Title: Fausto: Primera parte
Author: Johann Wolfgang von Goethe
Translator: Teodoro Llorente
Release date: July 19, 2022 [eBook #68566]
Language: Spanish
Original publication: Spain: Montaner y Simón, editores
Credits: Ramón Pajares Box and the Online Distributed Proofreading Team at https://www.pgdp.net (This file was produced from images generously made available by Fons Gili i Gaya / Universitat de Lleida, Spain.)
Nota de transcripción
p. i
FAUSTO
p. ii
p. iv
p. v
FAUSTO
TRAGEDIA DE
JUAN WOLFANGO GOETHE
PRIMERA PARTE
TRADUCIDA POR TEODORO LLORENTE
Nueva edición ilustrada por los mejores artistas alemanes, revisada por el traductor y seguida de una reseña de la segunda parte de la tragedia
BARCELONA
—
MONTANER Y SIMÓN, EDITORES
CALLE DE ARAGÓN, NÚM. 255
1905
p. vi
ES PROPIEDAD
p. vii
QUE SIRVIÓ DE PRÓLOGO PARA LA PRIMERA EDICIÓN
A Vicente W. Querol
Decídome al fin, querido Vicente; cedo a tus instancias y a las de otros buenos amigos, demasiado buenos quizás para ser en esta ocasión imparciales y discretos. A las prensas va, tras luengas dudas e incertidumbres, mi traducción del Fausto: si hago mal, vuestra será la culpa, aunque solo yo pague la pena. ¡Perdona, oh Júpiter de Weimar, insigne Goethe! ¡Perdona el atrevimiento, y quiera Dios que no llegue a la categoría de desacato! Tu famoso Doctor sale de nuevo a campaña, por estas tierras españolas, vestido a la usanza de los galanes de Cervantes, de Lope y Calderón: gallarda usanza, si la gentil ropilla no le ajusta desgarbadamente por los pecados de un mal sastre remendón.
Mientras llegan —que sí llegarán— los sinsabores de la crítica, ¡qué deleitosa fruición, amigo mío, la de este pasajero retorno a los estudios que fueron el encanto de nuestros mejores años! Al buscar, allá en olvidado rincón, entre un fárrago de papeles viejos, llenos de versos y de borrones, las revueltas cuartillas en que palpitan los amores, las quimeras y los tormentos de la pobre Margarita y el insaciable Fausto, al tropezar de nuevo con un cúmulo de inconexa poesía, de ensayos abandonados, estudios interrumpidos, tentativas audaces, abortos desdichados, engendros que quizás hubieran podidop. viii vivir, frutos mal sazonados todos ellos de la dichosa, de la arrogante juventud, surge hermosa, sonriente y un tanto melancólica, del fondo plácido de los recuerdos, aquella juventud ya lejana; y tu nombre viene a mis mientes, y pasa de ellas a los filos de la pluma, que parece buscar por sí misma el papel, para comunicarte y compartir contigo tan gratas impresiones.
¿Te acuerdas de aquellos alegres días, cuando nos encontrábamos en los claustros de la Universidad, y olvidando la Instituta de Justiniano o el Ordenamiento de Alcalá, nuestras almas, como pájaros que ven la jaula abierta, volaban juntas por los cielos esplendorosos de la poesía? ¿Te acuerdas de la fiebre con que leíamos y devorábamos cuantos versos caían en nuestras manos, produciéndonos igual entusiasmo las patrióticas odas de Quintana, las borrascosas inspiraciones de Espronceda, o los legendarios relatos de Zorrilla? Antiguos o modernos, clásicos o románticos, españoles o extranjeros, todos los vates nos atraían, nos arrastraban, nos llevaban lejos de este mundo, abriéndonos las puertas del mundo ideal. Epopeya y drama, epigrama y oda, idilio y elegía, todo nos lo apropiábamos, todo nos lo queríamos asimilar, sin que bastase nada al impaciente anhelo. El Parnaso español, con el que nos habían familiarizado los preceptores, fue pronto estrecho para nosotros; y a los poetas castellanos, sabidos de memoria, sucedieron los vates extranjeros. Dante, Petrarca, Tasso bajaban de las espléndidas cimas de la gloria, para guiar nuestros pasos; Camoëns nos señalaba el dorado camino del oriente; Corneille y Racine nos iniciaban en la pomposa majestad del teatro francés; Chateaubriand nos revelaba el nuevo mundo de las fantasías románticas; Lamartine encendía en nuestra alma el calor de una sensibilidad delicada y triste; Víctor Hugo arrebataba nuestra imaginación con el ímpetu de su genio desbordado.
Y aún queríamos más poesía; aún nos atraían con fuerza irresistible los fantasmas del septentrión, que envuelve Ossián entre nieblas y tempestades, y las sangrientas tragedias de los Nibelungos, y los personajes vivientes y apasionados de Shakespeare, y el infierno tenebroso de Milton, y los cielos brillantísimos de Klopstock, y las leyendas conmovedoras de Schiller, y las concepciones épicas de Goethe, y los lamentos sarcásticos de Byron. ¿Te acuerdas? En nuestro punzante afán, hallábamos pálidas, desabridas, insuficientes las traducciones españolas o francesas de esos autores; queríamosp. ix penetrar más adentro en sus obras fascinadoras, comprender y forzar su sentido literal, encontrar y absorber la médula de su pensamiento; y cuando veíamos abierto ante nosotros el texto original, aquellas palabras exóticas y enrevesadas, henchidas de sílabas impronunciables, nos provocaban y atraían, como a Edipo la Esfinge tebana, y con el arranque de la mocedad irreflexiva, nos lanzábamos a descifrar aquellas para nosotros sacratísimas letras. ¿Para qué las gramáticas, empedradas de reglas enfadosas, ni los ordenados vocabularios? Nuestra impaciencia no consentía más que el indispensable léxico para buscar el sentido de las palabras desconocidas. Pasando los ojos incesantemente de los oscuros versos al grueso diccionario, hojeado y desencuadernado con mano calenturienta, fiando en nuestra intuición mucho más de lo justo, transcurrían sin sentir largas horas, en las que, del fondo negrísimo de aquellos extraños vocablos, iban brotando, como de los pliegues de espesa niebla, las encantadoras imágenes que quedaban grabadas con rasgos de luz en nuestra imaginación, abstraída en su suprema belleza, tan arduamente conquistada.
De aquella feliz edad datan —tú lo sabes bien— mis primeros ensayos de traducción del Fausto. Ajeno estaba entonces a la idea de publicarla: ponía en versos castellanos los pasajes que más me impresionaban del poema de Goethe, como traducíamos a retazos otras tantas obras inmortales, para apoderarnos mejor de ellas. Algunos años pasaron sin que conociesen aquellos fragmentos más que los amigos de mi mayor intimidad: parecíame tan grande el atrevimiento, que solamente podía disculparlo la ausencia de toda pretensión.
Publicáronse después en revistas literarias trozos aislados; y críticos benévolos instáronme para que completase la traducción; pero la época dichosa de los fecundos ocios había pasado para mí, y aquel ensayo quedó casi olvidado.
Diez años ha, las azarosas vicisitudes de nuestra pobre España producían tal tensión en mi ánimo (afectado por el deber de relatarlas cotidianamente), que, como distracción saludable de las enojosas tareas del periódico, incliné la atención a nuestros estudios de la juventud, y puse la mano nuevamente en el Fausto. ¡Cuán descontento me dejaron aquellas mis primeras versiones! Parecíame, sí, que no reproducían del todo mal el tono de la famosa tragedia de Goethe; que los soliloquios o diálogos castellanos daban una ideap. x aproximada de ella; mi obra en su conjunto, tomada en globo, me producía bastante buen efecto —perdona la inmodestia—; pero, al descender a los pormenores, al examinarla escena por escena, al compulsarla verso por verso, ¡qué serie de contrariedades y desencantos! Presentábaseme como imperdonable profanación todo apartamiento, no ya de la idea del autor, sino de la expresión o el molde en que la vaciara: consideraba libertad excesiva y hasta licencia pecaminosa todo aquello en que la frase traducida se separaba —como había de separarse muchas veces en una versión rimada— del texto original. Esto, aparte de la difícil comprensión de algún punto oscuro, de las variantes entre las traducciones francesas de Saint-Aulaire, A. Stapfer, Gerardo de Nerval y Enrique Blaze, y la italiana de Andrés Maffei (que, a pesar de estar escrita en verso, diome luz en algunos pasajes que aquellas no habían aclarado), me impuso un trabajo minucioso, reflexivo, frío, de corrección y lima, con el cual —francamente te lo digo— no sé si habrá ganado o perdido la traducción. Habrá ganado, desde luego, en fidelidad y en expresión exacta; pero me ha sucedido con frecuencia tener que sacrificar a esas condiciones los versos que me parecían más agradables, tener que rehacer con dificultad trabajosa trozos en los que había corrido fácil la pluma, dándoles cierto carácter de naturalidad espontánea.
Incierto y dudoso todavía de mi trabajo, dilo a conocer entonces a algunos de nuestros primeros escritores y críticos, que le otorgaron su exequatur de una manera muy honrosa para mí. Diría aquí sus nombres, en disculpa de mi atrevimiento, si no temiera que lo considerara alguien como pretendida imposición al fallo del público soberano. Baste consignar que aquellos autorizadísimos sufragios —y como dije al principio, tus ruegos y los de otros amigos cariñosos— moviéronme a dar a la prensa lo que no se había escrito con este objeto. Aún pasaron algunos años, aguardando ocasión, que no me ofrecía mi vida atareada, de dar la última mano a la obra, y de emprender otro trabajo, al cual tengo que renunciar al fin y al cabo.
El poema de Goethe es digno de estudio detenido, y ha sido objeto, en Alemania sobre todo, de tantas disquisiciones y comentos, que llenan muchos volúmenes.[1] Como sucedió con la Divinap. xi Comedia en Italia, y está sucediendo con el Quijote en España, ese espíritu exegético se ha llevado quizás al extremo de buscar oculto sentido y propósito trascendental en aquello que escribió el autor, muy ajeno a tan hondas intenciones; pero, si hay bastante de caprichoso y fútil en tales supuestos, no deja de ser interesante algo y aun mucho en los escolios de esas obras maestras del ingenio humano.
[1] E. Dünzer, que hace más de diez años comentaba el Fausto, hizo un catálogo de ciento veintisiete comentadores anteriores a él.
Quería yo intervenir también en esos pleitos; y con la fácil ayuda de unos cuantos autores, poco conocidos en España, que esperan la consulta en un estante de mi librería, lisonjeábame de adquirir a poca costa nombre de erudito, si no ingenioso y profundo, comentador. Pero lo dejé para lo último, y ahora me falta tiempo por las prisas que me dan los editores de la Biblioteca de Artes y Letras, encargada de esta publicación. No hay más remedio, pues, que dejar la erudición en el tintero, y convirtiendo en prólogo para el público esta que comenzó siendo carta para ti solo, decir en pocas palabras lo que, ampliamente explanado y repleto de citas, nombres y fechas, hubiera podido ser estudio preliminar a la versión castellana del Fausto.
¿De dónde nació la idea de ese Doctor famoso, que, descontento de los limitados medios con que cuenta el hombre en esta vida, y llevado por sus aspiraciones inasequibles, se da al Diablo para conseguirlas? Algo de esas ansias perdurables hallamos ya en la antigüedad clásica: Pigmalión y Prometeo nos dan el ejemplo de la lucha de la humanidad contra su suerte, del deseo atormentador de lo infinito, de lo ignoto, de lo sobrenatural, que el hombre quisiera realizar en la tierra por su propio esfuerzo. La intervención diabólica en esas tentaciones de nuestra impotencia y nuestro orgullo, aparece después, en los primeros siglos del cristianismo, en aquellos tiempos de las leyendas místicas, en las que el mal, para hacerse más patente, toma formas satánicas en la imaginación exaltada de los creyentes. Entre los muchos casos de tratos con el demonio, hallamos ya en el siglo tercero el que refirió primeramente San Gregorio Nacianceno, y ampliaron y embellecieron después varios agiógrafos, de Cipriano, famoso encantador de Alejandría, que hizo pacto con el Espíritu infernal, para obtener el amor de la cristiana Justina; historia que popularizó en Alemania, en el siglo noveno, Ado, arzobispo de Viena, y de la cual sacó más tarde nuestro Calderón su comedia El Mágico prodigioso, sobre cuyas conexionesp. xii con el poema de Goethe ha escrito poco ha un libro muy apreciable el Sr. Sánchez Moguel.[2]
[2] Memoria acerca de El Mágico prodigioso de Calderón, y en especial sobre las relaciones de este drama con el Fausto de Goethe, por D. A. Sánchez Moguel, catedrático de literatura española en la Universidad de Zaragoza. Madrid, 1881. Esta obra fue escrita para un certamen que abrió la Real Academia de la Historia con motivo del Centenario de Calderón, y habiendo obtenido el premio, fue publicada a expensas de dicha Academia. Su erudito autor opina que El Mágico Prodigioso solo tiene relaciones muy indirectas con el Fausto de Goethe.
En esa y otras leyendas parecidas estaban los primeros elementos de la historia del Doctor Fausto; pero es el caso que aquellos elementos tomaron cuerpo en un individuo de este nombre, que tuvo vida real y fue convertido por la inventiva popular en personaje tan extraordinario como famoso. En la primera mitad del siglo XVI hubo en las Universidades alemanas un Doctor Fausto, dado a la vida alegre y bulliciosa, que ganó fama de alquimista y brujo, y después de una existencia desordenada, murió trágicamente. Apenas muerto, corrió la voz de que se lo había llevado el Diablo, y en 1587 se daba a la estampa por primera vez su historia, llena de aventuras descomunales.[3]
[3] Historia von D. Johann Fausten, dem weitbeschreyten Zauberer und Schwartzkünstler, impresa por Juan Spies, en Francfort del Mein.
Es curiosísimo este primer libro del Doctor Fausto, y si no quisiera reducir a cortas páginas este prólogo, hablaría de él largamente a mis lectores, para que viesen lo que ha dado la tradición a la tragedia de Goethe, y lo que ha puesto en ella el genio del poeta. La historia del descreído Doctor escribiose con la idea de apartar a los buenos creyentes de tentaciones peligrosas, presentándoles aquella víctima del Espíritu malo. ¿Proponíase el autor, como indican escritores de nuestros días, combatir el afán de novedades, que alentaba en aquellos tiempos la Reforma religiosa? No me parece de tanto alcance aquel libro devoto. El Juan Fausto de esta leyenda era en verdad peritísimo en las ciencias más sutiles y doctor profundo en Teología; pero no se perdió por ese camino, sino por ser hombre mundano, libertino e incrédulo, que para gozar la vida a sus anchas, estudió ciencias ocultas en la gran escuela de magia de Cracovia, y renunciando a las Letras Sagradas, llamose Doctor en Medicina, astrólogo y matemático. En un bosque cercano a Wittenberg evocó cierta noche al Diablo, que con gran aparato de fuegop. xiii presentose al fin, bajo la forma de un fraile gris, y dijo llamarse Mefistófeles. Arreglose el pacto, escrito con sangre de Fausto, que ofreció su alma al Espíritu infernal para dentro de veinticuatro años; y al cabo de este tiempo, tras una vida de desenfrenados goces, reventó lastimosamente el pobre Doctor, después de una cena, a la cual convidó a sus amigos y discípulos de libertinaje, para darles cuenta de que se acercaba su última hora, sin que le valiese para evitarla su tardío arrepentimiento.
El piadoso autor de la historia horripilante, que se complace en pintar con colores vivísimos las apariencias infernales y los pormenores de la muerte de Fausto, no nos dice gran cosa de las felicidades que el Diablo le procuró, ni de la satisfacción que halló en ellas. Lo más interesante, de lo poco que nos cuenta, es la aparición de la hermosísima Helena, que el Doctor hizo acudir a una de sus comilonas, a ruegos de sus comensales, y de la cual quedó tan prendado, que la obligó a volver, y de ella tuvo un hijo, a quien llamaron Justo Fausto. He ahí el germen, menudo e insignificante, de la segunda parte del poema de Goethe, de aquella concepción grandiosa, en que el mundo helénico y el mundo germánico se contraponen y se completan de una manera tan nueva como poética.
La vida de Juan Fausto hízose desde luego popularísima en Alemania. Repitiéronse las ediciones, redactáronse nuevas historias del Doctor, publicose la de su discípulo Cristóbal Wagner, y antes de concluir el siglo XVI corrían ya traducidos estos libros por Holanda, Dinamarca, Inglaterra y Francia. La leyenda era pueril y tosca; pero había en ella algo que impresiona fuertemente al corazón humano. Existe en él predisposición a admirar, aunque la razón las condene, toda audacia del espíritu, toda temeraria ruptura de las sujeciones que nos oprimen. Por eso pareció siempre tan grande la figura de Prometeo robando el fuego celeste; por eso el Doctor Fausto, como el Burlador de Sevilla, aunque sentenciados a las llamas eternas, con beneplácito y contentamiento de los que en el libro o el teatro seguían el curso de sus abominables desaguisados, ejercieron siempre sobre el público la atracción siniestra del abismo. Sería interesante estudiar cómo han ido creciendo y agigantándose en la imaginación popular esas dos grandes figuras legendarias; qué fondo común hay en ellas; cómo las diversifica el carácter peculiar de los pueblos que las han creado en las orillas risueñas del Guadalquivir y en las riberas nebulosas del Rin; quép. xiv cambios ha ido introduciendo en la tradición el espíritu móvil de los tiempos; en qué medida ha influido en esos cambios el genio de los poetas, al dar forma más perfecta al tipo legendario; y cómo, por fin, vinieron Goethe en Alemania y Zorrilla en España a apagar las llamas infernales y abrir las puertas de la gloria eterna a Fausto y a Don Juan.
La historia del doctor Juan Fausto, contenida por vez primera en el libro anónimo de Francfort, y ampliada por Widmann en 1599,[4] ¿tiene alguna relación con la de Juan Fust o Fausto, el famoso colega de Gutenberg en el invento de la imprenta? He aquí otro punto muy debatido por los comentadores de nuestro poema, y del cual me ocuparía con alguna extensión, si hubiera podido completar el estudio proyectado. París conserva la tradición del impresor Fust, que presentó a Luis XI un ejemplar de su Biblia, estampada por arte entonces desconocido, y que, atribuido a la magia, provocó persecuciones, de las que escapó el ingenioso inventor, según entonces se dijo, por arte del Diablo. Han supuesto algunos autores que, irritados los monjes contra una invención que les privaba del oficio de copistas, convirtieron a Juan Fausto en nigromante, enviándolo a los infiernos; pero hoy está comprobada la existencia del doctor Fausto del siglo XVI, posterior en más de un siglo a Gutenberg y sus primeros colaboradores, y a aquel se refería indudablemente la popular historia del Doctor que pactó con el Diablo.[5]
[4] Warhafftige Historien von den grewlichen und abschewlichen Sünden und Lastern, auch von vielen wunderbarlichen und seltzamen Abentheuren: So D. Johannes Faustus ein weitberuffener Schwartzkünstler und Ertzzäuberer, durch seine Schwartzkunst, biß an seinen erschrecklichen End hat getrieben. Publicada en Hamburgo.
[5] El escritor alemán Klinger partió de la suposición de ser el Doctor Fausto el compañero de Gutenberg, para escribir la novela en que largamente relata sus maravillosas aventuras. Esta novela se publicó en 1791, al año siguiente de aparecer el primer fragmento del Fausto de Goethe.
En Inglaterra fue donde la literatura culta y profana se apoderó primero de la piadosa historia. Un predecesor de Shakespeare, Cristóbal Marlowe, poeta y comediante como él, liviano y aventurero, revoltoso y descreído (al decir de sus coetáneos) que en la segunda mitad del siglo XVI vivió desordenadamente y murió joven en riña con un rival, porque le robó su querida, llevó al naciente teatro inglés aquella lúgubre figura. La tragedia de Marlowe, a pesar de los apasionadosp. xv elogios de su traductor francés, Francisco Víctor Hugo, que quiere sobreponer algunas de sus escenas a las del sublime poema de Goethe, no es más que una obra apreciable atendiendo a la época en que se escribió; pero no la iluminan los resplandores del genio. El Doctor del dramaturgo inglés es el mismo de la leyenda alemana: el espíritu de la tragedia, a pesar del ateísmo de que su autor fue acusado, es el antiguo propósito de atemorizar a los impíos. Fausto es un libertino incrédulo, que, para apoderarse de los secretos de la magia, evoca al Diablo en un bosque y celebra con «Mephostophilis» el pacto que le ha de dar, por veinticuatro años, todos los goces de la vida. Revestido ya de los poderes mágicos, le vemos en Roma, penetrando audazmente en el Consistorio de Cardenales y abofeteando al Papa; encontrámosle después en la Corte imperial, asombrando a príncipes y magnates con sus sortilegios, y haciendo aparecer ante ellos la sombra de Alejandro Magno; y tras estos momentáneos triunfos, asistimos al cumplimiento del plazo fatal, al arrepentimiento inútil, a la agonía desesperada y a la horrible muerte del impío Doctor, todo con estricta sujeción a la germánica leyenda. Marlowe no hace, pues, otra cosa que arreglar para la escena el relato primitivo, y no modifica su carácter, no le añade elementos sustanciales. El episodio de Helena quedó en embrión en su tragedia, como en aquel relato; la visión y la posesión de la hermosísima amante de Paris no inspira al Fausto del poeta inglés más que unos cuantos versos muy bellos, en los que resplandece fugitivo destello de aquel amor a la hermosura clásica, al que había de dar tanta parte el insigne vate de Weimar en la concepción de su obra inmortal.
La tragedia de Marlowe quedó pronto olvidada; pero se habían apoderado de aquel terrorífico y aparatoso argumento los teatritos de muñecos o polichinelas, y desde entonces formó parte muy principal de su repertorio. En Alemania, bien pasase a ella este Puppenspiele de Inglaterra, bien naciese de la tradición indígena, la historia del Doctor Fausto se representaba también en esos teatritos hasta los tiempos de Goethe. Lessing, uno de los más poderosos regeneradores de las letras alemanas, vio en aquella historia, relegada ya a tan humilde esfera, el germen de una hermosa tragedia, y comenzó a escribirla. Su Fausto no es pecador incorregible, sino varón virtuoso y sapientísimo, a quien declara guerra el infernal Mefisto, y es, a la vez, amparado por la Providencia Divina, la cual burla al Demonio, sustituyendo al Doctor verdadero por otro supuestop. xvi Fausto, a quien fácilmente conduce el maligno Espíritu por las sendas de perdición. Lessing dejó su obra sin terminar, poco satisfecho de ella sin duda.[6]
[6] En 1836, después de publicado todo el poema de Goethe, Lenau, poeta alemán, de rica y fecunda inspiración, dio a la prensa otro poema épico-dramático, con el mismo título y asunto. Este autor hace correr al Doctor endiablado las más extrañas aventuras, describiéndolas con mucha fantasía; pero su obra no tiene ni asomos de la trascendencia que admiramos en la profunda epopeya de Goethe.
Esta es, en pocas palabras y a grandes rasgos, la historia del Fausto antes de Goethe. ¡Qué interesante capítulo pudiera escribirse, siguiendo esa historia, para ver cómo surgió en la imaginación de nuestro poeta, casi niño, la idea de su tragedia![7] Él mismo nos ha dicho que la primera vez que pensó en ella fue al ver una estampa, representando a Fausto y Mefistófeles que cabalgaban por los aires, en aquella misma taberna de Leipzig que cita en su obra como teatro de una orgía grotesca, escena tomada de la leyenda primitiva. Cómo influyeron en la mente de Goethe el escepticismo sarcástico del siglo de Voltaire y Diderot; las extrañas supersticiones que brotaban, con Mesmer y Cagliostro, del fondo oscuro de ese mismo escepticismo, y que en Alemania tomaban un carácter más grave, reproduciendo las antiguas doctrinas cabalísticas; el estudio más profundo del arte griego, iniciado por Lessing en su afamado Laocoonte; las tradiciones de la Edad media, embellecidas por el nuevo espíritu romántico; y el misticismo poético de Klopstock; cómo se combinaban esos elementos encontrados en su inteligencia sintética; cómo se fue desarrollando en la larga existencia del poeta aquel asunto inconmensurable, según él decía de su obra predilecta: he ahí un interesante cuestionario, del cual no cabe aquí más que esta somera indicación.
[7] Entre las muchas obras alemanas que tratan del Fausto de Goethe, es especialmente estimable la reciente de K. J. Scher: Faust von Goethe, mit Einleitung und fortlaufender Erklärung. Heilbronn, Henninger, 1881.
Doctor Faust; Trauerspiel. Ein Fragment: así se titulaba un libro de pocas páginas que en 1790 salía de las prensas de Leipzig. Era el primer fragmento del gran poema; eran las escenas de los amores de Margarita, escritas en 1774, cuando Goethe estaba en el vigor de la lozana juventud. ¡Margarita! ¡Qué hermosa aparición! Esa imagen tan sencilla y natural de la doncella germánica, ingenua, creyente, amorosa; de la hija del pueblo, grave y modesta en la inocente tranquilidad del hogar; confiada, imprudente, criminalp. xvii sin pensarlo en su apasionamiento ternísimo, y que no pierde la nobleza de sus sentimientos, ni sus santas creencias, en el abismo de la deshonra, tomó desde aquel momento en los horizontes del pensamiento humano y en las cimas de la gloria el lugar destinado a las figuras inmortales, que se destacan para siempre sobre el fondo luminoso de la belleza ideal.
Y aquella imagen encantadora era creación exclusiva de Goethe: no hay rastro de ella en ninguno de los Faustos anteriores. Figuraba, sí, en la literatura popular la trágica historia de las doncellas burladas en sus amores, que apelan al infanticidio para ocultar la seducción, y pagan en el patíbulo su crimen. Sin ir más lejos, tenemos un ejemplo interesantísimo en el cancionero catalán y valenciano: La filla del marxant, cuyas numerosas variantes ha recogido y publicado, con las de otros muchos romances antiguos, el eruditísimo Sr. Milá y Fontanals, es una de esas desdichadas víctimas del amor.[8] Pero Goethe tuvo la feliz inspiración de llevar esas femeniles desgracias, que inspiraron también a su gran amigo Schiller[9] una de sus mejores poesías, a la historia tétrica del Doctor endiablado; y el contraste de ese amor de Margarita, idílico primero, y después trágico, pero siempre cándido, verdadero, naturalísimo, con las fantasías insensatas y los vagos anhelos de Fausto, con la mordacidad ponzoñosa de Mefistófeles, con aquel cuadro fantástico en que giran alrededor del espíritu humano las brujas y los ángeles, el Cielo y el Infierno, da al extraño poema un interés dramático, un calor del corazón, una realidad de vida, que superan quizás a todas las demás bellezas que en él derramó más tarde el genio creador del insigne poeta.
[8] Romancerillo catalán, Canciones tradicionales, segunda edición corregida y aumentada, por D. Manuel Milá y Fontanals, Barcelona, 1882.
[9] La infanticida.
Margarita era un recuerdo de su adolescencia. En sus Memorias[10] nos cuenta aquella primera inspiración amorosa, que tan grabada quedó en él. Goethe, hijo de una familia principal de los encopetados burgueses de la imperial Francfort, ansioso de expansiones juveniles, ligose con algunos mozuelos de clase humilde, artesanos y escribientillos, algo copleros y bastante alegres, que vendiendo sus versos y los de su noble amigo a los que, para epitalamios o elegías, sátiras o declaraciones amorosas, se los pedían, sacaban dinero para sus modestos festines. ¡Estos fueron los comienzos literariosp. xviii del autor de Fausto! En la casa donde se reunían conoció a «Gretchen»,[11] joven costurera, cuya gentil belleza le inspiró uno de esos deliciosos y tímidos amores de la primera juventud, que el corazón guarda escondidos. La historia de esa pasión de niño, que no llegó a declararse, es un episodio encantador. Coincidía aquel apasionamiento con las solemnísimas fiestas que celebraba Francfort para la coronación del emperador José II, y el asombro que causaban en el naciente poeta las ceremonias suntuosas del Sacro Imperio Romano Germánico, en las que se usaba todavía el ritual y el aparato de la Edad media, mezclado a su inocente embeleso por aquella amable y candorosa muchachuela, dormida en alguna ocasión sobre sus rodillas, produce tal impresión contado, que no es de extrañar la ejerciera vivísima en el alma de Goethe, que estaba abriéndose a la luz del amor y la poesía.
[10] Wahrheit und Dichtung, parte 1.ª, libro V.
[11] Diminutivo familiar de Margarita.
Diez y ocho años después de publicado el episodio de Margarita (1808), aparecía la primera parte de Fausto, tal como hoy la conocemos. El gran poeta no había dejado de trabajar un año y otro año en aquella obra de toda su vida, en la cual derramaba su inteligencia, su alma entera. No estaba completa aún su inmortal concepción; pero el asunto quedaba expuesto, y perfectamente diseñados los caracteres de los dos personajes principales, Fausto y Mefistófeles, creaciones ambas prodigiosas de su potente numen.
El Doctor de la leyenda, toscamente esbozado por los autores devotos que querían castigar en él las audacias de la ciencia descreída y del procaz libertinaje, lo convierte Goethe en tipo acabado de la humanidad soñadora y descontenta, con todas sus aspiraciones infinitas y todas sus flaquezas miserables. Cuantos hayan experimentado el cansancio de la vida y las ansias de lo imposible, cuantos hayan sufrido —¿y quién no los sufre alguna vez en estos tiempos?— los tormentos de la fe perdida o vacilante, sentirán palpitar su alma en el alma de aquel Doctor, tan docto que no le acosaban ya escrúpulos ni dudas, que no temía al diablo ni al infierno, y sabía tanto, que había perdido todos los encantos de la vida. Así, a lo que hay de eternamente humano en los anhelos irrealizables del Fausto tradicional, une Goethe lo peculiarmente característico de nuestra edad: el escepticismo. El Doctor de la leyenda era irreligioso, era impío; pero su alma vigorosa se entregaba con fe y ardimientop. xix a los arcanos de la magia, a la alianza con el diablo, al goce de los ansiados placeres. El Doctor de Goethe no cree en Dios ni en el Diablo; no sabe qué pedirle a este cuando le ofrece todas las felicidades de la vida, y si por un instante pasa afanoso del deseo al goce, en el seno del goce ansía otra vez y echa de menos el deseo.
Mefistófeles, el demonio vulgar, deforme y espantoso, de la Edad media, conviértese también en la más extraña y original figura de la poesía moderna: Madama Staël, uno de los primeros escritores que dio a conocer al mundo latino aquel poema germánico, que aparecía entonces como un engendro caótico, promovedor del vértigo en el ánimo de los lectores,[12] decía de Mefistófeles que es el Demonio civilizado. Ya nos había dicho ese mismo personaje infernal, hablando de sí propio en la cocina de la Bruja: «La civilización, que todo lo pule, llega al mismo Diablo: el fantasmón del Norte no está ya presentable. ¿Dónde ves cuernos, garras ni cola? En cuanto a mis patas de cabra, no puedo prescindir de ellas; pero me queda, como a los elegantes del día, el recurso de las pantorrillas postizas.» No estriba, empero, la principal novedad del Diablo de Goethe en haberle quitado su aspecto aterrador y monstruoso, para convertirlo en camarada jovial, decidor, casi amable; sino en la forma peculiar que en él reviste el espíritu del mal. Mefistófeles, demonio de segunda clase y de rango inferior, por lo demás, genio infernal a la menuda, destinado sin duda por Satán a las empresas menos dificultosas —lo cual no es muy lisonjero, en verdad, para los sabios presuntuosos, como el pobre Doctor— es, según él mismo nos dice, el espíritu de negación: «Yo soy el Espíritu que lo niega todo.» ¡Y cuán bien, la suprema ironía, uno de los caracteres predominantes en la inteligencia serena y reflexiva de Goethe, da vida diabólica a ese espíritu de negación! Mefistófeles es la sátira encarnada, sátira profunda y sangrienta unas veces, festiva y bufona otras. En el tremendo drama del Doctor Fausto representa a la vez el papel de traidor y el de gracioso: en ocasiones nos indigna y subleva como Yago, en ocasiones nos divierte y nos hace reír como Scapin; y al fin y al cabo, tenemos que convenir, con el Padre Eterno, en que, a pesar de sus malignidades y astucias, es el menos temible de los Espíritus infernales.
[12] De l’Allemagne, por Mad. Staël, parte 2.ª, capítulo XXIII.
¿No se ve en todo esto la propensión a no tomar en serio la historiap. xx portentosa del Doctor Fausto? Goethe, hijo de la filosofía escéptica del siglo XVIII, espíritu crítico, y aunque religioso en el fondo, desligado de toda religión positiva, no podía admitir con piadosa sinceridad la leyenda inspirada por la fe viva de otros tiempos; apoderose de ella, como simbolismo adecuado a la expresión de su pensamiento, pero mofándose a veces de su propia fábula. Hizo con la poesía religiosa de la Edad media lo mismo que el Ariosto con su poesía caballeresca; el autor del Fausto no creía en los ángeles ni en los diablos, en las brujas ni en los aquelarres, como el autor del Orlando furioso tampoco creía en los caballeros andantes, ni en los castillos encantados: escribieron, no obstante, sobre esos temas dos obras que nunca morirán, y que quizás son más admirables por mezclarse en ellas las burlas con las veras.
Los amores de Margarita no son más que el primer capítulo de la nueva vida del rejuvenecido Fausto; no podía concluir con ellos la obra del poeta. La muerte de la infeliz amante no resuelve la cuestión; las condiciones del pacto diabólico no están aún cumplidas; no ha vencido Dios, no ha vencido tampoco el Diablo. De todas las seducciones a que puede apelar este, no ha empleado más que una; quédanle todavía muchos recursos. No comprendo, pues, que consideren algunos como un todo acabado la primera parte de la tragedia, y digan que huelga la segunda. Son, sí, dos obras de índole algún tanto distinta: la primera, verdaderamente dramática; la segunda, fantástica y simbólica. Al fuego de las pasiones sucede el movimiento de las ideas; a los personajes reales, las abstracciones y alegorías. Pero estas dos partes distintas hállanse íntimamente ligadas, son consecuencia una de otra, forman una ilación lógica y un conjunto necesario. Antes de dar a la estampa la primera parte, Goethe había escrito ya las admirables escenas de la aparición de Helena, y durante todo el resto de su vida estuvo trabajando en ese segundo Fausto, que era el complemento de su obra. En 1831 ya octogenario, y pocos meses antes de morir, dábalo a luz y escribía a un amigo suyo: «Ahora puedo considerar lo que me resta de vida como un generoso donativo, y poco importa que haga algo más o que no haga ya nada.» El gran poeta daba su misión por cumplida: Alemania, el mundo entero proclamaban la inmortalidad de su creación predilecta.
La segunda parte del Fausto no produjo tanta impresión como la primera, ni se ha hecho popular como aquella. El juicio de lap. xxi crítica sobre ella ha sido muy diverso. Unos la ensalzaron como la epopeya de nuestro siglo; otros vieron confirmada en ella la máxima española que condena las segundas partes a irremisible inferioridad. En general, ha sido considerada, fuera de Alemania sobre todo, como una creación grandiosa y altamente poética, sí, pero confusa, heterogénea y algún tanto extravagante. El asombro que engendran las hechicerías de Fausto en la Corte imperial, pintada con vigorosos rasgos satíricos; el embeleso del Doctor por la imagen de Helena, tipo de la forma perfecta; su quimérico viaje a la antigüedad clásica, su descenso al seno de las Ideas madres; el sorprendente efecto que produce en Mefistófeles, diablo grosero de la Edad media, el mundo nuevo de las divinidades helénicas, y la revelación de las deformidades que encerraba también aquella risueña teogonía; el retorno a la vida y a su palacio de la bella y culpable esposa de Menelao, su huida y el amparo que encuentra en el castillo feudal construido por Fausto en la cima del Taigetes; el choque prodigioso del mundo griego y el germánico; el amoroso enlace del espíritu de este, representado por el Doctor cabalístico, con la plástica beldad de aquel, personificada en la amante de Paris; el nacimiento y la muerte del generoso Euforión, símbolo de la poesía moderna, y el desvanecimiento de la gozada Helena; y después de esos amores de la imaginación soñadora, la sed de gloria, la lucha ardiente de la vida, el goce embriagador de la acción y la creación; la guerra entre el emperador y el anti-emperador, que decide Fausto con sus poderes mágicos; la concesión de un vasto dominio, donde emplea sus fuerzas prodigiosas en el bienestar de la humanidad, en el cumplimiento del ideal de nuestros tiempos, convertir la tierra en un paraíso; la deficiencia de su obra, por la falta del principio superior, recordado continuamente por aquella campana de la ermita cercana, que irrita al poderoso y envejecido Fausto; su muerte cuando ha agotado todos los goces de la vida, sin ver satisfecho su eterno anhelo, y su perdón final por las oraciones de la arrepentida y siempre amorosa Margarita, forman, mezclado todo ello con episodios caprichosísimos, inspirados por ideas de órdenes muy complejos, una historia tan extraordinaria, que cuesta algún trabajo seguirla y comprenderla. Esto no obstante, los que consideran esta poesía trascendente y enciclopédica como la propia de nuestra edad, hallan en ella especiales méritos y encantos. «Todos los tesoros de la ciencia ruedan a vuestros pies, dice uno de los admiradores del segundo Fausto, hablando de sus bellezas.p. xxii La metafísica refleja por primera vez en su espejo glacial los astros, las imágenes y los colores; las ideas más abstractas se coronan de poesía, y se nos presentan con la sonrisa de amor en los labios; y las interrogáis, no con temor, como a las lúgubres esfinges, sino con la alegre familiaridad de Alcibíades en el banquete de Sócrates. La naturaleza y la historia concurren por igual a esa revelación del genio, y es difícil decir qué debe admirarse más en este libro, si la profundidad simbólica del naturalismo, o la vasta comprensión de los sucesos históricos.» Lástima grande que el goce de estas sublimes novedades esté reservado, según el docto comentarista, a los que tengan esfuerzo y constancia suficientes para dominar las dificultades de la letra y las resistencias del espíritu del exotérico poema; a los que, «haciendo labor de lapidario, penetren en el pensamiento de Goethe, separando la doble corteza de granito y de diamante en que lo envuelve, sin duda para hacerlo imperecedero.[13]»
[13] Essai sur Goethe et le second Faust, por el barón Blaze de Bury, publicado al frente de la traducción francesa dada a luz en 1841.
Con permiso de este docto crítico, antójaseme que, para ser inmortales, no necesitaron nunca las obras del genio esas embarazosas envolturas, y que, por lo contrario, su fácil inteligencia, su claridad conspicua, es una de las condiciones que, con la admiración constante del género humano, les asegura aquella feliz inmortalidad. Por otra parte, también hay algo que decir sobre esa idea, generalmente admitida, de la oscuridad que envuelve la segunda parte del Fausto, encubridora de recónditas bellezas, a los iniciados reservadas. Uno de nuestros primeros literatos, escritor tan ingenioso como discreto, que no admite con facilidad los ajenos dictámenes, y antes bien parece que guste de marchar contra la corriente, sostiene que nada hay oscuro ni difícil de entender en esta obra de Goethe, que todo su fantástico relato está al alcance del lector provisto de regular ilustración, y que si no produce impresión tan deleitosa esta parte del poema como la otra, débese a que, saliendo de los límites propios de la poesía, acometió el autor la imposible empresa de encerrar en ella el mundo de la filosofía y de la ciencia, convirtiendo sus personajes, vivientes y palpitantes al principio, en seres alegóricos y abstractos, sin calor ni interés.[14]
[14] Prólogo de D. Juan Valera a la traducción castellana de la primera parte del Fausto por D. Guillermo English.
p. xxiiiNo estoy lejos de estas ideas, aunque juzgo que, sin ser tan enrevesado y oscuro como se ha supuesto, el segundo Fausto, superior tal vez al primero por el arte maravilloso con que está escrita cada escena, y como cincelados cada estrofa y cada verso, requiere, por la singularidad del simbólico argumento y por la variedad de ideas contenidas en él, ser leída una y otra vez, y si fuera posible, en el texto original, para encontrarle bien el gusto. Sucede con esta obra como con la música alemana, tan en boga hoy día: hay que oírla y volverla a oír, y cuanto más se oye más agrada. Claro es que en traducciones, en las que, como dice muy bien el escritor a que me refiero, se pierden por lo menos tres cuartos de la belleza de la obra poética original, la segunda parte del Fausto ha de encontrar pocos lectores que de buenas a primeras aprecien todo su mérito.
La puerta se me abre ahora, querido Vicente, para pasar —¡temible tránsito!— de la obra magna de Goethe a mi pobre versión castellana; y al hablar otra vez de ella, vuelve tu nombre a mis labios, sin duda porque necesito toda la benevolencia de los amigos para seguir adelante. Te diré, ante todo, que no encontrarás aquí más que la primera parte del Fausto. ¿Por qué no la segunda? Porque su traducción pareciome mucho más dificultosa y mucho menos agradable, y no era cosa de emprender tan ardua tarea cuando no pensaba en publicar mi trabajo. No renuncio a completarlo; pero esto solo será en el caso de que el juicio del público no sea adverso a este primer ensayo, y de que tenga yo más adelante el vagar que ahora me falta para esos estudios.
Hecha esta advertencia, te diré también que, si algo me anima y disculpa, es lo poco leído y lo mal conocido que es en España el poema de Goethe. En Italia sucedía, poco ha, lo mismo. «No lo creerán los extranjeros, decía Eugenio Checchi, en el prólogo de la traducción de A. Maffei; pero entre nuestros literatos de profesión son poquísimos los que conocían el Fausto de Goethe. Muchos hablaban de él; pero era solamente de oídas.[15]» La traducción de Maffei, de todo el poema, y escrita en hermosos versos, ha acabado en Italia con esa ignorancia de obra tan famosa. Lo mismo ha sucedido en Portugal con la versión de Castilho, también en verso, aunque esta solo comprende la primera parte. ¡Pudiera yo lograr lop. xxiv mismo en nuestra patria! No había aquí versión alguna de ella, que fuera soportable,[16] hasta que se publicó recientemente la de D. Guillermo English,[17] revisada por el Sr. Valera, a cuya competentísima pluma se deben, si no estoy equivocado, los cortos fragmentos traducidos en verso, imitando lo hecho por Gerardo de Nerval y otros traductores franceses, que recurrieron a la rima solamente en los coros, himnos, canciones, y otros pasajes en que prevalece lo lírico sobre lo dramático.
[15] Fausto, tragedia di Wolfango Goethe, tradotta da Andrea Maffei, terza edizione riveduta. Florencia, 1873.
[16] El Sr. Sánchez Moguel, investigador diligente, en la citada Memoria acerca del Mágico prodigioso, cita tres traducciones castellanas del Fausto, anteriores a la del Sr. English, publicadas las tres en Barcelona: una del conocido escritor catalán D. Francisco Pelayo Briz, impresa por López en 1864; otra anónima, inserta en la revista literaria La Abeja, tomo IV; y otra de D. José Casas Barbosa, dada a luz en 1868; todas ellas de la primera parte solamente. Conozco otra traducción, impresa también en Barcelona en 1876, en la Biblioteca titulada Tesoro de Autores ilustres, que se publicaba bajo la dirección del Sr. Bergnes de las Casas. Esta versión, se dice en la portada que está hecha, en presencia de las mejores ediciones, por una Sociedad literaria. Comprende la primera, la segunda parte y los Paralipómenos. Estos Paralipómenos, que algunos titulan tercera parte del Fausto, son fragmentos sueltos que Goethe escribió en sus últimos años y se refieren a varios pasajes del poema, completamente terminado en la segunda parte.
[17] El Fausto de Goethe, Primera parte lujosamente ilustrada. Traducción del alemán por D. Guillermo English. Revisada y aumentada con un prólogo por D. Juan Valera. — English y Gras, editores. Madrid, 1878.
Considero muy apreciable esta traducción del Sr. English: está bien ajustada al texto original, y escrita con frase sobria y lacónica. Quizás este laconismo se lleva al extremo de hacer el estilo algo duro. Pero esa publicación, por su forma especial, no extenderá mucho entre nosotros el conocimiento de la obra de Goethe: producto de una explotación editorial, más bien que de un propósito literario, este libro, lujosamente impreso y magníficamente ilustrado con grabados y fotograbados, es un volumen muy grande, con mucho papel y letras como lentejas, propio para hojearlo encima de una mesa, mas no para leerlo cómodamente.
Por otra parte, la traducción en prosa de un libro escrito en verso podrá satisfacer al conocedor consumado, que rehace en su imaginación la obra primitiva, pero no contentará a la generalidad del público. ¡Extraño encanto el del ritmo y la rima! Parecen cosa pueril, artificiosa, insignificante, y sin embargo, responde a algo tan propio de nuestro ser, que sin ellos pierde gran parte de su atractivo la poesía, aunque juzgamos que esta consiste en cualidades más sustancialesp. xxv e íntimas del pensamiento. Por eso nos deja siempre fríos y descontentos cualquier obra poética traducida en prosa. Lo peor del caso es que, si aun en prosa difícilmente se traducen esas obras, trasladar los versos de un idioma a otro, sin desnaturalizarlos por completo, es casi imposible. Preciso sería, para hacerlo bien, que fuese tan poeta el traductor como el autor traducido. Gerardo de Nerval, refiriéndose a la versión suya y a las publicadas antes en Francia, decía que consideraba imposible una traducción buena del poema de Goethe. «Quizás, añadía, alguno de nuestros grandes poetas pudiera dar idea de él, con el encanto de una versión poética; pero, como no es probable que ninguno de ellos someta su numen a las dificultades de una obra que no ha de reportarle gloria equivalente al trabajo invertido, preciso será que se contenten, los que no pueden leer el original, con lo que nuestro celo ha de ofrecerles.» Algo más osado que M. Nerval, arriesgo yo la traducción en verso, no sin cerciorarme, antes de darla a la prensa —quiero que conste así—, de que no piensa escribir, por ahora, la que tenía en mientes el Sr. Valera, que por lo visto, juzga también insuficientes, ya que no inadecuadas, las versiones en prosa de este libro eminentemente poético.
Dije antes que en España es poco leído y mal conocido; requiere esto último alguna explicación. Muchas son, aun entre las mismas personas ilustradas, las que no lo habrán hojeado nunca; y a pesar de ello, las figuras de Fausto, Mefistófeles y Margarita son para todos familiarísimas. Es que el artista se apoderó de la creación del poeta, y la ha estereotipado —permítaseme el vocablo— en la imaginación popular. El lápiz, el pincel y el buril han reproducido tantas veces esos fingidos personajes, que hasta los más indoctos conocen las escenas culminantes de su existencia imaginaria.[18]
[18] Poco después de publicada la primera parte del Fausto de Goethe, Pedro Cornellius, artista famosísimo luego en Alemania, y que entonces solo contaba veintidós años, dibujó doce láminas, representando los principales pasajes del poema, que fueron muy celebradas. En 1828, para ilustrar una edición hecha en París, el romántico pintor Eugenio Delacroix dibujó otras diez y siete composiciones, que fueron litografiadas, con igual éxito. También el renombrado pintor de aquel tiempo y de aquel país Ary Scheffer tomó la historia del Doctor Fausto como asunto de algunos de sus principales y más aplaudidos cuadros.
p. xxviPara completar esta obra, a las artes del diseño se ha unido el arte lírico. La historia del Doctor y de su amante infortunada pareció tema apropiado y fecundo a los compositores de música dramática, y se han escrito muchas óperas con este argumento.[19] Gounod las ha hecho olvidar todas con su hermoso spartitto, que reina sin rival hasta las orillas del Rin. El Fausto generalmente conocido en España no es el de Wolfango Goethe, sino el de Carlos Gounod. Y como este famoso maestro, aunque ha compuesto una obra verdaderamente inspirada, no acertó a traducir bien la del gran poeta, dije y repito que esta es mal conocida entre nosotros.
[19] En 1814 se cantó en Alemania una ópera titulada Faust leben und thaten (Vida y hechos de Fausto), con música de Strauss; en 1815, otra del maestro Licki, con el título de Faust Leben, Thaten und Höllenfahrt (Vida, hechos y viaje al Infierno de Fausto); en 1818, otra sobre el mismo asunto, de Spohr; en 1820, de Seyfried; en 1831, de Lindpainter, y en 1836, de Rietz. De todas ellas, la única que tuvo gran éxito y se extendió por toda Alemania, es la de Spohr, juzgada aún hoy día como obra maestra de la música germánica. En Francia, el compositor Béancourt compuso una ópera, sobre el argumento de Fausto, que se cantó en París el año 1827, y otra Angelina Bertin, cantada allí también en 1831. En Bruselas se cantó el año 1834 otra ópera de Fausto, compuesta por Pellaert. La ópera de Gounod, cuyo libreto escribieron MM. Carré y Barbier, se estrenó en París el año 1869.
Hay en esa impropia traducción musical deficiencias que no son culpa del compositor, sino de la ineficacia del arte lírico. Hoy se le da a este arte exagerada importancia, y se le atribuyen facultades de que se halla privado. Feliz expresadora de sentimientos, la música solo alcanza a indicar las ideas de una manera muy vaga. El autor que mejor domine los misterios del contrapunto no acertaría a explicarnos con fusas y corcheas la desesperación del Doctor Fausto, su hastío de la vida, su desconfianza de la ciencia, su anhelo de derramar el espíritu en la naturaleza y apoderarse de ella. Esta poesía está muy por encima de todas las arias del mundo.
Así es que el Fausto de Gounod pierde toda su grandeza intelectual, todo el carácter profundamente humano del personaje de Goethe; y solo nos interesa cuando, después del prólogo insignificante en que se opera su transformación, el Doctor rejuvenecido se lanza a la aventura amorosa, como un tenor cualquiera.
La música expresiva, apasionada, sensual en ocasiones, algún tanto mística en otras, grata siempre al oído, del compositor francés,p. xxvii ha dado gran relieve a los amores de Fausto y Margarita y a la intervención siniestra de Mefistófeles en ellos; pero con un arte muy distinto del de Goethe. En este domina la naturalidad: nunca se ha escrito una historia de amores con elementos y recursos más sobrios; nada hay que semeje menos a una heroína de novela o drama, que la pobre Margarita. Un arte exquisito y recóndito ha trasladado al poema con audacísima desnudez, sin preámbulos ni comentos, las que parecen escenas vulgares de la vida real; y resultan —ese es el secreto del genio— dotadas de la mayor belleza ideal. En la obra de Gounod esa artística sencillez esta sustituida por el énfasis y el efecto aparatoso. La sensibilidad, que palpita ingenua y casi inadvertida en el poema, es reemplazada en la ópera por el afectado sentimentalismo. La imagen tan graciosa, tan viva, tan natural de la infeliz doncella enamorada, se convierte en la figura rígida, romántica y casi fantástica de aquella Margarita de guardarropía, que con los ojos entornados y las trenzas sueltas atraviesa la escena con pausada solemnidad, o canta con extraña prosopopeya la canción del rey de Thule, dando vueltas acompasadas al torno. Mefistófeles suple con su deforme jeta, sus ademanes estrambóticos y sus carcajadas estridentes la mordaz ironía que escapa a la expresión musical; Fausto, despojado de las dudas de la inteligencia y las luchas de la voluntad, queda reducido al papel de vulgar galanteador; y hasta el tipo, tan hermoso y verdadero, del leal Valentín, diseñado por Goethe en unos cuantos versos, se afemina cantando romanzas sentimentales. Buena ópera, pues, la de Gounod; pero mala traducción del libro de Goethe; por eso no gusta en Alemania.[20]
[20] Ahora está cobrando fama otra ópera con el argumento de Fausto, escrita con el título de Mefistófeles por Enrique Boito, compositor italiano, pero discípulo de Ricardo Wagner. Fue estrenada con muy mal éxito en Milán el año 1868, pero en 1875 volvió a cantarse en Bolonia, y gustó mucho. Desde entonces corre con aplauso por los teatros cisalpinos y transalpinos. Esta ópera abarca todo el poema de Goethe: el primer acto es el prólogo en el cielo; el segundo la Pascua y la aparición de Mefistófeles; el tercero los amores de Margarita; el cuarto la aparición de Helena; el quinto la muerte de Fausto y la salvación de su alma. El libreto se ha ajustado todo lo posible a las escenas del texto a que se refiere, y la música aspira a traducirlas con exactitud. No puedo juzgarla, porque no la he oído. En Italia, como digo antes, no gustó al principio esta ópera; pero después apreciáronse sus bellezas y ha entrado en el repertorio. En Barcelona se cantó el año pasado con buen éxito, y ahora está ensayándose en el Teatro Real de Madrid. El título me parece impropio: Mefistófeles no es ni puede ser el protagonista de esta tragedia; ese ser infernal solamente nos interesa por su intervención en los asuntos de Fausto, que ha de figurar siempre como principal personaje de esta historia.
p. xxviiiEn la esfera del arte musical, mejor que las composiciones teatrales han traducido la obra de Goethe obras no destinadas a la escena, y cuyos autores tentaron una interpretación interior y profunda del poema. En este caso está, principalmente, el Faust, de Schumann, vasta composición, que no llegó a terminar aquel célebre maestro. Es una serie de escenas en que hay solos, coros y fragmentos orquestales, compuestos, no para la representación teatral, sino para conciertos. Quizás nadie ha interpretado musicalmente de una manera tan exacta y tan íntima como Schumann el pensamiento del genio de Weimar.[21]
[21] Hacia el año 1853 comenzó a escribir Schumann estas escenas, y le sorprendió la muerte sin haberlas concluido. Quedó terminada la obertura. De la primera parte de la tragedia (último trabajo del autor) solo tenemos la escena del jardín, la de la iglesia y la plegaria de Margarita; en la segunda parte sobresalen el coro de espíritus que velan a Fausto, el canto de Ariel, y la muerte del Doctor. En la parte tercera, el músico se eleva tanto como el poeta: los cantos del Pater estaticus, el Pater profundus y el Pater seraphicus, de los ángeles llevándose el alma de Fausto, del Doctor Marianus, el himno a la Virgen y el inmenso Hosana final son páginas maravillosas.
Esta difícil empresa sedujo también a Ricardo Wagner: a los diez y ocho años compuso siete escenas sueltas sobre el Fausto. Luego escribió una obertura con ánimo de hacer una ópera completa; pero desistió después de ello, limitándose a refundir aquella obertura, convirtiéndola en un poema sinfónico, obra magistral de energía y fuerza psicológica.[22] También debemos al afamado Listz una composición puramente sinfónica sobre el mismo asunto.[23]
[22] La Obertura de Wagner, en la forma que ha quedado, data del año 1855.
[23] La Faust-Symphonie fue compuesta por Listz en Weimar el año 1854. Consta de tres tiempos: el primero representa el carácter inquieto e insaciable del Doctor; el segundo, la dulce impresión que le produce Margarita; el tercero, la naturaleza diabólica de Mefistófeles. Esta obra es de mucho efecto musical, y tiene el sello del autor; pero no es de inspiración muy elevada.
En Francia, el romántico Berlioz nos dio en su Damnation de Faust una de las versiones artísticas de la tradicional leyenda que han adquirido mayor relieve. Es más exterior que la de Schumann, aunque limitada también a música de concierto. No siguió el compositor francés el plan del poeta alemán, e hizo morir condenadop. xxix y desesperado al insaciable Doctor.[24] Todos estos poemas sinfónicos son muy apreciados por los amantes de la música; pero, en España, para el gran público, como dicen los galiparlantes, el Fausto musical, el que todos conocen y por el cual todos están impresionados, es el de Gounod.
[24] Comenzó Berlioz esta obra hacia el año 1828, cuando aún no había aparecido la segunda parte del Fausto; la terminó en 1846. Aunque no estaba destinada a la escena, ha sido llevada al teatro.
Posible es que, impresionados algunos de mis lectores por el tono enfático y la disposición aparatosa de las escenas de la ópera, queden sorprendidos y descontentos de la natural sencillez con que esas mismas escenas se presentan en el poema; pero pronto quedará vencida esa prevención por la superioridad de un arte tan profundo, como parco, si por fortuna he acertado a trasladar al castellano con exactitud el pensamiento del autor, y de una manera aproximada el tono que dio a su expresión. No es difícil lo primero; sí lo segundo; y en vencer esa dificultad me he esforzado. Impedir que decaiga en trivial lo natural, solo es dado a ingenios de mucha valía, y desconfío de haberlo conseguido. Mi propósito ha sido dar carta de ciudadanía en nuestra patria literatura a la gran creación de Goethe; y entiendo que para ello no basta verter en palabras castellanas, elegantes y significativas, lo que escribió en lengua germánica el insigne vate: hay que acomodar la expresión a la índole peculiar de nuestra Poética; hay que darle sabor verdaderamente castellano. Tratándose de un poema de forma dramática, no podía ni debía olvidar la enseñanza de nuestro glorioso teatro, el de aquel Fénix de los ingenios y de aquel ilustre Calderón, tan admirados ambos por el mismo Goethe. El diálogo escénico está formado en España por esos modelos inmortales, y me parece que no es impropiedad ni irreverencia seguir, aunque de lejos, sus huellas para sacar a las tablas las figuras más famosas del Parnaso alemán. No quiero decir con esto que trate de añadir a la obra traducida galas impropias de ella, sino que en la elección de metros, en el aire y en el tono de las escenas, en algunos giros del estilo, he seguido la escuela de nuestra dramática nacional, para que, como decía al principio, vistan a la usanza española los personajes de Goethe.
Y puesto que vuelvo al comienzo sin pensarlo, señal es de que está terminado el asunto, y me despido de ti, amigo Vicente, y dep. xxx los que leyeren esta carta-prólogo, deseando que todos ellos sean para mí tan benévolos como lo fuiste tú siempre, y rogando a los que adviertan los defectos de mi traducción que me otorguen la merced de decírmelos, para corregirlos, si es posible, y no son tantos que me hagan renunciar a la esperanza de sacarla nuevamente a luz, limpia de sus manchas y lunares.
Teodoro Llorente.
Valencia, 31 de diciembre de 1882.
p. 31
p. 33
Tornáis de nuevo, hermosas imágenes flotantes,
que dulce y melancólico un día contemplé.
¿Asiros y teneros podré feliz como antes?
¡Aún vuela hacia vosotras el alma cuando os ve!
Venid, y medio envueltas en el brumoso velo,
a mi poder sumisas, girad en derredor;
el corazón aún late con juvenil anhelo,
si aspira vuestro mágico aliento hechizador.
Hoy vuelven de otro tiempo mejor la alegre historia,
y las risueñas sombras de la feliz edad,
p. 34y como añejo cuento, perdido en la memoria,
sus cándidos amores, su crédula amistad;
y aquel hondo lamento que en las revueltas vías
de la existencia, amargo, del corazón brotó,
y los queridos seres que en venturosos días
la momentánea dicha traidora nos robó.
No escucharéis gozosos mi renaciente canto,
vosotros para quienes la cítara pulsé;
deshízose ¡ay! el coro que comprendió su encanto,
apenas apagándose el eco débil fue.
Hoy mis acentos oye tropel desconocido,
y hasta su mismo aplauso me hiela el corazón;
los pocos que a mi canto prestaran el oído,
si alientan, lejos viven en triste dispersión.
Al reino de los puros espíritus me impulsa
afán en mí dormido, que despertando va;
mas, como el arpa eolia, que un soplo errante pulsa,
incoherentes notas mi labio al viento da.
Del alma opresa brotan suspiro tras suspiro;
ternura enervadora siento surgir en mí:
cuanto poseo y gozo como apariencia miro,
y como bien presente cuanto gocé y perdí.
p. 35
EL DIRECTOR, EL POETA DRAMÁTICO, EL GRACIOSO
El Director
Decid, buenos amigos,
de mi afán camaradas y testigos,
de nuestra empresa, entre alemana gente,
¿qué pensáis? Es mi anhelo preferente
al público dar gusto:
pues que vivimos de él, nada más justo.
Con los postes y tablas bien dispuesta
está la sala: en apretadas filas
p. 36aguarda el auditorio una gran fiesta;
eleva el ceño, ensancha las pupilas
y mudo espera –¡gente bondadosa!– que
venga a sorprenderle cualquier cosa.
En complacer al público soy ducho;
mas tranquilo no estoy, no estoy sereno:
es verdad que no ha visto nada bueno;
pero, en cambio, esa gente ha visto mucho.
¿Cómo lo dispondremos, de qué modo,
para que nuevo le parezca todo?
Porque me esponjo viendo que a torrentes,
cuando luce aún el sol y dan las cuatro,
la multitud, con gritos impacientes,
pugna en la angosta puerta del teatro;
y como en la tahona, en días de hambre,
pelea por un pan furioso enjambre,
en la taquilla así, por un asiento,
el puño esgrime el pueblo turbulento.
Tanto poder sobre la grey inquieta
no más lo tienes tú, feliz poeta:
repite hoy, pues, el sin igual portento.
El Poeta
No me hables de esa, que la austera Musa
siempre huyó con horror, turba insensata;
¡lejos de mí la multitud confusa
que al abismo fatal nos arrebata!
Llévame allá do en limpios resplandores
nos brinda el cielo goce soberano;
do la dulce amistad y los amores
obran y crean con divina mano.
p. 37Lo que allí el labio trémulo murmura,
lo que allí sueña el alma delirante,
tal vez sublimidad, tal vez locura,
lampo es quizás, que se apagó al instante.
Pero a veces también duerme el profundo
sueño, siglos y siglos, del olvido,
y aparece después y asombra al mundo
del esplendor de la beldad ceñido.
Lo brillante, que viste oropel vano,
fugaz momento dura; pero el sello
de la inmortalidad ostenta ufano
y para el porvenir vive lo bello.
El Gracioso
¡El porvenir! ¡El porvenir!... ¡Manía!
Si yo en el porvenir también pensase,
a los presentes –¡respetable clase!–
¿quién los divertiría?
Quieren reír, y con razón. Da gozo
ver salir a las tablas un buen mozo;
y si sabe expresar su pensamiento,
¿para qué otro recurso?
Cuanto más numeroso es el concurso,
lo conmueve mejor. Tomad aliento
y obrad con energía.
Suelta dad a la errante Fantasía;
la Razón, la Agudeza, el Sentimiento
vayan en seguimiento;
y si queréis que la obra satisfaga,
la loca Insensatez no quede en zaga.
p. 38El Director
Procurad, ante todo,
que la acción sea vasta y estupenda:
el vulgo, a cuyo gusto me acomodo,
quiere ver mucho, aun cuando no lo entienda.
Si embrolláis vuestra fábula de modo
que el abobado espectador se asombre,
la victoria es cabal; sois el gran hombre.
A muchos, dadles mucho. Bien presente
tened que cada cual algo desea
hallar en la obra que a su afán se ajuste:
cuanto más varia y complicada sea,
más fácil será, pues, que cada oyente
encuentre alguna cosa que le guste.
Pensar en unidades es simpleza;
servidnos bien trinchada vuestra pieza:
¿por qué buscar armónico conjunto,
si cada cual os lo destroza al punto?
El Poeta
¡Industria degradada
a la que nunca se doblega el Arte!
La de los charlatanes tropa osada
¿ya os puso de su parte?
El Director
Impropio es tal reproche:
¿no ha de tomar el operario en cuenta
cuál será la más útil herramienta?
¿Para quién escribís? Aquí la noche
pasa el que sufre el tedio de la holganza,
el que llenó, en hartazgos nada módicos,
p. 39de pesado manjar la oronda panza,
o el menguado caletre de periódicos.
Vienen como al paseo,
al circo o a las máscaras: la inquieta
curiosidad les guía, o la costumbre.
Las bellas, con sus galas y su arreo,
nos dan otro espectáculo. Poeta,
¿qué es lo que sueñas en la excelsa cumbre?
¿Te envanece quizás el teatro lleno?
Baja y mira tu gente:
este se maravilla, al arte ajeno;
aquel, docto, bosteza indiferente.
Hay quien está soñando en los tesoros
que le brindan las copas o los oros;
hay quien pensando goza
que le aguardan los brazos de su moza.
¡Por ellos, vates, molestáis con grave
ansia a la Musa en su región serena!...
Dadnos mucho, y aún más, y aún más, si cabe:
ese es todo el secreto de la escena.
Satisfacer al auditorio es cosa
asaz dificultosa:
entretenedlo, divertidlo. Pero
¿qué tenéis? ¿Qué os acosa?
¿Es júbilo? ¿Es dolor?...
El Poeta
¡Vete, profano!
¡Vete! Romper mi servidumbre quiero.
Por llenar tu gaveta,
¿a conmover el corazón humano
renunciará el poeta?
Ese poder que el sentimiento excita,
p. 40ese poder que irrita
los rudos elementos y los calma,
es la armonía que en su ser palpita
y el mundo encierra en su alma.
Mientras Naturaleza indiferente
la hebra retuerce con dormida diestra
de la efímera vida renaciente;
mientras de opuestos modos,
en confusión siniestra
se agitan sin cesar los seres todos,
¿quién a la desacorde muchedumbre
el ser arranca, que distinto vive,
y en él enciende, porque al mundo alumbre,
la excelsa idea que inmortal concibe?
¿Quién de la audaz pasión fulmina el rayo?
¿Quién de sereno encanto el cielo viste
cuando en suave desmayo
halaga el sol poniente al ojo triste?
¿Quién deshoja tus flores, dulce mayo,
de la adorada virgen en la falda?
¿Quién de las ramas, viento, que despojas,
para todos los triunfos, en guirnalda
eterna teje las caducas hojas?
¿Quién el Olimpo crea
y convoca en su cima a las deidades?
La oculta fuerza de la humana idea
que revela el poeta a las edades.
El Gracioso
Usad tan poderosas facultades;
la fábula forjad como querella
amorosa: se encuentran él y ella,
brota la chispa y vuelve de rechazo,
p. 41crece el sabroso anhelo,
se estrecha el tierno lazo,
insta el afán, y la razón el tino
pierde; sube el placer al quinto cielo;
y en esto, cuando nadie lo recela,
acude el desencanto repentino,
y acaba la novela.
Trazad por ese estilo un argumento.
Os da la humana vida larga tela;
cicatriz tienen todos escondida:
poned el dedo en la llagada herida,
y el ansioso interés surge al momento.
Muchos tropos, imágenes y flores;
de verdad una chispa, un mar de errores:
veréis cuán dulce sabe
al paladar del vulgo ese jarabe.
Veréis cómo devora vuestro cuento
el de la juventud crédulo coro,
a cada frase palpitando atento.
En vuestro verso fingirá sonoro
un eco cada tierno sentimiento,
y cada oyente, con feliz zozobra,
lo que hay en su alma lo verá en vuestra obra.
La sonrisa y el llanto
fáciles brotan a tan dulce encanto,
y ya el aplauso embriagador escucho.
Duro es de conmover el hombre ducho;
mas contad con el nuevo
corazón entusiasta del mancebo.
El Poeta
Vuélveme, pues, al venturoso día
en que el futuro bien me sonreía;
p. 42cuando de nobles cantos la copiosa
fuente brotaba, y ocultaba pía
el mundo nube de zafiro y rosa.
Vuélveme al tiempo aquel en que las flores
brotaban a mi paso, siempre bellas;
y cada vez mejores,
fragancias y matices y esplendores
mi no saciado afán hallaba en ellas.
Nada tenía, ni pedía al cielo;
para mí era bastante
de la verdad el generoso anhelo,
la eterna sed de la ilusión brillante.
Vuélveme la pasión nunca vencida;
la dicha humana, que profunda gime;
la fuerza que hace, al despertar la vida,
sangriento el odio y el amor sublime:
¡dame otra vez la juventud perdida!
El Gracioso
¡La juventud! ¿Y para qué la quieres?
Si en dura lid acometido fueres;
si una mujer en torno de tu cuello
tendiera el brazo bello;
si allá en lejana meta
la que audaz ambiciona
el generoso atleta
vieras brillar, olímpica corona;
si tras la danza inquieta
te brindara la copa loca orgía,
llorar la juventud justo sería.
Pero en cítara de oro
el vuelo de la libre fantasía
seguir y el canto acompañar sonoro,
p. 43tarea, ¡oh mis señores los ancianos!,
es adecuada a vuestras flacas manos.
Leí en libros añejos
que niños otra vez se hacen los viejos;
mas yo diré, si a la verdad me ciño,
que al hombre la vejez sorprende aún niño.
El Director
Ya de cháchara inútil basta y sobra;
cerrad el pico, y manos a la obra.
Mientras charlabais, algo de provecho
pudierais haber hecho.
¿De qué sirve la hueca teoría,
si, de valor desnuda,
la incertidumbre duda?
¿Poeta sois? Pues dadnos poesía.
Qué gusta al vulgo ¿lo ignoráis acaso?
Pide su paladar licor hirviente;
hasta los bordes, pues, llenadle el vaso;
lo que hoy no hagáis, mañana os saldrá al paso,
y un día habréis perdido tristemente.
Una idea coged por los cabellos:
en nuestra patria escena
todo novel autor su drama estrena;
haced lo que hacen ellos.
Compasión no tengáis del tramoyista:
mudad decoraciones;
haced brillar a nuestra absorta vista
la luz del cuarto y la del quinto cielo,
y sin ningún recelo
derramad las estrellas a millones.
La escena está provista
de riscos y de selvas y cascadas,
p. 44de aves, monstruos y fieras.
En esas cuatro tablas mal pintadas,
orbes amontonad, cielos y esferas;
y en vuelo cadencioso,
desde el opaco mundo,
remontadnos al cielo esplendoroso
y hundidnos en el báratro profundo.
p. 45
EL SEÑOR,
los EJÉRCITOS CELESTIALES. Después MEFISTÓFELES.
Los tres ARCÁNGELES se adelantan
Rafael
Une su añejo ritmo a la armonía
de la celeste esfera el sol sereno,
y exacto sigue la prescrita vía
con los potentes ímpetus del trueno.
p. 46Presta vigor al Ángel su mirada,
aunque él en vano sondearla intente:
como al salir risueña de la nada,
la obra inmensa de Dios brilla esplendente.
Gabriel
Con rapidez inconcebible gira
la Tierra, fulgurante de hermosura,
y la luz del Edén rápida mira
trocada en noche tétrica y oscura.
Y el mar contra las rocas espumante
estrella pertinaz sus aguas locas,
y en el eterno círculo incesante
rodando van al par aguas y rocas.
Miguel
Del mar la tempestad corre a la tierra,
y de la tierra al mar vuelve rugiendo;
y en órbita fatal al mundo encierra
con fiero afán y encadenado estruendo.
Luto y desolación, terror y espanto,
el rayo, al estallar, delante envía;
pero tus mensajeros, ¡oh Dios santo!,
el curso alaban de tu hermoso día.
Los tres Arcángeles
Presta al Ángel vigor vuestra mirada,
aunque él en vano sondearla intente;
p. 47como al salir risueña de la nada,
aún vuestra obra, Señor, brilla esplendente.
Mefistófeles
Señor, pues aún a nosotros
te aproximas complaciente,
y lo que pasa allá abajo
con mil preguntas inquieres,
aquí, en medio de tus siervos,
de nuevo, Señor, me tienes.
Perdona; a mis labios faltan
palabras grandilocuentes;
pero, aunque el público silbe,
como pueda explicareme.
Reír a las mismas piedras
hiciéranles mis sandeces;
mas tú por nada del mundo
la gravedad, Señor, pierdes.
Comienzo, y nada te digo
del sol, astros ni satélites:
yo en el orbe solo veo
al mortal y sus reveses.
Ese Dios diminutivo
del pobre globo terrestre,
guarda inmutable el tipo
de su ridícula especie,
y aún hoy, como el primer día,
me maravilla y divierte.
Tan desdichado no fuera
si en su envanecida mente
no hubieras puesto el reflejo
de tu resplandor celeste.
p. 48Razón lo nombra, y le sirve
para ser el más imbécil
de los que orgulloso y fatuo
llama irracionales seres.
Con permiso de tu Alteza,
a mí el hombre me parece
el cigarrón que en el campo
salta y canta eternamente,
siempre con los mismos brincos,
con la misma canción siempre.
¡Y ojalá solo en la hierba
arrastrase inquieto el vientre!
Pero en toda porquería
la atrevida nariz mete.
El Señor
¡Siempre es igual tu querella!
¿Nada más decirme quieres?
¿Nada bueno has encontrado
en el mundo?
Mefistófeles
Francamente,
hallo hoy el mundo tan malo
cual pareciome otras veces.
Compasión me dan, no envidia,
los hombres y las mujeres;
y ya tentar me repugna,
Señor, a esa pobre gente.
El Señor
¿Conoces a Fausto?
p. 49Mefistófeles
¿A Fausto
el Doctor?
El Señor
¡Mi siervo!
Mefistófeles
¡Ese!
¡Pues me place la manera
como os sirve el tal sirviente!
Manjares no hay en la tierra
que sus labios no desdeñen;
y al espacio imaginario
le arrastra su extraña fiebre.
De su insensata locura
a medias conciencia tiene;
al cielo le pide el astro
que más puro resplandece,
y al mundo la más intensa
sensación de sus placeres;
y ni el cielo ni la tierra
juntando todos sus bienes,
llenar podrán el vacío
de su corazón estéril.
El Señor
Aún hoy, perdida la ruta,
me sirve. A sus ojos fieles
p. 50brillará la luz mañana.
Bien el hortelano entiende,
cuando el botón rompe el árbol,
qué fruto ha de prometerse.
Mefistófeles
Gran Señor, ¿apuestas algo
a que tu siervo te vende,
si llevarlo por mis sendas
me dejas?
El Señor
Tentarlo puedes
mientras viva. Está en peligro
de errar quien busca y pretende
los aciertos.
Mefistófeles
Te doy gracias,
Señor, pues no me apetecen
los muertos. Carnes rollizas
y frescas son mi deleite.
Si se trata de un cadáver,
cargue otro con ese huésped:
soy cual los gatos, que solo
a las ratas vivas muerden.
El Señor
Pues bien: te entrego mi siervo.
De la originaria fuente
desvía el alma piadosa
y el cauce, si sabes, tuerce;
mas confiesa tu derrota,
p. 51si un ser tan pobre y tan débil
el camino recto encuentra
entre tantas lobregueces.
Mefistófeles
No ha de ser larga la prueba:
confío en mi buena suerte,
y si ella el triunfo me otorga,
los lauros no me cercenes.
El doctor morderá el polvo,
lo morderá relamiéndose,
como aquella del manzano
mi buena tía la Sierpe.
El Señor
Ancho campo te concedo.
Nunca odié a los de tu especie;
entre todos los que niegan,
genios a mi ley rebeldes,
pobre bufón malicioso,
el menos dañino tú eres.
El hombre, a menudo, en brazos
del reposo desfallece,
y es bueno que en el camino
le anime, aguije y despierte
un compañero de viaje,
aunque el mismo diablo fuere.
(A los Arcángeles.)
La que brilla inmortal santa hermosura
gozad, hijos de Dios, en mi regazo;
p. 52la sustancia, que vive eterna y pura,
de amor os ligue con el tierno lazo,
y a la incierta apariencia del momento
forma dé vuestro fijo pensamiento.
(El cielo se cierra y los Arcángeles se dispersan.)
Mefistófeles, solo
De vez en cuando olvido mis rencillas,
y busco al Viejo, y pláticas entablo.
Pláceme que un Señor de campanillas
trate con atención a un pobre diablo.
p. 53
p. 55
En un aposento gótico, estrecho,
con elevada bóveda,
FAUSTO intranquilo sentado a su
pupitre.
Fausto
Filosofía, ¡ay, Dios!, Jurisprudencia,
Medicina además, y Teología,
por desgracia también, lo estudié todo,
todo lo escudriñé con ansia viva,
y hoy, ¡pobre loco!, tras afanes tantos,
¿qué es lo que sé? Lo mismo que sabía.
Doctor me llamo, dígome maestro,
y hace diez años ya que abajo, arriba,
acá y allá, y a diestra y a siniestra,
p. 56a rastras llevo la escolar traílla.
¡Solo pude aprender que no sé nada,
y el alma en la contienda está rendida!
Bachiller o doctor, seglar o preste,
nadie su ciencia iguala con la mía;
ni escrúpulo ni duda me atormentan;
ni demonio ni infierno me intimidan;
y así, de sombras y de espantos libre,
huyó todo el encanto de mi vida.
Al hombre inútil, para el bien estéril,
nada puedo enseñar que de algo sirva,
y sin caudal, ni crédito, ni honores,
vida arrastro que un can despreciaría.
Doyme a la Magia, pues. ¡Oh, si pudiera
el vigor del Espíritu, que anima
al Verbo humano, la secreta clave
revelarme de todos los enigmas!
No con pálido afán sudara sangre
para hacer comprender lo que mi misma
razón no comprendió; y en las entrañas
penetrando del mundo, encontraría
del eterno Poder vivificante,
allí dentro, las fuentes escondidas,
y no hiciera, en insulsas peroratas,
tráfago insustancial de charla ambigua.
A mi angustioso afán, ¡oh luna llena!,
da por última vez tu luz amiga:
¡cuántas, a media noche, tus destellos
bebí ansioso, postrado en esta silla,
cuando aquí, entre volúmenes y folios,
tristes y misteriosos descendían!
¡Fuérame dado en tu viviente lumbre
feliz vagar sobre las altas cimas;
p. 57en los antros seguir los vagarosos
espíritus; flotar con tu indecisa
muriente claridad en las praderas,
y olvidando las ásperas vigilias
del inútil saber, en tu rocío
bañar feliz la sien enardecida!
¿Hasta cuándo será mi calabozo
este tugurio, madriguera indigna,
en donde hasta la pura luz del cielo
la pintada vidriera nubla y filtra?
Cíñeme en torno cúmulo de libros,
que el polvo ensucia y muerde la polilla;
papelotes y viejos pergaminos
suben al techo en apretadas pilas.
Cóncavos vidrios, botes y redomas,
extraños instrumentos hechos trizas
–¡única y triste herencia de mis padres!–,
¡mi vida llenan, si mi vida es vida!
Y pregunto: ¿por qué, medroso y débil,
mi desmayado corazón palpita?
Y pregunto: ¿por qué mortal angustia
mis flacas pulsaciones paraliza?
Lo pregunto, y sin ti, Naturaleza,
en cuyo seno Dios nos forma y cría,
en el polvo, en el humo y la carcoma,
vivo enterrado entre osamentas frías.
¡Fuera de aquí! ¡Luz! ¡Aire! ¡Campo abierto!
Este libro me da segura guía:
por la mano del docto Nostradamus
fueron todas sus páginas escritas.
El curso aprenderé de las estrellas,
y de nueva virtud mi alma provista,
sabré cómo el Espíritu invocado
p. 58al invocante Espíritu adoctrina.
Con las áridas reglas, nuestra mente
los signos misteriosos no descifra;
pues que vagáis, Espíritus, en torno,
oíd, y contestad a la voz mía.
(Abre el libro y se presenta el signo del Macrocosmos.)
¡Cuán sabrosa fruición, ante esa imagen,
mi ser inunda y mi sentido anima!
Por mis arterias y mis nervios corre
el santo hervor de renaciente vida.
¿Fue un Dios acaso quien trazó este signo,
que el hondo afán del corazón mitiga,
al Espíritu presta nuevas alas
y a la Naturaleza el velo quita?
¿Un Dios yo mismo soy? Todo a mis ojos
aparece distinto: en esas líneas
vi a la Naturaleza productora,
que al alma está patente y sometida.
El Sabio dijo bien –hoy lo comprendo–: «Barrera
impenetrable no limita
el mundo del Espíritu: ¿está muerto
tu pobre corazón, tu alma rendida?
¡Álzate, pues, y tu terrena frente
baña en el rosicler del nuevo día!»
(Contempla el signo.)
Todo se mueve, completando el todo,
y cada parte enlázase distinta;
los celestes Espíritus, que ascienden
y descienden al par en dobles filas,
pasan de mano en mano el áureo sello;
y en el éter batiendo alas benditas,
van de la tierra al cielo, cielo y tierra
llenando de inefables armonías.
p. 59¡Bella visión, pero visión al cabo!
¡Cómo asir y estrechar a la infinita
Naturaleza, y exprimir sus pechos!
Manantial ellos son de toda vida;
de ellos penden los cielos y la tierra;
su fecundo raudal todo lo anima,
y en vano pide mi sediento labio
una gota, no más, de esa ambrosía.
(Vuelve la hoja involuntariamente y ve el signo del Espíritu de la Tierra.)
¡Cuánto es diversa, Genio de la Tierra,
tu acción! Estás más cerca, y a tu vista
crecen mis bríos, cual si rojo mosto
inundara mi ser: con frente erguida
quiero lanzarme al mundo; afrontar quiero
sus infortunios, afrontar sus dichas;
provocar la tormenta, y sin espanto
ver la nave a mis pies rota y hundida.
Pero nublose el cielo;
la luna en él se eclipsa;
mi lámpara se apaga,
y ráfagas rojizas
descienden y circundan
mi sien descolorida.
Vertiginoso anhelo
dentro de mí palpita,
y siento que el Espíritu
siniestro se aproxima.
¡Rasga el velo! ¡Aparece!
¡Cuál sufre el alma mía!
Por abrir nuevo cauce
mis sentimientos lidian,
p. 60y hacia ti, fatal Genio,
todos se precipitan.
¡Preséntate, aunque fuere
al precio de mi vida!
(Toma el libro y pronuncia misteriosamente el nombre del Espíritu. Enciéndese una luz rojiza y trémula. El Espíritu aparece en ella.)
El Espíritu
¿Quién me llama?
Fausto
¡Visión espantadora!
El Espíritu
Audaz me evocas y a venir me obligas,
y ahora...
Fausto
Me aterra tu presencia. Aparta...
El Espíritu
Con largo afán llamábasme, y querías
ver mi semblante y escuchar mi acento;
cedo a tu voz, preséntome a tu vista:
¿qué cobarde congoja rinde y postra
tu valor sobrehumano? ¿Quién tu altiva
aspiración rindió? ¿Por qué desmaya
el corazón soberbio, que en sus vivas
palpitaciones engendraba un mundo,
y con su propia savia lo nutría?
¿Cómo sucumbes, si tender el vuelo
p. 63al par de los Espíritus querías?
¡Y eres tú Fausto, el Fausto que me invoca!
¡Eres tú Fausto, y, ¡despreciable hormiga!,
al soplo solo de mi voz, heladas
temblaron tus entrañas conmovidas!
Fausto
¡Oh, no, roja visión, hijo del fuego!
Soy Fausto, soy tu igual; no me intimidas.
El Espíritu
En la incesante ráfaga
de actividad continua,
vuelo de arriba abajo,
vuelo de abajo arriba;
y en ese veloz torno,
que el Tiempo mueve y gira,
mis dedos impalpables
las tenues hebras hilan
de la vida y la muerte,
de la muerte y la vida,
tejiendo a Dios, en el telar eterno,
la que viste inmortal túnica viva.
Fausto
¡Cómo sintiendo voy que a ti me acerco,
Espíritu que flotas y te agitas
sobre el mundo!
El Espíritu
Al Espíritu que sueñas
y tu mente concibe, te aproximas,
no a mí.
p. 64Fausto (aterrado)
¿No a ti? Pues dime: ¿a quién? ¿Imagen
soy de Dios, y ni a ti llegar podría?
(Llaman.)
¡Oh! ¡Mal haya!... Es mi fámulo. Destruye
mi ventura y los éxtasis disipa.
En el pleno esplendor de mis visiones,
¿para qué, impertinente, tu visita?
(Entra Wagner con bata y gorro de dormir. Fausto le vuelve la espalda malhumorado.)
Wagner
¡Perdón! Tu voz, que a mí llega,
es la que me trajo aquí:
que recitabas creí
alguna tragedia griega.
Y hubiera, a fe, gran placer
en saberlas declamar,
que hoy ese arte, a no dudar,
utilísimo ha de ser;
pues alguien dijo, señor,
recuérdolo en este instante,
que dar puede un comediante
lección a un predicador.
Fausto
Dársela podrá muy bien,
si es el cura, por acaso,
otro comediante, caso
que ocurrir suele también.
p. 65
Wagner
Quien en su estancia sombría
vive en retiro profundo,
y sale no más al mundo
en algún solemne día;
quien, si llega a percibirlo,
es por angosto agujero,
mal puede, a lo que yo infiero,
conmoverlo y dirigirlo.
Fausto
No ha de lograrlo jamás
quien en su pecho no sienta
arder la llama violenta
con que abrase a los demás.
Pasa aquí todos tus ratos
estudiando: mata el hambre
p. 66con esta merienda fiambre
de las sobras de otros platos;
y acumulando a montones
los textos, que has hecho trizas,
sopla sobre sus cenizas
con enérgicos pulmones.
Brotará menguada llama,
y es posible que a ese precio
el niño, el simple y el necio
tu nombre den a la fama;
mas, si fuere tu ambición
los corazones mover,
ha de brotar tu saber
de tu propio corazón.
Wagner
Lo que al vulgo halaga más
es la pomposa elocuencia,
y en esa difícil ciencia
aún me encuentro muy atrás.
Fausto
Busca más dignos laureles
y adelanta poco a poco...
¿quieres hacer como el loco
que agita los cascabeles?
Afeite de todas clases
es a la verdad ajeno;
si has de decir algo bueno,
no vayas cazando frases;
pues son las palabras huecas,
p. 67que brillante oropel cubre,
ráfaga estéril de octubre
que mueve las hojas secas.
Wagner
Incierta y breve es la vida,
largo el arte, y en tan alta
empresa a veces nos falta
la razón desvanecida.
Quien llegar al fin intenta
afán sufre luengo y rudo,
y en el camino, a menudo
el pobre diablo revienta.
Fausto
La sed del alma no calma
un árido pergamino:
ese manantial divino
lo lleva en su fondo el alma.
Wagner
También la imaginación
goza cuando el vuelo tiende,
y el espíritu comprende
de otra edad y otra región.
De antigua ciencia los rastros
descubre, y disfruta viendo
cómo el hombre va subiendo
y subiendo...
Fausto
¡Hasta los astros!
¿Qué es el pasado, en verdad?
p. 68Un libro sellado: sombras
y dudas. ¿Qué es lo que nombras
espíritu de otra edad?
La doctrina, nueva o vieja,
de aqueste o aquel autor,
que su propio resplandor
sobre el pasado refleja.
Si bien lo miras, ¡qué enojos!
su luz es sombra no más;
y de ella separarás
desencantado los ojos;
pues su genio, que de lejos
brilla con rayos propicios,
es costal de desperdicios,
almacén de trastos viejos,
y escenario, en conclusión,
donde inconscientes se agitan
y bellas frases recitan
monigotes de cartón.
Wagner
¿Y el universo? ¿Y el hombre?
¿Saber su esencia no cabe?
Fausto
¿Saber? ¡Pensar que se sabe!
¿Quién dar puede el propio nombre
a las cosas? Si en la tierra
alguien descubre esa oculta
ciencia, y en sí no sepulta
los arcanos que ella encierra,
al derramar esa luz,
que al hombre obcecado hiere,
p. 69víctima infelice, muere
en la hoguera o en la cruz.
Pero, adiós: la noche vuela;
ya es tarde; basta por hoy.
Wagner
Oyéndote, como estoy,
pasara la noche en vela.
Pero mañana son Pascuas,
y, si molestarte no es,
dos preguntas te haré, o tres,
que me tienen ahora en ascuas.
Amo el saber de tal modo,
que incesante por él lucho:
a tu lado aprendí mucho;
mas saberlo quiero todo.
(Sale.)
Fausto (solo)
Nunca abandona la esperanza al loco
soñador de quimeras; áurea mina
busca en la tierra ansioso: ¡qué fortuna,
si al cabo da con una sabandija!
Y en el propio lugar donde la excelsa
legión de los Espíritus me hostiga,
la voz sonó de tan pueril querella.
¡No importa! Tu presencia intempestiva,
hijo vulgar de la ralea humana,
no habrá sido enojosa ni perdida,
pues me arrancó el afán desesperado
que ya todo mi ser estremecía.
Fue la visión tan colosal, que halleme
pigmeo ante ella, y desmayé a su vista.
Hijo de Dios, al misterioso espejo
p. 70de la eterna verdad llegar quería,
y los terrenos lazos desatando,
aspiraba feliz la luz divina.
Superior al querub, en el regazo
del mundo derramé mi propia vida,
y mezclando mi sangre con su savia,
audaz soñé la Creación ya mía.
¡Estéril presunción! Una palabra
rayo fue que fulgura y me aniquila.
Medir no puedo mi poder contigo:
mis tristes voces a venir te obligan;
pero no te aprisionan. A tu lado,
¡cuán grande y cuán pequeño me sentía!
Pero a la suerte incierta de la triste
humanidad arrójanme tus iras.
¿Quién marcará mi norte y mi sendero?
¿Seguiré los impulsos que me guían?
Nuestras protestas, nuestros mismos actos
no detienen la marcha de la vida.
La más sublime aspiración del alma
siempre grosera escoria impurifica,
y al conquistar los bienes de la tierra,
juzgamos ilusión, sueño y mentira
el bien mayor. Si generoso arranque
al noble corazón da fuego y vida,
vertiginoso el torbellino humano
ese sagrado afán seca y marchita.
La eternidad a su ambición no basta
cuando rompe a volar la fantasía,
y el rincón más angosto es suficiente
para encerrar, al cabo, nuestras dichas.
La ingratitud el corazón taladra,
robándonos la paz y la alegría,
p. 71y el secreto pesar en él engendra.
La zozobra, con máscaras distintas,
se disfraza, y sin tregua nos persigue,
casa o corte, mujer, hijos, familia,
agua, fuego, puñal o bebedizo.
Y así el mortal, en ansiedad continua,
teme el peligro cuando no le amaga,
o llora el bien que disfrutar podría.
¿Semejante yo a Dios? ¡Vana quimera!
Semejante al gusano, que se abriga
en el polvo, y de polvo alimentado,
muerte le da y sepulcro quien lo pisa.
¿Polvo no son los viejos cachivaches
que llenan esa negra estantería,
y cuyo sucio fárrago en un mundo
de podredumbre y aridez me abisma?
¿Daranme lo que anhelo? Devorando
volumen tras volumen, ¿qué hallaría?
Que si algún hombre se creyó dichoso,
a sí mismos los más se martirizan.
¿Y tú, por qué, burlona calavera,
por esas huecas órbitas me miras?
¿Para decirme que, cual lucho y sufro,
tu espíritu pugnaba y padecía,
y sediento de luz, por senda errada
fue a sumergirse en las tinieblas frías?
¿Qué me decís, retortas y alambiques?
Mofa callada en la pared sombría
hacéis quizás a mi insensato duelo,
ruedas y tubos, frascos y vasijas.
A la puerta llegué: la vi cerrada;
la llave me faltaba, os la pedía;
y aún aquí, pavorosos instrumentos,
p. 72me tenéis a la puerta sin abrirla.
Naturaleza sus secretos guarda
misteriosa, velada en pleno día,
y no abrirán palancas ni ganzúas
lo que cerró implacable a nuestra vista.
¡Armatostes inútiles! ¡Legado
de mi padre y sus pálidas vigilias!
Pended ociosos del siniestro muro
que la lámpara ahumó, siempre encendida.
Más me valiera mi caudal escaso
gastar, que conservarlo con fatiga.
¿Para qué quieres la paterna herencia,
si no la gozas? Al presente aplica
las riquezas: es carga agobiadora
el oro, cuando no lo necesitas.
Mas ¿por qué allí claváronse mis ojos?
¿Es aquel frasco imán de mis pupilas?
¿Por qué me halagas, como en selva oscura
luna apacible que de pronto brilla?
Yo te saludo, mágica redoma,
y llego a ti con mano estremecida,
reverenciando en tu licor precioso
del humano saber las maravillas.
Esencia de los jugos que adormecen,
mezcla de las ponzoñas que asesinan,
muestra a tu dueño tu virtud suprema.
Al mirarte, mi afán se tranquiliza;
al asirte, mi angustia se modera,
y la interior tormenta se apacigua.
En alta mar mi espíritu navega;
su brillante cristal el aura riza,
y me llama el fulgor de nueva aurora
a nuevo puerto en encantada orilla.
p. 73Carro de fuego, que veloces alas
conducen por los aires, se aproxima:
nuevo camino me abrirá en los cielos
de donde mana la perpetua vida.
¿Podré gozar, gusano de la tierra,
el bien excelso, la inmortal delicia?
¡Podré, sí! ¿Qué me falta? Las espaldas
volver al sol que aquí nos ilumina;
abrir audaz la puerta misteriosa,
cuyo umbral nuestro pie temblando pisa.
Hora es ya de probar que emular puede
con la ensalzada majestad divina
la humana condición. No más espantos
al borde de esa inescrutable sima,
do la imaginación tiembla azorada
con los espectros que forjó ella misma,
y en cuya boca ante nosotros arden
las llamas del infierno maldecidas.
Voy a tentar el salto pavoroso,
aunque la oscura nada me reciba.
Sal otra vez del protector estuche,
sal, olvidada copa cristalina,
que un tiempo, en el festín de mis abuelos,
serenabas las frentes pensativas.
De mano en mano sin cesar pasabas,
y al pasar, cada cual, por ley antigua,
agotaba de un sorbo el hondo seno,
y las viejas historias esculpidas
en tu metal precioso relataba.
¡Cuántas veladas, al placer propicias,
de mi dichosa edad, tú me recuerdas!
Hoy no puedo ofrecerte, copa amiga,
a feliz comensal, ni en tu alabanza
p. 74aguzaré el ingenio, cual solía.
Pócima embriagadora el cáliz llena,
preparada por mí, por mí escogida.
¡Última libación, con toda el alma
te consagro a la aurora, al nuevo día!
(Lleva la copa a los labios.)
Coro de ángeles
¡Cristo ha resucitado!
¡Júbilo al hombre y paz!
¡Al hombre aprisionado
por el fatal pecado,
que al corazón llagado
enróscase tenaz!
p. 75Fausto
¿Qué lejano clamor, qué voces puras
mi labio apartan de la copa impía?
¿Celebra ya, sonora, la campana
tu alborada feliz, Pascua bendita?
¿Cantáis vosotros, apacibles coros,
las palabras que el Ángel repetía,
y que en la negra noche del sepulcro
nuncian la nueva Ley y la publican?
Coro de mujeres
Sus miembros con hierbas
y aromas ungimos;
nosotras, sus siervas,
sepulcro le dimos.
A nuestra ternura
debió la envoltura;
mas ¡ay!, ¿qué será?
Ya en la sepultura
el Cristo no está.
Coro de ángeles
¡Cristo ha resucitado!
¡Dichoso el hombre fiel
que, amante y resignado,
del infortunio airado
sufrió la prueba cruel!
Fausto
¿Por qué hasta el polvo, en que rendido yazgo,
descienden las celestes armonías?
p. 76A otro más blando corazón halaguen:
yo comprendo el mensaje que me envían;
mas falta al alma fe, y es el prodigio
hijo querido de la fe sumisa.
Volar no puedo a las esferas donde
nuncia la Buena Nueva voz divina;
pero, a ese acento encariñada el alma,
a sus lejanos ecos se reanima.
Hubo un tiempo en que un ósculo del cielo
el domingo a mis sienes descendía;
goces mil anunciaba la campana,
y era santa oración mi mayor dicha.
Hondo, sereno, irresistible impulso
llevábame a los bosques y campiñas,
y allí, entre dulces lágrimas, un mundo
dentro del joven corazón nacía.
La voz, que hoy suena, del sagrado bronce
señaló a mi niñez sus alegrías,
y las serenas fiestas de los campos
que el esplendor primaveral nos brindan.
Ese recuerdo de infantil ventura
mi pie detiene en la fatal orilla:
¡Sonad, dulces sonad, himnos celestes!
Pues el llanto brotó, volví a la vida.
Coro de discípulos
Glorioso alzó el vuelo,
y rápido al cielo
subió el Inmortal;
glorioso, potente,
ya reina esplendente,
bebiendo en la fuente
p. 77la esencia vital.
Nosotros, en tanto,
bañados en llanto,
quedamos sin ti.
Espanto siniestro
nubló el gozo nuestro,
pues solos, maestro,
nos dejas aquí.
Coro de ángeles
¡Cristo ha resucitado!
La voz triunfal retumba.
Dejad el lecho helado,
muertos, y abrid la tumba.
Vosotros, hijos de Eva,
los que decís su Nueva,
los que esperáis su cielo,
los que coméis su pan,
cesad en vuestro duelo:
aunque el Señor se eleva,
presente a vuestro anhelo
está y a vuestro afán.
p. 78
GENTES DE TODAS CONDICIONES SALEN A PASEO
Unos artesanos
¿Vais a tomar el camino
de los cazadores?
Otros
Sí.
Los primeros
Pues nosotros, por aquí
nos vamos hacia el molino.
Otro camarada
A mí me divierte más
ver el río.
p. 79Uno de los primeros
Yo no estoy
por esa vista.
Los segundos
¿Y tú?
Un tercero
Voy
adonde van los demás.
Cuarto artesano
Ven y llega a las alturas
de Burgdorf, si encontrar quieres
buena cerveza, mujeres
deliciosas, y aventuras.
Quinto artesano
¿No te escuecen las espaldas?
Evitaré la ocasión.
Sube tú, si quieres: son
peligrosas esas faldas.
Una moza de servicio
No, no: doy la vuelta ya
a la ciudad.
Otra
¡Tonta! ¿Ves
aquellos chopos? Allí es
donde esperando él está.
p. 80La primera
Y a mí ¿qué? ¡Que espere! ¡Digo!
¡Pues me divierte el bromazo!...
A ti sola te da el brazo,
y baila, no más, contigo.
La otra
Hoy con él encontrarás
al de las rubias patillas.
Un estudiante
¡Mira qué alegres chiquillas!
¡Vamos corriendo detrás!
Para mi gusto no hay nada
como estas tres cosas: buena
cerveza, una pipa llena,
y una moza endomingada.
Una señorita de la clase media
¡Es una vergüenza! ¡Están
locos!... Pudiendo, a fe mía,
tener buena compañía,
tras esas mozuelas van.
El segundo estudiante (al primero)
No corras, no te adelantes;
ahí detrás vienen dos bellas:
míralas. Es una de ellas
mi vecina: ¡qué elegantes!
Ven, ven: por ella estoy loco.
p. 81Aunque van pasito a paso,
verás cómo así, al acaso,
nos alcanzan, poco a poco.
El primer estudiante
Gozar a mis anchas quiero.
¿Ves? La caza se nos vuela:
corre tú a la damisela;
yo las fámulas prefiero.
La muchacha que, hecha un pingo,
barre el sábado mejor,
es la que con más primor
te acariciará el domingo.
Un ciudadano
El nuevo alcalde no en balde
me irrita: está cada día
más tieso su Señoría,
más orondo, y más... ¡alcalde!
¿Qué hace digno de loar
por el común? En creciente
van juntos constantemente
obedecer y pagar.
Un mendigo (cantando)
Buen caballero, bellas señoras,
de ojos alegres, de rostro en flor,
compadeceos de quien implora
mísero y triste vuestro favor.
Nunca a los buenos mi voz molesta,
y el que la atiende dichoso es:
hoy para todos día es de fiesta;
para mí sea de rica mies.
p. 82Ciudadano segundo
Placer no encuentro en la tierra
como en las tardes de holganza
comentar, llena la panza,
las noticias de la guerra.
Batan el cobre en Turquía
el ruso y el otomano;
sentado yo, copa en mano,
allá en la cervecería,
contemplo sin sinsabores
cruzar, entre ambas riberas,
embarcaciones ligeras
de diferentes colores;
y cuando en grato solaz
la tranquila tarde pasa,
vuelvo bendiciendo a casa,
las delicias de la paz.
Ciudadano tercero
Soy de la misma opinión:
tengamos orden profundo
en casa, y húndase el mundo
en fatal conflagración.
Una vieja
(Dirigiéndose a las señoritas que hablaron antes.)
¡Qué preciosas señoritas!
¡Qué elegancia y qué embeleso!
¡Cuántos perderán el seso
por doncellas tan bonitas!
Si tienen confianza en mí,
les daré lo que desean.
p. 83La joven
Ven, Águeda: no nos vean
con tales brujas aquí.
Esa es la que me mostró
a mi futuro galán
la noche del buen San Juan.
La segunda joven
También el mío vi yo.
Era militar, y dentro
de un cristal aparecía
gallardo. Desde aquel día
lo busco y nunca lo encuentro.
Canción de los soldados
Ciudadelas arrogantes,
castillos de alta muralla,
y muchachas rozagantes
asalto sin compasión.
Peligrosa es la batalla;
pero es dulce el galardón.
Con igual voz el combate,
que la zambra y el festín,
al pecho que altivo late
nuncia el bélico clarín.
¡Lid sangrienta y dulce juego!
¡Baile y risas! ¡Sangre y fuego!
La ciudadela y la hermosa
se rinden a discreción.
p. 84La batalla es peligrosa;
pero es grato el galardón.
¡Marche, marche el batallón!
(Salen Fausto y Wagner.)
Fausto
La cárcel de cristal frío
rompió ya la primavera,
y corren por la pradera
manantial, arroyo y río.
Los alegres horizontes
la verde esperanza viste;
ya torna el invierno triste
a las crestas de los montes,
y en su fugitiva marcha
detiene el pie, y nos arroja,
dando un diamante a cada hoja,
los flechazos de la escarcha.
Pero no consiente el sol
blancas galas, y doquier
colores hace nacer
su luminoso arrebol.
Aún no brotaron las flores;
mas brillan, a falta de ellas,
los mancebos y las bellas
vestidos con mil primores.
Contempla desde esta cumbre
la oscura ciudad: abiertas,
vomitan las negras puertas
turbulenta muchedumbre.
La Resurrección triunfal
del Señor solemnizando,
respira el aliento blando
del aura primaveral,
p. 87y con la misma emoción
gozan de distintos modos;
y es que al par celebran todos
su propia resurrección.
Del triste hogar, escondido
entre abrumadores muros,
de los talleres oscuros,
del sótano humedecido,
de la catedral sombría,
de la plazuela fangosa,
sale esa turba afanosa
a beber la luz del día.
¡Cómo por huertos y prados
trisca alegre ese gentío!
¡Cuántos lleva el ancho río,
esquifes empavesados!
Mira cuán cargado va
aquel que lento se mece
junto a la orilla, y parece
que esté zozobrando ya.
Hasta allá en los retorcidos
senderos de las montañas
brillan las tintas extrañas
de los grupos esparcidos.
Ya escucho la voz festiva
del campesino lugar,
Edén que anhela gozar
la muchedumbre cautiva.
¿No ves cómo igual placer
grande y chico gozan hoy?
Aquí siento que hombre soy,
y hombre aquí me atrevo a ser.
p. 88Wagner
Provecho, a la vez que honor,
préstame tu compañía:
solo, no visitaría
estas campiñas, doctor.
Enemigo soy de toda
rusticidad. Ni me agrada
esa gente alborozada,
ni su estruendo me acomoda.
Cual si de infernal encanto
estuvieran poseídos,
dan brincos, voces y aullidos,
y a eso llaman danza y canto.
CAMPESINOS BAJO LOS TILOS
Canto y baile
Las zagalas, los pastores,
llenos de cintas y flores,
ya descienden hacia aquí.
¡Cuántos gritos! ¡Cuánta gente!
Todos bailan locamente,
y la gaita dice así:
Ta-la-rí,
Ta-la-la-rí.
El pastor, cuando resbala,
da un abrazo a la zagala
que más cerca tiene allí;
y la vieja, que lo ha visto,
refunfuña: «¡Vive Cristo!
¡Ya te acordarás de mí!»
p. 89Ta-la-rí,
Ta-la-la-rí.
Rueda el coro y con donaire
van las faldas por el aire:
¡Qué furor! ¡Qué frenesí!
Forman armoniosos lazos
los encadenados brazos
que se buscan entre sí.
Ta-la-rí,
Ta-la-la-rí.
Dice al zagal la pastora:
«Calla, lengua engañadora»;
y él, llevándola tras sí,
la conduce a un sitio, donde
verde follaje la esconde,
y la gaita sigue así:
Ta-la-rí,
Ta-la-la-rí.
p. 90Un labriego viejo
Pues que nos honráis, señor,
favoreciendo benigno
un espectáculo indigno
de tan docto profesor,
acercaos y bebed
de esta jarra, sin reparo,
y haga el licor fresco y claro,
al apagar vuestra sed,
que dichoso, alegre y nuevo,
por cada gota bebida,
gocéis un año de vida.
Fausto
¡A vuestra salud la bebo!
(El pueblo forma corro alrededor de Fausto.)
El labriego
Justo es que en esta ocasión
recordéis, entre alegrías,
las visitas de otros días
de luto y desolación.
¿Os acordáis? ¡Qué momentos!
La peste devoradora
amontonaba traidora
los cadáveres a cientos,
y aún bendicen hoy su suerte
muchos que la ciencia rara
de vuestro padre arrancara
p. 91a las garras de la muerte.
Do más su rigor fatal
extremaba, vos, aún mozo,
entrabais, lleno de gozo,
para luchar con el mal.
Nuestro salvador, señor,
fuisteis; por eso en el cielo,
para alentar vuestro celo,
había otro Salvador.
Todos
¡Al doctor gloria y ventura!
¡Viva luengos años! ¡Viva!
Fausto
¡Gloria, no más, al de arriba!
Solo Él sabe; solo Él cura.
(Pasan adelante Fausto y Wagner.)
Wagner
¡Cuán dulce la gratitud
debe ser, oh ilustre sabio,
que así expresa el rudo labio
de esa franca multitud!
¡Dichoso quien de esa suerte
ve premiado su saber!
Vienen a todo correr
chicos y grandes por verte:
el padre, allá en lontananza,
te señala al tierno infante;
te aproximas, y al instante
cesan la música y danza;
se abre el corro turbulento
p. 92en dos filas apretadas;
entre aplausos y palmadas,
vuelan las gorras al viento;
y poco falta, doctor,
para que esa grey sencilla
doble ante ti la rodilla,
cual si pasara el Señor.
Fausto
Lleguemos a esas alturas;
descansaremos allí.
¡Cuántas veces, ay de mí,
sentado en sus rocas duras,
rico de esperanza y fe,
tras largas preparaciones
de lágrimas y oraciones,
los ojos a Dios alcé,
y pensando en la orfandad
de mis dolientes hermanos,
juntaba ansiosas las manos,
implorando su piedad!
Hoy esa injusta ovación
es para mí burla fiera:
¡Pobre pueblo! ¡Si él pudiera
leer en mi corazón!
No guardara en su memoria
nuestro recuerdo tan fijo:
ni fue el padre, ni es el hijo
merecedor de tal gloria.
Era mi padre hombre honrado
que, oscurecido en el mundo,
vivió estudiando el profundo
p. 93misterio de lo creado.
Su espíritu independiente
evocaba a su manera
la naturaleza entera
con voz osada y creyente;
y sin ver cielo ni sol,
con signos extraordinarios
combinaba los contrarios
en el oscuro crisol.
León de roja melena
unía, galán salvaje,
en extraño maridaje
con la pálida azucena,
y sin que nadie lo explique,
envueltos en humo y fuego,
pasaban casados luego
de alambique en alambique,
hasta aparecer brillante
dama de porte real,
en el fondo de cristal
de la redoma radiante.
Así tenaz preparaba
su negra pócima impía:
el pobre enfermo moría;
el ciego vulgo callaba;
y con la infernal mixtura
matamos quizá más gente
que el hálito pestilente
de aquella epidemia impura.
Yo, que a mil di aquel licor,
sobreviví a la matanza,
para oír esa alabanza
del loco emponzoñador.
p. 94Wagner
Desechad esa quimera,
que incesante os mortifica:
¿quién culpa al que honrado aplica
el arte cual lo entendiera?
Quien a su padre, mancebo,
honra, del pasado adquiere
la ciencia, y si consiguiere
dar en ella un paso nuevo,
sus hijos le seguirán
con dulce empeño, y acaso
después de él un nuevo paso
en su camino darán.
Fausto
¡Feliz quien logre valiente
flotar sobre la profunda
mar de tinieblas, que inunda
nuestra aletargada mente!
¡Ley del hombre, triste y grave!
Indaga, lucha, se agita,
y lo que más necesita
¡siempre es lo que menos sabe!
Mas tan negros pensamientos
no empañen, nublando el alma,
la melancólica calma
de estos tranquilos momentos.
Mira cómo, al resplandor
del ocaso, en las colinas
las cabañas campesinas
p. 95resaltan entre el verdor.
Sus destellos moribundos
el sol tras la sierra esconde,
y vuela a otros cielos, donde
vida presta a nuevos mundos.
¡Ah! ¡Si con audaces alas
seguir su curso pudiera,
viendo en continua carrera
brillar eternas sus galas!
Contemplara, a la luz pura
del crepúsculo, doquier
los montes resplandecer,
enlutarse la llanura;
brillar arroyos y ríos
con las reflejadas lumbres:
ni las más altivas cumbres
valla fueran a mis bríos.
Sus vastas sirtes después,
resplandeciente o sombría,
clamorosa extendería
la mar inmensa a mis pies,
y si en su seno a morir
iba el lumínico Dios,
volando, volando en pos
viéralo otra vez surgir.
Ante mis ojos brillar
el día en eterno oriente,
el cielo sobre mi frente,
bajo mis plantas el mar...
¡Noble y engañoso anhelo!
Al cuerpo suerte enemiga
alas negó, con que siga
del alma el sublime vuelo;
p. 96y agitándose impotente,
imposible aspiración
de volar a otra región
el ansioso mortal siente,
cuando su agudo silbido,
perdida en el firmamento,
lanza la alondra, o el viento
cortan con vuelo atrevido
el águila de los montes
que sus cúspides domina,
o la grulla peregrina
que busca otros horizontes.
Wagner
También tengo yo mis días
de caprichosos desvelos;
pero jamás esos vuelos
tomaron mis fantasías.
Sus alas guarde el halcón:
monte y campo me empalagan;
¡cuánto más el alma halagan
los goces de la razón!
¿Hay algo en el mundo como
ir sin afán ni congoja
devorando, hoja por hoja,
un tomo tras otro tomo?
Al calor de fuego interno
que vivo fluye en las venas,
tranquilas gozo y serenas
las largas noches de invierno,
y cuando mi mano extiende
arrollado pergamino,
p. 97siento un hálito divino
y el cielo hasta mí desciende.
Fausto
Vas de un bien único en pos:
¡él solo turbe tu calma!
Tú no más tienes un alma,
y en mi pecho laten dos.
Por separarse, entre sí
trabaron lucha reñida:
la una, que de ardiente vida
siente el loco frenesí,
desesperada, al placer,
se aferra con vivo anhelo;
la otra, rasgado ya el velo,
quiere a su patria volver.
Espíritus, si es verdad
que en las alas del ambiente
tranquila y calladamente
reináis en la inmensidad,
de las tenues nubes de oro
que os dan callada guarida
bajad, y la nueva vida
dadme, que anhelante imploro.
¡Ah! Si pudiera yo asir
aquel prodigioso manto
que en las alas del encanto
nos lleva do ansiamos ir,
avaro de tal favor,
no lo trocara, siquiera
su púrpura me ofreciera
en cambio el emperador.
p. 98Wagner
No evoque tu labio audaz
el mudo enjambre que puebla
viento y nubes, bruma y niebla,
para turbar nuestra paz.
Como dardo agudo son
la lengua y uñas de acero
con que asaltan al viajero
los genios del septentrión.
Los que vienen del oriente
exhalan abrasadores
soplos, y clavan traidores
en las entrañas el diente.
De fuego nubes impuras
amontonan los que envía
el árido mediodía
de las líbicas llanuras;
y los que arroja el ocaso,
si amortiguan ese fuego,
anegan e inundan luego
cuanto encuentran a su paso.
Con sus ardides eternos
dispuestos siempre a escucharnos,
para mejor engañarnos
simulan obedecernos,
y con labio seductor
nos arrastran al abismo,
fingiéndose entonces mismo
mensajeros del Señor.
Mas volvamos: las tinieblas
enlutan el firmamento;
p. 99sopla más frío ya el viento,
y al valle bajan las nieblas.
Ahora a ser grato el hogar
comienza. Mas ¿qué te asombra?
¿Qué miras fijo en la sombra?
Fausto
¿Ves allá bajo saltar
negro can, que loco gira
por los sembrados?
Wagner
¿Aquel?
Lo veo; mas nada en él
encuentro de extraño.
Fausto
Mira,
míralo: ¿por quién le tomas?
Wagner
Por un perro que perdiera
al amo, y a su manera
lo busca por estas lomas.
p. 100Fausto
¿No ves que en ancha espiral
va acercándose? ¿No ves
que al correr dejan sus pies
una encendida señal?
Wagner
¡Ilusiones!
Fausto
¿No estás viendo
que así, corriendo y saltando,
va negra trama enlazando
y en ella nos va envolviendo?
Wagner
Yo veo que alrededor
gira cautelosamente,
porque encuentra extraña gente
en vez de su amo y señor.
Fausto
¿No ves? Los círculos van
estrechándose.
Wagner
Me pasma
que halles terrible fantasma
en ese inocente can.
Gruñe, corre vagabundo,
se echa al suelo, encorva el lomo
p. 101y mueve la cola, como
todos los perros del mundo.
Fausto
¡Ven, ven, síguenos! (Al perro.) Ya viene.
Wagner
¡Buen cachorro! Ahora verás:
si marchas, sigue detrás;
si te paras, se detiene.
Si algo pierdes, sin reposo
lo busca, hasta que lo encuentra;
si el bastón le arrojas, entra
al agua, y lo trae gozoso.
Fausto
No hay en él, tienes razón,
nada sobrenatural:
todo es en este animal
costumbre y educación.
Wagner
No lo tomes por agravio,
pero un perro manso y fiel
merece que fije en él
su atención y afecto un sabio.
Si a este dieres tu favor,
y a tu casa le llevares,
de todos tus escolares
será el escolar mejor.
(Entran en la ciudad.)
p. 102
Fausto, entrando con el perro
Dejé cubiertos por oscura noche
monte y campiña, y otra vez despierta
con zozobra fatídica en mi pecho
el alma superior. Ya la materia
cede cansada; el natural instinto,
los borrascosos ímpetus, con ella
p. 103ceden al fin también; y el amor santo
a Dios y al hombre, me domina y llena.
¿Qué tienes, can indócil?
¿Por qué das tantas vueltas?
¿Qué estás olfateando
debajo de la puerta?
Blando cojín te puse
junto a la chimenea;
asaz nos divertiste
brincando por las breñas:
ya, pues te di posada,
goza tranquilo de ella.
Cuando la amiga lámpara disipa
la lobreguez en nuestra angosta celda,
hasta el fondo del alma reflexiva
otro rayo de luz también penetra.
La callada razón la voz recobra,
la esperanza florece lisonjera,
y al manantial fecundo de la vida
nuestros suspiros anhelantes vuelan.
¿Por qué impaciente gruñes?
¿Por qué sin paz te quejas?
Con las celestes voces
que en mi interior resuenan,
muy mal tus alaridos
selváticos concuerdan.
¿Como los hombres haces,
cuando en su mofa ciega,
sin comprenderlos, ladran
al Bien y a la Belleza?
p. 104¡Ah!, ya no viene a mitigar mis ansias
el bien ignoto que mi pecho anhela;
¿por qué tan pronto el manantial se agota,
y al pobre corazón sediento deja?
¡Cuántas veces, ¡ay!, cuántas vi burlado
este imposible afán! Solo me resta
volver a ti los ojos, soberana
verdad, que brillas en las Santas Letras,
y más pura en el Nuevo Testamento,
más hermosa, a los hombres te revelas.
Las misteriosas páginas me llaman,
y en ellas fija mi razón, se esfuerza
por traducir el texto sacrosanto
con fe sencilla en nuestra patria lengua.
(Abre un libro y se pone a trabajar.)
«Era al principio la palabra», dice.
¿Dice así? Ya vacilo. ¿Quién mi senda
alumbrará? No puedo a la palabra
dar tal sentido. No. De otra manera
lo expresaré, si el cielo me ilumina.
«Era al principio la Razón.» ¡Oh, piensa,
medita bien este renglón primero,
y tú, pluma, no corras tan ligera!
La Razón es la que lo ordena todo...
Debe ser: «Al principio era la Fuerza.»
Empero, al escribir esta palabra,
aún dudosa detiénese la diestra.
¡Inspírame, oh Verdad! Ya veo claro,
veo claro: «Al principio la Acción era.»
Contigo, can maldito,
comparto mi vivienda;
p. 105cesa, pues, en tus roncas
y en tus ladridos cesa.
Tan turbulento huésped
no puedo sufrir cerca,
y aquí, de entrambos, uno
ha de salir afuera.
Con repugnancia rompo
la hospitalaria regla;
ya tienes libre el paso,
ya está franca la puerta.
Pero ¿qué es lo que veo?
¿Verdad es o quimera?
¡Cómo se ensancha y crece!
¡Cómo se abulta y medra!
¿Traje un espectro a casa?
¡Ser, vida y forma trueca!
Colosal hipopótamo,
no perro, ya semeja,
con el ojo encendido
y las fauces sangrientas.
¡Espectro, serás mío!
Para atrapar tal presa
la clave salomónica
es la mejor cadena.
Espíritus en el corredor
Allí dentro un compañero
cayó el pobre prisionero:
¡respetad ese dintel!
Como en la trampa el raposo,
se revuelve tembloroso:
¡no caigáis también con él!
p. 106¡Atención!
¡Atención!
Volemos, volemos con ala furtiva,
a diestra y siniestra, y abajo y arriba,
y así romperemos su triste prisión.
Auxilio prestemos al fiel camarada,
que bien nuestra ayuda la tiene ganada.
Fausto
Para amansar, primero,
y acercarme a esa fiera,
del cuádruple conjuro
tendré que hacer la prueba.
Salamandra, resplandece;
ondina, flota en el mar;
silfo, vuela y desparece;
duende, ven a trabajar.
Quien de los elementos
la condición no sepa,
no podrá los espíritus
rendir a su obediencia.
Abrásate en fuego hirviente,
salamandra peregrina;
en el cristal de la fuente
disuélvete, blanca ondina;
en la luz del sol brillante
difunde, silfo, tu ser;
ven, duende, siervo constante,
a ayudar y obedecer.
p. 107De aquestos cuatro espíritus
ninguno el monstruo encierra;
permanece impasible,
mofador me contempla.
Pues el común conjuro
no pudo hacerle mella,
apelaré a otro hechizo
de superior potencia.
Si del profundo abismo vienes, ¡oh camarada!,
contempla el talismán
al que se humilla siempre, vencida y aterrada,
la hueste de Satán.
Ya más y más se abulta;
ya eriza la crin negra.
Aquí tienes, ser maldito,
al Increado, al Infinito,
en los cielos adorado,
por los hombres traspasado.
Inmóvil y agrandándose,
junto a la chimenea,
gigantesco elefante
es ya, que al techo llega,
y nubarrón parece
que estalla y que revienta.
No altivo te remontes;
postrado a mis pies queda:
bien sabes que no en vano
amenazó mi diestra.
Con las divinas ascuas
p. 108te chamusca y te quema;
no aguardes de mis armas
el arma de más fuerza:
el concentrado fuego
de triple candescencia.
(La nube se deshace y Mefistófeles aparece junto a la chimenea, en traje de estudiante viajero.)
Mefistófeles
¡Algazara inoportuna!
¿Qué manda vuesa mercé?
Fausto
¡Solemne el bromazo fue!
¡Un escolar de la tuna!
¿En esto vino a parar
el can preñado de horror?...
Mefistófeles
¡Saludo al digno doctor!
¡Bien me has hecho trasudar!
Fausto
¿Cómo te llamas?
Mefistófeles
Pequeña
cuestión, perdona el agravio,
para un filósofo, un sabio,
p. 109que nombres vanos desdeña,
y huyendo con discreción
apariencias engañosas,
en el fondo de las cosas
fija solo su atención.
Fausto
En vosotros, a mi ver,
el nombre, si se repara,
expresión exacta y clara
es de la índole del ser;
y por eso, a lo que infiero,
llaman a uno el Burlador,
y al otro el Blasfemador,
y el Mentiroso a un tercero.
Dime, pues, quién eres.
Mefistófeles
¿Quién?
De aquella fuerza fatal
que queriendo hacer el mal,
logra solo hacer el bien,
formo parte.
Fausto
¡Extraño modo
de hablar!
Mefistófeles
A explicarme voy:
aquel Espíritu soy
que duda y lo niega todo.
p. 110Fausto
¿Todo?
Mefistófeles
Y para ello me fundo;
pues si todo, a su manera,
ha de morir, mejor fuera
que nada hubiese en el mundo.
Así, pues –óyeme atento–,
lo que medroso el mortal
llama el pecado o el mal,
ese es mi propio elemento.
Fausto
Dices que eres una parte,
y un todo completo ven
mis ojos en ti.
Mefistófeles
Está bien;
mas no traté de engañarte.
El hombre, insondable abismo
de extravagancia y locura,
es quien fatuo se figura
ser un todo por sí mismo.
Yo a ser parte me acomodo,
parte de la parte aquella
que al nacer la lumbre bella
no era parte, sino todo.
Hablo de la sombra opaca,
madre de la luz, que impía
por usurparle porfía
p. 111su imperio, y audaz la ataca;
pero en vano sus destellos
dominarlo todo quieren,
porque, si los cuerpos hieren,
resbalan también sobre ellos.
De cualquiera cosa, hermosa
brota con vivos colores
la luz; mas sus resplandores
los detiene cualquier cosa;
y así, juzgo natural
que la luz también fenezca
apenas desaparezca
todo objeto corporal.
Fausto
Tu digna misión comprendo:
en grande no puedes nada
aniquilar, y te agrada
ir por menor destruyendo.
Mefistófeles
Y a decirte la verdad,
poco adelanto, a fe mía.
Lo que a la nada vacía
se opone, la realidad,
la materia, aunque con ella
lucho, me rechaza al cabo;
y por más que el diente clavo,
no consigo hacerle mella.
Revueltas olas del mar,
desatados huracanes,
terremotos y volcanes
p. 112acumulo sin cesar,
y después de tanto anhelo,
en sus lindes prefijados,
tranquilos y sosegados
quedan tierra, mar y cielo.
Y la maldecida y ruin
semilla, que origen diera
al hombre, al ave y la fiera,
no tiene tampoco fin.
¡A cuántos abrí la fosa!
Pero siempre, a pesar mío,
brota y fluye en ancho río
sangre nueva y vigorosa.
¡Todo mi desdicha fragua!
Misteriosos y sutiles,
guardan gérmenes a miles
la tierra, el aire y el agua,
y con idéntico amor
los fecundan, a su vez,
la humedad y la aridez,
la frialdad y el calor:
de modo que, a no guardar
fuego y llamas para mí,
con ningún recurso aquí
pudiera el Diablo contar.
Fausto
Contra la fuerza viviente,
contra la acción creadora,
la helada garra traidora
esgrimirás impotente.
¡Hijo del caos insensato!,
busca más fácil empresa.
p. 113Mefistófeles
Cuestión embrollada es esa:
hablaremos otro rato.
Pero asaz pesado fui;
me voy si me das permiso.
Fausto
Otorgarlo no es preciso;
y pues ya te conocí,
cuando más grato te sea,
vuelve. Abiertas hallarás
puerta y ventana, y a más,
está allí la chimenea.
Mefistófeles
Confesarlo necesito...:
para que salga y me ausente,
hay... un leve inconveniente:
¡el pie de bruja maldito!
Fausto
¿El pentagrama te aterra
que está en el umbral trazado?
Pues ¿cómo, dime, has entrado,
si el paso, al salir, te cierra?
¿Cómo incurrió en tal error
espíritu tan experto?
Mefistófeles
¿No ves? El signo está abierto
por el ángulo exterior.
p. 114Fausto
¡Extraño caso! El azar
más feliz no pudo ser;
estás preso; a mi poder
has venido sin pensar.
Mefistófeles
Saltó el perro, y cual venablo,
entró loco en este encierro;
mas por donde ha entrado el perro
no puede salir el Diablo.
Fausto
Aún te queda para huir
la ventana.
Mefistófeles
No, pues ley
es de toda nuestra grey,
por donde entramos salir.
Hay en lo uno libertad,
y en lo otro gran sujeción.
Fausto
¡Hasta en la negra mansión
hay regla y autoridad!
No está mal, pues de ese modo
p. 115el que os proponga algún pacto,
puede fiar en su exacto
cumplimiento.
Mefistófeles
¡Oh, sí, en un todo!
Cumplimos cuanto ofrecemos,
sin quitar coma ni punto;
pero grave es este asunto:
ya hablaremos, ya hablaremos.
Ahora, otra vez y otra más,
te ruego que el paso me abras.
Fausto
Tente, y en breves palabras
mi horóscopo me dirás.
Mefistófeles
Volveré obediente y fiel,
y entonces dispón de mí.
Fausto
Este lazo no tendí;
cúlpate, si diste en él.
Dice un adagio, y se funda:
«Si la cola le cogieres
al Diablo, tira, y no esperes
cogerla por vez segunda.»
Mefistófeles
Contigo quedo, si un trato
aceptas.
p. 116Fausto
¿Cuál?
Mefistófeles
El de hacer
cuanto quepa en mi poder
porque pases bien el rato.
Fausto
Si la cosa es divertida,
comienza ya.
Mefistófeles
Gozarás
en breves minutos más
que en todo un año de vida.
Los dulces coros que embriagan
tu espíritu cuando sueñas;
las imágenes risueñas
que te circundan y halagan,
no son vana creación
de un artificioso encanto:
vas a escuchar ese canto
y admirar esa visión;
e igualmente embebecidos
tacto, olfato y paladar,
disfrutarán a la par
todos tus cinco sentidos.
p. 119No hacen falta –ya lo ves–
preparativos ni aprestos:
estamos todos dispuestos;
comenzad al punto, pues.
Coro de Espíritus
¡Caed y apartaos, oh lóbregos muros;
dejad que penetren el aire y la luz!
¡Rasgad, densas nubes, los velos oscuros!
¡Oh estrellas y soles, los rayos más puros
verted en las olas del éter azul!
¡Imágenes bellas, que en grupos flotantes
del cielo, do cuna tuvisteis, venís;
con mantos etéreos, de gasas brillantes,
la selva que nido les da a los amantes
velando sus goces, piadosas cubrid!
Florecen los valles y el bosque frondoso.
Ya el negro racimo cayó en el lagar,
y en ondas purpúreas el jugo espumoso,
corriendo entre flores sin paz ni reposo,
ya es rápido río, ya es fúlgido mar.
Las greyes aladas con plácido anhelo
aspiran sedientas los rayos del sol,
y a la isla encantada dirigen su vuelo,
a la isla dichosa que encumbra hasta el cielo
la frente ceñida de eterno verdor.
Osadas escalan la cumbre distante,
intrépidas surcan las olas del mar,
p. 120y audaces volando, con pecho anhelante,
siguiendo van todas la luz fulgurante
del astro de amores que brilla triunfal.
Mefistófeles
Ya duerme. Os doy gracias mil
por tan magistral concierto.
¡Bien lo hechizasteis, por cierto,
hijos del aire sutil!
Dadle, en falaz testimonio,
visión que bella le asombre;
duerma y delire: ¡aún no es hombre
para atreverse al Demonio!
Romperé de esta prisión
el sortilegio inclemente.
¿Qué me falta? Solamente
un colmillo de ratón.
¿Un ratón? Asoma ya
el negro hocico. Al conjuro
apelaré, y es seguro
que al momento acudirá.
El gran Señor de ratas y ratones,
de moscas, y mosquitos y moscones,
te previene que vengas obediente,
y en el umbral aquel hinques el diente.
Ya viene: ¡al trabajo! ¡Así!
Del signo avasallador
es el ángulo exterior
el que me retiene aquí.
Muerde y roe a tu placer:
poco falta; ya está hecho.
p. 121Duerme y sueña satisfecho
Fausto: adiós, ¡hasta más ver!
Fausto, despertando
¡Todo fue mera ilusión!
¡Todo se ha desvanecido!
¿Qué te hiciste? ¿Dónde has ido,
encantadora visión?
Pero, loco estoy: ¿qué hablo?
Nada pasó en este encierro.
¡Nada! Se ha escapado el perro,
y he visto en sueños al Diablo.
p. 122
FAUSTO Y MEFISTÓFELES
Fausto
¿Llaman? Entrad. ¿Qué importuno
me busca?
Mefistófeles
Yo soy quien llamo.
Fausto
Entrad, pues.
Mefistófeles
Dilo tres veces.
Fausto
¡Entrad al fin, voto al Diablo!
p. 123Mefistófeles
Así me gustas, y entiendo
que ya entendiéndonos vamos.
Por disipar tus quimeras,
aquí estoy, hecho un hidalgo,
con rico traje de grana,
de oro fino recamado,
la breve capa de seda,
la suelta pluma de gallo,
y el luengo, tajante acero
pendiente al izquierdo flanco.
Viste tú las mismas galas,
sin detenerte a pensarlo,
y ven a correr el mundo,
libre, contento y ufano.
Fausto
¿Qué importa cambiar las ropas,
si están dentro los cuidados?
Tan mozo no soy que pueda
correr tras goces livianos,
ni tan viejo todavía
que mi pecho esté ya exhausto.
¿Qué puede darme la vida?
«Abstente, abstente; sé cauto,»
es el odioso estribillo
que eternamente escuchamos,
y que cada hora repite
con retintín más amargo.
Rompe el día, y con el día
viene a mis ojos el llanto,
al ver que en sus largas horas
p. 124ninguna ventura aguardo;
al ver que el placer posible
lo destruyo analizándolo,
y las hermosas imágenes
que mis ansias engendraron,
malas artes las convierten
en solemnes mamarrachos.
Viene la lúgubre noche;
rendido en el lecho caigo,
y al buscar paz y reposo,
pesadillas no más hallo.
El espíritu que enciende
el volcán en que me abraso,
en el corazón encierra
sus tempestades y estragos.
Dentro, fuego; fuera, nieve:
di si en tan mísero estado
odio con razón la vida
y pronta muerte reclamo.
Mefistófeles
Huésped importuno, empero,
es la muerte en todos casos.
Fausto
¡Feliz aquel a quien ciñe
la sien de sangrientos lauros!
¡Feliz aquel a quien hiere
tras ardiente danza, cuando
la hermosa de sus amores
abriole los dulces brazos!
¡Feliz yo, si el alma mía,
en sus celestiales raptos,
p. 125al ver al sublime Espíritu,
se hubiera en él abismado!
Mefistófeles
¿Y por qué, anoche, de cierto
negro licor huyó el labio?
Fausto
¿Vas al acecho?
Mefistófeles
No todo
lo sé; pero siempre sé algo.
Fausto
Pues bien: si mi horrible angustia
son calmó tranquilo y grato,
que de mi niñez gozosa
los dulces recuerdos trajo,
¡mal hayan las ilusiones
que el corazón trastornando,
a engañadores abismos
llevan así nuestros pasos!
¡Mal hayan las fantasías
que a nuestros sueños dan pábulo!
¡Mal hayan las apariencias
que al sentido tienden lazos!
¡Mal hayan gloria y renombre!
¡Mal hayan pompas y aplausos,
y cuanto al mundo nos liga,
hogar, familia o arado!
¡Mal hayan Mammón y el oro
con que pretende pagarnos,
p. 126y los cojines que brinda
a nuestro muelle regalo,
y la vid y sus racimos,
y el amor y sus halagos!
¡Mal hayan fe y esperanza,
y sobre todo ese engaño,
mal haya la pacientísima
resignación de nuestro ánimo!
Coro de Espíritus (invisible)
¿Qué has hecho del mundo,
del mundo esplendente?
Tu puño iracundo
lo aplasta inclemente,
triunfal semidiós.
La hermosa y querida
visión de la vida
cayó destrozada,
cayó ya en la nada;
de aquella hermosura
tan cándida y pura
nuestra alma va en pos;
y mísero llanto
vertemos, al ver
hoy roto el encanto
tan plácido ayer.
¡Oh tú, soberano
del género humano!
¡Soberbio titán!
Engendra en el seno
del alma profundo,
más puro y sereno,
p. 127más grande, otro mundo;
da vida a tu afán:
y en plectros sonoros
espléndidos coros
tus glorias dirán.
Mefistófeles
Ya vino en tu ayuda
mi gente menuda,
que en sabios consejos
te muestra a lo lejos
placer y emoción.
En pos de ellos vuela,
huyendo estos muros,
do en antros oscuros
se extingue y se hiela
tu audaz corazón.
No el propio dolor avives,
negro buitre en ti cebado;
ven, y en la pobre compaña
de este miserable diablo,
serás hombre, por lo menos,
cual lo son tantos y tantos.
Y no imagines, por ende,
que te arrojo al vulgo sandio:
nunca fui de los primeros;
pero, si aceptas mi amparo,
tuyo soy desde ese instante,
y en mí encuentras en el acto
compañero, y si más quieres,
servidor, y hasta lacayo.
p. 128Fausto
¿Y a qué me obliga ese obsequio?
Mefistófeles
¡Oh, calla! No apremia el pago.
Fausto
Diz que el diablo es egoísta,
y si nos ayuda en algo,
no hace jamás por el mero
amor de Dios el milagro.
Temibles son tus ofertas:
di qué pides; habla claro.
No es bueno tener en casa
un servidor de tu rango.
Mefistófeles
Pues bien: aquí he de servirte
sin pereza y sin descanso,
y tú harás por mí lo mismo
cuando estemos allá abajo.
Fausto
Allá abajo, poco importa.
Si este mundo haces pedazos,
del mundo que después venga
no he de hacer el menor caso.
Del suelo que mis pies huellan
todas mis dichas brotaron;
el sol que mi frente baña
correr vio todos mis llantos:
p. 129si el sol cae y se hunde el suelo,
ya por nada más me afano.
Me es igual, si hay otra vida,
que odio impere o amor santo,
y que esa morada póstuma
sea el Empíreo o el Tártaro.
Mefistófeles
Entonces, ¿en qué reparas?
Decídete: acepta el pacto,
y verás, al punto mismo,
adónde llego y alcanzo.
Vas a gozar lo que nadie
gozar pudo, ni aun soñándolo.
Fausto
¿Qué podrás, qué podrás darme?
¿Qué entiendes tú, pobre diablo,
qué entiendes de la insaciable
sed del espíritu humano?
¿Qué podrás darme? Manjares,
que pronto cansan al labio;
oro, que cual vivo azogue
escapa de nuestras manos;
lucha en que jamás vencemos,
juego en que nunca ganamos;
hermosuras, que al vecino
sonríen en nuestros brazos;
gloria, placer de los dioses,
que pasa como un relámpago.
Muéstrame un árbol que vista
p. 130cada día nuevos ramos,
y un fruto que no se pudra
en él antes de tocarlo.
Mefistófeles
Te daré cuanto apetezcas:
el empeño no es tan arduo.
Ya es hora; ven; el banquete
está servido: ¡a saciarnos!
Fausto
Si en el lecho deleitoso
logro un punto de descanso,
tuyo soy. Si satisfecho
de mí mismo un día me hallo,
y complacido me rindo
a tus deleites y engaños,
sea aquel mi último instante.
Dime, ¿aceptas ese trato?
Mefistófeles
Aceptado: aprieta.
Fausto
Aprieta.
Si algún día, embelesado,
al momento fugitivo
digo: «Ten el vuelo raudo»,
échame al cuello la soga,
abre el abismo a mi paso,
doble a muerto la campana,
párese el vital horario,
p. 131todo para mí concluya,
y comience tu reinado.
Mefistófeles
Piénsalo bien: algún día
podré quizás recordártelo.
Fausto
Recuérdalo cuando gustes:
lo que prometo, lo pago.
Ser esclavo tuyo, o de otro,
¿qué importa, si siempre esclavo
he de ser?
Mefistófeles
Pues da comienzo
el festín del Doctor Fausto,
y el mismo Diablo en persona
a servirle va los platos.
Mas... por la vida o la muerte,
no estorbarán tres o cuatro
renglones.
Fausto
¿Juzgas, pedante,
firma y sello necesarios?
Ni de caballero entiendes,
ni de palabras y tratos.
Una dije, y para siempre
quedé por ella obligado.
¿Piensas tú que cuando todo
vuela a merced de los hados,
sujetarán mi albedrío
p. 132tus tres renglones o cuatro?
¡Pueril y vana quimera!
¿Por qué impresionas a tantos?
¡Feliz quien de su firmeza
hace al alma tabernáculo!
Encontrará en su camino
lo más escabroso llano.
Fantasma es que al mundo aterra
un papel emborronado:
apenas la pluma leve
trazó los fatales rasgos,
tienen ya el lacre y la tinta
fuerza y poder soberano.
Pide, Espíritu maligno,
¿quieres papel, bronce o mármol?
¿Tomo el buril o la pluma?
Escoge: eres dueño y árbitro.
Mefistófeles
¿Qué tienes? ¿Por qué te exaltas?
Cualquier papel, un retazo
basta, y una sola gota
de sangre para firmarlo.
Fausto
Si quieres, sea.
Mefistófeles
Es la sangre
jugo precioso y extraño.
p. 133
Fausto
No temas que el pacto rompa:
todas las fuerzas del ánimo
rindo, entrego y comprometo,
al admitirlo y firmarlo.
Tanto voló mi arrogancia,
que ya entre los tuyos me hallo.
Burlome el excelso Espíritu,
e insensible a mis halagos,
la esquiva Naturaleza
arrebujose en su manto;
la hebra del pensar se ha roto,
y estoy del saber cansado.
Templen los dulces deleites
las vivas llamas en que ardo,
p. 134y envueltos en gasas de oro
vengan, Magia, tus encantos.
Al torrente de la vida
lanzareme, y al acaso
en su raudal de aventuras
iré corriendo y rodando.
Bienandanzas y desastres,
pena y gozo, risa y llanto,
encadenen de mis días
los eslabones variados:
son acción y movimiento
ley del espíritu humano.
Mefistófeles
Meta no pongo ni valla:
si, fugaz revoloteando,
desflorarlo quieres todo,
todo puedes desflorarlo.
Conmigo ven, y no temas.
Fausto
De felicidad no te hablo:
lo que yo quiero es el vértigo,
el goce inquieto y amargo,
el avivador despecho,
el amor que crece odiando.
El alma, al saber cerrada,
a otras emociones abro;
cuanto el hombre goza y sufre
quiero sufrirlo y gozarlo.
Sentir quiero en mis entrañas
todo lo bueno y lo malo,
y en la esencia de mi vida
p. 135convertirlo y apropiármelo.
¡Venturoso yo, si toda
la Humanidad en mí abarco,
y al fin y al postre, como ella,
choco, reviento y estallo!
Mefistófeles
¡Ay, en verdad te lo digo,
yo que centenares de años
estoy royendo y royendo
el fruto indigesto y áspero!
¡Ay, en verdad te lo digo!
De la cuna al campo santo
digerir no puede el hombre
la levadura de antaño.
Ese todo, que ambicionas,
solo es a un Dios adecuado:
para él, fulgores eternos;
para mí, noche y espanto;
para vosotros, tinieblas
y luces, sombras y rayos.
Fausto
Quiérolo todo.
Mefistófeles
Bien; sea.
No más encuentro un obstáculo,
uno solamente: es corto
el tiempo y el arte es largo.
Paréceme que debieras
prepararte, aprender algo.
Asóciate a un buen poeta:
p. 136este, lleno de entusiasmo,
con soñadas perfecciones
coronará tu retrato;
del león con la arrogancia,
con la agilidad del gamo,
con la viveza italiana
y con el tesón germánico.
Unirá en tu noble pecho
con maravilloso lazo
magnanimidad y astucia,
y con arte soberano
te ha de hacer galán fogoso
y gentil enamorado.
Tal ejemplar y arquetipo
voy hace tiempo buscando;
si con él doy algún día,
don Microcosmos le llamo.
Fausto
¿Quién soy, pues, si esa corona
de la Humanidad no alcanzo,
esa perfección, que enciende
mis ansias?
Mefistófeles
Al fin y al cabo,
eres quien eres. Encúmbrate
sobre coturnos o zancos,
y con pelucón disforme
ciñe y abulta los cascos,
¿quién serás? El mismo que eres,
ni más gordo ni más flaco.
p. 137Fausto
¡Ay!, acumulé el tesoro
de la humana ciencia en vano:
cuando en mi interior penetro,
allí nuevas fuerzas no hallo;
ni me acerco al Infinito,
ni una línea me levanto.
Mefistófeles
Miras las cosas de un modo
vulgar; hay que ser más cauto,
y antes que vuelen los goces,
discretamente apurarlos.
¿Es tuya, di, tu cabeza?
¿Tuyos son tus pies y manos?
Pues del mismo modo es tuyo
lo que te sirve de algo.
Si tienes seis buenos potros,
y los unces a tu carro,
en vez de tener dos piernas,
¿cuántas tienes? Veinticuatro.
Basta de filosofías;
lánzate conmigo al campo:
quien se devana los sesos
me parece el pobre jaco,
que por negro maleficio
está en un yermo trotando,
sin ver que en torno se extienden
frescos y sabrosos pastos.
Fausto
¿Cuándo partimos?
p. 138Mefistófeles
Al punto.
De este calabozo huyamos.
¿Qué haces en él? Aburrirte
y aburrir a los muchachos.
Deja ese oficio indigesto
al vecino don Gaznápiro;
no te afanes en la trilla
de paja en la que no hay grano.
Lo poco bueno que aprendes
no te atreves a enseñárselo
a tus discípulos. Uno
te espera. ¿No oyes sus pasos
en el corredor?
Fausto
No puedo
recibirle.
Mefistófeles
Luengo rato
aguarda: si no le admites,
corre el pobre buen bromazo.
Déjame el gorro y la bata;
(Se los pone.)
me sientan como pintados.
En mi agudeza confía;
quince minutos reclamo.
Tú, para el famoso viaje,
prepárate mientras tanto.
(Vase Fausto.)
p. 139Mefistófeles, envuelto en la larga vestidura de Fausto
Razón y saber desdeña,
las dos alas que te han dado;
deja que en sus obras vanas
de ilusiones y de encantos
te afirme y envuelva el suave
Espíritu del engaño;
y así, Doctor, serás mío,
sin condiciones ni obstáculos.
Dio el sino a su mente indócil
impulso desenfrenado,
y ese escape, no es posible
detenerlo ni pararlo.
Sobre los terrenos goces
salta aturdido, y lo arrastro
de mediocridad insípida
por los derroteros áridos.
Luchará con sus afanes
cuerpo a cuerpo y brazo a brazo;
los manjares tentadores
escaparán de su labio,
y en balde misericordia
pedirá, porque ese fatuo
se ha de hundir de todos modos,
aunque no se entregue al Diablo.
ENTRA UN ESTUDIANTE
Estudiante
Ha poco que estoy aquí,
y ansío conocer al hombre
p. 140eminente, cuyo nombre
con elogio siempre oí.
Mefistófeles
Sois galante. En mí veréis
un hombre a todos igual.
¿Maestro hubisteis?
Estudiante
No tal,
y si serlo vos queréis...
Tengo voluntad no escasa,
juventud, algún dinero;
mi madre –¡siempre hay un pero!–
quería tenerme en casa;
mas tras la ciencia, señor,
todos mis anhelos van.
Mefistófeles
Para lograr vuestro afán
no hallarais sitio mejor.
Estudiante
¡Ay! Lejos de él encontrarme
quisiera, si hablamos francos:
a estas aulas y estos bancos
nunca podré acostumbrarme.
En este oscuro rincón
no se ven cielo ni verde;
y aquí el pobre alumno pierde
el sentido y la razón.
p. 141
Mefistófeles
El hábito hará que os cuadre
lo que amargo al pronto ha sido.
El niño recién nacido
huye el pecho de su madre;
luego con vivo placer
halla en él grato sustento:
habréis tal contentamiento
en las ubres del saber.
Estudiante
En ellas nutrirme ansío:
¿cómo hacerlo?
p. 142Mefistófeles
Meditad,
primero, a qué facultad
se inclina vuestro albedrío.
Estudiante
En saber mi afán se encierra:
asimilarme querría
Natura y Filosofía,
cuanto abarcan cielo y tierra.
Mefistófeles
Para alcanzar esa palma
estáis en buenos senderos:
procurad no distraeros.
Estudiante
Pondré en ello toda el alma.
Bástame una concesión:
tener, los festivos días,
unas cuantas horas mías
en la florida estación.
Mefistófeles
El tiempo es un torbellino
que huyendo va sin cesar;
mas se puede adelantar
mucho con orden y tino.
Estudiad primeramente
un curso preparador
de Lógica: es la mejor
disciplina de la mente.
p. 143Ajustados borceguís
ella os calza, y con su ayuda
ligero la senda ruda
del pensamiento seguís,
sin perder la dirección
yendo de atrás adelante,
como la ráfaga errante
de la inquieta exhalación.
Después de esto, en repetidas
lecciones dificultosas,
aprenderéis que las cosas
más fáciles y sabidas,
cual comer o respirar,
con minucioso interés
por uno, por dos y tres
se tienen que analizar.
El telar del pensamiento
es como el del tejedor:
hilos de vario color
pone un golpe en movimiento;
viene y va la lanzadera
con extraña rapidez,
y se ejecuta a la vez
la combinación entera.
El sabio, lleno de sí,
llega, y en lección no breve
prueba que es y que ser debe
necesariamente así.
Esto, primero; después
eso, segundo, va en pos;
y a seguida de los dos
viene, en fin, lo que hace tres.
Y os demostrará profundo,
p. 144con raciocinio severo,
que no puede haber tercero
sin primero y sin segundo.
Esto, a fuerza de atender,
el alumno lo comprende;
lo que con esto no aprende
el alumno es a tejer.
Si quiere el docto estudiar
algo viviente, animado,
su alma, su espíritu a un lado
aparta, en primer lugar;
y cuando al fin sujetó
sus elementos a examen,
solo le falta el ligamen
que inmaterial los unió.
La química a ese poder
Naturæ encheiresin llama,
y sin quererlo proclama
la nada de su saber.
Estudiante
Ni una palabra comprendo.
Mefistófeles
Ya lo veréis de otro modo.
Clasificándolo todo,
ordenando y dividiendo,
vencerlo podréis al fin.
Estudiante
Mientras tanto, pierdo el tino.
Una rueda de molino
da vueltas en mi magín.
p. 145Mefistófeles
Luego, en segundo lugar,
debéis, con ansia afanosa,
la profunda y provechosa
Metafísica estudiar.
Esa ciencia omnipotente,
que a la razón pone el sello,
nos habla de todo aquello
que no alcanza nuestra mente;
y si queda aún más oscuro,
no temáis, porque al instante
con un nombre rimbombante
os sacará del apuro.
Quieren tenaces porfías
esos estudios. Tendréis
cuatro o cinco, o quizás seis
lecciones todos los días.
Al toque de la campana
vendréis, exacto y cumplido,
con el cuaderno aprendido,
de buena o de mala gana;
y aunque diga el libro tanto
como el profesor en clase,
escribid, cual si os dictase
el mismo Espíritu Santo.
Estudiante
Ya sé que es de gran provecho.
Escolar que con congojas
emborrona muchas hojas,
vuelve a casa satisfecho.
p. 146Mefistófeles
Pero elegir facultad
debéis.
Estudiante
La Jurisprudencia
no excita mi preferencia.
Mefistófeles
No me sorprende, en verdad.
Conozco esa ciencia ruin.
Las leyes, cambiando nombres,
sucédense entre los hombres
como epidemia sin fin;
y en su curso desigual
cambian: la razón más fuerte
en sinrazón se convierte;
acá es bien lo que allí es mal.
Hijo del hombre, ¡ay de ti!
De aquel derecho sagrado
que contigo se ha engendrado,
no se acuerda nadie aquí.
Estudiante
¡Feliz quien por vos se guía!
Al escucharos, más crece
mi prevención. ¿Qué os parece?
¿Estudiaré Teología?
Mefistófeles
Quisiera con hábil tino
aconsejaros. En esa
p. 147ciencia es difícil empresa
seguir siempre el buen camino.
Aunque estudiéis con afán,
de distinguir no halláis medio
la ponzoña y el remedio,
que en ella mezclados van;
y así juzgo lo mejor
tener tan solo presente
un texto, y seguir fielmente
las máximas del autor.
Ateneos, sin temer,
a las palabras, y abierta
veréis la más fácil puerta
en el templo del saber.
Estudiante
Mi inexperiencia confieso:
una idea hallar creí
en cada palabra.
Mefistófeles
¡Oh, sí!..
Mas no os apuréis por eso.
A lo mejor del pensar
falta la idea en mal hora,
y una palabra sonora
llena muy bien su lugar.
Con palabras cada día
doctamente discutís;
con palabras erigís
la más hermosa teoría.
A las palabras fe humilde
prestad: es tal su valer
p. 148que no les podéis poner
ni quitar punto ni tilde.
Estudiante
Perdonad, si a otro terreno
voy, y del presente salgo:
¿no me podéis decir algo
de la ciencia de Galeno?
Tres años bien poco son,
y hay largo trecho que andar;
pero es un gran auxiliar
vuestra docta dirección.
Mefistófeles (para sí.)
Con tal gravedad le hablo
que me aburro yo a mí mismo:
¡basta ya de dogmatismo!
Vuelvo a mi papel de diablo.
(En voz alta.)
¡Medicina! ¡Luminar
digno del mayor respeto!
¡Gran ciencia!... Mas su secreto
fácil es de penetrar,
y en un momento os lo explico.
Escuchadme. Con profundo
sentido escrutad el mundo
de lo grande y de lo chico.
Y analizados los dos
doctamente, dejad que ande
lo chico, y también lo grande,
como lo dispuso Dios.
Os lo diré, aunque os asombre:
cavilar es necedad;
p. 149la ocasión aprovechad,
pues la ocasión hace al hombre.
Sois bien formado y galán,
emprendedor y dispuesto;
fiad en vos mismo, y presto
todos en vos confiarán.
De la mujer, sobre todo,
ocupaos: sus lamentos,
sus ayes, sus aspavientos,
todos se curan de un modo.
Buscad término prudente
entre el respeto y la audacia
y con esa diplomacia
es vuestra la hermosa cliente.
Título habéis de tener
que os inicie en su favor,
probando que es superior
a todos vuestro saber;
y ya podéis intentar
sabrosas galanterías,
que otros, tras largas porfías,
no se atreven ni a soñar.
Sin temor a sus enojos,
cuando la pulséis, resuelto
oprimid el brazo esbelto,
flechándole bien los ojos;
y sin mengua de su honor,
palpad, con mano ligera
si a la mórbida cadera
le molesta el ceñidor.
Estudiante
Eso lo entiende el más romo:
p. 150¡promete la facultad!
Al menos con claridad
se comprende el qué y el cómo.
Mefistófeles
La ciencia es árida: en vano
con su sombra nos convida;
pero el árbol de la vida
siempre está verde y lozano.
Estudiante
¡Paréceme todo un sueño!
¿Podré, en otras ocasiones,
vuestras útiles lecciones
aprovechar?
Mefistófeles
Sois muy dueño.
Estudiante
Cuéstame esfuerzo partir,
y completarais mis glorias
si en mi libro de memorias
quisierais algo escribir.
(Mefistófeles escribe en el libro de memorias del Estudiante, y se lo devuelve.)
Estudiante, leyendo
Eritis sicut Deus, scientes bonum et malum.
(Cierra el libro respetuosamente y se retira.)
Mefistófeles
Busca, del saber en pos,
p. 151lo que la Sierpe ofrecía:
ha de pesarte algún día
tu similitud con Dios.
ENTRA FAUSTO
Fausto
¿Dónde vamos?
Mefistófeles
Me es igual.
Si no te parece mal,
visitarás, con mi ayuda,
ahora a la gente menuda,
después a la principal.
Provecho hallarás y agrado
en el curso inesperado.
Fausto
Para hacerlo más fecundo,
aunque soy hombre barbado,
fáltame una cosa, mundo.
Corto soy como el que más;
siempre me juzgué y me vi
pequeño entre los demás.
Mefistófeles
Si tienes confianza en ti,
pronto paso te abrirás.
Fausto
¡En marcha! ¡Manos a la obra!
p. 152Pero, coche no has traído,
ni caballos...
Mefistófeles
¡Qué zozobra!...
Basta este manto extendido
para nuestra empresa, y sobra.
Con tal de que para el viaje
no traigas mucho equipaje,
un soplo de aire caliente
preparo, y está corriente
el fantástico carruaje.
Si en el coche volador
pesamos poco, mejor;
más presto haremos la vía.
Ya por la audaz correría
te felicito, Doctor.
p. 153
REUNIÓN DE ALEGRES CAMARADAS
Frosch
¿No hay quién beba? ¿No hay quién ría?
Yo os haré cambiar la mueca.
¿Quién en paja húmeda trueca
vuestra inflamable alegría?
Brander
¡Tuya es la culpa, pardiez!
Haz alguna señalada
tontería o marranada.
Frosch
Ahí las tienes, a la vez.
(Le vierte un vaso de vino en la cabeza.)
p. 154Brander
¡Puerco!
Frosch
Quisístelo así.
Siebel
¡Basta ya! ¡Fuera gritones!
¡Preparad bien los pulmones,
y en coro! ¡Seguidme a mí!
(Tararea estrepitosamente)
Altmayer
¡La casa se viene abajo!
¡El tímpano estalla y zumba!
Siebel
Si la bóveda retumba,
señal de que es bueno el bajo.
Frosch
Cierto. ¡Afuera el que no esté
conforme!... ¡Ya va!... Esto es serio.
(Canta)
«El Sacro Romano Imperio,
¿cómo se mantiene en pie?»
Brander
¡Qué canción! ¡Solemne y crítica!
¡Política, en conclusión!
Empalagosa canción
es toda canción política.
p. 155Bendice a Dios soberano
cada día, al levantarte,
por no tener que ocuparte
del Sacro Imperio Romano.
Por mí, tengo a mucho honor
y a gran ventura no ser
Chambelán ni Canciller,
Príncipe ni Emperador.
Mas si os interesa tanto
tener caudillo notorio,
formemos el Consistorio
y elijamos Padre Santo.
Ya sabéis que la elección,
hasta a quien no la merece,
dignifica y engrandece.
Altmayer
¡A otra cosa! ¡Otra canción!
Frosch, canta
Ve de rama en rama,
ruiseñor de abril,
saluda a mi dama,
ruiseñor gentil.
Siebel
¿A tu dama? ¡Ja, ja, ja!
¡Buenos saludos son esos!...
Frosch
¡Saludo, abrazos y besos!
Nadie me lo impedirá.
p. 156(Canta.)
Ten la puerta abierta,
niña de mi amor;
la noche su velo
tiende protector.
Cierra bien la puerta,
ciérrala bien ya;
la aurora en el cielo
despuntando está.
Siebel
Requiébrala a tu placer:
al freír será el reír;
lo que me hizo a mí sufrir,
a ti te hará padecer.
Dele el diablo en galardón
un extravagante enano,
que con ella, mano a mano,
se deleite en un rincón;
y con burlescos reproches,
al volver del aquelarre,
un chivo me los agarre
y les dé las buenas noches.
Pero un mancebo jovial,
un mozo de carne y hueso,
robusto y gallardo, es eso
mucho honor para hembra tal.
¿Saludos? ¡De buena gana
y con excelentes modos!...
Frosch
¿Cómo?
p. 157Siebel
Rompiéndole todos
los vidrios de la ventana.
Brander, golpeando la mesa
¡Caballeros, atención!
Es preciso ser galantes,
y pues hay muchos amantes
en aquesta reunión,
voy a seguir yo también
la costumbre establecida,
dándoles, por despedida,
algo que les sepa bien.
Será un cantar a la moda,
muy gracioso y muy sencillo:
repetid el estribillo
con el alma y la voz toda.
(Canta.)
En la despensa una rata
logró el hocico meter;
de jamón, manteca y nata
hartábase a su placer.
Como Lutero, echó panza,
viviendo allí sin afán.
La cocinera en venganza
diole un día solimán.
Al momento saltó fuera
con frenético furor,
cual si la pobre tuviera
dentro del cuerpo al Amor.
p. 158El Coro, con gran algazara
Cual si la pobre tuviera
dentro del cuerpo al Amor.
Brander, continuando la canción
Salta y brinca, sale y entra,
corre de acá para allá,
y en todo cazo que encuentra
a beber sedienta va.
Todo lo muerde, desgarra
y rompe, fuera de sí,
y ni el diente ni la garra
mitigan su frenesí;
hasta que la angustia fiera
vence y postra su vigor,
cual si la pobre tuviera
dentro del cuerpo al Amor.
Coro
Cual si la pobre tuviera
dentro del cuerpo al Amor.
Brander
Salvación del cielo impetra,
corre y corre sin cesar;
en la cocina penetra
y se arroja en el hogar.
Entre ascuas y llamaradas
halla sepultura en él,
mientras ríe a carcajadas
la envenenadora cruel.
Exhaló de esa manera
p. 159el postrimer estertor,
cual si la pobre tuviera
dentro del cuerpo al Amor.
Coro
Cual si la pobre tuviera
dentro del cuerpo al Amor.
Siebel
¡Cómo ríen, en sus glorias,
con la canción insensata!
¡Emponzoñar a una rata!...
¡Qué interesantes historias!
Brander
¡Panzudo sentimental!
Se apiada, y bien sé por qué:
porque su retrato ve
en el hinchado animal.
ENTRAN FAUSTO Y MEFISTÓFELES
Mefistófeles
Entre gente divertida
he de llevarte, ante todo,
y verás tú de qué modo
goza esa gente la vida.
Para ella el tiempo mejor
en continua fiesta pasa,
pues es, si en ingenio escasa,
riquísima en buen humor;
y contenta con su suerte,
gira en un círculo estrecho,
p. 160cual gato que satisfecho
con su cola se divierte.
Mientras dura la salud,
mientras el patrón le fía,
come el pan de cada día
sin cuidados ni inquietud.
Brander
Forasteros son, mirad,
dícenlo porte y semblante;
parece que en este instante
arriben a la ciudad.
Frosch
Es tu sospecha fundada;
hijos son de otro país.
Es, en pequeño, un París
Leipzig; por eso me agrada.
Siebel
¿Quiénes serán? No imagino...
Frosch
Dejadme: tan fácilmente
cual se arranca a un niño un diente,
con este vaso de vino
sonsacaré quiénes son.
Por sus modos altaneros
parécenme caballeros
de elevada condición.
p. 161
p. 163Brander
Charlatanes de lugar
son quizás.
Altmayer
Pudiera...
Frosch
¡Calla!
Comienzo da la batalla.
¡Oh, los voy a anonadar!
Mefistófeles, a Fausto
Es gente que tanto sabe,
esta gente de que te hablo,
que no ve llegar al diablo,
aunque la garra le clave.
Fausto
¡Caballeros, guárdeos Dios!
Siebel
¡Él guarde a Vuesa Mercé!
(En voz baja, mirando de reojo a Mefistófeles.)
¿Por qué arrastrará este el pie?
Mefistófeles
¿Habrá sitio para dos?
No intentaré aquí pedir
buen vino, que no se cría;
mas la buena compañía
puede esa falta suplir.
p. 164Altmayer
Parecéis hombre corrido.
Frosch
Sin duda venís de lejos,
y en casa de Juan Conejos
habréis cenado y dormido.
Mefistófeles
Ayer pasamos de largo;
pero en casos diferentes
de expresar a sus parientes
su afecto, nos dio el encargo.
(Saludando a Frosch.)
Altmayer, en voz baja
¡Qué pez! ¿Te ha clavado?
Frosch
¿A mí?
Deja que revancha tome.
Mefistófeles
Buenas voces pareciome
oír al llegar aquí.
¡Lugar propio para el canto!
Debe retumbar sonoro
bajo esta bóveda el coro.
Frosch
¿Sois filarmónico?
p. 165Mefistófeles
Un tanto.
¡Afición, mucha afición!
Pero, escasa facultad...
Altmayer
Un romance, pues, cantad.
Mefistófeles
Uno, y ciento, y un millón.
Siebel
Basta uno, de nuevos lances.
Mefistófeles
Venimos, precisamente,
de España, patria excelente
del buen vino y los romances.
(Canta.)
«Era un gran rey, y tenía
una pulga...»
Frosch
¡Voto a Cristo!
¡Una pulga!... No se ha visto
más gustosa compañía.
p. 166Mefistófeles, cantando
Era un gran rey y tenía
una pulga colosal;
más que al propio hijo quería
al estupendo animal.
Llama al sastre de la corte,
viene el artífice fiel;
mándale que al punto corte
un traje para el doncel.
Brander
¡Oh sastre, pon atención!
Mide exacta cada pieza,
y si estimas la cabeza,
que no haga un pliegue el calzón.
Mefistófeles, cantando
Cubierto de seda y oro
va, de los pies al testuz,
y para mayor decoro,
lleva al pecho una gran cruz.
Primer ministro es nombrado
por su insigne protector;
sus parientes, a su lado,
gozan el regio favor.
A los grandes y las bellas
todo es picar y morder;
ya la Reina y sus doncellas
no se pueden contener.
Mas calla y se mortifica
toda la gente de pro:
p. 167nosotros, si alguien nos pica,
cruje la uña, y se acabó.
Todos, en coro y vociferando
Nosotros, si alguien nos pica,
cruje la uña, y se acabó.
Frosch
¡Bravo! ¡Soberbio!
Siebel
Acabad
con las pulgas.
Brander
¡Mucho tino
al cogerlas!
Altmayer
¡Viva el vino!
¡Y viva la libertad!
Mefistófeles
Por la libertad brindara
si mejor el vino fuera.
Siebel
¿Malo el vino?... ¡Afuera!
Frosch
¡Afuera!
p. 168Mefistófeles
Si el patrón no se enojara,
os diera a probar el mío.
Siebel
No se ofende el hostelero.
Frosch
Aceptamos todos; pero
que corra abundante el río.
Si es el vino bueno o ruin
conócelo el paladar
repitiendo sin cesar
los tragos.
Altmayer, en voz baja
Serán del Rin.
Mefistófeles
Dadme un taladro.
Brander
¿Qué hacéis?
¿Acaso tenéis aquí
los toneles?
Altmayer
Ved allí
herramientas, si queréis.
p. 169Mefistófeles, tomando el taladro que le da Frosch
Está bien: a voluntad
pedid, y seréis servido.
Frosch
Pues qué, ¿tenéis gran surtido?
Mefistófeles
Cuanto os plazca demandad.
Altmayer, a Frosch
Ya te relames el labio.
Frosch
Venga Rin; para escoger
un buen vino, no hay que hacer
al suelo natal agravio.
Mefistófeles, haciendo un agujero con el taladro en el borde de la mesa, a la parte que está sentado Frosch
Dadme cera, y un tapón
haremos; dádmela al punto.
Altmayer
Entendido está el asunto:
es prestidigitación.
Mefistófeles, a Brander
¿Y vos? ¿Qué queréis?
p. 170Brander
Yo quiero
Champaña, y con mucha espuma.
(Mefistófeles taladra. Uno de los camaradas hace los tapones y tapa los agujeros.)
Brander
No puede, el que más presuma,
prescindir de lo extranjero.
Lo bueno, siempre lo es;
y aunque el germano odie al galo,
no por eso encuentra malo
el rico vino francés.
Siebel
Bueno para mí no le hay
cuando a vinagrillo sabe:
dadme vino dulce y suave.
Mefistófeles
Voy a serviros Tockay.
Altmayer
¡Caballeros, poco a poco!
Mirémonos frente a frente,
nadie aquí burlas consiente.
Mefistófeles
Ni las intenta tampoco
con personas de tal pro.
Decid, sin temor, los seis
qué vinos beber queréis.
p. 171Altmayer
¡De todos, y se acabó!
(Después que están hechos y tapados todos los agujeros.)
Mefistófeles, con ademanes estrambóticos
Produce la cepa racimos sin cuento,
y cuernos a pares el bravo cabrón.
Es néctar el vino, y es leño el sarmiento;
¿por qué de esa tabla no salta al momento
el jugo que aliento
le da al corazón?
En el regazo profundo
de la Natura y del Mundo
con fe los ojos clavad;
y la mayor maravilla,
cual la cosa más sencilla,
emprended y ejecutad.
Ahora, abrid, y sin temor
bebed.
(Quitan los tapones y cada cual recibe en el vaso el vino que pidió.)
Todos
¡Manantial sagrado!
¡Fuente divina!
Mefistófeles
¡Cuidado!
¡No se derrame el licor!
Todos, bebiendo y cantando
¡Bebamos, bebamos de todos los vinos!
¡Bebamos cual beben quinientos cochinos!
p. 172Mefistófeles
¡Ya es libre y feliz mi gente!
Mira: en sus glorias está.
Fausto
Vámonos: cánsome ya.
Mefistófeles
Dos minutos solamente,
y verás la estupidez
en su cumbre y su cenit.
Siebel
(Bebe sin precaución; el vino cae al suelo y brota una llama.)
¡Socorro!... ¡Fuego! ¡Acudid!
¡Infierno es esto!
Mefistófeles
Esta vez
solo fue chispa ligera
del purgatorio sombrío.
Rojo fuego, amigo mío,
basta ya; tu ardor modera.
Siebel
¿Qué es lo que ha pasado aquí?
Nos burló: ¿por quién nos toma?
Frosch
No repetiréis la broma.
p. 173Altmayer
Echémosle.
Todos
¡Echarle! Sí.
Siebel
¿Piensa hacer este bergante
su hocúspoco engañador?
Mefistófeles
¡Calle el borracho hablador!
Siebel
¡Calle el zafio nigromante!
Brander
Comenzó el chubasco ya.
Altmayer
(Quita uno de los tapones de la mesa, sale un chorro de fuego, y le quema.)
¡Me abraso!
Siebel
¡Maligno influjo!
¡Firme con él; es un brujo!
Frosch
¡Dadle: condenado está!
(Toman los cuchillos y acometen a Mefistófeles.)
p. 174Mefistófeles, con grave ademán
Venid, Apariencias; venid, y engañosas
trocad a sus ojos lugares y cosas.
(Los camaradas detiénense asombrados, mirándose unos a otros.)
Altmayer
¡Qué campos tan pintorescos!
Frosch
¿Es verdad o es ilusión?
¡Cuán verdes las viñas son!
Siebel
Y los racimos ¡cuán frescos!
Brander
Al pie de un árbol lozano
crece esta vid opulenta;
mirad las uvas que ostenta
al alcance de la mano.
(Coge a Siebel por la nariz. Los demás cogen también las narices de sus compañeros, y levantan los cuchillos.)
Mefistófeles, como antes
Error, a sus ojos arranca la venda,
y palpen, corridos, la burla tremenda.
(Desaparece con Fausto. Los camaradas sueltan presa.)
Siebel
¿Qué es esto?
p. 175Altmayer
¿Qué?
Frosch
¡Tu nariz!
Brander, a Siebel
La tuya en mis manos tiento.
¡Ja, ja!
Altmayer
Molido me siento
de los pies a la cerviz.
No puedo más: ¡una silla!
Frosch
Pero ¿qué ha pasado aquí?
Siebel
¿Dó estás, bribón? ¡Ay de ti,
si te atrapa esta cuadrilla!
¿Dónde estás?
Altmayer
Largose.
Siebel
¿Cómo?
Altmayer
Caballero en un tonel.
Por allá escapó. Tras él
p. 176voy... ¡Mas los pies son de plomo!
(Apoyándose en la mesa.)
¡Oh manantial, si aún corrieras!
Siebel
Fue apariencia y fantasía.
Frosch
Tal vez; pero yo bebía,
fuese de burlas o veras.
Brander
¿Y dónde están los racimos?
Siebel
¿Qué sé yo?
Altmayer
¡Dirán después
que edad de milagros no es
esta edad en que vivimos!
p. 177
En un fogón muy bajo hay una gran olla al fuego. En el humo que se eleva hacia el techo vense varias imágenes. Una Mona, sentada junto al fogón, espuma la olla. El Mico y la cría se calientan al fuego. El techo y las paredes están cubiertos de estrambóticos utensilios de La Bruja.
FAUSTO y MEFISTÓFELES
Fausto
Apéstame toda aquesta
brujería extravagante.
¿Me darás salud y vida
con tan sucios cachivaches?
¡Pedir consejo a una vieja!
¡Pretender que en un santiamen
nos quite veinte o treinta años
con sus menjurjes y enjuagues!...
p. 178Pierdo ya toda esperanza,
si otro remedio no sabes:
¿no dan elixir más puro
o Naturaleza o Arte?
Mefistófeles
¡Otra vez racionalmente
hablas!... Medios naturales
hay de prolongar la vida;
pero... están en libro aparte,
y es, a fe, el que trata de ellos
capítulo interesante.
Fausto
¿Puedo saberlos?
Mefistófeles
No exigen
oro, filtros ni jarabes.
Ve al campo, y con fuerte pico
sus duras entrañas abre;
encierra en círculo estrecho
tus pensamientos y afanes;
entre las dóciles bestias
vive sobrio, y no repares
en abonar por ti mismo
surcos que han de alimentarte,
y a la edad octogenaria
llegarán tus mocedades.
Fausto
El pico, para mi diestra,
sería peso muy grave.
p. 179Hecho no estoy a esa vida,
ni conviene a mi carácter.
Mefistófeles
¡Recurre, pues, a la Bruja!...
Fausto
¿Y por qué a esa vieja infame
precisamente? ¿No puedes
aderezar tú el brebaje?
Mefistófeles
¡Bravo pasatiempo fuera!
Haría cien puentes antes.
Ciencia y práctica no bastan;
cachaza es indispensable.
Al misterioso fermento
su virtud los años danle,
y en esa extraña mixtura
todo son dificultades.
El Diablo dio la receta;
pero aplicarla no sabe.
(Reparando en los Monos.)
Mira, ¡qué hermosa familia!
Esta es la dueña; ese el paje.
(A los animales.)
¿Adónde fue la señora?
Los Monos
A comer y solazarse:
tomó, por la chimenea,
el camino de los aires.
p. 180Mefistófeles
¿Tarda mucho en esos vuelos?
El Mico
Lo que tardo en calentarme
las patas.
Mefistófeles
¿Qué te parece
la pareja?
Fausto
¡Insoportable!
Mefistófeles
A mí me deleita mucho
su coloquio extravagante.
(A los Monos.)
¿Para quién, pinches malditos,
preparáis ese brebaje?
Los Monos
Esta es la sopa del pobre.
Mefistófeles
No faltarán comensales.
El Mico, acercándose a Mefistófeles y acariciándolo
Echa los dados: quiero
ser rico pronto.
Por falta de dinero
llámanme tonto.
p. 181¡Venga un millón!
En teniendo yo el Din,
daranme el Don.
Mefistófeles
¡Cuán feliz este sería
jugando a la lotería!
(Los Monos de cría se han apoderado de una bola grande y juegan con ella haciéndola rodar.)
El Mico
Este mundo es una bola,
que da vueltas sin cesar,
y en continua batahola
tendrá al fin que reventar.
Es vistosa y deslumbrante;
mucha luz, mucho esplendor;
mas, cual redoma brillante,
hueco y vano el interior.
Apartad, hijos: si os pilla
debajo, os aplastará.
Es de deleznable arcilla,
y mil añicos se hará.
Mefistófeles
Di: ¿qué criba es aquella?
El Mico, cogiéndola
Si eres ladrón,
conoceré con ella
tu condición.
(Corre a la Mona, y la hace mirar por la criba.)
Mira al bellaco,
p. 182y dime, mala pécora,
si es algún caco.
Mefistófeles, acercándose al fuego
¿Y este cazo tan sucio?...
El Mico y la Mona
¡Cuán majadero!
Ya no se acuerda, el rucio,
de este puchero.
Mefistófeles
¡Vaya unos dichos!
¡Qué inciviles y toscos
son estos bichos!
El Mico
Toma la escobilla,
toma el escobón,
y en aquesta silla
siéntate, bribón.
(Obliga a Mefistófeles a sentarse.)
Fausto
(que mientras hablaban así, estaba contemplando un espejo, acercándose unas veces y alejándose otras.)
¿Qué miro, Dios soberano?
¿Cuál es esa pura imagen,
que en aquel mágico espejo
aparece tan brillante?
p. 183Para volar a su lado,
dulce amor, tus alas dame.
¡Ay!, me acerco y entre nubes
va escondiéndose y borrándose...
¡Mujer no vi más perfecta
ni más seductora!... ¿Cabe
tanto hechizo en ser humano,
o es su encanto incomparable
imaginario trasunto
de las celestes beldades?
¿Puede encontrarse en la tierra
hermosura semejante?
p. 184Mefistófeles
¿Por qué no? Si un Dios estuvo
seis días, dale que dale,
y al final de la semana
vio su obra, y dijo: «Me place»,
¿es extraño que saliera
algo de bueno o pasable?
Devórala con los ojos;
por hoy, mírala bien, sáciate:
ya te buscaré una joya,
una beldad semejante:
¡dichoso aquel que a su casa
como esposa la llevase!
(Fausto continúa contemplando el espejo embebecido. Mefistófeles, reclinándose en el sillón y jugando con la escobilla, prosigue así:)
Cual monarca en regio trono
aquí puedo arrellanarme;
cetro empuña ya mi diestra;
corona tan solo fáltame.
Los Micos
(que han estado haciendo toda clase de movimientos y contorsiones, llevan una corona a Mefistófeles, chillando.)
Pues sois tan amable, tan bueno, Señor,
ceñid la corona con sangre y sudor.
(Dan saltos desgarbados con la corona; la rompen en dos trozos, rodando y danzando con ellos.)
Es cosa resuelta: ya somos los amos;
y vemos y oímos y versificamos.
p. 185Fausto, mirando al espejo
¡Pobre de mí! La cabeza
se me va. Las sienes me arden.
Mefistófeles, señalando a los animales
Yo no puedo más: los cascos
parece que se me abren.
Los Micos
Si el verso atinamos, verás que al momento
el metro y la rima serán pensamiento.
Fausto, como antes
Partiré: mi pecho estalla.
Mefistófeles
¡Cuán grotescos animales!
Pero confesar es justo
que son excelentes vates.
(La olla que la Mona ha descuidado, comienza a desbordar, y se levanta una llamarada, que sube a la chimenea. La Bruja aparece entre las llamas, dando gritos espantosos.)
La Bruja
¡Hola! ¡Canalla impura!
¡Raza maldita!
¿Así tuvisteis cura
de la marmita?
Saltó la llama,
p. 186¡y a mí, a mí me chamusca,
que soy el ama!
(Viendo a Fausto y Mefistófeles.)
¿Quién es el atrevido
que está allá abajo?
¿Por dónde habéis venido?
¿Quién aquí os trajo?
Sobre los cuernos
tomad las llamaradas
de los infiernos.
(Mete el cucharón en la olla, y derrama fuego vivo sobre Fausto, Mefistófeles y los animales. Estos aúllan.)
Mefistófeles
(dando golpes a diestro y siniestro, sobre los cazos y botijos, con el escobón que tiene en la mano.)
¡Bravo, bruja ramera!
¡Siga la broma!
¡Caigan olla y caldera,
cazo y redoma!
Yo no hago más
que seguir la cadencia
de tu compás.
(La Bruja retrocede colérica y asustada.)
¿No sabes quién soy, arpía?
Marimacho, ¿no lo sabes?
No sé quién tiene mis manos
porque no te despedacen,
y contigo a esos horribles
macacos u orangutanes.
¿Es que ya no reconoces
mi jubón color de sangre?
p. 187¿Es que la pluma de gallo
nada significa y vale?
Con faz descubierta vine:
¿no basta? ¿Habré de nombrarme?
La Bruja
¡Ah, gran Señor!, el saludo
poco grato perdonadme.
No vi la pata de cabra,
ni los dos cuernos...
Mefistófeles
¡Bien! Pase
por esta vez. Es lo cierto
que no vine a visitarte
en mucho tiempo. El progreso,
que todo lo pule y lame,
llegó hasta el Diablo. Aquel monstruo
del septentrión, presentable
no está ya. Garras y cuernos
modas son de otras edades;
y si es la pata de cabra
requisito indispensable,
hay también, para ocultarla,
remedio barato y fácil:
pantorrillas gasto al uso
como otros muchos galanes.
La Bruja, bailando
De gozo las carnes temblándome están:
¡ha honrado mi casa monseñor Satán!
p. 188Mefistófeles
¡Calla, vestiglo! Te vedo
que de ese modo me llames.
La Bruja
¿Por qué? Di.
Mefistófeles
Porque ese nombre
figura ya en todas partes
entre mitos. No por eso
mejores son los mortales;
faltó el Malo, mas no esperes
que jamás los malos falten.
Llámame, si a bien lo tomas,
Señor Barón. Mi linaje
es muy noble, y aquí tienes
el blasón, si lo dudares.
(Hace un ademán licencioso.)
La Bruja, riendo a carcajadas
¡Os conozco! Siempre fuisteis
licenciado en malas artes.
Mefistófeles, a Fausto
Aprende tú: así se trata
a estas brujas.
La Bruja
¿Y qué os place
pedirme?
p. 189Mefistófeles
No más un vaso
de tu elixir. Pero, dame
del más añejo. Su fuerza
dobla el tiempo.
La Bruja
Guardo aparte
una redoma, y con ella
acostumbro regalarme.
Probadlo, señor, vos mismo:
ni está rancio, ni mal sabe.
(Aparte a Mefistófeles.)
Mas, si lo bebe el amigo,
sin estar dispuesto de antes,
dentro de una hora revienta.
Mefistófeles
No temas; es un compadre
y le hará bien. Las mejores
de tus drogas has de darle.
Traza tu círculo mágico,
di las misteriosas frases,
y sírvele, sin recelo,
una taza del brebaje.
(La Bruja, haciendo ademanes estrambóticos, traza un círculo en el suelo, y coloca en él varios objetos raros; mientras tanto, los vasos suenan y las ollas también, haciendo una especie de música. Toma después la Bruja un grueso librote, pone dentro del círculo a los Micos, que le sirven de pupitre para el libro, y le sostienen las luces. Hace seña a Fausto de que se acerque.)
p. 190Fausto a Mefistófeles
¿De qué sirve todo aquesto?
Estos gestos y ademanes,
estos bichos, estas farsas,
todo es viejo y repugnante.
Mefistófeles
Tómalo a risa y chacota.
¿Por qué has de formalizarte?
Para que surta la pócima
todos sus efectos, hace
la Bruja, como buen médico,
las pantomimas de su arte.
(Hace entrar a Fausto en el círculo.)
La Bruja
(Lee en el libro, declamando con mucho énfasis.)
El uno truecas en diez,
con la mayor sencillez;
restas el dos y el tres luego,
y ya vas ganando el juego;
sumas el cuatro al instante;
das un brinco,
y divides lo restante
por el cinco;
el seis, en un periquete,
queda convertido en siete;
pero va el ocho delante,
y trocando el nueve en uno,
queda el diez hecho ninguno.
Y esta es la peregrina
cábala de la Madre Celestina.
p. 191Fausto
Delirar le hizo la fiebre
quizás.
Mefistófeles
No es que ella desbarre:
así reza el libro; todas
sus páginas son iguales.
Bien me quebré la cabeza
estudiándolo; fue en balde:
para discretos y tontos
lo absurdo es impenetrable.
El sistema es viejo y nuevo;
hubo en todas las edades
quien, haciendo de tres uno
y uno de tres, diera pase,
como misterios sublimes,
a solemnes necedades.
¿Quién adelgaza las mientes
discutiéndolas? Más vale
creerlo que averiguarlo;
pues pocos dudan, o nadie,
que se encierra un pensamiento
debajo de cada frase.
La Bruja
La Verdad caprichosa
va fugitiva;
para aquel que la acosa
siempre es esquiva.
Desnuda y bella,
p. 192entrégase al que nunca
pensara en ella.
Fausto
¿Qué despropósitos habla?
La cabeza se me parte,
como si tuviera en ella
toda una casa de orates.
Mefistófeles
¡Basta, inspirada Sibila!
Sirve el mejunje al instante,
y hasta el borde llena el vaso.
Los efectos no te alarmen:
hecho está ya el camarada
a esos tragos y estos lances.
(La Bruja, con muchos aspavientos, vierte la pócima en la taza, y cuando la lleva Fausto a los labios, enciéndese una ligera llama en el líquido.)
Bebe, y sentirás al punto
el corazón transformarse.
¿Temes al fuego, teniendo
al demonio de tu parte?
(La Bruja rompe el círculo; Fausto sale de él.)
Ahora, ¡en marcha!
La Bruja
¡Y buen provecho!
Mefistófeles
Si en algo puedo ayudarte,
me tendrás en la Walpurga
para aquello que me mandes.
p. 193
La Bruja
Una canción he de daros;
si alguna vez la cantareis,
probaréis, al punto mismo,
sus efectos singulares.
Mefistófeles, a Fausto
Tú, ven, y sigue mis pasos.
Útil es, indispensable
que transpires: así, el filtro
por dentro y fuera se esparce.
Después, en noble indolencia
haré que ocioso descanses,
y en tan sabrosa molicie,
verás, sin otros afanes,
cuál las ansias de Cupido
brotarán por todas partes.
p. 194Fausto
Déjame aún que en ese espejo
los ávidos ojos clave...
De mujer hermosa y pura
nunca vi mejor imagen.
Mefistófeles
Ven, y brillará a tu vista,
vivo, fresco y palpitante,
el acabado modelo
de las humanas beldades.
(Aparte.)
Con ese trago en el vientre,
con esa fiebre en la sangre,
Elena será a sus ojos
la primera mujer que halle.
p. 195
FAUSTO Y MARGARITA, pasando
Fausto
Hermosa señorita, bondadosa,
¿aceptaréis mi brazo y compañía?
Margarita
Ni señorita soy, ni soy hermosa,
y sé ir a casa sin sostén ni guía.
(Se suelta y se va.)
p. 196Fausto
Es preciosa, ¡vive Cristo!,
esa doncella. En mi vida
hermosura más cumplida
ni más recatada he visto.
Y hay algo de incitador
en esa faz candorosa...
¡Labios de encendida rosa!
¡Frescas mejillas en flor!
Bajó los ojos, y enojos
tales causaron al alma,
que me tiene ya sin calma
aquel bajar de sus ojos.
Con su réplica vivaz,
con su gracioso desdén,
a cualquier hombre de bien
ha de robarle la paz.
(Entra Mefistófeles.)
Fausto
Oye: ¿ves esa doncella?
Procúramela al instante.
p. 197
Mefistófeles
¿Cuál dices?
Fausto
La que delante
de ti caminaba.
p. 199Mefistófeles
¿Aquella?
Ha un momento que le ha dado
el cura la absolución:
escuché su confesión,
detrás de ella agazapado.
¡Nada! ¡Escrúpulos monjiles!
No tengo en ella poder.
Fausto
¿Cómo no, siendo mujer
y contando quince abriles?
Mefistófeles
Presumes como Don Juan.
Imaginas que las flores
más brillantes y mejores
para ti son y serán;
que todo a tu devaneo
cederá del mejor modo:
mas no sale, amigo, todo
a medida del deseo.
Fausto
Señor Maestro, no arguyo;
mas te digo, sin reproche,
que es ella mía esta noche,
o dejo yo de ser tuyo.
Mefistófeles
¿Cómo lograrlo? ¡Estás loco!
Necesito, en conclusión,
p. 200para atisbar la ocasión
quince días, y aún es poco.
Fausto
¡Quince días! ¿Con quién hablo?
Si uno tuviera por mío,
para lograr lo que ansío
no necesitara al diablo.
Mefistófeles
¡Más no dijera un francés!
Contén tus ansias veloces:
andar de prisa en los goces
estrategia inhábil es.
Si alcanzar quieres la gloria
de los placeres más vivos,
con luengos preparativos
apréstate a la victoria;
y con tenaz frenesí,
cual dice un cuento italiano,
construya tu propia mano
tu amoroso maniquí.
Fausto
Sin el socorro de ese arte
ardiendo está mi deseo.
Mefistófeles
Basta, pues, de tiroteo;
dejemos bromas aparte;
y entiende que en esta lid
contra tan débil criatura,
p. 201no es la audacia quien procura
el triunfo, sino el ardid.
Fausto
Por fuerza, pues, o artificio,
si no todo el bien que imploro,
dame algo de ese tesoro
que me ha trastornado el juicio.
Dame su humilde collar,
dame su ajustada liga,
algo con lo cual consiga
mi ardiente fiebre calmar.
Mefistófeles
Ya tu impaciencia comparto,
y para darte consuelo,
voy a llevarte en un vuelo...
Fausto
¿Adónde?
Mefistófeles
A su propio cuarto.
Fausto
¿Veré a mi beldad divina?
¿Mía será?
Mefistófeles
¡Poco a poco!
Está, si no me equivoco,
en casa de una vecina;
pero, en dulce bienandanza
p. 202respirando allí su ambiente,
podrás soñar ya presente
cuanto anheló tu esperanza.
Fausto
Vamos.
Mefistófeles
Es pronto quizá...
Fausto
Tráeme, pues, para mi bella,
un regalo, digno de ella.
(Vase.)
Mefistófeles
¡Un regalo! Triunfará.
Conozco más de un rincón
donde hay tesoros sin cuento:
voy a hacer en un momento
la visita de inspección.
(Vase.)
p. 203
UN CUARTITO MUY ASEADO
Margarita, trenzando sus cabellos
El deseo ya me abrasa
de conocer al galán:
por su porte y ademán
parece de buena casa.
Eso no se oculta, no:
en el rostro va estampado.
p. 204Y no fuera tan osado,
a no ser hombre de pro.
(Vase.)
MEFISTÓFELES, FAUSTO
Mefistófeles
Entra despacio.
Fausto, después de una pausa
Deseo
estar solo.
Mefistófeles, escudriñando el cuarto
Para ser
aposento de mujer,
hay en él bastante aseo.
(Vase.)
Fausto, mirando alrededor
Grata penumbra, que con tenue velo
el templo del amor cubres sombría,
infunde al corazón el vivo anhelo
que la esperanza del placer rocía.
De dicha y paz purísima fragancia
respiro aquí con inefable gozo.
En esta desnudez ¡cuánta abundancia!
¡Cuánta ventura en este calabozo!
(Déjase caer en el sillón de cuero, que está al lado de la cama.)
Recíbeme en tu seno, trono santo,
do el anciano reinó, gozoso o triste.
¡Ah! ¡Cuántos niños, con alegre encanto,
por tus robustos brazos trepar viste!
p. 205Aquí tal vez, agradecida al cielo,
la que mi dueño es hoy, niña inocente,
la enjuta mano del caduco abuelo
vino a besar con labio floreciente.
Aquí respiro, hermosa, el que te alienta
genio de orden, trabajo y armonía,
cuya materna voz, que oyes atenta,
te dicta tu deber de cada día.
Él te enseña a extender el blanco lino
sobre la mesa del frugal banquete,
y a tu mano, que rige mi destino,
da el estropajo humilde por juguete.
¡Mano querida! Cual de Dios la diestra,
eres creadora, y el que audaz contemplo
mísero hogar, de lobreguez siniestra,
trocar supiste en luminoso templo.
(Separa una cortina del lecho.)
¡Qué celestial transporte me extasía!
¡Cuál late ansioso el pecho conmovido!
¡Cuán feliz en tu seno olvidaría
el volar de las horas, dulce nido!
Aquí en sueños de amor, Naturaleza,
modelaste esa angélica criatura;
aquí, cuando a latir el pecho empieza,
la niña descansó cándida y pura.
Aquí, la actividad viva y sagrada,
porque a mi afán su perfección conteste,
completó esa hermosura consumada,
que imagen es de la beldad celeste.
¿Y tú, qué buscas, qué ansías, alma mía?
Goce interior inunda el pecho exhausto...
¿Por qué tiemblo, y mi mente se extravía?
¡Te desconozco, desdichado Fausto!
p. 206Mi ser penetra enervadora calma:
buscaba el choque del placer violento,
¡y en dulces sueños se evapora el alma!
¿Juguete somos del fugaz momento?
¡Ay! Si aquí apareciese, pura y bella,
la pobre niña que burlar ansías,
¡cuán pequeño, Don Juan, turbado ante ella,
a sus pies mudo y trémulo caerías!
Mefistófeles
Viene: huyamos al instante.
Fausto
¡Huyamos! No volveré.
Mefistófeles
Esta cajita encontré;
mírala: pesa bastante.
Dejémosla en este armario,
y por quien soy te aseguro
que producirá el conjuro
el efecto necesario.
Baratijas son el don,
para obtener otras luego:
el juego, al fin, siempre es juego,
y las niñas, niñas son.
Fausto
No me atrevo...
Mefistófeles
¡Belcebú
te confunda! ¿Que la engaño
p. 207piensas, o quieres, tacaño,
quedarte las joyas tú?
Renuncia, pues, al placer
con que tu ilusión halagas,
y de este modo no me hagas
tiempo y trabajo perder.
Mas no da tu gentileza
en extremos tan villanos.
Por mí, lávome las manos
y me rasco la cabeza.
(Pone el estuche en el armario y rueda la llave.)
Ahora, salgamos de aquí.
Conviene ver si la niña
por sí misma se encariña
y se enamora de ti.
¡Vamos! ¡Pronto! Va a llegar...
Pareces, tan grave y serio,
que hayas vuelto al ministerio
de tu cátedra escolar,
y que en su negro ropón
envuelta, pálida y tísica,
esté Doña Metafísica
dictándote la lección.
Ven.
(Vanse.)
Margarita, con una luz en la mano
¡Qué calor! ¡Qué bochorno!
Abriré.
(Abriendo la ventana.)
Me parecía
que la noche estaba fría,
y esto abrasa como un horno.
p. 208Mas ¿qué tengo? ¿Qué me pasa?
Siento un hondo escalofrío...
¡Quisiera que ya, Dios mío,
mi madre estuviera en casa!
¡Ay! La angustia me sofoca;
inquieta, turbada estoy.
¡Bah! ¡Cuán aprensiva soy!
¡Cuán aprensiva y cuán loca!
(Comienza a desnudarse y a cantar.)
Hubo en Thule un rey amante,
que a su amada fue constante,
hasta el día que murió;
ella, en el último instante,
su copa de oro le dio.
El buen rey, desde aquel día,
solo en la copa bebía,
fiel al recuerdo tenaz,
y al beber humedecía
una lágrima su faz.
Llegó el momento postrero,
y al hijo su reino entero
cediole, como era ley:
solo negó al heredero
la copa el constante rey.
En la torre que el mar besa,
por orden del rey expresa
–tan próximo ve su fin–
la Corte en la regia mesa
gozó el último festín.
El postrer sorbo el anciano
moribundo soberano
apuró sin vacilar,
p. 209y con enérgica mano
arrojó la copa al mar.
Con mirada de agonía,
la copa que al mar caía,
fijo y ávido, siguió;
vio como el mar la sorbía,
y los párpados cerró.
(Abre el armario para guardar los vestidos, y ve el estuche.)
¿Quién ha puesto en el armario
este cofrecillo? Abierta
no he dejado yo la puerta...
¡Vaya! ¡Es lance extraordinario!
¿Qué contendrá? No lo sé;
a mi madre alguien lo dio
quizás en prenda. ¡Si yo
pudiera abrir!... Probaré.
Cuelga aquí una llave de oro
de una cintita de seda...
¿Me atrevo?... Entra bien; ya rueda;
ya está abierto. ¡Qué tesoro!
¡Joyas son!... Riqueza igual
no vi: lucirlas podría
en el más solemne día
la dama más principal.
Turbada, aturdida estoy:
¿quién será su dueño, quién?
Veré si me sienta bien
el collar.
(Poniéndoselo al espejo.)
¡Otra ya soy!
Si, a lo menos, fueran míos
los zarcillos... Porque es cosa
bien pobre un rostro de rosa
p. 210sin ajenos atavíos.
De juventud y beldad
los hombres ya no hacen caso;
si te echan flores al paso,
es por lástima y piedad.
¿Para qué ser bella quieres?
Hoy solo existe un tesoro,
y ese tesoro es el oro:
¡el oro!... ¡Pobres mujeres!
p. 211
FAUSTO, pensativo,
yendo y
viniendo. MEFISTÓFELES se dirige a él.
Mefistófeles
¡Por las llamas del Averno!...
¡Por las burlas del amor!...
Si algo hay más malo, por ello
quiero jurar, ¡voto a bríos!
Fausto
¿Qué tienes? ¿Qué te acongoja?
¿Has perdido la razón?
Un gesto como ese gesto
no vi nunca.
Mefistófeles
Tal estoy,
que me diera hoy mismo al Diablo,
si el Diablo no fuese yo.
Fausto
¿Qué te pasa?
p. 212Mefistófeles
¿Qué me pasa?
El petardo más atroz...
El regalo de tu niña
un cura me lo birló.
Apenas lo vio la madre,
entrole pasmo y temblor:
tiene el olfato muy fino
la buena sierva de Dios;
escudriñándolo todo
anda, con ojo avizor,
para indagar si las cosas
santas o profanas son,
y que no era don divino
el presente adivinó.
«Bienes mal ganados, dijo,
corrompen el corazón:
llevemos, hija, estas joyas
a la Madre del Señor,
para conseguir la gracia
por su santa intercesión.»
La pobre Margaritica
torció el gesto y observó
que a caballo dado..., y luego
un hombre sin religión
no ha de ser quien tan amable
se presenta. Al confesor
llama la madre, y el lance
le cuentan entre las dos.
Todo jubiloso el cura
exclama: «Tenéis razón:
quien renuncia humanos bienes,
p. 213otros logra de más pro.
La Iglesia tiene buen vientre:
ella acepta cualquier don;
y a veces reinos enteros,
por mayor gloria de Dios,
tragó, sin sentir por ende
empacho ni indigestión.
Solo a la Iglesia, señora,
tal privilegio se dio.»
Fausto
Los reyes y los judíos
gozan de igual distinción.
Mefistófeles
Y así, diciendo y haciendo,
con la frescura mayor,
el cura, collar, zarcillos
y sortijas se embolsó;
y cual si fueran un cesto
de nueces, sin más adiós
ni más gracias, me las deja,
dándoles la bendición.
Fausto
¿Y Margarita?
Mefistófeles
Mohína,
recelosa, y... ¿qué sé yo?
¡Si ella misma no comprende
lo que pasa en su interior!
Pero asegurarte puedo
p. 214que, dándose cuenta o no,
piensa mucho en el obsequio
y en el fino obsequiador.
Fausto
¡Pobre niña! Sus congojas
me llegan al corazón.
Venga otro estuche, que al cabo
no era aquel de gran valor.
Mefistófeles
Para Vuestra Señoría
baratijas todo son...
Fausto
Haz lo que te digo, y toma
el consejo que te doy:
aplícate a la vecina.
A diablo predicador
no te metas. ¿Faltan joyas?
Tráelas, pues.
Mefistófeles
Por ellas voy.
(Fausto se va.)
Capaz sería este loco,
por divertir a su amor,
de hacer fuegos de artificio
con estrellas, luna y sol.
p. 215
Marta, sola
¡Dios perdone a mi marido!
¡Cuán mal conmigo se porta!
Ir siempre de Zeca en Meca,
dejándome pobre y sola...
Y jamás le di motivo:
Dios sabe cuán cariñosa
he sido con él. (Llorando.) Acaso
habrá muerto: ¡qué congoja!
¡Provista hallárame, al menos,
de su partida mortuoria!
Margarita, entrando
Señora Marta...
p. 216Marta
¿Qué quieres,
Margarita?
Margarita
Se me doblan
las rodillas. ¡Otro hallazgo
en mi armario! Una preciosa
cajita de ébano, y dentro
las más espléndidas joyas.
¡Un gran tesoro! No pueden
comparárseles las otras.
Marta
¡No lo digas a tu madre;
no las lleve a la parroquia!
Margarita
¡Mirad, cómo resplandecen!
Marta
Ven aquí; ¡mujer dichosa!
(Le pone las joyas.)
Margarita
¡Qué lástima no lucirlas
en la calle a cualquier hora,
o en la iglesia!...
Marta
Ven a verme,
y ante el espejo, a tus solas,
p. 217te engalanas y deleitas.
Luego, ocasiones de sobra
vendrán, en que poco a poco
vayas sacándolas todas.
Hoy la cadena; mañana
los zarcillos... Si lo nota
tu madre, nada más fácil
que inventar cualquier historia.
Margarita
¿De qué mano estos presentes
provendrán? ¡Es sospechosa!...
(Llaman a la puerta.)
¡Cielos! ¡Si fuera mi madre!...
Marta, apartando la cortina y mirando
Es un hidalgo: persona
desconocida... ¡Adelante!
Mefistófeles, entrando
Perdonad: sin ceremonia
me presento. Mi propósito
es hablar con la señora
Marta Espadilla.
Marta
¿En qué puedo
serviros? Yo soy.
Mefistófeles
La honra
me basta, de conoceros.
p. 218Volveré: tenéis ahora
visita de alto copete.
Vendré a la tarde.
Marta
Te toma
por una dama, ¡Dios santo!
¿Lo escuchaste?
Margarita
La lisonja
agradezco. Soy doncella
humilde y pobre. Estas joyas
no son mías.
Mefistófeles
¡Oh, no es eso!
El ademán, la imperiosa
mirada... Mucho me place
el encuentro.
Marta
¿Qué ocasiona
vuestra visita?
Mefistófeles
Quisiera
nuevas más satisfactorias
comunicaros, y os ruego
que no estalle vuestra cólera
sobre el portador. Ha muerto
vuestro esposo, y por mi boca
os saluda.
p. 219Marta
¡Mi marido
ha muerto! ¡Misericordia!
¡Pobre de mí!... Yo fallezco...
Margarita
No os entreguéis a esa loca
desesperación...
Mefistófeles
Oídme,
si queréis saber la historia.
Margarita
Por estos trances, quisiera
no amar nunca. ¿Quién soporta
tal pérdida?
Mefistófeles
Todo tiene
compensación. Sin zozobras
no hay placeres.
Marta
Referidme,
señor, sus últimas horas.
Mefistófeles
En Padua, junto a la iglesia
de San Antonio famosa,
p. 220en terreno bendecido,
el eterno sueño goza.
Marta
¿Y os dio para mí?
Mefistófeles
Un encargo
importante: su memoria
habéis de honrar, consagrándole
trescientas misas. Mi bolsa,
por lo demás, está huera.
Marta
¿Qué decís? ¿Ni una bicoca
por recuerdo? ¿Ni un humilde
joyel, que para su esposa
el ganapán más ingrato
guarda en sus pobres alforjas,
aunque haya de pasar hambre
y haya de pedir limosna?
Mefistófeles
Señora, lo siento mucho;
mas debo decir, en honra
del difunto, que el dinero
no derrochó. Con devota
contrición lloró sus culpas
y su suerte poco próspera.
Margarita
¡Desdichado! Más de un requiem
le prometo.
p. 221Mefistófeles
¡Encantadora
muchacha! ¡Y esos abriles
están ya pidiendo bodas!
Margarita
Es pronto.
Mefistófeles
Si aún no marido,
cortejo. ¡Qué mayor gloria
que ser posesor y dueño
de un tesoro de tal monta!
Margarita
Cortejos no se acostumbran
en esta tierra.
Mefistófeles
Y ¿qué importa?
Nada más fácil...
Marta
El hilo
seguid de la infausta crónica.
Mefistófeles
Vi expirar al triste enfermo.
No era su cama mortuoria
de estiércol; mas sí de paja
podrida, sucia y hedionda.
Pero ejemplar, cristianísimo,
p. 222fue su tránsito. «¡Aún es floja
la penitencia!, exclamaba.
¡Me abomino! ¡Me abochornan
mis culpas! ¡Mujer, oficio
dejar!... ¡Cuánto me trastorna
esa idea!... ¡Si supiese
que ella, al menos, me perdona!»
Marta
¡Ya le perdoné!
Mefistófeles
Y seguía:
«Aun cuando culpa, y no poca,
ella tuvo.»
Marta
Mintió en eso.
¡A los bordes de la fosa
tal calumnia!...
Mefistófeles
El pobrecillo
deliraba, pues: «¡Cuán pronta
huyó la paz!, exclamaba:
¡qué vida!, ¡qué batahola!
Darle cada año un infante;
buscar, para tantas bocas,
después el pan, el pan, digo,
en su acepción llana y propia;
y jamás comer tranquilo
mi porción.»
p. 223Marta
¿Y de su esposa
olvidó así la ternura,
la constancia, las congojas?...
Mefistófeles
¡Oh, no! Guardaba en el fondo
del alma vuestra memoria.
«Cuando partí, me decía,
de Malta, oración ansiosa
recé por ella y mis hijos:
la oyó Dios, y nuestra flota
a una galera otomana
dio caza al punto; apresola:
tesoros para el Gran Turco
llevaba. Diose a la tropa
la recompensa debida,
y mi parte no fue corta.»
Marta
¿Dónde están esas riquezas?
Quizá las guardó recónditas...
Mefistófeles
¿Quién sabe, quién sabe adónde
las llevaron a estas horas
los cuatro vientos?... En Nápoles
prendose de su persona
una gentil damisela,
y pruebas diole tan hondas
de fino amor, que el pobrete
hasta la muerte sintiolas.
p. 224Marta
¡Ladrón de sus propios hijos!
¿No pudieron la deshonra
ni la miseria apartarle
de esa vida ignominiosa?
Mefistófeles
Pero, al fin, murió. ¡Si fuera
yo su viuda!... Negras tocas
un año, y después en busca
de otros goces y otras glorias.
Marta
Otro como mi primero
no hallaré. Cabeza loca,
pero ¡un corazón!... Más falta
no tenía, ni más sobras,
que gustar sobradamente
del vino, el juego y las mozas.
Mefistófeles
Menos malo, si gozabais
libertad para las tornas.
A trocar estoy dispuesto,
si ese trato os acomoda,
nuestro anillo.
Marta
El buen hidalgo
es dado a chanzas y bromas.
p. 225Mefistófeles (aparte.)
¡Paso atrás! Al mismo diablo
tal vez la palabra coja
la viuda.
(Dirigiéndose a Margarita.)
¿Qué tal se encuentra
el corazoncito, hermosa?
Margarita
No os comprendo.
Mefistófeles
(Aparte.) ¡Qué inocencia!
El cielo os guarde. (Despidiéndose.)
Margarita
Él os oiga.
Marta
Escuchad: ¿fuera posible
lograr documento en forma,
que acredite cuándo el pobre
murió y en dónde reposa?
Gústame tener en orden
mis asuntos y mis cosas...
Si publicase su muerte
la Gaceta...
Mefistófeles
Lo que otorgan
y declaran dos testigos,
verdad, que no admite contra,
p. 226siempre ha sido. Un camarada
va conmigo, que la historia
conoce, y dará fe de ella.
Lo traeré.
Marta
Venga en buen hora.
Mefistófeles
¿También estará la niña?
Mozo es de rango y de nota;
ha corrido mucho, y sabe
tratar a las damas.
Margarita
Toda
turbada estaré.
Mefistófeles
¿Turbada?
¡Ni ante el mayor rey de Europa!
Marta
A la tarde os aguardamos.
Estaremos a la sombra
del jardín, tras de la casa.
Mefistófeles
Hasta la tarde, señora.
p. 227
FAUSTO, MEFISTÓFELES
Fausto
¿Cómo va? ¿Qué adelantamos?
Mefistófeles
¡Te abrasa ya la impaciencia!
Margarita será tuya
pronto. Esta tarde has de verla
en casa de una vecina,
tal que mejor no se encuentra
para el papel honrosísimo
de buscona y de tercera.
Fausto
¡Muy bien! ¡Soberbio!
Mefistófeles
Pero algo
me piden en recompensa.
p. 228Fausto
Amor con amor se paga.
Mefistófeles
Hay que dar en toda regla
jurídico testimonio
de que allá, en Padua la bella,
al cuerpo de su marido
echaron sagrada tierra.
Fausto
Bien: emprendamos el viaje.
Mefistófeles
¡Oh simplicitas! ¿Quién piensa
cosa tal? Sin más pesquisas,
atestigua cuanto quieran.
Fausto
Si otro plan mejor no tienes,
aquí dio fin nuestra empresa.
Mefistófeles
¡Oh santo varón! ¡Oh insigne
virtud! ¿Será la primera
y última vez que atestigües
en falso? Di: ¿no recuerdas
cuando con labio imperioso,
cuando con frente altanera,
de Dios, del hombre y el mundo,
del alma y la inteligencia,
dabas, a diestro y siniestro,
p. 229definiciones quiméricas?
¿Sabías tú más de aquello
que de las horas postreras
del buen señor de Espadilla,
que in sancta pace requiescat?
Fausto
¡Siempre embustero y sofista!...
Mefistófeles
Es que mi vista penetra
más hondo, y sé que mañana
irás, limpia la conciencia,
a seducir a la pobre
Margarita, y mil protestas
le harás de amor, de amor puro...
Fausto
¡Con toda el alma!
Mefistófeles
¿De veras?
Luego, con el alma toda,
le dirás que es tu primera
pasión, y con toda el alma
le prometerás perpetuas
fidelidad y constancia...
Fausto
¡Y le diré lo que sienta!
Cuando en mi ardiente deliquio,
cuando en mi dicha suprema,
para expresar mis afanes
p. 230frases mis labios no encuentran,
y cruzando el universo
revolviendo cielo y tierra,
de las palabras más nobles
mi frenesí se apodera,
y a la fiebre en que me abraso
la llamo infinita, eterna,
¿es eso ilusión diabólica?
¿Es mentira y apariencia?
Mefistófeles
Tengo, pues, razón.
Fausto
Escucha,
y déjame en paz la lengua.
A aquel que callar no quiere
darle la razón es fuerza...
Tu implacable taravilla
me cansa, aturde y marea:
¡tienes razón! Sobre todo,
porque he de hacer lo que quieras.
p. 231
MARGARITA del brazo de FAUSTO. MARTA con MEFISTÓFELES, paseando arriba y abajo
Margarita
Sois conmigo tan galán,
que abochornada os escucho.
Los que viajan y ven mucho,
buscan, allá donde van,
momentánea distracción;
pues poco, de otra manera,
interesaros pudiera
mi pobre conversación.
Fausto
Un acento de tus labios,
de tus ojos un destello,
valen más que todo aquello
que nos enseñan los sabios.
(Le besa la mano.)
p. 232Margarita
¿Qué hacéis? ¿Os dignáis besar
mano tan áspera y ruda?
Preciso es que a todo acuda
y trabaje sin cesar.
Mi madre es tan hacendosa
y exigente...
(Pasan.)
Marta
¿Y vais así,
siempre en movimiento?
Mefistófeles
Oh, sí:
la necesidad acosa,
urge el negocio; y a fe
que es triste, siempre intranquilo,
dejar más pronto el asilo
que más grato al alma fue.
Pero, el deber...
Marta
Mientras dura
la juventud divertida,
no es malo pasar la vida
yendo siempre a la ventura.
Mas los años breves son,
y al acercarse a la muerte
insoportable es la suerte
del infeliz solterón.
p. 233
p. 235Mefistófeles
Esa vejez, triste y fría,
miro con horror también.
Marta
Pues, señor, pensadlo bien,
hoy que es tiempo todavía.
(Pasan.)
Margarita
Quien marchó, pronto olvidó,
y aunque en vos así no fuera,
amigos tendréis doquiera
que sepan más que sé yo.
Fausto
¿Qué es el saber? ¡Vanidad!
¿Por qué, mereciendo tanto,
no aprecia su valor santo
la inocente ingenuidad?
La sencillez sin recelo
que goza el grato reposo:
este es el don más precioso
que nos puede dar el cielo.
Margarita
Pues, si os lleva lejos Dios,
pensad algún rato en mí:
¡yo tendré tantos aquí
para acordarme de vos!...
p. 236Fausto
¿Tan sola estás?...
Margarita
¿Qué he de hacer?
La labor nunca es escasa,
pues, aunque es chica la casa,
siempre hay algo a qué atender.
No queremos admitir
sirvienta, y hay que lavar
y coser y cocinar,
hay que entrar, hay que salir.
Mi madre, ¡es tan pulcra en todo,
tan exacta!... Y a fe mía,
si otra fuera, no tendría
que afanarse de ese modo.
Muchos gastan, bien lo advierto,
aunque a su estado no cuadre...
Hacienda nos dejó el padre,
nuestra casita y el huerto.
Y ahora no me quejo, no;
tengo un vivir sosegado:
mi único hermano es soldado,
y mi hermanita murió.
¡Mucho me hizo padecer!
Pero de nuevo por ella
pasara la angustia aquella:
¡tanto se hacía querer!
Fausto
Si era semejante a ti,
ángel del cielo sería.
p. 237Margarita
Cura de ella yo tenía,
y estaba loca por mí.
Nació –¡desgraciada suerte!–
después de morir el padre,
y estuvo entonces mi madre
a las puertas de la muerte.
Cuando, tras larga amargura,
pudo, al fin, dejar el lecho,
estaba exhausto su pecho
para la infeliz criatura.
Yo un día tras otro día,
sin detenerme por nada,
de agua y leche azucarada
la alimentaba y nutría.
Y de esa dulce manera,
contemplándome y sonriendo,
iba en mis brazos creciendo,
cual si mi propia hija fuera.
Fausto
Y entonces, di, ¿no es verdad?,
¿gozaste el más puro bien?
Margarita
Sí; pero había también
horas de amarga ansiedad.
Como estaba colocada
junto a mi cama su cuna,
no pasaba noche alguna
sin despertar azorada;
pues, apenas se movía,
p. 238para procurarle abrigo,
acostábala conmigo,
o en mis brazos la mecía.
Ora le daba alimento;
ora, con impulso blando,
paseábala cantando
por el oscuro aposento.
Y había que madrugar
a la mañana siguiente,
ir al mercado, a la fuente,
y afanarse sin cesar;
y así, no siempre, señor,
está el ánimo contento;
mas, con tanto movimiento,
se come y duerme mejor.
(Pasan.)
Marta
¡Pobres mujeres! Gastamos
en balde nuestras razones;
son para los solterones
inútiles los reclamos.
Mefistófeles
Solo una mujer cual vos
catequizarme podría.
Marta
¿Tenéis el alma aún vacía?
Sed franco, aquí entre los dos.
p. 239Mefistófeles
Dice un adagio profundo:
«Buen hogar y esposa honrada,
dicha es que no está pagada
con todo el oro del mundo.»
Marta
Digo si guardáis presente
algún recuerdo...
Mefistófeles
Hasta ahora
en todas partes, señora,
fui acogido cordialmente.
Marta
¿Nunca sentisteis arder
vuestro corazón herido?...
Mefistófeles
Siempre mal me ha parecido
el jugar con la mujer.
Marta
Inútil será que os hable...
No me explico.
Mefistófeles
O no os entiendo;
pero ya voy comprendiendo
que sois muy buena y amable.
(Pasan.)
p. 240Fausto
Apenas puse aquí el pie,
¿me reconociste, oh cielo?
Margarita
Los ojos, turbada, al suelo,
¿no visteis cómo bajé?
Fausto
Y dispensando osadías,
que amor inspira y dirige,
¿perdonas lo que te dije
cuando del templo salías?
Margarita
¡Corrida quedé y cortada!
Nunca estuve en caso igual:
de mí nadie piensa mal,
ni he sido en lenguas llevada.
¿Qué, decía, habrá encontrado
de provocador en mí,
para acercárseme así,
con tan libre desenfado?
¿Por quién me toma? ¿Qué piensa?
Gritaba así mi despecho;
pero algo había en mi pecho
que hablaba en vuestra defensa;
y entonces –sábelo Dios–
contra mí me revolvía,
al ver que, como debía,
no me indignaba con vos.
p. 241Fausto
¡Dulce amor!
Margarita
Voy a probar...
Permitid... (Coge una margarita.)
Fausto
¿Qué haces? ¿Un ramo?
Margarita
Es un juego.
Fausto
En él reclamo
mi parte.
Margarita
Os vais a burlar.
(Deshoja la flor pronunciando algunas palabras.)
Me quiere... (A media voz.)
Fausto
Mi anhelo calma.
Margarita
No me quiere; sí, no, sí...
Fausto
¿Qué dices?...
p. 242Margarita
Sí, no... ¡Ay de mí!
¡Me quiere!
(Arrancando la última hoja con sereno júbilo.)
Fausto
¡Con toda el alma!
Deja a una inocente flor
divino oráculo ser...
¡Te amo! ¿Sabes comprender
de esa palabra el valor?
(Asiendo sus dos manos.)
Margarita
Tiemblo...
Fausto
No tiembles, paloma,
no temas: estas miradas,
estas manos enlazadas,
te explican lo que otro idioma
no te pudiera explicar:
entregarse sin recelo,
y las delicias de un cielo
interminable gozar.
¡Interminable!... El mayor
suplicio su fin sería:
no temas, no, vida mía;
¡eterno será este amor!
(Margarita estrecha las manos de Fausto; después se desprende de él y huye. Él queda un instante pensativo, y luego echa a correr tras de ella.)
p. 243Marta
Anochece.
Mefistófeles
Os dejo en paz.
Marta
No os detengo, francamente,
porque, ¡ay, amigo!, ¡la gente
es aquí tan suspicaz!
No tiene otra ocupación
que ir atisbándolo todo,
y obréis de este o de otro modo,
hay chisme y murmuración.
Mefistófeles
¿Y la pareja?
Marta
Perdida
entre los árboles.
Mefistófeles
¡Bien!
¡Tierna es la dama!
Marta
¡Y también
el galán!
Mefistófeles
¡Esa es la vida!
p. 244
MARGARITA
entra de
un salto, se esconde detrás de la puerta y mira por la rendija, con un
dedo en los labios
Margarita
¡Ya viene!
Fausto, llegando
¿Piensas de mí
burlarte? ¡Toma!
(La besa.)
Margarita, abrazándole y devolviéndole el beso
¡El mejor
de los hombres! Es mi amor
tuyo todo...
(Mefistófeles llama a la puerta.)
Fausto
¿Quién va ahí?
p. 245Mefistófeles
Un amigo.
Fausto
¡Un animal!
Mefistófeles
Vengo a llamaros: ya es hora.
Fausto, a Margarita
¿Podré acompañarte ahora?...
Margarita
Mi madre... Parece mal.
¡Adiós, adiós!
Fausto
Si ha de ser,
¡adiós!
Marta
¡Adiós, que ya es tarde!
Mefistófeles
¡Guárdeos el cielo!
Marta
¡Él os guarde!
Margarita, a Fausto
Pronto nos hemos de ver.
(Vanse Fausto y Mefistófeles.)
p. 246Margarita
¡Gran Dios! ¿Qué dirá de mí?
En su presencia, turbada
me encuentro, y avergonzada;
y digo a todo que sí.
En esta pobre mujer,
sin talento y sin encanto,
un hombre que vale tanto
¿qué mérito pudo ver?
p. 247
Fausto, solo
Me has otorgado, Espíritu sublime,
todo cuanto pedí. No en vano has vuelto
a mí los ojos en tu ardiente llama.
Tú, la Naturaleza, el mundo entero
por imperio me das, y al alma mía
vigor para admirarlo y comprenderlo.
No en estéril asombro me extasío
ante sus maravillas: como el pecho
de un amigo, penetra mi pupila
sus profundos arcanos y misterios.
En prolongada tropa, ante mis ojos
p. 248haces tú desfilar, allá a lo lejos,
la viviente legión, y mis hermanos
en el bosque y el aire y el mar veo.
Y cuando airada la tormenta ruge,
destrozando los pinos gigantescos,
y la frondosa mole derrumbada
retumbar hace los lejanos ecos,
a la oculta caverna me conduces,
donde, solo, a mí mismo me contemplo,
y en mi propia conciencia miro absorto
mayores maravillas y portentos.
Brilla entonces purísima la luna,
endulzándolo todo, y de los negros
peñascos y del húmedo follaje
las sombras surgen de pasados tiempos,
templando el que fatídico me abruma
de la contemplación goce siniestro.
Mas nunca humana dicha fue completa:
para gozar este placer supremo,
que a los dioses me eleva y me aproxima,
me das, Genio fatal, un compañero
frío, impudente, que a mis propios ojos
me humilla y me envilece, y con un gesto
o una palabra tus celestes dones
destruye y anonada. Él en mi pecho
hizo brotar la hoguera abrasadora
de esta pasión, y vacilante y ebrio
voy del afán devorador al goce,
y otra vez en el goce ansío el deseo.
Mefistófeles, saliendo
¿Aún no te cansa esta vida?
¡Siempre igual! ¡Qué aburrimiento!
p. 249No es malo probarlo todo;
pero cambiando de objetos.
Fausto
¿No tienes otra faena
que turbar mis gratos sueños?
Mefistófeles
¿Quieres que te deje solo?
¡Bah! ¿Te creo o no te creo?
No perdiera yo gran cosa:
caprichoso, huraño, terco,
harto de tal camarada
quedara cualquiera presto,
pues lo que quiere o no quiere
nadie le saca del cuerpo.
Fausto
¡Está bien! ¡Tras aburrirme,
aún tendré que agradecértelo!
Mefistófeles
Y sin mí, pobre insensato,
sin mí, ¿qué te hubieras hecho?
Un nido de musarañas
tenías en el cerebro;
y si en tu auxilio no acudo
y tus ímpetus contengo,
lejos del globo terráqueo
estuvieras hace tiempo.
¿Por qué en estos peñascales
haciendo estás el mochuelo?
¿Por qué entre sucios guijarros,
p. 250entre céspedes mugrientos,
como los sapos, te arrastras,
que se nutren de ese cieno?
¡La diversión es brillante!
¡Delicioso el pasatiempo!
¡Infelice Fausto! ¡Aún tienes,
aún tienes al Doctor dentro!
Fausto
¡No sabes tú cómo el alma
cobra espíritu y aliento
en aquestas soledades!
Si pudieras comprenderlo,
eres demasiado diablo
para que, henchido de celos,
no me privaras al punto
del deleite que aquí siento.
Mefistófeles
¡Sobrenatural deleite!
¡Yacer en el dulce seno
de la maternal Natura,
tomando el aire y el fresco!
¡Tender ansioso los brazos
a la tierra y a los cielos,
y remontarnos ufanos,
y dioses quizás creernos!
¡Profundizar todo abismo
con vagos presentimientos,
hasta que, al fin, a este mundo
la médula le encontremos,
y la obra de los seis días
sintamos dentro del pecho!;
p. 251un no sé qué misterioso
gozar con altivo anhelo;
derramar el alma extática
sobre todo el universo,
en nuestro ser sofocando
el material elemento,
y ponerles fin entonces
a tan sublimados sueños
de tal manera y tal modo...
(Haciendo un gesto expresivo.)
¡que a decirlo no me atrevo!
Fausto
¡Calla!
Mefistófeles
Callo, si te ofende;
callo, y la moral respeto,
ya que a los castos oídos
es crimen decir aquello
que los corazones castos
están a gritos pidiendo.
Pues que te place engañarte
a ti propio, buen provecho:
no he de quitarte ese gusto,
que tampoco será eterno.
Por de pronto, ya te miro
aprisionado de nuevo,
y en torno tuyo, delirios
y terrores en acecho.
¡Y entre tanto, aquella niña
p. 252suspirando está y gimiendo,
con tu imagen venturosa
clavada en su pensamiento,
y tanto amor en el alma
que ya no cabe allí dentro!
Como las ondas copiosas
de los derretidos hielos,
inundó tu pasión loca
e hizo desbordar su pecho;
hoy el raudal –¡pobre amante!–
está agotado, está seco.
En vez de reinar adusto
en bosques, valles y cerros,
¿no fuera, señor, más propio
de un cumplido caballero
premiar de alguna manera
tan apasionado afecto?
¡Cuán largo, a la triste niña,
ha de antojársele el tiempo!
De bruces a la ventana
pasa las horas, y el vuelo
sigue de las pardas nubes
que cruzan el firmamento.
«¡Si fuera avecilla!» canta,
y esta canción repitiendo,
pasa las noches a medias
y los días por completo.
Unas veces triste y grave,
gozosa en otros momentos,
ya prorrumpe en largos lloros,
ya brilla el rostro sereno;
pero siempre, alegre o triste,
loca de amor la contemplo.
p. 253Fausto
¡Sierpe maldita!
Mefistófeles, aparte
Sí, sierpe
que ya se te enrosca al cuello.
Fausto
¡Calla, infame, y jamás nombres
a ese ser tan puro y tierno;
jamás su hechicera imagen,
cuando miras que enloquezco,
la presentes tentadora
al furor de mi deseo!
Mefistófeles
¿Y qué te importa? Entre tanto,
la hermosa de nuestro cuento
se imagina abandonada,
y casi lo está, en efecto.
Fausto
No lo está; cerca estoy de ella;
pero supón que esté lejos:
no por eso la abandono,
ni la olvido, ni la pierdo.
¡Si la amo con toda el alma!
¡Si envidio hasta el mismo cuerpo
del Señor, cuando la hostia
pasa entre sus labios trémulos!
p. 254Mefistófeles
¡Y yo también muchas veces
os envidio cuando os veo
en vuestro nido de rosas,
parejita de gemelos!
Fausto
¡Rufián! ¡Rufián!...
Mefistófeles
Me calumnias,
y la carcajada suelto.
¡Rufián!... El Dios que ha creado
a doncellas y mancebos,
consagró el ilustre oficio
de darles, con mil rodeos,
la circunstancia oportuna
y la ocasión y el momento.
¡Ea! ¡En marcha! ¿Por qué tiemblas?
Porque vas –¡destino adverso!–
a la cámara –¡oh desgracia!–
de tu amor –¡rayos y truenos!–
Fausto
¿Qué importa hallar en sus brazos
todas las glorias del cielo,
si su desdicha y flaqueza
estaré palpando en ellos?
p. 255Aunque yazga en su regazo,
¿dejaré de ser, por eso,
el errante peregrino,
el proscrito, el monstruo fiero,
el devastador torrente,
que valla y dique rompiendo,
de roca en roca, al abismo
corre a despeñarse ciego?
¿Y ella, la cándida niña
de dormidos pensamientos,
la que soñó en la montaña
una casita y un huerto,
y en aquel mundo inocente
encerró todo su anhelo?
¡Yo, loco y de Dios maldito,
desbaratando su ensueño,
sobre esa choza derrumbo
los peñascos gigantescos,
y sus castas alegrías
para siempre desvanezco!
¿Es que también reclamaba
esta víctima el Infierno?
Si es así, que acorte el Diablo
los angustiosos momentos.
Lo que ha de ser, sea pronto.
¡Caiga sobre mí su horrendo
destino, y juntos al hondo
abismo precipitémonos!
Mefistófeles
¡Qué calor! ¡Qué llamaradas!
Ven a consolarla, necio.
p. 256Porque luz no ven tus ojos,
¿piensas que todo está negro?
Te juzgué más endiablado.
¡Ánimo y atrevimiento!
¡Bien haya quien nunca ceja!
No hay en todo el universo
cosa más triste que un diablo
desesperado y perplejo.
p. 257
MARGARITA, sola, hilando al torno
Huyeron del alma
la dicha y la paz,
huyeron por siempre,
¡por siempre jamás!
La tumba contemplo
allí do él no está;
el mundo emponzoña
mi amargo penar.
p. 258Mi pobre cabeza
confúndese ya;
mis pobres sentidos
no pueden ya más.
Huyeron del alma
la dicha y la paz,
huyeron por siempre,
¡por siempre jamás!
Por él mis ventanas
abiertas están;
por él atravieso
cien veces mi umbral.
Su altiva presencia,
su noble ademán,
su tierna sonrisa,
su ardiente mirar,
su dulce palabra
de grato raudal,
su apretón de mano,
y sus besos, ¡ay!...
Huyeron del alma
la dicha y la paz,
huyeron por siempre,
¡por siempre jamás!
Al verle me oprime
terrible ansiedad,
y verle y tenerle
es mi único afán.
¡Y dándole besos,
a no poder más,
morir en sus brazos
de tanto besar!
p. 259
MARGARITA, FAUSTO
Margarita
Promete, Enrique, una cosa
decirme.
Fausto
Como en mí esté,
prometo.
Margarita
Cuál es tu fe,
es la duda que me acosa.
Tú tienes buen corazón,
tu conciencia es recta y pura;
pero, ¡ay, Dios!, se me figura
que te falta religión.
Fausto
Déjate de eso, querida;
te amo con el alma entera
p. 260y por ti –lo sabes– diera
toda la sangre y la vida.
No quiero el triste placer
de robar la fe y la calma
a nadie...
Margarita
Requiere el alma
algo más.
Fausto
¿Qué más?
Margarita
Creer.
Si valieran para ti
mis cariñosos acentos...
Tú los Santos Sacramentos
no veneras y honras.
Fausto
Sí.
Margarita
Mas sin ir de ellos en pos.
Ni te confiesas jamás,
ni a misa siquiera vas:
di, Enrique: ¿crees en Dios?
Fausto
¿Quién podrá decirte, quién,
«creo en Dios» con veraz labio?
Al sacerdote y al sabio
p. 261pregúntalo tú también.
Y hallarás en el tenor
de su estudiada respuesta,
una burla manifiesta
del audaz preguntador.
Margarita
¿A Dios niegas?...
Fausto
¡Poco a poco!
No lo niego, niña hermosa;
pero, dime, a Dios, ¿quién osa
nombrarle, sin estar loco?
¿Quién, a su conciencia fiel,
puede decir «en Dios creo?»
¿Quién, sin audaz devaneo,
dirá «yo no creo en Él»?
Si Dios todo lo creó,
si es quien lo mantiene todo,
¿no estamos, en cierto modo,
en Él Él mismo, tú y yo?
¿Ves el azul firmamento
doblar su bóveda? ¿Ves
cuál se extiende a nuestros pies
la tierra, firme en su asiento?
¿Ves las brillantes estrellas
cuál siguen eternamente
su carrera, en nuestra frente
vertiendo sus luces bellas?
¿Sientes mis ojos clavados
en tus ojos soñolientos,
y todos los elementos
p. 262en tu ser reconcentrados;
y en círculo halagador,
con misterio indefinible,
lo visible y lo invisible
girando a tu alrededor?
Pues bien: del alma afanosa
sacia el hidrópico anhelo
en ese raudal del cielo,
y cuando sientas, dichosa,
que se calma tu ansiedad
en deleite sin medida,
llámale ventura y vida
y amor y divinidad.
A ese bien, de ningún modo
hallo palabra adecuada:
el nombre no importa nada;
el sentimiento es el todo:
pues la palabra mejor
humo es, que empaña y altera,
cual pábilo de una hoguera,
su celestial resplandor.
Margarita
¡Hermoso lenguaje! Labras,
hablando así, mi ventura.
Eso mismo dice el cura,
aunque con otras palabras.
Fausto
Bajo la celeste esfera
cada corazón su fe
dice a su modo: ¿por qué
no he de hablar yo a mi manera?
p. 263Margarita
¡Ay! Cuando te escucho, en vano
se resiste mi razón;
pero, aún tengo una aprensión;
no eres tú muy buen cristiano.
Fausto
¡Dulce dueño!
Margarita
Y además
me disgusta en compañía
verte...
Fausto
¿De quién, alma mía?
Margarita
De ese con quien siempre vas.
Le odio con el alma entera:
en toda mi vida vi
rostro ni expresión que así
me impresionara y me hiriera.
Fausto
¡Pueriles recelos son!
Margarita
Con todos soy indulgente;
pero al ver ese hombre enfrente,
me da un vuelco el corazón.
Tan vivos como el placer
p. 264que me inspira tu presencia,
son el temor y la violencia
que al verle siento nacer.
Y una idea de otra en pos,
le juzgué infame y malvado:
si acaso le he calumniado,
que me lo perdone Dios.
Fausto
Toda especie de alimaña
ha de haber.
Margarita
No, no quisiera
servir yo de compañera
a un ser de esa raza extraña.
Cuando aquí los pasos guía
muestra, para darme enojos,
siempre el rencor en los ojos
y en los labios la ironía.
A cuanto pasa alredor
permanece indiferente,
y escrito lleva en su frente
que es su alma incapaz de amor.
¡A tu lado, gozo tanto!
Feliz, tranquila, contenta
estoy; mas, si él se presenta,
me siento morir de espanto.
Fausto
¡Ángel présago quizá!
p. 265Margarita
Y tal imperio en mí tiene
este horror, que cuando él viene
pienso que no te amo ya.
Ante él, sin que me lo explique,
rezar no sé, y me devora
angustia desgarradora.
¿No te pasa a ti eso, Enrique?
Fausto
Antipática manía
es tal temor...
Margarita
¡Oh, no!... Mas
ya es tarde. Me voy.
Fausto
¿Te vas?
¿Cuándo podré, vida mía,
una hora de dulce calma
disfrutar en tu regazo,
fundiendo en estrecho abrazo
el alma mía con tu alma?
Margarita
Dejaría, para ti,
si durmiera sola, abierta
la cerraja de mi puerta;
pero mi madre está allí,
y es muy ligero su sueño.
p. 266¡Ay! Si despierta y nos ve,
al suelo muerta caeré.
Fausto
No temas, celeste dueño.
Toma al punto este licor;
tres gotas en su bebida
pon, y quedará dormida
en letargo embriagador.
Margarita
Por tu amor me avengo a todo.
Mas dime primeramente
que este filtro es inocente...
Fausto
¿Te lo diera, de otro modo?
Margarita
¡Ay! Cuando me hablas así,
rendida a tu arbitrio quedo:
¿qué es lo que negarte puedo,
si tanto te concedí?
(Vase.)
ENTRA MEFISTÓFELES
Mefistófeles
¿Voló el pájaro?
Fausto
¿En acecho
estabas?
p. 267Mefistófeles
No; mas a fe
de Diablo, todo lo sé.
¡Doctor, buen sermón te han hecho!
¡Que aproveche la enseñanza!
La mujer quiere, y no en vano,
al hombre devoto y llano,
y según la antigua usanza.
«Así, dice, así se empieza,
y si este yugo consiente,
a otros, insensiblemente,
doblando irá la cabeza.»
Fausto
Monstruo, ¿no piensas, no ves,
que esa alma sencilla y casta,
llena de la fe entusiasta
que su amor y su bien es,
padece duelo profundo
al mirar, en su ilusión,
perdido sin remisión
a quien más ama en el mundo?
Mefistófeles
¡Galán sensible y feliz!
Fausto
¡Aborto de horrible escoria!
Mefistófeles
Una chiquilla –¡qué gloria!– te
lleva de la nariz.
p. 268¡Y es sagaz fisonomista!
Al verme, no sé qué siente;
pero vislumbró en mi frente
algo escondido a la vista,
y penetrando el abismo
de mi ser, comprendió presto
que soy un genio funesto,
o quizás el Diablo mismo.
Conque, esta noche... ¡Ya tarda!
Esta noche...
Fausto
¿Y qué te importa?
Mefistófeles
Tengo yo parte, y no es corta,
en la dicha que te aguarda.
p. 269
MARGARITA Y LUISA, con cántaros
Luisa
¿Nada has sabido de Bárbara,
Margarita?
Margarita
Nada sé.
Salgo tan poco...
Luisa
Sibila
me lo explicó todo bien.
p. 270Al fin y al cabo, burlada:
¡la orgullosa!...
Margarita
¿Puede ser?
Luisa
¡Vaya! Cuando come y bebe,
para ella sola ya no es.
Margarita
¡Dios!...
Luisa
Llevó su merecido:
¡si había de suceder!...
¿Te acuerdas? A todas horas
colgadita del doncel;
a paseo, al campo, al baile
de la plaza... sin perder
fiesta ni broma... Y obsequios,
golosinas... ¡Le está bien!
¡Tan pagada de bonita!
¡Tan vana!... Y a dos por tres
aceptando regalillos
la que afectaba desdén.
De este modo, ahora un halago
y una caricia después,
entre halagos y caricias
voló, al fin, su doncellez.
Margarita
¡Infeliz!
p. 271Luisa
¿La compadeces?
Recuerda, recuerda, pues,
cuando, aplicadas al torno,
una noche y otra y cien,
no nos dejaba la madre
poner en la calle el pie;
y en el banco de la puerta,
ella, a la sombra, con él,
miraba las largas horas
dulces y breves correr.
Pague aquellas alegrías,
y vistiendo su merced
el sayal de penitente,
díganos el yo pequé.
Margarita
Mas, se casará con ella...
Luisa
Tonto fuera... ¡y es un pez!
Aire encuentra en todas partes
un pajarraco como él,
y ya voló.
Margarita
¡Es una infamia!
Luisa
Que corra y lo atrape, pues.
La corona de la boda
los mozos han de romper,
p. 272y echaremos las doncellas
paja picada a sus pies.
(Vase.)
Margarita, volviendo a casa
¿Cómo, ¡ay, Dios!, tan altanera
otras veces me indigné
cuando a una pobre muchacha
vi tropezar y caer?
¿Cómo, para ajenas faltas
hecha inexorable juez,
jamás encontró mi lengua
palabra bastante cruel?
Pintábame yo la culpa
aún más negra de lo que es,
y a pesar de ser tan negra,
la quería ennegrecer,
y jamás, ennegreciéndola,
bastante negra la hallé.
Y ahora ¿qué soy? ¡Desdichada!
¡Pecado y culpa también!
Y todo aquello –¡Dios mío!– que
me impulsó, sin saber,
a estos abismos, ¡cuán grato,
cuán grato y cuán dulce fue!
p. 273
Una imagen de Nuestra Señora de los Dolores en un nicho de la muralla. Delante de ella vasos con flores
Margarita, poniendo flores frescas en los vasos
¡Oh Madre afligida! ¡Oh Madre angustiada!
Los ojos inclina piadosa hacia mí.
Hundida en el pecho durísima espada,
llorando la muerte del Hijo, te vi.
Llorando sin treguas el suyo y tu duelo,
las quejas exhalas de aquel doble afán;
los húmedos ojos levantas al cielo;
tus hondos suspiros también allá van.
Tormento cual este, que fiero me oprime,
¿quién puede en el mundo, quién puede sentir?
¡Tú, Virgen piadosa, tú, Madre sublime,
tú sola, que sabes de amar y sufrir!
p. 274Doquiera que vaya, mi afán va conmigo;
doquiera lo esconda, lo arrastro detrás;
llorando y llorando mi mal no mitigo;
llorando y llorando no puedo ya más.
Los tiestos que alegran mi pobre ventana
regaba con llanto de acerbo dolor,
cuando, amaneciendo, cogí esta mañana
sus flores que siempre te guarda mi amor.
El sol inundaba, risueño y brillante,
mi humilde aposento con vívida luz,
y el rayo primero me halló vigilante,
sentada en mi lecho, llorando mi cruz.
¡Oh Madre afligida! ¡Oh Madre angustiada!
Los ojos inclina piadosa hacia mí;
de horrible deshonra, de muerte ultrajada
liberta a quien siempre buscó amparo en ti.
p. 275
p. 277
Calle delante de la puerta de MARGARITA
Valentín, soldado, hermano de Margarita
Cuando, al son de las botellas,
nuestra bulliciosa tropa
hacía, entre copa y copa,
el elogio de las bellas,
yo, en la mesa entrambos codos,
escuchaba sin empacho;
y atusándome el mostacho,
después que acababan todos,
ajeno a temor y cuita,
el vaso, bien lleno, alzaba,
y «en el mundo no hay, gritaba,
otra como Margarita.
De ofender a nadie trato;
mas sostengo mi fortuna:
¡no le llega, no, ninguna
a la suela del zapato!»
Todos, chocando a la vez
p. 278los vasos en confusión,
gritaban: «Tiene razón;
es de su sexo honra y prez.»
Y a la común alegría
dando tributo forzoso,
hasta el más vanaglorioso
callaba, si no aplaudía.
Y ahora, cualquier insolente
puede mofarse de mí:
hay para estrellarse, sí,
contra una esquina la frente.
¡Cuán horribles sinsabores!
Como deudor criminal,
a cada frase casual
siento angustias y sudores,
y en vano al que murmuró
provoco, si a la ira cedo;
pues estrangularlo puedo,
pero desmentirlo, no.
Alguien viene: son dos, sí.
¡Si uno de ellos fuera mi hombre!
¡Oh! ¡Si es él –¡voto a mi nombre!–,
no saldrá vivo de aquí!
FAUSTO, MEFISTÓFELES
Fausto
¿Ves por la ventana aquella
que a la sacristía da,
una lámpara que ya
moribunda luz destella,
y más triste cada vez
brilla, con turbio desmayo,
p. 279y al lanzar su último rayo,
todo es sombra y lobreguez?
¡Así, negra oscuridad
mi corazón hoy inunda!
Mefistófeles
Pues yo siento la profunda
y viva felicidad
del gato escuálido y viejo
que los tejados pasea,
y en la tibia chimenea
frota el áspero pellejo.
En mi honrada condición
hay, o mucho me equivoco,
de libidinoso un poco
y otro poco de ladrón;
y así aguardo ansioso ya,
Santa Valpurgis, tu noche,
porque en ella quien trasnoche
no en balde trasnochará.
Fausto
¿Lograré en ella el tesoro
que allá en las entrañas vi
de la tierra?
Mefistófeles
Para ti
será el cofrecillo de oro.
Los ojos eché ya en él:
de doblas está repleto.
p. 280Fausto
¿Y no viste algún objeto
de adorno, anillo o joyel
para mi adorada?...
Mefistófeles
Verlas
no pude bien; mas respondo
de que había allí en el fondo
algo cual sarta de perlas.
Fausto
Pláceme, porque me enfada
ir con las manos vacías
a verla.
Mefistófeles
Y pues siempre ansías
gozar dicha no lograda,
ahora que el cielo nos muestra
todas sus luces brillantes,
podrás en breves instantes
escuchar una obra maestra.
Se trata de una canción,
pero una canción moral,
que a tu niña celestial
ha de hacer viva impresión.
(Canta acompañándose con la mandolina.)
Aún el alba matutina
vierte incierto resplandor;
¿qué buscas tú, Catalina,
p. 281a la puerta de tu amor?
¡Cuidadito, niña bella!
mira, mira adónde vas:
¡sabe Dios, si entras doncella,
sabe Dios cómo saldrás!
No vengas, no, con reproches,
cuando te dejes querer:
¿ya cediste? ¡Buenas noches!
¡Siempre así, pobre mujer!
Cuando el galán pida y ruegue,
no te dejes ablandar,
hasta que, al cabo, te entregue
el anillo en el altar.
Valentín, presentándose
¿A quién llamas, cazador
ratonil? ¡Se acabó el cuento!
¡Vaya al diablo el instrumento,
y vaya al diablo el cantor!
p. 282Mefistófeles
Dio fin la cítara ya,
en dos partida.
Valentín
¡Está bien!
Veamos ahora quién a quién
la crisma le romperá.
Mefistófeles, a Fausto
¡Doctor, firme! Al punto saca
la tizona. ¡Así! A mi lado
mantente siempre pegado;
yo paro el golpe; tú, ataca.
Valentín
Parad esa.
Mefistófeles
¿Por qué no?
Valentín
Y esa también.
Mefistófeles
Ya lo ves.
Valentín
Si no es el diablo, ¿quién es?
Mi puño se entumeció.
p. 283
p. 285Mefistófeles, a Fausto
¡Tírale a fondo!
Valentín, cayendo
¡Ay de mí!
Mefistófeles
¡Cayó el bravucón! Veloces
corramos, que ya las voces
de los vecinos oí.
Avéngome muchas veces
con la policía; pero
ni tratar ni entender quiero
con escribanos y jueces.
Marta, a la ventana
¡Socorro, socorro!
Margarita, a la ventana
Al punto
sacad luz.
Marta
Riñendo están;
venid, que a matarse van.
La Gente
Uno hay aquí: ¡ya es difunto!
Marta, saliendo a la calle
Los matadores, en tanto,
huyen y escapan de fijo...
p. 286Margarita, saliendo también
¿Quién es el muerto?
La Gente
Es el hijo
de tu madre.
Margarita
¡Cielo santo!
¡Qué desgracia!
Valentín
Muero, sí;
pronto está dicho, y también
estará hecho pronto. ¡Y bien!
¿Qué hacéis sollozando ahí?
Escuchadme.
(Todos le rodean.)
Margarita,
eres moza y descuidada;
tu carrera aprovechada
más cautela necesita.
Te diré en secreto el modo,
te enseñaré la manera:
ya que eres una ramera,
sé una ramera del todo.
Margarita
¡Por Dios, por Dios santo, hermano!
Valentín
Dios no tiene arte ni parte
en esto: déjale aparte
p. 287y oye: nada pasa en vano.
Por uno comenzarás
secretamente; después
otro vendrá, y dos y tres,
¡y quién sabe cuántos más!
Y así, bajando al profundo,
cuando, en infame cadena,
te hayas dado a una docena,
serás ya de todo el mundo.
Nace oculto el deshonor,
y arroja con vivo anhelo
sobre él la vergüenza el velo
del misterio y del rubor;
pero va creciendo y va
ese velo desnudando,
y a la luz del día, cuando
es grande, muéstrase ya.
No es que embellecerse pudo
al desechar ese arreo;
es que conforme es más feo,
más apetece ir desnudo.
Ya el día miro presente
en que de ti, al encontrarte,
vil prostituta, se aparte,
cual de un cadáver, la gente.
A tu rostro abochornado
darán sangrientos sonrojos,
al clavar en él los ojos,
los que pasen por tu lado.
¡No más gorgueras de encajes!
¡No más cadenas doradas!
¡Adiós, fiestas anheladas
por lucir galas y trajes!
p. 288¡Adiós tu sitio en el templo
a los pies del mismo altar!
En mísero lupanar
moribunda te contemplo;
y al perder allí honra y vida,
serás, ¡oh desventurada!,
si en el cielo perdonada,
en la tierra maldecida.
Marta
Encomiéndate al Señor:
¿aún le irrita de esa suerte,
en el trance de la muerte,
tu labio blasfemador?
Valentín
¡Celestina desalmada!
Si pudiera yo atraparte,
fuérame la mayor parte
de mis culpas perdonada.
Margarita
¡Hermano!... ¡Angustia infernal!
Valentín
¡Enjuga, enjuga ese lloro!
Cuando olvidaste el decoro,
me diste el golpe fatal.
La muerte me lleva en pos...
y a la consigna obediente,
cual soldado y cual valiente,
voy a presentarme a Dios.
(Muere.)
p. 289
Misa cantada, con órgano. MARGARITA entre la gente. EL ESPÍRITU MALO detrás de MARGARITA
El Espíritu malo
¡Cuán otra, Margarita desdichada,
en venturosos días,
inocente, serena, inmaculada,
al sacro altar venías!
p. 290En ese libro, profanado luego,
orabas balbuciente,
compartiendo entre Dios y el pueril juego
tu espíritu inocente.
Hoy, ¡mísera de ti!, ¿qué sangre esmalta
tu puerta enrojecida?
¿Rezas, di, por tu madre, que tu falta
purga en la eterna vida?
En las entrañas, con latir extraño,
¿no sientes –¡infelice!–
algo que, por tu mal y por su daño,
su aparición predice?
Margarita
¡Oh cielos! ¡Si apartar de mí pudiera
mis propios pensamientos,
que todos contra mí, con saña fiera,
revuélvense violentos!
Coro
Dies iræ, dies illa,
solvet sæclum in favilla.
(Órgano.)
El Espíritu malo
¡Llenan tu corazón sombras y horrores!
Ya suena, ya retumba
la trompeta fatal, y a sus clamores
se estremeció la tumba.
p. 291Sobre frías cenizas apagadas
dormía tu alma yerta;
hoy, entre abrasadoras llamaradas,
de súbito despierta.
Margarita
¡Quisiera huir!... Me angustian los lamentos
del órgano sonoro;
mi corazón desgarran los acentos
de ese fúnebre coro.
Coro
Judex ergo cum sedebit,
quidquid latet apparebit,
nil inultum remanebit.
Margarita
¡Oh cielos! ¡Sobre mí vienen los muros
del templo, y juntamente
bajan los arcos lóbregos y oscuros!
¡Qué opresión!... ¡Aire! ¡Ambiente!
El Espíritu malo
¿Dónde te escondes? ¿Dónde te sepultas?
Allá donde tú fueres
la deshonra verán, que en vano ocultas;
¡y aún luz, y aún aire quieres!...
Coro
Quid sum miser tunc dicturus?
quem patronus rogaturus?
cum vix justus sit securus.
p. 292El Espíritu malo
¡Pobre de ti! Los bienaventurados
con severos enojos
apartan de tu rostro, avergonzados,
sus ofendidos ojos.
Niégante ya los corazones puros
piedad en tu ruina:
¡Ay de ti!
Coro
Quid sum miser tunc dicturus?
Margarita
¡El frasquito, vecina!
(Cae desmayada.)
p. 293
Montañas del Harz. Alrededores de Schierke y de Elend.
FAUSTO, MEFISTÓFELES
Mefistófeles
¿No echas de menos el palo
de alguna escoba embrujada?
Aún es larga la jornada,
doctor, y el camino malo.
Yo prefiero un buen cabrón,
que el firme espaldar me dé.
Fausto
Yo, mientras me tenga en pie,
no más quiero este bastón.
¿Por qué abreviar el camino?
En las retorcidas calles
de estos bosques y estos valles
vagar sin rumbo ni tino;
escalar las rocas duras,
p. 294donde escondida la fuente
derrama constantemente
sus linfas claras y puras,
es el hechizo gentil
de estos senderos cansados.
¿No ves por selvas y prados
correr la savia de abril?
Si hasta el pino en las montañas
siente el fuego bienhechor,
¿cómo tan dulce calor
no late en nuestras entrañas?
Mefistófeles
No ardió jamás en las mías.
Tengo en el alma el invierno:
hollar hielo sempiterno
quisiera y escarchas frías.
¡Cuán menguado el turbio disco,
tarda luna, elevas hoy!
A tu luz escasa voy
tropezando en cada risco.
Mejor esos fatuos fuegos
nuestro paso alumbrarán.
Míralos: volando van
en extravagantes juegos.
Acudid, y vuestra lumbre
no inútilmente se encienda:
iluminad nuestra senda
hasta llegar a la cumbre.
El Fuego fatuo
Haré por servirte bien,
mi natural contrariando,
p. 295pues mi ley es ir vagando
en caprichoso vaivén.
Mefistófeles
¿Parodiar al hombre quieres?
Recto ve, cual un venablo,
o te juro, a fe de Diablo,
que soplo, y al punto mueres.
El Fuego fatuo
Reconozco tu poder
y a tu voluntad me inclino:
alumbraré tu camino;
mas cuidado con caer.
Está la noche sombría,
lleno de hechizos el monte,
y en el incierto horizonte
una exhalación te guía.
Fausto, Mefistófeles
y El Fuego fatuo
cantando
alternativamente
De mágicos sueños, de encantos brillantes
se abrió a nuestros pasos la vasta mansión;
alumbren la marcha tus rayos cambiantes,
y así cruzaremos la negra extensión.
El árbol al árbol se enlaza, y las rocas
temblando al impulso de interno latir,
entreabren sus grutas, fantásticas bocas,
do escucho, allá dentro, roncar y gruñir.
p. 296Derrama entre musgos la fuente serena
sus limpios raudales con blando rumor:
¿Cuál es el murmurio que lánguido suena?
¿Son himnos y cantos, o quejas de amor?
Son hondos suspiros de vaga esperanza,
son dulces sollozos de inquieto placer,
son ecos confusos que, allá en lontananza,
las dichas repiten de un plácido ayer.
Un grito ha sonado, doliente y acerbo:
¿Quién, dentro del bosque, velando aún está?
La triste lechuza y el búho y el cuervo,
que insomnes acechan la presa quizá.
Manojos fingiendo de horribles culebras,
la selva, que al huésped le niega merced,
mil brazos nudosos alarga en las quiebras,
cual pólipo enorme, que tiende su red.
Millares de ratas, de todos colores,
formadas en largos ejércitos van;
luciérnagas pasan, que vagos fulgores,
en gruesos enjambres volando, les dan.
¿Paramos la marcha? ¿Seguimos el viaje?
Parece que vueltas dé todo alredor;
cada árbol y roca nos hace un visaje,
y aumentan los fuegos de brillo traidor.
Mefistófeles
Agárrate bien de mí;
subamos aquella cuesta,
p. 297y la prodigiosa fiesta
miraremos desde allí.
Sus luminarias Mammón
enciende ya en la montaña.
Fausto
Aurora triste y extraña
brilla en la negra extensión,
rasgando la oscuridad
que envolvió tétrica al mundo,
y hasta el abismo profundo
penetra su claridad.
Negro vapor, a lo lejos,
surge allá, y al cielo sube;
más allá, lóbrega nube
lanza cárdenos reflejos;
p. 298y ya el vivo resplandor
en leves franjas se extiende,
ya se remonta y desciende,
como vivaz surtidor;
ya en mil arroyos partido
corre en curso desigual;
ya acumula su raudal,
por las rocas detenido;
ya lluvia fingen sus lumbres
de chispas de oro brillantes;
ya en las montañas distantes
inflaman todas las cumbres.
Mefistófeles
¡Bien su palacio Mammón
para la fiesta decora!
Hemos llegado a buena hora:
brava será la función.
Ya vienen con fiero empuje
más airados elementos.
Fausto
Mi nuca azotan los vientos:
¡Cómo la tormenta ruge!
Mefistófeles
Abrázate, sin tardar,
al peñón cuanto pudieres,
si al negro fondo no quieres
del precipicio rodar.
Cubre la noche otro velo;
dan ásperos estallidos
p. 299los troncos estremecidos,
y huye espantado el mochuelo.
Tiembla el alcázar frondoso
de los bosques seculares;
colúmpianse sus pilares
con crujido lastimoso;
gimen con rudo vaivén
las ramas, y sacudidas
bajo tierra, las hundidas
raíces crujen también;
y tronchándose, a los broncos
bramidos del huracán,
en montón cayendo van
hojas y ramas y troncos.
¿Oyes selvático son
que cerca y lejos retumba?
Es que en los aires ya zumba
la satánica canción.
Brujas en coro
La paja está seca y aún verde está el grano;
al Brocken volando las brujas irán:
allí el aquelarre congrégase ufano,
y en medio de todos asiéntase Urián.
Al pie se revuelven, en grupo lascivo,
el chivo y la bruja, la bruja y el chivo;
y chivos y brujas, Dios sabe qué harán.
Una voz
La vieja Baubo se acerca
cabalgando en una puerca.
p. 300Coro
¡Viva nuestra soberana!
¡A Baubo gloria y honor!
Sobre la mejor marrana
vaya la bruja mayor,
y sigamos las demás
todas formadas detrás.
Una voz
¿De dónde vienes a la carrera?
Otra voz
De Inselstein vengo, ¡nunca allí fuera!
Vi de un mochuelo la madriguera;
cogerlo quise, ¡pobre de mí!
La primera voz
¿Y por qué corres de esa manera?
La otra voz
Porque las uñas sacó la fiera,
y ensangrentada toda salí.
Coro de Brujas
Rascan las escobas, hurgan las horquillas:
horda turbulenta, ¡cuál corres y chillas!
¡Largo es el camino: anda que andarás!
El niño se ahoga, la madre revienta:
¡cuál corres y chillas, horda turbulenta!
Anda que andarás, que despacio vas.
p. 301Brujos. Medio coro
Marchamos con la pausa del caracol rastrero,
dejándonos en zaga la tropa mujeril;
pues siempre, si es el Diablo quien le trazó el sendero,
nos lleva de ventaja mil pasos y otros mil.
El otro medio coro de Brujos
Detrás de ellas seguimos, en escuadrón reacio;
pero le vale poco su rápido correr;
con un brinco que demos, ganamos el espacio
que avanzó con su trote menudo la mujer.
Voz de arriba
¡Oh desdichadas criaturas,
en el pedregal errantes!
¡Venid a mí!
¡Venid a mí!
Voces de abajo
Las espléndidas alturas
contemplamos anhelantes:
¿quién volar pudiese a ti?
Limpios y purificados
yacemos encarcelados
e infructíferos aquí.
Ambos coros
Los vientos se adormecen, ocúltanse los astros,
la opaca luna vela su nebulosa faz;
los brujos y las brujas vuelan, dejando rastros
de resplandor fugaz.
p. 302Voz de abajo
¡Teneos! ¡Teneos!
Voz de arriba
¿Quién grita? ¿Quién llama?
¿Quién es el que, bajo de tierra, así clama?
Voz de abajo
Quien siempre a los suyos unirse anheló;
quien lleva tres siglos –¡suplicio tremendo!–
subiendo y trepando, trepando y subiendo,
y nunca cercana la cúspide vio.
Ambos coros
Vuela el macho cabrío,
vuela la loba,
vuela el asno tardío,
vuela la escoba:
¡vuela, pelele!
No volará ya nunca
quien hoy no vuele.
Una Semibruja, abajo
Ligera camino con paso afanoso,
y aún lejos de todos, muy lejos estoy.
En casa no tengo solaz ni reposo,
y aquí, a retaguardia, exánime voy.
Coro de Brujas
Cuando la Bruja se unta
–¡bendito pringue!,–
p. 303pronto el poder despunta
que la distingue.
¡Boga el buque velero!
¡Va a todo trapo!
Bajel es un caldero;
vela un harapo.
¡Vuela, pelele!
No volará ya nunca
quien hoy no vuele.
Ambos coros
Y cuando al fin lleguemos a la lejana cumbre,
tendamos en el yermo la mágica legión,
y cubrirá siniestra la oscura muchedumbre
del anchuroso campo la lóbrega extensión.
Mefistófeles
¡Qué tropel! Vocean, chillan,
andan, corren, brincan, trotan,
se atropellan, se alborotan,
chocan, crujen, arden, brillan.
¡Un verdadero aquelarre!
Ven, que el escuadrón sombrío
te arrastrará, como al mío
tu brazo fiel no se agarre.
Mas ¿dónde estás?
Fausto, a lo lejos
¡Aquí estoy!
Mefistófeles
¿Perdido, y a largo trecho?...
Tendré que usar mi derecho
p. 304como dueño que aquí soy.
Por allí Voland asoma.
¡Oh canalla interesante!,
ábreme paso al instante.
Ven, Doctor, mi brazo toma.
Rompe, y con ligera planta
buscaremos otra vía:
tan incivil compañía
ni el mismo Diablo la aguanta.
Allá, en la espesura –¿ves?–
brillan pálidos destellos;
no sé qué me impulsa hacia ellos:
hacia ellos vayamos, pues.
Fausto
Voy, Espíritu de extraña
contradicción, tras de ti;
todo lo has dispuesto aquí
con singular tino y maña.
En esta noche de horrores
cuyos portentos admiro,
la soledad y el retiro
nos parecerán mejores.
Mefistófeles
¿Luces de vario fulgor
no ves arder allí enfrente?
Comparsa es de alegre gente
donde reina el buen humor.
Entre pequeños estar
no es estar solo.
p. 305Fausto
Quisiera
subir más. Gigante hoguera
miro a lo lejos llamear.
Allí, entre el humo y la lumbre,
triunfa soberbio Luzbel,
y ansiosa corre hacia él
numerosa muchedumbre.
¡Cuántos, a sus resplandores,
viera enigmas descubiertos!
Mefistófeles
Y a sus reflejos inciertos
nacieran otros mayores.
Mientras que rimbomba allí
el gran mundo, en este asilo
goza el sosiego tranquilo
que reservé para ti;
pues es deleite halagüeño
–y en la experiencia me fundo–
buscar dentro del gran mundo
otro mundo más pequeño.
Mira, ¡qué hechiceras! Van
desnudas. ¡Y son muy bellas!
¡Cuán tapadas van aquellas!
Viejas o feas serán.
Amable procura ser,
y cortés y lisonjero:
eso no cuesta dinero,
y produce gran placer.
Una música sonó:
¡qué espantosa cencerrada!
p. 306Pasemos: te daré entrada
tan luego como entre yo.
Mira, ¡cuán vasto lugar!
Sus límites no se ven;
cien antorchas y otras cien
lanzan fulgor singular;
y una inmensa multitud
que vivaz júbilo inflama,
danza y ríe, come y ama:
¿quieres mayor beatitud?
Fausto
Y –la pregunta perdona–
en mundo tan lisonjero,
¿entras cual simple Hechicero,
o como el Diablo en persona?
Mefistófeles
Tengo al incógnito amor;
pero, en tales ocasiones,
rango y condecoraciones
ostentar es de rigor.
Aunque noble siempre fui,
no tengo la Jarretiera;
mas se aprecia y considera
la Pata de Cabra aquí.
Viene, mirando alredor,
una babosa, y advierto
que algo extraño ha descubierto
en mí su ojo palpador.
Es el disfraz o el capuz
precaución para mí ociosa.
p. 307Ven, y como mariposa
volarás de luz en luz.
En todo servirte quiero;
y al presentarte a la gente,
tú serás el pretendiente,
yo seré el casamentero.
(A algunos que están sentados junto a un brasero medio apagado.)
¿Qué hacéis en ese rincón,
señores de cierta edad?
Venid y participad
de la común diversión.
Buscad el fuego que abrasa
a la juventud brillante:
ya tendréis tiempo bastante
para aburriros en casa.
Un General
Nada de la gratitud
de las naciones esperes;
siempre van, cual las mujeres,
detrás de la juventud.
Un Ministro
Torcidos los tiempos van.
Por los de antaño estoy yo,
cuando hubimos honra y pro.
¡Qué tiempos! ¡No volverán!
Un Advenedizo
Fuimos gente de valer,
y grandes cosas logramos;
todo cuanto edificamos
lo vemos ahora caer.
p. 308Un Autor
¿Quién encontrará sustancia
a lo que se escribe hoy día?
¡Qué juventud tan vacía!
¡Qué orgullo y qué petulancia!
Mefistófeles, que aparece repentinamente muy viejo
Hoy, que en esta bacanal
por la postrera vez entro,
al género humano encuentro
digno del Juicio Final.
Cuando sale turbio y ruin
de mi vieja bota el vino,
es que próximo y vecino
está ya el mundo a su fin.
La Bruja prendera
¡Oh, no paséis de ese modo,
caballeros, por mi tienda!
Venid: ¿qué queréis que os venda?
Reparad: aquí hay de todo.
De tanto objeto diverso,
no hallaréis uno siquiera
que alguna vez no sirviera
para mal del universo.
No habéis de encontrar puñal
que en sangre no esté manchado;
ni copa que derramado
no haya tósigo mortal;
p. 309ni joya que perdición
de una mujer no haya sido;
ni espada que no haya herido
al enemigo a traición.
Mefistófeles
¡Oh, mi señora parienta!
Guardad vuestra mercancía,
ya que los gustos del día
no queréis tomar en cuenta.
Lo que pasó, pasó ya;
y no gusta ni acomoda.
Venga algo nuevo: de moda
la novedad hoy está.
Fausto
¿Feria es aquesta, o tal vez
deliro?
Mefistófeles
La tromba asciende,
y aquel que impulsar pretende
es impulsado a la vez.
Mira.
Fausto
¡Qué mujer tan bella!
¿Quién es?
Mefistófeles
Es Lilith, la hermosa.
p. 310Fausto
¿Lilith?
Mefistófeles
La primera esposa
de Adán. ¡Guárdate bien de ella!
Guárdate de sus cabellos
que su adorno y gloria son:
si prenden un corazón,
para siempre queda entre ellos.
Fausto
Allí hay otras dos sentadas;
un pimpollo y una vieja.
¡Cómo bailó esa pareja!
¡Están bien zarandeadas!
Mefistófeles
Es imposible parar
en aquesta danza loca:
la música otra vez toca:
saquémoslas a bailar.
Fausto, bailando con la joven
Dulce ensueño tuve un día;
frondoso manzano vi.
¡Qué dos manzanas tenía!
Por las manzanas subí.
p. 311La Hermosa
Gusta el hombre de manzanas:
ya las probó en el Edén:
hermosas las tengo y sanas
en mi huerto yo también.
Mefistófeles, con la vieja
Raro ensueño tuve un día;
un árbol rajado vi.
Allí dentro...
· · · · · · · · · · · · ·
La Vieja
Al de la Pata de Cabra
saludo y beso los pies:
Si queréis...
· · · · · · · · · · · · ·
· · · · · · · · · · · · ·
El Proktofantasmista
¿Qué hacéis, gente descortés?
Probado está y bien probado
que jamás ha caminado
un Espíritu en dos pies;
y tras de tanto explicar
el porqué, el cómo y el cuándo,
aquí os encuentro bailando
como un danzarín vulgar.
p. 312La Hermosa, siguiendo el baile
¿Qué es lo que tiene que ver
con nuestro baile ese viejo?
Fausto
Sin que le pidan consejo
en todo se ha de meter.
Cuando el mundo alborozado
baila, él comenta y critica;
y si un paso no lo explica,
lo tiene por no bailado.
Aún es mayor su despecho
porque vamos adelante:
¿queréis verlo en un instante
desarmado y satisfecho?
Demos vueltas en su noria,
y al pasar, humildemente,
doblemos ante él la frente,
admirados de su gloria.
El Proktofantasmista
¿Aún aquí, rebelde grey,
estás? ¡Mi cólera estalla!
¡Vete! ¡La infernal canalla
no tiene freno ni ley![25]
p. 313Voy a seguir sus piruetas,
y aunque sea empresa dura,
he de meter en cintura
a demonios y poetas.
[25] Hemos suprimido aquí unos pocos versos del original, porque se refieren a alusiones oscuras o juegos de palabras intraducibles en castellano. — (N. del T.)
Mefistófeles
¿Por qué dejas con enojo
la dama, que aún te provoca
a la danza?
Fausto
De la boca
le ha salido un ratón rojo.
Mefistófeles
Eso es un grano de anís.
¿Quién, en ocasión tan grata,
reparará en una rata,
no siendo la rata gris?
Fausto
Y a más...
Mefistófeles
¿Qué más?
Fausto
¡Ay, Mefisto!
p. 314¿Una pálida doncella,
sola y triste, dulce y bella,
allá, a lo lejos, no has visto?
Entre la turba precita,
sin mover los pies, avanza:
¡tiene cierta semejanza
con la pobre Margarita!
Mefistófeles
Nunca satisfecho estás.
¿Qué es aquesta aparición?
Inanimada visión,
sombra, espectro, nada más.
Pero su presencia excusa;
su pupila heló la muerte
y al hombre en piedra convierte:
ya sabes quién fue Medusa.
Fausto
Fáltale vida: ¡es verdad!
Sus ojos, sin luz y abiertos,
son los ojos de los muertos
que no cerró la amistad.
Y –¡ay, Dios!– esos miembros fríos
ese insensible regazo,
son los que en amante lazo
juzgué para siempre míos.
Mefistófeles
Ilusión mágica fue:
cuando contempla a esa bella,
todo enamorado en ella
la mujer querida ve.
p. 315
p. 317Fausto
¡Dulce y tristísimo afán!
¡Gratos y acerbos enojos!
De sus apagados ojos
vencer no puedo el imán.
¿Qué adorno en su cuello brilla?
Su pálido cutis mancha
roja cinta, no más ancha
que el grueso de una cuchilla.
Mefistófeles
Es verdad; también la veo:
bajo el brazo, la infeliz,
puede llevar la cerviz,
pues se la cortó Perseo.
Aleja ese ensueño cruel.
Vamos hacia ese collado:
tan alegre es como el Prado,
y un teatro veo en él.
¿Se puede entrar?
Servíbilis
Adelante.
Hoy siete piezas promete
el cartel; la que hace siete
va a comenzar al instante.
Cómicos son de afición;
el autor aficionado,
y a mí la afición me ha dado
p. 318de levantar el telón.
Permitidme, pues, marchar.
Mefistófeles
¡En el Blocksberg os encuentro!
Aquí estáis en vuestro centro
y en vuestro propio lugar.
p. 319
p. 321
[26] Los epigramas que forman este Intermedio fueron escritos por Goethe para el Almanaque de las Musas de 1798. Schiller era quien publicaba este Almanaque, y el año anterior había incluido en él unos epigramas de este mismo género, que tituló Xenios. Los que forman esta serie no se publicaron en el Almanaque, porque Schiller no quiso provocar polémicas, y después de muchas correcciones, su autor los incluyó en el Fausto. El título del Intermedio está tomado del drama fantástico de Shakespeare Sueños de una noche de verano, en el cual Oberón y Titania, largo tiempo separados, celebran su nueva unión.
El Director del teatro
Hijos de Mieding[27] bravos y obedientes,
¡al trabajo otra vez! ¡Llegó la hora!
Viejos montes y valles florecientes
formando están la escena encantadora.
[27] Mieding era el director del teatro de Weimar.
Un Heraldo
Medio siglo –¡larguísima jornada!–
ha de pasar para las bodas de oro:
después de la contienda terminada,
si queda el oro, es el mejor tesoro.
p. 322Oberón
Espíritus, venid, si no estáis lejos,
y en tan grave ocasión prestadme ayuda:
hoy la Real Pareja los añejos
vínculos conyugales reanuda.
Puck[28]
Ya viene el Puck en diagonal carrera,
arrastrando los pies, torciendo el paso;
y una turba festiva y vocinglera
va corriendo en tropel tras el payaso.
[28] Puck es, en el drama de Shakespeare, un Espíritu del séquito de Oberón, que ejecutaba sus órdenes y le divertía con sus bufonadas: el payaso de aquella corte mitológica.
Ariel[29]
Ariel divino, de armonías gratas
llena la Creación, que le oye ansiosa.
Su voz hechiza a muchos papanatas;
pero también conquista alguna hermosa.
[29] Ariel es un Espíritu de los aires, que figura en el drama de Shakespeare La Tempestad, sometido al mago Próspero.
Oberón
Cónyuges, si queréis vivir dichosos,
nuestra conducta os da sanos consejos:
sepárense cuanto antes los esposos,
y tiernamente se amarán de lejos.
p. 323Titania
Si el marido murmura sin aguante,
si la mujer replica impertinente,
corra el uno con rumbo hacia Levante
y el otro hacia Poniente.
La Orquesta, tutti
Fortissimo
Las moscas, los mosquitos y moscones
con sus trompas y pífanos sonoros,
las ranas, y los grillos de agrios sones,
nuestros músicos son y nuestros coros.
Solo
La zampoña, con pasos cachazudos,
viene moviendo la disforme panza:
escuchad los solemnes estornudos
que su nariz estrepitosa lanza.
Un Genio que se está formando[30]
Tiene pies de escorpión, vientre de sapo;
si alas sus alas son, es un problema;
su autor, a ese ridículo gazapo,
lo titula «Poema.»
[30] Goethe alude probablemente a los poetastros, que ignorando que la poesía es un todo armónico, que surge del fondo del alma, escriben versos sin sustancia ni inspiración.
p. 324Una parejita[31]
Vas brincando entre flores y perfumes
con breve paso y arrogante anhelo;
pero aunque mucho quieres y presumes,
no te levantarás nunca del suelo.
[31] Esta Parejita puede significar la unión de poesía floja con música desabrida: aquellas insulsas composiciones en las que tan vulgar es la nota como la letra.
Un viajero curioso[32]
¿Es esto mascarada extravagante
o es que la fantasía me ilusiona?
¿Oberón, el dios bello, el dios brillante,
en este sitio se mostró en persona?
[32] Alusión a Nicolai, escritor del tiempo de Goethe, que odiaba todo lo que olía, en su concepto, a superstición y fanatismo. Es el mismo que aparece en la Noche de Santa Valpurgis con el extraño nombre de Proktofantasmista.
Un Ortodoxo[33]
¡Ni uñas, ni cuernos, ni encorvado rabo!
No me engaña el mentido testimonio:
cual los dioses de Grecia, al fin y al cabo,
tú no eres otra cosa que un demonio.
[33] El Ortodoxo es Fr. Stolberg, que censuró acerbamente la famosa poesía de Schiller Los Dioses de la Grecia.
Un Artista del Norte
Cuanto concibo y ejecuto –¡ay triste!–
es vaga sombra y pálido boceto;
p. 325pero conozco el mal y en qué consiste,
y visitar la Italia me prometo.
Un Purista[34]
Topé para mi mal con esta gente;
groseras brujas son desarregladas.
Pasándoles revista atentamente,
solo un par encontré bien empolvadas.
[34] Alude el autor a Joaquín Enrique Campe, que era escrupulosísimo en materia de lenguaje, y rechazaba muchas palabras admitidas ya por el uso, alegando que no eran castizas.
Una Bruja joven
¡Polvos! ¡Trajes también! ¡Pobre atractivo,
que tapa de la edad el triste rastro!
Desnuda yo sobre el robusto chivo,
muestro feliz mis miembros de alabastro.
Una Matrona
Nuestra prudencia, que la edad madura,
emulaciones frívolas evita:
la flor, que ostentas hoy, de la hermosura,
también tú la verás seca y marchita.
El Maestro de capilla
¡Oh moscas y mosquitos y moscones!,
de la hermosa desnuda separaos.
¡Ranas y grillos de discordes sones!,
a compás y medida sujetaos.
p. 326La Veleta, vuelta de un lado
No puede haber más grata compañía:
doncellas de constante y tierno pecho;
jóvenes de valor y de hidalguía:
gente toda de lustre y de provecho.
La Veleta, vuelta del otro lado
Ábrete, tierra, y a la vil canalla
trague al momento el infernal abismo,
o mi furiosa indignación estalla,
arrojándome al Tártaro yo mismo.
Los Xenios[35]
Somos cual sabandijas, y mordemos
con colmillo afilado y diminuto,
dando solo a los méritos supremos
del Papá Satanás honra y tributo.
[35] Así llamaban los griegos (donativos a los huéspedes) a los obsequios que hacían a los que iban a su casa. Marcial dio este título al libro XIII de sus Epigramas; y Schiller a una serie de cuatrocientos dísticos publicados en su Almanaque de las Musas, de 1797. Referíanse estos epigramas a crítica literaria y filosófica de los autores de aquel tiempo. Fueron atribuidos a Schiller y Goethe, que eran, en efecto, sus autores.
Hennings[36]
Con inocente ingenuidad, que alabo,
está jugando la menuda grey;
p. 327hemos de confesar, al fin y al cabo,
que sabandijas son de buena ley.
[36] Augusto Federico de Hennings, en su periódico El Genio del tiempo, había acusado a Goethe y Schiller de haber rebajado la poesía en los Xenios con trivialidades y tonterías.
Musageta[37]
No me da pena el escuadrón rugiente
de estas malditas brujas del Averno;
el coro de las Musas esplendente
con más dificultad rijo y gobierno.
[37] Con el título de Musageta publicó en 1798 y 1799 el mismo Hennings algunos artículos, que imitaban al Almanaque de las Musas y querían emular con él.
Un Ex genio del siglo
Busca en mi sol el rayo que te alumbre;
agarra mi faldón; aprieta el paso.
Para todos hay sitio en la ancha cumbre
del Blocksberg y el germánico Parnaso.
El Viajero curioso[38]
¿Quién es ese pedante que en su frente
soberbia y petulancia lleva escritas?
¿Qué busca, tan orondo y displicente?
Siguiendo la husma va de los Jesuitas.
[38] Otra alusión a Nicolai, que era apodado Jesuitenrrècher (rastreador de los jesuitas) porque tenía la preocupación de ver en todas partes la mano de esta célebre Orden religiosa. (Véase la nota segunda de la pág. 324.)
p. 328Una Grulla[39]
Pesco en las aguas turbias y en las claras:
tengo de ello muy buenos testimonios;
y me verás, si atento lo reparas,
mezclar al Padre Santo y los demonios.
[39] La grulla es el escritor Lavater que, según el mismo Goethe escribía a Eckermann, tenía la figura y el andar de aquellas zancudas. Nicolai lo acusaba de jesuitismo, y por eso alude a él nuestro poeta en este lugar.
Un Hombre de mundo
La grey devota, para abrirse paso,
no repara en vehículo;
en medio del Blocksberg congrega acaso
su negro conventículo.
Un Danzante
¿Qué lejano rumor nos trajo el viento?
¿Es el redoble del tambor sonoro?
No: es el canto pausado y soñoliento
de los graves sochantres en el coro.
El Maestro de baile
Todos bailan, el grande y el menudo;
todos ruedan sin miedo y sin cuidado;
brincan el contrahecho y el panzudo;
salta el cojo y se estira el encorvado.
p. 329Un Juglar
Esa canalla, que danzando veo,
llena está de malicia y de ponzoña.
Fieras domaba con su lira Orfeo:
a estos los domestica la zampoña.
Un Dogmático[40]
Ni crítica mordaz, ni duda fiera
destruyen mi doctrina bien probada;
existe el diablo, pues si no existiera,
dejara de ser diablo y fuera nada.
[40] En esta estrofa y las siguientes se refiere el autor a las tendencias de las diversas escuelas filosóficas de su época. El Dogmático admite como probado lo mismo que se ha de probar, y por este flaco lo ridiculiza el poeta.
Un Idealista[41]
La fantasía dominó mi mente,
y siervo es mi sentir de su mandato:
pues que todo lo soy, es consiguiente
que soy también un pobre mentecato.
[41] Sátira del idealismo fichtiano. Fichte concebía el no yo como producto del yo.
Un Materialista
El Ser es mi suplicio y mi tormento,
y comienza a cansarme y aburrirme.
Hoy por primera vez experimento
que no estoy en mis pies seguro y firme.
p. 330Un Supernaturalista
Me encuentro bien entre estos malhadados,
cuando en el aquelarre me introduzco;
al ver diablos aquí por todos lados,
que existen también ángeles deduzco.
Un Escéptico[42]
Les engaña el fulgor de un espejismo
cuando de la verdad van al encuentro;
Demonio y duda casi son lo mismo;
por eso estoy aquí como en mi centro.
[42] Hay en esta estrofa un juego de palabras intraducible en castellano. El Escéptico dice que riman diablo y duda, y así es en alemán (Diablo, Teufel; duda, zweifel). Hemos procurado conservar en la versión castellana la idea, aunque la forma haya perdido la viveza y la gracia del original.
El Maestro de capilla
¡Callad, moscas, mosquitos y moscones!
¡Callad, por Dios, malditos diletantes!
¡Callad ranas y grillos de agrios sones!
¡Músicos todos sois horripilantes!
Los Aprovechados[43]
Somos gente feliz y positiva,
y vivimos sin pena y sin trabajo.
p. 331¿Pasó la moda de ir cabeza arriba?
Pues iremos también cabeza abajo.
[43] A las alusiones literarias y filosóficas siguen las políticas. Este epigrama y los sucesivos se refieren a las diferentes clases y partidos que figuraban en la vida pública en tiempo de Goethe. Los Fuegos fatuos son los hombres sacados de la nada y enaltecidos por la Revolución. Las Estrellas caídas los aristócratas que perdieron su prestigio y su influencia. Los Amazacotados los hombres nuevos que van a su negocio, atropellándolo todo.
Los Ahítos
Algún día llenamos bien la panza;
mas ya no atiende el cielo nuestros votos,
y de tanto bailar en esta danza,
vamos al fin con los zapatos rotos.
Fuegos Fatuos
Nacimos en los fétidos pantanos,
engendro de la negra podredumbre:
hoy, galanes espléndidos y ufanos,
resplandecemos todos en la cumbre.
Una Estrella caída
Caí, rodando de la eterna altura
donde brillaba, luminosa estrella.
Tendida estoy sobre la tierra dura:
¿quién podrá, cielos, levantarme de ella?
Los Amazacotados
¡Escuchad! Tiembla el suelo al choque rudo.
¡Plaza! ¡Ya viene el escuadrón obeso!
Si es que Espíritus son –que no lo dudo–
digo que son Espíritus de peso.
Puck
¡Escuadra de hipopótamos bravía!
¡Moderad y tened el rudo trote!
¡Dejadme a mí la gloria, en tan gran día,
de ser el más pesado y mazacote!
p. 332Ariel
Si la Naturaleza cariñosa,
o el Espíritu os dan ligeras galas,
a la cumbre seguidme do la rosa
feliz ostenta sus purpúreas alas.
La Orquesta, pianissimo
La neblina se aclara y desvanece;
deshácese la nube de igual modo:
sonora brisa la enramada mece,
y se disipa y se evapora todo.
p. 333
Campo, FAUSTO, MEFISTÓFELES[44]
[44] Esta escena está escrita en prosa en el original, y en prosa la hemos dejado. Nos ha parecido esto más respetuoso para el gran poeta alemán, que traducirla en verso, como ha hecho Andrés Maffei en su versión italiana. En España no es una novedad mezclar prosa y verso en las obras de forma dramática: así lo han hecho autores ilustres, como el duque de Rivas en su Don Álvaro.
Fausto
¡En la miseria! ¡En la desesperación! ¡Abandonada en el mundo, largo tiempo errante, y al fin presa! ¡En la cárcel, como una malhechora, reservada a tormentos horribles, ella, la amable, la infeliz criatura!... ¡Hasta ese extremo! ¡Hasta ese extremo!...
¡Traidor, indigno Espíritu! ¿Te has atrevido a ocultármelo?
¡Basta ya! ¡Basta! Revuelve colérico en sus órbitas tus ojos diabólicos. Provócame aún con tu insufrible presencia. ¡Presa! ¡Sumida en irreparable infortunio!p. 334 ¡Entregada a los Espíritus malos y a la despiadada justicia de los hombres! Y entre tanto, arrullándome con insulsos placeres, ocultábasme sus crecientes desdichas, y la dejabas morir sin amparo.
Mefistófeles
No será la primera.
Fausto
¡Perro! ¡Execrable monstruo!
Vuélvele –¡Eterno Espíritu!–, vuélvele a ese bicho su canina forma, la forma que tomaba a menudo para trotar, negro fantasma, ante mis pasos, roncar a los pies del pasajero inofensivo, y derribarle, colgándose a sus hombros. Devuélvele su forma predilecta, para que arrastre otra vez el vientre por el suelo, para que pueda yo patearle, al réprobo.
¡Que no es la primera!...
¡Horror! ¡Horror incomprensible para toda alma humana, que en el abismo de tal infortunio haya podido caer más de una criatura, y que, a los ojos de la Eterna Misericordia, la primera, con sus mortales congojas, no haya pagado por todas! ¡La desdicha de esta sola penetra hasta la médula de mis huesos, llega hasta el fondo de mi vida; y tú te mofas satisfecho de millares de ellas!
Mefistófeles
Hétenos otra vez en la linde de vuestra comprensión, donde a vosotros, los mortales, se os dispara el juicio. ¿Por qué te asociaste a mí, si no podías seguirme? ¡Quieres volar, y aún te marea el vértigo! ¿Fui a buscarte, o viniste a buscarme?
p. 335Fausto
No rechines los dientes voraces. ¡Me das asco!
¡Grande y sublime Espíritu, que te dignaste acudir a mi voz!; tú, que conoces mi corazón y mi alma, ¿por qué me encadenas a un vil compañero, que se alimenta de males y se goza en las ruinas?
Mefistófeles
¿Acabaste?
Fausto
Sálvala..., o ¡ay de ti! ¡Sobre tu frente irá por siglos de siglos la maldición más espantosa!
Mefistófeles
No puedo romper las ligaduras de los vengadores, ni descorrer sus cerrojos.
¡Sálvala!
¿Quién la perdió? ¿Tú o yo?
(Fausto lanza en torno miradas feroces.)
¿Asir quisieras un rayo? No están, por fortuna, a vuestro alcance, míseros mortales. Aplastar al que, inocente, contradice, tal es, caso de aprieto, el proceder de los tiranos.
Fausto
Llévame a ella. ¡Hay que librarla!
Mefistófeles
¿Y el riesgo a que te expones? Piensa que aún no se ha secado en la ciudad la sangre de la muerte quep. 336 hiciste. En aquel sitio se ciernen implacables Espíritus, aguardando a su vez la muerte del matador.
Fausto
¿Eso más de ti?... ¡Destrucción y ruina de todo un mundo sobre ese monstruo! Llévame allá, te digo, y libértala.
Mefistófeles
Te llevaré; y escucha lo que puedo hacer. ¿Acaso soy señor de cielos y tierra? Turbaré los sentidos del carcelero. Cogerás la llave, y con tu mano de hombre podrás sacar a la presa fuera de la prisión. Vigilaré yo en tanto. Los caballos mágicos estarán a punto, y os llevaré. Eso es lo que puedo hacer.
Fausto
Vamos, pues.
p. 337
Campo raso. FAUSTO y MEFISTÓFELES galopando en caballos negros
Fausto
¿Por qué bullen aquellos alrededor de un cadalso?
Mefistófeles
No sé qué arreglan o guisan.
Fausto
Corren acá y allá, se ladean, se agachan.
Mefistófeles
Brujas en aquelarre.
p. 338Fausto
Parece que rocíen con el hisopo y que consagren.
Mefistófeles
¡Adelante! ¡Adelante!
p. 339
FAUSTO, con un manojo de llaves y una luz, ante una puertecilla de hierro
Fausto
Horror ha largo tiempo no sentido
siento otra vez. Me asaltan y me rinden
los males todos que lamenta y llora
la pobre Humanidad. Aquí ella vive;
tras ese húmedo muro está encerrada:
¡y una ilusión querida fue su crimen!
Voy a encontrarla, y azorado tiemblo;
voy a verla, y mi pie duda y resiste.
¡Valor! Puede matarla mi tardanza.
¡No más dudar! Su salvación lo exige.
(Toma la llave.)
(Cantan dentro del calabozo.)
Mi madre, ramera,
me dio muerte fiera;
mi padre, el perdido,
mi carne ha comido;
p. 340lo poquito que quedó
mi hermanita lo enterró.
Abriose la fosa;
salió un pajarito de pluma vistosa.
¡Tiende, pajarito,
tiende pronto el vuelo!
¡Vuela, pajarito, piérdete en el cielo!
Fausto, abriendo
¡Cuán ajena a pensar que oye su amante
el son siniestro de los hierros viles
estará la infeliz!
(Entra.)
Margarita, ocultándose en la cama
¡Vienen! ¡Ya vienen!
¡Funesta muerte!
Fausto, en voz baja.
Calla y serás libre.
Vengo a salvarte.
Margarita
Si eres ser humano,
duélete de mi suerte.
Fausto
No así grites;
que el dormido guardián despertar puede.
(Toma las cadenas para quitárselas.)
p. 341Margarita, de rodillas
¿Quién te dio este poder? ¿Por mí viniste,
verdugo, y ahora suena medianoche?
Vete; deja que viva y que respire
hasta el amanecer. ¿Piensas acaso
que mucho ha de tardar la hora terrible?
(Levantándose.)
¡Aún soy joven, muy joven, y ya muero!
¡Y bella fui también! Ese el origen
fue de mi mal. Entonces a mi lado
él estaba; ¡ahora lejos! De la virgen
rota está la guirnalda, y esparcidas
las flores todas. ¡Ay! ¿Por qué me oprime
tu diestra airada, y hacia ti me arrastras?
Suelta, suelta... ¡Perdón! Mal no te hice;
jamás te he visto. ¿Inútiles y vanos
mis clamores serán?
Fausto
¿A quién no aflige
tanto dolor?
Margarita
En tu poder me tienes:
deja, al menos, que el pecho al infelice
niño le dé. Toda la noche, toda
lo estreché en mi regazo. Para herirme,
para culparme –¡oh cielos!–, lo robaron
de mis amantes brazos, ¡y ahora dicen
que lo maté! ¡Mis dichas concluyeron!
Con malignas canciones me persiguen.
p. 342¡Infames! Así acaba vieja historia;
pero ¿es justo, gran Dios, que me la apliquen?
Fausto, echándose a sus pies
Tu amante está a tus plantas, y la puerta
de esta horrorosa cárcel viene a abrirte.
Margarita, arrodillándose también
¡De rodillas caigamos, de rodillas
para invocar a Dios! Allí, en el linde
de la puerta, las llamas infernales
arden, y en medio lúgubre sonríe
Satanás.
Fausto, gritando
¡Margarita! ¡Margarita!
Margarita, atenta
La voz era esa del amante: ¡ay triste!
(Yérguese y caen las cadenas.)
¿Dónde está? Me llamaba. ¿Habéis oído?
¡Libre estoy! ¡Libre estoy! Nadie me impide
volar ansiosa a sus amantes brazos
y en ellos reposar. Me llama: erguirse
veo su sombra entre las rojas llamas,
y en el fragor diabólico distingue
mi oído, entre infernales carcajadas,
de su querida voz el dulce timbre.
Fausto
Sí, yo soy.
p. 343Margarita
¿Eres tú? ¡Dios soberano!
¿Eres tú? (Asiéndolo.) No me engañes. Ven, repite
esa dulce palabra. ¿Qué se hicieron
los tormentos, la cárcel, la terrible
cadena?... ¡Es él! ¡Es él! A libertarme
viene, y ya libre estoy. ¡Libre, sí, libre!
Mira; aquesa es la calle en que nos vimos
por vez primera; aquellos los jardines
donde con Marta te aguardaba ansiosa...
Fausto, arrastrándola
¡Oh, ven, conmigo ven!
Margarita, acariciándolo
¡Son tan felices
las horas a tu lado!
Fausto
Es peligrosa
la menor detención.
Margarita
¿Y por qué, dime,
ya no me besas? En tan breve ausencia,
¿cómo tan dulces hábitos perdiste?
¿Y por qué tiemblo y gimo, al abrazarte,
p. 344yo que dichosa, en éxtasis sublime,
sentí, al calor de tu pupila ardiente,
el cielo todo a mi deleite abrirse,
cuando, sin miedo a sofocarme en ellos,
me estrechaban tus brazos varoniles?
Di: ¿por qué callas? Bésame, o te beso.
(Abrazándole y besándole.)
¡Ah! Tu labio está frío, está insensible...
¿Qué fue –¡oh Dios!– de tu amor? ¿Quién me lo roba?
(Apártase de él y vuelve la cabeza.)
Fausto
¡Oh, ven, ven por piedad! Constante y firme
es mi pasión. Sosiégate, bien mío,
oye mis ruegos, y mis pasos sigue.
Margarita, volviéndose a él
¿Y eres él? ¿Eres él? ¿Estás seguro?
Fausto
Sí, yo soy: ven conmigo.
Margarita
¿Y tú viniste
a libertarme, abriéndome los brazos?
¿Podrá ser que de mí no te horrorices?
¿No te han dicho, no sabes a quién salvas?
Fausto
Ya las nocturnas sombras, más sutiles,
se aclaran. ¡Pronto, ven!
p. 345Margarita
Maté a mi madre;
ahogué al hijo mío. ¿Lo entendiste?
¡Al hijo nuestro! ¡A entrambos nos fue dado!
¡A ti también! Mas, ¿eres tú? Imposible
paréceme. ¡Tu mano! ¡A ver tu mano!
¡Cielo! ¿Es su diestra, o la ilusión lo finge?
Es ella, sí; ¿por qué está humedecida?
¡Enjúgala, por Dios; sangre la tiñe!
¡Insensato! ¿Qué has hecho? Envaina el hierro.
¡Envaina el hierro, por piedad!
Fausto
Lo que hice
hecho está ya. ¿Por qué mentarlo? ¿Quieres
matarme?
Margarita
No, no mueras: ¡vive, vive!
Yo te diré las tumbas que en la tierra
desde mañana tus cuidados piden.
Será el lugar mejor para mi madre;
la de mi hermano mísero ha de abrirse
al lado suyo, y apartada un tanto,
no muy lejos, la mía, ¡sola y triste!
¡No, no sola! ¡A mi pecho el tierno infante!
¡Él, él no más, mi sepultura humilde
quisiera compartir! Al lado tuyo
yacer por siempre, fue de mis abriles
lisonjera ilusión, que me han robado.
Si me dirijo a ti, fuerza invisible
mi pie detiene, y si a tus brazos llego,
p. 346me rechazan también y me despiden;
despídenme –¡gran Dios!– ¡cuando aún tus ojos,
las usadas ternezas me repiten!
Fausto
Si sabes que soy yo, sígueme.
Margarita
¿Adónde?
Fausto
A salvarte.
Margarita
La tumba –¿no la viste?– está
allí fuera, y en constante acecho
la Muerte. Vamos, sí; quiero seguirte
no más hasta ese lecho de reposo,
¡de eterna paz!... Tú marcharás, Enrique.
¡Oh, si pudiera acompañarte!
Fausto
Puedes;
la cárcel está abierta.
Margarita
¿Y de qué sirve
la fuga? ¡Nada espero! Tras nosotros
vendrán. ¿Quieres que mísera mendigue
de puerta en puerta el pan; que errante y sola
vaya, cuando me acosan y persiguen
mis propios pensamientos, y que al cabo
me alcancen mis verdugos inflexibles?
p. 347Fausto
Contigo quedo, pues.
Margarita
¡No! ¡Corre, salva
al hijo tuyo! ¡Pronto! Marcha, sigue
aquel arroyo, el puentecillo pasa,
entra en el bosque lóbrego, y dirige
el paso hacia la izquierda... Allí, en la balsa,
¡allí está!... Mira, mira: ya va a hundirse;
¡y aún se remueve el pobrecito! ¡Vuela!
Fausto
¡Vuelve en ti! Un solo paso, y estás libre.
Margarita
¡Si hubiéramos traspuesto la montaña!
Allí mi madre, que los años rinden,
está sentada en una piedra –¡Oh cielos!,
¡soplo glacial me acosa y me persigue!–
Sentada está mi madre en una piedra,
y mueve la cabeza, ya insensible.
Ni oye, ni ve. ¡Durmió, la pobre, tanto,
que no despierta ya! ¡Días felices
aquellos –¡ay!– en que su grave sueño
dulce fue a nuestro amor!
Fausto
Pues que resistes
mis instancias y ruegos, a la fuerza
tendrás que obedecerme y que seguirme.
p. 348Margarita
¡Aparta! ¡No me toques! No con esas
duras manos me agarres y lastimes.
¿No hice bastante por tu amor?
Fausto
¡Bien mío!
¡Dulce amada! ¿No ves que el cielo tiñe
el alba?
Margarita
El día nace: ¡el postrer día!
El que alumbrar debiera los festines
de nuestra unión. No digas nunca a nadie
que a Margarita amaste y conociste.
¡Ay, mi corona!... ¡Terminó ya todo!
Aún te veré: mas no en el baile. A miles
vienen las gentes; mas con tal silencio,
que nada se oye. Estrechos los confines
son de la plaza y las cercanas calles
para tal multitud. La hora terrible
da la campana, y el bastón se rompe.
Ya me agarrotan, y en sus brazos viles
el verdugo al patíbulo me arrastra.
Ya pende sobre todas las cervices
la cuchilla fatal, contra mí alzada;
y es el mundo una tumba muda y triste.
Fausto
¿Por qué, por qué nací?
p. 349
p. 351Mefistófeles, apareciendo a la puerta
¡Salid al punto,
o nos perdemos! ¡Miedos mujeriles,
dudas, ayes; y mientras, mis caballos
piafando están, y el alba ya sonríe!
Margarita
¿Qué funesta visión surgió del suelo?
¡Es él! ¡Es él! ¡Es él! ¿Qué buscas, dime,
en el santo lugar? ¡A mí me buscas!
Fausto
¡Has de vivir!
Margarita
¡Mi espíritu recibe,
Eterno Juez!
Mefistófeles, a Fausto
Os dejo en la estacada,
si al punto no venís.
Margarita
Esta infelice
es tuya, ¡oh Padre! ¡Sálvala! Y vosotros,
ángeles, celestiales adalides,
vuestras divinas huestes desplegando
en mi redor, guardadme y conducidme.
¡Enrique! Horror me das.
Mefistófeles
¡Está juzgada!
p. 352Voz de arriba
¡Salvada!
Mefistófeles, a Fausto
¡Tú, conmigo!
(Desaparece con Fausto.)
Voz interior, que se va apagando
¡Enrique! ¡Enrique!
p. 353
BREVE RESEÑA
DE LA SEGUNDA PARTE DE LA TRAGEDIA
p. 355
DE LA SEGUNDA PARTE DE LA TRAGEDIA
Goethe dividió en actos la segunda parte de su tragedia, lo cual no hizo en la primera, quizás por entender que la rápida sucesión de sus acontecimientos y episodios no consentía estos intervalos y descansos, admitidos por casi todos los escritores dramáticos.
En el primer acto de la segunda parte nos presenta a Fausto adormecido, mientras una falange de Espíritus aéreos disipa en su corazón los amargos recuerdos y remordimientos que lo encadenan a la vida real por la mísera muerte de la infeliz Margarita. Fausto despierta y parece otro hombre: el hirviente deseo que lo agitó está desvanecido o, cuando menos, amortiguado por pensamientos más suaves y tranquilos, y por un conocimiento más profundo y más severamente filosófico, de las fuerzas vivas de la Naturaleza, hacia las cuales parece que el protagonista del drama quiera dirigir su espíritu investigador. Acompañado de Mefistófeles, llega a la corte del Emperador, de la cual nos ofrece Goethe ingeniosa y animadísima pintura. Los apuros de la hacienda, la anarquía de la administración, el descontento del pueblo, inducen al Emperador a recibir bien ap. 356 los dos misteriosos extranjeros, con mayor motivo porque uno y otro se dan a conocer por varias señales como seres de sobrenatural poder. Acepta gozoso su ayuda para la busca de tesoros ocultos en las entrañas de la tierra, y ordena que se solemnice el alegre Carnaval, demorando para el día de Ceniza aquella pesquisa de las suspiradas riquezas.
La fiesta del Carnaval en la corte del Emperador ofrece ocasión a Goethe para desplegar su lozana fantasía, y dar, con símbolos y alegorías mitológicas, ancho campo y rienda suelta al espíritu satírico que informa casi todo el poema. Comienza el espectáculo con un coro de lindas y amables floristas, al que responden en poético lenguaje las mismas flores con que van adornadas. Pero interrumpe su alegría la aparición de pescadores, cazadores, leñadores, parásitos y poetas, que con su incesante alboroto perturban la fiesta. Entonces el heraldo que la preside evoca la mitología clásica, y al punto se presentan en escena las tres Gracias, Aglaya, Hegémone y Eufrósine, y tras estas las tres Parcas, Átropos, Cloto y Láquesis, y las tres terribles Furias, Alecto, Megera y Tisífone.
Nuevas figuras intervienen para animar el júbilo carnavalesco. En una espléndida carroza aparece sentada una divinidad poderosísima: es la Victoria. Junto a ella están el Temor, inquieto y tembloroso; la alegre y festiva Esperanza; la Prudencia, de ojo avizor. Zoilo-Tersites, extravagante amalgama de dos personajes de la antigua Grecia, quiere mover cuestión a la diosa Victoria; pero el heraldo lo arroja airadamente, y al retirarse fugitivo se convierte en víbora y en murciélago.
Llega otra carroza; va guiada por un gentil mancebo, que se llama a sí mismo el genio de la Prodigalidad y de la Poesía. Aquella carroza es el trono de Pluto, el dios de la Riqueza, hacia quien todos se vuelven admirados, y recogen ansiosos los donativos con que los obsequia. Pero, molestado por las exigencias y la murmuración de la turbamulta, promueve Pluto un vasto incendio, que aparece lejano, mientras el gran dios Pan, con las Ninfas, los Faunos, los Sátiros, los Gnomos y los Gigantes que le acompañan, toma parte en la mascarada. El incendio prende en el palacio imperial. Huye en tumulto el pueblo aterrorizado, y el dios Pluto atrae nieblas y nubarrones, que desprenden un aguacero muy a tiempo para apagar el fuego y dar fin a la estrambótica y divertidísima farsa.
Fausto y Mefistófeles no estuvieron ociosos mientras tanto. Encontraron los tesoros que habían prometido al Emperador, y con tanp. 357 feliz hallazgo se pagaron las deudas, se llenaron las arcas del Tesoro, y volvió a reinar la tranquilidad en el esquilmado imperio. En esta extraña escena, Goethe quiso simbolizar el invento del papel-moneda. La fantasmagoría concluye con el reparto de dádivas que hace el Emperador a sus súbditos.
Sigue la admirable escena de las Madres. Entre las varias interpretaciones que los comentaristas del Fausto dan a estas Madres, parece la más aceptable considerarlas como las fuerzas elementales de la Naturaleza, como el principio oculto de las cosas creadas o por crear. Para comprender esta escena, hay que fijarse en la pintura que el mismo Goethe hace de las Madres; parece que el misterio y la incertidumbre de que las ha rodeado, ayudan a la profunda impresión que el tremendo episodio debe producir.
El hecho es que, por intercesión de las Madres, puede el afortunado Fausto evocar y dar vida a los dos tipos de la belleza clásica, Paris y Helena, y traerlos como personas vivientes a presencia de la corte, y hacerles representar el memorable drama amoroso, al que la poesía griega erigió un monumento inmortal. Pero Fausto, impaciente y ya enamorado de la helénica beldad, no recuerda que su evocación es un nuevo fantasma de apariencia vana, y queriendo estrechar entre sus brazos la ideal figura, rompe el encanto, y todo concluye entre sombras y vapores, que se desvanecen.
En este acto, más que en los otros, el autor se aproxima a la primera parte de la tragedia. Destruido el encanto de la suave aparición de Helena y Paris por la fogosa imprudencia de Fausto, Mefistófeles no encuentra mejor partido que conducir a su enamorado señor al antiguo aposento, donde comenzó el poema y fue estipulado el diabólico contrato de compra-venta del alma del Doctor. Mefistófeles reconoce aquel lugar; le complace ver nuevamente en el mismo sitio todos los objetos del melancólico gabinete de estudio, y para que nada se le esconda, encuentra seca en el filo de la pluma la gota de sangre que sirvió para la firma de aquella acta infernal. Un coro de insectos, que de improviso sale del viejo ropón de Fausto, que Mefistófeles por capricho ha descolgado de la percha, festeja el inesperado regreso del docto maestro. Recibe otra vez el infernal personaje a aquel inexperto estudiante, que fue a visitarle en la primera parte del poema, y obtuvo de él tales consejos, que se enamoróp. 358 locamente de una filosofía falaz, y se convirtió en erudito vulgar, lleno de sofismas y paradojas. Esta segunda escena entre Mefistófeles y el Bacalaureus rivaliza con la primera por su gracia cómica y su finísima sátira; y su efecto aún es mayor porque el lector la enlaza con aquella y saborea mejor sus donaires. Bien se comprende que el autor quiso poner en solfa los sistemas filosóficos que en su época señoreaban la Alemania; y enemigo, como era, de todas las filosofías nebulosas y de las teorías falsamente innovadoras, las combatió con el arma del ridículo.
Sin salir del domicilio de Fausto, entramos en el laboratorio de Wagner, donde el antiguo pedante, eunuco de la ciencia, quiere remedar a Prometeo y a Pigmalión, creando de nuevo al hombre con las extravagantes mezcolanzas de la alquimia. Suda y trasuda años y más años en la magna empresa; y no la llevaría a cabo, si no recibiera a tiempo la ayuda de Mefistófeles, que se burla de él. Del ardiente hornillo donde hierve la mágica redoma, ve surgir, por fin, el esperado fruto, una criatura, que no es humana todavía, pero aspira a serlo; no es el hombre, pero es Homúnculus, singular creación, en la cual el poeta amalgama un concepto filosófico y literario, y una idea soberanamente satírica. Homúnculus, Mefistófeles y Fausto, como tres peregrinos, van en busca de la belleza helénica, es decir, del clasicismo verdadero y propio, con lo cual pretendía sin duda Goethe enlazar la poesía nueva con la antigua, como si una y otra fuesen partes de un mismo todo, destellos de una misma luz, para lo cual aprovechaba el poeta esta figura del Homúnculus, como anillo dialéctico entre las dos poesías, entre las dos literaturas, entre los dos mundos. Wagner queda solo y desconsolado en el solitario laboratorio, porque es el hombre que no siente el fecundo palpitar de la vida nueva, la cual se desprende del espectáculo y del ejemplo de la belleza helénica.
Resulta, pues, que el héroe del drama, su protagonista activo, es Fausto, despierto ya del terrible sopor en que cayó cuando quiso abrazar el fantasma de Helena. Homúnculus y Mefistófeles tienen también su papel, su actividad propia; pero subordinada a la acción y a la finalidad de Fausto; y aun cuando se muevan y se agiten, serán siempre, en el drama fantástico de la Noche clásica, personajes secundarios, colocados allí para iluminar mejor el carácter del actor principal, y para que aparezca más claro el concepto profundo del autor.
El romanticismo, con todos sus tétricos resplandores, fue delineadop. 359 admirablemente por Goethe en la Noche de Santa Valpurgis (primera parte de la tragedia). En la Noche clásica, el poeta hace gala de todo el clasicismo de la antigüedad, y con audaces vuelos nos presenta renacidas las amables creaciones de la mitología y de la poesía griega. La gallarda creación de Goethe se une al drama por un hilo sutil, el amor a la hermosa Helena, que llena el corazón de Fausto; y súbitamente vemos a los tres aéreos viajeros, Mefistófeles, Homúnculus y Fausto, que descienden a los campos de Farsalia, los dos primeros en busca de las deidades y de la belleza antigua, y el último ansioso de encontrar a la hermosa fugitiva.
Mefistófeles se siente algún tanto embarazado, y comprende que no podrá dominar aquel mundo, para él desconocido. Pasa como de incógnito entre las Esfinges, que se burlan de él, y aunque asombrado por el canto dulcísimo de las Sirenas, su corazón de diablop. 360 no se conmueve, y el delicioso espectáculo que por todas partes se le presenta no le inspira más que aburrimiento y enojo.
Mientras tanto, Fausto, persuadido por las Esfinges, busca al centauro Quirón, para que le dé nuevas de Helena. Lo encuentra cuando va a pasar a la orilla opuesta del Peneo; monta sobre sus lomos, y el buen centauro, apiadado de la amorosa herida de su audaz jinete, lo conduce ante la hija de Esculapio para que lo cure.
Fausto se oculta en las entrañas de la tierra; esta tiembla, agitada por un terremoto, y la fecunda revolución de la Naturaleza forma una nueva y gigantesca montaña, que se puebla en seguida de Grifos, Pigmeos, Dáctilos, Imsios, hormigas y grullas, singular multitud, evocada por la poderosa imaginación del poeta, extraña mezcla de lo antiguo y lo moderno, que se rechaza y entrechoca al principio y después parece que armónicamente se una, como para simbolizar el consorcio del clasicismo y el romanticismo. Tampoco a Mefistófeles le van mal las cosas, porque tropezando con las Fórcides, las antiguas Gorgonias, las atrae con el irresistible reclamo de la adulación y logra trasfundir su ser en una de ellas. Al llegar a este punto, la escena cambia súbitamente, y entre las rocas del Mar Egeo, vuelven las seductoras Sirenas a gobernar la noche tenebrosa de los encantamientos. Aparecen Nereidas y Tritones; en el mar y sus riberas suenan extraños cantos; llegan Nereo y Proteo, y Homúnculus, espíritu elemental del fuego, despide rayos de luz fosforescentes; pero, apenas se aproxima el brillante carro de nácar donde se asienta la hermosa Galatea, se inflama con todo el ardor que dentro de sí alimentaba, y va a diluirse en las purpúreas aguas del mar. Así termina la admirable noche en que se celebran las nupcias de los elementos, por la poética fusión de la belleza y del amor.
El acto tercero de la segunda parte de la tragedia es una de las más espléndidas creaciones del ingenio de Goethe; es la prueba mejor de su vasta cultura literaria y del exquisito gusto que lo elevó sobre los demás poetas alemanes en todo lo que sea pureza, elegancia y exactitud de la forma. El episodio de Helena, comenzado ya en las escenas precedentes, y envuelto hasta ahora en el nebuloso trascendentalismo que flota ligeramente sobre todo el poema dramático, brilla en este acto con límpida luz, y se desenvuelve como parte esencialísima de la composición.
p. 361Terminada la Noche clásica de Santa Valpurgis, el autor toma de nuevo el hilo del drama, anudándolo a las fantasías de aquella noche, de tal manera, que no aparece claro dónde termina el ensueño y dónde prosigue la tragedia, ni por qué, con atrevidísimo vuelo a través de los siglos, el poeta nos lleva otra vez a Esparta y nos introduce en el palacio de Menelao. Bien podemos decir que Goethe en esta escena es un continuador de Homero, y con él compite por la precisión y el esplendor de las imágenes, por la suprema belleza del estilo, y por el sabor completamente helénico, que no desentona de los diversos estilos que se entrelazan y armónicamente se confunden en otros pasajes de la obra.
Helena regresa a la mansión conyugal después de las afortunadas vicisitudes de aquella terrible guerra; pero un presentimiento misterioso, una inquietud incesante la molesta y no la engaña. La aguarda a la puerta de la casa una horrorosa fórcide y le impide la entrada a ella y a sus doncellas con violentas amenazas, anunciándole la venganza terrible del engañado esposo. Para librarse de ella,p. 362 Helena se dispone a buscar un nuevo Paris que la defienda; y con ello el autor se propuso, además de satisfacer el insaciable deseo de Fausto, maniático perseguidor de la belleza antigua, dar también una pincelada satírica a la pintura de las mujeres del temple de Helena.
Despliéganse otra vez todas las pompas y la riqueza de la nueva poesía. El terror de la muerte augurada por la fórcide a Helena y al coro atemorizado, les mueve a buscar refugio en el castillo encantado de Fausto, castillo enriquecido con todas las magnificencias que una fantasía inflamada como la de Goethe, era capaz de imaginar. Las licenciosas servidoras de Helena, encantadas por el seductor espectáculo, olvidan los peligros corridos, y a la vista de los mancebos gallardos que preparan el trono real, piensan en nuevos placeres. El enamorado Fausto se presenta rodeado de todos los esplendores y las galas de que pudiera alardear el señor más poderoso de la Edad Media. Pone a los pies de la reina todos sus homenajes, y se le ofrece amante fervoroso, obediente siervo y vasallo leal. En vano el incauto Menelao trata de renovar la sangrienta contienda por la cual fue Troya destruida; las falanges sobrenaturales que acatan las órdenes de Fausto, desbaratan súbitamente el ejército enemigo. Nada se opone a los amorosos transportes del nuevo Paris; y la gentil pareja, sumida en los dulces misterios del amor, goza una vida de sin igual deleite.
El poeta finge que de las nupcias de Helena y Fausto nace Euforión, simbolismo de la poesía moderna. Es muchacho e inexperto aún; pero animoso, procaz y turbulento. Sus padres temen por él a cada paso, dudosos de que sus juveniles fuerzas le sostengan en los atrevidos vuelos a que se aventura. Las amonestaciones del padre, las tiernas súplicas de la madre, no lo detienen, y lanzándose al espacio desconocido, resplandece con una luz que parece inmortal; pero pronto se pierde y se disipa, como un cometa desvanecido en el cielo. Un canto fúnebre del coro es la afectuosa y triste elegía a la memoria del joven prematuramente perdido, en quien Goethe parece haber querido representar la noble figura de lord Byron.
Muerto Euforión, la dolorida Helena abraza por última vez a Fausto y se desvanece también. Sus vestiduras, transformadas en nieblas, envuelven a Fausto y lo remontan a la serena región del espacio. Destruido así el hechizo, la vieja fórcide se quita la máscara: era Mefistófeles.
p. 363
En el acto cuarto, el autor nos lleva otra vez a los Estados del Emperador. El recuerdo de lo que ha visto ha promovido en Fausto nuevos e inusitados pensamientos, y con ellos anda preocupado, cuando Mefistófeles, que vuelve más solícito que nunca al servicio de su compañero, le anuncia que el Emperador pasa grandes apuros porque su reino es presa de la anarquía más espantosa. Las ciudades se han enguerrado unas contra otras; los señores feudales luchan también entre sí; los plebeyos se sublevan contra los nobles; hasta los obispos cuestionan con el cabildo o con las parroquias. Fausto se apiada del Emperador, y Mefistófeles vuelve a comprometerse a salvarlo, apelando otra vez a los encantamientos y las hechicerías.
p. 364Hétenos ya en el campo de batalla, donde el poder diabólico de Mefistófeles ha congregado a los Espíritus para combatir a favor del Emperador. Ya las tropas que habían permanecido fieles cedían y se retiraban ante el empuje del enemigo; ya el Antiemperador miraba próximo el triunfo; pero las formidables legiones del infierno, evocadas por Mefistófeles, cambian el éxito de la guerra y dan el triunfo al legítimo soberano. Vuelven a la obediencia los vasallos, restablécese la paz en las provincias alteradas, y el príncipe, aconsejado por el arzobispo, se arrepiente de haber aceptado la ayuda de las fuerzas infernales, y tranquiliza su conciencia con el donativo de extensos territorios a favor de la Iglesia.
La unidad de tiempo no es, en verdad, la regla que más haya seguido Goethe en su admirable tragedia. El quinto acto de la segunda parte, en el cual se resume todo el concepto de la obra, nos presenta el cuadro de Fausto envejecido. ¿Por qué vicisitudes ha pasado desde que obtuvo del Emperador, en pago de su salvación, vastos dominios? ¿Cómo el inquieto e insaciable Doctor procuró satisfacer el ardiente deseo que lo empuja siempre en busca de tentadoras novedades? Han pasado muchos años en el intervalo del cuarto al quinto acto. Encontramos a Fausto señor poderoso de tierras y lugares, domador audaz de las enemigas fuerzas de la Naturaleza, ocupado en robar a la playa del mar las estériles landas para que las fecunde la mano del hombre y sean fuente de bienestar y prosperidad. Parece, pues, que haya encontrado por fin un objeto digno de la preclara inteligencia que Dios le concedió; pero el amarguísimo recuerdo de su vida, llena de errores, de culpas y de crímenes, lo martiriza y no le deja momento de reposo. Está convencido de que la inteligencia humana no puede traspasar los límites que se le pusieron, y reconoce que la actividad del espíritu tiene en el mundo campo bastante extenso, sin empeñarse en la vana averiguación de los misterios de la Naturaleza. Pero ha comprado demasiado caro el conocimiento de esta gran verdad, para que pueda vivir tranquilo y sereno. Recibe con indiferencia y con fruncida frente las mercaderías que de lejanas tierras le traen sus buques para aumentar su riqueza y poderío; no le entusiasma el espectáculo de los bosques, de los prados, de las aldeas, que por obra suya surgen de aquellas dunas infructíferas, que azotaban poco antes las marinasp. 365 olas; y fijando continuamente la mirada en la pobre cabaña y la modesta alameda de tilos, que no le pertenecen, desea poseerlos como el objeto más precioso, y no descansa hasta que las llamas destruyen aquel asilo de paz. En el incendio mueren los míseros habitantes de aquel tugurio, y este es el último crimen del formidable señor. Cuatro viejas, fantasmas pavorosos, se aproximan en las altas horas de la noche al castillo de Fausto: son el Hambre, la Deuda, la Miseria y la Zozobra. No pueden entrar las tres primeras en aquel alcázar; pero penetra la última, y no dejará a Fausto hasta el sepulcro. Esta escena, por la sobriedad de sus terribles tintas, rivaliza con las más hermosas de Shakespeare, y anuncia la catástrofe de la tragedia. El anciano magnate queda ciego, y percibe enp. 366 el fondo del alma una luz nueva, que le ilumina la mente; un último esfuerzo de la voluntad le impulsa para apresurar la realización del propósito que hace muchos años perseguía, y complaciéndose en la esperanza de vivir en un Estado libre entre hombres libres, cumple el voto de su alma, y pide al fugaz momento que se detenga. Esta es su última palabra: Fausto muere; su alma inmortal, arrebatada por los ángeles a las abiertas fauces del infierno, sube ansiosa al cielo, donde le aguarda entre coros paradisíacos el alma hermosa de Margarita.
La escena de la ascensión de Fausto parece que el autor la haya ideado para borrar las tristes impresiones que se reciben en el transcurso de la tragedia. Mefistófeles ha desaparecido para siempre, arrojado por los ángeles en la extraña lucha que sigue a la muerte del viejo Doctor, y con Mefistófeles desaparece también la sarcástica ironía, en que está impregnado todo el libro. Estamos en otro ambiente, en el que suenan armonías dulcísimas e himnos celestiales, a los que se une la conmovedora plegaria de Margarita intercediendo por el alma de su amado. El amor, que fue burlado en el mundo, obtiene de este modo el premio en el cielo, y resplandece en torno de él una poesía verdaderamente sublime.
p. 367