuando, huyendo de la tierra, se subió al cielo? Pues por si no lo sabes, te lo quiero contar.

Vinieron la verdad y la justicia a la tierra. La una no halló comodidad por desnuda ni la otra por rigurosa. Anduvieron mucho tiempo así, hasta que la verdad, de puro necesitada, asentó con un mudo.

[Pg 80]

La justicia, desacomodada, anduvo por la tierra rogando a todos, y, viendo que no hacían caso della y que le usurpaban su nombre para honrar tiranías, determinó volverse huyendo al cielo. Salióse de las grandes ciudades y cortes y fuése a las aldeas de villanos, donde por algunos días, escondida en su pobreza, fué hospedada de la simplicidad hasta que envió contra ella requisitorias la malicia. Huyó entonces de todo punto, y fué de casa en casa pidiendo que la recogiesen. Preguntaban todos quién era. Y ella, que no sabe mentir, decía que la justicia. Respondíanle todos:

—Justicia[135], y no por mi casa; vaya por otra.

Y así, no entraba en ninguna. Subióse al cielo y apenas dejó acá pisadas. Los hombres, que esto vieron, bautizaron con su nombre algunas varas, que arden muy bien allá, y acá sólo tienen nombre de justicia ellas y los que las traen[136]. Porque hay muchos déstos en quien la vara [Pg 81]hurta más que el ladrón con ganzúa y llave falsa y escala. Y habéis de advertir que la codicia de los hombres ha hecho instrumento para hurtar todas sus partes, sentidos y potencias, que Dios les dió las unas para vivir y las otras para vivir bien. ¿No hurta la honra de la doncella con la voluntad el enamorado? ¿No hurta con el entendimiento el letrado, que le da malo y torcido a la ley? ¿No hurta con la memoria el representante, que nos lleva el tiempo? ¿No hurta el amor con los ojos, el discreto con la boca, el poderoso con los brazos, pues no medra quien no tiene los suyos; el valiente con las manos, el músico con los dedos, el gitano y cicatero[137] con las uñas, el médico con la muerte, el boticario con la salud, el astrólogo con el cielo? Y, al fin, cada uno hurta con una parte o con otra. Sólo el alguacil hurta con todo el cuerpo, pues acecha con los ojos, sigue con los pies, ase con las manos y atestigua con la boca, y, al fin, son tales los alguaciles, que dellos y de nosotros defienden a los hombres[138] pocas cosas.

—Espántome—dije yo—de ver que entre los [Pg 82]ladrones no has metido a las mujeres, pues son de casa.

—No me las nombres—respondió—, que nos tienen enfadados y cansados, y, a no haber tantas allá, no era muy mala habitación el infierno, y diéramos porque enviudáramos en el infierno mucho. Que, como se urden enredos, y ellas, desde que murió Medusa la hechicera[139], no platican[140] otro, temo no haya alguna tan atrevida que quiera probar su habilidad con alguno de nosotros, por ver si sabrá dos puntos más[141]. Aunque sola una cosa tienen buena las condenadas, por la cual se puede tratar con ellas, que, como están desesperadas, no piden nada.

—¿De cuáles se condenan más: feas o hermosas?

—Feas—dijo al instante—, seis veces más, porque los pecados, para aborrecerlos, no es menester más que cometerlos, y las hermosas, que hallan tantos que las satisfagan el apetito carnal, hártanse y arrepiéntense; pero las feas, como no hallan nadie, allá se nos van en ayunas [Pg 83]y con la misma hambre rogando a los hombres, y después que se usan ojinegras y cariaguileñas, hierve el infierno en blancas y rubias, y en viejas más que en todo, que, de envidia de las mozas, obstinadas espiran gruñendo. El otro día llevé yo una de setenta años que comía barro y hacía ejercicio para remediar las opilaciones, y se quejaba de dolor de muelas porque pensasen que las tenía. Y con tener ya amortajadas las sienes con la sábana blanca de sus canas y arada la frente, huía de los ratones y traía galas, pensando agradarnos a nosotros. Pusímosla allá por tormento al lado de un lindo déstos que se van allá con zapatos blancos y de puntillas, informados de que es tierra seca y sin lodos.

—En todo esto estoy bien—le dije—; sólo querría saber si hay en el infierno muchos pobres.

—¿Qué es pobres?—replicó.

—El hombre—dije yo—que no tiene nada de cuanto tiene el mundo.

—¡Hablara yo para mañana![142]—dijo el diablo—. Si lo que condena a los hombres es lo que tienen del mundo, y ésos no tienen nada, [Pg 84]¿cómo se condenan?[143] Por acá los libros nos tienen en blanco. Y no os espantéis, porque aun diablos les faltan a los pobres. Y a aunes más diablos sois unos para otros que nosotros mismos. ¿Hay diablo como un adulador, como un envidioso, como un amigo falso y como una mala compañía? Pues todos éstos le faltan al pobre, que no le adulan, ni le envidian, ni tiene amigo malo ni bueno ni le acompaña nadie. Éstos son los que verdaderamente viven bien y mueren mejor. ¿Cuál de vosotros sabe estimar el tiempo y poner precio al día, sabiendo que todo lo que pasó lo tiene la muerte en su poder y gobierna lo presente y aguarda todo lo por venir, como todos ellos?

—Cuando el diablo predica, el mundo se acaba. Pues ¿cómo, siendo tú padre de la mentira—dijo Calabrés—, dices cosas que bastan a convertir una piedra?

—¿Cómo?—respondió—. Por haceros mal y que no podáis decir que faltó quien os lo dijese. Y adviértase que en vuestros ojos veo muchas lágrimas de tristeza y pocas de arrepentimiento, y de las más se deben las gracias al pecado, que os harta o cansa, y no a la voluntad, que por malo le aborrezca.

[Pg 85]

—Mientes—dijo Calabrés—. Que muchos buenos hay hoy. Y ahora veo que en todo cuanto has dicho has mentido, y en pena saldrás hoy de este hombre.

Apremióle a que callase[144], y, si un diablo por sí es malo, mudo es peor que diablo.

Vuecelencia, con curiosa atención, mire esto y no mire a quien lo dijo[145]. Que por la boca de una sierpe de piedra sale un caño de agua[146].

[Pg 86]

NOTAS:

[81] En C y P: clérigo de bonete. De tres altos, de tres pisos propiamente. Solís, Hist. Mej., 3, 10: “Sería de hasta diez mil casas de segundo y tercer alto”. A. Álv., Silva, Magd., 2 c., § 2: “No es tela lisa, ni siempre de un peso; sino que tiene sus altos, como brocado”. El mejor brocado era el de tres altos, primero el fondo de la tela, segundo, la labor; tercero, el realce de plata, oro o seda escarchada o brisada.

[82] De espulgo, investigadores, de espulgar. En P: medio celemín; orillo por ceñidor, y no muy apretado, puños de Corinto. En C: tres altos: orillo por ceñidor, puños.

[83] “rosario en mano, disciplina en cinto, zapato grande y de ramplón, y oreja sorda; habla entre penitente y diciplinante, derribado el cuello al hombro, como el buen tirador que apunta al blanco, mayormente si es blanco de Méjico o de Segovia; los ojos bajos y muy clavados en el suelo, como el que cudicioso busca en él cuartos, y los pensamientos tiples, etc”. (Edición de Pamplona de 1631).

[84] “tardón en la misa y abreviador en la mesa”. (La misma y el Ms. de la Biblioteca Colombina).

[85] “gran cazador de diablos, tanto que sustentaba el cuerpo a puros espíritus”. (Ídem). Sobre estos endemoniados pueden leerse las obras de los números 602, 867 y 1057 de la Biblioteca Gallardo.

[86] “Traía en la capa remiendos sobre sano; hacía del desaliño, etc”. (Ídem).

[87] “en la sacristía”. (Edic. de Pamplona de 1631 y el Ms. Colomb).

[88] “cuanto no se puede encarecer, pues nosotros huimos de la cruz y ellos la toman por instrumento para hacer mal. ¿Quién podrá negar que demonios y alguaciles no tenemos un mismo oficio?” (Edic. de Pamplona, 1631, y el Ms. Colomb).

[89] “que somos ángeles, aunque sin gracia”. (Edic. de Pamplona y el Ms. Colomb).

[90] “Así que, por demás te cansas, padre, en poner reliquias a éste, pues no hay santo que si entra en sus manos no quede para ellas”. (Ídem).

[91] “todos somos de una orden, sino que los alguaciles son diablos calzados y nosotros diablos recoletos, que hacemos áspera vida en el infierno”. (Ídem). Con varilla, la de autoridad, que llevaba en la mano.

[92] “aborrezcan los alguaciles, pues aun por no verla en su nombre, llamándose propiamente aguaciles, han encajado una l en medio, llamándose alguaciles” (Ms. Colomb). En-aguacil-ado, dijo antes, por decirse también aguacil.

[93] Corchetes, los subordinados que acompañaban al alguacil y llevaban presos a los que él les mandaba, que por eso se llamaban así. Soplones, los que le daban el soplo y aviso de lo que pasaba; escriban-ito, que tomaba por escrito las notas.

[94] Tara, lo que se rebaja del peso en las mercancías por razón del casco o caja en que vienen encerradas.

[95] Quiere decir que son más moriscos que cristianos. Los moriscos convertidos eran harto malos cristianos comúnmente. Merino fué el gobernador y juez, y también el sayón o alguacil.

[96] Ése es tu enemigo..., refrán. “Figulus figulum odit”.

[97] “confesor, sabía”, etc. (Edición de Pamplona). El tribunal de la justa venganza, pág. 125, llama la atención sobre esta especie de haber sido confesor de Quevedo el licenciado Andreini.

[98] Ensancha, posverbal de ensanchar, como ensanche. Argensola, Maluc., 8: “Se terraplenó y levantó con sus ensanchas”.

[99] Cerco, cada región, tomado del Dante. En C: no hay cerro en el infierno que no hayan rodeado.

[100] “adúlteras”. (Ms. Colomb). Critica los resobados asuntos.

[101] Corr., 631: “Hacer tiro. (Por hacer engaño)”.

[102] Galindo, C, 1255: “Cortarle de vestir. Aquél de quien se murmura decimos que se le corta de vestir, como que se le toma la medida de su talle, traza y costumbre”. Fonseca, Amor. Dios, 1, 32: “Pónense en la iglesia mayor, sobre la losa del canónigo, cinco o seis de los que cortan de vestir sin ser sastres”.

[103] “Otro que dijo que enterraba difuntos, fué acomodado con los pasteleros. Los que vienen por locos, ponémoslos con los astrólogos”... (Ms. Colomb).

[104] Si allá cupiera, hubiera lugar para entretenimiento.

[105] Por la posta, corriendo. T. Ramón, Concept., p. 60: “Que le pongan fuego en sus cebadas, con que le hizo venir por la posta”. Sold. Píndaro, 1, 1: “Recobrándose en las perdidas fuerzas, no sólo mejoró por la posta, mas dentro de quince días se halló fuera de riesgo”.

[106] Alacayados, hechos lacayos. Corrijo así, como en B, el alacayuelos de C. Las cintas son las que regalaban las damas a sus enamorados.

[107] Crinitos, latinismo, con cabellera.

[108] Lardeados, envueltos en los billetes, como la carne en lardo. G. Alf., 1, 3, 3: “Traía descubierta la cabeza, la barba rapada, reluciéndole el pellejo, como si se le lardearan con tocino”. Esteban., 6: “Seis libras de tocino de lardear”. En C: Son de ver los amantes de monjas con las bocas abiertas y las manos estendidas, condenados por tocar. Este texto aclara el que quedó confuso en la corrección definitiva. Sobre estos amoríos monjiles, hay de aquel tiempo una valiente y desenfadada composición poética en la sección de Manuscritos de la Biblioteca Nacional, que no copio por lo larga y sus puntas y collar de obscena; parece de Quevedo.

[109] Bufones, hazmerreír; en B: buscones; en C: los otros, metiendo y sacando los dedos por las orejas, y en vísperas.

[110] Pretendientes. En C: y con título de pretendientes de Antecristo.

[111] “Están a su lado los que han querido doncellas y se han condenado por el beso, como Judas, brujuleando siempre los gustos”. (Ms. Colomb). En P: por el beso como Judas.

[112] Brujulear, atisbar, mirar al blanco propiamente, mirar por el agujerito de la puntería de la escopeta. Torr., Fil. mor., 4, 2: “Brujuleando su punto con todo tiento, apenas había disparado, cuando se vió su flecha en”.

[113] Adúlteros, así en C, y quito aduladores, que en la última corrección no viene a cuento, como se ve por lo que sigue.

[114] “En un sitio apartado están los curas y los frailes, polillas de los casados, martirio de los solteros y perseguidores, a trueque de indulgencias mentidas, de toda mujer de belleza en rostro o de ocultas gracias, aun cuando la rodee la toca, la guarde el velo y la defienda fuerte reja, que todo cede al poder de su corona sin ser reyes”. (Ms. antiguo que poseyó don José Muso y Valiente, citado por Castellanos, edición de 1840, pág. 387).

[115] Es curiosa la siguiente noticia: “De cuernos se dijo cornudo..., y de cornudo han derivado los de Madrid, entre nuestras casadas, en cierta lengua que ha descubierto el Marqués del Valle, que tiene en Nueva España un muy buen valle y lugar que llaman Cuerna-Vaca, con el cual se vió un pleito con uno de los mayores cornudos que hay de aquí allá, y creo para mí que el mejor derecho que éste tenía al lugar eran sus propios cuernos, puesto que parecía disparate a quien no sabía tan bien como yo esta historia. Bastaría que el Marqués se quiso concertar con él y darle la mitad del lugar con este partido: que pues el lugar se llamaba Cuerna-Vaca, él tomase para sí los cuernos, y para el Marqués la vaca. Y contentárase de la partición el pobre gentilhombre, sino que su mujer jamás lo quiso consentir ni se pudo acabar con ella, diciendo que, cuernos por cuernos, Valladolid en Castilla y que por la vaca lo había ella, que no por los cuernos, teniéndolos sembrados por su casa”.—Paradoxa.Trata que no solamente no es cosa mala, dañosa ni vergonzosa ser un hombre cornudo, mas que los cuernos son buenos, honrosos y provechosos. (Biblioteca Colombina, Aa, 141, 4, folio 89). El autor siguió los ejércitos del emperador Carlos V.

[116] Con cadenas, en G: todos atados con cadenas.

[117] Las asentaderas; en C: bien guardada la trasera de ellos; y tales cuales somos. Todo esto, sodomía harto manifiesta, propia, dice, de los que se enamoran de viejas.

[118] Siendo tan feos, les parecemos guapos.

[119] Rabones, sin rabo. Quito el no, como en C, que trae la edición corregida y no viene bien. Coloquio de los perros: “Tenía un asno rabón”.

[120] Jerónimo van Alken o van Aken, llamado el Bosco o Bosch, pintor holandés, nacido en 1450, 1460 o 1462, y muerto en 1516, precursor de Goya en las aguas fuertes, y de Rops, simbolista moralizador con el más crudo realismo, verdadero misionero por medio de pinturas horribles de duendes, diablos y endriagos, y añadamos maravillosas. En España se guardan las más de ellas, en el Prado y en El Escorial.

[121] En P: sastrecillo. El diablo no es sastre.

[122] Póliza, orden breve y firmada, que se da por escrito, para percibir o cobrar algún dinero.

[123] Maltrapillo, el malvestido y golfo. Ferrer, S. Andr.: “Sucede que llega un maltrapillo y sobre cosa que no monta un maravedí mueve pendencia en el mesón”. Esteban., 7: “Déjela voacé venir, seo maltrapillo”. Dar al diablo o a los diablos es de enfado: lléveselo el diablo. Corr., 573: “Dar a los diablos. (Por enfadarse; estar dado a los diablos, enfadado)”. Ídem, 278: “Dad al diablo la llave, marido, que a todas puertas abre”.

[124] Figuras, por personaje insigne, lumbrera, es una mamarrachada galicista, pues figura tiesa y figurón es de lo que se les trata con Quevedo. Pragm. tiempo: “Declaramos que sean tenidos por figuras los que a nadie quitan la gorra, y más si es de puro arrogantes”.

[125] Desustancian. Tirso, Prud. muj., 2, 20: “Y para que a todos sobre, | desustanciad al rey menos, | que no son vasallos buenos | los que a su rey tienen pobre”.

[126] Encaje. Habiendo dicho con punta de, esto es, con el pico o añadidura de, pone aquí encaje, por puntas y encajes o adornos de gorguera y vestiduras y tirando con el retruécano al encaje o ley del encaje, que dice Cervantes, o sea la distribución de la justicia se le encaja al rey en la mollera.

[127] “Dichosos vosotros, españoles, que sin merecerlo sois vasallos y gobernados por un rey tan vigilante y católico, a cuya imitación os vais al cielo, y esto si hacéis buenas obras (y no entendáis por ellas palacios suntuosos, que éstos a Dios son enfadosos, pues vemos nació en Belén, en un portal destruido); no cual otros malos reyes, que se van al infierno por el camino real”, etc. (Edición de Pamplona, 1631).

[128] “Allá tenemos un rey que hace poco llegó de acá, y si no fuera porque su mujer y un hijo que nos mandó antes, le atormentan, arañándole por asesino de sus vidas, lo pasara bien, porque en el tiempo que reinó en el mundo nos llenó el infierno de leña y de diablos ya amaestrados en el oficio. Mozo fué recomendado por él, que enciende el mayor hornillo de un soplo, y que a una vuelta de pala echa a la caldera un centenar de inquisidores. A éstos les pesa más por ser del oficio, y nosotros les damos más con que seguir allá el ejercicio que aquí tuvieron”. (Ms. de Muso y Valiente, ya citado). Cuando la censura no consintió que este párrafo corriese, hubo de recelar que alguien pudiera ver aludidos en él a Felipe II, a su mujer doña Isabel de la Paz, al príncipe don Carlos y al cardenal Espinosa.

[129] “Más almas nos ha dado Disanzon y Plasencia que Mahoma”. (Ms. Colomb). En C: España los ministros de las cuentas. En C y P: cuenta de los ginoveses son.

[130] De las Indias. Que se tardaba la flota o que se adelantaba la necesidad de las guerras, ello es que a cada paso el rey y los particulares, en farsas y en las Gradas de Sevilla, recurrían a los ginoveses, Fúcares y demás cambios, que todos eran extranjeros, los cuales les prestaban a buen interés y con mil géneros de mohatras más o menos paliadas, hasta con los famosos cambios secos. A ello alude Quevedo, y hablan en ello todos los tratadistas de cambios y usuras. Tajo de la pluma, la punta que se tajaba.

[131] Asiento es contrato, concierto u obligación, anotación escrita de una partida, y de aquí asentista o arbitrista, y además el trasero. En C: asientos, que como significan traseros, no sabemos.

[132] En C: negociante ni cuando a lo bujarrón.

[133] Estanco o monipodio que decían, esto es, monopolio, como el del Coloquio de los perros. Mercado, Tratos, 2, 8: “Haciendo monipodio con sus consortes y compañeros... Que se conciertan los mercaderes de no abajar de tanto (que llamamos los castellanos monipodio). Lo primero en el Código sub rub. de monipodiis”... Véanse Leyes del reino, don Alf. XI, t. 7, part. 5: “Cotas y posturas ponen los mercaderes entre sí, haciendo juros y cofradías, que se ayuden unos a otros, poniendo precio entre sí”. Atravesar llamaban a este estancar y acaparar unos cuantos toda la mercadería para venderla después a como ellos les parecía, de lo cual véase a Mercado, Trat., 2, 20: “Los que usan atravesar todo un género de ropa, o la mayor parte della, para que, teniéndola ellos toda, la puedan vender como quisieren y siempre quieren a precios excesivos y exorbitantes. Unos toman todas las perlas o todo el oro que ha venido en la flota, o todos los ruanes o todas las holandas o todos los anascotes o todas las rajas que vienen de Bretaña o Francia o todo el aceite de Valcargado o del Ajarafe. En Indias, o todos los vinos que han llegado o todo el herraje o todas las sedas”.

[134] Astrea. Los poetas, entre ellos Arato (96), cuentan cómo, echada la Justicia de la tierra por los desafueros de los hombres, se remontó al cielo, y ésta creen ser Astrea, o hija de Astreo, celebrada como la constelación Virgo. “Paulatim deinde ad superos Astraea recessit”. (Juvenal Sat., 6).

[135] “extrema per illos | Iustitia excedens terris vestigia fecit”. A lo que dice Natal Alejandro (Mythologia, 2, 2): “Nam quanto simpliciores erant homines, tanto iustiores erant natura: ubi legum volumina in civitatibus, quasi Astraeae testamenta composita sunt, illa simplicitas paulatim ad rusticos homines extra civitatem recessit”.

[136] “los que la tienen. Y es de manera que tornó a bajar en Cristo después, y la justicia de acá la hizo de ella; porque hay muchos déstos en quien la vara hurta más que el ladrón”. (Ms. Colomb). “Algunas varas que, fuera de las cruces, arden algunas”. (C y P).

[137] Cicatero, ladrón de bolsas o cicas. L. Rueda, 1, 100: “A los que cortan bolsas (llamamos) sicateros”. Rinc. Cort.: “Manifiéstese la cica”.

[138] En P: defiende a los hombres la Santa Iglesia romana. La Iglesia defiende de diablos y alguaciles; según el texto: pocas cosas libran a los hombres de diablos y alguaciles.

[139] Medusa, que petrificaba con el mirar de sus ojos y enhechizaba con su hermosísima cabellera.

[140] Platicar por practicar era común.

[141]Sabe un punto más que el diablo. (Por agudeza, y el vulgo dice de las mujeres que saben un punto más que el diablo, y es que para lo que quieren salen con extraordinario pensamiento)”. Correas, 565.

[142] Hablara yo para mañana; hablara yo para el tercio de la casa o para otro año. (Dícese al que ya tarde acabó de decir lo que debía o quería). Correas.

[143] En C: ¿cómo se han de condenar? Por allá los libros. En blanco, sin apuntar un solo pobre.

[144] En C y P: Usó de sus exorcismos y sin poder yo con él, le apremió a que callase.

[145] En C y P: a quien lo dijo; que Herodes profetizó y por la boca.

[146] “en la quijada de un león hay miel y el salmo dice que a veces recebimos salutem ex inimicis nostris et de manu qui oderunt nos”. (Ms. Colomb).

[Pg 87]

LAS ZAHURDAS DE PLUTÓN

Véanse las figuras y asuntos que le componen, según se notan al margen en la edición de 1631: “Camino del cielo, camino del infierno, taberneros, hipócritas, ricos, pobres, discretos, necios, negociantes, reyes, eclesiásticos, soldados, seguir la virtud, mujeres interesadas, sastres, libreros, cocheros, bufones, truhanes y juglares, chocarreros, aduladores, marido que vende su mujer, mujer pública, faranduleros, zapateros, pasteleros, corchetes y alguaciles, mercader, plateros y buhoneros, caballero hidalgo y noble, honra mundana, valentía, capitanes, caballero, dueñas, padres que dejan ricos a sus hijos, necios que dicen: ¡Oh quién hubiera!, los que abusan de la misericordia de Dios, tintureros, cornudos, sodomitas, viejas, muertos de repente, nadie muere de repente, que todo es avisos de la muerte, boticarios, barberos, zurdos, mujeres feas y que se pintan, memoria del bien perdido, gusano de la conciencia, sabios y doctos, escandalosos, taberneros, Judas, diablos, dispenseros, Judas, mujeres hermosas y malos letrados, malas mujeres, escribanos, alguaciles, enamorados, penséque, amor, poetas, los que no saben pedir a Dios, los que no cumplen los votos y promesas, hijos que no se acuerdan de sus padres muertos, ensalmadores y saludadores, saludadores, astrólogos y alquimistas, corchetes, sastres, alquimistas, astrólogos, supersticiosos, quirománticos, geométrico, mujeres hermosas, los vicios, herejes antes de Cristo, inmortalidad del alma, herejes después de Cristo, Mahoma, herejes, Lutero e impugnación de sus errores y defensa de las imágenes, defensa de las buenas obras y pasión de Cristo, Lucifer y su galería, emperadores, reyes, aposento de Lucifer y quién hay en él, alguaciles, coronistas, pesquisidores, doncellas, demandadores, madres postizas”.

[Pg 88]
[Pg 89]

[Pg 90]

[Pg 91]

CARTA A UN AMIGO SUYO

Envío a vuesamerced este discurso tercero al Sueño y al Alguacil, donde puedo decir que he rematado las pocas fuerzas de mi ingenio, no sé si con alguna dicha. Quiera Dios halle algún agradecimiento mi deseo, cuando no merezca alabanza mi trabajo, que con esto tendré algún premio de los que da el vulgo con mano escasa. Que no soy tan soberbio que me precie de tener envidiosos, pues de tenerlos, tuviera por gloriosa recompensa el merecerlos tener. Vuesamerced, en Zaragoza, comunique este papel, haciéndole la acogida que a todas mis cosas, mientras yo acá esfuerzo la paciencia a maliciosas calumnias, que al parto de mis obras, sea aborto, suelen anticipar mis enemigos. Dé Dios a vuesamerced paz y salud. Del Fresno y mayo 3 de 1608.

[Pg 92]

Don Francisco de Quevedo Villegas.

[Pg 93]

PRÓLOGO AL INGRATO Y DESCONOCIDO LECTOR

Eres tan perverso, que ni te obligué llamándote pío, benévolo ni benigno en los más discursos porque no me persiguieses, y, ya desengañado, quiero hablar contigo claramente. Este discurso es del infierno. No me arguyas de maldiciente, porque digo mal de los que hay en él, pues no es posible que haya dentro nadie que bueno sea. Si te parece largo, en tu mano está: toma el infierno que te bastare y calla. Y si algo no te parece bien, o lo disimula piadoso o lo enmienda docto. Que errar es de hombres y ser herrado de bestias o esclavos. Si fuere oscuro, nunca el infierno fué claro; si triste y melancólico, yo no he prometido risa. Sólo te pido, lector, y aun te conjuro por todos los prólogos, que no tuerzas las razones ni ofendas con malicia mi buen celo. Pues, lo primero, guardo el decoro a las personas, y sólo reprendo los vicios, murmuro los[Pg 94] descuidos y demasías de algunos oficiales, sin tocar en la pureza de los oficios, y, al fin, si te agradare el discurso, tú te holgarás, y si no, poco importa: que a mí de ti ni de él se me da nada.—Vale.

[Pg 95]

DISCURSO

Yo, que en el Sueño vi tantas cosas y en el Alguacil alguacilado oí parte de las que no había visto, como sé que los sueños, las más veces, son burla de la fantasía y ocio del alma, y que el malo nunca dijo verdad[147], por no tener cierta noticia de las cosas que justamente se nos esconden[148], vi, guiado de mi ingenio, lo que se sigue, por particular providencia, que fué para traerme en el miedo la verdadera paz.

Halléme en un lugar favorecido de naturaleza por el sosiego amable, donde, sin malicia, la hermosura entretenía la vista, muda recreación y sin respuesta humana, platicaban las fuentes entre las guijas y los árboles por las hojas, tal vez cantaba el pájaro, ni sé determinadamente [Pg 96]si en competencia suya o agradeciéndoles su armonía. Ved cuál es de peregrino nuestro deseo, que no hallo paz en nada desto. Tendí los ojos, codicioso de ver algún camino por buscar compañía, y veo, cosa digna de admiración, dos sendas[149] que nacían de un mismo lugar, y una se iba apartando de la otra, como que huyesen de acompañarse.

Era la de mano derecha tan angosta, que no [Pg 97]admite encarecimiento, y estaba, de la poca gente[150] que por ella iba, llena de abrojos y asperezas y malos pasos. Con todo, vi algunos que trabajaban en pasarla; pero, por ir descalzos y desnudos, se iban dejando en el camino, unos, el pellejo; otros, los brazos; otros, las cabezas; otros, los pies, y todos iban amarillos y flacos. Pero noté que ninguno de los que iban por aquí miraba atrás, sino todos adelante. Decir que puede ir alguno a caballo es cosa de risa. Uno de los que allí estaban, preguntándole si podría yo caminar aquel desierto a caballo, me dijo[151]:

—Déjese de caballerías y caiga de su asno.

Y miré con todo eso, y no vi huella de bestia ninguna. Y es cosa de admirar que no había señal de rueda de coche ni memoria apenas de que hubiese nadie caminado en él por allí jamás. Pregunté, espantado desto, a un mendigo, que estaba descansando y tomando aliento, si acaso había ventas en aquel camino o mesones en los paraderos. Respondióme:

[Pg 98]

—Venta aquí, señor, ni mesón, ¿cómo queréis que le haya en este camino, si es el de la virtud? En el camino de la vida—dijo—, el partir es nacer, el vivir es caminar, la venta es el mundo, y, en saliendo della, es una jornada sola y breve desde él a la pena o a la gloria.

Diciendo esto, se levantó y dijo:

—Quedaos con Dios, que en el camino de la virtud es perder tiempo el pararse uno y peligroso responder a quien pregunta por curiosidad y no por provecho.

Comenzó a andar dando tropezones y zancadillas y suspirando. Parecía que los ojos, con lágrimas, osaban ablandar los peñascos a los pies y hacer tratables los abrojos.

—¡Pesia[152] tal!—dije yo entre mí—; pues tras ser el camino tan trabajoso, ¿es la gente que en él anda tan seca y poco entretenida? ¡Para mi humor es bueno!

Di un paso atrás y salíme del camino del bien. Que jamás quise retirarme de la virtud que tuviese mucho que desandar ni que descansar. Volvíme a la mano izquierda y vi un acompañamiento tan reverendo, tanto coche, tanta carroza cargada de competencias al sol en humanas hermosuras [Pg 99]y gran cantidad de galas y libreas, lindos caballos, mucha gente de capa negra y muchos caballeros. Yo, que siempre oí decir: “Dime con quién andas y diréte quién eres”, por ir con buena compañía puse el pie en el umbral del camino, y, sin sentirlo, me hallé resbalado en medio de él, como el que se desliza por el hielo, y topé con lo que había menester. Porque aquí todos eran bailes y fiestas, juegos y saraos; y no el otro camino, que, por falta de sastres, iban en él desnudos y rotos, y aquí nos sobraban mercaderes, joyeros y todos oficios. Pues ventas, a cada paso, y bodegones, sin número. No podré encarecer qué contento me hallé en ir en compañía de gente tan honrada[153], aunque el camino estaba algo embarazado, no tanto con las mulas de los médicos como con las barbas de los letrados, que era terrible la escuadra dellos que iba delante de unos jueces. No digo esto porque fuese menor el batallón de los doctores, a quien nueva elocuencia llama ponzoñas graduadas, pues se sabe que en las universidades estudian para tósigos[154]. Animóme para proseguir mi camino el ver, no sólo que iban muchos por él, [Pg 100]sino la alegría que llevaban y que del otro se pasaban algunos al nuestro y del nuestro al otro, por sendas secretas.

Otros caían que no se podían tener, y entre ellos fué de ver el cruel resbalón que una lechigada[155] de taberneros dió en las lágrimas, que otros habían derramado en el camino, que, por ser agua, se les fueron los pies y dieron en nuestra senda unos sobre otros. Íbamos dando vaya a los que veíamos por el camino de la virtud más trabajados. Hacíamos burla dellos, llamábamosles heces del mundo y desecho de la tierra. Algunos se tapaban los oídos y pasaban adelante. Otros, que se paraban a escucharnos, dellos desvanecidos de las muchas voces y dellos persuadidos de las razones y corridos de las vayas, caían y se bajaban.

Vi una senda por donde iban muchos hombres de la misma suerte que los buenos, y desde lejos parecía que iban con ellos mismos, y, llegado que hube, vi que iban entre nosotros. Éstos me dijeron que eran los hipócritas, gente en quien la penitencia, el ayuno, que en otros son mercancía del cielo, es noviciado del infierno[156]. Iban muchas [Pg 101]mujeres tras éstos, los cuales, siendo enredo con barba y maraña con ojos y embeleco, andaban salpicando de mentira a todos, siendo estanques donde pescan adrollas[157] los embustidores. Otros se encomiendan a ellos, que es como encomendarse al diablo por tercera persona. Éstos hacen oficio la humildad y pretenden honra, yendo de estrado en estrado y de mesa en mesa. Al fin conocí que iban arrebozados para nosotros; mas para los ojos eternos, que abiertos sobre todos juzgan el secreto más escuro de los retiramientos del alma, no tienen máscara. Bien que hay [Pg 102]muchos buenos; mas son diferentes déstos, a quien antes se les ve la disimulación que la cara y alimentan su ambiciosa felicidad de aplauso de los pueblos, y, diciendo que son unos indignos y grandísimos pecadores y los más malos de la tierra, llamándose jumentos, engañan con la verdad, pues siendo hipócritas, lo son al fin. Iban éstos solos aparte, y reputados por más necios que los moros, más zafios que los bárbaros y sin ley, pues aquéllos, ya que no conocieron la vida eterna ni la van a gozar, conocieron la presente y holgáronse en ella; pero los hipócritas, ni la una ni la otra conocen, pues en ésta se atormentan y en la otra son atormentados. Y, en conclusión, déstos se dice con toda verdad que ganan el infierno con trabajos.

Todos íbamos diciendo mal unos de otros: los ricos tras la riqueza, los pobres pidiendo a los ricos lo que Dios les quitó. Van por un camino los discretos, por no dejarse gobernar de otros, y los necios, por no entender a quien los gobierna, aguijan a todo andar. Las justicias llevan tras sí los negociantes; la pasión, a las malgobernadas justicias, y los reyes, desvanecidos y ambiciosos, todas las repúblicas[158].

Vi algunos soldados, pero pocos, que por la [Pg 103]otra senda infinitos iban en hileras ordenados, honradamente triunfando; pero los pocos que nos cupieron acá era gente que, si, como habían extendido el nombre de Dios jurando, lo hubieran hecho peleando, fueran famosos. Dos corrilleros[159] solos iban muy desnudos, que, por la mayor parte, los tales, que viven por su culpa, traen los golpes en los vestidos y sanos los cuerpos. Andaban contando entre sí las ocasiones en que se habían visto, los malos pasos que habían andado, que nunca éstos andan en buenos pasos. Nada los oíamos[160]; sólo, cuando por encarecer sus servicios dijo uno a los otros ¿qué digo, camarada?, ¡qué trances hemos pasado y qué tragos!, lo de los tragos se les creyó[161]. Miraban a estos pocos los muchos capitanes, maestres de campo, generales de ejércitos, que iban por el camino de la mano derecha enternecidos. Y oí decir a uno dellos que no lo pudo sufrir, mirando las hojas de lata[162] llenas de papeles inútiles que llevaban estos ciegos:

[Pg 104]

—¿Qué digo? ¿Soldados por acá? ¿Esto es de valientes, dejar este camino, de miedo de sus dificultades? Venid, que por aquí de cierto sabemos que sólo coronan[163] al que vence. ¿Qué vana esperanza os arrastra con anticipadas promesas de los reyes? No siempre con almas vendidas es bien que temerosamente suene en vuestros oídos: “Mata o muere”. Reprended la hambre del premio, que de buen varón es seguir la virtud sola y de cudiciosos los premios no más, y, quien no sosiega en la virtud y la sigue por el interés y mercedes que se siguen, más es mercader que virtuoso, pues la hace a precio de perecederos bienes. Ella es don de sí misma: quietaos en ella.

Y aquí alzó la voz, y dijo:

—Advertid que la vida del hombre es guerra[164] consigo mismo y que toda la vida nos tienen en armas los enemigos del alma, que nos amenazan más dañoso vencimiento. Y advertid que ya los príncipes tienen por deuda nuestra sangre y vida, pues perdiéndolas por ellos, los más dicen que los pagamos y no que los servimos. ¡Volved, volved!

[Pg 105]

Oyéronlo ellos muy atentamente,[165] y, enternecidos y enseñados, se encaminaron bien con los demás soldados.

Iban las mujeres al infierno tras el dinero de los hombres, y los hombres tras ellas y su dinero, tropezando unos con otros.

Noté cómo, al fin del camino de los buenos, algunos se engañaban y pasaban al de la perdición. Porque, como ellos saben que el camino[166] es angosto y el del infierno ancho, y al acabar veían al suyo ancho y el nuestro angosto, pensando que habían errado o trocado los caminos, se pasaban acá, y de acá allá los que se desengañaban del remate del nuestro.

Vi una mujer que iba a pie, y espantado de que mujer se fuese al infierno sin silla o coche, busqué un escribano que me diera fe dello, y en todo el camino del infierno pude hallar ningún escribano ni alguacil. Y como no los vi en él, luego colegí que era aquél el camino[167] y este otro al revés. Quedé algo consolado y sólo me quedaba duda que cómo yo había oído decir que iban con grandes asperezas y penitencias [Pg 106]por el camino dél[168], y veía que todas se iban holgando, cuando me sacó desta duda una gran parva de casados, que venían con sus mujeres de las manos, y que la mujer era ayuno del marido, pues por darle la perdiz y el capón, no comía, y que era su desnudez, pues por darle galas demasiadas y joyas impertinentes iba en cueros, y, al fin, conocí que un malcasado tiene en su mujer toda la herramienta necesaria para la muerte, y ellos y ellas, a veces el infierno portátil.

Ver esta asperísima penitencia me confirmó de nuevo en que íbamos bien. Mas duróme poco, porque oí decir a mis espaldas:

—Dejen pasar los boticarios.

—¿Boticarios pasan?—dije yo entre mí—: ¡al infierno vamos!

Y fué así, porque al punto nos hallamos dentro por una puerta como de ratonera, fácil de entrar e imposible de salir por ella.

Y fué de ver que nadie en todo el camino dijo: “Al infierno vamos”, y todos, estando en él, dijeron muy espantados: “En el infierno estamos”.

—¿En el infierno?—dije yo muy afligido—. No puede ser.

Quíselo poner a pleito. Comencéme a lamentar [Pg 107]de las cosas que dejaba en el mundo: los parientes, los amigos, los conocidos, las damas. Y estando llorando esto, volví la cara hacia el mundo y vi venir por el mismo camino, despeñándose a todo correr, cuanto había conocido allá, poco menos. Consoléme algo en ver esto, y que, según se daban priesa a llegar al infierno, estarían conmigo presto. Comenzóseme a hacer áspera la morada y desapacibles los zaguanes.

Fuí entrando poco a poco entre unos sastres que se me llegaron, que iban medrosos de los diablos. En la primera entrada hallamos siete demonios escribiendo los que íbamos entrando. Preguntáronme mi nombre. Díjele, y pasé. Llegaron a mis compañeros y dijeron que eran remendones, y dijo uno de los diablos:

—Deben entender los remendones en el mundo que no se hizo el infierno sino para ellos, según se vienen por acá.

Preguntó otro diablo cuántos eran. Respondieron que ciento, y replicó un verdugo malbarbado, entrecano:

—¿Ciento y sastres? No pueden ser tan pocos; la menor partida que habemos recibido ha sido de mil y ochocientos. En verdad que estamos por no recibirles.

Afligiéronse ellos, mas, al fin, entraron. Ved cuáles son los malos, que es para ellos amenaza el no dejarlos entrar en el infierno. Entró el[Pg 108] primero un negro, chiquito, rubio, de mal pelo[169]. Dió un salto en viéndose allá, y dijo:

—Ahora acá estamos todos[170].

Salió de un lugar donde estaba aposentado un diablo de marca mayor, corcovado y cojo, y, arrojándolos en una hondura muy grande, dijo:

—Allá va leña.

Por curiosidad, me llegué a él y le pregunté de qué estaba corcovado y cojo, y me dijo, que era diablo de pocas palabras:

—Yo era recuero[171] de remendones, iba por ellos al mundo, y de traerlos a cuestas, me hice corcovado y cojo. He dado en la cuenta y hallo que se vienen ellos mucho más apriesa que yo los puedo traer.

En esto hizo otro vómito dellos el mundo y hube de entrarme, porque no había dónde estar ya allí, y el monstruo infernal empezó a traspalar, y diz que es la mejor leña que se quema en el infierno remendones de todo oficio, gente que sólo tiene bueno ser enemiga de novedades.

Pasé adelante por un pasadizo muy escuro, [Pg 109]cuando por mi nombre me llamaron. Volví a la voz los ojos, casi tan medrosa como ellos, y hablóme un hombre que, por las tinieblas, no pude divisar más de lo que la llama que le atormentaba me permitía.

—¿No me conoce?—me dijo—. A...

Ya lo iba a decir, y prosiguió tras su nombre: “el librero. Pues yo soy”.

¡Quién tal pensara! Y es verdad, Dios, que yo siempre lo sospeché, porque era su tienda el burdel de los libros, pues todos los cuerpos que tenía eran de la gente de la vida, escandalosos y burlones. Un rótulo que decía: “Aquí se vende tinta fina, papel batido y dorado”, pudiera condenar a otro que hubiera menester más apetitos por ello.

—¿Qué quiere?—me dijo viéndome suspenso tratar conmigo estas cosas—. Pues es tanta mi desgracia, que todos se condenan por las malas obras que han hecho, y yo y algunos libreros nos condenamos por las obras malas que hacen los otros y por lo que hicimos barato de los libros en romance y traducidos de latín, sabiendo ya con ellos los tontos lo que encarecían en otros tiempos los sabios. Que ya hasta el lacayo latiniza y hallarán a Horacio en castellano en la caballeriza.

Más iba a decir, sino que un demonio le c[Pg 110]omenzó a atormentar con humazos[172] de hojas de sus libros y otro a leerle algunos dellos. Yo, que vi que ya no hablaba, fuíme adelante, diciendo entre mí:

—Si hay quien se condena por obras malas ajenas, ¿qué harán los que las hicieron propias?

En esto iba, cuando en una gran zahurda andaban mucho número de ánimas gimiendo y muchos diablos con látigos y zurriagas azotándolos. Pregunté qué gente eran, y dijeron que no eran sino cocheros. Y dijo un diablo lleno de cazcarrias, romo y calvo, que quisiera más, a manera de decir, lidiar con lacayos. Porque había cochero de aquéllos que pedía aun dineros por ser atormentado, y que la tema de todos era que habían de poner pleito a los diablos por el oficio, pues no sabían chasquear los azotes[173] tan bien como ellos.

—¿Qué causa hay para que éstos penen aquí?—dije.

[Pg 111]

Y tan presto se levantó un cochero viejo de aquéllos, barbinegro y malcarado, y dijo:

—Señor, porque, siendo pícaros, nos venimos al infierno a caballo y mandando.

Aquí le replicó el diablo:

—¿Y por qué calláis lo que encubristeis en el mundo, los pecados que facilitasteis y lo que mentisteis en un oficio tan vil?

Dijo un cochero que lo había sido de un caballero, y aun esperaba que le había de sacar de allí:

—No ha habido tan honrado oficio en el mundo de diez años a esta parte, pues nos llegaron a poner cotas y sayos vaqueros, hábitos largos y valona, en forma de cuellos bajos[174]. ¿Cómo supieran condenarse las mujeres de los pícaros en su rincón, si no fuera por el desvanecimiento de verse en coche? Que hay mujer destos de honra postiza, que se fué por su pie al don[175], y por tirar una cortina, ir a una testera, hartará de ánimas a Perogotero[176].

—Así—dijo un diablo—, soltóse el cocherillo y no callará en diez años.

[Pg 112]

—¿Qué he de callar—dijo—, si nos tratáis de esta manera, debiendo regalarnos? Pues no os traemos al infierno la hacienda maltratada, arrastrada y a pie, llena de lodos, como los siempre rotos escuderos, zanqueando y despeados, sino sahumada[177], descansada, limpia y en coche. Por otros lo hiciéramos, que lo supieran agradecer. Pues ¡decir que merezco yo eso por barato y bienhablado y aguanoso[178], o porque llevé tullidos a misa, enfermos a comulgar o monjas a sus conventos! No se probará que en mi coche entrase nadie con buen pensamiento. Llegó a tanto, que por casarse y saber si una era doncella se hacía información si había entrado en él, porque era señal de corrupción. ¿Y tras desto me das este pago?

—Vía[179]—dijo un demonio mulato y zurdo.

[Pg 113]

Redobló los palos y callaron. Y forzóme ir adelante el mal olor de los cocheros, que andaban por allí.

Y lleguéme a unas bóvedas, donde comencé a tiritar de frío y dar diente con diente, que me helaba. Pregunté, movido de la novedad de ver frío en el infierno, qué era aquello, y salió a responder un diablo zambo, con espolones y grietas, lleno de sabañones, y dijo:

—Señor, este frío es de que en esta parte están recogidos los bufones, truhanes y juglares chocarreros, hombres por de más y que sobran en el mundo y que están aquí retirados, porque, si anduvieran por el infierno sueltos, su frialdad[180] es tanta, que templaría el dolor del fuego.

Pedíle licencia para llegar a verlos. Diómela y calofriado[181] llegué, y vi la más infame casilla del mundo y una cosa, que no habrá quien lo crea, que se atormentaban unos a otros con las gracias que habían dicho acá. Y entre los bufones vi muchos hombres honrados, que yo había tenido por tales. Pregunté la causa y respondióme un [Pg 114]diablo que eran aduladores y que por esto eran bufones de entre cuero y carne[182]. Y repliqué yo cómo se condenaban, y me respondieron[183]:

—Gente es que se viene acá sin avisar, a mesa puesta y a cama hecha[184], como en su casa. Y en parte, los queremos bien, porque ellos se son diablos para sí y para otros y nos ahorran de trabajos y se condenan a sí mismos, y por la mayor parte, en vida, los más ya andan con marca del infierno. Porque, el que no se deja arrancar los dientes por dinero, se deja matar hachas[185] en las nalgas o pelar las cejas. Y así, cuando acá los atormentamos, muchos dellos, después de las penas, sólo echan menos las pagas. ¿Veis aquél?—me dijo—. Pues mal juez fué, y está entre los bufones, pues por dar gusto no hizo justicia, y a los derechos, que no hizo tuertos[186], los hizo bizcos.

[Pg 115]

Aquél fué marido descuidado, y está también entre los bufones, porque por dar gusto a todos, vendió el que tenía con su esposa, y tomaba a su mujer en dineros como ración y se iba a sufrir[187]. Aquella mujer, aunque principal, fué juglar, y está entre los truhanes, porque por dar gusto, hizo plato[188] de sí misma a todo apetito.

Al fin, de todos estados entran en el número de los bufones, y por eso hay tantos que, bien mirado, en el mundo todos sois bufones, pues los unos os andáis riendo de los otros, y en todos, como digo, es naturaleza y en unos pocos oficio. Fuera déstos, hay bufones desgranados y bufones en racimos. Los desgranados son los que de uno en uno y de dos en dos andan a casa de los señores. Los en racimo son los faranduleros miserables de bululú[189], y déstos os certifico [Pg 116]que, si ellos no se nos viniesen por acá, que nosotros no iríamos por ellos.

Trabóse una pendencia adentro, y el diablo acudió a ver lo que era. Yo, que me vi suelto, entréme por un corral adelante, y hedía a chinches que no se podía sufrir.

—A chinches hiede—dije yo—: apostaré que alojan por aquí los zapateros.

Y fué así, porque luego sentí el ruido de los bojes y vi los tranchetes. Tapéme las narices y asoméme a la zahurda donde estaban, y había infinitos. Díjome el guardián:

—Éstos son los que vinieron consigo mismos, digo, en cueros[190]. Y como otros se van al infierno por su pie, éstos se van por los ajenos[191] y por los suyos y así vienen tan ligeros.

Y doy fe de que en todo el infierno no hay árbol ninguno chico ni grande y que mintió Virgilio en decir que había mirtos en el lugar de los amantes, porque yo no vi selva ninguna, sino en [Pg 117]el cuartel que dije de los zapateros, que estaba todo lleno de bojes, que no se gasta otra madera en los edificios.

Estaban todos los zapateros vomitando de asco de unos pasteleros, que se les arrimaban a las puertas, que no cabían en un silo[192], donde estaban tantos, que andaban mil diablos con pisones atestando almas de pasteleros y aún no bastaban.

—¡Ay de nosotros—dijo uno—, que nos condenamos por el pecado de la carne[193], sin conocer mujer, tratando más en huesos!

Lamentábase bravamente, cuando dijo un diablo:

—Ladrones, ¿quién merece el infierno mejor que vosotros, pues habéis hecho comer a los hombres caspa y os han servido de pañizuelos los de a real, sonándoos en ellos, donde muchas veces pasó por caña el tuétano de las narices? ¿Qué de estómagos pudieran ladrar, si resucitaran los perros que les hicistes comer? ¿Cuántas veces pasó por pasa la mosca golosa y muchas fué el mayor bocado de carne que comió el dueño del pastel? ¿Qué de dientes habéis hecho jinetes[194] [Pg 118]y qué de estómagos habéis traído a caballo, dándoles a comer rocines enteros? ¿Y os quejáis, siendo gente antes condenada que nacida, los que hacéis así vuestro oficio? Pues ¿qué pudiera decir de vuestros caldos? Mas no soy amigo de revolver caldos. Padeced[195] y callad enhoramala. Que más hacemos nosotros en atormentaros que vosotros en sufrirlo. Y vos andad adelante, me dijo a mí, que tenemos que hacer éstos y yo.

Partíme de allí y subíme por una cuesta donde en la cumbre y alrededor se estaban abrasando unos hombres en fuego inmortal, el cual encendían los diablos, en lugar de fuelles, con corchetes, que soplaban mucho más. Que aun allá tienen este oficio[196] y son abanicos de culpas y resuello de la provincia y vaharada[197] del verdugo.

Vi un mercader que poco antes había muerto.

—¿Acá estáis?—dije yo—. ¿Qué os parece?

[Pg 119]

¿No valiera más haber tenido poca hacienda y no estar aquí?

Dijo en esto uno de los atormentadores:

—Pensaron que no había más y quisieron con la vara de medir sacar agua de las piedras[198]. Éstos son—dijo—los que han ganado como buenos caballeros el infierno por sus pulgares[199], pues a puras pulgaradas[200] se nos vienen acá. Mas ¿quién duda que la oscuridad de sus tiendas[201] les prometía estas tinieblas? Gente es ésta—dijo al cabo muy enojado—que quiso ser como Dios, pues pretendieron ser sin medida; mas Él, que todo [Pg 120]lo ve, los trajo de sus rasos[202] a estos nublados, que los atormenten con rayos. Y si quieres acabar de saber cómo éstos son los que sirven allá a la locura de los hombres, juntamente con los plateros y buhoneros, has de advertir que, si Dios hiciera que el mundo amaneciera cuerdo un día, todos éstos quedaran pobres, pues entonces se conociera que en el diamante, perlas, oro y sedas diferentes, pagamos más lo inútil y demasiado y raro que lo necesario y honesto. Y advertid ahora que la cosa que más cara se os vende en el mundo es lo que menos vale, que es la vanidad que tenéis. Y estos mercaderes son los que alimentan todos vuestros desórdenes y apetitos.

Tenía talle[203] de no acabar sus propiedades, si yo no me pasara adelante, movido de admiración de unas grandes carcajadas que oí. Fuíme allá por ver risa en el infierno, cosa tan nueva.

—¿Qué es esto?—dije.

Cuando veo dos hombres dando voces en un alto, muy bien vestidos con calzas atacadas. El uno con capa y gorra, puños como cuellos y cuellos como calzas. El otro traía valones y un pergamino [Pg 121]en las manos. Y a cada palabra que hablaban, se hundían siete u ocho mil diablos de risa y ellos se enojaban más. Lleguéme más cerca por oírlos, y oí al del pergamino, que, a la cuenta, era hidalgo, que decía:

—Pues si mi padre se decía tal cual y soy nieto de Esteban tales y cuales, y ha habido en mi linaje trece capitanes valerosísimos y de parte de mi madre doña Rodriga desciendo de cinco catedráticos los más doctos del mundo, ¿cómo me puedo haber condenado? Y tengo mi ejecutoria y soy libre de todo y no debo pagar pecho.

—Pues pagad espalda—dijo un diablo.

Y dióle luego cuatro palos en ellas, que le derribó de la cuesta. Y luego le dijo:

—Acabaos de desengañar, que el que desciende del Cid, de Bernardo y de Gofredo[204], y no es como ellos, sino vicioso como vos, ése tal más destruye el linaje que lo hereda. Toda la sangre, hidalguillo, es colorada. Parecedlo en las costumbres y entonces creeré que descendéis del docto, cuando lo fuéredes o procuráredes serlo, y si no, vuestra nobleza será mentira breve en cuanto durare la vida. Que en la chancillería del infierno arrúgase el pergamino y consúmense [Pg 122]las letras, y, el que en el mundo es virtuoso, ése es el hidalgo, y la virtud es la ejecutoria que acá respetamos, pues aunque descienda de hombres viles y bajos, como él con divinas costumbres se haga digno de imitación, se hace noble a sí y hace linaje para otros. Reímonos acá de ver lo que ultrajáis a los villanos, moros y judíos, como si en éstos no cupieran las virtudes, que vosotros despreciáis.

Tres cosas son las que hacen ridículos a los hombres: la primera, la nobleza; la segunda, la honra; la tercera, la valentía. Pues es cierto que os contentáis con que hayan tenido vuestros padres virtud y nobleza para decir que la tenéis vosotros, siendo inútil parto del mundo. Acierta a tener muchas letras el hijo del labrador, es arzobispo el villano que se aplica a honestos estudios, y los caballeros que descienden de buenos padres, como si hubieran ellos de gobernar el cargo que les dan, quieren, ¡ved qué ciegos!, que les valga a ellos, viciosos, la virtud ajena de trescientos mil años, ya casi olvidada, y no quieren que el pobre se honre con la propia.

Carcomióse el hidalgo de oir estas cosas, y el caballero que estaba a su lado se afligía, pegando los abanillos[205] del cuello y volviendo las cuchilladas de las calzas.

[Pg 123]

—Pues ¿qué diré de la honra mundana? Que más tiranías hace en el mundo y más daños y la que más gustos estorba. Muere de hambre un caballero pobre, no tiene con qué vestirse, ándase roto y remendado, o da en ladrón, y no lo pide, porque dice que tiene honra; ni quiere servir, porque dice que es deshonra. Todo cuanto se busca y afana dicen los hombres que es por sustentar honra. ¡Oh, lo que gasta la honra! Y llegado a ver lo que es la honra mundana, no es nada. Por la honra no come el que tiene gana donde le sabría bien. Por la honra se muere la viuda entre dos paredes. Por la honra, sin saber qué es hombre ni qué es gusto, se pasa la doncella treinta años casada consigo misma. Por la honra, la casada se quita a su deseo cuanto pide. Por la honra, pasan los hombres el mar. Por la honra, mata un hombre a otro. Por la honra, gastan todos más de lo que tienen. Y es la honra mundana, según esto, una necedad del [Pg 124]cuerpo y alma, pues al uno quita los gustos y al otro el descanso. Y porque veáis cuáles sois los hombres desgraciados y cuán a peligro tenéis lo que más estimáis, hase de advertir que las cosas de más valor en vosotros son la honra, la vida y la hacienda. La honra está en arbitrio de las mujeres; la vida, en manos de los doctores, y la hacienda en las plumas de los escribanos.

—Desvaneceos, pues, bien, mortales—dije yo entre mí—. ¡Y cómo se echa de ver que esto es el infierno, donde, por atormentar a los hombres con amarguras, les dicen las verdades.

Tornó en esto a proseguir, y dijo:

—¡La valentía! ¿Hay cosa tan digna de burla? Pues, no habiendo ninguna en el mundo sino la caridad, con que se vence la fiereza de otros y la de sí mismo y la de los mártires, todo el mundo es de valientes; siendo verdad que todo cuanto hacen los hombres, cuanto han hecho tantos capitanes valerosos como ha habido en la guerra, no lo han hecho de valentía, sino de miedo. Pues el que pelea en la tierra por defendella, pelea de miedo de mayor mal, que es ser cautivo y verse muerto, y el que sale a conquistar los que están en sus casas, a veces lo hace de miedo de que el otro no le acometa, y los que no llevan este intento, van vencidos de la cudicia.

[Pg 125]

—¡Ved qué valientes! ¡A robar oro y a inquietar los pueblos apartados, a quien Dios puso como defensa a nuestra ambición mares en medio y montañas ásperas! Mata uno a otro, primero vencido de la ira, pasión ciega, y otras veces de miedo de que le mate a él. Así, hombres que todo lo entendéis al revés, bobo llamáis al que no es sedicioso, alborotador y maldiciente; sabio llamáis al malacondicionado, perturbador y escandaloso; valiente, al que perturba el sosiego, y cobarde, al que con bien-compuestas costumbres escondido de las ocasiones, no da lugar a que le pierdan el respeto. Éstos tales son en quien ningún vicio tiene licencia.

—¡Oh, pesia tal!—dije yo—. Más estimo haber oído este diablo que cuanto tengo.

Dijo en esto el de las calzas atacadas muy mohíno:

—Todo eso se entiende con ese escudero; pero no conmigo, a fe de caballero—y tornó a decir caballero tres cuartos de hora—. Que es ruin término y descortesía. ¡Deben de pensar que todos somos unos!

Esto les dió a los diablos grandísima risa. Y luego, llegándose uno a él, le dijo que se desenojase y mirase qué había menester y qué era la cosa que más pena le daba, porque le querían tratar como quien era. Y al punto dijo:

[Pg 126]

—¡Bésoos las manos! Un molde para repasar el cuello.

Tornaron a reír y él a atormentarse de nuevo.

Yo, que tenía gana de ver todo lo que hubiese, pareciendo que me había detenido mucho, me partí. Y a poco que anduve, topé una laguna muy grande como el mar, y más sucia, adonde era tanto el ruido, que se me desvaneció la cabeza. Pregunté lo que era aquello, y dijéronme que allí penaban las mujeres que en el mundo se volvieron dueñas. Así supe cómo las dueñas de acá son ranas del infierno, que eternamente como ranas están hablando, sin tono y sin son[206], húmedas y en cieno, y son propiamente ranas infernales. Porque las dueñas ni son carne ni pescado[207], como ellas. Dióme grande risa el verlas convertidas en sabandijas tan pierniabiertas y que no se comen sino de medio abajo, como la dueña, cuya cara siempre es trabajosa y arrugada.

Salí, dejando el charco a mano izquierda, a [Pg 127]una dehesa donde estaban muchos hombres arañándose y dando voces, y eran infinitísimos y tenía seis porteros. Pregunté a uno qué gente era aquélla tan vieja y tan en cantidad.

—Éste es—dijo—el cuarto de los padres que se condenan por dejar ricos a sus hijos, que, por otro nombre, se llama el cuarto de los necios.

—¡Ay de mí!—dijo en esto uno—. Que no tuve día sosegado en la otra vida ni comí ni vestí por hacer un mayorazgo, y después de hecho, por aumentarle. Y en haciéndole, me morí sin médico, por no gastar dineros amontonados. Y apenas espiré, cuando mi hijo se enjugó las lágrimas con ellos. Y cierto de que estaba en el infierno por lo que vió que había ahorrado, viendo que no había menester misas, no me las dijo ni cumplió manda mía. Y permite Dios que aquí para más pena le vea desperdiciar lo que yo afané, y le oigo decir:

—Ya se condenó mi padre. ¿Por qué no tomó más sobre su ánima y se condenó por cosas de más importancia?

—¿Queréis saber—dijo un demonio—qué tanta[208] verdad es ésa? Que tienen ya por refrán [Pg 128]en el mundo contra estos miserables decir: “Dichoso el hijo que tiene a su padre en el infierno”.[209]

Apenas oyeron esto, cuando se pusieron todos a aullar y darse de bofetones. Hiciéronme lástima, no lo pude sufrir, y pasé adelante.

Y llegando a una cárcel oscurísima, oí grande ruido de cadenas y grillos, fuego, azotes y gritos. Pregunté a uno de los que allí estaban qué estancia era aquélla, y dijéronme que era el cuarto de los de: ¡Oh, quién hubiera![210]

—No lo entiendo—dije—. ¿Quién son los de ¡oh, quién hubiera!?

Dijo al punto:

—Son gente necia que en el mundo vivía mal y se condenó sin entenderlo, y ahora acá se les va todo en decir: ¡Oh, quién hubiera oído misa! ¡Oh, quién hubiera callado! ¡Oh, quién hubiera favorecido al pobre! ¡Oh, quién no hubiera hurtado!

[Pg 129]

Huí medroso de tan mala gente y tan ciega y di en unos corrales con otra peor. Pero admiróme más el título con que estaban aquí, porque preguntándoselo a un demonio, me dijo:

—Estos son los de: ¡Dios es piadoso!

—¡Dios sea conmigo!—dije al punto—. Pues ¿cómo puede ser que la misericordia condene siendo eso de la justicia? Vos habláis como diablo.

—Y vos—dijo el maldito—, como ignorante, pues no sabéis que la mitad de los que están aquí se condenan por la misericordia de Dios. Y si no, mirad cuántos son los que, cuando hacen algo malhecho y se lo reprenden, pasan adelante y dicen: “Dios es piadoso y no mira en niñerías; para eso es la misericordia de Dios tanta”. Y con esto, mientras ellos haciendo mal esperan en Dios, nosotros los esperamos acá.

—Luego ¿no se ha de esperar en Dios y en su misericordia?—dije yo.

—No lo entiendes—me respondieron—. Que de la piedad de Dios se ha de fiar, porque ayuda a buenos deseos y premia buenas obras; pero no todas veces con consentimiento de obstinaciones. Que se burlan a sí las almas, que consideran la misericordia de Dios encubridora de maldades y la aguardan como ellas la han menester, y no como ella es, purísima y infinita en[Pg 130] los santos y capaces della, pues, los mismos que más en ella están confiados, son los que menos la dan para su remedio. No merece la piedad de Dios quien, sabiendo que es tanta, la convierte en licencia y no en provecho espiritual. Y de muchos tiene Dios misericordia que no la merecen ellos. Y en los más es así, pues nada de su mano pueden, sino por favor, y el hombre que más hace es procurar merecerla. Porque no os desvanezcáis y sepáis que aguardáis siempre al postrero día lo que quisiérades haber hecho al primero y que las más veces está pasado por vosotros lo que teméis que ha de venir.

—Esto se ve y se oye en el infierno. ¡Ah, lo que aprovechara allá uno destos escarmentados!

Diciendo esto, llegué a una caballeriza donde estaban los tintoreros, que no averiguara un pesquisidor quiénes eran, porque los diablos parecían tintoreros y los tintoreros diablos. Pregunté a un mulato, que a puros cuernos tenía hecha espetera la frente, que dónde estaban los sodomitas, las viejas y los cornudos. Dijo:

—En todo el infierno están. Que ésa es gente que en vida son diablos, pues es su oficio traer corona de hueso[211]. De los sodomitas y viejas, no sólo no sabemos dellos, pero ni querríamos saber que supiesen de nosotros. Que en ellos peligran [Pg 131]nuestras asentaderas, y los diablos por eso traemos colas. Porque, como aquéllos están acá, habemos menester mosqueador de los rabos. De las viejas, porque aun acá nos enfadan y atormentan, y, no hartas de vida, hay algunas que nos enamoran; muchas han venido acá muy arrugadas y canas y sin diente ni muela, y ninguna ha venido cansada de vivir. Y otra cosa más graciosa, que si os informáis dellas, ninguna vieja hay en el infierno. Porque la que está calva y sin muelas, arrugada y lagañosa de pura edad y de puro vieja, dice que el cabello se le cayó de una enfermedad, que los dientes y muelas se le cayeron de comer dulce, que está jibada de un golpe. Y no confesará que son años, si pensara[212] remozar por confesarlo.

Junto a éstos estaban unos pocos dando voces y quejándose de su desdicha.

—¿Qué gente es ésta?—pregunté.

Y respondióme uno dellos:

—Los sin ventura, muertos de repente.

—Mentís—dijo un diablo—. Que ningún hombre muere de repente; de descuidado y divertido, sí. ¿Cómo puede morir de repente quien dende que nace ve que va corriendo por la [Pg 132]vida y lleva consigo la muerte? ¿Qué otra cosa veis en el mundo sino entierros, muertos y sepulturas? ¿Qué otra cosa oís en los púlpitos y leéis en los libros? ¿A qué volvéis los ojos que no os acuerde de la muerte? Vuestro vestido que se gasta, la casa que se cae, el muro que se envejece y hasta el sueño cada día os acuerda de la muerte, retratándola en sí. Pues ¿cómo puede haber hombre que se muera de repente en el mundo, si siempre lo andan avisando tantas cosas? No os habéis de llamar, no, gente que murió de repente, sino gente que murió incrédula de que podía morir así, sabiendo con cuán secretos pies entra la muerte en la mayor mocedad y que en una misma hora, en dar bien y mal, suele ser madre y madrastra.

Volví la cabeza a un lado y vi en un seno muy grande apretura de almas y dióme un mal olor.

—¿Qué es esto?—dije.

Y respondióme un juez amarillo, que estaba castigándolos:

—Éstos son los boticarios, que tienen el infierno lleno de bote en bote[213]. Gente que, como [Pg 133]otros buscan ayudas[214] para salvarse, éstos las tienen para condenarse. Éstos son los verdaderos alquimistas, que no Demócrito Abderita en la Arte sacra, Avicena, Géber ni Raimundo Lull. Porque ellos escribieron cómo de los metales se podía hacer oro y no lo hicieron ellos, y, si lo hicieron, nadie lo ha sabido hacer después acá; pero estos tales boticarios de la agua turbia, que no clara, hacen oro y de los palos[215], oro hacen de las moscas, del estiércol; oro hacen de las arañas, de los alacranes y sapos, y oro hacen del papel, pues venden hasta el papel en que dan el ungüento. Así que sólo para éstos puso Dios virtud en las yerbas y piedras y palabras, pues no hay yerba, por dañosa que sea y mala, que no les valga dineros, hasta la ortiga y cicuta; ni hay piedra que no les dé ganancia, hasta el guijarro crudo, sirviendo de moleta[216]. En las palabras [Pg 134]también, pues jamás a éstos les falta cosa que les pidan, aunque no la tengan, como vean dinero, pues dan por aceite de matiolo[217] aceite de ballena, y no compra sino las palabras el que compra. Y su nombre no había de ser boticario, sino armeros; ni sus tiendas no se habían de llamar boticas, sino armerías de los doctores, donde el médico toma la daga de los lamedores[218], el montante de los jarabes y el mosquete de la purga maldita, demasiada, recetada a mala sazón y sin tiempo. Allí se ve todo esmeril de ungüentos, la asquerosa arcabucería de melecinas con munición de calas. Muchos déstos se salvan; pero no [Pg 135]hay que pensar que, cuando mueren, tienen con qué enterrarse.

Y si queréis reír ved tras ellos los barberillos cómo penan, que en subiendo esos dos escalones, están en ese cerro.

Pero pasé allá y vi, ¡qué cosa tan admirable y qué justa pena!, los barberos atados y las manos sueltas, y sobre la cabeza una guitarra y entre las piernas un ajedrez con las piezas de juego de damas. Y cuando iba con aquella ansia natural de pasacalles a tañer, la guitarra le huía. Y cuando volvía abajo a dar de comer una pieza, se le sepultaba el ajedrez. Y ésta era su pena. No entendí salir de allí de risa.

Estaban tras de una puerta unos hombres, muchos en cantidad, quejándose de que no hiciesen caso dellos, aun para atormentarlos. Y estábales diciendo un diablo, que eran todos tan diablos como ellos, que atormentasen a otros.

—¿Quién son?—le pregunté.

Y dijo el diablo:

—Hablando con perdón, los zurdos[219], gente que no puede hacer cosa a derechas, quejándose de que no están con los otros condenados, y acá [Pg 136]dudamos si son hombres o otra cosa. Que en el mundo ellos no sirven sino de enfados y de mal agüero. Pues, si uno va en negocios y topa zurdos, se vuelve como si topara un cuervo o oyera una lechuza. Y habéis de saber que, cuando Scévola[220] se quemó el brazo derecho porque erró a Porsena, que fué, no por quemarle y quedar manco, sino queriendo hacer en sí un gran castigo, dijo:

—Así, ¿que erré el golpe? Pues en pena he de quedar zurdo.

Y cuando la justicia manda cortar a uno la mano derecha por una resistencia, es la pena hacerle zurdo, no el golpe. Y no queráis más, que, queriendo el otro echar una maldición muy grande, fea y afrentosa, dijo:

Lanzada de moro izquierdo
te atraviese el corazón[221].

Y en el día del juicio todos los condenados, en señal de serlo, estarán a la mano izquierda. Al [Pg 137]fin es gente hecha al revés y que se duda si son gente.

En esto me llamó un diablo por señas y me advirtió con las manos que no hiciese ruido. Lleguéme a él y asoméme a una ventana, y dijo:

—Mira lo que hacen las feas.

Y veo una muchedumbre de mujeres, unas tomándose puntos[222] en las caras, otras haciéndose de nuevo, porque ni la estatura en los chapines, ni la ceja con el cohol[223], ni el cabello en la tinta, ni el cuerpo en la ropa, ni las manos con la muda, ni la cara con el afeite, ni los labios con la color, eran los con que nacieron ellas. Y vi algunas poblando sus calvas con cabellos que eran suyos[224] sólo porque los habían comprado. Otra vi que tenía su media cara en las manos, en los botes de unto y en la color.

[Pg 138]

—Y no queráis más de las invenciones de las mujeres—dijo un diablo—; que hasta resplandor tienen sin ser soles ni estrellas. Las más duermen con una cara y se levantan con otra al estrado, y duermen con unos cabellos y amanecen con otros. Muchas veces pensáis que gozáis las mujeres de otro y no pasáis el adulterio de la carne. Mirad cómo consultan con el espejo sus caras. Éstas son las que se condenan solamente por buenas siendo malas.

Espantóme la novedad de la causa con que se habían condenado aquellas mujeres, y, volviendo, vi un hombre asentado en una silla a solas, sin fuego ni hielo, ni demonio ni pena alguna, dando las más desesperadas voces que oí en el infierno, llorando el propio corazón, haciéndose pedazos a golpes y a vuelcos.

—¡Válgame Dios!—dije en mi alma—. ¿De qué se queja éste no atormentándole nadie?

Y él, cada punto doblaba sus alaridos y voces.

—Dime—dije yo—: ¿qué eres y de qué te [Pg 139]quejas, si ninguno te molesta, si el fuego no te arde ni el hielo te cerca?

—¡Ay!—dijo dando voces—, ¡que la mayor pena del infierno es la mía! ¿Verdugos te parece que me faltan? ¡Triste de mí, que los más crueles están entregados a mi alma! ¿No los ves?—dijo.

Y empezó a morder la silla y a dar vueltas alrededor y gemir.

—Velos, que sin piedad van midiendo a descompasadas culpas eternas penas. ¡Ay, qué terrible demonio eres, memoria del bien que pude hacer y de los consejos que desprecié y de los males que hice! ¡Qué representación tan continua! Déjasme tú y sale el entendimiento con imaginaciones de que hay gloria que pude gozar y que otros gozan a menos costa que yo mis penas! ¡Oh, qué hermoso que pintas el cielo, entendimiento, para acabarme! Déjame un poco siquiera. ¿Es posible que mi voluntad no ha de tener paz conmigo un punto? ¡Ay, huésped, y qué tres llamas invisibles y qué sayones incorpóreos me atormentan en las tres potencias del alma! Y cuando éstos se cansan, entra el gusano de la conciencia, cuya hambre en comer del alma nunca se acaba: vesme aquí, miserable y perpetuo alimento de sus dientes.

Y diciendo esto, salió la voz:

[Pg 140]

—¿Hay en todo este desesperado palacio quien trueque sus almas y sus verdugos a mis penas? Así, mortal, pagan los que supieron en el mundo, tuvieron letras y discursos y fueron discretos: ellos se son infierno y martirio de sí mismos.

Tornó amortecido a su ejercicio con más muestras de dolor. Apartéme de él medroso, diciendo:

—¡Ved de lo que sirve caudal de razón y doctrina y buen entendimiento mal aprovechado! ¡Quien se lo vió llorar solo y tenía dentro de su alma aposentado el infierno!

Lleguéme, diciendo esto, a una gran compañía, donde penaban en diversos puestos muchos, y vi unos carros en que traían atenaceando muchas almas con pregones delante. Lleguéme a oir el pregón, y decía:

—Éstos manda Dios castigar por escandalosos y porque dieron mal ejemplo.

Y vi a todos los que penaban, que cada uno los metía en sus penas, y así pasaban las de todos como causadores de su perdición. Pues éstos son los que enseñan en el mundo malas costumbres, de quien dijo Dios que valiera más no haber nacido[225].

[Pg 141]

Pero dióme risa ver unos taberneros que se andaban sueltos por todo el infierno, penando sobre su palabra, sin prisión ninguna, teniéndola cuantos estaban en él. Y preguntando por qué a ellos solos los dejan andar sueltos, dijo un diablo:

—Y les abrimos las puertas. Que no hay para qué temer que se irán del infierno gente que hace en el mundo tantas diligencias para venir. Fuera de que los taberneros trasplantados acá, en tres meses son tan diablos como nosotros. Tenemos sólo cuenta de que no lleguen al fuego de los otros, porque no lo agüen.

Pero, si queréis saber notables cosas, llegaos a aquel cerco. Veréis en la parte del infierno más hondo a Judas con su familia descomulgada de malditos dispenseros.

Hícelo así, y vi a Judas, que me holgué mucho, cercado de sucesores suyos y sin cara[226]. No sabré decir sino que me sacó de la duda de ser barbirrojo[227], como le pintan los extranjeros por [Pg 142]hacerle español, porque él me pareció capón. Y no es posible menos ni que tan mala inclinación y ánimo tan doblado se hallase sino en quien, por serlo, no fuese ni hombre ni mujer. ¿Y quién sino un capón tuviera tan poca vergüenza? ¿Y quién sino un capón pudiera condenarse por llevar las bolsas? ¿Y quién sino un capón tuviera tan poco ánimo que se ahorcase sin acordarse de la mucha misericordia de Dios? Ello[228] yo creo por muy cierto lo que fuere verdad; pero capón[229] me pareció que era Judas. Y lo mismo digo de los diablos, que todos son capones, sin pelo de barba y arrugados, aunque sospecho que, como todos se queman, que el estar[230] lampiños es de chamuscado el pelo [Pg 143]con el fuego, y lo arrugado, del calor. Y debe ser así porque no vi ceja ni pestaña y todos eran calvos.

Estaba, pues, Judas muy contento de ver cuán bien lo hacían algunos dispenseros en venirle a cortejar y a entretener, que muy pocos me dijeron que le dejaban de imitar. Miré más atentamente, y fuíme llegando donde estaba Judas, y vi que la pena de los dispenseros era que, como a Titio[231] le come un buitre las entrañas, a ellos se las descarnaban dos aves, que llaman sisones[232]. Y un diablo decía a voces de rato en rato:

—Sisones son dispenseros y los dispenseros, sisones.

A este pregón se estremecían todos, y Judas estaba con sus treinta dineros atormentándose[233]. Yo le dije:

[Pg 144]

—Una cosa querría saber de ti: ¿por qué te pintan con botas y dicen por refrán las botas de Judas[234]?

—No porque yo las truje—respondió—; mas quisieron significar, poniéndome botas, que anduve siempre de camino para el infierno y por ser dispensero. Y así se han de pintar todos los que lo son. Ésta fué la causa, y no lo que algunos han colegido de verme con botas, diciendo que era portugués, que es mentira; que yo fuí...

[Pg 145]

Y no me acuerdo bien de dónde me dijo que era, si de Calabria[235], si de otra parte.

—Y has de advertir que yo sólo soy el dispensero, que se ha condenado por vender; que todos los demás, fuera de algunos, se condenan por comprar[236]. Y en lo que dices que fuí traidor y maldito en dar a mi Maestro por tan poco precio, tienes razón, y no podía hacer yo otra cosa, fiándome de gente como los judíos[237], que era tan ruin, que pienso que, si pidiera un dinero más por él, no me lo tomaran. Y porque estás muy espantado y fiado en que yo soy el peor hombre que ha habido, ve ahí debajo y verás muchísimos tan malos. Vete—dijo—, que ya basta de conversación, que no los escurezco.

—Dices la verdad—le respondí.

Y acogíme donde me señaló, y topé muchos demonios en el camino, con palos y lanzas, echando del infierno muchas mujeres hermosas y muchos malos letrados. Pregunté por qué los [Pg 146]querían echar del infierno a aquéllos solos, y dijo un demonio:

—Porque eran de grandísimo provecho para la población del infierno en el mundo: las damas, con sus caras y con sus mentirosas hermosuras y buenos pareceres, y los letrados, con buenas caras y malos pareceres.

Y que así los echaban porque trujesen gente.

Pero el pleito más intrincado y el caso más difícil que yo vi en el infierno fué el que propuso una mujer condenada con otras muchas por malas, enfrente de unos ladrones, la cual decía:

—Decidnos, señor, ¿cómo ha de ser esto de dar y recibir, si los ladrones se condenan por tomar lo ajeno y la mujer por dar lo suyo? Aquí de Dios, que, si el ser puta es ser justicia, si es justicia dar a cada uno lo suyo, pues lo hacemos así, ¿de qué nos culpan?

Dejé de escucharla, y pregunté, como nombraron ladrones, dónde estaban los escribanos.

—¡Es posible que no hay en el infierno ninguno ni le pude topar en todo el camino!

Respondióme un verdugo:

—Bien creo yo que no toparíades ninguno por él.

—Pues ¿qué hacen? ¿Sálvanse todos?

—No—dijo—; pero dejan de andar y vuelan con plumas. Y el no haber escribanos por el ca[Pg 147]mino de la perdición no es porque infinitísimos que son malos no vienen acá por él, sino porque, es tanta la prisa con que vienen, que volar y llegar y entrar es todo uno, tales plumas se tienen ellos, y así no se ven en el camino.

—Y acá—dije yo—, ¿cómo no hay ninguno?

—Sí hay—me respondió—; mas no usan ellos de nombre de escribano, que acá por gatos los conocemos. Y para que echéis de ver qué tantos hay, no habéis de mirar sino que, con ser el infierno tan gran casa, tan antigua, tan maltratada y sucia, no hay un ratón en toda ella, que ellos los cazan.

—Y los alguaciles malos, ¿no están en el infierno?

—Ninguno está en el infierno—dijo el demonio.

—¿Cómo puede ser, si se condenan algunos malos entre muchos buenos que hay?

—Dígoos que no están en el infierno porque en cada alguacil malo, aun en vida, está todo el infierno en él.

Santigüéme y dije:

—Brava cosa es lo mal que los queréis los diablos a los alguaciles.

—¿No los habemos de querer mal, pues, según son endiablados los malos alguaciles, tememos que han de venir a hacer que sobremos nosotros para lo que es materia de condenar almas y que[Pg 148] se nos han de levantar con el oficio de demonios y que ha de venir Lucifer a ahorrarse de diablos y despedirnos a nosotros por recibir a ellos?

No quise en esta materia escuchar más, y así, me fuí adelante, y por una red vi un amenísimo cercado, todo lleno de almas, que, unas con silencio y otras con llanto, se estaban lamentando. Dijéronme que era el retiramiento de los enamorados. Gemí tristemente viendo que aun en la muerte no dejan los suspiros. Unos se respondían en sus amores y penaban con dudosas desconfianzas. ¡Oh, qué número dellos echaban la culpa de su perdición a sus deseos, cuya fuerza o cuyo pincel los mintió las hermosuras! Los más estaban descuidados por penséque, según me dijo un diablo.

—¿Quién es penséque—dije yo—, o qué género de delito?

Rióse, y replicó:

—No es sino que se destruyen, fiándose de fabulosos semblantes, y luego dicen pensé que no me obligara, pensé que no me amartelara, pensé que ella me diera a mí y no me quitara, pensé que no tuviera otro con quien yo riñera, pensé que se contentara conmigo solo, pensé que me adoraba, y así, todos los amantes en el infierno están por pensé que. Éstos son la gente en quien más ejecuciones hace el arrepentimiento y los que menos sabían de sí. Estaba en medio de[Pg 149]llos el amor, lleno de sarna, con un rótulo que decía:

No hay quien este amor no dome
Sin justicia o con razón,
Porque es sarna y no afición
Amor que se pega y come.

—¿Coplica hay?—dije yo—. No andan lejos de aquí los poetas.

Cuando, volviéndome a un lado, veo una bandada de hasta cien mil dellos en una jaula, que llaman los Orates en el infierno. Volví a mirarlos, y díjome uno, señalando a las mujeres:

—¿Qué digo? Esas señoras hermosas todas se han vuelto medio camareras de los hombres, pues los desnudan y no los visten.

—¿Conceptos gastáis aun estando aquí? Buenos cascos tenéis—dije yo.

Cuando uno entre todos, que estaba aherrojado y con más penas que todos, dijo:

—¡Plegue a Dios, hermano, que así se vea el que inventó los consonantes! Pues porque en un soneto

Dije que una señora era absoluta,
Y, siendo más honesta que Lucrecia,
Por dar fin al cuarteto, la hice puta.
Forzóme el consonante a llamar necia
A la de más talento y mayor brío:
¡Oh, ley de consonantes, dura y recia![Pg 150]
Habiendo en un terceto dicho lío,
Un hidalgo afrenté tan solamente,
Porque el verso acabó bien en judío.
A Herodes otra vez llamé inocente,
Mil veces a lo dulce dije amargo
Y llamé al apacible impertinente.
Y por el consonante tengo a cargo
Otros delitos torpes, feos, rudos,
Y llega mi proceso a ser tan largo,
Que, porque en una octava dije escudos,
Hice sin más ni más siete maridos
Con honradas mujeres ser cornudos.
Aquí nos tienen, como ves, metidos
Y por el consonante condenados.
¡Oh, míseros poetas desdichados,
A puros versos, como ves, perdidos!

—¡Hay tan graciosa locura—dije yo—, que, aun aquí, estáis sin dejarla ni de cansaros della! ¡Oh, qué vi dellos!

Y decía un diablo:

—Ésta es gente que canta sus pecados como otros los lloran, pues en amancebándose, con hacerla pastora o mora, la sacan a la vergüenza en un romancico por todo el mundo. Si las quieren a sus damas, lo más que les dan es un soneto o unas octavas, y si las aborrecen o las dejan, lo menos que les dejan es una sátira. ¡Pues qué es verlas cargadas de pradicos de esmeraldas, de cabellos de oro, de perlas de la mañana, de fuentes de cristal, sin hallar sobre todo esto dinero para una camisa ni sobre su ingenio! Y es gente[Pg 151] que apenas se conoce de qué ley son. Porque nombre es de cristianos, las almas de herejes, los pensamientos de alarbes y las palabras de gentiles.

—Si mucho me aguardo—dije entre mí—, yo oiré algo que me pese.

Fuíme adelante y dejélos con deseo de llegar adonde estaban los que no supieron pedir a Dios. ¡Oh, qué muestras de dolor tan grandes hacían! ¡Oh, qué sollozos tan lastimosos! Todos tenían las lenguas condenadas a perpetua cárcel y poseídos del silencio. Tal martirio, en voces ásperas de un demonio, recibían por los oídos:

—¡Oh, corvas almas, inclinadas al suelo, que con oración logrera y ruego mercader y comprador os atrevistes a Dios y le pedistes cosas que, de vergüenza de que otro hombre las oyese, aguardábades a coger solos los retablos! Pues ¿cómo? ¿Más respeto tuvisteis a los mortales que al Señor de todos? Quien os ve en un rincón, medrosos de ser oídos, pedir mormurando, sin dar licencia a las palabras que se saliesen de los dientes, cerrados de ofensas:

—¡Señor, muera mi padre y acabe yo de suceder en su hacienda; llevaos a vuestro reino a mi mayor hermano y aseguradme a mí el mayorazgo; halle yo una mina debajo de mis pies, el Rey[Pg 152] se incline a favorecerme y véame yo cargado de sus favores!

—Y ved—dijo—a lo que llegó una desvergüenza que osastes decir.

Y haced esto, que si lo hacéis, yo os prometo de casar dos huérfanas, de vestir seis pobres y de daros frontales.

—¡Qué ceguedad de hombres: prometer dádivas al que pedís, con ser la suma riqueza! Pedistes a Dios por merced lo que Él suele dar por castigo, y, si os lo da, os pesa de haberlo tenido cuando morís, y, si no os lo da, cuando vivís, y así, de puro necios, siempre tenéis quejas. Y si llegáis a ser ricos por votos, decidme, ¿cuáles cumplís? ¿Qué tempestad no llena de promesas los santos? Y ¿qué bonanza tras ellas no los torna a desnudar, con olvido, de toques de campanas? ¿Qué de preseas ha ofrecido a los altares la espantosa cara del golfo? Y ¿qué dellas ha muerto y quitado de los mismos templos el puerto? Nacen vuestros ofrecimientos de necesidad; y no de devoción. ¿Pedisteis[238] alguna vez a Dios paz en el alma, aumento de gracia, favores suyos o inspiraciones? No, por cierto; ni aun sabéis para qué son menester estas cosas ni lo que son. Ignoráis que el holocausto, sacrificio y oblación [Pg 153]que Dios recibe de vosotros es de la pura conciencia humilde espíritu, caridad ardiente. Y esto, acompañado con lágrimas, es moneda, que aun Dios, si puede, es cudicioso en nosotros. Dios, hombres, por vuestro bien gusta que os acordéis dél, y, como, si no es en los trabajos, no os acordáis, por eso os da trabajos, porque tengáis dél memoria. Considerad vosotros, necios demandadores, cuán brevemente se os acabaron las cosas, que importunos pedisteis a Dios. ¡Qué presto os dejaron y cómo, ingratos, no os fueron compañía en el postrer paso! ¿Veis cómo vuestros hijos aún no gastan de vuestras haciendas un real en obras pías, diciendo que no es posible que vosotros gustéis dellas, porque si gustárades en vida hiciérades algunas? Y pedís tales cosas a Dios, que muchas veces, por castigo de la desvergüenza con que las pedís, os las concede. Y bien, como suma sabiduría, conoció el peligro que tenéis en saber pedir, pues lo primero que os enseñó en el Pater noster fué pedirle; pero pocos entendéis aquellas palabras donde Dios enseñó el lenguaje con que habéis de tratar con Él.

Quisieren responderme; mas no les daban lugar las mordazas.

Yo, que vi que no habían de hablar palabra, pasé adelante, donde estaban juntos los ensal[Pg 154]madores[239] ardiéndose vivos, y los saludadores también condenados por embestidores. Dijo un diablo:

—Veislos aquí a estos tratantes en santiguaduras, mercaderes de cruces, que embelesaron[240] el mundo y quisieron hacer creer que podía tener cosa buena un hablador. Gente es esta ensalmadora, que jamás hubo nadie que se quejase dellos. Porque, si les sanan antes, se lo agradecen, y si los matan, no se pueden quejar. Y siempre les agradecen lo que hacen y dan contento. Porque, si sanan, el enfermo los regala, y si matan, el heredero les agradece el trabajo. Si curan con agua y trapos la herida, que sanara por virtud de naturaleza, dicen que es por ciertas[Pg 155] palabras virtuosas, que les enseñó un judío. ¡Mirad qué buen origen de palabras virtuosas! Y si se enfistola[241], empeora y muere, dicen que llegó su hora y el badajo[242] que se la dió y todo. Pues ¿qué es de oir a éstos las mentiras que cuentan de uno, que tenía las tripas fuera en la mano en tal parte, y otro, que estaba pasado por las ijadas? Y lo que más me espanta es que siempre he medido la distancia de sus curas, y siempre las hicieron cuarenta o cincuenta leguas de allí, estando en servicio de un señor, que ha ya trece años que murió, porque no se averigüe tan presto la mentira, y por la mayor parte, estos tales que curan con agua, enferman ellos por vino. Al fin, éstos son por los que se dijo: “Hurtan que es bendición”[243], porque con la bendición hurtan, tras ser siempre gente ignorante. Y he notado que casi todos los ensalmos están llenos de solecismos. Y no sé qué virtud se tenga el solecismo por lo cual se pueda hacer nada. Al fin, [Pg 156]vaya do fuere, ellos están acá algunos, que otros hay buenos hombres, que, como amigos de Dios, alcanzan dél la salud para los que curan: que la sombra de sus amigos suele dar vida.

Pero para ver buena gente, mirad los saludadores[244], que también dicen que tienen virtud.

Ellos se agraviaron, y dijeron que era verdad que la tienen. Y a esto respondió un diablo:

—¿Cómo es posible que por ningún camino se halle virtud en gente que anda siempre soplando?

—Alto—dijo un demonio—, que me he enojado. Vayan al cuartel de los porquerones[245], que viven de lo mismo.

[Pg 157]

Fueron, aunque a su pesar. Y yo abajé otra grada por ver los que Judas me dijo que eran peores que él, y topé en una alcoba muy grande una gente desatinada, que los diablos confesaban que ni los entendían ni se podían averiguar con ellos. Eran astrólogos y alquimistas. Éstos andaban llenos de hornos y crisoles, de lodos, de minerales, de escorias, de cuernos, de estiércol, de sangre humana, de polvos y de alambiques. Aquí calcinaban, allí lavaban, allí apartaban y acullá purificaban. Cual estaba fijando el mercurio al martillo, y, habiendo resuelto la materia viscosa y ahuyentado la parte sutil, lo corruptivo del fuego, en llegándose a la copela, se le iba en humo. Otros disputaban si se había de dar fuego de mecha o si el fuego o no fuego de Raimundo[246] había de entenderse de la cal o si de luz efectiva del calor, y no de calor efectivo de fuego. Cuales, con el signo de Hermete, daban principio a la obra magna, y en otra parte [Pg 158]miraban ya el negro blanco y le aguardaban colorado. Y juntando a esto la proporción de naturaleza, con naturaleza se contenta la naturaleza, y con ella misma se ayuda, y los demás oráculos ciegos suyos, esperaban la reducción de la primera materia, y, al cabo, reducían su sangre a la postrera podre, y, en lugar de hacer del estiércol cabellos, sangre humana, cuernos y escoria oro, hacían del oro estiércol, gastándolo neciamente. ¡Oh, qué de voces que oí sobre el padre muerto ha resucitado y tornarlo a matar! ¡Y qué bravas las daban sobre entender aquellas palabras tan referidas de todos los autores químicos!:

—¡Oh! Gracias sean dadas a Dios, que de la cosa más vil del mundo permite hacer una cosa tan rica[247].

Sobre cuál era la cosa más vil se ardían. Uno decía que ya la había hallado, y, si la piedra filosofal[248] se había de hacer de la cosa más vil, era fuerza hacerse de corchetes. Y los cocieran y distilaran si no dijera otro que tenían mucha parte de aire para poder hacer la piedra, que no había de tener materiales tan vaporosos. Y así se resolvieron que la cosa más vil del mundo[Pg 159] eran los sastres, pues cada punto se condenaban y que era gente más enjuta.

Cerraran con ellos, si no dijera un diablo:

—¿Queréis saber cuál es la cosa más vil? Los alquimistas. Y así, porque se haga la piedra, es menester quemaros a todos.

Diéronles fuego y ardían casi de buena gana sólo por ver la piedra filosofal.

Al otro lado no era menos la trulla de astrólogos y supersticiosos. Un quiromántico[249] iba tomando las manos a todos los otros que se habían condenado, diciendo:

—¡Qué claro que se ve que se habían de condenar éstos por el monte de Saturno![250]

Otro que estaba a gatas con un compás, midiendo alturas y notando estrellas, cercado de efemérides y tablas, se levantó y dijo en altas voces:

—Vive Dios[251] que, si me pariera mi madre medio minuto antes, que me salvo: porque Saturno, [Pg 160]en aquel punto, mudaba el aspecto y Marte se pasaba a la casa de la vida, el escorpión perdía su malicia y yo, como di en procurador, fuí pobre mendigo[252].

Otro tras él, andaba diciendo a los diablos, que le mortificaban, que mirasen bien si era verdad que él había muerto: que no podía ser, a causa que tenía Júpiter por ascendente y a Venus en la casa de la vida, sin aspecto ninguno malo, y que era fuerza que viviese noventa años.

—Miren—decía—que les notifico que miren bien si soy difunto, porque por mi cuenta es imposible que pueda ser esto.

En esto, iba y venía, sin poderlo nadie sacar de aquí.

Y para enmendar la locura déstos, salió otro geométrico, poniéndose en puntos con las ciencias, haciendo sus doce casas gobernadas por el [Pg 161]impulso de la mano y rayas a imitación de los dedos, con supersticiosas palabras y oración. Y luego, después de sumados sus pares y nones, sacando juez y testigos, comenzaba a querer probar cuál era el astrólogo más cierto. Y si dijera puntual, acertara, pues es su ciencia de punto, como calza[253] sin ningún fundamento, aunque pese a Pedro de Abano[254], que era uno de los que allí estaban, acompañando a Cornelio Agripa, que, con una alma[255], ardía en cuatro cuerpos de sus obras malditas y descomulgadas, famoso hechicero.

[Pg 162]

Tras éste vi, con su poligrafía y esteganografía, a Trithemio[256], que así llaman al autor de [Pg 163]aquellas obras escandalosas, muy enojado con Cardano,[257] que estaba enfrente, porque dijo mal dél solo y supo ser mayor mentiroso en sus libros de Subtilitate, por hechizos de viejas que en ellos juntó.

Julio César Scaligero[258] se estaba atormentando[Pg 164] por otro lado en sus Ejercitaciones, mientras pensaba las desvergonzadas mentiras que escribió de Homero y los testimonios que le levantó por levantar a Virgilio aras, hecho idólatra de Marón.

Estaba riéndose de sí mismo Artefio[259], con su mágica, haciendo las tablillas para entender el lenguaje de las aves, y Checol de Áscoli[260], muy[Pg 165] triste y pelándose las barbas, porque, tras tanto experimento disparatado, no podía hallar nuevas necedades que escribir.

Teofrasto Paracelso[261] estaba quejándose del tiempo que había gastado en la alquimia; pero contento en haber escrito medicina y mágica, que nadie la entendía, y haber llenado las imprentas de pullas a vuelta de muy agudas cosas.

Y detrás de todos estaba Hubequer[262] el pordiosero, [Pg 166]vestido de los andrajos de cuantos escribieron mentiras y desvergüenzas, hechizos y supersticiones, hecho su libro un Ginebra de moros, gentiles y cristianos.

Allí estaba el secreto autor de la Clavicula Salomonis[263] y el que le imputó los sueños. ¡Oh, cómo se abrasaba burlado de vanas y necias oraciones el hereje que hizo el libro Adversus omnia pericula mundi!

¡Qué bien ardía el Catan[264] y las obras de Races!

[Pg 167]

Estaba Taysnerio[265] con su libro de fisonomías y manos, penando por los hombres, que había vuelto locos con sus disparates. Y reíase, sabiendo el bellaco que las fisonomías no se pueden sacar ciertas de particulares rostros de hombres que, o por miedo o por no poder, no muestran sus inclinaciones, y las reprimen, sino sólo de rostros y caras de príncipes y señores sin superior, en quien las inclinaciones no respetan nada para mostrarse.

Estaba luego un triste autor[266], con sus rostros[Pg 168] y manos, y los brutos concertando por las caras la similitud de las costumbres.

A Escoto[267] el italiano vi allá, no por hechicero y mágico, sino por mentiroso y embustero.

[Pg 169]

Había otra gran copia, y aguardaban sin duda mucha gente, porque había grandes campos vacíos. Y nadie estaba con justicia entre todos estos autores, presos por hechiceros, si no fueron unas mujeres hermosas, porque sus caras lo fueron solas en el mundo. ¡Oh, verdaderos hechizos! Que las damas sólo son veneno de la vida, que perturbando las potencias y ofendiendo los órganos a la vista, son causa de que la voluntad quiera por bueno lo que ofendidas las especies representan. Viendo esto, dije entre mí:

—Ya me parece que vamos llegándonos al cuartel de esta gente.[268]

Dime priesa a llegar allá, y al fin asoméme a parte donde, sin favor particular del cielo, no se podía decir lo que había. A la puerta estaba la Justicia espantosa, y en la segunda entrada, el Vicio desvergonzado y soberbio, la Malicia ingrata e ignorante, la Incredulidad resoluta y ciega y la Inobediencia bestial y desbocada. Estaba la blasfemia insolente y tirana llena de sangre, ladrando por cien bocas y vertiendo veneno[Pg 170] por todas, con los ojos armados de llamas ardientes. Grande horror me dió el umbral. Entré y vi a la puerta la gran suma de herejes antes de nacer Cristo[269]. Estaban los ofiteos[270], que se llaman así en griego de la serpiente que engañó a Eva, la cual veneraron, a causa de que supiésemos del bien y del mal. Los cainanos[271], que alabaron a Caín porque, como decían, siendo hijo del mal, prevaleció su mayor fuerza contra Abel. Los sethianos, de Seth. Estaba Dositheo[272] ardiendo[Pg 171] como un horno, el cual creyó que se había de vivir sólo según la carne y no creía la resurrección, privándose a sí mismo (ignorante más que todas las bestias) de un bien tan grande. Pues, cuando fuera así que fuéramos solos animales como los otros, para morir consolados habíamos de fingirnos eternidad a nosotros mismos. Y así llama Lucano, en boca ajena, a los que no creen la inmortalidad del alma: Felices errore suo, dichosos con su error, si eso fuera así, que murieran las almas con los cuerpos.

—¡Malditos!—dije yo—: siguiérase que el animal del mundo a quien Dios dió menos discurso es el hombre, pues entiende al revés lo que más importa, esperando inmortalidad. Y seguirse hía que a la más noble criatura dió menos conocimiento y crió para mayor miseria la naturaleza, que Dios no. Pues quien sigue esa opinión no lo fíe.

[Pg 172]

Estaba luego Saddoc, autor de los Sadduceos[273]. Los fariseos estaban aguardando al Mesías, no como Dios, sino como hombre[274].

Estaban los heliognósticos[275] devictiacos, adoradores del sol; pero los más graciosos son los que veneran las ranas, que fueron plaga a Faraón, por ser azote de Dios.

Estaban los musoritos[276] haciendo ratonera al arca a puro ratón de oro.

Estaban los que adoraron la Mosca accaronita[277]: Ozías, el que quiso pedir a una mosca antes salud que a Dios, por lo cual Elías le castigó.

Estaban los troglodytas[278], los de la fortuna del cielo[279], los de Baal[280], los de Asthar[281], los del ídolo Moloch[282], y Renfan[283] de la ara de Tofet[284], los puteoritas,[285] herejes veraniscos de pozos, los de la serpiente de metal.[286]

[Pg 173]

[Pg 174]

Y entre todos sonaba la baraúnda y el llanto de las judías, que, debajo de tierra, en las cuevas, lloraban a Thamur[287] en su simulacro. Seguían los bahalitas,[288] luego la Pitonisa[289] arremangada, y detrás los de Asthar y Astharot,[290] y al fin, los que aguardaban a Herodes, y desto se llaman herodianos.[291]

[Pg 175]

Y hube a todos éstos por locos y mentecatos.

Mas llegué luego a los herejes que había después de Cristo:[292] allí vi a muchos, como Menandro[293] y Simón Mago,[294] su maestro.

Estaba Saturnino[295] inventando disparates.

[Pg 176]

Estaba el maldito Basílides[296] heresiarca.

Estaba Nicolás[297] antioqueno, Carpócrates[298] y Cerintho[299] y el infame Ebión.[300]

[Pg 177]

Vino luego Valentino[301], el que dió por principio de todo el mar y el silencio.

Menandro[302], el mozo de Samaria, decía que él era el Salvador y que había caído del cielo, y por imitarlo, decía detrás del Montano[303] frigio [Pg 178]que él era el Parácleto. Síguenle las desdichadas Priscilla y Maximilla heresiarcas. Llamáronse sus secuaces catafriges, y llegaron a tanta locura, que decían que en ellos, y no en los apóstoles, vino el Espíritu Santo.

Estaba Nepos[304], obispo, en quien fué coroza la mitra, afirmando que los santos habían de reinar con Cristo en la tierra mil años en lascivias y regalos.

Venía luego Sabino[305], prelado hereje arriano, el que en el concilio Niceno llamó idiotas a los que no seguían a Arrio.

Después, en miserable lugar, estaban ardiendo por sentencia de Clemente, pontífice máximo que sucedió a Benedicto, los templarios, primero santos en Jerusalén y luego, de puro ricos, idólatras y deshonestos[306].

¡Y qué fué ver a Guillermo, el hipócrita de Anvers, hecho padre de putas, prefiriendo las rameras a las honestas y la fornicación a la castidad! A los pies de éste yacía Bárbara, mujer[Pg 179] del emperador Sigismundo[307], llamando necias a las vírgenes, habiendo hartas. Ella, bárbara como su nombre, servía de emperatriz a los diablos, y, no estando harta de delitos ni aun cansada, que en esto quiso llevar ventaja a Mesalina, decía que moría el alma y el cuerpo y otras cosas bien dignas de su nombre.

Fuí pasando por éstos y llegué a una parte donde estaba uno solo arrinconado y muy sucio, con un zancajo[308] menos y un chirlo por la cara, lleno de cencerros, y ardiendo y blasfemando.

—¿Quién eres tú—le pregunté—, que entre tantos malos eres el peor?

—Yo—dijo él—soy Mahoma.

Y decíaselo el tallecillo, la cuchillada y los dijes de arriero.

—Tú eres—dije yo—el más mal hombre que ha habido en el mundo y el que más almas ha traído acá.

[Pg 180]

—Todo lo estoy pasando—dijo—, mientras los malaventurados de africanos adoran el zancarrón o zancajo que aquí me falta.

—Picarón—dije—, ¿por qué vedaste el vino a los tuyos?

Y me respondió:

—Porque si tras las borracheras que les dejé en mi Alcorán les permitiera las del vino, todos fueran borrachos.

—Y el tocino, ¿por qué se lo vedaste, perro esclavo, descendiente de Agar?

—Eso hice por no hacer agravio al vino, que lo fuera comer torreznos y beber agua, aunque yo vino y tocino gastaba. Y quise tan mal a los que creyeron en mí, que acá los quité la gloria y allá los perniles y las botas. Y, últimamente, mandé que no defendiesen mi ley por razón, porque ninguna hay ni para obedecella ni sustentalla; remitísela a las armas y metílos en ruido para toda la vida. Y el seguirme tanta gente no es en virtud de milagros, sino sólo en virtud de darles la ley a medida de sus apetitos, dándoles mujeres para mudar, y, por extraordinario, deshonestidades tan feas como las quisiesen, y con esto me seguían todos. Pero no se remató en mí todo el daño: tiende por ahí los ojos y verás qué honrada gente topas.

Volvíme a un lado y vi todos los herejes de[Pg 181] ahora, y topé con Maniqueo[309]. ¡Oh, qué vi de calvinistas arañando a Calvino! Y entre éstos estaba el principal, Josefo Scalígero[310], por tener su punta de ateísta y ser tan blasfemo, deslenguado y vano y sin juicio.

Al cabo estaba el maldito Lutero, con su capilla y sus mujeres, hinchado como un sapo y blasfemando, y Melanchthon[311] comiéndose las manos tras sus herejías.

[Pg 182]

Estaba el renegado Beza,[312] maestro de Ginebra, leyendo, sentado en cátedra de pestilencia, y allí lloré viendo el Enrico Estéfano.[313] Preguntéle no sé qué de la lengua griega, y estaba tal la suya, que no pudo responderme sino con bramidos.[314]

[Pg 183]

Espantóme, Enrico, de que supieses nada. ¿De qué te aprovecharon tus letras y agudezas? Más le dijera si no me enterneciera la desventurada figura en que estaba el miserable penando.[315]

Estaba ahorcado de un pie Helio Eobano [Pg 184]hesso,[316] célebre poeta, competidor de Melanchthon. ¡Oh, cómo lloré mirando su gesto torpe con heridas y golpes y afeados con llamas sus ojos![317]

Dime prisa a salir deste cercado, y pasé a una galería, donde estaba Lucifer cercado de diablas que también hay hembras como machos. No entré dentro, porque no me atreví a sufrir su aspecto disforme; sólo diré que tal galería tan bien ordenada no se ha visto en el mundo, porque toda estaba colgada de emperadores y reyes vivos como acá muertos. Allá vi toda la casa otomana,[318] los de Roma por su orden.

Vi graciosísimas figuras: hilando a Sardanápalo, glotoneando a Eliogábalo, a Sapor emparentando con el sol y las estrellas. Viriato andaba a palos tras los romanos, Atila revolvía el mundo, Belisario ciego acusaba a los atenienses.[319]

[Pg 185]

Llegó a mí el portero y me dijo:

Lucifer manda que, porque tengáis qué contar en el otro mundo, que veáis[320] su camarín.

Entré allá. Era un aposento curioso y lleno de buenas joyas. Tenía cosa de seis o siete mil cornudos y otros tantos alguaciles manidos.

—¿Aquí estáis?—dije yo—. ¿Cómo, diablos,[321] os había de hallar en el infierno, si estábades aquí?

Había pipotes de médicos y muchísimos coronistas, lindas piezas, aduladores de molde[322] y con licencia. Y en las cuatro esquinas estaban ardiendo por hachas cuatro malos pesquisidores.[323] Y todas las poyatas, que son los estantes, llenas de vírgenes rociadas, doncellas[324] penadas como tazas,[325] y dijo el demonio:

[Pg 186]

—Doncellas son, que se vinieron al infierno con las doncelleces fiambres, y por cosa rara se guardan.

Seguíanse luego demandadores[326], haciendo labor con diferentes sayos, y de las ánimas había muchos, porque piden para sí mismos y consumen ellos con vino cuanto les dan[327].

Había madres postizas[328] y trastenderas de sus sobrinas y suegras[329] de sus nueras, por mascarones alrededor.

Estaba en una peaña[330] Sebastián Gertel[331], general [Pg 187]en lo de Alemaña contra el Emperador, tras haber sido alabardero suyo.

No acabara yo de contar lo que vi en el camino si lo hubiera de decir todo. Salíme fuera y quedé como espantado, repitiendo conmigo estas cosas. Sólo pido a quien las leyere, las lea de suerte que el crédito que les diere le sea provechoso para no experimentar ni ver estos lugares, certificando al lector que no pretendo en ello ningún escándalo ni reprensión sino de los vicios[332], pues decir de los que están en el infierno no puede tocar a los buenos. Acabé este discurso en el Fresno[333], a postrero de abril de 1608, en 28 de mi edad[334].

[Pg 188]

NOTAS:

[147] En P: y que el diablo nunca dijo verdad. Llamamos el malo al diablo.

[148] Se nos esconden. En P: nos esconde Dios, vi, guiado del ángel de mi guarda, lo que se sigue, por particular providencia de Dios. La corrección evita todo lo que mira a lo religioso.

[149] Dos sendas. El mito que traen Jenofonte (De dictis et factis Socratis, l. 2) y Ateneo (Dipn., l. 12, c. 1), y cuenta así Juan de Pineda (Agric. crist., 7, 7): “Siendo Hércules mancebo, llegó por un camino adonde se repartía en dos, y el de la mano derecha era muy áspero y estrecho y se llamaba de la virtud, y el de la mano izquierda muy ancho y llano y andadero era el de los vicios y pecados. Como él allí llegó, reparó un poco, pensando lo que le cumpliría más, y vió venir para sí dos mujeres, la una de las cuales, adelantándose de la otra, llegó a él muy compuesta y afeitada y con melindres de ramera, y le convidó al camino de los deleites, que le prometía con poco trabajo; mas llegando poco después la otra, vestida de blanco y con muy honesto y grave semblante, le avisó que se guardase de aquella engañadora, que le prometía vivienda enemiga de bondad, por la cual se perdería. Insistió mucho que la siguiese a ella por el camino más arduo y angosto, en el cual puso Dios el trabajoso sudor antes de la virtud, porque, considerándolo atentamente, vería que lo que se da barato es cosa vil, mas lo precioso siempre vale caro, y que ni Dios ni buenos amigos se pueden ganar sin diligencias trabajosas. Con los consejos de la blanca virtud determinó Hércules de se meter por el camino de la virtud, significado por el brazo diestro de la letra de Pitágoras (Y), que al principio sube agro y angosto y en el fin pára en anchura llana y holgada con perpetuidad”.

[150] De la gente..., de causal, a causa de.

[151] En P: me dijo: S. Pablo le dejó para dar el primer paso a esta senda. Y miré. Caballerías, ejercicios a caballo, y, metafóricamente, fantasías. Jineta, p. 30: “De muchas maneras se corre con lanza y mil reglas hay escritas desta caballería”. Valderrama, Ejerc. Fer. 5 dom. pas.: “Ni pasear las plazas haciendo caballerías, que ya no está gallardo ni para eso”. Galindo, 655: “Cayó de su asno, del desengañado del error, que defendía por ignorancia crasa”. El error del ignorante es asno que lleva caballeros a muchos.

[152] Pesia, pese a. Pedr. Urdem., 3: “¿Son por ventura mostrencas | mis gallinas, pesiatal?” Tirso, No hay peor sordo, 1: “Yo entonces le dije: ¡Pesia | a tal! no es el perro mío”.

[153] Gente honrada, de probidad, irónicamente, gente perdida, como aquí.

[154] Tósigo, ponzoña, o hierba de ballesteros, que es lo que propiamente τόξιχος suena en griego, de τόξον arco, por emponzoñar con ella las flechas.

[155] Lechigada, camada, conjunto de crías propiamente, de lecho. Contra los taberneros, que bautizan el vino.

[156] “Había muchas mujeres tras éstos besándoles las ropas, que en besar algunas son peores que Judas, porque aquél besó (aunque con ánimo traidor) la cara del Justo, Hijo de Dios y Dios verdadero, y ellas besan los vestidos de otros tan malos como Judas. Atribúyolo, más que a devoción (a algunas) a golosina en el besar. Otras iban cogiéndoles de las capas para reliquias, y algunas cortan tanto, que da sospecha que lo hacen más por verlos en cueros o desnudos, que por fe que tengan con sus obras. Otras se encomiendan a ellos en sus oraciones, que es como encomendarse al diablo por tercera persona. Vi alguna pedirles hijos, y sospecho que marido que consiente en que pida hijos a otro la mujer, se dispone a agradecérselo si se les diere. Esto digo por ver que, pudiendo las mujeres encomendar sus deseos y necesidades a san Pedro, a san Pablo, a san Juan, a san Agustín, a santo Domingo, a san Francisco y otros santos que sabemos que pueden con Dios, se den a éstos que hacen oficio la humildad y pretenden irse al cielo de estrado en estrado y de mesa en mesa. Al fin conocí que iban éstos arrebozados”, etc. (Edición de Pamplona, 1631).

[157] Adrollas, trapazas y engaños, sobre todo comprando o vendiendo al fiado. Oña, Postrim., 1, 1, 8: “Tantas adrollas y trapazas inventadas en daño del bien común”. En Aragón, trola y drola; en Galicia, drola; en Germanía, droll, embuste. Embustidor, embustero, de embustir, cuyo posverbal es embuste.

[158] “repúblicas. No faltaron en el camino muchos eclesiásticos, muchos teólogos”. (Edic. de Pamplona, 1631).

[159] Corrilleros, los soldados fanfarrones, rompepoyos, que se pasan el día sentados, contando al corrillo de gente que les rodea mil hazañas embusteras.

[160] “Y nada desto les creíamos, teniéndoles por mentirosos, sólo cuando por encarecer”, etc. (Edición de Pamplona, 1631).

[161] “porque hacíanse recuas de mosquitos que les rodeaban las bocas golosas del aliento parlero, del mucho mosto que habían colado”. (Ídem).

[162] Hojas de lata, donde aún hoy llevan la licencia los soldados licenciados del servicio, y entonces llevaban los testimonios y fees de sus hechos de armas y merecimientos.

[163] Coronan. En P: coronan al que legítimamente peleare. De San Pablo: “Non coronatur nisi legitime certaverit”. (2 Timot., 2, 5).

[164] “Militia est vita hominis super terram”. (Job, 7, 1).

[165] “Atentamente y corridos de lo que les decían, como unos leones se entraron en una taberna. Y tan”. (Edición de Pamplona, 1631). El texto corregido perdió este brío y quedó sosísimo.

[166] “del cielo”. Ídem.

[167] “del cielo”. Ídem.

[168] “por el otro camino”. (Edición de Bruselas de 1660).

[169] De mal pelo. Hay cien frases en castellano que aluden al bueno o mal pelo y pelaje, tomadas del de los animales, que, estando lucios y gordos, les luce el pelo, y mal cebados, lo presentan malo.

[170] Acá estamos todos, frase hecha, sobre todo de negros, igualándose con los demás blancos; en el texto viene muy a cuento entre diablos negros.

[171] Recuero, trajinero con recuas.

[172] Humazos, que se daba por las narices (humo a narices), con lana encendida, a las mujeres que padecían de flato o mal uterino, o los muchachos, al dormido, en las narices, con papel encendido, etc. Villalva, Empr., 2, 34: “Como se queda la colmena cuando le dan humazo, desamparándola y huyendo las abejas”. Fons., Vid. Cristo, 3, 2, 14: “Ya le den humazos a las narices..., para el demonio eran pebetes, para Dios eran humazos”.

[173] Chasquear los azotes, menearlos con chasquido. F. Aguado, Crist., 44: “La conciencia tiene el azote en la mano, y antes que el hombre se desmande, le chasquea y después revuelve sobre él”.

[174] “de cuellos bajos; por lo que parecíamos confesores en saber pecados, y supimos muchas cosas nosotros que no las supieron ellos”. (Edic. de Pamplona, 1631).

[175] “a don, como a la pila santa catecúmena, que por tirar”. Ídem.

[176] Perogotero, Pero Botero, Satanás, que así le llaman, por andar entre pez, como los boteros.

[177] Sahumado decíase de lo muy bien dispuesto y a gusto, propiamente perfumado con sahumerios. En particular, “encareciendo que cobrará y hará volver y pagar algo”. (Corr., 566). Quij., I, 4: “De pagaros... un real sobre otro y aun sahumados”. G. Alf., I, 3, 3: “Nos ponían la moneda sobre la tabla, sahumada y lavada con agua de ángeles”.

[178] “Los demás cocheros, en comparación de mis mosquitos eran ranas. No se probará”, etc. (Edición de Barcelona de 1635). Aguanoso lo suele decir Quevedo por aguado, el que sólo bebe agua y no vino.

[179] Vía, paso, abran paso o camino, mientras le azotaba, como el verdugo al que pasea por las acostumbradas. El abuso de los coches en aquel tiempo y lo que con ellos se cometía, hizo se diesen pragmáticas, y hay alusiones a ello en todos los escritores.

[180] Frialdad, sosera en los chistes, poca gracia, y frío se dice del soso en el gracejar. J. Pin., Agr., 1, 8: “Ateneo dice una frialdad”. F. Silva, Celest., 29: “Decidor y desenvuelto como Grajales, que no otro tan lindo como Felides, si fuera frío”.

[181] Calofriado, por el frío que da escalofríos o calofríos. Césped. Meneses, Historias, c. 44: “Dejando aquel pecho de mármol con unos calofríos que si no procedieran de amor”.

[182] De entre cuero y carne, que hieren mucho más, como los que con bromas pesadas y murmuraciones dan que sentir. Cáceres, ps. 63: “Son hombres, que traen las lenguas bien amoladas y afiladas. Cortan entre cuero y carne”.

[183] “respondieron que como se condenan otros por no tener gracia, ellos se condenan por tenerla o quererla tener”. (Edic. de Pamplona, 1631).

[184] Corr., 21: “A mesa puesta y cama hecha. (Entiéndese venir, sentarse y ser admitido)”. Ídem, 567: “Sentarse a mesa puesta. (El que no pone cuidado y nada le cuesta)”. Ídem, 54: “Asentaisos a mesa puesta con vuestras manos lavadas y poca vergüenza”.

[185] Matar hachas, apagarlas.

[186] Tuerto, torcido, lo contra derecho. Galindo, D, 414: “A veces con el tuerto llega el hombre a su derecho, o con un poco de tuerto”.

[187] Sufrir, condescender, vendiéndola a otros por dinero. Sufrir es tolerar, y sólo por galicismo lo emplean hoy como padecer; véase Lazarillo, mi edición.

[188] Hacer plato es servir; metafóricamente, ofrecer con ostentación, ostentar. Fonseca, Amor de Dios, 37: “Sentóle consigo a la mesa y mandó a sus criados trujesen una espalda de carnero y haciéndole el plato”. Cáceres, ps. 40: “Hace honra de la maraña que me tiene urdida. Hace plato de la traición que usa conmigo”. Ídem, ps. 48: “Aquellos que hacen ostentación y plato de sus muchas riquezas”.

[189] Acerca de esta clase de comediantes dice en su Viaje entretenido Agustín de Rojas: “Pues sabed que hay ocho maneras de compañías y representantes, y todas diferentes: bululú, ñaque, gangarilla, cambaleo, garnacha, bojiganga, farándula y compañía. El bululú es un representante solo, que camina a pie y pasa su camino y entra en el pueblo, habla al cura y dícele que sabe una comedia y alguna loa, que junte al barbero y sacristán y se la dirá, porque le den alguna cosa para pasar adelante. Júntanse éstos y él súbese sobre una arca y va diciendo: ‘Ahora sale la dama y dice esto y esto’. Y va representando y el cura pidiendo limosna en un sombrero. Y junta cuatro o cinco cuartos, algún pedazo de pan y escudilla de caldo que le da el cura, y con esto sigue su estrella y prosigue su camino hasta que halla remedio”.

[190] En cueros, en que tratan los zapateros.

[191] Por los pies ajenos, que calzan.

[192] Silo, granero debajo de tierra. Herrera, Agr., 1, 6: “El grano... de silo soterraño”.

[193] Pecado de carne, por engañar metiendo en los pasteles carne mala y prohibida y huesos machacados.

[194] Jinetes, por la carne de caballo, metida en los pasteles, y estómagos a caballo sobre rocín, que también metían en ellos.

[195] Padeced, no dice sufrid, que es padecer con paciencia.

[196] Este oficio, de soplones, de ir con el soplo, como lo explica en lo que sigue.

[197] Vah-ar-ada, tufarada de vah-o. Buscón, 23: “Bébase, me dijo, esta media azumbre de vino puro, que, si no da vaharada, no parecerá valiente. Ellos y los malditos alguaciles. Por soplar, daban crueles voces. Uno de ellos decía: ‘Yo al justo vendí: ¡Que me persiguen!’ Dije yo entre mí: ‘¡Al Justo vendiste! Éste es Judas’. Y lleguéme con codicia de ver si era barbinegro o bermejo, cuando le conozco, y era un mercader”, etc. (Edición de Pamplona, 1631).

[198] Pensaron los ladronazos que no había más y quisieron con la vara de medir hacer lo que Moisés con la vara de Dios y sacar agua de las piedras.

[199] Por sus pulgares, con trabajo, y díjose propiamente del menearlos al hilar. Corr., 633: “Hilado con estos pulgares, por mis pulgares. (Encarece el cuidado de hilarlo)”.

[200] Pulgar-ada es medida del ancho del dedo pulgar, el cual se llamó así del servir para matar las pulgas: Éste mata los cocos, como dice la formulilla para enseñar al niño los nombres y usos de los dedos. Siglo pitagór., 7: “¿Piensas que es esta tela terciopelo | que crece a pulgaradas?”—Dice que a puras pulgaradas, a puro medir se van los mercaderes al infierno.

[201] La oscuridad de sus tiendas, buscada a propósito para engañar, y así muchos colgaban telas delante de ellas. Ordenanz. Valladol., 24: “Otrosi ordenamos y mandamos que ningun mercader de sedas y paños, lienzos y fustanes o sargas tenga en las luces de sus tiendas o votivas colgada ninguna cosa con las que pueda oscurecer ni menos delante de las puertas de las dichas tiendas, si no fuere de manera que libremente pueda entrar la claridad por todo el grandor de ellas”.

[202] Raso, tela, y el cielo limpio de nubes. Márquez, Tr. Jer., 2, 3: “El viento deja el cielo raso”.

[203] Talle de Cerv., Cuev. de Salam.: “Así tiene el talle de hablar por el colodrillo como por la boca”. Laber. amor, 1: “Talle tienen los mozos de avisados”.

[204] Se acuerda Quevedo del comienzo del c. IV, parte 3.ª, De Rege, de Mariana.

[205] Aban-illos, pliegues, y dijéronse por su parecido al aban-illo o aban-ico, de aban-o, que se derivó del vannus o aventador latino. Lope, Entrem. Marq. Alf., t. II, p. 276: “El abano es de su gusto”. Lope, Vaq. Moraña, t. VII, p. 568: “¡Qué abanillo! Una sartén”. Abanillos son lo que, a la francesa, llaman hoy feamente plisé, y que de ordinario se decía aban-ino, otro diminutivo de aban-o, Lope, Dorotea, 2, 5: “Tengo que almidonar tres o cuatro abaninos de cadeneta”. Cuchillada, abertura a lo largo para adorno en los vestidos, que se viese el aforro de otro color. Calzas eran los calzones; atacadas, cuando se ajustaban mucho y se atacaban con muchas agujetas por la cintura para que estuviesen firmes y sin arrugas.

[206] Sin tono y sin son, sin ton ni son, a destiempo, sin discreción ni substancia en lo que dicen. Corr., 564: “Salir sin ton ni son. (Cuando uno habla sin tiempo ni sazón)”. Díjose acaso del cantor que se salía del tono y sonido que le acompañaba, saliéndose de tono, y más ciertamente del bailar fuera de sazón, sin música.

[207] Corr., 553: “Ni es carne ni pescado. (Como el que ni ata ni desata y no es para nada)”.

[208] Que tanto, cuanto. Valdés, Corint.: “Por estas contraseñas se conoce qué tanto tiene el hombre de esta caridad”. Entremeses, s. XVII, p. 55: “Sabéis que tanto lo quieren, que ha enseñado a mi amo el amo, amas, amavi”.

[209] Corr., 288: “Dichoso el hijo, que tiene a su padre en el infierno. (El italiano)”. Ídem, 300: “Guay del hijo, que el padre va a Paraíso”.

[210] Son los del penséque. Corr., 388: “Penseque, asneque, burreque con sus parientes. (Añádenlo al que se excusa diciendo ‘pensé que’)”. Del pensar por considerar y por dar pienso al asno, esto es, a sí propio. Corr., 388: “Penseque, asneque y burreque, todos son hermanos. (Trata de asno y burro al que pierde la cosa y se excusa con ‘pensé que’)”. A penseque y a creíque los ahorcaron en Madrid. L. Grac., Crit., 2, 13: “Y señalaron pienso a los penseque”. Es el Non putaram, de Cicerón.

[211] Corona de hueso, cuernos.

[212] Si pensara, aunque pensara. En el Quijote passim (Leng. Cervantes, 1, 265, 8).

[213] Lleno de bote en bote, lleno, frase conocida y con el retruécano de los botes o vasijas de la botica. L. Grac., Crit., 1, 7: “No faltó quien dijo que estaba de bote en bote vacía”. Q. Benav., 1, 270: “La triste casa del mundo | de bote en bote está llena | de los locos que”.

[214] Ayudas, lavativas.

[215] De los palos, que sirven para medicinas, sobre todo alude al que servía para las bubas, “el palo santo” o guayaco, que dice Lucas Hidalgo en su magnifica apología de estas bravas señoras (Diálog. de apacible entretenimiento, 3, 2). De este palo, árbol americano, trata Monardes (Drog. Ind., f. II), y fué introducido en España en 1508 y en Italia en 1517. Conocidas son las coplas de Cristóbal de Castillejo “en alabanza del palo de las Indias, estando en la cura dél”. De todas esas cosas que recuenta Quevedo, y de otras, se hacían medicinas y los boticarios oro y dinero.

[216] Moleta, muela pequeña para moler colores, medicinas, etc. Palomino, Mus. Pict., 5, 3, 5.

[217] Aceite de matiolo. De los raros aceites y ungüentos véase Laguna, Dioscórides, 1, c. 28 y siguientes, y es de notar entre las porquerías de la añeja medicina lo siguiente: “Tratando de los aceites, Dioscórides hace juntamente mención de tres especies de suciedades que solían en su tiempo cogerse. Era la una y la primera de todas aquélla que de los que se bañaban después de untados, nadaba sobre el agua del baño. Por la segunda entiende el sudor, que se raía de los que se ejercitaban en las palestras, el cual era envuelto con polvo y tierra, tenía necesariamente más cuerpo. La tercera suciedad era la que se cogía de las paredes y de las estatuas de la palestra”. Matiolo es una crucífera, mathiola, o alhelí blanco.

[218] Lamedor, composición pectoral, de consistencia media entre electuario y jarabe, y se daba a los enfermos para que, poco a poco, la dejasen deslizar por la garganta al pecho; por tomarse lamiendo. Fragoso, Cirug. Simpl., voz violeta: “Sin el lamedor ordinario, se hace de las violetas un jarabe purgativo con la novena infusión de ellas y azúcar fino”. Mosquete y esmeril son armas de fuego antiguas.

[219] Zurdos. Supersticiones viejas. La del zurdo se funda en no ser derecho, sino siniestro, y las cosas siniestras o los siniestros son desgracias. La del cuervo, en ser negro, y malo y negro es todo uno en castellano y en la etimología latina. La de la lechuza, en ser ave nocturna.

[220] Scévola, así llamado de scaevus, zurdo. El cuento lo traen Plutarco (Poplicola, 17), Valerio Máximo (3, 3, 1), Floro (I, 10), Silio (8, 385) y Livio (2, 12). Queriendo matar a Porsena, rey de Etruria, por error, no conociéndolo, mató a uno de los cortesanos del Rey. Para castigar su mano, que así erró el golpe, la puso en el fuego, teniéndola en él hasta consumirse. De aquí tomó el nombre de Scaevola, esto es, zurdo, scaevus, σχαιός, porque desde entonces no le quedó más que la zurda.

[221] En Correas, 191: “Lanzada de moro izquierdo, que atraviese el corazón”. (De un romance).

[222] Tomarse puntos es coserse los puntos sueltos de la media, y de ahí coserse algún chirlo o herida. Tan de nuevo se hacen con los afeites, que éstos se llamaron mudas, por mudarse con ellas el color del rostro y manos.

[223] El cohol o alcohol con que se alcoholaban, como todavía las moras y los moritos, para que se les agranden los ojos, que los llevan llenos de churretes negros. De ello traté en mi edición de La Celestina.

[224] Con cabellos ajenos, como hoy con las trenzas de muertos o de chinos, que gastan las mujeres.

“Carmina Paulus emit,
Recitat sua carmina Paulus:
Nam quod emas, potes dicere iure tuum”.

Que escribió un célebre humanista imitando a Marcial, el cual dice (l. I, ep. 30):

“Fama refert nostros te, Fidentine, libellos
Non aliter populo, quam recitare tuos.
Si mea vis dici, gratis tibi carmina mittam.
Si dici tua vis, haec eme, ne mea sint”.

“Se ruge, Fidentino, que mis obrillas
las lees a la gente, cual si fueran tuyas.
Si quieres que pasen por mías, te las enviaré de balde.
Si quieres que pasen por tuyas, cómpralas, para que dejen de ser mías”.

[225] Mateo, 26, 24: “Bonum erat ei, si natus non fuisset homo ille”.

[226] Sin cara, descarados, desvergonzados.

[227] Barbirojo. Tirso, Mari Hernánd., 1, 10: “Que acá son | los jodíos barbirojos”. Ídem, Vergonz. en Palac., 1, 4: “Tenéis el cabello rubio, | no hay que fiar dese pelo”. Es tradición haber sido Judas de poca barba y roja, y debe fundarse esto en que los de tal barba son tenidos por traidores y malos. Corr., 402: “Poca barba y bermeja color, debajo de Dios no le hay peor”. Ídem, 304: “Barba roja y mal color, debajo del cielo no le hay peor”. Ídem, 388: “Pelo bermejo, mala carne y peor pellejo”. Ídem, 54: “Asno cojo y hombre rojo y el demuño todo es uno”. Ídem, 123: “En ruin ganado poco hay que escoger y en barba roja menos que creer”. Ya antes (edic. de Pamplona, 1631, nota 191) dice el texto, hablando de Judas: “Lleguéme con codicia de ver si era barbinegro o bermejo”. En Tac., 13, el dómine Cabra es de pelo bermejo. En Perinola: “Eso dijo la pelijudas, una bermejuela abuchornada de rizos”. Peliju(d)as llaman en Andalucía a las de pelo rojo.

[228] Ello. Corr., 536: “Ello. (Esta palabra ello comienza muchas veces ociosa y se entremete baldíamente en muchas ocasiones: otras es pronombre)”. Píc. Just., 1, 2: “Ello, yo no sé por qué mi padre no me llamó la torda”. Ídem, 2, 1, 2, 3: “Ello, nunca faltan bellacos”.

[229] En P: muy cierto lo que manda la Iglesia Romana; pero en el infierno, capón.

[230] Que el estar, repetido el que, sospecho que... que el estar. Era común, por la claridad, cuando se corta la frase por un inciso cualquiera.

[231] Titio, por haber pretendido deshonrar a Latona. Véase Virgilio (Eneida, 6), Ovidio (Metam., 4), Horacio (Od., 3, 4), Tíbulo (1, 3), Píndaro (Pit., 4), etc.

[232] Sisón, especie de francolín ceniciento. Diálog. montería, 13: “Los sisones gallardos y pintados, que vuelan con tanta gala, que parece que silban con las alas, hiriendo el viento, de donde se les debió de poner el nombre que tienen”. Además es el que sisa, como los despenseros saben hacerlo.

[233] “Tenía un bote junto a sí. No me sufrió el corazón a no decirle algo. Y así, llegándome cerca, le dije: ‘¿Cómo, traidor infame sobre todos los hombres, vendiste a tu Maestro, a tu Señor y a tu Dios por tan poco dinero?’ A lo cual respondió: ‘Pues vosotros, ¿por qué os quejáis deso? Que sobrado de bien os estuvo, pues fué el medio y arcaduz para vuestra salud. Yo soy el que me he de quejar y fuí a quien le estuvo mal, y ha habido herejes que me han tenido con veneración, porque di principio en la entrega a la medicina de vuestro mal. Y no penséis que soy yo solo el Judas; que, después que Cristo murió, hay otros peores que yo y más ingratos, pues no sólo le venden, pero le venden y compran, azotan y crucifican, y, lo que es más que todo, ingratos a vida y pasión y muerte y resurrección, le maltratan y persiguen en nombre de sus hijos. Y si yo lo hice antes que muriese, con nombre de apóstol y dispensero, este bote lo dice, que es el de la Madalena, que codicioso quería que se vendiese y se diese a pobres, y ahora es una de las mayores penas que tengo ésta, ver lo que quería para remediar pobres, vendido. Porque todo lo aplicaba a vender, y después, por salir con mi tema y vender el ungüento, vendí al Señor que le tenía, y así remedié más pobres que quisiera’. ‘Ladrón, dije yo, que no me pude reportar, pues, si viendo a la Madalena a los pies de Cristo te tocó la codicia de riqueza, cogieras las perlas de las muchas lágrimas que lloraba, hartáraste de oro con las hebras de cabellos que arrancaba de su cabeza y no cudiciaras su ungüento con alma boticaria. Pero una cosa querría saber de ti: por qué te pintan con botas’,” etc. (Edición de Pamplona, 1631).

[234] Sólo hallo en Correas, 192: “Las botas de Tobías. (Es apodo ordinario a botas viejas de camino)”.

[235] De Calabria, alude acaso a Calabrés, el del Alguacil alguacilado.

[236] Por comprar, sisando en las compras.

[237] Los judíos fueron siempre tenidos por avariciosos, sobre todo de dinero, así siempre se dieron a mercadear. Corr., 275: Judío para la mercadería y fraile para la hipocresía; o judío por la mercadería y fraile por la hipocresía. Ídem, 33: Al judío dalde un palmo y tomará cuatro. Ídem, 275: Judío ni puerco, no le metas en tu güerto.

[238] “lo que conviene? No por cierto”, etc. (Edic. de Barcelona, 1635).

[239] Ensalmadores, los que curan con ensalmos; saludadores, los mismos, porque dan salud. Corren todavía por ahí las nóminas o lóminas, que llaman, y son oraciones antiguas, corrompidas, medio en latín y medio en romance, que venden todos estos embustidores contra el aojo y otras enfermedades de niños y de ganados.

[240] Santiguaduras o santiguaderas, acción de santiguar los ensalmadores. Quev., Tac., 16: “El cual se había hecho ensalmador con unas santiguaderas y oraciones que había aprendido de una vieja”. Santiguar es hacer la cruz sobre enfermo o endemoniado. Castillo, S. Domingo, 1, 1, 45: “No me echéis esa maldición, padre mío, decía el hereje, sino santiguadme, como soléis, con la señal de la cruz”. Lozana andal., 216: “Yo sé ensalmar y encomendar y santiguar cuando alguno está aojado, que vieja me rezó, que era saludadora como yo; sé quitar ahitos, sé para las lombrices, sé encantar la terciana... Sé sanar la sordera y sé ensolver sueños, sé conocer en la frente la phisionomía y la chiromancia en la mano y prenosticar”.

[241] Enfistolarse o afistolarse la herida; convertirse en fístula. Selvagia, 3: “Pone la triaca saludable en la infistolada y encurable herida”. P. Vega, ps. 3, 5, 1: “Vinieron las llagas a afistolarse”.

[242] Badajo, dícese metafóricamente al bobo y necio. S. Horozco, Cancionero, p. 16: “Pues bien sacado de cuajo | de ambos el ser y valor, | cada cual sin gran trabajo | podrie ser gentil badajo | de la campana mayor”. L. Rueda, Eufem., 1: “Superlativo quieres decir, badajo”.

[243] Hurtan que es bendición. Corr., 633: “Hurtar la bendición. (Llegar primero que el otro al bien y provecho)”.

[244] Los saludadores, propiamente curanderos que dan la salud del mal de rabia. Diz que tienen una cruz en el cielo de la boca, que nacen en Viernes Santo, a las tres de la tarde, y no sé qué más. Contra dicho mal suele dar el saludador al mordido de perro rabioso pan sin sal para sanarlo. Mediante una bendición, y más comúnmente algunos esputos que arroja en una jofaina de agua, ve en el fondo la figura del perro y en su aspecto conoce si estaba o no rabioso. Chupa la ponzoña de la herida, bendice los ganados con su soplo y aliento en el nombre de Dios, con los que los preserva de enfermedad, a lo cual alude Quevedo al decir luego que andan siempre soplando, y en la Jácara 1: “Gran saludador de culpas, | un fuelle de Satanás”. Igualmente soplan al que tiene mal de corazón. F. Aguado, Cristiano, 74: “Alude en estas palabras el Apóstol al oficio que hacen los saludadores con los que padecen mal de corazón, a los cuales, cuando los derriba el accidente en tierra, ellos, con un soplo suave, los ponen en pie”. J. Pin., Agr., 24, 38: “Los saludadores curan con el soplo”.

[245] Los porquerones viven de soplar o ir con el soplo al alguacil. Llamaban así a los corchetes o ministros de justicia. Comed. Florin., 10: “Los que acompañan los alguaciles, que llaman aquí porquerones.—Alguno que tiene envidia a su oficio, les llama tal nombre”.

[246] Además de Raimundo Lulio y los citados, fueron maestros de la alquimia Rosino, Alchindo, Morieno, Gilgilides, Jever, Pitágoras, Avicena, Alberto Magno, Aristóteles, el Panteo, etc, etc. Sobre todo, metió ruido el libro de Juan Francisco Pico Mirandulano, de Auro conficiendo. Pero nadie hizo oro, sino que gastó el suyo y el de sus amigos.

[247] “Y sobre que cada uno quería decir cuál era la cosa más vil se ardían todos”. (Edic. de Barcelona, 1635).

[248] La piedra filosofal llamaban a la materia vil, de la cual soñaban poderse hacer oro puro.

[249] Quiromántico, adivino por las rayas y demás señales de la mano.

[250] Monte de Saturno, la carnosidad que hay en la base del dedo del corazón o medio o dedo de Saturno; el pulgar es el dedo de Venus y monte de Venus toda su gran base, y así, de Júpiter el índice, de Apolo el anular, de Mercurio el meñique, con sus montes correspondientes. Del monte de Saturno baja una línea hacia abajo por toda la palma de la mano, que llaman línea de Saturno o de la suerte. Sin duda, los quirománticos la tienen de irse al infierno.

[251] Vive Dios. Sacaba el horóscopo este astrólogo judiciario, levantando figuras para averiguar qué astro ascendía en el meridiano en el momento de nacer él mismo.

[252] “Otro corría seguido de una tarasca con uñas de a vara y rabo de macho, como vara de alcalde manchego, que le atenazaba con un asador, diciéndole: ‘Aguarda, salta-tumbas, come-estolas y arañón de altares; págame las dos hijas que me robaste en el honor en el campanario de tus hazañas, y que cansado remitistes, por hechiceras, a la hoguera del Santo Oficio’. ‘Cierto’, gritaron dos furias vestidas de sambenitos, por cuyas caperuzas salían negras llamas, y arremetieron a él. El pobre iba dando alaridos que me horrorizaron”. (Lo suprimió la censura en la primera edición, según Castellanos, tomo I, pág. 399).

[253] Calza, hecha de punto de media.

[254] Pedro de Abano, médico y astrólogo. Nació en 1250, en la aldea de Abano, cerca de Padua. El nombre latino de aquel pueblo es Aponus, y por esto se le llamaba Pedro de Apono o Aponensis y también Pedro de Padua. En Medicina poseía todos los conocimientos de su siglo; pero añadió a ellos los sueños todos y delirios de la astrología judiciaria. Acusado de mágico y hereje, fué por la Inquisición perseguido y procesado.

[255] Henrico Cornelio Agripa, a quien el padre Martín del Río da el nombre de archimago, Paulo Jovio el de portentoso ingenio, Luis Vives el de milagro de todas las ciencias y Gabriel Naudeo compara con Argos; nació en Colonia en 1486 y llegó a hablar ocho idiomas. Secretario del emperador Maximiliano, soldado en Italia bajo las órdenes de Antonio de Leiva, médico y jurista en Francia y España, teólogo en su patria y en Lombardía y libre y atrevido y soberbio en toda Europa, fué médico, historiador y consejero de Príncipes, amigo singular de Cardenales y Obispos, y en todas partes inconstante y malquisto. Escribió diferentes obras, y entre ellas las que más celebridad le dieron, son: De incertitudine et vanitate scientiarum declamatio invectiva, impresa por vez primera en 1527, donde intenta probar no haber nada ni más pernicioso ni de mayor peligro para la vida de los hombres y para la salud de sus almas que las ciencias y las artes. De occulta philosophia libri III, publicada en Amberes, 1531, por la cual se le acusó de mágico y arrojó a una prisión en Bruselas. Aunque sus escritos le confiesan apreciador de Lutero, y Melanchthon, jamás abrazó la religión reformada; bien que es difícil averiguar la religión de un hombre que a diestro y siniestro repartía recetas para hacer sahumerios, hechizos y talismanes. Murió en Grenoble, en un hospital, por los años de 1535.

[256] “harto de demonios, ya que en vida parece que siempre tuvo hambre dellos, muy enojado con Cardano”, etc. (Edic. de Pamplona, 1631).

Juan Trithemio, historiador y teólogo, tomó su apellido de Trittenheim, lugar del electorado de Tréveris, donde nació en 1462. Vistió el hábito de San Benito y por muchos años fué abad del monasterio de Spanhein, y después en Wurtzbourg, donde falleció en 1516. Escribió muchas obras históricas, utilísimas para el conocimiento de la Edad Media; otras muchas espirituales y místicas y otras de filosofía oculta, que dieron al autor fama de hechicero. Estas últimas son: primera, Philosophia naturalis de Geomantia, arte de adivinar por medio de líneas, puntos y figuras trazadas en la tierra; segunda, Tratado de Alquimia; tercera, la Polygraphia, en seis libros. No entiende por este nombre Trithemio una miscelánea de diferentes asuntos o distintos géneros, sino el modo de escribir una misma palabra de varias maneras, para lo cual enseña trece alfabetos nuevos, compuestos de letras tomadas de idiomas extranjeros o de caracteres arbitrarios. Esto contribuyó a perfeccionar y extender, por medio de cifras, las comunicaciones diplomáticas; cuarta, Steganographia, hoc est, ars per occultam scripturam animi sui voluntatem absentibus aperiendi. Las voces inauditas y caprichosas de que está lleno este libro enigmático hicieron creer que era de nigromancia. No contiene otra cosa que secretos ingeniosos de extender cartas, y jamás fué otro el intento de su autor que el de servir con ellos a Felipe, duque de Baviera. Con motivo de lo que dice Quevedo sobre la Polygraphia y Steganographia, el erudito y juicioso Feijóo deduce que ni las vió ni tuvo bastante noticia de estos dos libros de un sabio y ejemplar religioso. El primero de ellos nunca ha ofrecido, ni podido ofrecer a nadie, reparo alguno; mas la Inquisición de España, lo mismo que el autor de Las Zahurdas de Plutón, condenaron sin fundamento el segundo.

[257] Jernimo Cardan o Cardano, médico y geómetra, nació el 1501 en Pavía. Contribuyó mucho a los adelantamientos de las Matemáticas; pero se dejó arrastrar de las extravagancias y locura de los astrólogos y nigromantes. Baste decir que afirmaba tener un demonio asistente, que le inspiraba sus escritos. Formaba horóscopos de todos los personajes de su tiempo, y, cuando los sucesos desmentían sus predicciones, atribuíalo, no a incertidumbre del arte, sino a ignorancia del artista. Murió de setenta y cinco años, y sus dos tratados De subtilitate rerum y De rerum varietate, sobre todo, abrazan el conjunto de sus conocimientos en Física, Metafísica e Historia natural: vivo ejemplo de los errores deplorables en que suelen caer hombres de no vulgar ingenio. Sus obras se imprimieron en 10 volúmenes en folio, Ginebra, 1620.

[258] Julio César Scaligero, del territorio veronés, estudió en Padua la Medicina y las bellas letras. Nombrado médico del Obispo de Agen, se connaturalizó en Francia, donde murió en 1558. Tuvo disputas literarias con Erasmo y Cardano, y, como éste, su espíritu familiar. Fué mediano poeta y el mejor prosista de aquel siglo, obligando con su ejemplo y censura a que observasen los escritores las reglas de la Gramática e hiciesen su estilo más claro y elegante. Su gusto, sin embargo, era pésimo y disparatadas sus opiniones acerca del mérito de los antiguos vates. Conociendo las reglas de crítica, hablando de ellas con acierto, siempre las aplicó desatinado, privándole una severidad caprichosa de estimar y saborear las obras de los grandes maestros. Escribió contra el libro De subtilitate, de Cardano. Increíble parece que prefiriese Virgilio a Homero y a todo lo griego lo latino, con ser una hijuela e imitación todo el arte romano del helénico.

[259] Artefio (Artephius), filósofo hermético, vivía hacia el año 1130, musulmán o judío. Suyos son los tratados siguientes: primero, Clavis majoris sapientiae; segundo, Liber secretus; tercero, De characteribus planetarum, cantu et motibus avium, rerum praeteritarum et futurarum, lapideque philosophico, que es el que refiere Quevedo; cuarto, De vita propaganda, que dice el bueno de Artefio concluyó a la edad de 1025 años; quinto, Speculum speculorum.

[260] Cecco d’Ascoli. Por este nombre es conocido Francisco Stabili, natural de aquella populosa ciudad de la marca de Ancona. La palabra Cecco no es otra cosa que un diminutivo de Francesco. Nació en 1257, y en Bolonia explicó Filosofía y Astrología. Acusado a la Inquisición por hablar mal de la fe, quitóle el Tribunal los títulos de doctor y maestro, prohibióle enseñar y le impuso una multa. Por sustraerse al castigo, refugióse en Florencia, donde los admiradores del Dante y Cavalcanti, ingenios a quienes el Cecco había censurado con torpe saña, uniéndose a los jueces del Santo Oficio, le quemaron como hereje en 1327, a los setenta años de su edad. Absurda y bárbara sentencia, que en vano se busca fundada en el comentario de Stabili, In sphaeram Joannis de Sacrobosco, aun cuando lo coloque Martín del Río entre los escritores supersticiosos, ni en el indigesto poema L’Acerba, baturrillo de física, historia natural, moral, filosofía y visiones astrológicas. Publicaron la primera de estas dos obras los moldes de Basilea en 1485, y la segunda vió la luz en Brescia, sin año de impresión, que es sumamente rara. Quevedo, en vez de Cecco d’Ascoli, dijo en las primeras ediciones Mizaldo. Antonio Mizaldo, monsluciano, gran charlatán, publicó por los años de 1549 y 1551 las obras siguientes: primera, Cometographia: crinitarum stellarum quas mundus nunquam impunè vidit, aliorumqué ignitorum aëris phaenomenorum natura et portenta, duobus libris philosophicè juxta ac astronomicè expediens, París, 1549, en 4.º; segunda, Planetologia, rebus astronomicis, medicis, et philosophicis eruditè referta, Lyon, 1551, en 4.º. En M, F, P: aves; y Misaldo muy triste.

[261] Teofrasto Paracelso, famoso alquimista del siglo XVI, nació en Suiza en 1493. Después de recorrer la mayor parte de Europa y parte del Asia, ejerció la Medicina en Alemania con extraordinaria fama, que se granjeó por su charlatanería. Murió en un Hospital de Saltzburgo (1541), sumido en la pobreza, en edad de cuarenta y ocho años, quien se vanagloriaba de poseer los secretos de trasmutar en oro los metales y de prolongar por muchos siglos la vida.

[262] Ubecherio y Vbequer estampan dos muy antiguos manuscritos de la Biblioteca de las Cortes, que fueron de don Luis de Salazar y Castro: F. 3, L. 31, págs. 107 y 94. Hubequer las impresiones de Ruán, 1629; Pamplona, 1631; Barcelona, 1635; Madrid, 1648. Habequer la de Bruselas, de 1660, y desde entonces todas.

[263] Clavícula de Salomón. El padre Martín del Río, hablando del origen de la magia, dice: “A estos desatinos entrelazan torpemente la autoridad de Salomón, a quien atribuyen cierta Clavícula y otro gran volumen dividido en siete partes, lleno de sacrificios y encantamientos de demonios. Los judíos y alárabes de España dejaban por derecho hereditario a sus sucesores este libro y por él adoraban algunas maravillas y cosas increíbles. La Inquisición entregó a las llamas cuantos ejemplares pudo haber de estas obras, y ojalá ni siquiera uno solo hubiera dejado a vida”. Teófilo Folengo, en la Macaronea, XVIII, dice de ellas:

“En Salamonis habet liber hic pentacula plumbi.
Aspice cum quantis sunt compassata figuris”.

[264] El Catan, Cattan o Catanes (Cristóbal), filósofo hermético suizo, nacido en Ginebra, escribió Géomane, livre non moins plaisant et recréatif, etc. Le tout suis en lumière par Gabriel du Préan. París, 1577; Londres, 1591; París, 1558. Rázes o Rasis, célebre médico y fecundísimo escritor persa. En la Edad Media corrieron por Europa, como de obras suyas, bárbaras traslaciones latinas, y le atribuyó mil delirios la malicia y la ignorancia, utilizando la noticia de haber escrito Rázes un libro de medicina mística o talismánica, apoyado en la influencia de los astros o en la de torpes figuras de animales. Latan dice el manuscrito de la Biblioteca de las Cortes, L. 31, pág. 95.

[265] Juan Taysnerio (Taisnier), capellán del emperador Carlos V en la empresa de Túnez (1535), peregrino estudioso en África y en Asia, maestro de Matemáticas en Roma y Ferrara, músico del Arzobispo de Colonia, retirándose a su patria Ath, en el Hainau, publicó un Tratado sobre el imán, que fué muy útil para los navegantes, escrito algunos años había por Pedro Peregrini. Apropióse también otra obra De motu locali et perpetuo; mas la que en justicia le pertenece es una que imprimió con el título De Sphaera. También sacó a luz un libro de Physionomia, que, según Gabriel Naudeo, fué compuesto por Bartolomé Cocles. El deseo de adquirir riquezas le hizo dedicarse a la quiromancia y al arte de adivinar y predecir lo futuro, con que engañaba al bajo pueblo, vendiéndole a muy caro precio sus groseras mentiras. Envejecióse en este oficio y murió lleno de ignominia en 1598.

[266] Un triste autor. Llámale Quevedo Cicardo Eubino en todas las ediciones anteriores a los Juguetes de la niñez. Eylhardo Lubino dice el manuscrito de la Biblioteca de las Cortes, L. 31, pág 95. Acaso deba leerse Siccardo Eugubino, tomando el sobrenombre de Eugubio o Gubio, lugar del ducado de Urbino.

[267] Miguel Scoto nació en el condado de Fife (Escocia), en el reinado de Alejandro II. Vivió algunos años en Francia y, noticioso de que el emperador Federico II favorecía las ciencias, pasó a la Corte de este Príncipe y exclusivamente se dedicó al estudio de la Medicina y de la Química. Se cree que murió en 1291. Su afición a las ciencias ocultas le ocasionó ser blanco de las críticas severas de Pico de la Mirándula en su obra contra los astrólogos. Boccaccio, en sus Novelas, habla de él como de un hábil mágico. Folengo, en su Macaronea, afirma lo propio en estos versos:

“Ecce Michaelis de Incantu Regula Scoti,
Qua post sex formas cerae fabricantur imago
Demonii Sathan, Saturni facta piombo.
Cui suffimigio per sirica rubra cremato,
Hac (licet obsistant) coguntur amare puellae”.

En fin, Dante le representa de la propia manera en el Infierno:

“Quell’ altro che ne’ fianchi è cossi poco,
Michele Scotto fu, che veramente
Delle magiche frode seppe il giuoco”.

Landino, expositor de Dante, cuenta que muchas veces convidaba Scoto a sus amigos sin aparejar manjares ningunos; pero, sentado a la mesa, hacía venir por obra del diablo infinitos y preciosos de la cocina de los más prepotentes Monarcas de la tierra. Añade que, siendo astrólogo (matemático) del Emperador de Alemania, le señaló el lugar en que había de morir y que el mismo Scoto se predijo su muerte. Porque muchos italianos le tuvieron por español, cuando este hombre exclusivamente pertenece a la historia de Italia, cuéntale con harta razón Quevedo entre los de aquel país. Escribió Physiognomia et de homninis procreatione, libro que se imprimió en 1477. Ítem: Quaestio curiosa de natura solis et lunae, esto es, de la naturaleza del oro y de la plata para la pretendida trasmutación de los metales.

[268] “de la gente peor que Judas”. (Edic. de Pamplona. 1635).

[269] Quevedo, para estos argüídos de herejes antes de la venida de Cristo, no hizo sino compilar el Catálogo de las herejías, formado por el Obispo de Brescia, Filastrio, varón doctísimo en las Sagradas Escrituras, amigo y familiar de San Ambrosio de Milán. Floreció en el imperio de Teodosio por los años de 380. Philastrii episcopi brixiensis haereseon catalogus. (Basilea, 1528, sin noticia del impresor, que debe de ser Juan Fabro).

[270] Ofitas (ophitae). Advierte Filastrio que deben contarse los primeros entre los herejes anteriores al Salvador, como que atribuían alguna fuerza divina a la serpiente, suponiéndola arrojada del primer cielo a otro, por haber dado a Eva la ciencia del bien y el mal, que de allí trascendió a todo el género humano.

[271] Cainanos. Caiani los llama Filastrio. Habla éste en seguida de la herejía de los sethianos, quienes deliraban suponiendo que en el principio, creados los dos hijos de Adán y constituidos ángeles en disensión (tenían a los varones y a las hembras por dioses y diosas), la virtud femenil se retiró al cielo por la muerte de Abel el justo. Eva entonces creyó necesario parir al justo Seth, que le sustituyese, y en él puso un espíritu de gran virtud para destruir a las virtudes enemigas. Más adelante hubo herejes que aseguraban que Cristo era el mismo Seth.

[272] A Dositheo, mágico de Samaria, que pretendió ser el Mesías, se le reputa primer heresiarca. Es sabido que los samaritanos seguían la ley de Moisés como los judíos, como ellos esperaban al Mesías. Dositheo pensó, valiéndose de la magia, pasar por enviado de Dios y tuvo treinta discípulos predilectos, que sostuvieron tamaña impostura. Observaba la circuncisión y guardaba el ayuno, y, para hacer creer que había subido al cielo, dicen que se encerró en una cueva y que allí se dejó morir de hambre. Fué, según San Jerónimo, maestro y guía de los saduceos. Estimaban sus sectarios en mucho la virginidad, y una de sus peculiares costumbres era la de permanecer por espacio de veinticuatro horas en la misma postura que tenían al comenzar el sábado. Simón Mago perteneció a esta secta, que hasta el siglo VI duró en Egipto. En P: Dorileo; en B: Dotileo.

[273] Los saduceos (sadducaei) tomaron su nombre de Saddoc, discípulo de Dositheo, quien afirmó la herejía de su maestro. Profesaban la locura de Epicuro más bien que la divina ley, no esperando en la otra vida premio ni castigo, y sosteniendo, por consiguiente, que ni el temor ni la esperanza debían ser parte para odiar el vicio y abrazar la virtud. Predicó el Redentor contra esta pestífera herejía. En P B: Estaba luego Aspad, autor.

[274] En el Catálogo siguen, después de los fariseos, los samaritanos, nazareos y essenos.

[275] En P: Eliogaristas; en B: Eliogaristas, Divictiacos.

[276] Musoritos. (Reg., I, cap. 6). En P B: muscoritos.

[277] Mosca accaronita. Beel-zebub (esto es, señor de las moscas) era el ídolo de la ciudad de Accaron. (Reg., IV, 1; Math., X, 25).

[278] Troglodytas, voz griega, que designa los que idolatran en cavernas escondidas, sin cuidarse de labrar casas ni cultivar tierras. Este nombre es imaginario, porque sobre la visión del profeta Ezequiel (c. 8, vv. 8, 9, 10 y 11), que vió idolatrar a setenta ancianos, imaginó Filastrio que lo ejecutaban ocultos en cuevas, no siendo sino en edificios, y el que hizo el índice de Filastrio, equivocado así, los llamó trogloditas.

[279] Los de la fortuna (o reina) del cielo. Era la luna o Iside o Diana. (Ierem., XLIV, 17).

[280] Baal, que significa señor, era el ídolo de los samaritanos y moabitas. Unos le creen Marte y otros Júpiter, en cuya representación le adoraban los sidonios y como a supremo hacedor los caldeos. Éstos al sol llamaron Baal y los fenicios le veneraban por criador único del firmamento. Baal fué un rey de los tirios, cuyo nombre, conservado en la memoria de los hombres, llegó a convertirse en el de un dios. (Num., XXII, 41; Jud., VI, 25; Philastrii, 6).

[281] Los astharitas veneraban y ofrecían sacrificios a Astar, simulacro de los sidonios, y a Camos, escándalo de Moab, ídolos de hombres y mujeres, a quienes ofrecían sacrificios. Así como los gentiles entendían por Baal todos los dioses, del propio modo todas las diosas por Astar o Astaroth; aunque Astaroth o Astarthe en el presente caso es propiamente la Venus siria, nacida en Tiro y casada con Adonis. (Jud., II, 11; Reg., IV, cap. XXIII, 13; Cicerón, De nat. deor., III. 23). En P B: los de Astarot.

[282] Moloch o Mélech (esto es, rey), dios de los ammontas: créese que era el sol. En su honor, Salomón hizo edificar un templo en el monte Olivete, que el rey Josías quemó y redujo a polvo. Para la superstición de este ídolo había consagrado cierto valle al Oriente de Jerusalén, llamado Topheth. (III, Reg., XI, 5, 6, 7; Act., VII, 43).

[283] La estrella de Rempham se cree que fuese la de Saturno. (Act., VII, 43). En P B: Moloch y Temphan.

[284] El ara de Topheth estaba en el valle del hijo de Ennom, al pie del monte Moria. Se llamó Topheth (tambor) porque los sacerdotes del ídolo de Moloch tocaban tambores para que no se enterneciesen los israelitas oyendo los gritos de sus propios hijos e hijas, a quienes, ofrecidos en holocausto, devoraban las llamas lastimosamente. (Reg., IV, cap. XXIII; Math., 10, v. 22).

[285] Puteoritas. Filastrio incluye estos herejes en su Índice, tomando la letra y no el sentido metafórico del versículo 13, cap. II de Jeremías. Herejes veraníseos los nombran las ediciones de Pamplona, 1631, y Barcelona, 1635, lo que parece un yerro de imprenta, no obstante que una y otra lo escriban del propio modo. En P B: pateoritas.

[286] Los de la serpiente de metal. Moisés la hizo por mandado del Señor para que su pueblo se acordase del milagro que obró con Israel, librándolo de aquellos mortíferos reptiles. Abandonados los judíos a la impiedad, ofrecían inciensos al simulacro, como si fuera un dios, y tuvo Ezequías, para restaurar la pureza del culto, que hacer pedazos la serpiente de bronce. (Reg., IV, cap. XVIII, 4).

[287] Thamur es el mismo Faraón, rey de Egipto en los tiempos de Moisés. Las mujeres de Judea, sentadas en derredor de su simulacro, le adoraban con grandes llantos y gemidos. (Philast., 9). En P B: lloraba Shamar.

[288] Los bahalitas o belitas adoraban en cuevas escondidas a Belo y sus hijos. Este rey del Oriente fué el primer autor de la idolatría y del sacerdocio entre los caldeos. (Ídem). En P B: dathalitas.

[289] La pythonisa y los pythones eran los magos y adivinos. Quitólos y acabó con ellos el piadoso rey Josías. (Reg., lib. I et IV, cap. XXVIII et XXIII).

[290] Los de Asthar y Astharoth son cuantos adoran figuras de hombres y mujeres, y con este nombre genérico se conocen los que después de la muerte de Josué y de los ancianos cayeron en abominaciones. (Jud., II, 12 et 13).

[291] Los herodianos confesaban la resurrección y recibían la ley y los profetas, esperando como el Cristo a Herodes, rey de los judíos. (Philast., 12).

[292] Para los herejes posteriores a la venida de Jesucristo se valió Quevedo, buscando siempre lo más raro, según su genio, además del índice de Filastrio, de los Catálogos de Juan Ravisio Textor. Joannis Ravissi Textoris Officinae. Lugduni, 1585, t. II.

[293] Menandro, mago de Samaria y discípulo de Simón, hizo porque le creyesen el salvador bajado del Olimpo para la salud de los hombres. Decía que su bautismo libraba de vejez y enseñaba que no se podía vencer a los ángeles con ningún pacto, sino con los recursos de la magia.

[294] Simón Mago, samaritano, alucinó con sus artes depravadas a muchos en Palestina, hasta el punto de que le veneraban como a padre. En Roma, imperando Claudio, logró ser tenido por Dios y dicen que honrado con aras y sacrificios. Fué autor de la simonía, esto es, dar lo espiritual en precio de cosas temporales. Pretendiendo volar por los aires, en la capital del mundo, delante de Nerón, cayó por oración de San Pedro y murió, dejando manifiesta su impostura.

[295] Saturnino, antioqueno, discípulo de Menandro, cuyas máximas siguió; deliraba estableciendo el sistema de la creación del mundo por los ángeles y negaba que Cristo se hubiese hecho hombre. Reputaba la vida como funesto presente, era la continencia uno de los principales puntos de su herejía y condenaba las nupcias. En P B: Saturno.

[296] Basílides, heresiarca del siglo II, fué natural de Alejandría, discípulo de Menandro y maestro de Marción. Sus desatinos cundieron por todo el Egipto. Creía en la metempsícosis. Enseñaba que de un Dios único e innato provino el entendimiento, de éste el verbo, de éste el sentido, de éste y de la virtud la sabiduría, y de ambas procedieron el principado, las potestades y los ángeles. Decía que ellos fueron los autores del mundo, dieron principio al bien y al mal que le gobierna, y que las inteligencias angélicas, distribuidas en trescientos sesenta y cinco órdenes, presidían otros tantos cielos; que el Hijo de Dios, enviado para libertar al género humano, sólo tomó el aspecto de hombre y que fué crucificado bajo la figura de Simón Cirineo. Murió en 131.

[297] Nicolao, antioqueno, cabeza de la secta de los nicolaítas, suponen que fué uno de los siete diáconos elegidos por los Apóstoles, de quienes hubo de separarse y de la Doctrina verdadera, cayendo en lastimosos errores; pero varios santos Padres creen que los nicolaítas quisieron autorizar su herejía con el nombre del antiguo diácono. Estos sectarios rechazaban la ley del matrimonio, pretendiendo que las mujeres fuesen comunes. Llamáronse gnósticos, esto es, sabios y espirituales.

[298] Carpócrates, heresiarca, natural de Alejandría, vivió en los tiempos de Hadriano. Educado en la filosofía platónica, sostuvo la existencia de un ser supremo y de los ángeles derivados de él por una infinidad de generaciones. Creía que eran las almas emanaciones de la divinidad; pero que, habiendo degenerado de su origen celeste, fueron condenadas a estar unidas a cuerpos mortales. Reputaba a Jesucristo puramente hombre engendrado por San José. Admitió un dios bueno y otro malo.

[299] Cerintho, heresiarca famoso del tiempo de los Apóstoles; nació en Antioquía, de una familia judaica. Estudió con los célebres filósofos de la escuela de Alejandría, y, trasladándose a Jerusalén, se alzó cabeza de una facción compuesta de judíos conversos que, uniendo las ceremonias de la ley antigua con los preceptos del Evangelio, se oponían a la predicación de la fe del Crucificado a los gentiles. Por ello, anatematizado Cerintho y separado de la comunión de los fieles, pasó al Asia, y mezclando ideas de la filosofía oriental con doctrinas judaicas y cristianas, formó una secta, que se extendió por varias provincias. Tiénesele por inventor del error de los milenarios carnales y groseros.

[300] Ebión, su discípulo, cuyos sectarios se llamaban ebionitas; negó la divinidad de Cristo, sosteniendo que con el Evangelio se había de guardar la ley de Moisés, que fué también error de los nazareos. En P: Elión; en B: Abión.

[301] Valentino, egipcio, a mediados del siglo II ambicionaba y no logró un obispado. El despecho le hizo caer en tales demencias, que admitía hasta treinta dioses, a quienes llamaba aeonas. Dijo que Jesucristo tomó cuerpo celeste y no de las entrañas de María. En P B: Valentiniano.

[302] Menandro, el mozo de Samaria, es el mismo de quien se habló antes.

[303] Montano, heresiarca del siglo II, nació en Ardaban, pueblo de la Misia. Abrazó el Cristianismo creyendo ascender a las primeras dignidades eclesiásticas, y no habiéndolo alcanzado, se propuso que le venerasen profeta. Como se atrajese a dos damas de la Frigia, llamadas Priscilla y Maximilla, que abandonaron con extraña locura a sus maridos por seguirle, comenzó a predicar que era el profeta escogido para revelar a los hombres las verdades que no estaban en estado de oir en tiempos de los Apóstoles. La severidad de su moral y las rigorosas penitencias que imponía a sus discípulos atrajéronle considerable número de partidarios, que se llamaron cataphryges, quienes le daban el nombre de Paracleto. Murió, según la opinión más cierta, en 212. El grande Tertuliano se inficionó en la herejía de los montanistas. En P: Prisca; en B: Prisea.

[304] Hubo un obispo en Egipto llamado Nepos, que decía, como Cerintho, que los santos reinarán con Cristo mil años en la tierra en deleites sensuales y groseros.

[305] Sabino, obispo de Heraclea, llamó a todos los cristianos que en el Concilio Niceno anatematizaron a Arrio, idiotas, perezosos y de ingenio enfermizo.

[306] Este período falta en las ediciones de Pamplona y Barcelona de 1631 y 1635.

[307] El emperador Sigismundo, muerta su primera mujer María de Hungría, de quien no tuvo hijos, se casó con Bárbara, cuyo padre era Herman, conde de Cillei. Bárbara fué tan mala como Isabel de Baviera, su contemporánea y pariente, mereciendo por su disolución y vicios el nombre de Mesalina de Alemania. Isabel, hija de este matrimonio, casó con Alberto de Austria.

[308] Zancajo, el hueso que forma el talón, y lo pone por el zancarrón, o hueso del pie desnudo y sin carne, y el de Mahoma dícese por sus huesos, que van a visitar los moros en la mezquita de Meca. Los cencerros, por haber sido recuero, y tales son los dijes de arriero, que después pone.

[309] Manes, hereje persa, que vino a Roma imperando Aureliano. Sus discípulos son llamados maniqueos. Establecía dos principios, uno a otro contrario, siendo el malo autor de las bodas, de las comidas de carne y del vino. Afirmaba que él de una virgen era hijo, y que fué educado en las selvas. Ponía en Cristo una sola naturaleza, la divina, y suponía fantástica la humana, por no creer verisímil que Dios hubiese querido padecer.

[310] Josepho Scalígero, uno de los más célebres filólogos de Francia, fué hijo de Julio César Scalígero, y nació en 1540. Dotado de prodigiosa memoria y de tanto tesón para el estudio, llegó a saber trece lenguas e instruirse profundamente en las bellas letras, la historia, la cronología y las antigüedades. Hízose protestante a la edad de veintidós años, absteniéndose de tomar parte en las tenaces contiendas religiosas de su época. Consagróse a corregir y explicar los autores antiguos, y, aun cuando les atribuye frecuentemente sus propias ideas, no por eso dejó de ilustrarlos. Murió en 1609.

[311] Felipe Melanchthon nació en Breten, en el Bajo Palatínado, año de 1497. Llamábase Schwart-Erde, que en alemán quiere decir tierra negra. Tomó por consejo de un tío el otro nombre, que en griego significa lo mismo. Dió muestras desde muy temprano de una disposición extraordinaria para las letras, y a los veintiún años fué nombrado catedrático de Griego en Wittemberg. Allí trabó amistad con Lutero, que enseñaba Teología, y de común acuerdo trabajaron para restablecer la Reforma. El carácter de Melanchthon era tan dulce como arrebatado y bilioso el de Lutero. Por esta causa fué escogido aquél para redactar su célebre confesión de Ausburg. Murió en 1560, dejando escritas muchas obras, la mayor parte en defensa del protestantismo. Corr., 596: “Comerse las manos. (Por lo que se come con gusto)”. Gitanilla: “Cuando le sepas, has de gustar del de modo que te comas las manos tras él”.

[312] Teodoro Beza nació en Vezelai, pequeña ciudad del Nivernais, año de 1519. Estudió en París y vivió mucho tiempo en Francia, donde gozaba pingües beneficios eclesiásticos. Retiróse a Ginebra en 1548 y públicamente abrazó la Reforma. Atrajo a estas opiniones a Antonio de Borbón y Juana de Navarra, su mujer; concurrió al coloquio de Poissy; sucedió a Calvino en todos sus empleos, y falleció de ochenta y seis años.

[313] “doctísimo”. (Edic. de Pamplona de 1631). Henrico Stéphano nació en París, año de 1528, de una familia de sabios impresores. Sus conocimientos extraordinarios en las lenguas griega, latina y vulgares de Europa, el trabajo que puso en restaurar y anotar las obras de los antiguos, sus frecuentes viajes en busca de manuscritos preciosos y la comunicación con todos los ingenios de su época, le dieron grande nombradía. Como abrazase la religión reformada, echó sobre sí el odio de los católicos, atrayéndole la animadversión de muchos literatos la crítica mordaz que usaba contra los que no seguían sus opiniones. Murió en el Hospital de Lyon, 1598.

[314] “¡Válame Dios, dije, llegándome a Lutero como a mal hombre, por no decir como a mal fraile: te atreviste a decir que no se habían de adorar las imágenes, si en ellas no se adora sino la espiritual grandeza que a nuestro modo representan! Si dices que para acordarte de Dios no has menester imágenes, es verdad y no te las dan para eso, sino para que te muevan afectos la representación de la verdad que reverenciamos y del Señor que amamos sobre todo bien. Como los enamorados, que el retrato de su dama no le traen para acordarse della, pues ya presuponen memoria della en acordarse de que la traen, sino para deleitarse con la parte que se les concede del bien ausente. Dices también que Cristo pagó por todos y que no hay sino vivir como quisiéremos, porque el que me hizo a mí sin mí, me salvará a mí sin mí. Bien me hizo a mí sin mí; pero hecho, siente que yo destruya su obra y manche su pintura y borre su imagen. Y si, como confiesas, sintió en el primer hombre tanto un pecado, que por satisfacerle mostrando su amor murió, ¿cómo te dejas decir que murió para darnos libertad de pecar quien siente tanto que pequemos? Y si murió y padeció Cristo para enseñarnos lo que cuesta un pecado y lo que hemos de huirle, ¿de dónde coliges que murió para darnos licencia para hacer delitos? Que satisfizo por todos es verdad, ¿luego no tenemos que trabajar nosotros? Mientes, pues hay que trabajar en no caer en otros y pagar los cometidos delitos. Enojóse Dios por un pecado, cuando no le debemos sino la creación sola, y ¿no sentiría las culpas, cuando le debemos redempción costosa y trabajosa? Espántome, Lutero, de que supieses nada. ¿De qué te aprovecharon tus letras y agudeza? Más le dijera, si no me enterneciera la desventurada figura en que estaba el miserable Lutero. Estaba ahorcado”, etc. (Edic. de Pamplona, 1631, y Ms. de la Bibl. de las Cortes, F. 3, pág. 109; L. 31, pág. 98).

[315] En P: estaba el miserable Lutero. Estaba ahorcado penando Helyovano, este célebre.

[316] Helio Eobano hesso. Este sobrenombre indica su patria en el Hesse, donde nació en 1488. Fué mirado como uno de los primeros poetas latinos de su época. La necesidad le obligó a emprender la Medicina y escribió un Tratado sobre la dieta, que fué recibido con mucho aplauso. Tuvo comunicación estrecha con los sabios más distinguidos de la Alemania protestante y murió en 1540.

[317] “No pude sino suspirar”. (Edic. de Pamplona, 1631).

[318] “Miré por los españoles y no vi corona ninguna española: quedé contentísimo, que no lo sabré decir”. (Ídem).

[319] “y Julio César estaba llamando de traidores a Bruto y Casio. ¡Oh cuáles andaban el mal obispo don Olpas y el conde don Julián, pisando su propia patria y manchándose en sangre cristiana! Allí vi colgados otros muchos de todas naciones, cuando se llegó a mí el portero y dijo:”, etcétera. (Ms. de la Biblioteca de las Cortes, F. 3, y L. 31, págs. 110 y 100).

[320] Que... que veáis, repetida la conjunción a causa del inciso.

[321] ¿Cómo, diablos. Aquí diablos es a manera de voto o exclamación de extrañeza, por tenerse al diablo como autor de maravillas.

[322] De molde, por sus historias impresas, y con licencia.

[323] Pesquisidores, por el abuso de malpesquisar.

[324] “ocicadas, doncellas preñadas como tazas”; y dijo el demonio: “Doncellas son que vinieron al infierno con... fiambre, y por cosa rara se guardan acá”. (Ídem, págs. 110 y 101); “con los virgos fiambres” (P).

[325] Penadas como tazas, que eran de cuello muy angosto, para que con pena o a duras penas saliese el licor y más lentamente se dejase saborear. Pedro Vega, ps. 7. v. 11, d. 3: “Las copas, que llaman penadas, porque escasean la bebida, tarda en colar, dura y son mayores sus sabores”. Quev., Poem. her., 1: “Que a las tazas penadas echan retos”.

[326] Demandadores, que se visten diferentemente y como que se disfrazan para mendigar. Y demandadores para las ánimas, que se lo gastan en beber.

[327] En P: porque piden para sus misas y consumen ellos con vino, cuanto les dan, sin ser sacerdotes. (Edic. de Pamplona, 1631).

[328] En vez de mascarones había en el camarín madres postizas o sean terceronas que se hacen madres de las jóvenes que ofrecen, o que venden a sus sobrinas como en trastienda, escondidamente.

[329] En el Ms. citado, por suegras léese terceras.

[330] Peaña o peana se decía. T. Ramón, Dom. 21, Trin. 1: “Le tenemos en los sacrarios y peañas sacramentado”. J. Pin., Agr., 5, 26: “También se mostró en la peaña el nombre de Academia, luego que la nombrastes”.

[331] Sebastián Quartel, general en Alemania contra el Emperador, tras haber sido su alabardero, tabernero en Roma y borracho en todas partes. (Ms. de la Biblioteca de las Cortes, F. 3, y L. 31, págs. 111 y 102). En P R: Sebastián Gortel.

[332] “por los cuales los hombres se condenan y son condenados”. (Ms., ídem).

[333] En B: Fresno, 31 de abril de 1608. Y añade: sub correctione sanctae Matris ecclesiae (P).

[334] Castellanos (tomo 1, pág. 428, impresión de 1840) estampó que poseía una censura del Sueño del infierno hecha por fray Antonio Méndez de Santo Domingo. Hoy, según me manifiesta—dice don Aureliano—, no es ya dueño de aquel documento. En él parece que se veía inserto y anatematizado un largo párrafo de la papisa Juana, que el mismo señor Castellanos publicó en el lugar referido. Si es, como se supone, de Quevedo, razón tuvo el censor oponiéndose a que afease obra de tan ingenioso escritor un rasgo de ningún interés, de muy escaso gracejo y de no pequeño escándalo. No se encuentra en ninguno de los antiguos manuscritos.

[Pg 189]

VISITA DE LOS CHISTES

[Pg 190]
[Pg 191]

Las impresiones anteriores al año de 1629 tienen al margen del texto las notillas que copiamos a continuación, y que, expresando el asunto de cada párrafo, constituyen el argumento, digámoslo así, de toda la obra; “Médicos, recetas, cirujanos, sacamuelas, barberos, habladores, chismosos, mentirosos, entremetidos, la muerte, enfadosos, habladores y entremetidos, médicos, los tres enemigos del alma, el dinero contra los tres enemigos del alma, las postrimerías, el infierno, el juicio, malas nuevas, el llanto, el dolor, envidia, la discordia, casamenteros y sastres, la muerte de amores, la muerte de frío, la muerte de miedo, avarientos, la muerte de risa, Joan de la Encina, el Rey que rabió, el rey Perico, Mateo Pico, nigrománticos, ginoveses, honra, maridos, mujeres, letrados, pleitos y pleitear, Venecia, cómo se ha de tratar con los Reyes y Príncipes, Rey de España, Agrages, Arbalias, Chisgaravís, Pero Grullo, profecías y verdades de Pero Grullo, dinero, el dinero es como las mujeres, casados, escribanos y ginoveses, el otro, Calaínos, Cantipalos, dueña Quintañona, don Diego de Noche, Cochitehervite, Trochimoche, doña Fáfula, comedias, autos del Corpus, entremeses, Marizápalos, Marirrabadilla, Marta con sus pollos, alma de [Pg 192] Garibay, Perico de los palotes, Pateta, Juan de las calzas blancas, Pedro por demás, el bobo de Coria, Pedro de Urde-males, san Macarro, san Leprisco y san Ciruelo, santo de Pajares, fray Jarro y san Porro, don Diego de Noche, Diego Moreno, marido cornudo”.

[Pg 193]

A DOÑA MIRENA RIQUEZA

Harto es que me haya quedado algún discurso después que vi a vuesa merced[335], y creo que me dejó éste por ser de la muerte. No se lo dedico porque me lo ampare; llévoselo yo porque le mejore. Designio interesado[336] es el mío, para la enmienda de lo que puede estar escrito con algún desaliño, o imaginado con poca felicidad. No me atrevo yo a encarecer la invención, por no acreditarme de invencionero[337]. Procurado he pulir el estilo y sazonar la pluma con curiosidad. Ni entre la risa me he olvidado de la doctrina. Si me han aprovechado el estudio[338] y la diligencia, le remito a la censura, que vuesa merced hiciera dél, si llega a merecer que le mire. Y podré yo decir entonces que soy dichoso por sueños. Guarde Dios a vuesa merced, que lo mismo hiciera yo. En la prisión y en la Torre, a 6 de abril de 1622.

[Pg 194]

NOTAS:

[335] “veo a vuesa merced”. (Edic. de Pamplona, 1631: Barcelona, 1635, y todas las posteriores).

[336] “el mayor designio interesado es el mío para la enmienda”. (Ídem).

[337] Invencionero. T. Ram., Dom., 14, 6: “Algunos grandes, grandes invencioneros de trajes”.

[338] Estudio, así en A; en la corregida y de don Aureliano: estilo.

[Pg 195]

A QUIEN LEYERE

He querido que la muerte acabe mis discursos como las demás cosas. Quiera Dios que tenga buena suerte. Este es el quinto sueño[339]; no me queda ya que soñar. Y si en la Visita de los Chistes no despierto, no hay que aguardarme[340]. Si te pareciere que ya es mucho sueño, perdona algo la modorra que padezco; y si no, guárdame el sueño[341], que yo seré sietedurmiente[342] de las tales figuras. Vale.[343]

[Pg 196]

NOTAS:

[339] “tratado al Sueño del juicio, al Alguacil endemoniado, al Infierno y al Mundo por de dentro”. (Ms. de la Biblioteca Nacional y la edición de Pamplona, 1631).

[340] “Y si en la Visita de la muerte”. (Ídem).

[341] Guardarle el sueño, cuidarle mientras duerme. Zamora, Monarq. mist., 2, 5: “Que aquel haber de guardar el sueño a otro a costa del suyo”.

[342] Sietedurmiente, muy dormilón, aludiendo a los sietedurmientes, que diz no despertaron en muchos años. Fueron siete hermanos que sufrieron martirio en Éfeso en tiempo de Decio. Habiéndose ocultado en una caverna, fueron emparedados en ella de orden del Emperador. Halláronse ciento cincuenta y siete o ciento ochenta y cuatro años después dormidos en el mismo lugar y vivieron un día. (Balt. Alcáz., Biblióf. Andal., p. 163). Nótese que siete indica muchedumbre, así sietepicos es la muy parlera, sieteencarado el muy disimulado (Autos del siglo XVI, 3, 285); sietedoblar, doblar muchas veces. J. Pin., Agr., 5, 40: “Un portal que por sietedoblar los ecos; sietecueros, tumor en el dedo; sietecolores, cierto pajarito americano; siete-cabezas, el que la tiene grande”.

[343] “postrimerías. Vale”. (Edic. de Pamplona).

[Pg 197]

DISCURSO

Están siempre cautelosos y prevenidos los ruines pensamientos, la desesperación cobarde y la tristeza, esperando coger a solas a un desdichado para mostrarse alentados con él. Propia condición de cobardes, en que juntamente hacen ostentación de su malicia y de su vileza. Por bien que lo tengo considerado en otros, me sucedió en mi prisión. Pues habiendo, o por acariciar mi sentimiento o por hacer lisonja a mi melancolía, leído aquellos versos que Lucrecio escribió con tan animosas palabras[344], me vencí de la imaginación, y debajo del peso de tan ponderadas palabras y razones me dejé caer tan postrado con el dolor del [Pg 198]desengaño que leí, que ni sé si me desmayé advertido o escandalizado. Para que la confesión de mi flaqueza se pueda disculpar, escribo por introducción a mi discurso la voz del poeta divino, que suena ansí, rigurosa con amenazas tan elegantes:

Denique si vocem rerum natura repente
Mittat et hoc alicui nostrum sic increpet ipsa:
Quid tibi tantopere est, mortalis, quod nimis aegris
Luctibus indulges? Quid mortem congemis ac fles?
Nam si grata fuit tibi vita anteacta, priorque,
Et non omnia pertusum congesta quasi in vas
Commoda perfluxere atque ingrata interiere:
Cur non, ut plenus vitae, conviva, recedis?
Aequo animoque capis securam, stulte, quietem?

Entróseme luego por la memoria de rondón Job dando voces y diciendo:

Al fin, hombre nacido[345]
De mujer flaca, de miserias lleno,
A breve vida como flor traído,
De todo bien y de descanso ajeno,
Que, como sombra vana,
Huye a la tarde y nace a la mañana.

Con este conocimiento propio acompañaba luego el de la vida, que hicimos, diciendo:

Guerra es la vida del hombre[346]
Mientras vive en este suelo,
Y sus horas y sus días,
Como las del jornalero.

Yo, que arrebatado de la consideración, me vi a los pies de los desengaños, rendido, con [Pg 199]lastimoso sentimiento y con celo enojado, repetí a éstos en la fantasía:

¡Qué perezosos pies, qué entretenidos[347]
Pasos lleva la muerte por mis daños!
El camino me alargan los engaños
Y en mí se escandalizan los perdidos.
[Pg 200] Mis ojos no se dan por entendidos,
Y, por descaminar mis desengaños,
Me disimulan la verdad los años
Y les guardan el sueño a los sentidos.
Del vientre a la prisión vine en naciendo,
De la prisión iré al sepulcro amando,
Y siempre en el sepulcro estaré ardiendo:
Cuantos plazos la muerte me va dando,
Prolijidades son, que va creciendo,
Porque no acabe de morir penando.

Entre estas demandas y respuestas, fatigado y combatido (sospecho que fué cortesía del sueño piadoso, más que de natural), me quedé dormido. Luego que desembarazada el alma se vió ociosa sin la tarea de los sentidos[348] exteriores, me embistió desta manera la comedia siguiente, y así la recitaron mis potencias a escuras, siendo yo para mis fantasías auditorio y teatro.

Fueron entrando unos médicos a caballo en unas mulas, que con gualdrapas negras parecían tumbas con orejas. El paso era divertido, torpe y desigual, de manera que los dueños iban encima en mareta[349] y algunos vaivenes de[Pg 201] serradores; la vista asquerosa de puro pasear los ojos por orinales y servicios; las bocas emboscadas en barbas, que apenas se las hallara un brazo; sayos con resabios de vaqueros[350]; guantes en infusión, doblados como los que curan[351]; sortijón[352] en el pulgar con piedra tan grande, que cuando toma el pulso pronostica al enfermo la losa. Eran éstos en gran número, y todos rodeados de platicantes[353], que cursan en lacayos, y, tratando más con las mulas que con los doctores, se gradúan de médicos. Yo, viéndolos, dije:

—Si déstos se hacen estos otros, no es mucho que estos otros nos deshagan a nosotros.

Alrededor venía gran chusma y caterva de boticarios con espátulas desenvainadas y jeringas en ristre, armados de cala[354] en parche, [Pg 202]como de punta en blanco. Los medicamentos que éstos venden, aunque estén caducando en las redomas de puro añejos, y los socrocios[355] tengan telarañas, los dan, y así son medicinas redomadas[356] las suyas. El clamor del que muere empieza en el almirez del boticario, va al pasacalles[357] del barbero, paséase por el tableteado[358] de los guantes del dotor, y acábase en las campanas de la iglesia. No hay gente más fiera que estos boticarios. Son armeros de los dotores: ellos les dan armas. No hay cosa suya que no tenga achaques de guerra y que no aluda a armas ofensivas. Jarabes que antes les sobran [Pg 203]letras para jara[359], que les falten. Botes[360] se dicen los de pica; espátulas son espadas en su lengua; píldoras son balas; clísteres y melecinas, cañones; y así se llaman cañón de melecina. Y bien mirado, si así se toca la tecla de las purgas, sus tiendas son purgatorios, y ellos los infiernos, los enfermos los condenados[361], y los médicos los diablos. Y es cierto que son diablos los médicos, pues unos y otros andan tras los malos y huyen de los buenos, y todo su fin es que los buenos sean malos y que los malos no sean buenos jamás.

Venían todos vestidos de recetas y coronados de erres[362] asaeteadas, con que empiezan las recetas. Y consideré que los dotores hablan a los boticarios diciendo: Recipe, que quiere decir recibe. De la misma suerte habla la mala madre a la hija, y la codicia al mal ministro. ¡Pues decir que en la receta hay otra cosa que erres asaeteadas por delincuentes, y luego Ana, [Pg 204]Ana,[363] que juntas hacen un Annás para condenar a un justo! Síguense uncias y más onzas:[364] ¡qué alivio para desollar un cordero enfermo! Y luego ensartan nombres de simples, que parecen invocaciones de demonios: Buphthálmus,[365] opopánax, leontopétalon, tragoríganum, potamogéton senos pugillos, diacathalicon, petroselinum, scilla y rapa. Y sabido qué quiere decir tan espantosa baraúnda de voces tan rellenas de letrones, son zanahoria, rábanos y perejil y otras suciedades. Y como han[Pg 205] oído decir que quien no te conoce te compre,[366] disfrazan las legumbres porque no sean conocidas y las compren los enfermos. Elingatis[367] dicen lo que es lamer, catapotia las píldoras, clyster la melecina, glans o balanus la cala, y errhinae el moquear. Y son tales los nombres de sus recetas y tales sus medicinas, que las más veces, de asco de sus porquerías y hediondeces con que persiguen a los enfermos, se huyen las enfermedades.

¿Qué dolor habrá de tan mal gusto, que no se huya de los tuétanos por no aguardar el emplasto de Guillén Serven[368] y verse convertir en baúl una pierna o muslo donde él está? Cuando vi a éstos y a los dotores, entendí cuan mal se dice para notar diferencia aquel asqueroso refrán: “Mucho va del c... al pulso”;[369] que antes no va nada, y sólo van los médicos, [Pg 206]pues inmediatamente desde él van al servicio y al orinal a preguntar a los meados lo que no saben, porque Galeno los remitió a la cámara y a la orina. Y como si el orinal les hablase al oído, se le llegan a la oreja, avahándose[370] los barbones con su niebla. ¿Pues verles hacer que se entienden con la cámara por señas, y tomar su parecer al bacín, y su dicho a la hedentina[371]? No les esperara un diablo. ¡Oh malditos pesquisidores contra la vida, pues ahorcan con el garrotillo, degüellan con sangrías, azotan con ventosas, destierran las almas, pues las sacan de la tierra de sus cuerpos sin alma y sin conciencia!

Luego se seguían los cirujanos cargados de pinzas, tientas[372], cauterios, tijeras, navajas, sierras, limas, tenazas y lancetones. Entre ellos se oía una voz muy dolorosa a mis oídos, que decía:

[Pg 207]

—Corta, arranca, abre, asierra, despedaza, pica, punza, ajigota[373], rebana, descarna y abrasa.

Dióme gran temor, y más verlos el paloteado que hacían con los cauterios y tientas. Unos huesos se me querían entrar de miedo dentro de otros. Híceme un ovillo.

En tanto vinieron unos demonios con unas cadenas de muelas y dientes, haciendo bragueros, y en esto conocí que eran sacamuelas, el oficio más maldito del mundo, pues no sirven sino de despoblar bocas y adelantar la vejez. Éstos, con las muelas ajenas y no ver diente, que no quieran ver antes en su collar que en las quijadas, desconfían[374] a las gentes de Santa Polonia, levantan testimonios a las encías y desempiedran las bocas. No he tenido peor rato que tuve en ver sus gatillos[375] andar tras los dientes ajenos, como si fueran ratones, y pedir dineros por sacar una muela, como si la pusieran.

—¿Quién vendrá acompañado desta maldita canalla?—decía yo.

Y me parecía que aun el diablo era poca cosa para tan maldita gente, cuando veo venir gran ruido de guitarras. Alegréme un poco. Tocaban todos pasacalles y vacas. Que me maten si[Pg 208] no son barberos. Ellos[376], que entran. No fué mucha habilidad el acertar. Que esta gente tiene pasacalles infusos y guitarra gratis data[377]. Era de ver puntear[378] a unos y rasgar a otros. Yo decía entre mí:

—¡Dolor de la barba, que, ensayada en saltarenes[379], se ha de ver raspar y del brazo, que ha de recibir una sangría, pasada por chaconas y folías!

Consideré que todos demás ministros del martirio, inducidores de la muerte, estaban en mala moneda y eran oficiales de vellón y hierro viejo, y que solos los barberos se habían trocado en plata[380]. Y entretúveme en verlos manosear una cara, sobajar otra[381] y lo que se huelgan con un testuz en el lavatorio.

Luego comenzó a entrar una gran cantidad de gente. Los primeros eran habladores. Parecían azudas[382] en conversación, cuya música era peor que la de órganos destemplados. Unos hablaban[Pg 209] de hilván[383], otros a borbotones, otros a chorretadas, otros habladorísimos hablaban a cántaros. Gente que parece que lleva pujo de decir necedades, como si hubiera tomado alguna purga confeccionada de hojas de Calepino[384] de ocho lenguas. Éstos me dijeron que eran habladores de diluvios, sin escampar[385] de día ni de noche. Gente que habla entre sueños, y que madruga a hablar. Había habladores secos[386] y habladores que llaman del río o del rocío y de la espuma; gente que graniza de perdigones. Otros que llaman tarabilla[387]; gente que se va de palabras como de cámaras, que hablan a toda furia. Había otros habladores nadadores, que hablan nadando con los brazos hacia todas partes y tirando manotadas y coces. Otros jimios, haciendo gestos y visajes. Venían los unos consumiendo a los otros.

Síguense los chismosos, muy solícitos de orejas, muy atentos de ojos, muy encarnizados de malicia. Y andaban hechos uñas de las vidas[Pg 210] ajenas, espulgándolos[388] a todos. Venían tras ellos los mentirosos, contentos, muy gordos, risueños y bien vestidos y medrados, que, no teniendo otro oficio, son milagro del mundo, con un gran auditorio de mentecatos y ruines.

Detrás venían los entremetidos, muy soberbios y satisfechos y presumidos, que son las tres lepras de la honra del mundo. Venían injiriéndose en los otros y penetrándose en todo, tejidos y enmarañados en cualquier negocio. Son lapas de la ambición[389] y pulpos de la prosperidad. Estos venían los postreros, según pareció, porque no entró en gran rato nadie. Pregunté que cómo venían tan apartados, y dijéronme unos habladores, sin preguntarlo yo a ellos:

—Estos entremetidos son la quinta esencia de los enfadosos, y por eso no hay otra cosa peor que ellos.

En esto estaba yo considerando la diferencia tan grande del acompañamiento y no sabía imaginar quién pudiese venir.

En esto entró una que parecía mujer, muy[Pg 211] galana y llena de coronas, cetros, hoces, abarcas, chapines, tiaras, caperuzas, mitras, monteras, brocados, pellejos, seda, oro, garrotes, diamantes, serones, perlas y guijarros. Un ojo abierto y otro cerrado y vestida y desnuda de todas colores. Por el un lado era moza y por el otro era vieja. Unas veces venía despacio y otras apriesa. Parecía que estaba lejos y estaba cerca. Y cuando pensé que empezaba a entrar, estaba ya a mi cabecera.

Yo me quedé como hombre que le preguntan qué es cosa y cosa[390], viendo tan extraño ajuar y tan desbaratada compostura. No me espantó; suspendióme, y no sin risa, porque, bien mirado, era figura donosa[391]. Pregúntele quién era, y díjome[392]:

—La muerte.

¿La muerte? Quedé pasmado. Y apenas abrigué al corazón algún aliento para respirar, y, muy torpe de lengua, dando trasijos[393] con las razones, la dije:

[Pg 212]

—Pues ¿a qué vienes?

—Por ti—dijo.

—¡Jesús mil veces! Muérome según eso.

—No te mueres—dijo ella—; vivo has de venir conmigo a hacer una visita a los difuntos. Que pues han venido tantos muertos a los vivos, razón será que vaya un vivo a los muertos y que los muertos sean oídos. ¿Has oído decir que yo ejecuto sin embargo? Alto, ven conmigo.

Perdido de miedo, le dije:

—¿No me dejarás vestir?

—No es menester—respondió—. Que conmigo nadie va vestido, ni soy embarazosa. Yo traigo los trastos de todos, porque vayan más ligeros.

Fuí con ella donde me guiaba. Que no sabré decir por dónde, según iba poseído del espanto. En el camino la dije:

—Yo no veo señas de la muerte[394], porque allá [Pg 213]nos la pintan unos huesos descarnados con su guadaña.

Paróse y respondió:

—Eso no es la muerte, sino los muertos, o lo que queda de los vivos. Estos huesos son el dibujo sobre que se labra el cuerpo del hombre. La muerte no la conocéis, y sois vosotros mismos vuestra muerte. Tiene la cara de cada uno de vosotros, y todos sois muertes de vosotros mismos. La calavera es el muerto, y la cara es la muerte. Y lo que llamáis morir es acabar de morir, y lo que llamáis nacer es empezar a morir, y lo que llamáis vivir es morir viviendo. Y los huesos es lo que de vosotros deja la muerte y lo que le sobra a la sepultura. Si esto entendiérades así, cada uno de vosotros estuviera mirando en sí su muerte cada día y la ajena en el otro, y viérades que todas vuestras casas están llenas della y que en vuestro lugar hay tantas muertes como personas, y no la estuviérades aguardando, sino acompañándola y disponiéndola. Pensáis que es huesos la muerte y que hasta que veáis venir la calavera y la guadaña no hay muerte para vosotros, y primero sois calavera y huesos que creáis que lo podéis ser.

—Dime—dije yo—: ¿qué significan éstos que te acompañan, y por qué van, siendo tú la muer[Pg 214]te, más cerca de tu persona los enfadosos y habladores que los médicos?

Respondióme:

—Mucha más gente enferma de los enfadosos que de los tabardillos y calenturas, y mucha más gente matan los habladores y entremetidos que los médicos. Y has de saber que todos enferman del exceso o destemplanza de humores; pero, lo que es morir, todos mueren de los médicos que los curan. Y así, no habéis de decir, cuando preguntan: “¿De qué murió Fulano?”, de calentura, de dolor de costado, de tabardillo, de peste, de heridas, sino murió de un dotor Tal que le dió, de un dotor Cual. Y es de advertir que en todos los oficios, artes y estados se ha introducido el don en hidalgos, en villanos[395]. Yo he visto sastres y albañiles[396] con don y ladrones y galeotes en galeras. Pues si se mira en las ciencias, en todas hay millares. Sólo de los médicos ninguno ha habido con don, pudiéndolos tener muchos; mas todos tienen don de matar, y quieren más din[397] al despedirse que don al llamarlos.

[Pg 215]

En esto llegamos a una sima grandísima, la muerte predicadora y yo desengañado. Zambullóse sin llamar, como de casa, y yo tras ella, animado con el esfuerzo que me daba mi conocimiento tan valiente. Estaban a la entrada tres bultos armados a un lado y otro monstruo terrible enfrente, siempre combatiendo entre sí todos, y los tres con el uno y el uno con los tres. Paróse la Muerte, y díjome:

—¿Conoces a esta gente?

—Ni Dios me la deje conocer—dije yo.

—Pues con ellos andas a las vueltas—dijo ella—desde que naciste. Mira cómo vives—replicó—. Éstos son los enemigos del hombre: el Mundo es aquél, éste es el Diablo y aquélla la Carne[398].

Y es cosa notable que eran todos parecidos unos a otros, que no se diferenciaban. Díjome la Muerte:

—Son tan parecidos, que en el mundo tenéis a los unos por los otros. Piensa un soberbio que tiene todo el mundo, y tiene al diablo. Piensa un lujurioso que tiene la carne, y tiene al demonio[399]. Y así anda todo.

[Pg 216]

—¿Quién es—dije yo—aquél que está allí apartado, haciéndose pedazos con estos tres con tantas caras y figuras?

—Ése es—dijo la Muerte—el Dinero, que tiene puesto pleito a los tres enemigos del alma, diciendo que quiere ahorrar de émulos y que adonde él está no son menester, porque él solo es todos tres enemigos. Y fúndase para decir que el dinero es el diablo, en que todos decís: “Diablo es el dinero” y que “Lo que no hiciere el dinero, no lo hará el diablo”, “Endiablada cosa es el dinero”.

Para ser el Mundo, dice que vosotros decís que “No hay más mundo que el dinero”, “Quien no tiene dinero, váyase del mundo”; al que le quitan el dinero decís que “Le echan del mundo”, y que “Todo se da por el dinero”.

Para decir que es la carne el dinero, dice el Dinero: “Dígalo la Carne”, y remítese a las putas y mujeres malas, que es lo mismo que interesadas.

—No tiene mal pleito el Dinero—dije yo—, según se platica por allá.

Con esto, nos fuimos más abajo, y, antes de entrar por una puerta muy chica y lóbrega, me dijo:

—Estos dos, que saldrán aquí conmigo, son las postrimerías.

[Pg 217]

Abrióse la puerta, y estaban a un lado el infierno y el que llaman juicio[400] de Minos[401], así me dijo la Muerte que se llamaban. Estuve mirando al infierno con atención, y me pareció notable cosa. Díjome la Muerte:

—¿Qué miras?

—Miro—respondí—al Infierno, y me parece que le he visto otras veces.

—¿Dónde?—preguntó.

—¿Dónde?—dije—. En la codicia de los jueces, en el odio de los poderosos, en las lenguas de los maldicientes, en las malas intenciones, en las venganzas en el apetito de los lujuriosos, en la vanidad de los príncipes. Y donde cabe el infierno todo, sin que se pierda gota, es en la hipocresía de los mohatreros de las virtudes, que hacen logro del ayuno y del oir misa. Y lo que más he estimado es haber visto el juicio de Minos, porque hasta ahora[402] he vivido engañado, y ahora veo el Juicio como es. Echo de ver que el que hay en el mundo no es juicio ni hay hombre de juicio, y que hay muy poco juicio en el mundo. ¡Pesia tal!—decía yo—. Si deste juicio hubiera allá, no digo parte, sino nuevas [Pg 218]creídas, sombra o señas, otra cosa fuera. Si los que han de ser jueces han de tener deste juicio, buena anda la cosa en el mundo. Miedo me da de tornar arriba, viendo que, siendo éste el juicio, se está aquí casi entero, y que poca parte está repartida entre los vivos. Más quiero muerte con juicio que vida sin él.

Con esto, bajamos a un grandísimo llano, donde parecía estaba depositada la oscuridad para las noches. Díjome la Muerte:

—Aquí has de parar, que hemos llegado a mi tribunal y audiencia.

Aquí estaban las paredes colgadas de pésames. A un lado estaban las malas nuevas, ciertas y creídas y no esperadas; el llanto, en las mujeres engañoso, engañado en los amantes, perdido de los necios y desacreditado en los pobres. El dolor se había desconsolado y creído, y solos los cuidados estaban solícitos y vigilantes, hechos carcomas de reyes y príncipes, alimentándose de los soberbios y ambiciosos. Estaba la envidia con hábito de viuda, tan parecida a dueña, que la quise llamar Álvarez o González. En ayunas de todas las cosas, cebada en sí misma, magra y exprimida. Los dientes, con andar siempre mordiendo de lo mejor y de lo bueno, los tenía amarillos y gastados. Y es la causa que lo bueno y santo, para morderlo, no llega a los dientes; mas nada bueno le puede entrar de los dientes[Pg 219] adentro[403]. La discordia estaba debajo della, como que nacía de su vientre, y creo que es su hija legítima. Ésta, huyendo de los casados, que siempre andan a voces, se había ido a las comunidades y colegios, y, viendo que sobraba en ambas partes, se fué a los palacios y cortes, donde es lugarteniente de los diablos. La ingratitud estaba en un gran horno, haciendo de una masa de soberbia y odio demonios nuevos cada momento. Holguéme de verla, porque siempre había sospechado que los ingratos eran diablos y caí entonces en que los ángeles, para ser diablos, fueron primero ingratos. Andaba todo hirviendo de maldiciones.

—¿Quién diablos—dije yo—está lloviendo maldiciones aquí?

Díjome un muerto que estaba a mi lado:

—¿Maldiciones queréis que falten donde hay casamenteros y sastres, que son la gente más maldita del mundo, pues todos decís: “Mal haya quien me casó”, “Mal haya quien con vos me juntó”, y los más, “Mal haya quien me vistió”?

—¿Qué tiene que ver—dije yo—sastres y casamenteros en la audiencia de la muerte?

[Pg 220]

—¡Pesia tal!—dijo el muerto, que era impaciente—. ¿Estáis loco? Que, si no hubiera casamenteros, ¿hubiera la mitad de los muertos y desesperados? ¡A mí me lo decid, que soy marido! Cinco, como bolo[404], y se me quedó allá la mujer y piensa acompañarme otros diez[405]. Pues sastres, ¿a quién no matarán las mentiras y largas de los sastres y hurtos? Y son tales, que para llamar a la desdicha peor nombre, la llaman desastre, del sastre, y es el principal miembro de este tribunal que aquí veis.

Alcé los ojos y vi la Muerte en su trono, y a los lados, muchas muertes. Estaba la muerte de amores, la muerte de frío, la muerte de hambre, la muerte de miedo y la muerte de risa, todas con diferentes insignias. La muerte de amores estaba con muy poquito seso[406]. Tenía, por estar acompañada, porque no se le corrompiese por la antigüedad, a Píramo y Tisbe[407], embalsamados, [Pg 221]y a Leandro y Hero y a Macías, en cecina, y algunos portugueses derretidos. Mucha gente vi que estaba ya para acabar debajo de su guadaña, y, a puros milagros del interés, resucitaban.

En la muerte de frío vi a todos los ricos, que, como no tienen mujer ni hijos ni sobrinos[408] que los quieran, sino a sus haciendas, estando malos, cada uno carga en lo que puede y mueren de frío.

La muerte de miedo estaba la más rica y pomposa y con acompañamiento más magnífico, porque estaba toda cercada de gran número de tiranos y poderosos. Éstos mueren a sus mismas manos, y sus sayones con sus conciencias[409], y ellos son verdugos de sí mismos, y sólo un bien hacen en el mundo, que, matándose a sí de miedo, recelo y desconfianza, vengan de sí propios a los inocentes. Estaban con ellos los avarientos, cerrando cofres, arcones y ventanas, enlodando resquicios, hechos sepulturas de sus talegos, [Pg 222]y pendientes de cualquier ruido del viento, los ojos hambrientos de sueño, las bocas quejosas de las manos, las almas trocadas en plata y oro.

La muerte de risa era la postrera, y tenía un grandísimo cerco de confiados y tarde arrepentidos. Gente que vive como si no hubiese justicia y muere como si no hubiese misericordia. Éstos son los que, diciéndoles: “Restituid lo mal llevado”, dicen: “Es cosa de risa”. “Mirad que estáis viejo y que ya no tiene el pecado que roer en vos: dejad la mujercilla que embarazáis inútil, que cansáis enfermo; mirad que el mismo diablo os desprecia ya por trasto embarazoso y la misma culpa tiene asco de vos”. Responden: “Es cosa de risa, y que nunca se sintieron mejores”. Otros hay que están enfermos, y, exhortándolos a que hagan testamento, que se confiesen, dicen que se sienten buenos y que han estado de aquella manera mil veces. Éstos son gente que están en el otro mundo y aún no se persuaden a que son difuntos.

Maravillóme esta visión, y dije, herido del dolor y conocimiento:

—¡Diónos Dios una vida sola y tantas muertes! ¡De una manera se nace y de tantas se muere! Si yo vuelvo al mundo, yo procuraré empezar a vivir.

[Pg 223]

En esto estaba, cuando se oyó una voz que dijo tres veces:

—Muertos, muertos, muertos.

Con esto se rebulló el suelo y todas las paredes, y empezaron a salir cabezas, brazos y bultos extraordinarios. Pusiéronse en orden con silencio.

—Hablen por su orden—dijo la Muerte.

Luego salió uno con grandísima cólera y priesa y se vino para mí, que entendí que me quería maltratar, y dijo:

—Vivos de Satanás, ¿qué me queréis, que no me dejáis muerto y consumido? ¿Qué os he hecho que, sin tener parte en nada, me disfamáis en todo y me echáis la culpa de lo que no sé?

—¿Quién eres—le dije con una cortesía temerosa—que no te entiendo?

—Soy yo—dijo—el malaventurado Juan de la Encina[410], el que, habiendo muchos años que estoy aquí, toda la vida andáis, en haciéndose un [Pg 224]disparate, o en diciéndole vosotros, diciendo: “No hiciera más Juan de la Encina; daca los disparates de Juan de la Encina”. Habéis de saber que para hacer y decir disparates, todos los hombres sois Juan de la Encina, y que este apellido de Encina es muy largo en cuanto a disparates. Pero pregunto si yo hice los testamentos en que dejáis que otros hagan por vuestra alma lo que no habéis querido hacer. ¿He porfiado con los poderosos? ¿Teñíme la barba por no parecer viejo? ¿Fuí viejo, sucio y mentiroso? ¿Llamé favor el pedirme lo que tenía? ¿Enamoréme con mi dinero y el quitarme lo que tenía? ¿Entendí yo que sería bueno para mí el que a mi intercesión fué ruin con otro que se fió dél? ¿Gasté yo la vida en pretender con qué vivir, y, cuando tuve con qué, no tuve vida que vivir? ¿Creí las sumisiones del que me hubo menester? ¿Caséme por vengarme de mi amiga? ¿Fuí yo [Pg 225]tan miserable que gastase un real segoviano en buscar un cuarto incierto? ¿Pudríme[411] de que otro fuese rico o medrase? ¿He creído las apariencias de la fortuna? ¿Tuve yo por dichosos a los que al lado de los príncipes dan toda la vida por una hora? ¿Heme preciado de hereje y de malreglado en todo y peor contento, porque me tengan por entendido? ¿Fuí desvergonzado por campear de valiente? Pues si Juan de la Encina no ha hecho nada desto, ¿qué necedades hizo este pobre Juan de la Encina? Pues en cuanto a decir necedades, sacadme un ojo[412] con una. Ladrones, que llamáis disparates los míos y parates[413] los vuestros, pregunto yo: ¿Juan de la Encina fué acaso el que dijo: “Haz bien y no cates a quién[414]”, habiendo de ser al contrario: “Si hicieres bien, mira a quién”? ¿Fué Juan de la Encina[Pg 226] quien, para decir que uno era malo, dijo: “Es hombre que ni teme ni debe”[415], habiendo de decir que ni teme ni paga? Pues es cierto que la mejor señal de ser bueno es ni temer ni deber, y la mayor de la maldad, ni temer ni pagar. ¿Dijo Juan de la Encina: “De los pescados, el mero;[Pg 227] de las carnes, el carnero[416]; de las aves, la perdiz, de las damas, la Beatriz”? No lo dijo, porque él no dijera sino: “De las carnes, la mujer; de los pescados[417], el carnero; de las aves, el Ave María, y después la presentada[418]; de las damas, la más barata”. Mirad si es desbaratado Juan de la Encina: no prestó sino paciencia, no dió sino pesadumbres; él no gastaba con los hombres que piden dinero ni con las mujeres que piden matrimonio. ¿Qué necedades pudo hacer Juan de la Encina, desnudo por no tratar con sastres, que se dejó quitar de la hacienda por no haber menester letrados, que se murió antes de enfermo que de curado, para ahorrarse el médico? Sólo un disparate hizo, que fué, siendo calvo, quitar a nadie el sombrero, pues fuera menos mal ser descortés que calvo, y fuera mejor que le mataran a palos porque no se quitaba el sombrero, que no a apodos porque era calvario[419]. Y si por hacer una necedad anda Juan de la Encina por todos esos púlpitos y cátedras, con votos, gobiernos y estados, enhoramala[Pg 228] para ellos, que todo el mundo es monte[420] y todos son Encinas.

En esto estábamos, cuando, muy estirado y con gran ceño, emparejó[421] otro muerto conmigo, y dijo:

—Volved acá la cara; no penséis que habláis con Juan de la Encina.

—¿Quién es vuesamerced—dije yo—, que con tanto imperio habla, y donde todos son iguales presume diferencia?

—Yo soy—dijo—el Rey que rabió[422]. Y si no me conocéis, por lo menos no podéis dejar de acordaros de mí, porque sois los vivos tan endiablados, que a todo decís que se acuerda del Rey que rabió, y, en habiendo un paredón viejo, un muro caído, una gorra calva, un ferreruelo lampiño, un trabajazo rancio, un vestido caduco, [Pg 229]una mujer manida de años y rellena de siglos, luego decís que se acuerda del Rey que rabió. No ha habido tan desdichado rey en el mundo, pues no se acuerdan dél sino vejeces y harapos, antigüedades y visiones[423]. Y ni ha habido rey de tan mala memoria ni tan asquerosa ni tan carroña[424] ni tan caduca, carcomida y apolillada. Han dado en decir que rabié, y juro a Dios que mienten; sino que han dado todos en decir que rabié, y no tiene ya remedio. Y no soy yo el primero rey que rabió ni el solo, que no hay rey, ni le ha habido, ni le habrá, a quien no levanten que rabia. Ni sé yo cómo pueden dejar de rabiar todos los reyes. Porque andan siempre mordidos por las orejas de envidiosos y aduladores que rabian.

Otro, que estaba al lado del Rey que rabió, dijo:

—Vuesa merced se consuele conmigo, que soy el rey Perico[425], y no me dejan descansar de[Pg 230] día ni de noche. No hay cosa sucia, ni desaliñada, ni pobre, ni antigua, ni mala, que no digan que fué en tiempo del rey Perico. Mi tiempo fué mejor que ellos pueden pensar. Y para ver quién fuí yo y mi tiempo y quién son ellos, no es menester más que oíllos, porque en diciendo a una doncella; ahora la madre: “Hija, las mujeres, bajar[426] los ojos y mirar a la tierra, y no a los hombres”, responden: “Eso fué en tiempo del rey Perico; los hombres han de mirar a la tierra, pues fueron hechos della, y las mujeres al hombre, pues fueron hechas dél”. Si un padre dice a su hijo: “No jures, no juegues, reza las oraciones cada mañana, persígnate en levantándote, echa la bendición a la mesa”, dice que: “Eso se usaba en tiempo del rey Perico”. Ahora le tendrán por un maricón si sabe[427] persignarse, y se reirán dél si no jura y blasfema. Porque en nuestros tiempos más tienen por hombre al que jura que al que tiene barbas.

Al que acabó de decir esto se llegó un muertecillo muy agudo, y sin hacer cortesía, dijo:

—Basta lo que han hablado, que somos muchos y este hombre vivo está fuera de sí y aturdido.

[Pg 231]

—No dijera más Mateo Pico[428], y vengo a eso sólo.

—Pues, bellaco vivo, ¿qué dijo Mateo Pico, que luego andáis si dijera más, no dijera más? ¿Cómo sabéis que no dijera más Mateo Pico? Dejadme tornar a vivir sin tornar a nacer: que no me hallo bien en barrigas de mujeres, que me han costado mucho, y veréis si digo más, ladrones viejos. Pues si yo viera vuestras maldades, vuestras tiranías, vuestras insolencias, vuestros robos, ¿no dijera más? Dijera más y más, y dijera tanto, que enmendárades el refrán, diciendo: “Más dijera Mateo Pico”. Aquí estoy, y digo más, y avisad desto a los habladores de allá; que yo apelo deste refrán con las mil y quinientas[429].

Quedé confuso de mi inadvertencia y desdicha en topar con el mismo Mateo Pico. Era un hombrecillo menudo, todo chillido, que parecía[Pg 232] que rezumaba[430] de palabras por todas sus conjunturas, zambo de ojos y bizco de piernas, y me parece que le he visto mil veces en diferentes partes.

Quitóse de delante y descubrióse una grandísima redoma de vidrio. Dijéronme que llegase, y vi jigote, que se bullía en un ardor[431] terrible, y andaba danzando por todo el garrafón, y poco a poco se fueron juntando unos pedazos de carne y unas tajadas, y déstas se fué componiendo un brazo, un muslo y una pierna, y, al fin, se coció y enderezó un hombre entero. De todo lo que había visto y pasado me olvidé, y esta visión me dejó tan fuera de mí, que no diferenciaba de los muertos.

—¡Jesús mil veces!—dije—. ¿Qué hombre es éste, nacido en guisado[432], hijo de una redoma?

En esto, oí una voz que salía de la vasija, y dijo:

—¿Qué año es éste?

—De seiscientos y veintidós[433]—respondí.

[Pg 233]

—Este año esperaba yo.

—¿Quién eres—dije—, que, parido de una redoma, hablas y vives?

—¿No me conoces?—dijo—. La redoma y las tajadas, ¿no te advierten que soy aquel famoso nigromántico de Europa[434]? ¿No has oído decir que me hice tajadas dentro de una redoma para ser inmortal[435]?

—Toda mi vida lo he oído decir—le respondí—; mas túvelo por conversación de la cuna y cuento de entre dijes[436] y babador. ¿Qué tú eres? Yo confieso que lo más que llegué a sospechar[Pg 234] fué que eras algún alquimista, que penabas en esa redoma, o algún boticario. Todos mis temores doy por bien empleados por haberte visto.

—Sábete—dijo—que[437] mi nombre no fué del título que me da la ignorancia, aunque tuve muchos; sólo te digo que estudié y escribí muchos libros, y los míos quemaron, no sin dolor de los doctos[438].

[Pg 235]

—Sí, me acuerdo—dije yo—. Oído he decir que estás enterrado[439] en un convento de religiosos; mas hoy me he desengañado.

—Ya que has venido aquí—dijo—, desatapa esa redoma.

Yo empecé a hacer fuerza y a desmoronar tierra con que estaba enlodado el vidrio de que era hecha, y díjome:

—Espera. Dime primero[440]: ¿hay mucho dinero[Pg 236] en España? ¿En qué opinión está el dinero? ¿Qué fuerza alcanza? ¿Qué crédito? ¿Qué valor?

Respondíle:

—No han descaecido las flotas de las Indias, aunque los extranjeros han echado unas sanguijuelas[441] desde España al cerro del Potosí, con que se van restañando las venas y a chupones se empezaron a secar las minas.

—¿Ginoveses[442] andan a la zacapela[443] con el dinero?—dijo él—. Vuélvome jigote. Hijo mío, los ginoveses son lamparones del dinero, enfermedad[Pg 237] que procede de tratar con gatos[444]. Y vese que son lamparones porque sólo el dinero que va a Francia[445] no admite ginoveses en su comercio. ¿Salir tenía yo, andando esos usagres de bolsas[446] por las calles? No digo yo hecho jigote en redoma, sino hecho polvos en salvadera quiero estar antes que verlos hechos dueños de todo.

—Señor nigromántico—repliqué yo—, aunque esto es así, han dado en adolecer de caballeros en teniendo caudal, úntanse de señores y enferman de príncipes. Y con esto y los gastos y empréstidos[447] se apolilla la mercancía y se viene todo a repartir en deudas y locuras. Y ordena el demonio que las putas vendan las rentas reales dellos, porque los engañan, los enferman, los enamoran, los roban, y después los hereda el consejo de Hacienda. La verdad adelgaza y no quiebra[448]; en esto se conoce que los ginoveses[Pg 238] no son verdad, porque adelgazan y quiebran.

—Animádome has—dijo—con eso. Dispondréme a salir desta vasija—como primero me digas en qué estado está la honra en el mundo.

—Mucho hay que decir en esto—le respondí yo—. Tocado has una tecla del diablo. Todos tienen honra, y todos son honrados, y todos lo hacen todo caso de honra. Hay honra en todos estados, y la honra se está cayendo de su estado, y parece que está ya siete estadios debajo tierra. Si hurtan, dicen que por conservar esta negra de honra, y que quieren más hurtar que pedir. Si piden, dicen que por conservar esta negra honra, y que es mejor pedir que no hurtar. Si levantan un testimonio, si matan a uno, lo mismo dicen; que un hombre honrado[449] antes se ha de dejar morir entre dos paredes, que sujetarse a nadie; y todo lo hacen al revés. Y al fin en el mundo todos han dado en la cuenta, y llaman honra a la comodidad y con presumir de honrados y no serlo se ríen del mundo.

—El diablo puede salir a vivir en ese mundecillo—dijo él[450]—. Considérome yo a los hombres [Pg 239]con unas honras títeres, que chillan, bullen y saltan, que parecen honras, y mirado bien son andrajos y palillos[451]. ¿El no decir verdad será mérito? ¿El embuste y la trapaza, caballería? ¿Y la insolencia, donaire? Honrados eran los españoles cuando podían decir deshonestos y borrachos[452] a los extranjeros; mas andan diciendo aquí malas lenguas que ya en España ni el vino se queja de malbebido ni los hombres mueren de sed. En mi tiempo no sabía el vino por dónde subía a las cabezas, y ahora parece que se sube hacia arriba[453]. Pues los maridos, porque tratamos de honras, considero yo que andarán hechos buhoneros[454] de sus mujeres, alabando cada uno a sus agujas. Hay maridos calzadores, que los meten para calzarse la mujer con más descanso y sacarlos fuera ellos. Hay maridos linternas, muy compuestos, [Pg 240]muy lucidos, muy bravos, que vistos de noche a escuras parecen estrellas, y llegados cerca son candelilla, cuerno y hierro, rata por cantidad. Otros maridos hay jeringas, que apartados atraen, y llegando se apartan. Pues la cosa más digna de risa es la honra de las mujeres, cuando piden su honra, que es pedir lo que dan. Y si creemos a la gente y a los refranes que dicen: “Lo que arrastra honra[455]”, la honra del marido son las culebras y las faldas. No estoy dos dedos[456] de volverme jigote, dijo el nigromántico, para siempre jamás: no sé qué me sospecho. Dime, ¿hay letrados?

—Hay plaga de letrados—dije yo—. No hay otra cosa sino letrados. Porque unos lo son por oficio, otros lo son por presunción, otros por estudio, y déstos pocos, y otros (éstos son los más) son letrados porque tratan con otros más ignorantes que ellos (en esta materia hablaré como apasionado), y todos se gradúan de dotores y bachilleres, licenciados y maestros, más por los mentecatos con quien tratan que por las universidades, y valiera más a[Pg 241] España langosta perpetua que licenciados al quitar[457].

—Por ninguna cosa saldré de aquí—dijo el nigromántico—. ¿Eso pasa? Ya yo[458] los temía, y por las estrellas alcancé esa desventura, y por no ver los tiempos que han pasado embutidos de letrados me avecindé en esta redoma, y por no los ver me quedaré hecho pastel en bote.

Repliqué:

—En los tiempos pasados, que la justicia estaba más sana, tenía menos dotores, y hala[459] sucedido lo que a los enfermos, que cuantas más juntas de dotores se hacen sobre él, más peligro muestra y peor le va, sana menos y gasta más. La justicia, por lo que tiene de verdad, andaba desnuda; ahora anda empapelada como especias. Un Fuero-Juzgo con su maguer y su cuemo[460], y conusco y faciamus era todas [Pg 242]las librerías. Y aunque son voces antiguas, suenan con mayor propiedad, pues llaman sayón al alguacil y otras cosas semejantes. Ahora ha entrado una cáfila de Menoquios, Surdos y Fabros, Farinacios y Cujacios[461], consejos y decisiones y responsiones y lecciones y meditaciones. Y cada día salen autores, y cada uno con tres volúmenes: Doctoris Putei[462], 1. 6, vol. 1, 2, 3, 4, 5, 6 hasta 15; Licenciati Abbatis [Pg 243]De Usuris; Petri Cusqui In Codicem; Rupis, Brutiparcin, Castani; Montocanense De Adulterio et Parricidio; Cornazano, Rocabruno, etc.[463] Los letrados todos tienen un cimenterio por librería, y por ostentación andan diciendo: “Tengo tantos cuerpos”. Y es cosa brava que las librerías de los letrados todas son cuerpos sin alma, quizá por imitar a sus amos.

[Pg 244]

No hay cosa en que no nos dejen tener razón; sólo lo que no dejan tener a las partes es el dinero, que le quieren ellos para sí. Y los pleitos no son sobre si lo que deben a uno se lo han de pagar a él, que eso no tiene necesidad de preguntas y respuestas; los pleitos son sobre que el dinero sea de letrados y del procurador sin justicia, y la justicia sin dinero de las partes. ¿Queréis ver qué tan[464] malos son los letrados? Que si no hubiera letrados, no hubiera porfías; y si no hubiera porfías, no hubiera pleitos; y si no hubiera pleitos, no hubiera procuradores; y si no hubiera procuradores, no hubiera enredos; y si no hubiera enredos, no hubiera delitos; y si no hubiera delitos, no hubiera alguaciles; y si no hubiera alguaciles, no hubiera cárcel; y si no hubiera cárcel, no hubiera jueces; y si no hubiera jueces, no hubiera pasión; y si no hubiera pasión, no hubiera cohecho. Mirad la retahila de infernales sabandijas que se produce de un licenciadito, lo que disimula una barbaza y lo que autoriza una gorra. Llegaréis a pedir un parecer, y os dirán:

—Negocio es de estudio. Diga vuesamerced que ya estoy al cabo. Habla la ley en propios términos.

[Pg 245]

Toman un quintal de libros, danle dos bofetadas hacia arriba y hacia abajo, y leen de priesa[465], arremedando un abejón; luego dan un gran golpe con el libro patas arriba sobre una mesa, muy esparrancado[466] de capítulos, y dicen:

—En el propio caso habla el jurisconsulto. Vuesamerced me deje los papeles, que me quiero poner bien en el hecho del negocio, y téngalo por más que bueno, y vuélvase por acá mañana en la noche. Porque estoy escribiendo sobre la tenuta[467] de Trasbarras; mas por servir a vuesamerced lo dejaré todo.

Y cuando al despediros le queréis pagar, que es para ellos la verdadera luz y entendimiento del negocio que han de resolver, dice, haciendo grandes cortesías y acompañamientos:

[Pg 246]

—¡Jesús, señor!

Y entre Jesús y señor alarga la mano, y para gastos de pareceres se emboca un doblón.

—No he de salir de aquí—dijo el nigromántico—hasta que los pleitos se determinen a garrotazos. Que en el tiempo que por falta de letrados se determinaban las causas a cuchilladas, decían que el palo era alcalde[468], y de ahí vino: Júzguelo el alcalde de palo. Y si he de salir, ha de ser sólo a dar arbitrio a los reyes del mundo; que quien quisiere estar en paz y rico, que pague los letrados a su enemigo para que lo embelequen[469] y roben y consuman. Dime, ¿hay todavía Venecia en el mundo?

—Sí la hay—dije yo—: no hay otra cosa sino Venecia y venecianos.

—¡Oh! doyla al diablo—dijo el nigromántico—por vengarme del mismo diablo, que no sé que pueda darla a nadie, sino por hacerle mal. Es república ésa que, mientras que no tuviere conciencia, durará. Porque si restituye lo ajeno, no le queda nada. ¡Linda gente! La ciudad fundada en el agua; el tesoro y la libertad, en el aire; la deshonestidad, en el fuego.

[Pg 247]

Y, al fin, es gente de quien huyó la tierra y son narices de las naciones y el albañal de las monarquías, por donde purgan las inmundicias de la paz y de la guerra. Y el turco los permite por hacer mal a los cristianos; los cristianos, por hacer mal a los turcos, y ellos, por poder hacer mal a unos y a otros, no son moros ni cristianos. Y así dijo uno dellos mismos en una ocasión de guerra, para animar a los suyos contra los cristianos:

—Ea, que antes fuisteis venecianos que cristianos.

—Dejemos eso, y dime: ¿hay muchos golosos de valimientos de los hombres del mundo?

—Enfermedad es—dije yo—ésa de que todos los reinos son hospitales.

Y él replicó:

—Antes casas de orates entendí yo; mas según la relación que me haces, no me he de mover de aquí. Mas quiero que tú les digas a esas bestias que en albarda tienen la vanidad y ambición, que los reyes y príncipes son azogue en todo. Lo primero, el azogue, si le quieren apretar, se va: así sucede a los que quieren tomarse con los reyes más mano de lo que es razón. El azogue no tiene quietud: así son los ánimos por la continua mareta de negocios. Los que tratan y andan con el azogue, todos andan temblando: así han de hacer los que tratan con los reyes,[Pg 248] temblar delante dellos de respeto y temor, porque, si no, es fuerza que tiemblen después hasta que caigan. ¿Quién reina ahora en España, que es la postrera curiosidad que he de saber, que me quiero volver a jigote, que me hallo mejor?

—Murió Filipo III—dije yo.

—Fué santo Rey y de virtud incomparable—dijo el nigromántico—, según leí yo en las estrellas pronosticado.

—Reina Filipo IV días ha—dije yo[470].

—¿Eso pasa?—dijo—. ¿Que ya ha dado el tercero cuarto para la hora que yo esperaba?

Y diciendo y haciendo subió por la redoma y la trastornó y salió fuera. Iba diciendo y corriendo:

—Más justicia se ha de hacer ahora por un cuarto que en otros tiempos por doce millones[471].

Yo quise partir tras él, cuando me asió del brazo un muerto, y dijo:

—Déjale ir. Que nos tenía con cuidado a todos. Y cuando vayas al otro mundo, di que Agrages estuvo contigo, y que se queja que le levantéis: Agora lo veredes. Yo soy Agrages. Mira bien que no he dicho tal. Que a mí no se [Pg 249]me da nada que ahora ni nunca lo veáis. Y siempre andáis diciendo: Ahora lo veredes, dijo Agrages. Sólo ahora, que a ti y al de la redoma os oí decir que reinaba Filipo IV, digo que ahora lo veredes. Y pues soy Agrages, ahora lo veredes, dijo Agrages[472].

Fuése, y púsoseme delante, enfrente de mí, un hombrecillo, que parecía remate de cuchar[473], con pelo de limpiadera, erizado, bermejizo y pecoso.

—Dígote sastre[474]—dije yo.

Y él tan presto dijo:

—Oir, que no pica[475]. Pues no soy sino solicitador. Y no pongáis nombres a nadie. Yo me [Pg 250]llamo Arbalias, y os lo he querido decir para que no andéis allá en la vida: “Es un Arbalias”, a unos y a otros, sin saber a quién[476] lo decís[477].

Muy enojado, a mí se llegó un hombre viejo, muy ponderado de testuz, de los que traen canas por vanidad, un gran haz de barbas, ojos a la sombra muy metidos[478], frentaza llena de surcos, ceño descontento y vestido que, juntando lo extraordinario con el desaliño, hacía misteriosa la pobreza.

—Más despacio te he menester que Arbalias—me dijo—. Siéntate.

Sentóse y sentéme. Y como si le dispararan de un arcabuz, en figura de trasgo se apareció entre los dos otro hombrecillo, que parecía astilla [Pg 251]e Arbalias, y no hacía sino chillar y bullir. Díjole el viejo, con una voz muy honrada[479]:

—Idos a enfadar a otra parte, que luego vendréis.

—Yo también he de hablar—decía, y no paraba.

—¿Quién es éste?—pregunté.

Dijo el viejo:

—¿No has caído en quién puede ser? Éste es Chisgaravís[480].

—Docientos mil déstos andan por Madrid—dije yo—, y no hay otra cosa sino Chisgaravises.

Replicó el viejo:

—Éste anda aquí cansando los muertos y a los diablos; pero déjate deso y vamos a lo que importa. Yo soy Pedro, y no Pero Grullo, que quitándome una d en el nombre, me hacéis el santo, fruta[481].

Es, ¡Dios!, verdad que, cuando dijo Pero Grullo, me pareció que le vía[482] las alas[483].

[Pg 252]

—Huélgome de conocerte—repliqué—. ¿Qué, tú eres el de las profecías, que dicen de Pero Grullo[484]?

—A eso vengo—dijo el profeta estantigua[485]—; deso debemos de tratar. Vosotros decís que mis profecías son disparates, y hacéis mucha burla dellas. Estemos a cuentas. Las profecías de Pero Grullo, que soy yo, dicen así:

Muchas cosas nos dejaron[486]
Las antiguas profecías:
[Pg 253] Dijeron que en nuestros días
Será lo que Dios quisiere.

Pues, bribones, adormecidos en maldad, infames, si esta profecía se cumpliera, ¿había más que desear? Si fuera lo que Dios quisiere, fuera siempre lo justo, lo bueno, lo santo; no fuera lo que quiere el diablo, el dinero y la cudicia. Pues hoy lo menos es que Dios quiere y lo más lo que queremos nosotros contra su ley. Y ahora el dinero es todos los quereres, porque él es querido y el que quiere, y no se hace sino lo que él quiere, y el dinero es el Narciso, que se quiere a sí mismo y no tiene amor sino a sí[487]. Prosigo:

Si lloviere hará lodos,
Y será cosa de ver
Que nadie podrá correr
Sin echar atrás los codos.

Hacedme merced de correr los codos adelante y negadme que esto no es verdad. Diréis que de puro verdad es necedad: ¡buen achaquito, hermanos vivos! La verdad, ansí, decís que amarga; poca verdad decís que es mentira, muchas verdades, que es necedad. ¿De qué manera ha de ser la verdad para que os agrade? Y sois tan necios, que no habéis echado de ver que no[Pg 254] es tan profecía de Pero Grullo como decís, pues hay quien corra echando los codos adelante, que son los médicos, cuando vuelven la mano atrás a recibir el dinero de la visita al despedirse, que toman el dinero corriendo y corren como una mona al que se lo da porque le maten.

El que tuviere tendrá,
Será el casado marido,
Y el perdido más perdido,
Quien menos guarda y más da.

Ya estás diciendo entre ti: “¿Qué perogrullada es ésta?” El que tuviere, tendrá—replicó luego—. Pues así es. Que no tiene el que gana mucho ni el que hereda mucho ni el que recibe mucho; sólo tiene el que tiene y no gasta. Y quien tiene poco, tiene, y si tiene dos pocos, tiene algo, y si tiene dos algos, más es, y si tiene dos mases, tiene mucho, y si tiene dos muchos, es rico. Que el dinero (y llevaos esta doctrina de Pero Grullo) es como las mujeres, amigo de andar y que le manoseen y le obedezcan, enemigo de que le guarden, que se anda tras los que no le merecen y, al cabo, deja a todos con dolor de sus almas, amigo de andar de casa en casa. Y para ver cuán ruin es el dinero, que no parece sino que ha sido cotorrera[488], habéis de ver a cuán[Pg 255] ruin gente le da el Señor, y en esto conoceréis lo que son los bienes deste mundo, en los dueños dellos. Echad los ojos por esos mercaderes, si no es que estén ya allá, pues roban los ojos. Mirad esos joyeros, que, a persuasión de la locura, venden enredos resplandecientes y embustes de colores, donde se anegan los dotes de los recién casados. ¡Pues qué, si vais a la platería! No volveréis enteros. Allí cuesta la honra, y hay quien hace creer a un malaventurado se ciña su patrimonio al dedo[489], y, no sintiendo los artejos el peso, está ahullando en su casa. No trato de los pasteleros y sastres, ni de los roperos, que son sastres a Dios y a la ventura[490] y ladrones a diablos y desgracia. Tras éstos se anda el dinero. Y ¿no tendrá asco cualquier bien aliñado de costumbres y pulido de conciencia de comunicarle ningún deseo? Dejemos esto y vamos a la segunda profecía, que dice: Será [Pg 256]el casado marido. Vive el cielo de la cama (dijo muy colérico, porque hice no sé qué gesto oyendo la grullada), que si no os oís con mesura y si os rezumáis de carcajadas[491], que os pele las barbas. Oíd noramala, que a oir habéis venido y a aprender. ¿Pensáis que todos los casados son maridos? Pues mentís, que hay muchos casados solteros y muchos solteros maridos. Y hay hombre que se casa para morir doncel y doncella que se casa para morir virgen de su marido. Y habéisme engañado y sois maldito hombre, y aquí han venido mil muertos diciendo que los habéis muerto a puras bellaquerías. Y certifícoos que si no mirara..., que os arrancara las narices y los ojos, bellaconazo, enemigo de todas las cosas. Reíos también de esta profecía:

Las mujeres parirán
Si se empreñan y parieren,
Y los hijos que nacieren
De cuyos fueren serán.

¿Veis que parece bobada de Pero Grullo? Pues yo os prometo que si se averiguara esto de los padres, había de haber una confusión de daca mi mayorazgo y toma tu herencia. Hay en esto de las barrigas mucho que decir, y, como los hijos es una cosa que se hace a escuras y sin luz, no hay quien averigüe quién fué concebido [Pg 257]a escote ni quién a medias, y es menester creer el parto, y todos heredamos por el dicho del nacer[492], sin más acá ni más allá. Esto se entiende de las mujeres, que meten oficiales; que mi profecía no habla con la gente honrada, si algún maldito como vos no lo tuerce. ¿Cuántos pensáis que el día del juicio conocerán por padre a su paje, a su escudero, a su esclavo y a su vecino? Y ¿cuántos padres se hallarán sin descendencia? Allá lo veréis.

—Esta profecía y las demás—dije yo—, no las consideramos allá desta manera, y te prometo que tienen más veras de las que parecen, y que, oídas en tu boca, son de otra suerte. Y confieso que te hacen agravio.

—Pues oye—dijo—otra:

Volaráse con las plumas,
Andaráse con los pies,
Serán seis dos veces tres.

Volaráse con las plumas. Pensáis que lo digo por los pájaros, y os engañáis, que eso fuera necedad. Dígalo por los escribanos y ginoveses, que éstos nos vuelan con las plumas el dinero[493] de delante. Y porque vean en el otro mundo [Pg 258]que profeticé de los tiempos de ahora y que hay Pero Grullo para los que vivís, llévate este mendrugo de profecías, que a fe que hay que hacer en entenderlo. Fuése y dejóme un papel en que estaban escritos estos ringlones[494] por esta orden:

Nació viernes de Pasión
Para que zahorí[495] fuera,
Porque en su día muriera
El bueno y el mal ladrón.
Habrá mil revoluciones
Entre linajes honrados,
Restituirá los hurtados,
Castigará los ladrones.
Y si quisiere primero
Las pérdidas remediar,
Lo hará sólo con echar
La soga tras el caldero[496].
Y en estos tiempos que ensarto
Veréis (maravilla extraña)
[Pg 259] Que se desempeña España
Solamente con un Cuarto[497].
Mis profecías mayores
Verán cumplida la ley
Cuando fuere Cuarto el rey
Y cuartos[498] los malhechores.

Leí con admiración las cinco profecías de Pero Grullo, y estaba meditando en ellas, cuando por detrás me llamaron. Volvíme y era un muerto muy lacio y afligido, muy blanco[499] y vestido de blanco, y dijo:

—Duélete de mí, y, si eres buen cristiano, sácame de poder de los cuentos de los habladores y de los ignorantes, que no me dejan descansar, y méteme donde quisieres.

Hincóse de rodillas, y, despedazándose a bofetadas, lloraba como niño.

[Pg 260]

—¿Quién eres—dije—, que a tanta desventura estás condenado?

—Yo soy—dijo—un hombre muy viejo, a quien levantan mil testimonios y achacan mil mentiras. Yo soy el Otro, y me conocerás, pues no hay cosa que no la diga el Otro. Y luego, en no sabiendo cómo dar razón de sí, dicen: “Como dijo el Otro”.[500] Yo no he dicho nada ni despego la boca. En latín me llaman Quidam, y por esos libros me hallarás abultando ringlones y llenando cláusulas. Y quiero, por amor de Dios, que vayas al otro mundo y digas cómo has visto al Otro en blanco y que no tiene nada escrito y que no dice nada ni lo ha de decir ni lo ha dicho, y que desmiente desde aquí a cuantos le citan y achacan lo que no saben, pues soy autor de los idiotas y el texto de los ignorantes. Y has de advertir que en los chismes me llaman Cierta persona; en los enredos, No sé quién; en las cátedras, Cierto autor, y todo lo soy el desdichado Otro. Haz esto y sácame de tanta desaventura y miseria.

—Aún aquí estáis, ¿y no queréis dejar hablar a nadie?—dijo un muerto hablando, armado de punta en blanco, muy colérico; y asiéndome de un brazo, dijo:

[Pg 261]

—Oíd acá, y pues habéis venido por estafeta de los muertos a los vivos, cuando vais[501] allá decidles que me tienen muy enfadado todos juntos.

—¿Quién eres?—le pregunté.

—Soy—dijo—Calaínos.

—¿Calaínos eres?—dije—. No sé cómo no estás desainado, porque eternamente dicen: “Cabalgaba Calaínos[502]”.

—¿Saben ellos mis cuentos? Mis cuentos fueron [Pg 262]muy buenos y muy verdaderos. Y no se metan en cuentos conmigo.

—Mucha razón tiene el señor Calaínos—dijo otro que se allegó—. Y él y yo estamos muy agraviados. Yo soy Cantimpalos. Y no hacen sino decir: “El ánsar de Cantimpalos[503], que salía al lobo al camino”. Y es menester que les digáis que me han hecho de asno ánsar, y que era asno el que yo tenía, y no ánsar, y los ánsares no tienen que ver con los lobos, y que me restituyan a mi asno en el refrán y que me le restituyan luego y tomen su ánsar: justicia con costas, y para ello, etc.

[Pg 263]

Con su báculo venía una vieja o espantajo, diciendo:

—¿Quién está allá a las sepulturas?

Con una cara hecha de un orejón[504], los ojos en dos cuévanos de vendimiar, la frente con tantas rayas y de tal color y hechura que parecía planta de pie; la nariz, en conversación con la barbilla, que casi juntándose hacían garra, y una cara de la impresión del grifo; la boca, a la sombra de la nariz, de hechura de lamprea[505], sin diente ni muela, con sus pliegues de bolsa a lo jimio, y apuntándole ya el bozo de las calaveras en un mostacho erizado; la cabeza, con temblor de sonajas y la habla danzante; unas tocas muy largas sobre el monjil negro; esmaltada de mortaja la tumba, con un rosario muy grande colgando, y ella corva, que parecía, con las muertecillas que colgaban dél, que venía pescando calaverillas chicas. Yo, que vi semejante abreviación del otro mundo, dije a grandes voces, pensando que sería sorda:

—¡Ah, señora! ¡Ah, madre! ¡Ah, tía! ¿Quién sois? ¿Queréis algo?

Ella, entonces, levantando el ab initio et ante saecula[506] de la cara, y parándose, dijo:

[Pg 264]

—No soy sorda, ni madre ni tía; nombre tengo y trabajos, y vuestras sinrazones me tienen acabada.

¡Quién creyera que en el otro mundo hubiera presunción de mocedad, y en una cecina[507] como ésta! Llegóse más cerca, y tenía los ojos haciendo aguas, y en el pico de la nariz columpiándose una moquita, por donde echaba un tufo de cimenterio. Díjela que perdonase y pregúntele su nombre. Díjome:

—Yo soy Dueña Quintañona.[508]

—Qué, ¿dueñas hay entre los muertos?—dije maravillado—. Bien hacen de pedir cada día a Dios misericordia más que requiescant in pace, descansen en paz; porque si hay dueñas, meterán en ruido a todos. Yo creí que las mujeres se morían cuando se volvían dueñas, y que las dueñas no tenían de morir, y que el mundo está condenado a dueña perdurable, que nunca se acaba; mas ahora que te veo acá, me desengaño y me he holgado de verte. Porque por allá luego decimos: “Miren la Dueña Quintañona, daca la Dueña Quintañona”.

—Dios os lo pague y el diablo os lleve—dijo—, que tanta memoria tenéis de mí y sin habello yo de menester. Decid: ¿no hay allá dueñas [Pg 265]de mayor número que yo? Yo soy Quintañona; ¿no hay deciochenas y setentonas? Pues ¿por qué no dais tras dellas y me dejáis a mí, que ha más de ochocientos años que vine a fundar dueñas al infierno, y hasta ahora no se han atrevido los diablos a recibirlas, diciendo que andamos ahorrando penas a los condenados y guardando cabos de tizones como de velas, y que no habrá cosa cierta en el infierno? Y estoy rogando con mi persona al purgatorio y todas las almas dicen en viéndome: “¿Dueña?, no por mi casa”. Con el cielo no quiero nada, que las dueñas, en no habiendo a quién atormentar [Pg 266]y un poco de chisme[509], perecemos. Los muertos también se quejan de que no los dejo ser muertos como lo habían de ser, y todos me han dejado en mi albedrío si quiero ser dueña en el mundo; mas quiero estarme aquí, por servir de fantasma en mi estado toda la vida y sentada a la orilla de una tarima guardando doncellas, que son más de trabajo que de guardar. Pues, en viniendo una visita, ¿aquel llamen a la dueña?[510] Y a la pobre dueña todo el día le están dando su recaudo todos. En faltando un cabo de vela, llamen a Álvarez, la dueña le tiene. Si falta un retacillo de algo, la dueña estaba allí. Que nos tienen por cigüeñas, tortugas y erizos de las casas, que nos comemos las sabandijas. Si algún chisme hay, ¡alto!, a la dueña. Y somos la gente más bien aposentada en el mundo, porque en el invierno nos ponen en los sótanos y los veranos en los zaquizamíes[511]. Y lo mejor es que nadie nos puede [Pg 267]ver: las criadas, porque dicen que las guardamos; los señores, porque los gastamos; los criados, porque nos guardamos; los de fuera, por el coram vobis[512] de responso, y tienen razón, porque ver una de nosotras encaramada sobre unos chapines, muy alta y muy derecha, parecemos túmulo vivo. Pues ¡cuando en una visita de señoras hay conjunción de dueñas! Allí se engendran las angustias y sollozos, de allí proceden las calamidades y plagas, los enredos y embustes, marañas y parlerías, porque las dueñas influyen[513] acelgas y lantejas y pronostican candiles y veladores y tijeras de despabilar. Pues ¡qué cosa es levantarse ocho viejas como ocho cabos de años[514] o ocho sin cabo, ensabanadas, y despedirse con unas bocas de tejadillo[515], con unas [Pg 268]hablas sin hueso, dando tabletadas con las encías y poniéndose cada una a las espaldas de su ama a entristecerlas, las asentaderas bajas, trompicando y dando de ojos, adonde en una silla, entre andas y ataúd, la llevan los pícaros arrastrando! Antes quiero estarme entre muertos y vivos pereciendo que volver a ser dueña. Pues hubo caminante que, preguntando dónde había de parar una noche de invierno, yendo a Valladolid, y diciéndole que en un lugar que se llama Dueñas, dijo que si había adónde parar antes o después. Dijéronle que no, y él a esto, dijo:

—Más quiero parar en la horca que en Dueñas[516].

Y se quedó fuera, en la picota. Sólo os pido, así os libre Dios de dueñas (y no es pequeña bendición, que para decir que destruirán a uno dicen que le pondrán cual digan dueñas[517], ¡mirad lo que es decir dueñas!); ruégote[518] encarecidamente [Pg 269]que hagas que metan otra dueña en el refrán y me dejen descansar a mí, que estoy muy vieja para andar en refranes y querría andar en zancos, porque no deja de cansar a una persona andar de boca en boca.

Muy angosto, muy a teja vana, las carnes de venado, en un cendal, con unas mangas por gregüescos y una esclavina por capa y un soportal por sombrero, amarrado a una espada, se llegó a mí un rebozado y llamóme en la seña de los sombrereros.

—Ce, ce—me dijo.

Yo le respondí luego. Llegúeme a él y entendí que era algún muerto envergonzante[519]. Pregúntele quién era.

—Yo soy el malcosido y peor sustentado don Diego de Noche[520].

[Pg 270]

—Más precio haberte visto—dije yo—que a cuanto tengo. ¡Oh, estómago aventurero! ¡Oh, gaznate de rapiña! ¡Oh, panza al trote! ¡Oh, susto de los banquetes! ¡Oh, mosca de los platos! ¡Oh, sacabocados de los señores! ¡Oh, tarasca de los convites y cáncer de las ollas! ¡Oh, sabañón de las cenas! ¡Oh, sarna de los almuerzos! ¡Oh, sarpullido del mediodía! No hay otra cosa en el mundo sino cofrades, discípulos y hijos tuyos.

—Sea por amor de Dios—dijo don Diego de Noche—, que esto me faltaba por oir; mas, en pago de mi paciencia, os ruego que os lastiméis de mí, pues en vida siempre andaba cerniendo las carnes el invierno por las picaduras del verano, sin poder hartar estas asentaderas de gregüescos; el jubón en pelo sobre las carnes, el más tiempo en ayunas de camisa, siempre [Pg 271]dándome por entendido de las mesas ajenas; esforzando, con pistos de cerote y ramplones[521], desmayos de calzado; animando a las medias a puras sustancias de hilo y aguja. Y llegué a estado en que, viéndome calzado de geomancía[522], porque todas las calzas eran puntos, cansado de andar restañando el ventanaje[523], me entinté la pierna y dejé correr. No se vió jamás socorrido de pañizuelos mi catarro, que, afilando el brazo por las narices, me pavonaba de romadizo. Y si acaso alcanzaba algún pañizuelo, porque no le viesen al sonarme, me rebozaba, y, haciendo el coco[524] con la capa, tapando el rostro, me sonaba a escuras. En el vestir he parecido árbol, que en el verano me he abrigado y vestido y en el invierno he andado desnudo.

No me han prestado cosa que haya vuelto: hasta espadas, que dicen que no hay ninguna sin [Pg 272]vuelta[525], si todos me las prestasen, todas serían sin vuelta. Y con no haber dicho verdad en toda mi vida y aborrecídola, decían todos que mi persona era buena para verdad desnuda y amarga. En abriendo yo la boca, lo mejor que se podía esperar era un bostezo o un parasismo, porque todos esperaban el: déme vuesa merced, présteme hágame merced, y así estaban armados de respuestas. Y en despegando los labios, de tropel se oía: No hay qué dar, Dios le provea, cierto que no tengo, yo me holgara, no hay un cuarto.

Y fuí tan desdichado, que a tres cosas siempre llegué tarde. A pedir prestado llegué siempre dos horas después, y siempre me pagaban con decir:

—Si llegara vuesamerced dos horas antes, se le prestara ese dinero.

A ver los lugares llegué dos años después, y en alabando cualquier lugar, me decían:

—Ahora no vale nada; ¡si vuesamerced lo viera dos años ha!

A conocer y alabar las mujeres hermosas llegué siempre tres años después, y me decían:

[Pg 273]

—Tres años atrás me había vuesamerced de ver, que vertía sangre por las mejillas.

Según esto, fuera harto mejor que me llamaran don Diego Después, que no don Diego de Noche. Decir que después de muerto descanso, aquí estoy y no me harto de muerte: los gusanos se mueren de hambre conmigo y yo me como a los gusanos de hambre, y los muertos andan siempre huyendo de mí, porque no les pegue el don o les hurte los huesos o les pida prestado. Y los diablos se recatan de mí, porque no me meta de gorra a calentarme y ando por estos rincones introducido en telaraña. Hartos don Diegos hay allá, de quien pueden echar mano.

Déjenme con mi trabajo, que no viene muerto que luego no pregunte por don Diego de Noche. Y diles a todos los dones[526] a teja vana, caballeros chirles, hacia-hidalgos y casi-dones, que hagan bien por mí. Que estoy penando en una bigotera de fuego, porque, siendo gentilhombre mendicante, caminaba con horma y bigotera[527] a un lado y molde para el cuello y la bula en [Pg 274]el otro. Y esto y sacar mi sombra[528] llamaba yo mudar mi casa.

Desapareció aquel caballero visión, y dió gana de comer a los muertos, cuando llegó a mí, con la mayor prisa que se ha visto, un hombre alto y flaco, menudo de facciones, de hechura de cerbatana, y, sin dejarme descansar, me dijo:

—Hermano, dejadlo todo presto, luego, que os aguardan los muertos, que no pueden venir acá, y habéis de ir al instante a oírlos y hacer lo que os mandaren sin replicar y sin dilación luego.

Enfadóme la prisa del diablo del muerto, que no vi hombre más súpito[529], y dije:

—Señor mío, esto no es cochite hervite[530].

—Sí es—dijo muy demudado—. Dígoos que yo soy Cochitehervite, y el que viene a mi lado (aunque yo no le había visto) es Trochimochi, que somos más parecidos que el freír y el llover.

[Pg 275]

Yo, que me vi entre Cochitehervite y Trochimochi, fuí como un rayo donde me llamaban.

Estaban sentadas unas muertas a un lado, y dijo Cochitehervite:

—Aquí está doña Fáfula[531], Mari-Zápalos y Mari-Rabadilla.

Dijo Trochimochi:

—Despachen, señoras, que está detenida mucha gente.

Doña Fáfula dijo:

—Yo soy una mujer muy principal.

—Nosotras somos—dijeron las otras—las desdichadas que vosotros los vivos traéis en las conversaciones disfamadas.

—Por mí no se me da nada—dijo doña Fáfula—; pero quiero que sepan que soy mujer de un mal poeta de comedias, que escribió infinitas y que me dijo un día el papel:

—Señora[532], tanto mejor me hallara en andrajos en los muladares, que en coplas en las comedias cuanto no lo sabré encarecer.

Fuí mujer de mucho valor y tuve con mi marido [Pg 276]el poeta mil pesadumbres sobre las comedias, autos y entremeses. Decíale yo que por qué cuando en las comedias un vasallo, arrodillado, dice al rey: Dame esos pies, responde siempre: Los brazos será mejor. Que la razón era en diciendo. Dame esos pies, responder: ¿Con qué andaré yo después? Sobre la hambre de los lacayos y el miedo, tuve grandes peloteras[533] con él. Y tuve buenos respetos: que le hice mirar al fin de las comedias por la honra de las infantas, porque las llevaba de voleo[534] y era compasión. No me pagarán esto sus padres dellas en su vida. Fuíle a la mano en los dotes de los casamientos para acabar la maraña en la tercera jornada, porque no hubiera rentas en el mundo. Y en una comedia, porque no se casasen todos, le pedí que el lacayo, queriéndole casar su señor con la criada, no quisiese casarse ni hubiese remedio, siquiera porque saliera un lacayo soltero. Donde mayores voces tuvimos, que casi me quise descasar, fué sobre los autos del Corpus. Decíale yo:

—Hombre del diablo, ¿es posible que siempre [Pg 277]en los autos del Corpus ha de entrar el diablo? con grande brío, hablando a voces, gritos y patadas, y con un brío que parece que todo el teatro es suyo y poco para hacer su papel, como quien dice: “¡Huela[535] la casa al diablo[536]!” Por vida vuestra que hagáis un auto donde el diablo no diga esta boca es mía, y, pues tiene por qué callar, no hable y que hable quien puede[537] y tiene razón, y enójese en un auto. Que, aunque es la misma paciencia, tal vez se indignó y tomó el azote y trastornó mesas y tiendas y cátedras y hizo ruido.

Hícele que, pues podía decir Padre eterno, no dijese Padre eternal; ni Satán, sino Satanás: que aquellas palabras eran buenas cuando el diablo entra diciendo bú, bú, bú[538] y se sale como cohete. Desagravié los entremeses, que a todos les daban de palos[539], y con todos sus palos hacían los entremeses. Cuando se dolían dellos:

—Duélanse—decía yo—de las comedias, que [Pg 278]acaban en casamientos y son peores, porque son palos y mujer.

Las comedias, que oyeron esto, por vengarse, pegaron los casamientos a los entremeses, y ellos, por escaparse y ser solteros, algunos se acaban en barbería, guitarricas y cántico.

—¿Tan malas son las mujeres—dijo Mari-Zápalos[540]—, señora doña Fáfula[541]?

Doña Fáfula, enfadada y con mucho toldo, dijo:

—¡Miren con qué nos viene ahora Mari-Zápalos!

Si vengo, no vengo, se quisieron arañar, y así se asieron, porque Mari-Rabadilla[542], que estaba [Pg 279]allí, no pudo llegar a meterlas en paz, que sus hijos por comer cada uno en su escudilla, se estaban dando de puñadas.

—Mirad—decía doña Fáfula—que digáis en el mundo quién soy.

Decía Mari-Zápalos:

—Mirá que digáis cómo la he puesto.

Mari-Rabadilla dijo:

—Decidles a los vivos que si mis hijos comen cada uno en su escudilla, qué mal les hacen a ellos. ¡Cuánto peores son ellos, que comen en la escudilla de los otros, como don Diego de Noche y otros cofrades de su talle!

Apartéme de allí, que me hendía la cabeza, y vi venir un ruido de piullidos[543] y chillidos grandísimos y una mujer corriendo como una loca, diciendo:

—Pío, pío.

Yo entendí que era la reina Dido, que andaba tras el pío Eneas[544] por el perro muerto a la zacapela, cuando oigo decir:

[Pg 280]

—Allá va Marta con sus pollos[545].

—Válate el diablo, ¿y acá estás? ¿Para quién crías esos pollos?—dije yo.

—Yo me lo sé—dijo ella—: criólos para comérmelos, pues siempre decís: “Muera Marta y muera harta[546]”. Y decildes a los del mundo que quién canta bien después de hambriento y que no digan necedades, que es cosa sabida que no hay tono como el del ahíto[547]. Decildes que me dejen con mis pollos a mí y que repartan esos refranes entre otras Martas, que cantan después de hartas[548]. Que harto embarazada estoy yo acá [Pg 281]con mis pollos, sin que ande inquieta en vuestro refrán[549].

¡Oh, qué voces y gritos se oían por toda aquella sima! Unos corrían a una parte y otros a otra, y todo se turbó en un instante. Yo no sabía dónde me esconder. Oíanse grandísimas voces que decían:

—Yo no te quiero, nadie te quiere.

Y todos decían esto. Cuando yo oí aquellos gritos, dije:

—Sin duda, es éste algún pobre, pues no le quiere nadie: las señas de pobre son, por lo menos.

Todos me decían:

—Hacia ti, mira que va a ti.

Y yo no sabía qué me hacer, y andaba como un loco mirando dónde huir, cuando me asió una cosa, que apenas divisaba lo que era, como sombra. Atemoricéme, púsoseme en pie el cabello, sacudióme el temor los huesos.

—¿Quién eres, o qué eres o qué quieres—le dije—, que no te veo y te siento?

—Yo soy—dijo—el alma de Garibay, que ando buscando quién me quiera, y todos huyen de mí, y tenéis la culpa vosotros los vivos, que [Pg 282]habéis introducido decir que el alma de Garibay no la quiso Dios ni el diablo[550]. Y en esto decís una mentira y una herejía. La herejía es decir que no la quiso Dios: que Dios todas almas quiere y por todas murió[551]. Ellas son las que no quieren a Dios. Así que Dios quiso el alma de Garibay como las demás. La mentira consiste en decir que no la quiso el diablo. ¿Hay alma que no la quiera el diablo? No por cierto. Que, pues él no hace asco de la de los pasteleros, roperos, sastres ni sombrereros, no lo hará de mí. Cuando yo viví en el mundo, me quiso una mujer calva y chica, gorda y fea, melindrosa y sucia, con otra docena de faltas. Si esto no es querer el diablo, no sé qué es el diablo, pues veo, según esto, que me quiso por poderes, y esta mujer, en virtud dellos, me endiabló, y ahora ando en pena por todos estos sótanos y sepulcros. Y he tomado por arbitrio volverme al mundo y andar entre los desalmados corchetes [Pg 283]y mohatreros, que, por tener alma, todos me reciben. Y así, todos éstos y los demás oficios deste jaez tienen el ánima de Garibay. Y decildes que muchos dellos, que allá dicen que el alma de Garibay no la quiso Dios ni el diablo, la quieren ellos por alma y la tienen por alma, y que dejen a Garibay y miren por sí.

En esto desapareció con otro tanto ruido. Iba tras ella gran chusma de traperos, mesoneros, venteros, pintores, chicarreros y joyeros, diciéndola:

—Aguarda, mi alma.

No vi cosa tan requebrada. Y espantóme que nadie la quería al entrar y casi todos la requebraban al salir.

Yo quedé confuso cuando se llegaron a mí Perico de los Palotes[552] y Pateta, Juan de las calzas blancas, Pedro por demás, el Bobo de Coria, Pedro de Urdemalas, así me dijeron que se llamaban, y dijeron:

[Pg 284]

—No queremos tratar del agravio que se nos hace a nosotros en los cuentos y en conversaciones, que no se ha de hacer todo en un día.

Yo les dije que hacían bien, porque estaba tal con la variedad de cosas que había visto, que no me acordaba de nada.

—Sólo queremos—dijo Pateta—que veas el retablo que tenemos de los muertos a puro refrán.

Alcé los ojos y estaban a un lado el santo Macarro[553] jugando al abejón, y a su lado el de [Pg 285]santo Leprisco[554]. Luego, en medio, estaba san Ciruelo[555] y muchas mandas y promesas de señores y príncipes aguardando su día, porque entonces las harían buenas, que sería el día de san Ciruelo. Por encima dél estaba el santo de Pajares[556] y fray Jarro, hecho una bota, por sacristán junto a san Porro[557], que se quejaba de los carreteros. Dijo fray Jarro, con una vendimia por ojos, escupiendo [Pg 286]racimos y oliendo a lagares, hechas las manos dos piezgos y la nariz espita, la habla remostada con un tonillo del carro:

—Éstos son santos que ha canonizado la picardía con poco temor de Dios.

Yo me quería ir y oigo que decía el santo de Pajares:

—Ah, compañero, decildes a los del siglo que muchos picarones, que allá tenéis por santos, tienen acá guardados los pajares, y lo demás que tenemos que decir se dirá otro día.

Volví las espaldas y topé cosido conmigo a don Diego de Noche, rascándose en una esquina, y conocíle y díjele:

—¿Es posible que aún hay que comer en vuesamerced, señor don Diego?

Y díjome:

—Por mis pecados soy refitorio y bodegón de piojos. Querría suplicaros, pues os vais y allá habrá muchos y acá no se hallan por el bienparecer, que ando muy desabrigado, que me enviéis algún mondadientes. Que, como yo lo traiga en la boca, todo me sobra, que soy amigo de traer las quijadas hechas jugador de manos, y, al fin, se masca y se chupa y hay algo entre los dientes, y, poco a poco, se roe. Y si es de lentisco, es bueno para las opilaciones.

Dióme grande risa y apartéme dél huyendo,[Pg 287] por no lo ver aserrar con las costillas un paredón a puros concomos[558].

Dando gritos y alaridos venía un muerto, diciendo:

—A mí me toca, yo lo sabré, ello dirá, entenderémonos, ¿qué es esto?

Y otras razones tales.

—¿Quién es éste tan entremetido en todas las cosas?

Y respondióme un difunto:

—Éste es Vargas[559], que, como dicen: Averígüelo Vargas, viene averiguándolo todo.

Topó en el camino a Villadiego. El pobre estaba afligidísimo, hablando entre sí. Llamóle, y dijóle:

—Señor Vargas, pues vuesamerced lo averigua todo, hágame merced de averiguar quién fueron las de Villadiego, que todos las toman. Porque yo soy Villadiego[560], y en tantos años no lo he podido saber ni las echo menos, y querría salir, si es posible, deste encanto.

[Pg 288]

Vargas le dijo:

—Tiempo hay, que ahora ando averiguando cuál fué primero, la mentira o el sastre. Porque si la mentira fué primero, ¿quién la pudo decir si no había sastres? Y si fueron primero los sastres, ¿cómo pudo haber sastres sin mentira? En averiguando esto, volveré.

Y con esto se desapareció. Venía tras él Miguel de Vergas, diciendo:

—Yo soy el Miguel de las negaciones, sin qué ni para qué, y siempre ando con un no a las ancas: Eso no, Miguel de Vergas[561]. Y nadie me concede nada, y no sé por qué ni qué he hecho.

[Pg 289]

Más dijera, según mostraba pasión, si no llegara una pobre mujer cargada de bodigos y llena de males y plañiendo.

—¿Quién eres—la dije—, mujer desdichada?

—La manceba del Abad—respondió ella—, que anda en los cuentos de niños partiendo el mal con el que le va a buscar, y así dicen las empuñadoras de las consejas[562]: “Y el mal para quien le fuere a buscar y para la manceba del Abad”. Yo no descaso a nadie; antes hago que se casen todos. ¿Qué me quieren, que no hay mal, venga por donde viniere, que no sea para mí?

Fuése y quedó a su lado un hombre triste, entre calavera y mala nueva.

—¿Quién eres—le dije—, tan aciago, que, como dicen, para martes[563] sobras?

[Pg 290]

—Yo soy—dijo Mátalascallando[564], y nadie sabe por qué me llaman así, y es bellaquería, que quien mata es a puro hablar, y ésos son Mátalashablando. Que las mujeres no quieren en un hombre sino que otorgue, supuesto que ellas piden siempre. Y si quien calla otorga, yo me he de llamar Resucítalascallando. Y no que andan por ahí unos mozuelos con unas lenguas de portante[565] matando a cuantos los oyen, y así hay infinitos oídos con mataduras.

—Así es verdad—dijo Lanzarote—, que a mí me tienen ésos consumido a puro lanzarotar con si viene o no viene de Bretaña, y son tan grandes habladores, que, viendo que mi romance dice:

Doncellas curaban dél
Y dueñas de su rocino,

[Pg 291]

han dicho que de aquí se saca que en mi tiempo las dueñas eran mozos de caballos, pues curaban del rocino[566]. ¡Bueno estuviera el rocín en poder de dueñas! ¡El diablo se lo daba! Es verdad, y yo no lo puedo negar, que las dueñas, por ser mozas, aunque fuese de caballos, se entremetieron en eso, como en otras cosas; mas yo hice lo que convenía.

—Crean al señor Lanzarote—dijo un pobre mozo sencillo, humilde y caribobo—, que yo lo certifico[567].

—¿Quién eres tú, que pretendes crédito entre los podridos?

[Pg 292]

—Yo soy el pobre Juan de buena alma[568], que ni me ha aprovechado tener buen alma ni nada para que me dejen ser muerto. ¡Extraña cosa, que sirva yo en el mundo de apodo! Es Juan de buen alma, dicen al marido que sufre y al galán que engañan y al hombre que estafan y al señor que roban y a la mujer que embelecan. Yo estoy aquí sin meterme con nadie.

—Eso es nonada—dijo Juan Ramos—, que, voto a Cristo, que los diablos me hicieron tener una gata. Más me valiera comerme de ratones, que no me dejan descansar: daca la gata de Juan Ramos[569], toma la gata de Juan Ramos. Y ahora [Pg 293]no hay doncellita ni contadorcito, que ayer no tenía que contar sino duelos y quebrantos, ni secretario, ni ministro, ni hipócrita, ni pretendiente, ni juez, ni pleiteante, ni viuda, que no se haga la gata de Juan Ramos. Y todo soy gatas, que parezco a febrero[570]. Y quisiera ser antes sastre del Campillo que Juan Ramos.

Tan presto saltó el sastre del Campillo[571], y dijo que quién metía a Juan Ramos con el sastre. Y él dijo que no mejoraba de apellido, aunque mudaba de sexo.

—Pues dijeran el gato de Juan Ramos, y no la gata.

Si dijeran, no dijeran, el sastre desconfió de las tijeras y fió de las uñas[572], con razón, y empezóse una brega del diablo. Viendo tal escarapela[573][574], íbame poco a poco y buscando quién me [Pg 294]guiase, cuando, sin hablar palabra ni chistar, como dicen los niños, un muerto de buena disposición, bien vestido y de buena cara, cerró conmigo. Yo temí que era loco y cerré con él. Metiéronnos en paz. Decía el muerto:

—Déjenme a ese bellaco, deshonrabuenos[575]. Voto al cielo de la cama[576], que le he de hacer que se quede acá.

Yo estaba colérico y díjele:

—Llega y te tornaré a matar, infame, que no puedes ser hombre de bien: llega, cabrón.

¡Quién tal dijo! No le hube llamado la mala palabra, cuando otra vez se quiso abalanzar a mí y yo a él. Llegáronse otros muertos y dijeron:

—¿Qué habéis hecho? ¿Sabéis con quién habláis? ¿A Diego Moreno[577] llamáis cabrón? ¿No hallastes sabandijas de mejor frente?

—¿Qué, éste es Diego Moreno?—dije yo.

[Pg 295]

Enójeme más y alcé la voz, diciendo:

—Infame, pues ¿tú hablas? ¿Tú dices a los otros deshonrabuenos? La muerte no tiene honra, pues consiente que éste ande aquí. ¿Qué le he hecho yo?

—Entremés[578]—dijo tan presto Diego Moreno—. ¿Yo soy cabrón y otras bellaquerías que compusiste a él semejantes? ¿No hay otros Morenos de quien echar mano? ¿No sabías que todos los Morenos, aunque se llamen Juanes[579], en casándose se vuelven Diegos y que el color de los más maridos es moreno? ¿Qué he hecho yo que no hayan hecho otros muchos más? ¿Acabóse en mí el cuerno? ¿Levánteme yo a mayores con la cornamenta? ¿Encareciéronse por mi muerte los cabos de cuchillos y los tinteros? Pues ¿qué los ha movido a traerme por tablados? Yo fuí marido de tomo y lomo[580], porque tomaba y engordaba: sietedurmientes[581] [Pg 296]era con los ricos y grulla con los pobres, poco malicioso. Lo que podía echar a la bolsa no lo echaba a mala parte. Mi mujer era una picaronaza y ella me disfamaba, porque dió en decir:

—Dios me le guarde[582] a mi Diego Moreno, que nunca me dijo malo ni bueno.

Y miente la bellaca, que yo dije malo y bueno ducientas veces. Y si está el remedio en eso, a los cabronazos que hay ahora en el mundo decildes que se anden diciendo malo y bueno, a sus mujeres, a ver si les desmocharán[583] las sienes y si podrán restañar el flujo del hueso. Lo otro: yo dicen que no dije malo ni bueno, y es tan al revés, que en viendo entrar en mi casa poetas, decía ¡malo!; y en viendo salir ginoveses[584], decía ¡bueno! Si vía con mi mujer galancetes, decía ¡malo!; si vía mercaderes, decía ¡bueno! Si topaba en mi escalera valientes, decía ¡remalo!; si encontraba obligados y tratantes, decía ¡rebueno! Pues ¿qué más bueno y malo había de decir? En mi tiempo hacía [Pg 297]tanto ruido un marido postizo[585], que se vendía el mundo por uno y no se hallaba. Ahora se casan por suficiencia y se ponen a maridos como a sastres y escribientes. Y hay platicantes de cornudo y aprendices de maridería. Y anda el negocio de suerte, que, si volviera al mundo, con ser el propio Diego Moreno, a ser cornudo, me pusiera a platicante y aprendiz delante del acatamiento de los que peinan medellín[586] y barban de cabrío.

—¿Para qué son esas humildades—dije yo—si fuiste el primer hombre que endureció[587] de cabeza los matrimonios, el primero que crió desde el sombrero vidrieras de linternas, el primero que injirió los casamientos sin montera? Al mundo voy solo a escribir de día y de noche entremeses de tu vida.

—No irás esta vez—dijo.

Y asímonos a bocados, y a la grita y ruido[588] que traíamos, después de un vuelco que di en la cama, diciendo: “¡Válgate el diablo! ¿Ahora te enojas, propia condición de cornudos enojarse después de muertos?”...

Con esto me hallé en mi aposento tan cansado y tan colérico como si la pendencia hubiera sido verdad y la peregrinación no hubiera sido sueño. Con todo eso, me pareció no despreciar del todo esta visión y darle algún crédito, pareciéndome que los muertos pocas veces se burlan y que, gente sin pretensión y desengañada, más atienden[589] a enseñar que a entretener.

[Pg 298]

NOTAS:

[344] Lib. III, v. 945. De rerum natura. En fin, si de repente abriera la boca la naturaleza y nos reprochara diciéndonos a cualquiera de nosotros: “¿A qué tanto hacer sentimiento, o mortal, y entregarte al amargo llanto? ¿A qué te congojas y lloras por haber de morir? Porque, si agradable te fué el pasado y anterior vivir y no se fué todo en balde, lo agradable y desagradable, como cayendo en saco roto, ¿cómo no sales ya del convite de la vida bien repleto y cómo, necio, no abrazas con ánimo sosegado el seguro descanso?”

[345] Homo natus de muliere, etc. (Cap, 14).

[346] Militia est vita hominis super terram, etc. (Job, 7).

[347] “le tomé a Job aquellas palabras de la boca, con que empieza su dolor a descubrirse”: Pereat dies in gua natus sum, etc., cap. III:

“Perezca el primero día
En que yo nací a la tierra,
Y la noche en que el varón
Fué concebido, perezca.
“Vuélvase aquel día triste
En miserables tinieblas;
No le alumbre más la luz,
Ni tenga Dios con él cuenta.
“Tenebroso torbellino
Aquella noche posea;
No esté entre los días del año,
Ni entre los meses la tengan.
“Indigna sea de alabanza,
Solitaria siempre sea;
Maldíganla los que el día
Maldicen con voz soberbia;
“Los que para levantar
A Leviatán se aparejan,
Y con sus escuridades
Se escurecen las estrellas.
“Espere la luz hermosa,
Y nunca clara luz vea,
Ni el nacimiento rosado
De la aurora envuelta en perlas.
“Porque no cerró del vientre
Que a mí me trujo las puertas,
Y porque mi sepultura
No fué mi cuna primera”.

“Entre estas demandas”, etc. (Ms. de la Biblioteca Nacional y la edic. de Pamplona de 1631).

[348] “traba de los sentidos”. (Edic. de Pamplona).

[349] En mareta es el movimiento de las olas del mar, cuando se empiezan a levantar con el viento. P. Vega, 1, 10, 2: “Cuando se levanta mareta, claro está que menea y bambolea a los que están dentro”. Licenc. Vidriera: “Fatigan las maretas”. Marete es casi lo mismo. Diál. montería, 11: “Las vueltas que da (el lebretón) con que muele a los galgos, las cuales llamamos los cazadores regates y maretes”. Y mar-ot-ear, en Córdoba lo tengo oído por huir y volver la res, defendiéndose con maña de los perros que la acosan.

[350] Sayo vaquero, vestido exterior para todo el cuerpo, atacado por una abertura atrás en lo que hace de jubón. Después lo usaron los niños y se llamaba sólo vaquero. Lope, Rim. Sagr., f. 173: “El sayo vaquero | de color de nácar”.

[351] Como los que curan, los que se están curando y curtiendo en infusión de perfumes, de ámbar, etc.

[352] La gran sortija de los médicos era tan conocida como la de los Obispos. En éstos indica el desposorio de Cristo con su Iglesia; en aquéllos hubo de provenir de las virtudes curanderas que a las piedras se atribuían, y así en el anillo llevaban una bien grande.

[353] De platicantes, que practicaban curando o cuidando de las mulas de sus amos los médicos, por lo que los llama lacayos.

[354] Cala, la tienta del cirujano, con que va penetrando y tanteando lo hondo de la herida. Dice de cala en parche, como de punta en blanco, en el sentido etimológico de la segunda frase, que es el de apuntando al blanco, y así apuntando con la cala a la piel del herido o al parche de la herida.

[355] Socrocio, emplasto o pítima de color de azafrán, de subcroceum, croceum, de azafrán. Burg., Gatom., 1: “Que alguna vez el ocio | es de las armas cordial socrocio”.

[356] Redomado, que han pasado largo tiempo en redoma, y que es doblada, cautelosa, que se dijo del no manifestar claramente la intención, sino tenerla muy guardada, como en redoma. Quev., Tac., 21: “Con una alcorzada y otra redomada”. Q. Benav., 1, 147: “¡Pues y a unos bellacotes redomados!”

[357] Pasacalles y pasacalle, música de la guitarra. Tacaño, 10: “Tocando un pasacalles, publicas en las costillas de cinco laudes (azotando)”. Navarrete y Rivera, Esc. del danzar: “Quisiera un baile nuevo...—¿Un pasacalle? | Eso es de azotados. | Dios me libre de bailes arriesgados”.

[358] Tableteado, tecleado o acción de teclear o tabletear con los dedos tomando el pulso.

[359] Jara, saeta o palo arrojadizo. Quij., 2, 23: “Que no la alcanzara una jara”.

[360] Bote, vaso de botica, y golpe arrojando o botando lanza, pica, pelota. Niseno, Juev., 3, Cuar., 2: “Desdeñando los acerados botes de las lanzas”.

[361] “a muerte”. (Edic. de Barcelona, 1635).

[362] Erres, la R, que significa Récipe en las recetas, de donde se dijo darle o echarle un récipe por reprenderle, por lo amargas que solían ser las medicinas. A los delincuentes asaeteaba la Santa Hermandad en Peralvillo, junto a Ciudad Real.

[363] Ana, cifra con que los médicos denotan que sean de peso o partes iguales los ingredientes de una receta. Véase en “Clásicos Castellanos” mi edición de Hita, 1335. Annás, sumo sacerdote en Jerusalén, depuesto por Valerius Gratus para cuando Jesús murió; pero que todavía conservaba una preeminencia real y para los judíos era el único pontífice legítimo, aunque los romanos habían nombrado a su yerno Caifás. Al uno y al otro llevaron preso a Jesús, o al Justo para que le condenasen.

[364] Uncias u onzas, en las recetas, como se ve en el lugar citado del Arcipreste.

[365] Buphthalmus, planta llamada ojo de buey; opopanax, el zumo de la panacea, hierba silvestre llamada heraclio; leontopétalon, especie de col, cuya raíz, bebida en vino, es medicinal contra el veneno de las serpientes; tragoriganum, orégano cabruno; potamogeton senos pugillos, seis puñados de hierba potamogéton, que nace en lugares acuosos; diacathalicon, electuario hecho de cañafístola, ruibarbo, tamarindos, etc.; petroselinum, especie de perejil que nace entre las piedras; scilla, cebolla albarrana; rapa, nabo. En cuantas ediciones se han hecho de este Sueño durante dos siglos se han apurado los desatinos al estampar tales nombres. Los manuscritos aún están más disparatados.

[366]El que no te conoce te compre. Usamos deste refrán para encarecer las faltas que alguno tiene; tómase la metáfora de la cabalgadura que tiene tachas encubiertas, que si no es encubriéndolas y concertándose con el albéitar que no las diga, no se puede vender”. (S. Ballesta.)

[367] Elingatis, de elingere, lamer; catapotium, píldora que se traga sin mascar; clyster, la ayuda, melecina o lavativa; glans o balanus, cala, mecha que se hace con jabón, aceite, sal y otros ingredientes para exonerar el vientre; errhinae, medicina que se toma para estornudar.

[368] Guillén Servén; en B: Guillén Cervén.

[369] Corr., 550: “Lo que va del c... al pulso. (En lo que hay gran diferencia)”. Ídem, 200: Lo que va del c... al pulso. Ídem, 475: Mucho va del c... al pulso. Ídem, 335: ¿Qué tiene que ver el c... con el pulso?

[370] Avahándose, llenándose de vaho los médicos de grandes barbas. Herr., Agr., 3, 3: “Y cuanto pro hace el estiércol a las raíces... tanto daño hace el humo dello al árbol avahando la flor”. Villalva, Empres., 2, 21: “Querría, pues, el demonio quitarle la lisura y buena tez y avahar si pudiese este espejo en que se mira Dios”.

[371] Hedentina, hedor fuerte y malo. Herr., H. Ind. Dec., 3, 2, 8: “Dormían entre los muertos y estaban en perpetua hedentina, de donde nació la peste, que acabó a muchos”.

[372] Tienta, hierro para tentar el cirujano la herida. Torr., Filos, mor., 2, 1: “Es también como la tienta del zurujano, que hurga la herida”.

[373] Ajigotar, hacer jigote o menuzos, desmenuzar.

[374] Desconfían, hacen desconfiar de Santa Polonia, abogada del dolor de muelas, factitivo.

[375] Gatillo, para arrancar muelas, y juega del vocablo.

[376] Ellos (son), helos que entran.

[377] Gratis data, en plural neutro, de los dones y gracias espirituales.

[378] Puntear la guitarra es pizcar las cuerdas; rasgar o rasguearla, arrastrar los dedos por ellas.

[379] Saltaren, chacona, folía, varias tocatas, cantos y bailes de la época, en que entendían los barberos, como hasta poco ha.

[380] En P B: en plata y oro.

[381] En P B: sobajar una zalea.

[382] Azuda, noria para sacar agua.

[383] De hilván, seguidamente, hilvanando razones como en hilo seguido.

[384] Calepino (Ambrosio), famoso autor del Diccionario en siete lenguas, a las cuales éstos añadían la suya.

[385] Escampar, aclararse el cielo nublado, dejando de llover. Quev., Jac. 8: “Llueva cárceles mi cielo | diez años sin escampar”.

[386] Secos, que no chispean salivillas al hablar.

[387] Tarabilla, la cítola o tarara del molino, que golpetea y dícese del charlatán ser una tarabilla. (Corr., 607).

[388] Espulgar, examinar cuidadosamente, como quien se espulga. Quij., 2, 60: “Acudieron los bandoleros a espulgar al rucio y a no dejarle cosa de cuantas en las alforjas y la maleta traía”. Diál. perr.: “Para recebir un criado, primero le espulgan el linaje”.

[389] Sólo paz de la ambición, dice el ejemplar de Pamplona de 1631; Solapas de la ambición, el de Barcelona, 1635, y todas las impresiones posteriores hasta la de don Aureliano.

[390] Cosa y cosa, o como en P B: cosi y cosa, o cosicosa, o quisicosa, o cosillina en León, o recosita en Segovia, es la adivinanza y enigma. Balt. Vitor., 2, 411: “Un enigma o cosicosa”. Tirso, Mari Hern., 2, 10: “Ven acá, ¿qué es cosicosa, | que lo que adoro aborrezco, | lo que me pesa hallar busco, | lo que me abrasa es de yelo?”

[391] “(como vulgarmente se dice)”. (Edic. de Barcelona, 1635).

[392] “y díjome sin más ni más, con una voz muy seca y delgada” (A).

[393] Trasijos, de trasijado o estrecho de ijares, el de ijar que forma un hueco o hundimiento más o menos hondo. Quiere decir que hablaba cortando las razones, como el que va ijadeando, lo cual se hace hundiendo los ijares al alentar de cansado. D. Murillo, Juev. dom., 4 cuar.: “Es un pobre, flaco, trasijado”. A. Pérez, Ceniza, f. 32: “Como el perro de buena raza, cuantos más palmos echa de lengua y más ijadeando va, es señal que por más suya lleva la presa”. G. Alfarache, 1, 2, 7: “Andando en este cuidado solícito, dándole mil trasijos”.

[394] Ya sé, veo señas de la muerte, porque a ella nos la pintan, imprimieron todos los ejemplares antiguos. Ibarra y Sancha: Ya se ven señales, etc., y así todos los modernos. El Ms. fija la verdadera lección, que adoptamos nosotros.

[395] “y en frailes, como se ve en la Cartuja”. (Ms. de la Bibl. Nacional y la edic. de Pamplona, 1631).

[396] “clérigos millares, teólogos muchos y letrados todos”. (Ms. ídem).

[397] Din, din-ero, contribuyendo a ello el sonsonete de la moneda menuda, que suena con i, y el de la gorda, que suena o, y así din, don y din dan. Bañ. Arg., 1: “Como yo soy sacristán, | toco el din, el don y el dan”. Q. Benav., 1, 56: “¿Quién la tañe?—La campana. |—¿Quién la canta?—El sacristán. | Din, dan, din, dan”.

[398] “tres enemigos del alma”. (Ms.).

[399] “Así que quien tiene el uno, tiene a todos tres”. (Ms.).

[400] “al otro el juicio, así me dijo la muerte”, etc. (Edición de Pamplona. 1631).

[401] Minos, el otro juez gentílico de los infiernos.

[402] “porque hasta agora”, etc. (Edición de Pamplona, 1631).

[403] No entrarle de los dientes adentro, no gustarle, tenerle inquina a la cosa o persona. Corr., 562: “No me entra de los dientes adentro; no me entró nunca, no me entrará. (Dícese de uno que no se quiere bien)”.

[404] “cuarto, como bolo”. (Edic. de Barcelona, 1635). Acaso cinca, término del juego de bolos, cuando la bola no entra por la caja, cuando no va rodando, cuando no pasa por la raya, y al birlar, cuando no birla siete bolos y en otros lances, según ponen por condición los jugadores, en estos casos se pierden cinco rayas. Quiere decir que es marido y le sucedió mal con su mujer.

[405] “de otros diez” (A). Que a su mujer le sucederá doblemente mal, perdiendo diez rayas.

[406] “como siempre”. (Edic. de Barcelona, 1635).

[407] Píramo y Tisbe, etc. De todos estos amantes hablé en mi edición de La Celestina. A los portugueses llamaban sebosos por lo amartelados, pegajosos y derretidos de amor; pero acaso primeramente de los suevos. Rosal: “Los portugueses se llamaron sevosos, por suevosos, de los suevos, que sortearon con los alanos la parte occidental de España, y los alanos asentaron en Galicia y Asturias, los suevos en Portugal”.

[408] “obispos y prelados y a los más eclesiásticos, que como no tienen”, etc. (El Ms. y la edición de Pamplona, 1631). Así debe leerse el texto para que sea recto el sentido.

[409] “por quien se dijo: Fugit impius, nemine persequente.Proverb., XXVIII, 1”. (Ídem).

[410] Nació en 1469, y joven, siguió la corte, logrando colocación en la casa y familia del primer duque de Alba don Fadrique de Toledo, donde se distinguió en representaciones privadas: músico, poeta y cómico gracioso. Por junio de 1496 se publicó en Salamanca el Cancionero de las obras de Juan del Encina, colección importantísima para la historia literaria de aquel tiempo, en la cual se encuentran imitaciones y traducciones no infelices de Virgilio, romances de algún artificio, piezas dramáticas, verdaderos albores de nuestro teatro, y El Arte de trobar, lleno de noticias sumamente curiosas. Incluyó en el Cancionero los Disparates trobados, que comienzan:

“Anoche, de madrugada,
Ya después de mediodía”, etc.,

que cerca de tres siglos después en más de una ocasión parodió el autor de las Fábulas literarias, y, como los farsantes del siglo XVI los acomodasen en lugar de loa y entremés al aderezar las representaciones dramáticas, hiciéronlos populares en toda España y quedaron por proverbio en el vulgo. Véase Cejador, Hist. Leng. y Liter. Cast., I, 433. Esteban.: “Mientras vos queréis ganar premios con vuestros disparates de Juan de la Encina”.

[411] Pudrirse, sentir demasiado males ajenos, como en el Hospital de los podridos, de Cervantes (?).

[412] Sacarle el ojo, como quebrarle el ojo, es el mayor daño que se puede hacer a una persona. Zamora, Mon. mist., 3. Visit.: “Ella, la que pudo quebrar el ojo al demonio”. G. Alf., 2, 2, 1: “No pudo este filósofo... quebrarle los ojos con mayor golpe o pedrada que con llamarle hombre sin amigos”. Mirones: “Su madre, en lugar de consolarla, sacábale los ojos con los dedos”. A. Pérez, Viern. dom., 1 cuar, f. 271: “Toda Jerusalén, que a un grito le quería hundir y sacar los ojos porque llevaba aquella carga”.

[413] Parates, burlesco vocablo, quitado el dis.

[414] Corr., 490: “Haz bien y no cates a quién; haz mal y guárdate”. (Con letras de oro había de estar escrito este refrán, digno de la nobleza y caridad española, que no le he visto en otra lengua. Haz bien y no cates a quién; la otra parte: haz mal y guárdate, aunque está en imperativo, por concordar con el primero, aquí es condicional, y quiere decir: si hicieres mal, guárdate, y debajo de esto, por la consecuencia del daño que se te seguiría, amonesta que no hagas mal, que así como del bien se coge fruto cierto, aunque se haga a los que no pensamos ver más, así también del mal se recibe castigo por caminos no pensados; es la razón que Dios está a la mira para premiar el bien y castigar el mal. Algunos escarmentados truecan las palabras y dicen: “Haz mal y no cates a quién; haz bien y guárdate”. Lo primero, según leyes del mundo, porque hay muchos que hacen mal y no son castigados, y se pasean libres hasta que lo pagan por juicio de Dios, y porque para hacer mal no son menester rodeos, y de suyo se está dicho que se deben guardar. Lo segundo, haz bien y guárdate, se dice con escarmiento y aviso, por ser tan ordinario recibir daño por hacer bien, de que hay muchos ejemplos cada día, como quien presta no cobra, si cobra, no tal, si tal, enemigo mortal; por fianzas, cuántos vemos perdidos y cuántas quejas de ingratitudes y malas correspondencias, y así amonesta al que hiciere bien, mire cómo le hace, y se abroquele para el daño como se fía para pagar; si da la mano a uno que se ahoga, désela de manera que se asegure primero, y tenga cuidado para que el otro no le lleve detrás de sí a lo hondo y se ahoguen entrambos)”. Deshace Quevedo refranes, riéndose irónicamente de ellos, como de los idiotismos en el Cuento de cuentos, “siendo contra el Espíritu Santo, que dice: Si benefeceris, scito cui feceris, et erit gratia in bonis tuis multa; si hicieres bien”, etc. (Edic. de Pamplona y el Ms.).

[415] Corr., 214: “Ni teme ni debe. (Dícese de un atrevido y arrojado y de un desvergonzado)”.

[416] Sorapan, Medic., 14: “De las carnes, el carnero; de los pescados, el mero”.

[417] De los pescados, el carnero, como el refrán. De las aves, el lechón, o De las aves que vuelan, el cebón, el cerdo, el cochino.

[418] La presentada, la regalada por otro.

[419] Calvario de cruces, por los malos apodos que le colgaron. En A: era calvo.

[420] “es muerte, y todos son Encinas”. (Todos los impresos. El manuscrito es únicamente quien dice monte).

[421] Emparejó con. Vid. Núñ. Alba, p. 96: “Cuando emparejó con nuestros escuadrones”. Quev., Tac., 12: “Emparejando le saludé”. Cáceres, ps. 49: “Emparejabas con el que más corría”.

[422] Corr., 107: “El rey que rabió; y llevaba la manta arrastrando”. Suele decirse El rey que rabió por gachas, o ser algo del tiempo del rey que rabió por gachas, queriendo indicar tiempo muy antiguo, cuando hasta los Reyes tenían desdichas y dificultades, lo cual es de todo tiempo. Es, pues, irónico el refrán, y no hay que buscar tal rey, pues siempre los habrá. Gachas debe interpretarse por graves dificultades, como en vascuence suena y lo da a entender lo otro de y llevaba la manta arrastrando.

[423] Visiones, viejas y viejos que parecen fantasmas.

[424] Carroña, adjetivado por Quevedo, propiamente es substantivo: el cadáver a que acuden los buitres y grajos y lo dejan mondo en los huesos.

[425] Corr., 521: “El rey Grillo, el rey Perico, el rey Mandinga. (De mandinga, por reyezuelos)”. Úsase como el anterior, denotando mal tiempo, en que era rey un pobretón y para poco, lo cual confirma que el que rabió por gachas ha de entenderse como declaré con Correas, de un rey que tuvo que sufrir desdichas. Perico es diminutivo apocado y despectivo de Pero o Pedro. Hay quien acude a Chilperico; pero eso es buscar ruidos de balde.

[426] Bajar, mirar, infinitivos, como imperativos (véase Cejador, Lengua de Cervantes, I, 214).

[427] “mal tiempo si sabe”, etc. (Ediciones de Pamplona, 1631, y Barcelona, 1635, y todos los impresos).

[428] Corr., 559: “No dijera más Mateo Pico. (A la cosa disparatada que dicen)”. Llamó así el pueblo al que disparataba por mucho hablar, por su pico, que es por lo que dice de él Quevedo que era agudo y que sin hacer más cortesía metía su cucharón.

[429] Pedro Vega, ps. 6, 4, 2: “Los que apelan con las mil y quinientas aventuran tanta moneda como depositan, por ver su pleito en mejores manos”. H. Santiago, Juev. dom., 1 cuar., f. 155: “Aunque vee tres sentencias conformes contra sí, apela con las mil y quinientas al último y supremo tribunal de la misericordia”. Eran las mil y quinientas doblas que depositaban para recurrir en última apelación judicial en una de las salas del Consejo de Castilla. (Novís. Recopil., l. 4, t. 5. l. 1).

[430] “que se rezumaba” (A); “coyunturas” (A B).

[431] “bullía en un hervor” (A).

[432] “nacido de un jigotado” (A).

[433] 1621 dice el Ms., copia muy antigua de lo que hasta fin de aquel año tenía bosquejado Quevedo. Sin número son las erratas que la desdoran por torpeza del amanuense, que no entendía los originales; pero debemos a toda ley reconocerla como utilísima para aclarar y fijar el texto de este Sueño, uno de los más estropeados por antiguos y modernos impresores.

[434] “el marqués de Villena? ¿No has oído”, etc. (El manuscrito).

[435] Don Enrique de Villena fué nieto del Marqués de Villena, primer Condestable de Castilla, y después Duque de Gandía, hijo del infante don Pedro de Aragón. Tuvo don Enrique por madre a doña Juana, hija bastarda del rey don Enrique III, y trabajó más en las ciencias que en las armas, afición natural que en vano contrariaron sus padres, queriéndole más caballero que letrado. La ignorancia, legislador universal, le trató con desdén; la envidia extendió que el Marqués supo mucho en el cielo y poco en la tierra; la malicia le disfamó con el vulgo y con todas las generaciones: le dió los nombres de estrellero y nigromante, haciendo aprender al vulgo que el Marqués dispuso que le picasen y convirtiesen en jigote y le encerrasen en una redoma para volver a segunda vida. Fué historiador y poeta y murió en Madrid de cincuenta años, a 15 de diciembre de 1434. Depositaron su cuerpo en el convento de San Francisco. (Fernán Pérez de Guzmán, Generaciones y semblanzas, cap. XXVIII).

[436] Dijes, dij ó dije en singular: evangelios, relicarios, chupadores, campanillas y otras bujerías que ponen a los niños en la garganta, etc., para preservarlos de algún mal, divertirlos o adornarlos.

[437] “Sabe, dijo, que no fuí marqués de Villena, que ese título me da la inocencia: llamáronme don Enrique de Villena, fuí infante de Castilla; estudié y escribí”, etc. (El manuscrito). Pertenecióle el marquesado de Villena legítimamente; pero fué desheredado de él, quedando anulado su derecho por el mismo poder que se lo otorgara, aún en vida del agraciado con él, su abuelo don Alfonso de Aragón, disfrutándolo en tiempo de don Enrique dos Infantes de aquel reino. Llamóse él siempre, en son de protesta, de Villena, no usando nunca su apellido, así como su hija doña Isabel, que se llamó de Villena (véase Felipe Benicio Navarro, en su edición del Arte Cisoria).

[438] Con motivo de esta quema bárbara, el bachiller de Cibdarreal escribió al autor de Las Trescientas: “No le bastó a don Enrique de Villena su saber para no morirse, ni tampoco le bastó ser tío del Rey para no ser llamado por encantador. Dos carretas son cargadas de los libros que dejó que al Rey le han traído; e porque diz que son mágicos e de artes non cumplideras de leer, el Rey mandó que a la posada de fray Lope de Barrientos fuesen llevados; e fray Lope, que más se cura de andar del Príncipe que de ser revisor de nigromancias, fizo quemar más de cien libros, que no los vió él más que el Rey de Marroecos, ni más los entiende que el Deán de Cidá Rodrigo; ca son muchos los que en este tiempo se fan dotos faciendo a otros insipientes e magos; e peor es que se fazan beatos faciendo a otros nigromantes”. (Epístola 66). Sabido es que las Cartas de Cibdarreal son apócrifas, pues se escribieron el siglo XVII. El mismo Barrientos, en su Tratado de las especies de adivinanza, dice al tratar del libro mágico del Angel Raziel: “Este libro es aquél que después de la muerte de don Enrique de Villena, tú, como rey christianissimo (era don Juan II), mandaste a mí, tu siervo et fechura, que lo quemasse a vuelta de otros muchos, lo cual yo puse en ejecución en presencia de algunos tus servidores, e puesto que aquéste fué et es de loar, pero por otro respecto en alguna manera es bueno de guardar los dichos libros, tanto que estuviessen en guarda e poder de buenas personas fiables”. La Crónica de D. Juan II dice: “Fr. Lope miró los libros e fizo quemar algunos e los otros quedaron en su poder”.

[439] “estabas enterrado en San Francisco de Madrid; mas hoy me he desengañado”. (Ms.).

[440] “¿Hay paz en el mundo?” “Paz, respondí, universal. No hay guerra con nadie”. “¿Eso pasa? Torna a tapar, que en tiempo de paz mandarán los poltrones, medrarán los vicios, valdrán los ignorantes, gobernarán los tiranos, tiranizarán los letrados, letradeará el interés, porque la paz es enemiga (amiga) de pícaros. No quiero nada de allá fuera: bien estoy en la redoma. Vuélvome jigote”. Afligióme grandemente, porque empezaba ya a desmigajarse, y díjele: “Aguarda, que toda paz que no se hace con buena (voluntad) es sospechosa. Paz rogada, y comprada y pretendida es salsa y apetito para guerras. No hay para quién sea la paz; porque si los ángeles dijeron: Pax hominibus in terra bonae voluntatis, el sobrescrito de la paz viene a muy pocos de los que hoy viven en el mundo. Está para dar un estallido; todo se va revolviendo”. Con esto se sosegó y puesto en pie, dijo: “Con esperanzas de guerra saldré de aquí, porque la necesidad fuerza que los príncipes conozcan y diferencien al bueno del que lo parece. En la guerra se acaban las raposerías de la pluma y la hipocresía de los dotores, y se restaña el pujamiento de licenciados. Abre ahí; pero dime primero: ¿hay mucho dinero en España?”, etc. (Ms.). El penúltimo párrafo confirma haberse bosquejado la Visita de los chistes en 1621, época en que terminaba la tregua de doce años con los holandeses y en que dominaba en todos los españoles el espíritu guerrero, por creer que dicha tregua y la paz que hubo en gran parte del reinado de Felipe III fueron origen de todos los males de la Monarquía. Rota la guerra en el mismo año y vistos los desastrosos resultados de ella, la opinión varió completamente, y Quevedo, al retocar su discurso, eliminó el párrafo.

[441] “Génova ha hecho unas sanguijuelas”, etc. (Ms. y edición de Pamplona, 1631).

[442] Los ginoveses, con sus cambios, recambios y demás mohatras, se llevaban todo el dinero de España.

[443] Zacapela, o zacapella o sacapela, riña, como en pela-mela, pelotera, escara-pela, gara-pela, del sacar y tirar los pelos y a pelladas (Cejador, Tesoro, Silbantes, 196). Cuento de cuentos: “La zacapela que traía la gente bajuna”.

[444] Gatos, tomado también aquí por bolsa, como se usaba de su piel y aún se usa por Segovia y el resto de Castilla.

[445] “sana de esos lamparones, porque el rey de Francia no admite”, etc. (Ms.). Decíase que el Rey de Francia tenía virtud de curar los lamparones.

[446] “usajes de bolsas”. (Edic. de Pamplona y Barcelona y todos los impresos). Usagre, especie de sarna acre que roe y come la carne en perros, etc. J. Pin., Agr., 20, 3: “Y su desnudez y su sarna y usagre”.

[447] Empréstidos. A. Veneg., Agonía, 3, 10: “Las limosnas y empréstidos que hicieron”.

[448] Corr., 182: “La verdad adelgaza, mas no quiebra su hilaza”.

[449] “no ha de perdonar nada, que no ha de sufrir cosa ninguna; que el hombre honrado antes”, etc. (Ms.).

[450] “mundo. El diablo puede salir a vivir en ese mundecillo, dijo el Marqués. Considero yo” (A).

[451] Palillos, los bolillos de hacer encaje y randas, y dícese de lo sin consistencia, substancia ni solidez. Timoneda, p. 225: “Que yo no quiero llevar | mi vida puesta en palillos”. D. Vega, S. Dom.: “El reino del mundo es reino de palillos y que tiene los fundamentos de agua y lana”. Cerv., Juez div.: “Ya había yo de haber procurado algún favor de palillos de aquí o de allí”. Cabr., p. 485: “Justicia armada sobre palillos”.

[452] “putos y borrachos” (A).

[453] “No había entonces otro puto sino oxte, que siempre fué oxte puto, que todos eran mujeriegos, a puto el postrero; ahora me dicen que los... se han introducido en barrigas”. (Ms.).

[454] Corr., 328: Cada buhonero alaba sus agujas.

[455] Lo que arrastra honra, de las ropas rozagantes, y con ironía del desaliño. Grac., Crit., 3, 6: “Antes lo que honra, arrastra y trae a muchos más arrastrados que sillas”.

[456] Dos dedos. Quij., 1, 13: “No estoy en dos dedos de ponello en duda”. Ídem, 2, 52: “No faltaron dos dedos para volverme loca de contento”. Díjose del dedo como medida.

[457] Al quitar, de censos, ventas, etc., no perpetuas. Tirso, Vill. Sagra. 2, 2: “Hay parientes al quitar, | que son de casta de censos”. Ídem, 3, 26: “Bodeguero de por vida, | no bodeguero al quitar”.

[458] Ya yo, así se decía y nunca yo ya. Quij., 1, 8: “Que ya yo os conozco”. Cal. Dimna: “Ya yo oí decir”.

[459] “hale” (A).

[460] Mujer, en vez de la conjunción anticuada maguer, aunque, estampan muchas ediciones antiguas y modernas. Todas, sin exceptuar una siquiera, ilustrada o sin ilustrar, dicen cuerno en lugar de cuemo, adverbio también anticuado, que vale como: descuido ciertamente digno de censura.

[461] Santiago Menochius, jurisconsulto, fué natural de Pavía y profesor de Derecho en Padua por muchos años en el siglo XVI. Felipe II le nombró consejero y Presidente del Consejo del Milanesado. Murió en 1607. Sus obras componen ocho volúmenes en folio: la más interesante es un tratado de Praesumptionibus, conjecturis, etc. Juan Pedro Surdo escribió, entre otras obras, las que llevan el título de Decisiones, Decisiones Senatus Mantuani y Consilia, sive responsa juris, que he visto impresas desde el año de 1599 al de 1611, en folio. Juan Fáber, Fabre o Le Fevre, jurisconsulto, murió en Angulema, de cuyo territorio era natural, en 1340. Escribió un Comentario a la Instituta y otra obra intitulada Breviarium in Codicem. La primera se imprimió en Venecia en 1488, en folio. Próspero Farinacci nació en Roma el año de 1554. La colección de sus obras, que todas tratan sobre los derechos civil y canónico, se compone de 13 tomos en folio. Murió en 1618. Jacques Cujas (Cuyacio), célebre jurisconsulto, nació en Tolosa en 1520. Sus obras componen 10 tomos en folio, reimpresas distintas veces.

[462] “Doctoris Putei in legem 6, volumen 1, 2, 3, 4, 5, 6, hasta 15. Licentiati Abtitis de Usuris, Petri Cusqui, in Codigum, Rupis, Bruticarpin, Castani, Montoncanense de Adulterio, et Parricidio, Cornarano, Rocabruno. (Impresión de Pamplona, 1631.) Doctoris Putiri in legem sextam, volumine 1.º, 2.º, 3.º, 4.º, 5.º, 6.º hasta 15. Licenciati Nupti de Usuris, Petri Jusque in quodigum, Ruptis, Bruti, Corpin, Castan, Monto, Canente de Adulterio, etc. Los letrados”... (Ms.).

[463] Doctoris Putei. Jacobus Puteus o de Puteo escribió las obras siguientes: Decisiones; Decisiones Rotae Romanae; Allegatio pro communitate Terrae Valentiae contra communitatem sancti Salvatoris, que, desde los años de 1583 a 1610 he visto impresas en Venecia y en León de Francia. De Bernabé Cornazzano conozco la obra en folio intitulada Novissimae decisiones Rotae Lucensis, impresión de Venecia de 1598. Casi todos los demás nombres de autores están corruptos, en mi sentir. El asunto no merece la pena de que, por fijar la verdadera forma en que deban escribirse, abandonemos otros trabajos; tarea dificilísima además, por la multitud de libros que aparecían a cada hora en aquella época sobre materias jurídicas, y cuya memoria se ha perdido, y empresa aventurada tal vez, siendo posible que, a vueltas de nombres verdaderos de autores, añadiese Quevedo otros imaginados. Petri Cusqui pudiera ser Rochus de Curte, que escribió De jure patronatus, impreso en León de Francia, 1573. Rupis, acaso J. B. Lupi, de quien es el tratado De usuris et commerciis illicitis. Brutiparcin es, a no dudar, Jacobo de Butrigariis, que escribió De oppositione compromissi, et ejus forma. Para el nombre Castani se ocurren los de Bartolomé Chassaneo, consejero del Parlamento de París en 1531, y que publicó alguna obra jurídica, y del abad Nicolao Cataniense, que escribió muchos Tratados sobre derecho pontificio. Pero esto es hablar a Dios y a ventura.

[464] Qué tan, cuán. Tac., 1, 9: “Yo le diré a v. m. qué tan doctos”.

[465] En lugar de leen aprisa, arremedando un abejón, que dice el Ms. y pide el sentido, en la edición de Pamplona se estampa: leen de prisa, reméndanle un anexion; en la de Barcelona: leen de priesa, remedándole una anexion; Ibarra y Sancha imprimieron de propia autoridad remiéndanle una anexión. No hay un ejemplar donde el sentido esté recto.

[466] Es-parr-anc-ado, de parr-ar, extender (Herr., Agr., 2, 21) y anca. En Murcia parr-anc-ana es la persona pequeña y gruesa; en Andalucía, a-parr-an-ado. En Palencia a parr-anqu-illas es a horcajadas, extendidas las anquillas. Entrem.: “Muy esparrancado de ojos decía”. Desparrancado en P. Espinosa, Perro y Cal.

[467] Tenuta, posesión de los frutos, rentas y preeminencias de algún mayorazgo, que se goza hasta la decisión de la pertenencia de su propiedad entre dos o más litigantes. Recop., l. 4, t. 19, l. 5.

[468] Corr., 545: Un alcalde de palo lo mandará. Esto es, de madera, un zote, sin juicio; sino que Quevedo hace un chiste sobre el palo.

[469] Lo embelequen, lo engañen con embelecos.

[470] “dos días ha, dije yo”. (Ms.). Aquí llegaba Quevedo el 2 de abril de 1621, cuando se extendió por su prisión de la Torre la noticia de la muerte de Felipe III.

[471] Rasgo ingenioso, pero de amargo desconsuelo, porque pinta hasta qué extremo habían prostituido los Tribunales en aquella época la inmoralidad y la avaricia.

[472] Agrajes, sobrino de la reina Elisena, madre de Amadís de Gaula, e hijo del rey Languines, es uno de los héroes del famoso libro de Amadís, cuya lectura, muy común entre próceres e hidalgos en los siglos XV y XVI, llevó al pueblo el adagio en fórmula de amenaza, que tan galanamente se ridiculiza en este sitio. Corr., 57: Agora lo veredes, dijo Agrajes con sus pajes. La expresión Ahora lo veredes solían decirla el mismo Agrajes y los demás caballeros, respondiendo a las provocaciones de sus contrarios y remitiéndose a las manos. “Poniendo mano a la espada, arremetió contra Florambel, diciendo: agora lo veréis, don cobarde caballero” (Florambel de Lucea. 4, 1). “Ahora lo veréis, dijo Amadís, y abajando su lanza se vino para él”. (Amad. de Grecia, 2.ª pte., c. 48). “Ahora lo veredes, dijo Agrajes, respondió don Quijote” (Quij., 1, 8).

[473] “hecho en remate de cuchara”. (Ms.).

[474] Dígote sastre. Ser un sastre es ser un pillo, y por tal le tuvo, viéndole con pelo como cerdas de limpiadera, erizado y bermejizo, esto es, de pelo bermejo y malo, señal de ello.

[475] Oir, que no pica. Doy oídos, que eso no daña nunca.

[476] “mirar a quién”. (Ms.).

[477] Este período hállase en todos los impresos estragado y falto. Muchos antiguos manuscritos escriben Harbalias. De arbar; en Covarrubias, harbar, el cual dice que significa “hacer la cosa muy de priesa, como harbar la plana el muchacho, cuando escribe de priesa y mal”. Quij., 2, 4: “Porque no hará sino arbar, arbar, como sastre en vísperas de pascuas”. Nótese que a esto alude Quevedo al tenerle por sastre. J. Enc., 78: “Come, no nos tome | la cuaresma rellanados. | Arbemos estos bocados”. Aquí vale arrebatar, y tal es su propio valor, y lo supone Quevedo, diciendo era un solicitador y un sastre y que parecía remate de cuchara; en fin, que no se ha de dar este nombre a cualquiera, sino al solicitador. La h de Covarrubias es de la etimología que él le dió, del hebraico harbagh, cuatro, porque dice que el que escribe mal hace cuatro letras por una. Véase su etimología en Cejador, Tesoro, R, 48.

[478] “ojos a lo sombrero” (B).

[479] “honda y desenfadada”: “Idos”, etc. (Ms.).

[480] Chisgaravís, “el hombrecillo de poca substancia”. (Rosal.) Dícese del muchacho revoltoso, vivaracho y bullidor, y del revoltijo y enredo: su etimología en el Tesoro, Silbantes, 5. L. Grac., Crit. 2, 1: “Aquél que sale hecho un Catón, ¿no era poco ha un chisgarabís?”

[481] Me hacéis el santo, fruta, me convertís en fruta, esto es, en Pero, el santo, esto es, San Pedro. Pero decíase antes por Pedro, de donde Per-ico y Pé-ez.

[482] Vía se decía por veía.

[483] Las alas, como a grullo.

[484] Los villanos, cuando se les anuncia o explica lo que no requiere explicación y no puede menos de suceder, cantan hoy todavía esta copla:

Son esas profecías
De Pero Grullo,
Que a la mano cerrada
Llamaba puño.

Y llámanse perogrulladas aquellas verdades que de puro manifiestas, afirmarlas es necedad. El autor de la Pícara Justina escribió que Pero Grullo fué asturiano y que hay una profecía suya en Asturias de que ha de venir por el río una avenida de oro y toneles de vino de Ribadavia, y, por estar prevenidos para la pesca, los paisanos andan siempre descalzos. Etimológicamente de gorullo, montón, es uno del montón, un cualquiera. Es el que dice claramente verdades tontas, necedades, y si la principal, que le atribuyen de que a la mano cerrada llamaba puño, fué causa de su nombre, como pudiera, gorullo aludiría al puño o amontonamiento de dedos. Quij., 2, 62: “No dijera mas el profeta Perogrullo”. Corr., 432: Vámonos a acostar, Pero Grullo, que cantan los gallos a menudo; hilar, hilar, Teresita, que, si los gallos cantan, no es hora.

[485] Estantigua, como quien dice visión, fantasma, y de su valor traté en mi edición del Lazarillo.

[486] “dijeron”. (Ms.). “refieren”. (La impresión de Bruselas de 1660).

[487] Termina aquí el Ms. de Lastanosa, y tal vez lo que hasta fines del año de 1621 tenía escrito el prisionero de la Torre de Juan Abad.

[488] Cotorrera, la que anda de cotorro en cotorro, parlanchina y chismera, de donde la hembra del papagayo. Parra, Luz, 1, 1: “¿Qué diremos de tantos papagayos y qué de tantas cotorreras, que ni entienden lo que piden a Dios ni saben lo que ruegan?” Quev., Rom., 6: “De las mizas cotorreras”. En Aragón también es cotorrero el que asiste a toda diversión y quiere verlo y saberlo todo y parlarlo todo. Rosal: “Cotorrera, la que a tales lugares (cotorros o pedazos de tierra o monte cercado, que dicen soto o sotillo) se retira con hombres, como a lonja de sus torpes mercaderías, como de cárcava, carcaveras”.

[489] Al dedo, trocado en una sortija.

[490]A Dios y a ventura. (Cuando nos arrojamos a lo dudoso en confianza que Dios ayudará y podrá haber buena suerte)”. (Corr., 505). Lo de a diablos y desgracia es por contraste.

[491] “de risa”. (Edición de Madrid, 1648, y todas las siguientes).

[492] Por el dicho del nacer, por lo que se dice acerca de nuestro nacimiento, de ser hijos de tales o cuales padres, sin otra certeza.

[493] Nos vuelan... el dinero, hacer volar, hacer que desaparezca, llevándoselo, factitivo. P. Vega, ps. 3, 8, 2: “Quedan firmes, no las vuela el aire (las tejas)”. D. Vega. S. Pedro: “Y el otro que la oye (la palabra), la coge y la vuela, y así va pasando de lengua en lengua”.

[494] Ringlón, como ringle, ringlera, ringla, etc. Zamora, Mon. mist., pte. 3, 86, 6: “Apenas he borrado ringlón, trasladado hoja ni vuelto al molde razón ninguna”.

[495] Zahorí. Cree el vulgo que el zahorí, esto es, el que tiene virtud para ver lo que hay debajo de la tierra, nace el Viernes Santo. Alude a Felipe IV, el cual “nació en Valladolid, Viernes Santo, 8 de abril 1605. Baptizóle en el Convento de S. Pablo, del Orden de Santo Domingo, en la misma pila que fué baptizado este Santo, don Bernardo de Rojas, Cardenal y Arzobispo de Toledo”. (Gil Gonzál., Dávila, Teatr. Madrid, p. 51).

[496] Corr., 141: “Echar la soga tras el caldero. (Es tras lo perdido, soltar el instrumento y remedio con que se ha de obrar y echar lo menos tras lo más)”.

[497] Con un Cuarto, con Felipe IV. Faltan esta redondilla y la anterior en la edición de Barcelona, 1635; en la de Madrid, 1648, y, menos en las de Pamplona, 1631, y Bruselas, 1660, en todas las demás, antiguas y modernas. Únicamente la impresión de Ruán, 1629, incluye la penúltima profecía, pero suprime la tercera. Sin duda, convencido Quevedo de que el mal gobierno de Felipe IV hacía bueno el de su padre y que los apuros y empeños del Tesoro, lejos de menguar, iban en creciente, al reimprimir su discurso en 1629 echó abajo mucho de cuanto le había hecho ver el buen deseo y las esperanzas, risueñas siempre, de un nuevo reinado.

[498] Y (hechos) cuartos, descuartizados.

[499] Muy blanco, por ser el Otro un cualquiera, que está en blanco, para que cada cual fantasee a quien se le antoje y lo escriba en ese blanco.

[500] Corr., 361: “Como dijo el otro. (Dicen esto probando lo que hacen, y a veces refiriendo un refrán al propósito)”.

[501] Vais, por vayáis, era común, y lo mismo en todo el indicativo por el subjuntivo.

[502]

“Ya cabalga Calaínos
A las sombras de una oliva,
El pie tiene en el estribo,
Cabalga de gallardía”.

Así principia el romance de Calaínos, que cita Cervantes en su Quijote, 2, 9, rústica improvisación de algún iletrado juglar sobre asunto dado. El señor don Agustín Durán lo insertó en su Romancero general, extrañando que pare en proverbio el refrán que dice: Tan malo como las coplas de Calaínos; porque el romance es de los mejores de su clase, su narración interesante y animada, sencillo y bien sentido a veces, y menos pesado que otros.

Según el texto, lo más usual en tiempos de Quevedo era decir: Cuentos son ésos de Calaínos, denotando los razonamientos o escritos impertinentes y frívolos de cosas que no importan. Y se tomaba la frase de las aventuras de aquel paladín señor de Montesclaros y Constantina la llana, que vino a España a servir a Almanzor, rey de Sansueña, por amores de su hija la infanta Sevilla. Pidióle ésta que le trajese en arras tres cabezas de los doce Pares de Francia, y el valeroso alarbe pereció en la empresa a manos de Roldán, después de haber vencido a Baldovinos. No se remonta la antigüedad del romance de Calaínos más allá del siglo xv, puesto que en él se habla del preste Juan, del soldán de Babilonia y de las tierras del Gran Turco. Corr., 145: “Ya cabalga Calaínos; ya cabalga, ya se va. (Quedó de unas de sus coplas)”. Ídem, 548: “Las coplas de Calaínos. (Por cosa de poco valor. Fué un moro)”. Ídem 558: No se me da las coplas de Calaínos, las coplas del perro de Alba.

[503] Corr., 75: “El ánsar de Cantimplora, que salió al lobo al camino. (Adelante se dirá la gansa de Cantipalos, con su origen)”. Ídem, 172: “La gansa de Cantimpalos, que salía al lobo al camino. Los de este lugar cuentan por tradición de los pasados que una mujer llamada la Gansa salía al camino de otro lugarejo vecino a tratar a solas con el cura de allí, que se llamaba Lobo. Cantimpalos o Cantipalos es cerca de Segovia; el otro lugarcillo del cura ya está despoblado. El vulgo ha trocado este refrán en el otro: El ánsar de Cantimpalos o Cantimpalo, porque a los nombres que empiezan en A, aunque sean de hembras, se pone el artículo el: el ánsar por la ánsar, hembra”. Yo supongo que estos cuentos se inventaron después, y que cant-i-palo se aplicó al pueblo ése; pero que de suyo sólo significaba el ánsar o ganso bobo, que él mismo se mete en peligro, y por ello cantos o piedras y palos merece o le dan.

[504] De un orejón, muy arrugada.

[505] “lámpara” (dice la edición de Barcelona, 1635).

[506] El ab initio et ante saecula, frase del Eccl., 24, 14, para indicar aquí la vejez de la vieja, desde la eternidad.

[507] Cecina, carne curada, por lo vieja.

[508] Dueña se decía siempre en España por oposición a doncella; pero dueña y doncella se comprendía en el nombre general de dama. Con el tiempo, y en el siglo XVII, vino a circunscribirse el nombre de dueña, aplicándose tan sólo a aquellas “luengas y repulgadas tocas, escogidas para autorizar las salas y los estrados de señoras principales”, que tan al revés de lo que debían usaban, según Cervantes, “su ya casi forzoso oficio”. El mismo peregrino ingenio afirmaba que todas son amigas de saber, entender y oler, y general en ellas la costumbre de ser chismosas, llamándolas en El celoso extremeño “perdición de mil recatadas y buenas intenciones”. El pueblo, conforme a la irrecusable autoridad de don Quijote, se burlaba de ellas, comparándolas a la dueña Quintañona, quien fué nada menos que la Hebe de Lanzarote del Lago, puesto que le escanciaba el vino, como canta el popular romance:

“Nunca fuera caballero”, etc.

y la medianera en sus amores con Ginebra. Quintañón, de cien años, como el quintal, cien libras, del muy viejo. Góngora, Dec. burl.: “De un Serafín quintañón | el menor hoy blanco diente”.

[509] Chisme, murmuración, y a ella alude la que sigue, de la frase desenterrarle los huesos, por murmurar, y díjose por la mayor ignominia, que se hacía a los insignes malhechores, muertos sin castigo legal, de desenterrarlos. Cácer., ps. 72: “Les desenterraran los huesos”. Gallo, Job, 30, 4: “Son dientes mordaces, y cuando no hallan corteza de que morder, desentierran las raíces y aun los huesos de sus abuelos para decir que no son virtuosos los que viven”.

[510] Aquel dice: llamen a la dueña, esto es, cualquiera de casa acude a ella.

[511] En los sótanos, guardados y calientes; zaquizamíes, en lo alto y bien aireado.

[512] Coram vobis, ante vosotros. Es la presencia grave y autorizada de uno, y así se dice que tiene gran coramvobis el de tal presencia y persona. J. Polo, pl. 123: “Éste es nuestro coramvobis; | mas no es razón que le falte | el usado titulillo, | gran soplón de suae aetatis”. De aquí la cara o rostro, y hoy la panza gorda y respetable.

[513] Influyen, pronostican, indican, verbo astrológico. Quiere decir que auguran enfermo a quien cuidar y tarea nocturna, por ser dos ocupaciones de las dueñas. De las acelgas y lentejas véase Laguna, que dice ser resolutivas de opilaciones.

[514] Cabo de año, oficio religioso por un difunto al año de morir, con su catafalco, etc.; viejas sin cabo, tan viejas que no tienen fin.

[515] De tejadillo, alude al llevar el manto encima de la frente, dejándola descubierta, que así los labios y encías dejan descubierta la boca sin dientes o sin hueso, que dice luego.

[516] Dueñas, población cerca de Valladolid, y todavía más de Palencia. La picota estaba a la salida de poblado y era algún altozano, cuando lo había: allí estaba el rollo, por ser una columna con su base, lugar de ignominia.

[517] Corr., 405: “Púsele cual digan dueñas; poner cual digan dueñas. (Es maltratar de arte que las dueñas hayan lástima y hablen de ello las dueñas)”. Ídem, 597: “Cual digan dueñas. (Por tratar y poner mal)”. Las dueñas charlan y chismean en sus juntas y nunca para bien.

[518] Ruégote, olvidando Quevedo el os pido, por el paréntesis.

[519] Envergonzante, vergonzante. Quev., Rom., 76: “Mujer moza es mucho gasto | para envergonzante lindo”. Píc. Just., 2, 2, 4, 3: “La ramera envergonzante”. Aquí alude al de Noche, encubierto que tal suena envergonzante, y como tal lo ha pintado antes Quevedo.

[520] Es don Diego de Noche figura imaginada para significar cualquier paseante embozado de los que viven de gorra, susto perpetuo de los transeúntes, coco de los padres y maridos y acíbar nocturno de los saraos y bailes de candil. Fué muy común en el siglo XVI llamar también don Fulano de Noche a los que hasta puesto el sol no mostraban sus primores y habilidades. Argote de Molina, en la Sucesión de los Manueles nos ha conservado la memoria de don Pedro de Guzmán, que llamaron don Pedro de Noche, por la dulzura de su garganta y suavidad de su música, que tuvo sobre todos los que había entonces en Castilla, la cual solamente de noche ejercitaba. Este don Diego es en parte el sablista moderno, que sablea o da sablazos, esto es, gorrón y pedigüeño. Corr., 582: “Don Diego de noche. (Poner don a quien no le tiene, y para burlarse de mujeres enamoradas)”. Este dicho de Correas alude a la explicación dada, que concuerda con lo que dice Quevedo. A lo tío Diego es en Andalucía obrar uno con socarronería, afectando sencillez y procediendo con malicia. Tal los presuntuosos del dicho de Correas, que ostentan lo que no tienen y con que se daba vaya a las enamoradas, y tal el gorrón rebozado del texto y de la explicación, donde de noche indica el rebozo y la socarronería.

[521] Ramplón, dícese de la pieza de hierro que tiene las extremidades vueltas, como herradura ramplona, y por extensión del zapato tosco de mucha vuelta o que sobresale, y el zapato de patinar o patín, ganchudo. Coloma, G. Fland., 2: “Mandó hacer doce mil pares de ramplones con que servirse de los hielos”. Barbad., Corr., vic.: “Traía medias de cordellate y zapatos de ramplón”.

[522] Geomancía, adivinación por los cuerpos terrestres o por lineas y círculos hechos en tierra.

[523] Restañando el ventanaje, remendar agujeros. Entintar. Quev., Letr. satír., 10: “Yo conozco caballero, | que entinta el cabello en vano”.

[524] Hacer el coco es arrebujarse para meter miedo al niño con el coco o bu o fantasma.

[525] Vuelta de la espada, torcimiento del filo o corte. Santillana: “No hay espada sin vuelta, ni puta sin alcahueta”. Juega del vocablo vuelta, acción de devolver, como dicen los muchachos al recibir una cosa: “¿Tiene tornillo? Pues al bolsillo. ¿Tiene tornaco? Pues al bolchaco. ¿Tiene tornón? Pues al bolsón”. Al prestar algo suele decirse: “Tiene tornillo”, esto es, que se ha de volver a su dueño.

[526] Diles... los dones, alude a la explicación de Correas.

[527] Bigotera, asiento enfrente de la testera, para que vaya el criado u otra persona, en cupés y berlinas; además funda de gamuza o badanilla para meter los bigotes, cuando se estaba en casa, para que no se ajasen y para componerlos, como hoy se usan de otra clase.

[528] Mi sombra, dícelo por lo enjuto y delgado de su personilla, como pudiera haber dicho mi raspa; por lo mismo le llama luego caballero visión, cuya vista puso hambre en los muertos.

[529] Súpito, vulgar en todas partes. F. Silva, Celest., 26: “Cata, señora, que no seas tan súpita”.

[530] Corr., 363: “Cochite hervite. (Dícese a los que quieren las cosas muy aceleradas)”. De cocharse, que se usa en Segovia, de cocho o cocido, y de hervir, y alude al Antes cocho que hierva. Cácer., ps. 105: Quisieron ellos que cochite hervite los metiera luego Dios en la tierra, que les había prometido.

[531] ¿Doña Fáfula será doña Fábula, corrompido el nombre por la malicia de los villanos o de los mosqueteros, cruel pesadilla de los poetas dramáticos? A valer esta conjetura, tendría entonces aquella frase la misma significación que hoy tiene el manoseado chiste: En la comedia no salió al fin el argumento, que algunas almas pandas y no nada caritativas repiten cuando es trivial el asunto y se maneja con ruda Minerva. Es crítica de comedias.

[532] “día: Señora, tanto” (P).

[533] Corr., 612: “Tuvieron gran pelotera. (Por gran grita y voces alterando; varíase)”. Del enzarzarse riñendo, como haciéndose una pelota.

[534] De voleo, de vuelo, en volandas, volando, esto es, de prisa. Cabr., p. 226: “Sus llagas y dolores le llevaban de voleo a la muerte”. Cácer., ps. 25: “Ello mesmo se le viene de voleo”.

[535] Corr., 302: Güela la casa a hombre, y él iba rodando la escalera.

[536] “y Cristo muy mansueto, que parece que apenas echa la habla por la boca?” (Edición de Pamplona, 1631).

[537] “Cristo, pues puede”, etc. (Edición de Pamplona, 1631). Sin esta corrección no se entiende lo que luego añade: aunque es la misma paciencia...

[538] Bu, del soplar, y lo decía el diablo metiendo miedo en comedias. S. Badaj., 2, p. 73: “Diablo: Bubu, bu, bu, bu, bu, bu”. Ídem, 1. p. 212: “Diablo: Bu, bu, bu, bu”. (Cejador, Tesoro, B, 2).

[539] En palos y riñas o en canto y baile acababan casi siempre; véanse los de Lope de Rueda, Sánchez de Badajoz y Quiñones de Benavente.

[540] Corr., 617: “Marizápalos. (Por mujer desaliñada que arrastra y da las faldas en los zancajos)”. Es por lo mismo la que ahuyenta a todos, de ¡zape!, y así dice luego: “Mira que digáis cómo la he puesto”. Además, la desechada de todos con el ¡zape! Así Balcón de Marizápalos fué el que improvisó en la plaza Mayor de Madrid Felipe IV una noche para cierta favorita que no tenía dónde presentarse. Fué además nombre de un baile. Zamora, Gurruminas: “Marizápalos era muchacha | y enamoradita de Pedro Martín, | por sobrina del cura estimada, | la gala del pueblo, la flor del abril”. D. Torres, Ronda al uso: “Marizápalos era”... Bibl. Gallardo, 2, 204: “Marizápalos bajó una tarde | al fresco sotillo de Vaciamadrid... | Respondió Marizápalos ¡zape! | levando sus voces cariños de miz”. Véase Cejador, Tesoro, Silb., 212, zápele, etc.

[541] “doña Fábula” (P).

[542] Corr., 617: “Marirrabadilla. (Los desiguales y ruines que quieren ser tanto como otros buenos)”. Los junto a la cola, dicen también. Corr., 170: “La necesidad obliga al más desvalido nombre, que es de Marirrabadilla. (A sorrabar a otros, que así llaman al rogar y pedir con sumisión)”. Corr., 118: “Los hijos de Marirrabadilla, cada uno en su escudilla, o En casa de Marirrabadilla, cada uno con su escudilla. Estar como los hijos de Marirrabadilla”. Esto es, que en las familias como la de esta ruin señora, todos riñen por la comida.

[543] Piullido, de pi-ular o pi-ar las aves cuando son pequeñas, sobre todo los pollos, y úsase en Murcia; diminutivo -ol, de pi-ar.

[544] Pius Aeneas le llama Virgilio.

[545] Corr., 71: “Allá se lo haya Marta con sus pollos. (El descuido vulgar deshace la consonancia, habiendo de ser la postrera palabra Marta)”. Ídem, 60: Acá lo ha Marta con sus pollos. Estos refranes salieron de aquel otro de Corr., 353: ¿Con qué viene Marta, la que los pollos harta? Ídem, 442: “Marta, la que los pollos harta. (A desdén de la impertinente)”. Y díjose del ser piadosa. Corr., 449: Más piadosa que Marta con sus pollos. Ídem, 442: Marta la piadosa, que daba el caldo a los ahorcados. Ídem, 442: Marta la piadosa, que mascaba el vino a los enfermos. Ídem, 442: Marta la piadosa, que mascaba la miel a los dolientes. Ídem, 442: “Marta la piadosa. (Dícese a personas piadosas y a veces con ironía y reprende imprudencias y blanduras dañosas)”. ¿Por qué a la mujer activa llamó el pueblo Marta? Creo que por Marta, la que servía a Jesús, que la reprendió por ello (Luc., 10, 40 y 41): Satagebat... sollicita es. Marta es la que marra y yerra o otros dichos, y así daba a sus pollos lo contrario de lo que habían menester.

[546] Corr., 471: Muera Marta y muera harta.

[547] Corr., 220: No hay tono como el del pito.

[548] Corr., 309: Bien canta Marta después de harta.

[549] Corr., 205: Los pollos de María, que piden pan y danles agua. Timoneda, p. 393: Los pollos de Marta, que piaban por beber y dábanles a comer.

[550] Corr., 359: “Como el alma de Garibay, que ni la quiso Dios ni el diablo. (Cuando algo se da por perdido, se dice: tan perdido es como el alma de Garibay)”. Es explicación de la etimología de Garibay, aunque no falta la correspondiente leyenda, que trae Sbarbi. Es el desecho o aechaduras de la criba, gari, trigo, y bay, criba, en éuskero, criba de trigo. Por eso del aechar se dijo estar como el alma de Garibay, que ni pena ni gloria, indeciso, del estar meneándose como el cedazo.

[551] “todas las almas quiere y por todas las almas murió” (B).

[552] Corr., 601: “Perico de los palotes. (Apodo de bobo y necio)”. Covarr.: “Un bobo que tañía un tambor con dos palotes. El que se afrenta de que le traten indecentemente, suele decir: Sí, que no soy yo Perico el de los Palotes”. Protodemonio le llama el Diablo cojuelo, 10, y en los Entrem. s. XVII, 473: “Periquito el de los palotes | si no tienes cuartos | que dame doblones”. Acaso, más que a los palillos de tambor alude a los palotes del que no sabe escribir; o a las muletas del diablo cojuelo. Pateta, el diablo, como Patillas, el diablo cojuelo, por lo aviesos que suelen ser y malos los cojos, que cojo significan todos estos nombres, luego el diablo, y porque cuentan las viejas que el diablo quedó cojo al caer despeñado del cielo, que es decir que se hizo avieso y malo. Corr., 601: “Llevárselo Pateta, perderse, irse al infierno”. No dijera más Pateta (Quev., C. de c.). “Juan de las calzas blancas. (Dícenlo por un difunto que salía de la sepultura)”. (Corr., 571). Lope, Dorot.: “No para damas, que las hacen piernas de difuntos, y desde Juan de las calzas blancas son contra la pramática del buen gusto”. Don. hablador, 1, 7: “Me decía por libre, saliendo de Santarsis como Juan de las calzas blancas, en piernas a lo soldado, sin capa, sin sombrero ni cuello”. “Pedro por demás. (Sin hacer nada)”. (Corr., 601). B. Garay, 4. “El Bobo de Coria, que empreñó a su madre y a sus hermanas y preguntaba si era pecado”. (Corr., 88). Un cuento sobre ello hizo Villergas (El tío Camorra, paliza 22, año 1848). “Pedro de Urdemalas. (Es tenido por un mozo que sirviendo hizo muchas burlas a los que sirvió)”. (Corr., 601). Añaden: o todo el monte o nada. Es el que urde muy malas artes, y Cervantes hizo de él un entremés.

[553] El santo Macarro jugando al abejón (Corr., 82). Vanle tiznando la cara los demás, sustituyéndole el que se ríe, y él ha de estar muy serio, zumbando como abejón. Torr., Son. a M. A. Cast.: “Quiere llamarse ingenio, si es macarro, | si trata los asuntos con desbarro”. Confundióse con mocarro. Q. Benav., 2, 266: “Ya que éste es | un mocarro”. Figueroa, Plaza, f. 255. Díjose por las muecas y visajes del tiznado.

[554] Corr., 172: “La de santo Leprisco. (Dicho de donaire, como San Ciruelo, San Pito)”. Sin duda, del prisco.

[555] Corr., 565: “San Ciruelo. (Por santo no determinado ni cierto, y así, diciendo para tal día, es para nunca jamás)”. Dícese del torpe, necio, y bruto y se dijo del santo, por la madera de ciruelo o de prisco, de que salió alguna imagen de santo. Entrem. romanc.: “Aunque es largo mi negocio | la vuelta será muy breve: | el día de san Ciruelo | o la semana sin viernes”.

[556] Corr., 519: “El santo Pajares. (Dicho a desdén)”. El santo de Pajares, que se quemó el santo y se salvó la paja. Dícese santo de Pajares del que, jugando, le van tiznando la cara sin haberse de reír, so pena de tomar su lugar, lo cual se hacía con pajas o cosa carbonizada. De aquí el refrán del que no supo mirar por sí, aprovechando a otros, y del hipócrita y del parado y necio. Comed. Florin., 9: “Pensé que eras un santillo.—De Pajares, que ardía él y no la paja”. Lope, Dama boba, 2, 8. “Fray Jarro, fraile cucarro. (Apodo a niños frailitos)”. (Corr., 583). Ídem, 87: El fraile cucarro, deja la misa y vase al jarro. Decimos A propósito, fray Jarro, de lo sin sazón ni ocasión, aludiendo al bebedor, que con cualquiera ocasión echa mano al jarro, y sin duda era el fraile cucarro o cuco el primero que tal costumbre tuvo.

[557] San Porro, dícese como porro, del bruto, por ser romo como una porra.

[558] Concomos; carcomos en P; corcovos en la edic. corregida. Es la acción de concomerse o menear mucho los hombros, como sierra al serrar. Moreto, Las traves., 3: “Hubo concomo de lomos?” Lo mismo vale concomio.

[559] Vargas podrá ser el alcalde de Corte por los años de 1480, a quien cometía la averiguación de los memoriales la Reina Católica, u otros varios que dice Corr., p. 66; pero de suyo es personificación del monte muy enzarzado, y Averígüelo Vargas alude al dicho enzarzamiento. Monte y ramaje es lo que varga significa (Tesoro, B).

[560] Véase La Celestina (mi edic). sobre Villadiego.

[561] Eso no, Miguel de Vergas. Tuvo principio en Salamanca. Fuera de la puente hay una ermita de la Trinidad, donde, al pie de una imagen de Dios Padre, se hizo pintar un devoto ciudadano llamado Miguel de Vergas, con una copla que decía así:

“Querría honra y provecho
Y que nada me faltase,
Y cuando Dios me llevase,
Irme a la gloria derecho”.

Al pie de la copla escribió un estudiante: Eso no, Miguel de Vergas. (Doctor Francisco de El Rosal, Biblioteca Nacional, T. 127. Origen y etimología de todos los vocablos originales de la lengua castellana, alfabeto III, p. 31). Correas, p. 133, lo confirma: “Eso no, Miguel de Vergas, que tenéis muchos pecados”. (Este refrán nació en Salamanca, adonde hubo un ciudadano rico y que casó dos hijas con dos doctores y hizo racionero un hijo, que después fué canónigo y tuvo otras dignidades; y en la torre de la Trinidad, parroquia del arrabal, están dos pinturas de bulto relevadas en la pared por la parte de afuera: la una de Dios Padre y la otra de un hombre arrodillado delante, y por los efectos ya vistos y por la postura de las figuras, fingió el vulgo que Miguel de Vergas hace esta oración: “Señor, case yo mis hijas con dotores y a mi hijo véale canónigo en la Iglesia mayor, y después de mis días, llévame con vos a la gloria”. A esto dicen: “Eso no, Miguel de Vergas”; y parece que lo dice el ademán de la pintura, dando a entender que no puede haber dos glorias, acá y allá. Fué Miguel de Vergas virtuoso y pío y hizo la dicha torre y reparó la iglesia y fundó en ella una capilla para su entierro y lucióse su virtud en su descendencia).

[562] Empuñadura de conseja, comienzo de cuento en fórmula tradicional. Corr., 74: “Érase que se era, el bien para todos sea y el mal para la manceba del abad”.

[563]En Martes, ni tu tela urdas ni tu hija cases. (Opinión del vulgo contra el martes, y nace de ser tenido Marte en la gentilidad por dios de las batallas, y este planeta domina en ese día, y por eso le tienen por aciago los ignorantes, tomándolo de la gentilidad, que no hacía casamientos en martes por su dios de disensiones y batallas)”. (Corr., 122). Ídem, 111: En el martes, ni paños cortes ni hija cases. Ídem. 122: En martes, ni tu casa mudes, ni tu hija cases, ni tu ropa tajes. Nacer en martes es ser desgraciado, como lo dice una canción popular: “Dar con la del martes, con la mala”. (Corr., 575).

[564] “Mátalas callando y tómalas a tiento y pálpalas a tiento o a ciegas. (Dícese del que con sosiego y secreto hace las cosas cautamente)”. (Corr., 458). Esto es, del hipócrita. Mátalas hablando lo inventa Quevedo al propósito, no menos que Resucítalas callando. Yo creo se dijo propiamente de las pulgas.

[565] Portante, paso apresurado. Quev., Cart. Viaj.: “Soy tartamudo de zancas y achacoso de portante”. G. Alf., 2, 3, 5: “Porque iba de portante y según llevaba el paso presto saliéramos de muda”.

[566] Las aventuras de Lanzarote constituyen la parte festiva y amena de los libros caballerescos de Artús o Arturo, príncipe de los silures, que floreció a fines del siglo VI y fué el Pelayo de la Gran Bretaña contra los sajones, dueños a la sazón de toda la isla. Instituyóse en tiempos de este buen Rey, según la irrecusable autoridad de don Quijote, la famosa Orden de la Tabla redonda, y pasaron sin faltar un punto los amores de don Lanzarote del Lago con la reina Ginebra, hija del rey de Escocia y mujer de Artús, siendo mediadera de ellas y sabidora la honrada dueña Quintañona, de donde nació aquel tan sabido romance y tan decantado en nuestra España de

“Nunca fuera caballero
De damas tan bien servido
Como fuera Lanzarote
Cuando de Bretaña vino”.

Pasa como autor del libro de Lanzarote Arnaldo Daniel, poeta provenzal de fines del siglo XII.

[567] Certifico, lo abono, lo fío.

[568] Corr., 273: “Juan de buen alma. (A uno que es bonazo y flojo)”. T. Ramón, Dom. 17. Trin. 5: “De unos Joanes de buena alma”. Gran., Comp., 3, 3: “Los que en las religiones no tienen más que esta bondad natural, no son más que un Juan de buen alma”. Laguna, Diosc., 4, 96: “Al que no es revoltoso ni sabe ofender a nadie, antes sufriendo injurias y dando gracias por ellas pasa la vida, dicen que no es deste mundo, sino un Juan de buen alma”.

[569] Corr., 173: La gata de Juan Ramos cierra los ojos y abre las manos. Quev., C. de c.: “Con mucha sorna se vino mano sobre mano, hecho gatica de Juan Ramos”. Dícese del que disimuladamente y con melindre pretende una cosa, dando a entender que no la quiere, o que se hace la muerta y boba. Corr., 173: “La gata de Marirramos, que se hacía muertecina para cazar los ratos. (En éstos, unos dicen Juan Ramos, otros Mari Ramos, otros Marcos)”. Corr., 87: “El gato de Marcos Ramos, halaga con la cola y araña con las manos”. Ídem, 492: “Hacer del gato de Juan Hurtado. (Es hacerse mojigato)”. O hacer de la gata muerta (Corr., 492).

[570] Febrero, mes de los gatos y gatas, que suele decirse a los niños, cuando preguntan por qué andan alborotados y gritan, que les duelen las muelas.

[571] El sastre del Campillo o de Piedras Albas, que ponía de su casa aguja y hilo, o el alfayate de la encrucijada, pone el hilo de su casa. El sastre del cantillo, cosía de balde y ponía el hilo. (Corr., 82). El sastre de Peralvillo, que hacía la costura de balde y ponía el hilo (ídem, 82).

[572] De las uñas, por lo que hurta.

[573] Escarapela, riña. F. Silva, Celest., 23: “Si tú hubieras visto en la escarapela que nos hemos visto”. (Véase Tesoro, Silbant., 299).

[574] Todo lo anterior, desde el principio del párrafo, donde se habla de Vargas, hasta este punto, falta en la edición de Pamplona, y debió ser añadido por Quevedo en 1629. Ya en adelante conforman ésta y la de Barcelona de 1635.

[575] Deshonrabuenos, el que murmura quitando la honra y el que desdice de su linaje. J. Polo, pl. 223: “Volvedme mi honra, que sois un deshonrabuenos”. Cácer., ps. 21: “Dicen que soy deshonrabuenos”. Corr., 579: “Deshonra buenos y linajes. (Al bellaco)”.

[576] Al cielo, y para desviar el voto del cielo añade de la cama.

[577] Diego Moreno, de buena disposición, bien vestido y de buena cara. Quev.: “Y para nosotros | vino la (edad) de cuerno, | rica de ganados | y Diegos Morenos”.

[578] Entremés o diversión de todos, dice Diego Moreno que le hicieron. Es el consentidor, por lo cual dice antes Quevedo que iba bien vestido, y de buena cara, y luego que fué marido de tomo y lomo, porque tomaba y engordaba de lo que ganaba su mujer.

[579] Aunque se llamen Juanes, esto es, sean bobos (Celest., mi edic.), se vuelven Diegos, que viven de gorra, como hemos visto. Por eso se llaman Diego y Moreno, por llamarse así los negros. J. Rufo, Apotegm., f. 105, del 1596: “Al chico de cuerpo se le ha de llamar mediano; al moreno, trigueño, y al negro, moreno”.

[580]De tomo y lomo. (Por cosa fornida)”. (Corr., 758); esto es, muy marido.

[581] Sietedurmientes, que ni oía ni veía a los que solicitaban a su mujer, si eran ricos, y grulla, esto es, vigilante, si pobres: “cogen una piedra pesada con el pie derecho y le levantan, porque si acaso se duermen, cayendo la piedra, las despierta” (Valdecebro, Aves, 11, 50).

[582] Dios me le guarde..., es un consentidor.

[583] “desmocharan las testas” (P).

[584] Poetas, por ser pobres; ginoveses, por ser ricos.

[585] Marido postizo, el que siempre hace de acusativo, que padece, mientras otros hacen de nominativo, que obra, en frase del Guzmán de Alforache, en cuya pte. 2, l. 3, c. 5, se trata largamente de ellos.

[586] Medellín, acaso alude a los ganados extremeños, como en el barbar de cabrío, o tener barbas de chivo.

[587] Endureció, con la cornamenta, y lo mismo da a entender con las frases que siguen.

[588] Y a la grita y ruido..., me desperté, tenía intención de escribir Quevedo; pero se le fué al cielo el santo y el período quedó desbaratado.

[589] Atienden, sujeto de este verbo plural es el colectivo gente.


[Pg 299]

FIN DEL TOMO PRIMERO

[Pg 300]
[Pg 301]

ESTE LIBRO SE ACABÓ DE IMPRIMIR
EN LA TIPOGRAFÍA DE “LA LECTURA”
EL DÍA VII DE MARZO
DEL AÑO MCMXVI