The Project Gutenberg EBook of El Comendador Mendoza, by Juan Valera

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Title: El Comendador Mendoza
       Obras Completas Tomo VII

Author: Juan Valera

Release Date: August 18, 2004 [EBook #13210]

Language: Spanish

Character set encoding: ASCII

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JUAN VALERA
NOVELAS

El Comendador Mendoza

OBRAS COMPLETAS TOMO VII




A LA EXCMA. SENORA *DONA IDA DE BAUER*

Nunca, estimada senora y bondadosa amiga, sone con ser escritor popular.
No me explico la causa, pero es lo cierto que tengo y tendre siempre
pocos lectores. Mi aficion a escribir es, sin embargo, tan fuerte, que
puede mas que la indiferencia del publico y que mis desenganos.

Varias veces me di ya por vencido y hasta por muerto; mas apenas deje de
ser escritor, cuando revivi como tal bajo diversa forma. Primero fui
poeta lirico, luego periodista, luego critico, luego aspire a filosofo,
luego tuve mis intenciones y conatos de dramaturgo zarzuelero, y al cabo
trate de figurar como novelista en el largo catalogo de nuestros
autores.

Bajo esta ultima forma es como la gente me ha recibido menos mal; pero
aun asi, no las tengo todas conmigo.

Mi musa es tan voluntariosa, que hace lo que quiere y no lo que yo le
mando. De aqui proviene que, si por dicha logro aplausos, es por falta
de prevision.

Escribi mi primera novela sin caer hasta el fin en que era novela lo que
escribia.

Acababa yo de leer multitud de libros devotos.

Lo poetico de aquellos libros me tenia hechizado, pero no cautivo. Mi
fantasia se exalto con tales lecturas, pero mi frio corazon siguio en
libertad y mi seco espiritu se atuvo a la razon severa.

Quise entonces recoger como en un ramillete todo lo mas precioso, o lo
que mas precioso me parecia, de aquellas flores misticas y asceticas, e
invente un personaje que las recogiera con fe y entusiasmo, juzgandome
yo, por mi mismo, incapaz de tal cosa. Asi broto espontanea una novela,
cuando yo distaba tanto de querer ser novelista.

Despues me he puesto adrede a componer otras, y dicen que lo he hecho
peor.

Esto me ha desanimado de tal suerte, que he estado a punto de no volver
a escribirlas.

Entre las pocas personas que me han dado nuevo aliento descuella V., ora
por la indulgencia con que celebra mis obrillas, ora por el valor que
los elogios de V., si prescindimos por un instante de la bondad que los
inspira, deben tener para cuantos conocen su rara discrecion, su
delicado gusto y el hondo y exquisito sentir con que percibe todo lo
bello.

Aunque yo no hubiese seguido de antemano la sentencia de aquel sabio
alejandrino que afirmaba que solo las personas hermosas entendian de
hermosura, V. me hubiera movido a seguirla, mostrandose luminoso y vivo
ejemplo y gentil prueba de su verdad.

No extrane V., pues, que, lleno de agradecimiento, le dedique este
libro.

Por ir dedicado a V., quisiera yo que fuese mejor que _Pepita Jimenez_,
a quien V. tanto celebra; pero harto sabido es que las obras literarias,
y muy en particular las de caracter poetico, solo se dan bien en
momentos dichosos de inspiracion, que los autores no renuevan a su
antojo.

En esto como en otras mil cosas, la poesia se parece a la magia.
Requiere la intervencion del cielo.

Cuentan de Alberto Magno que, yendo en peregrinacion de Roma a Alemania,
paso una noche a las orillas del Po, en la cabana de un pescador.
Agasajado alli muy bien, quiso el doctor probar su gratitud al huesped,
y le hizo y le dio un pez de madera, tan maravilloso que, puesto en la
red atraia a todos los peces vivos. No hay que ponderar la ventura del
pescador con su pez magico. Cierto dia, con todo, tuvo un descuido, y el
pez se le perdio. Entonces se puso en camino, fue a Alemania, busco a
Alberto, y le rogo que le hiciera otro pez semejante al primero. Alberto
respondio que lo deseaba (tambien deseo yo hacer otra _Pepita Jimenez;_)
mas que, para hacer otro pez que tuviese todas las virtudes del antiguo,
era menester esperar a que el cielo presentase identico aspecto y
disposicion en constelaciones, signos y planetas, que en la noche en que
el primer pez se hizo, lo cual no podia acontecer sino dentro de treinta
y seis mil y pico de anos.

Como yo no puedo esperar tanto tiempo, me resigno a dedicar a V. _El
Comendador Mendoza_.

Este simpatico personaje, antes de salir en publico, no ya escondido y a
trozos, sino por completo y por si solo, pasa, con la venia de Lucia, a
besar humildemente los lindos pies de V. y a ponerse bajo su amparo.
Remedando a un antiguo companero mio, elige a V. por su madrina. No
desdene V. al nuevo ahijado que le presento, aunque no valga lo que
_Pepita_, y creame su afectisimo y respetuoso servidor.

JUAN VALERA.




*El Comendador Mendoza.*




I

A pesar de los quehaceres y cuidados que me retienen en Madrid casi de
continuo, todavia suelo ir de vez en cuando a Villabermeja y a otros
lugares de Andalucia, a pasar cortas temporadas de uno a dos meses.

La ultima vez que estuve en Villabermeja ya habian salido a luz _Las
Ilusiones del Doctor Faustino_.

D. Juan Fresco me mostro en un principio algun enojo de que yo hubiese
sacado a relucir su vida y las de varios parientes suyos en un libro de
entretenimiento; pero al cabo, conociendo que yo no lo habia hecho a mal
hacer, me perdono la falta de sigilo. Es mas: D. Juan aplaudio la idea
de escribir novelas fundadas en hechos reales, y me animo a que siguiese
cultivando el genero. Esto nos movio a hablar del Comendador Mendoza.

--?El vulgo --dije yo,-- cree aun que el Comendador anda penando,
durante la noche, por los desvanes de la casa solariega de los
Mendozas, con su manto blanco del habito de Santiago?

--Amigo mio --contesto D. Juan,-- el vulgo lee ya _El Citador_ y otros
libros y periodicos librepensadores. En la incredulidad, ademas, esta
como impregnado el aire que se respira. No faltan jornaleros escepticos;
pero las mujeres, por lo comun, siguen creyendo a pie juntillas. Los
mismos jornaleros escepticos niegan de dia y rodeados de gente, y de
noche, a solas, tienen mas miedo que antes de lo sobrenatural, por lo
mismo que lo han negado durante el dia. Resulta, pues, que, a pesar de
que vivimos ya en la edad de la razon y se supone que la de la fe ha
pasado, no hay mujer bermejina que se aventure a subir a los desvanes de
la casa de los Mendozas sin bajar gritando y afirmando a veces que ha
visto al Comendador, y apenas hay hombre que suba solo a dichos desvanes
sin hacer un grande esfuerzo de voluntad para vencer o disimular el
miedo. El Comendador, por lo visto, no ha cumplido aun su tiempo de
purgatorio, y eso que murio al empezar este siglo. Algunos entienden que
no esta en el purgatorio, sino en el infierno; pero no parece natural
que, si esta en el infierno, se le deje salir de alli para que venga a
mortificar a sus paisanos. Lo mas razonable y verosimil es que este en
el purgatorio, y esto cree la generalidad de las gentes.

--Lo que se infiere de todo, ora este el Comendador en el infierno, ora
en el purgatorio, es que sus pecados debieron de ser enormes.

--Pues, mire V. --replico D. Juan Fresco,-- nada cuenta el vulgo de
terminante y claro con relacion al Comendador. Cuenta, si, mil confusas
patranas. En Villabermeja se conoce que hirio mas la imaginacion popular
por su modo de ser y de pensar que por sus hechos. Sus hechos conocidos,
salvo algun extravio de la mocedad, mas le califican de buena que de
mala persona.

--De todos modos, ?V. cree que el Comendador era una persona notable?

--Y mucho que lo creo. Yo contare a V. lo que se de el, y V. juzgara.

Don Juan Fresco me conto entonces lo que sabia acerca del Comendador
Mendoza. Yo no hago mas que ponerlo ahora por escrito.




II

Don Fadrique Lopez de Mendoza, llamado comunmente el Comendador, fue
hermano de don Jose, el mayorazgo, abuelo de nuestro D. Faustino, a
quien supongo que conocen mis lectores.

Nacio D. Fadrique en 1744.

Desde nino dicen que manifesto una inclinacion perversa a reirse de todo
y a no tomar nada por lo serio. Esta cualidad es la que menos facilmente
se perdona, cuando se entreve que no proviene de ligereza, sino de tener
un hombre el espiritu tan serio, que apenas halla cosa terrena y humana
que merezca que el la considere con seriedad; por donde, en fuerza de la
seriedad misma, nacen el desden y la risa burlona.

Don Fadrique, segun la general tradicion, era un hombre de este genero:
un hombre jocoso de puro serio.

Claro esta que hay dos clases de hombres jocosos de puro serios. A una
clase, que es muy numerosa, pertenecen los que andan siempre tan serios,
que hacen reir a los demas, y sin quererlo son jocosos. A otra clase,
que siempre cuenta pocos individuos, es a la que pertenecia D. Fadrique.
Don Fadrique se burlaba de la seriedad vulgar e inmotivada, en virtud de
una seriedad exquisita y superlativa; por lo cual era jocoso.

Conviene advertir, no obstante, que la jocosidad de D. Fadrique rara vez
tocaba en la insolencia o en la crueldad, ni se ensanaba en dano del
projimo. Sus burlas eran benevolas y urbanas, y tenian a menudo cierto
barniz de dulce melancolia.

El rasgo predominante en el caracter de D. Fadrique no se puede negar
que implicaba una mala condicion: la falta de respeto. Como veia lo
ridiculo y lo comico en todo, resultaba que nada o casi nada respetaba,
sin poderlo remediar. Sus maestros y superiores se lamentaron mucho de
esto.

Don Fadrique era agil y fuerte, y nada ni nadie le inspiro jamas temor,
mas que su padre, a quien quiso entranablemente. No por eso dejaba de
conocer y aun de decir en confianza, cuando recordaba a su padre,
despues de muerto, que, si bien habia sido un cumplido caballero,
honrado, pundonoroso, buen marido y lleno de caridad para con los
pobres, habia sido tambien un _vandalo_.

En comprobacion de este aserto contaba D. Fadrique varias anecdotas,
entre las cuales ninguna le gustaba tanto como la del bolero.

D. Fadrique bailaba muy bien este baile cuando era nino, y D. Diego,
que asi se llamaba su padre, se complacia en que su hijo luciese su
habilidad cuando le llevaba de visitas o las recibia con el en su casa.

Un dia llevo D. Diego a su hijo D. Fadrique a la pequena ciudad, que
dista dos leguas de Villabermeja, cuyo nombre no he querido nunca decir,
y donde he puesto la escena de mi _Pepita Jimenez_. Para la mejor
inteligencia de todo, y a fin de evitar perifrasis, pido al lector que
siempre que en adelante hable yo de la ciudad entienda que hablo de la
pequena ciudad ya mencionada.

Don Diego, como queda dicho, llevo a D. Fadrique a la ciudad. Tenia D.
Fadrique trece anos, pero estaba muy espigado. Como iba de visitas de
ceremonia, lucia casaca y chupa de damasco encarnado con botones de
acero brunido, zapatos de hebilla y medias de seda blanca, de suerte que
parecia un sol.

La ropa de viaje de D. Fadrique, que estaba muy traida y con algunas
manchas y desgarrones, se quedo en la posada, donde dejaron los
caballos. D. Diego quiso que su hijo le acompanase en todo su esplendor.
El muchacho iba contentisimo de verse tan guapo y con traje tan senoril
y lujoso. Pero la misma idea de la elegancia aristocratica del traje le
infundio un sentimiento algo exagerado del decoro y compostura que
debia tener quien le llevaba puesto.

Por desgracia, en la primera visita que hizo Don Diego a una hidalga
viuda, que tenia dos hijas doncellas, se hablo del nino Fadrique y de lo
crecido que estaba, y del talento que tenia para bailar el bolero.

--Ahora --dijo D. Diego,-- baila el chico peor que el ano pasado, porque
esta en la _edad del pavo_; edad insufrible, entre la palmeta y el
barbero. Ya Vds. sabran que en esa edad se ponen los chicos muy
empalagosos, porque empiezan a presumir de hombres y no lo son. Sin
embargo, ya que Vds. se empenan, el chico lucira su habilidad.

Las senoras, que habian mostrado deseos de ver a D. Fadrique bailar,
repitieron sus instancias, y una de las doncellas tomo una guitarra y se
puso a tocar para que D. Fadrique bailase.

--Baila, Fadrique, --dijo D. Diego, no bien empezo la musica.

Repugnancia invencible al baile, en aquella ocasion se apodero de su
alma. Veia una contrariedad monstruosa, algo de lo que llaman ahora una
_antinomia_, entre el bolero y la casaca. Es de advertir que en aquel
dia D. Fadrique llevaba casaca por primera vez: estrenaba la prenda, si
puede calificarse de estreno el aprovechamiento del arreglo o
refundicion de un vestido, usado primero por el padre y despues por el
mayorazgo, a quien se le habia quedado estrecho y corto.

--Baila, Fadrique, --repitio D. Diego, bastante amostazado.

Don Diego, cuyo traje de campo y camino, al uso de la tierra, estaba en
muy buen estado, no se habia puesto casaca como su hijo. D. Diego iba
todo de estezado, con botas y espuelas, y en la mano llevaba el latigo
con que castigaba al caballo y a los podencos de una jauria numerosa que
tenia para cazar.

--Baila, Fadrique, --exclamo D. Diego por tercera vez, notandose ya en
su voz cierta alteracion, causada por la colera y la sorpresa.

Era tan elevado el concepto que tenia D. Diego de la autoridad paterna,
que se maravillaba de aquella rebeldia.

--Dejele V., senor de Mendoza --dijo la hidalga viuda.-- El nino esta
cansado del camino y no quiere bailar.

--Ha de bailar ahora.

--Dejele V.; otra vez le veremos, --dijo la que tocaba la guitarra.

--Ha de bailar ahora --repitio D. Diego.-- Baila, Fadrique.

--Yo no bailo con casaca, --respondio este al cabo.

Aqui fue Troya. D. Diego prescindio de las senoras y de todo.

--iRebelde! imal hijo! --grito:-- te enviare a los Toribios: baila o te
desuello; y empezo a latigazos con D. Fadrique.

La senorita de la guitarra paro un instante la musica; pero D. Diego la
miro de modo tan terrible, que ella tuvo miedo de que la hiciese tocar
como queria hacer bailar a su hijo, y siguio tocando el bolero.

Don Fadrique, despues de recibir ocho o diez latigazos, bailo lo mejor
que supo.

Al pronto se le saltaron las lagrimas; pero despues, considerando que
habia sido su padre quien le habia pegado, y ofreciendose a su fantasia
de un modo comico toda la escena, y viendose el mismo bailar a latigazos
y con casaca, se rio, a pesar del dolor fisico, y bailo con inspiracion
y entusiasmo.

Las senoras aplaudieron a rabiar.

--Bien, bien --dijo D. Diego.-- iPor vida del diablo! ?Te he hecho mal,
hijo mio?

--No, padre --dijo D. Fadrique.-- Esta visto: yo necesitaba hoy de doble
acompanamiento para bailar.

--Hombre, disimula. ?Por que eres tonto? ?Que repugnancia podias tener,
si la casaca te va que ni pintada, y el bolero clasico y de buena
escuela es un baile muy senor? Estas damas me perdonaran. ?No es verdad?
Yo soy algo vivo de genio.

Asi termino el lance del bolero.

Aquel dia bailo otras cuatro veces D. Fadrique en otras tantas visitas,
a la mas leve insinuacion de su padre.

Decia el cura Fernandez, que conocio y trato a D. Fadrique, y de quien
sabia muchas de estas cosas mi amigo D. Juan Fresco, que D. Fadrique
referia con amor la anecdota del bolero, y que lloraba de ternura filial
y reia al mismo tiempo, diciendo _mi padre era un vandalo_, cuando se
acordaba de el, dandole de latigazos, y retraia a su memoria a las damas
aterradas, sin dejar una de ellas de tocar la guitarra, y a el mismo
bailando el bolero mejor que nunca.

Parece que habia en todo esto algo de orgullo de familia. El _mi padre
era un vandalo_ de D. Fadrique casi sonaba en sus labios como alabanza.
D. Fadrique, educado en el lugar y del mismo modo que su padre, D.
Fadrique cerril, hubiera sido mas vandalo aun.

La fama de sus travesuras de nino duro en el lugar muchos anos despues
de haberse el partido a servir al Rey.

Huerfano de madre a los tres anos de edad, habia sido criado y mimado
por una tia solterona, que vivia en la casa, y a quien llamaban la
chacha Victoria.

Tenia ademas otra tia, que si bien no vivia con la familia, sino en casa
aparte, habia tambien permanecido soltera y competia en mimos y en
halagos con la chacha Victoria. Llamabase esta otra tia la chacha
Ramoncica. D. Fadrique era el ojito derecho de ambas senoras, cada una
de las cuales estaba ya en los cuarenta y pico de anos cuando tenia doce
nuestro heroe.

Las dos tias o chachas se parecian en algo y se diferenciaban en mucho.

Se parecian en cierto entono amable y benevolo de hidalgas, en la piedad
catolica y en la profunda ignorancia. Esto ultimo no provenia solo de
que hubiesen sido educadas en el lugar, sino de una idea de entonces. Yo
me figuro que nuestros abuelos, hartos de la bachilleria femenil, de las
cultas latini-parlas y de la desenvoltura pedantesca de las damas que
retratan Quevedo, Tirso y Calderon en sus obras, habian caido en el
extremo contrario de empenarse en que las mujeres no aprendiesen nada.
La ciencia en la mujer hubo de considerarse como un manantial de
perversion. Asi es que en los lugares, en las familias acomodadas y
nobles, cuando eran religiosas y morigeradas, se educaban las ninas para
que fuesen muy hacendosas, muy arregladas y muy senoras de su casa.
Aprendian a coser, a bordar y a hacer calceta; muchas sabian de cocina;
no pocas planchaban perfectamente; pero casi siempre se procuraba que no
aprendiesen a escribir, y apenas si se les ensenaba a leer de corrido
en _El Ano Cristiano_ o en algun otro libro devoto.

Las chachas Victoria y Ramoncica se habian educado asi. La diversa
condicion y caracter de cada una establecio despues notables
diferencias.

La chacha Victoria, alta, rubia, delgada y bien parecida,
habia sido, y continuo siendo hasta la muerte, naturalmente sentimental
y curiosa. A fuerza de deletrear, llego a leer casi de corrido cuando
estaba ya muy granada; y sus lecturas no fueron solo de vidas de santos,
sino que conocio tambien algunas historias profanas y las obras de
varios poetas. Sus autores favoritos fueron dona Maria de Zayas y
Gerardo Lobo.

Se preciaba de experimentada y desenganada. Su conversacion estaba
siempre como salpicada de estas dos exclamaciones: --iQue mundo este!
--iLo que ve el que vive!-- La chacha Victoria se sentia como hastiada y
fatigada de haber visto tanto, y eso que sus viajes no se habian
extendido mas alla de cinco o seis leguas de distancia de Villabermeja.

Una pasion, que hoy calificariamos de romantica, habia llenado toda la
vida de la chacha Victoria. Cuando apenas tenia diez y ocho anos,
conocio y amo en una feria a un caballero cadete de infanteria. El
cadete amo tambien a la chacha, que no lo era entonces; pero los dos
amantes, tan hidalgos como pobres, no se podian casar por falta de
dinero. Formaron, pues, el firme proposito de seguir amandose, se
juraron constancia eterna y decidieron aguardar para la boda a que
llegase a capitan el cadete. Por desgracia, entonces se caminaba con
pies de plomo en las carreras, no habia guerras civiles ni
pronunciamientos, y el cadete, firme como una roca y fiel como un perro,
envejecio sin pasar de teniente nunca.

Siempre que el servicio militar lo consentia, el cadete venia a
Villabermeja; hablaba por la ventana con la chacha Victoria, y se decian
ambos mil ternuras. En las largas ausencias se escribian cartas amorosas
cada ocho o diez dias; asiduidad y frecuencia extraordinarias entonces.

Esta necesidad de escribir obligo a la chacha Victoria a hacerse
letrada. El amor fue su maestro de escuela, y le enseno a trazar unos
garrapatos anarquicos y misteriosos, que por revelacion de amor leia,
entendia y descifraba el cadete.

De esta suerte, entre temporadas de pelar la pava en Villabermeja, y
otras mas largas temporadas de estar ausentes, comunicandose por cartas,
se pasaron cerca de doce anos. El cadete llego a teniente.

Hubo entonces un momento terrible: una despedida desgarradora. El
cadete, teniente ya, se fue a la guerra de Italia. Desde alli venian las
cartas muy de tarde en tarde. Al cabo cesaron del todo. La chacha
Victoria se lleno de presentimientos melancolicos.

En 1747, firmada ya la paz de Aquisgran, los soldados espanoles
volvieron de Italia a Espana; pero nuestro cadete, que habia esperado
volver de capitan, no parecia ni escribia. Solo parecio, con la licencia
absoluta, su asistente, que era bermejino.

El bueno del asistente, en el mejor lenguaje que pudo, y con los
preparativos y rodeos que le parecieron del caso para amortiguar el
golpe, dio a la chacha Victoria la triste noticia de que el cadete,
cuando iba ya a ver colmados sus deseos, cuando iba a ser ascendido a
capitan, en visperas de la paz, en la rota de Trebia, habia caido
atravesado por la lanza de un croata.

No murio en el acto. Vivio aun dos o tres dias con la herida mortal, y
tuvo tiempo de entregar al asistente, para que trajese a su querida
Victoria, un rizo rubio que de ella llevaba sobre el pecho en un
guardapelo, las cartas y un anillo de oro con un bonito diamante.

El pobre soldado cumplio fielmente su comision.

La chacha Victoria recibio y bano en lagrimas las amadas reliquias. El
resto de su vida le paso recordando al cadete, permaneciendo fiel a su
memoria y llorandole a veces. Cuanto habia de amor en su alma fue
consumiendose en devociones y transformandose en carino por el sobrino
Fadriquito, el cual tenia tres anos cuando supo la chacha Victoria la
muerte de su perpetuo y unico novio.

La pobre chacha Ramoncica habia sido siempre pequenuela y mal hecha de
cuerpo, sumamente morena y bastante fea de cara. Cierta dignidad natural
e instintiva le hizo comprender, desde que tenia quince anos, que no
habia nacido para el amor. Si algo del amor con que aman las mujeres a
los hombres habia en germen en su alma, ella acerto a sofocarlo y no
broto jamas. En cambio tuvo afecto para todos. Su caridad se extendia
hasta los animales.

Desde la edad de veinticuatro anos, en que la chacha Ramoncica se quedo
huerfana y vivia en casa propia, sola, le hacian compania media docena
de gatos, dos o tres perros y un grajo, que poseia varias habilidades.
Tenia asimismo Ramoncica un palomar lleno de palomos, y un corral
poblado de pavos, patos, gallinas y conejos.

Una criada llamada Rafaela, que entro a servir a la chacha Ramoncica
cuando esta vivia aun en casa de sus padres, siguio sirviendola toda la
vida. Ama y criada eran de la misma edad y llegaron juntas a una extrema
vejez.

Rafaela era mas fea que la chacha, y, hasta por imitarla, permanecio
siempre soltera.

En medio de su fealdad, habia algo de noble y distinguido en la chacha
Ramoncica, que era una senora de muy cortas luces. Rafaela, por el
contrario, sobre ser fea, tenia el mas innoble aspecto; pero estaba
dotada de un despejo natural grandisimo.

Por lo demas, ama y criada, guardando siempre cada cual su posicion y
grado en la jerarquia social, se identificaron por tal arte, que se
diria que no habia en ellas sino una voluntad, los pensamientos mismos y
los mismos propositos.

Todo era orden, metodo y arreglo en aquella casa. Apenas se gastaba en
comer, porque ama y criada comian poquisimo. Un vestido, una saya, una
basquina, cualquiera otra prenda, duraba anos y anos sobre el cuerpo de
la chacha Ramoncica o guardada en el armario. Despues, estando aun en
buen uso, pasaba a ser prenda de Rafaela.

Los muebles eran siempre los mismos y se conservaban, como por encanto,
con un lustre y una limpieza que daban consuelo.

Con tal modo de vivir, la chacha Ramoncica, si bien no tenia sino muy
escasas rentas, apenas gastaba de ellas una tercera parte. Iba, pues,
acumulando y atesorando, y pronto tuvo fama de rica. Sin embargo, jamas
se sentia con valor de ser despilfarrada sino por empeno de su sobrino
Fadrique, a quien, segun hemos dicho, mimaba en competencia de la chacha
Victoria.

Don Diego andaba siempre en el campo, de caza o atendiendo a las
labores. Sus dos hijos, D. Jose y D. Fadrique, quedaban al cuidado de la
chacha Victoria y del P. Jacinto, fraile dominico, que pasaba por muy
docto en el lugar, y que les sirvio de ayo, ensenandoles las primeras
letras y el latin.

Don Jose era bondadoso y reposado, D. Fadrique un diablo de travieso;
pero D. Jose no atinaba hacerse querer, y D. Fadrique era amado con
locura de ambas chachas, del feroz D. Diego y del ya citado P. Jacinto,
quien apenas tendria treinta y seis anos de edad cuando ensenaba la
lengua de Ciceron a los dos pimpollos lozanos del glorioso y antiguo
tronco de los Lopez de Mendoza bermejinos.

Mientras que el apacible D. Jose se quedaba en casa estudiando, o iba al
convento a ayudar a misa, o empleaba su tiempo en otras tareas
tranquilas, D. Fadrique solia escaparse y promover mil alborotos en el
pueblo.

Como segundon de la casa, D. Fadrique estaba condenado a vestirse de lo
que se quedaba estrecho o corto para su hermano, el cual, a su vez,
solia vestirse de los desechos de su padre. La chacha Victoria hacia
estos arreglos y traspasos. Ya hemos hablado de la casaca y de la chupa
encarnadas, que vinieron a ser memorables por el lance del bolero; pero
mucho antes habia heredado D. Fadrique una capa, que se hizo mas
famosa, y que habia servido sucesivamente a D. Diego y a D. Jose. La
capa era blanca, y cuando cayo en poder de D. Fadrique recibio el nombre
de la capa-paloma.

La capa-paloma parecia que habia dado alas al chico, quien se hizo mas
inquieto y diabolico desde que la poseyo. D. Fadrique, cabeza de motin y
de bando entre los muchachos mas desatinados del pueblo, se diria que
llevaba la capa-paloma como un estandarte, como un signo que todos
seguian, como un penacho blanco de Enrique IV.

No era muy numeroso el bando de D. Fadrique, no por falta de simpatias,
sino porque el elegia a sus parciales y secuaces haciendo pruebas
analogas a las que hizo Gedeon para elegir o desechar a sus soldados. De
esta suerte logro D. Fadrique tener unos cincuenta o sesenta que le
seguian, tan atrevidos y devotos a su persona, que cada uno valia por
diez.

Se formo un partido contrario, capitaneado por D. Casimirito, hijo del
hidalgo mas rico del lugar. Este partido era de mas gente; pero, asi por
las prendas personales del capitan, como por el valor y decision de los
soldados, quedaba siempre muy inferior a los fadriquenos.

Varias veces llegaron a las manos ambos bandos, ya a punadas y luchando
a brazo partido, ya en pedreas, de que era teatro un llanete que esta
por bajo de un sitio llamado el Retamal.

Siempre que habia un lance de estos, D. Fadrique era el primero en
acudir al lugar del peligro; pero es lo cierto que no bien corria la voz
de que _la capa-paloma iba por el Retamal abajo_, las calles y las
plazuelas se despoblaban de los mas belicosos chiquillos, y todos
acudian en busca del capitan idolatrado.

La victoria, en todas estas pendencias, quedo siempre por el bando de D.
Fadrique. Los de don Casimiro resistian poco y se ponian en un momento
en vergonzosa fuga: pero como D. Fadrique se aventuraba siempre mas de
lo que conviene a la prudencia de un general, resulto que dos veces rego
los laureles con su sangre, quedando descalabrado.

No solo en batalla campal, sino en otros ejercicios y haciendo
travesuras de todo genero, don Fadrique se habia roto ademas la cabeza
otra tercera vez, se habia herido el pecho con unas tijeras, se habia
quemado una mano y se habia dislocado un brazo: pero de todos estos
percances salia al cabo sano y salvo, merced a su robustez y a los
cuidados de la chacha Victoria, que decia, maravillada y santiguandose:
--iAy, hijo de mi alma, para muy grandes cosas quiere reservarte el
cielo, cuando vives de milagro y no mueres!




III

Casimiro tenia tres anos mas de edad que don Fadrique, y era tambien mas
fornido y alto. Irritado de verse vencido siempre como capitan, quiso
probarse con D. Fadrique en singular combate. Lucharon, pues, a punadas
y a brazo partido, y el pobre Casimiro salio siempre acogotado y
pisoteado, a pesar de su superioridad aparente.

Los frailes dominicos del lugar nunca quisieron bien a la familia de los
Mendozas. A pesar de la piedad suma de las chachas Victoria y Ramoncica,
y de la devocion humilde de D. Jose, no podian tragar a D. Diego, y se
mostraban escandalizados de los desafueros e insolencias de D. Fadrique.

Solo el P. Jacinto, que amaba tiernamente a don Fadrique, le defendia de
las acusaciones y quejas de los otros frailes.

Estos, no obstante, le amenazaban a menudo con cogerle y enviarle a los
Toribios, o con hacer que el propio hermano Toribio viniese por el y se
le llevase.

Bien sabian los frailes que el bendito hermano Toribio habia muerto
hacia mas de veinte anos; pero la institucion creada por el florecia,
prestando al glorioso fundador una existencia inmortal y mitologica.
Hasta muy entrado el segundo tercio del siglo presente, el hermano
Toribio y los Toribios en general han sido el tema constante de todas
amenazas para infundir saludable terror a los chachos traviesos.

En la mente de D. Fadrique no entraba la idea de la fervorosa caridad
con que el hermano Toribio, a fin de salvar y purificar las almas de
cuantos muchachos cogia, les martirizaba el cuerpo, dandoles rudos
azotes sobre las carnes desnudas. Asi es que se presentaba en su
imaginacion el bendito hermano Toribio como loco furioso y perverso,
enemigo de si mismo para llagarse con cadenas cenidas a los rinones, y
enemigo de todo el genero humano, a quien desollaba y atormentaba en la
edad de la ninez y de la mas temprana juventud cuando se abren al amor
las almas y cuando la naturaleza y el cielo debieran sonreir y acariciar
en vez de dar azotes.

Como ya habian ocurrido casos de llevarse a los Toribios, contra la
voluntad de sus padres, a varios muchachos traviesos, y como el hermano
Toribio, durante su santa vida, habia salido a caza de tales muchachos,
no solo por toda Sevilla, sino por otras poblaciones de Andalucia,
desde donde los conducia a su terrible establecimiento, la amenaza de
los frailes parecio para broma harto pesada a D. Diego, y para veras le
parecio mas pesada aun. Hizo, pues, decir a los frailes que se
abstuviesen de embromar a su hijo, y mucho mas de amenazarle, que ya el
sabria castigar al chico cuando lo mereciese; pero que nadie mas que el
habia de ser osado a ponerle las manos encima. Anadio D. Diego que el
chico, aunque pequeno todavia, sabria defenderse y hasta ofender, si le
atacaban, y que ademas el volaria en su auxilio, en caso necesario, y
arrancaria las orejas a tirones a todos los Toribios que ha habido y hay
en el mundo.

Con estas insinuaciones, que bien sabian todos cuan capaz era de hacer
efectivas D. Diego, los frailes se contuvieron en su malevolencia; pero
como D. Fadrique (fuerza es confesarlo, si hemos de ser imparciales)
seguia siendo peor que Pateta, los frailes, no atreviendose ya a
esgrimir contra el armas terrenas y temporales, acudieron al arsenal de
las espirituales y eternas, y no cesaron de querer amedrentarle con el
infierno y el demonio.

De este metodo de intimidacion se ocasiono un mal gravisimo. D.
Fadrique, a pesar de sus chachas, se hizo impio, antes de pensar y de
reflexionar, por un sentimiento instintivo. La religion no se ofrecio a
su mente por el lado del amor y de la ternura infinita, sino por el
lado del miedo, contra el cual su natural valeroso e independiente se
rebelaba. D. Fadrique no vio el objeto del amor insaciable del alma, y
el fin digno de su ultima aspiracion, en los poderes sobrenaturales. D.
Fadrique no vio en ellos sino tiranos, verdugos o espantajos sin
consistencia.

Cada siglo tiene su espiritu, que se esparce y como que se diluye en el
aire que respiramos, infundiendose tal vez en las almas de los hombres,
sin necesidad de que las ideas y teorias pasen de unos entendimientos a
otros por medio de la palabra escrita o hablada. El siglo XVIII tal vez
no fue critico, burlon, sensualista y descreido porque tuvo a Voltaire,
a Kant y a los enciclopedistas, sino porque fue critico, burlon,
sensualista y descreido tuvo a dichos pensadores, quienes formularon en
terminos precisos lo que estaba vago y difuso en el ambiente: el giro
del pensamiento humano en aquel periodo de su civilizacion progresiva.

Solo asi se comprende que D. Fadrique viniese a ser impio sin leer ni
oir nada que a ello le llevase.

Esta nueva calidad que aparecio en el era bastante peligrosa en aquellos
tiempos. D. Diego mismo se espanto de ciertas ideas de su hijo. Por
dicha, el desenvolvimiento de tan mala inclinacion coincidio casi con la
ida de D. Fadrique al Colegio de Guardias marinas, y se evito asi todo
escandalo y disgusto en Villabermeja.

Las chachas Victoria y Ramoncica lloraron mucho la partida de D.
Fadrique; el P. Jacinto la sintio; D. Diego, que le llevo a la Isla, se
alegro de ver a su hijo puesto en carrera, casi mas que se afligio al
separarse de el; y los frailes, y Casimirito sobre todo, tuvieron un dia
de jubilo el dia en que le perdieron de vista.

D. Fadrique volvio al lugar de alli adelante, pero siempre por brevisimo
tiempo: una vez cuando salio del Colegio para ir a navegar; otra vez
siendo ya alferez de navio. Luego pasaron anos y anos sin que viese a D.
Fadrique ningun bermejino. Se sabia que estaba, ya en el Peru, ya en el
Asia, en el extremo Oriente.




IV

De las cosas de D. Fadrique, durante tan larga ausencia, se tenia o se
forjaba en el lugar el concepto mas fantastico y absurdo.

D. Diego y la chacha Victoria, que eran las personas de la familia mas
instruidas e inteligentes, murieron a poco de hallarse D. Fadrique en el
Peru. Y lo que es a la candida Ramoncica y al limitado D. Jose, no
escribia D. Fadrique sino muy de tarde en tarde, y cada carta tan breve
como una fe de vida.

Al P. Jacinto, aunque D. Fadrique le estimaba y queria de veras, tambien
le escribia poco, por efecto de la repulsion y desconfianza que en
general le inspiraban los frailes. Asi es que nada se sabia nunca a
ciencia cierta en el lugar de las andanzas y aventuras del ilustre
marino.

Quien mas supo de ello en su tiempo fue el cura Fernandez, que, segun
queda dicho, trato a don Fadrique y tuvo alguna amistad con el. Por el
cura Fernandez se entero D. Juan Fresco, en quien influyo mucho el
relato de las peregrinaciones y lances de fortuna de D. Fadrique para
que se hiciese piloto y siguiese en todo sus huellas.

Recogiendo y ordenando yo ahora las esparcidas y vagas noticias, las
apuntare aqui en resumen.

D. Fadrique estuvo poco tiempo en el Colegio, donde mostro grande
disposicion para el estudio.

Pronto salio a navegar, y fue a la Habana en ocasion tristisima. Espana
estaba en guerra con los ingleses, y la capital de Cuba fue atacada por
el almirante Pocok. Echado a pique el navio en que se hallaba nuestro
bermejino, la gente de la tripulacion, que pudo salvarse, fue destinada
a la defensa del castillo del Morro, bajo las ordenes del valeroso D.
Luis Velasco.

Alli estuvo D. Fadrique haciendo estragos en la escuadra inglesa con sus
certeros tiros de canon. Luego, durante el asalto, peleo como un heroe
en la brecha, y vio morir a su lado a D. Luis, su jefe. Por ultimo, fue
de los pocos que lograron salvarse cuando, pasando sobre un monton de
cadaveres y haciendo prisioneros a los vivos, llego el general ingles,
Conde de Albemarle, a levantar el pabellon britanico sobre la principal
fortaleza de la Habana.

D. Fadrique tuvo el disgusto de asistir a la capitulacion de aquella
plaza importante, y, contado en el numero de los que la guarnecian, fue
conducido a Espana en cumplimiento de lo capitulado.

Entonces, ya de alferez de navio, vino a Villabermeja, y vio a su padre
la ultima vez.

La reina de las Antillas, muchos millones de duros y lo mejor de
nuestros barcos de guerra habian quedado en poder de los ingleses.

D. Fadrique no se descorazono con tan tragico principio. Era hombre poco
dado a melancolias. Era optimista y no quejumbroso. Ademas, todos los
bienes de la casa los habia de heredar el mayorazgo, y el ansiaba
adquirir honra, dinero y posicion.

Pocos dias estuvo en Villabermeja. Se fue antes de que su licencia se
cumpliese.

El rey Carlos III, despues de la triste paz de Paris, a que le llevo el
desastroso _Pacto de familia_, trato de mejorar por todas partes la
administracion de sus vastisimos Estados. En America era donde habia mas
abusos, escandalos, inmoralidad, tiranias y dilapidaciones. A fin de
remediar tanto mal, envio el Rey a Galvez de visitador a Mejico, y algo
mas tarde envio al Peru, con la misma mision, a D. Juan Antonio de
Areche. En esta expedicion fue a Lima D. Fadrique.

Alli se encontraba cuando tuvo lugar la rebelion de Tupac-Amaru. En la
mente imparcial y filosofica del bermejino se presentaba como un
contrasentido espantoso el que su Gobierno tratase de ahogar en sangre
aquella rebelion, al mismo tiempo que estaba auxiliando la de Washington
y sus parciales contra los ingleses; pero D. Fadrique, murmurando y
censurando, sirvio con energia a su Gobierno, y contribuyo bastante a la
pacificacion del Peru.

Don Fadrique acompano a Areche en su marcha al Cuzco, y desde alli,
mandando una de las seis columnas en que dividio sus fuerzas el general
Valle, siguio la campana contra los indios, tomando gloriosa parte en
muchas refriegas, sufriendo con firmeza las privaciones, las lluvias y
los frios en escabrosas alturas a la falda de los Andes, y no parando
hasta que Tupac-Amaru quedo vencido y cayo prisionero.

Don Fadrique, con grande horror y disgusto, fue testigo ocular de los
tremendos castigos que hizo nuestro Gobierno en los rebeldes. Pensaba el
que las crueldades e infamias cometidas por los indios no justificaban
las de un Gobierno culto y europeo. Era bajar al nivel de aquella gente
semisalvaje. Asi es que casi se arrepintio de haber contribuido al
triunfo cuando vio en la plaza del Cuzco morir a Tupac-Amaru, despues de
un brutal martirio, que parecia invencion de fieras y no de seres
humanos.

Tupac-Amaru tuvo que presenciar la muerte de su mujer, de un hijo suyo
y de otros deudos y amigos: a otro hijo suyo de diez anos le condenaron
a ver aquellos barbaros suplicios de su padre y de su madre, y a el
mismo le cortaron la lengua y le ataron luego por los cuatro remos a
otros tantos caballos para que, saliendo a escape, le hiciesen pedazos.
Los caballos, aunque espoleados duramente por los que los montaban, no
tuvieron fuerza bastante para descuartizar al indio, y a este,
descoyuntado, despues de tirar de el un rato en distintas direcciones,
tuvieron que desatarle de los caballos y cortarle la cabeza.

A pesar de su optimismo, de su genio alegre y de su aficion a tomar
muchos sucesos por el lado comico, D. Fadrique, no pudiendo hallar nada
comico en aquel suceso, cayo enfermo con fiebre y se desanimo mucho en
su aficion a la carrera militar.

Desde entonces se declaro mas en el la mania de ser filantropo, especie
de secularizacion de la caridad, que empezo a estar muy en moda en el
siglo pasado.

La impiedad precoz de D. Fadrique vino a fundarse en razones y en
discursos con el andar del tiempo y con la lectura de los malos libros
que en aquella epoca se publicaban en Francia. El caracter burlon y
regocijado de D. Fadrique se avenia mal con la misantropia tetrica de
Rousseau. Voltaire, en cambio, le encantaba. Sus obras mas impias
parecianle eco de su alma.

La filosofia de D. Fadrique era el sensualismo de Condillac, que el
consideraba como el _non plus ultra_ de la especulacion humana.

En cuanto a la politica, nuestro D. Fadrique era un liberal anacronico
en Espana. Por los anos de 1783, cuando vio morir a Tupac-Amaru, era
casi como un radical de ahora.

Todo esto se encadenaba y se fundaba en una teodicea algo confusa y
somera, pero comun entonces. D. Fadrique creia en Dios y se imaginaba
que tenia ciencia de Dios, representandosele como inteligencia suprema y
libre, que hizo el mundo porque quiso, y luego le ordeno y arreglo segun
los mas profundos principios de la mecanica y de la fisica. A pesar del
_Candido_, novela que le hacia llorar de risa, D. Fadrique era casi tan
optimista como el Dr. Pangloss, y tenia por cierto que todo estaba
divinamente bien y que nada podia estar mejor de lo que estaba. El mal
le parecia un accidente, por mas que a menudo se pasmase de que
ocurriera con tanta frecuencia y de que fuera tan grande, y el bien le
parecia lo substancial, positivo e importante que habia en todo.

Sobre el espiritu y la materia, sobre la vida ultra-mundana y sobre la
justificacion de la Providencia, basada en compensaciones de eterna
duracion, D. Fadrique estaba muy dudoso; pero su optimismo era tal, que
veia demostrada y hasta patente la bondad del cielo, sin salir de este
mundo sublunar y de la vida que vivimos. Verdad es que para ello habia
adoptado una teoria, novisima entonces. Y decimos que la habia adoptado,
y no que la habia inventado, porque no nos consta, aunque bien pudo ser
que la inventase; ya que cuando llega el momento y suena la hora de que
nazca una idea y de que se formule un sistema, la idea nace y el sistema
se formula en mil cabezas a la vez, si bien la gloria de la invencion se
la lleva aquel que por escrito o de palabra le expone con mas claridad,
precision o elegancia.

La idea, o mejor dicho, la teoria novisima, tal como estaba en la mente
de D. Fadrique, era en compendio la siguiente:

Entendia el filosofo de Villabermeja que habia una ley providencial y
eterna para la historia, tan indefectible como las leyes matematicas,
segun las cuales giran en sus orbitas los astros. En virtud de esta ley,
la humanidad iba adelantando siempre por un camino de perfectibilidad
indefinida; su ascension hacia la luz, el bien, la verdad y la belleza,
no tenia pausa ni termino. En esto, el humano linaje, en su conjunto,
seguia un impulso necesario. Toda la gloria del exito era para el Ser
Supremo, que habia dado aquel impulso; pero, dentro del providencial
movimiento que de el nacia, en toda accion, en toda idea, en todo
proposito, cada individuo era libre y responsable. El maravilloso
trabajo de la Providencia, el misterio mas bello de su sabiduria
infinita, consistia en concertar con atinada armonia todos aquellos
resultados de la libertad humana a fin de que concurriesen al
cumplimiento de la ley eterna del progreso, o en tenerlos previstos con
tan divina prevision y acierto, que no perturbasen lo que estaba
prescrito y ordenado; asi como, aunque sea baja comparacion, cuenta el
inventor y constructor perito de una maquina con los rozamientos y con
el medio ambiente.

Tal manera de considerar los sucesos se avenia bien con el caracter de
D. Fadrique, corroborando su desden hacia las menudencias, y su prurito
de calificar de menudencias lo que para los mas de los hombres es
importante en grado sumo, y transformando su propension a la alegria y a
la risa en serenidad olimpica, digna de los inmortales.

En su moral no dejaba de ser severo. No habia borrado de sus tablas de
la ley ni un tilde ni una coma de los mandamientos divinos. Lo unico que
hacia era dar mas vigor, si cabe, a toda prohibicion de actos que
produzcan dolor, y relajar no poco las prohibiciones de todo aquello que
a el se le antojaba que solo traia deleite o bienestar consigo.

En aquella edad, pensar asi en Espana y en sus dominios ya hemos dicho
que era expuesto; pero D. Fadrique tenia el don de la mesura y del tino,
y sin hipocresia lograba no chocar ni lastimar opiniones o creencias.

Concurria a esto la buena gracia con que se ganaba las voluntades, no
con inspirar trivial afecto a todo el mundo, sino inspirandole muy vivo
a los pocos que el queria, los cuales valian siempre por muchos para
defenderle y encomiarle.

En la primera mocedad, dotado D. Fadrique de tales prendas, y siendo
ademas bello y agraciado de rostro, de buen talle, atrevido y sigiloso,
consiguio que lloviesen sobre el las aventuras galantes, y tuvo alta
fama de afortunado en amores.

Despues de terminada la rebelion de Tupac-Amaru ascendio a capitan de
fragata, y su reputacion de buen soldado y de sabio y habil marino llego
a su colmo.

Casi cuando acababan de espirar en el Cuzco los ultimos indios parciales
de la independencia de su patria, siendo atenaceados algunos con tenazas
candentes antes de ahorcarlos, llego la nueva a Lima de que habiamos
hecho la paz con Inglaterra, logrando la independencia de su colonia, en
pro de la cual combatimos.

Don Fadrique pudo entonces obtener licencia para navegar a las ordenes
de la Compania de Filipinas, y salio para Calcuta mandando un navio
cargado de preciosas mercaderias. Tres viajes hizo de Lima a Calcuta y
de Calcuta a Lima; y como llevaba muy buena pacotilla y un sueldo
crecido, y alcanzo ventas muy ventajosas, se hallo en poco tiempo
poseedor de algunos millones de reales.

En las largas temporadas que D. Fadrique paso en la India se aficiono
mucho a la dulzura de los indigenas de aquel pais y tomo en mayor
aborrecimiento el fervor religioso y guerrero de otras naciones. Tippoo,
sultan de Misor, se habia empenado en convertir al islamismo a todos los
indostanies y en dilatar su imperio hasta el Cabo Comorin, a donde nunca
habian penetrado las huestes de otros conquistadores musulmanes. La
horrible devastacion del floreciente reino de Travancor, en las barbas
de los ingleses, fue la consecuencia de la ambicion y del celo muslimico
del sultan mencionado. El Gobernador general de la India se resolvio al
cabo a vengar y a remediar lo que hubiera debido impedir, y partio de
Calcuta a Madras con muchos soldados europeos y cipayos, y grandes
aprestos de guerra. En aquella ocasion D. Fadrique tuvo el gusto de
ganar bastantes rupias, sirviendo una buena causa y conduciendo a Madras
en su navio, con la autorizacion debida, tropas, viveres y municiones.

Parece que poco tiempo despues de este suceso, y aun antes de que el
rajah de Travancor fuese restablecido en su trono, y el sultan Tippoo
vencido y obligado a hacer la paz, D. Fadrique, cansado ya de
peregrinaciones y trabajos, con la ambicion apagada y con el deseo de
fortuna mas que satisfecho, logro, de vuelta a Lima, obtener su retiro,
y se vino a Europa, anhelante de presenciar la gran revolucion que en
Francia se estaba realizando, cuyos principios se hallaban tan en
concordancia con los suyos, y cuya fama llenaba el mundo de asombro.

Don Fadrique, sin embargo, solo estuvo en Paris algunos meses: desde
fines de 1791 hasta Septiembre de 1792. Este tiempo le basto para
cansarse y hartarse de la gran revolucion, desenganarse un poco de su
liberalismo y dudar de sus teorias de constante progreso.

En Madrid vivio, por ultimo, dos anos, y tambien se desengano de
muchisimas cosas.

Entrado ya en los cincuenta de su edad, aunque sano y bueno, y
apareciendo en el semblante, en la robustez y gallardia del cuerpo, y en
la serenidad y viveza del espiritu mucho mas joven, le entro la
nostalgia de que padecen casi todos los bermejinos, y tomo la
irrevocable resolucion de retirarse a Villabermeja para acabar alli
tranquilamente su vida.

Las cartas que escribio a su hermano D. Jose y a la chacha Ramoncica,
que vivian aun, anunciandoles su vuelta definitiva y para siempre,
fueron breves, aunque muy carinosas. En cambio, escribio al P. Jacinto
una extensa carta, que se conserva aun y que debe ser trasladada a este
sitio. La carta es como sigue:




V

Mi querido P. Jacinto: Ya sabra V. por mi hermano y por la chacha
Ramoncica que estoy decidido a irme a ese lugar a acabar mi vida donde
pase los mejores anos y los mas inocentes de ella (ibuena inocencia era
la mia!), jugando al hoyuelo, a las chapas, al salto de la comba y
algunas veces al cane, y andando a pedradas y a mojicones con mis
coetaneos y compatricios.

Entonces estaba yo cerril; pero ya V. se hara cargo de que me he pulido
bastante peregrinando por esos mundos, y de que ahora son otras mis
aficiones y muy diversos mis cuidados. Los frailes companeros de V. no
tendran ya necesidad de amenazarme con los Toribios.

Mi estancia en el lugar no traera perturbacion alguna; antes, por el
contrario, yo me lisonjeo de que reporte algunas ventajas. He hecho
dinero y empleare ahi mucha parte en fomentar la agricultura. El vino que
ahi se produce es abominable y puede ser excelente. Trabajando se
lograra hacerle potable y bueno.

Sonando estoy con las agradables veladas que vamos a pasar en el
invierno, jugando a la malilla y al tute, disputando sobre nuestras no
muy concordes teologias, y refiriendo yo a V. mis aventuras en el Peru,
en la India y en otras apartadas regiones.

Se que V., a pesar de los anos, esta firme como un roble, por lo cual me
prometo que ha de dar conmigo largos paseos a caballo y a pie, y ha de
acompanarme a cazar perdices. Tengo dos magnificas escopetas inglesas,
que compre en Calcuta, y con las cuales he cazado tigres, tan grandes
algunos de ellos como borricos. Ya vera V. que bien le va tirando con
cualquiera de estas escopetas a las pacificas y enamoradas perdices que
acuden al reclamo en la estacion del celo.

A pesar de nuestra edad, hemos de emplearnos todavia, si V. no se opone,
en algunas cosas harto infantiles. Hemos de volver al Pozo de la Solana,
como hace cuarenta anos, a cazar colorines y otros pajarillos, ya con la
red, ya con liga y esparto. Tengame V. preparado un buen par de
cimbeles.

Todas las cosas de por ahi se me ofrecen a la memoria con el encanto de
los primeros anos. Entiendo que voy a remozarme al verlas y gozarlas.
Tengo gana de volver a comer pinonate, salmorejo, hojuelas, gajorros,
pestinos, cordero en caldereta, cabrito en cochifrito, empanadas de
boquerones con chocolate, torta-maimon, gazpacho, longanizas y los demas
primores de cocina y reposteria con que suelen regalarse los sibaritas
bermejinos. No por eso rompere con la costumbre contraida en otras
tierras, sino que pienso llevar en mi compania a un gabacho que he
traido de Paris, el cual condimenta unos manjares que doy por cierto que
han de gustar a V., aunque tienen nombres imposibles casi de pronunciar
por una boca de Villabermeja; pero ya V. se convencera de que, sin
pronunciarlos, los mastica, los saborea, se los traga y le saben a
gloria.

Por mas extrano que a V. le parezca, llevo tambien vino a esa tierra del
vino. Yo recuerdo que V. era un excelente catador; que V. tenia un
paladar muy fino y una nariz delicadisima. Espero, pues, que ha de
comprender y estimar el merito de los vinos de _extranjis_ que yo lleve,
y que no caeran en su estomago como si cayesen en el sumidero.

Estoy muy contento de que me viva aun la chacha Ramoncica. Me han dicho
que en su casa sigue todo como antes. Los mismos muebles, la misma
criada Rafaela, y hasta el grajo, bien sea el mismo tambien, que por
milagro de nuestro Santo Patrono vive aun, o bien sea otro que le
reemplazo a tiempo, y parece el fenix renacido de sus cenizas.

Mucha gana tengo de dar un abrazo a la chacha Ramoncica, aunque, dicho
sea entre nosotros, yo queria mas a la pobre chacha Victoria. iQue noble
mujer aquella! Aseguro a V. que no he hallado igual mujer en el mundo.
Si la hubiera hallado, no seria yo solteron.

En este punto he sido poco feliz. No he hallado mas que mujeres ligeras,
casquivanas, frivolas y sin alma. Una sola, alla en Lima, me quiso de
veras con amor fervoroso, pero criminal. Yo tambien la quise, por mi
desgracia, porque tenia un genio de todos los diablos, y queriendonos
mucho, la historia de nuestros amores se compuso de una serie de
peloteras diarias. Aquellos amores fueron pesadilla, y no deleite. Ella
era muy devota, habia sido una santa y seguia en opinion de tal, porque
procedimos siempre con cautela y recato. Sin embargo, en el fondo de su
atribulada conciencia, en lo profundo de su mente, orgullosa y fanatica
a la vez, sentia vergueenza de haber humillado ante mi su soberbia y de
haberse rendido a mi voluntad, y tenia miedo y horror de haber dejado
por mi el buen camino, ofendiendo a Dios y faltando a sus deberes. Todo
esto, sin darse ella mucha cuenta de lo que hacia, me lo queria hacer
pagar, considerandome en extremo culpado. Lo que yo tuve que aguantar
no tiene nombre. Creame V., P. Jacinto, en el pecado lleve la
penitencia. Asi es que me harte de amores serios para anos, y me dedique
desde entonces a los ligeros. ?Para que atormentarse en un asunto que
debe ser todo de amenidad, regocijo y alegria?

Quizas por esta razon, y no porque apenas se de _in rerum natura_, no
alcance nunca el amor de una chacha Victoria joven. Si le hubiera
alcanzado, poco tierno soy de corazon, pero no lo dude V., hubiera
muerto bendiciendola, como murio el cadete, o hubiera conquistado por
ella y para ella, no el grado de capitan, sino el mundo.

En fin, ya paso la mocedad, y no hay que pensar en novelerias.

Yo estoy desenganado y aburrido, si bien con desengano apacible y suave
aburrimiento.

Se me acabo la ambicion; no siento apetito de gloria; no aspiro a ser
del vano dedo senalado; tengo mas bienes de fortuna de los que necesito;
estoy sediento de reposo, de obscuridad y de calma, y por todo esto me
retiro a Villabermeja; pero no para hacer penitencia, sino para darme
una vida regalada, tranquila, llena de orden y bienestar, cuidandome
mucho y viendo lo que dura un Comendador Mendoza bien conservado. Hasta
ahora lo estoy. No parece que tengo cincuenta anos, sino menos de
cuarenta. Ni una cana. Ni una arruga. Todavia me llaman senorito, y no
senor, y no faltan hembras de garbo que me califiquen de real mozo,
ofendiendo mi modestia.

Mi mayor desengano ha sido en mis ideas y doctrinas, si bien no ha sido
bastante para hacerme variar.

Dios me perdone si me equivoco a fuerza de creerle bueno. Yo, creyendo
en el y figurandomele como persona, tengo que figurarmele todo lo bueno
que concibo que una persona puede ser. Por consiguiente, no completando
mi concepto de su bondad la gloria de la otra vida por inmensa que sea,
supongo en esta vida que vivimos, por mas que sirva para ganar la otra,
un fin y un proposito en si, y no solo el ultramundano. Este fin, este
proposito es ir caminando hacia la perfeccion, y sin alcanzarla aqui
nunca, acercarse cada vez mas a ella. Creo, pues, en el progreso; esto
es, en la mejora gradual y constante de la sociedad y del individuo, asi
en lo material como en lo moral, y asi en la ciencia especulativa como
en la que nace de la observacion y la experiencia, y da ser a las artes
y a la industria.

El mejor medio de este progreso, y al mismo tiempo su mejor resultado en
nuestros dias, es, a mi ver, la libertad. La condicion mas esencial de
esta libertad es que todos seamos igualmente libres.

Figurese V. cuanto me encantaria la revolucion francesa y su Asamblea
Constituyente, que propendia a realizar estos principios mios; que
proclamaba los derechos del hombre.

Pedi mi retiro, deje mi carrera, y vine, lleno de impaciencia, desde el
otro hemisferio a banarme en la luz inmortal de la gran revolucion y a
encender mi entusiasmo en el sagrado fuego que ardia en Paris, donde
imagine que estaban el corazon y la mente del mundo.

Pronto se desvanecieron mis ilusiones. Los apostoles de la nueva ley me
parecieron, en su mayor parte, bribones infames o freneticos furiosos,
llenos de envidia y sedientos de sangre. Vi al talento, a la virtud, a
la belleza, al saber, a la elegancia, a todo lo que por algo sobresale
en la tierra, ser victima de aquellos fanaticos o de aquellos
envidiosos. Las hazanas de los soldados de la revolucion contra los
reyes de Europa coligados no podian admirarme. No me parecian la defensa
serena del que confia en su valor y en su derecho, sino el brio febril
de la locura, excitada por la embriaguez de la sangre y por medio de
asesinatos horribles. Paris se me antojaba el infierno, y no atino ahora
a comprender como permaneci tanto tiempo en el. Todo estaba trocado: la
brutalidad se llamaba energia; sencillez el desalino indecente;
franqueza la groseria, y virtud el no tener entranas para la compasion.
Recordaba yo las epocas de mayor tirania, y no hallaba epoca alguna
peor, sobre todo si se considera que estabamos en el centro de Europa y
que llevabamos tantos siglos de civilizacion y cultura. El tirano no era
uno, eran varios, y todos soeces y sucios de alma y de cuerpo.

Hui de Paris y vine a Madrid. Otra desilusion. Si por alla crei
presenciar una abominable y barbara trajedia, aqui me encontre en un
grotesco, asqueroso y lascivo sainete. Por alla sangre; por aca
inmundicia.

No por eso apostate de mi optimismo ni eche a un lado mi doctrina de
indefinido progreso. Lo que hice fue reconocer mi error en calculos de
cronologia, para los cuales no habia contado yo con la feroz y
desgrenada revolucion de Francia.

En vista de esta revolucion, el bien relativo, el estado de libertad y
de adelantamiento para las sociedades, que yo fantaseaba como inmediato,
se hundio hacia adentro, en los abismos del porvenir, lo menos dos o
tres siglos.

Como para entonces no vivire yo, y como en el estado presente del mundo
estoy ya harto de la vida practica, he resuelto refugiarme en la
contemplacion; y a fin de gozar del espectaculo de las cosas humanas,
mezclandome en ellas lo menos posible, voy a tomar asiento, como
espectador desapasionado, en la propia Villabermeja.

Mi hermano, que tiene ya una hija casadera, a quien naturalmente desea
que salte un buen novio, se va a vivir a la vecina ciudad, donde ya
tiene casa tomada, y a mi me deja a mis anchas y solo en la casa
solariega de los Mendoza, donde le dare albergue siempre que venga al
lugar para sus negocios.

Yo me atengo al refran que dice _o corte o cortijo_; y ya que me fugo de
Paris y de Madrid, no quiero ciudad de provincia, sino aldea.

En la gran casa de los Mendoza bermejinos voy a estar como garbanzo en
olla; pero se llenaran algunos cuartos con la multitud de libros que voy
a llevar.

Vamos a tener una vida envidiable; y digo _vamos_, porque supongo y
espero que V. me hara compania a menudo.

Mi determinacion es irrevocable, y me voy ahi, para no salir de ahi,
salvo cuando vaya como de paseo a caballo, a visitar a mi hermano y a su
familia, en la ciudad cercana, la cual, a pesar de su pomposo titulo de
ciudad, tiene tambien mucho de pueblo pequeno y rural, con perdon y en
paz sea dicho.

Adios, beatisimo padre. Encomiendeme V. a Dios, con cuyo favor cuento
para escapar de esta confusion ridicula de la corte, y poder pronto
darle, en esa encantadora Villabermeja, un apretado abrazo.




VI

Veinte dias despues de recibida esta carta por el P. Jacinto, se realizo
la entrada solemne en Villabermeja del ilustre Comendador Mendoza.

Desde Madrid a la capital de la provincia, que entonces se llamaba
reino, nuestro heroe vino en coche de colleras y empleo nueve dias. En
la capital de la provincia se encontro con su hermano D. Jose, con el P.
Jacinto y con otros amigos de la infancia, que le estaban aguardando.
Entre ellos sobresalia el tio Gorico, maestro pellejero, habil
fabricador de corambres y notabilisimo en el dificil arte de echar
botanas a los pellejos rotos. Este habia sido el muchacho mas diabolico
del lugar despues de D. Fadrique, y su teniente cuando las pendencias,
pedreas y demas hazanas contra el bando de D. Casimiro.

El tio Gorico no tenia mas defecto que el de haberse entregado con
sobrado carino a la bebida blanca. El aguardiente anisado le encantaba.
Y como al asomar la aurora por el estrecho horizonte de Villabermeja el
tio Gorico, segun su expresion, mataba el gusanillo, resultaba que casi
todo el dia estaba calamocano, porque aquel fuego que encendia en su ser
con el primer fulgor matutino, se iba alimentando, durante el dia,
merced a frecuentes libaciones.

Por lo demas, el tio Gorico no perdia nunca la razon; lo que lograba era
envolver aquella luz del cielo en una gasa tenue, en un fanal primoroso,
que le hacia ver las cosas del mundo exterior y todo lo interno de su
alma y los tesoros de su memoria como al traves de un vidrio magico.
Jamas llegaba a la embriaguez completa; y una vez sola, decia el habia
tenido en toda su vida alferecia en las piernas. Era, pues, hombre de
chispa en diversos sentidos, y nadie tenia mejores ocurrencias, ni
contaba mas picantes chascarrillos, ni se mostraba mas util y agradable
companero en una partida de caza.

En el lugar gozaba de celebridad envidiable por mil motivos, y entre
otros, porque hacia el papel de Abraham en el paso de Jueves Santo por
la manana, tan admirablemente bien, que nadie se le igualaba en muchas
leguas a la redonda. Con un vestido de mujer por tunica, una colcha de
cama por manto, su turbante y sus barbas de lino, tomaba un aspecto
venerable. Y cuando subia al monte Moria, que era un establo cubierto de
verdura, que se elevaba en medio de la plaza, adquiria la majestad
patetica de un buen actor. Pero en lo que mas se lucia, arrancando
gritos de entusiasmo, era cuando ofrecia a Isaac al Todopoderoso antes
de sacrificarle. Isaac era un chiquillo de diez anos lo menos. Con la
mano derecha el tio Gorico le levantaba hacia el cielo, y asi, extendido
el brazo, como si no fuera de hueso y carne, sino de acero firmisimo,
permanecia catorce o quince minutos. Luego venia el momento de las mas
vivas emociones; el terror tragico en toda su fuerza. Abraham ataba al
chiquillo al ara, y sacaba un truculento chafarote que llevaba al cinto.
Tres o cuatro veces descargaba cuchilladas con una violencia increible.
Las mujeres se tapaban los ojos y daban espantosos chillidos, creyendo
ya segada la garganta del muchacho que prefiguraba a Cristo; pero el tio
Gorico paraba el golpe antes de herir, como no atreviendose a consumar
el sacrificio. Al fin aparecia un angel, con alas de papel dorado, en el
balcon de las Casas Consistoriales, y cantaba el romance que empieza:

        "Detente, detente, Abraham;
        No mates a tu hijo Isaac,
        Que ya esta mi Dios contento
        Con tu buena voluntad."

El sacrificio del cordero en vez del hijo, con lo demas del paso, lo
ejecutaba el tio Gorico con no menor maestria.

En mas de una ocasion trataron de ganarle, ofreciendole mucho dinero
para que fuese a hacer de Abraham a otras poblaciones; pero el no quiso
jamas ser infiel a su patria y privarla de aquella gloria.

Don Jose, el P. Jacinto, el tio Gorico y los demas amigos, muy contentos
de haber abrazado a D. Fadrique, contentisimo tambien de verse entre los
companeros de su infancia, emprendieron a caballo el viaje a
Villabermeja, que, con madrugar y picar mucho, pudo hacerse en diez
horas, llegando todos al lugar al anochecer de un hermoso dia de
primavera, en el ano de 1794.

Dona Antonia, mujer de D. Jose, y sus dos hijos, D. Francisco, de edad
de catorce anos, y dona Lucia, que tenia ya diez y ocho, acompanados de
la chacha Ramoncica, recibieron con jubilo, con abrazos y otras mil
muestras de carino al Comendador, quien ya tenia por suya la casa
solariega. D. Jose y su familia se habian establecido en la ciudad, y
solo por dos dias habian venido al pueblo para recibir al querido
pariente.

Este, como era de suyo muy modesto, se maravillo y complacio en ver que
alcanzaba en Villabermeja mas popularidad de lo que creia. Vinieron a
verle todos los frailes, desde los mas encopetados hasta los legos, el
medico, el boticario, el maestro de escuela, el alcalde, el escribano y
mucha gente menuda.

Al dia siguiente de la llegada la chacha Ramoncica quiso lucirse, y se
lucio, dando un magnifico _pipiripao_. D. Fadrique, cuando oyo esta
palabra, tuvo que preguntar que significaba, y le dijeron que algo a
modo de festin. En cambio, se cuentan aun en Villabermeja los grandes
apuros en que estuvo aquella noche la chacha Ramoncica cuando volvio a
su casa, cavilando que seria lo que su sobrino le habia pedido para el
festin, y que ella ansiaba que le sirviesen, a fin de darle gusto en
todo. El vocablo, para ella inaudito, con que su sobrino habia
significado la cosa que deseaba, casi se le habia borrado de la mente.
Por ultimo, consultando el caso con Rafaela, y haciendo un esfuerzo de
memoria, vino a recomponer el vocablo y a declarar que lo que su sobrino
habia pedido era _economia_.

--?Que es eso, Rafaela? --pregunto a su fiel criada.

Y Rafaela contesto:

--Senora, ?que ha de ser? i_Ajorro_!

No le hubo, sin embargo. La chacha Ramoncica echo aquel dia el bodegon
por la ventana.

Al siguiente le toco lucirse al Comendador, y a pesar de toda su
filosofia gozo en el alma de que sus deudos y paisanos viesen
maravillados su vajilla de porcelana, su plata y los demas objetos raros
o bellos que de sus viajes habia traido, y que habia mandado por delante
de el con su criado de mas confianza. Hasta la extrana fisonomia de
este, que era un indio, pasmo a los bermejinos, con deleite y
satisfaccion de D. Fadrique. Tuvo ademas un placer indescriptible en
contar sus aventuras y en hacer descripciones de paises remotos, de
costumbres peregrinas y de casos singulares que habia visto o en los que
habia tomado parte.

Nada de esto debe movernos a rebajar el concepto que del Comendador
tenemos. Por mas que parezca pueril, tal vanidad es mas comun de lo que
se cree. ?A quien no le agrada, cuando vuelve al lugar de su nacimiento,
darse cierto tono, sin ofender a nadie, manifestando cuan importante
papel ha hecho en el mundo?

Gente hay que no espera para esto a ir a su lugar. Nacido en uno muy
pequeno de Andalucia tuve yo cierto amigo que, como llegase a ser
personaje de gran suposicion y de muchas campanillas, cifraba su mayor
deleite en mandar a su pueblo todos los anos un ejemplar de la _Guia de
forasteros_, con registro en las varias paginas en que estaba estampado
su nombre. Un ano fue la _Guia_ con ocho registros, y el pasmo de los
lugarenos, participado por carta a mi amigo, le dio un contento que
casi rayaba en beatitud o bienaventuranza.

No es menor el gusto que se tiene en contar lances y sucesos y en
describir prodigios. De aqui sin duda el refran: _de luengas vias,
luengas mentiras_. Baste, pues, decir, en elogio de D. Fadrique, que el
refran no rezo con el nunca, porque era la veracidad en persona. Lo que
no aseguraremos es que fuese siempre creido en cuanto refirio. Los
lugarenos son maliciosos y desconfiados; suelen tener un criterio alla a
su manera, y a menudo las cosas mas ciertas les parecen falsas o
inverosimiles, y las mentiras, por el contrario, muy conformes con la
verdad. Recuerdo que un mayordomo andaluz de cierto inolvidable y
discreto Duque, que estuvo de embajador en Napoles, fue a su pueblo con
licencia. Cuando volvio le embromabamos suponiendo que habria contado
muchos embustes. El nos confeso que si, y aun anadio, jactandose de
ello, que todo se lo habian creido, menos una cosa.

--?Que cosa era esa? --le preguntamos.

-Que cerca de Napoles --respondio,-- hay un monte que echa chispas por
la punta.

De esta suerte pudo muy bien nuestro D. Fadrique, sin apartarse un apice
de la verdad, dejar de ser creido en algo, sin que sus paisanos se
atreviesen a decirle, como decian al mayordomo del Duque cuando hablaba
del Vesubio: "iEsa es grilla!"

Al dia tercero despues de la llegada de D. Fadrique, su hermano D. Jose
y su familia se volvieron a la ciudad; y entonces, con mas reposo, pudo
entregarse el Comendador a otro placer no menos grato: el de visitar y
recordar los sitios mas queridos y frecuentados de su ninez, y aquellos
en que le habia ocurrido algo memorable. Estuvo en el Retamal y en el
Llanete, que esta junto, donde le descalabraron dos veces; fue a la
fuente de Genazahar y al Pilar de Abajo; subio al Laderon y a la Nava, y
extendio sus excursiones hasta el cerro de Jilena y el monte de
Horquera, poblado entonces de corpulentas y seculares encinas.

Tomo, por ultimo, D. Fadrique verdadera posesion de su vivienda,
arrellanandose en ella, por decirlo asi, poniendo en orden los muebles
que habia traido, colocando los libros y colgando los cuadros.

En estas faenas, dirigidas por el, casi siempre estaba presente el P.
Jacinto; y al cabo D. Fadrique quedo instalado, forjandose un retiro,
rustico a par que elegante, y una soledad amenisima en el lugar donde
habia nacido.




VII

Encantado estaba D. Fadrique con su modo de vivir. Ya leyendo, ya de
tertulia o de paseo con el P. Jacinto, ya de expediciones campestres y
venatorias con el mismo padre y con el iluminado y ameno tio Gorico, el
tiempo se deslizaba del modo mas grato. Ningun deseo sentia D. Fadrique
de ir a otro pueblo, abandonando a Villabermeja; pero D. Jose tenia
cuarto preparado para recibirle en su casa de la ciudad, y sus
instancias fueron tales, que no hubo mas que ceder a ellas.

El Comendador fue a la ciudad a pasar todo el mes de Mayo. Llego en la
tarde del ultimo dia de Abril, y como el viaje es un paseo, aquella
noche estuvo de tertulia hasta cerca de las once, que en 1794 era ya
mucho velar. Dos o tres hidalgos; otras tantas senoras machuchas; dos
jovenes amiguitas de Lucia, sobrina de D. Fadrique; un respetable senor
cura y un caballerito forastero y muy elegante componian la reunion de
casa de D. Jose, que empezo antes de que anocheciera.

Nadie llamo la atencion de D. Fadrique, que era harto distraido.
Necesitaba que las personas le gustasen o le disgustasen para fijarse en
ellas, y con gran dificultad acertaba la gente a gustarle, y mucho menos
a disgustarle. Asi es que, mostrandose muy urbano con todos, apenas
reparo en ninguno.

Al toque de oraciones sirvieron el refresco.

Primero pasaron dos criadas repartiendo platos, servilletas y
cucharillas de plata; luego entraron otras dos criadas, que traian
sendas bandejas llenas de tacillas de cristal con almibares diferentes.
Cada tertuliano fue tomando en su asiento una tacilla del almibar que
mas le gustaba. Las criadas de las bandejas pasaron de nuevo recogiendo
las tacillas vacias, y rogando a los senores que tomasen otra de otro
almibar, como en efecto la tomaron muchos.

La historia, prolija en este punto, cuenta que los almibares eran de
nueces verdes, de cabellos de angel, de tomate y de hoja de azahar. Hubo
tambien arrope de melocoton.

Las ninfas fregonas, muy compuestas y con muchas flores en el mono,
sirvieron luego copitas de rosoli, del que solo bebieron los caballeros;
y por ultimo trajeron el chocolate con torta de bizcocho, polvorones,
pan de aceite y hojaldres. Termino todo con el agua, que en vasos de
cristal y en bucaros olorosos repartieron asimismo las criadas.

Duro esto hasta que dieron las animas.

El refresco se tomo con toda ceremonia y con pocas palabras. Las sillas
pegadas a la pared, y todos sentados sin echar una pierna sobre otra, ni
inclinarse de ningun lado, ni recostarse mucho.

Despues de tomado el refresco, hubo alguna mas libertad y expansion, y
Lucia se atrevio a rogar al caballerito que recitase unos versos.

--Si, si --dijeron en coro casi todos los tertulianos;--que recite.

--Recitare algo de Melendez, --dijo el joven.

--No, de V. --replico Lucia.-- Sepa V., tio, --anadio dirigiendose al
Comendador,-- que este senor es muy poeta y gran estudiante. Ya vera
usted que lindos versos compone.

--V. es muy amable, Srta. Dona Lucia. La amistad que me tiene la engana.
Su senor tio de V. va a salir chasqueado cuando me oiga.

--Yo confio tanto en el fino gusto de mi sobrina --dijo el Comendador,--
que dudo de que se equivoque, por ferviente que sea la amistad que V. le
inspire. Casi estoy convencido de que los versos seran buenos.

--Vamos, recitelos V., D. Carlos.

--No se cuales recitar que cansen menos, y que a V. que me fia, y a mi
que soy el autor, nos dejen airosos.

--Recite V. --contesto Lucia,-- los ultimos que ha compuesto a Clori.

--Son largos.

--No importa.

Don Carlos no se hizo mas de rogar, y con entonacion mesurada y cierta
timidez que le hubiera hecho simpatico, aunque ya por si no lo fuese,
recito lo que sigue:

        El placido arroyuelo
        Rompe el lazo de hielo,
        Y desatado en onda cristalina
        Fecunda la pradera.
        Flora presta sus galas a Chiprina;
        Reluce Febo en la celeste esfera,
        Y en la noche callada
        La casta diosa a su pastor dormido,
        Con tremulo fulgor, besa extasiada.
        Del techo antiguo a suspender su nido
        Ha vuelto ya la golondrina errante;
        Dulces trinos difunde Filomena;
        El mar se calma, el cielo se serena;
        Solo Cefiro amante,
        Oreando la hierba en los alcores.
        Y acariciando las tempranas flores,
        Con musica y aroma el aire agita.
        En la rica estacion de los amores
        Amor en todo corazon palpita;
        Pero en el alma del zagal Mirtilo
        Halla perpetuo asilo.
        Alli ingenioso el dios labra un dechado
        De gracia encantadora,
        Donde con fiel esmero ha retratado
        A Clori bella, a la gentil pastora.
        Por quien Mirtilo muere.
        Clori, en tanto, amistosa y compasiva,
        Quiere que el zagal viva,
        Mas amarle no quiere;
        Antes, dicen que piensa dar su mano
        A un rabadan anciano.
        Con celos el zagal su pena aumenta,
        Y asi en la selva oculto se lamenta:

        --iTu no sabes de amor, encanto mio!
        iAh! Tu ignorancia virginal te engana.
        Sere merecedor de tu desvio,
        Mas no comprendo la ilusion extrana
        Que a dar tanta beldad te precipita,
        Inutil don, tesoro inmaculado,
        A la vejez marchita.
        La amapola del prado
        No despliega la pompa de sus hojas,
        De pudico amor rojas,
        Hasta que el sol derrama
        En su velado seno estiva llama;
        Ni la rosa se atreve
        A abrir el caliz entre escarcha y nieve.
        No censurara yo que Galatea
        Al ciclope adorase: la hermosura
        Bien en la fuerza y el valor se emplea;
        Bien con estrecho, carinoso nudo,
        La hiedra cine firme tronco rudo.
        Mas nunca a quien apenas
        Sostener puede el peso de la vida
        A llevar sus cadenas,
        Si dulces, graves, el amor convida.
        Huyen del mustio viejo las Camenas;
        Si la flauta de Pan su labio toca,
        Alli perece el desmayado aliento,
        Sin convertirse en melodioso viento,
        Y la risa del satiro provoca.
        Con vacilante pie mal en el coro
        De ninfas entra; y el alegre giro
        Y canto de las Menades sonoro,
        O con flebil suspiro,
        O con dolientes ayes turba acaso;
        Que, en el misterio de la santa orgia,
        Ni el hierofante el tirso le confia,
        Ni el llega hasta la cumbre del Parnaso.
        iAy Clori! ?Que demencia te extravia?
        Ya que por ti se pierde
        Mi tierno amor, mi juventud lozana,
        De frescas rosas y de mirto verde
        No cinas ora una cabeza cana.
        Trepa la vid al alamo frondoso,
        Y a la punzante ortiga
        Deja que adorne el murallon ruinoso.
        ?Que riesgo, que fatiga
        No aceptara mi amor por agradarte?
        Por ti en el bosque vencere las fieras;
        Por ti el furor arrostrare de Marte;
        Y el rey de las praderas,
        Cuya bronceada frente
        Arma ostenta terrible, que figura
        De nueva luna el disco refulgente,
        De mi garrocha dura
        Sentira en la cerviz la picadura.
        El rabadan, por la vejez postrado,
        Tu solicito afan reclamaria,
        iOh, Clori! mientras yo, por tu mandado,
        Al abismo del mar descenderia,
        Sus perlas para ver en tu garganta,
        Y acosaria al lobo carnicero,
        Su hirsuta piel con plomo o con acero
        Ganando para alfombra de tu planta.
        Alucinada ninfa candorosa,
        Desecha ese delirio que te lleva
        A ser del viejo rabadan esposa.
        Pues ique! ?te he dado en balde tanta prueba
        De amor? Ya ves que por seguirte dejo
        El templo de Minerva y los verjeles
        Por do Betis copioso se dilata.
        De mis padres me alejo,
        Y huyo tambien de mis amigos fieles
        Para sufrir crueldades de una ingrata.
        No estriba tu desden en mi pobreza,
        Que no oculta tan bajo sentimiento
        Tu noble corazon, y ni en riqueza
        Me vence el rabadan, ni en nacimiento.
        Solo un funesto error, una locura,
        iOh, Clori! iOh, rosa del pensil divino!
        Le hara exhalar tu aroma y tu frescura
        Entre las secas ramas del espino;
        Te hara romper el broche delicado,
        No para abril, para diciembre helado.
        No asi me hieras, si matarme quieres;
        Mira que asi te matas cuando hieres.

No bien terminaron los versos, fueron estrepitosamente aplaudidos por el
benevolo auditorio; pero, si hemos de decir la verdad, ni D. Jose ni
dona Antonia prestaron atencion durante la lectura; las senoras mayores
se adormecieron con el sonsonete; el senor cura hallo la composicion
sobrado materialista y mitologica y un poco pesada, y las amiguitas de
Lucia mas se entusiasmaron con la buena presencia del poeta que con el
merito literario de su obra.

Don Carlos, en efecto, era un morenito muy salado de veintidos a
veintitres anos. Sus vivos y grandes ojos resplandecian con el fuego de
la inspiracion. Su cabellera negra, ya sin polvos, lucia y daba reflejos
azulados como las alas del cuervo. Los movimientos de su boca al hablar
eran graciosos. Los dientes que dejaba ver, blancos e iguales; la nariz,
recta, y la frente, despejada y serena.

Iba D. Carlos vestido con suma elegancia, a la ultima moda de Paris. Era
todo un petimetre. Parecia el principe de la juventud dorada,
transportado por arte magica desde las orillas del Sena al rinon de
Andalucia. El cuello de su camisa y el lienzo con que formaba lazo en
torno de el, estaban bastante bajos para descubrir la garganta y la
cerviz robusta sobre que posaba airosamente la cabeza. La estatura, mas
bien alta que mediana, y el talle, esbelto. El calzon ajustado de
casimir, la media de seda blanca y el zapato de hebilla de plata, daban
lugar a que mostrase el galan la bien formada pierna y un pie pequeno,
largo y levantado por el tarso.

Sin duda las ninas contemplaron mas todas estas cosas, y se deleitaron
mas con la dulzura de la voz del senorito que con el que nos atreveremos
a calificar de idilio, la mitad de cuyas palabras estaba en griego para
ellas.

Don Fadrique habia reparado en todo. Como la mayor parte de los
distraidos, era muy observador, y prestaba atencion intensa cuando se
dignaba prestarla.

Los versos le parecieron regulares, no inferiores a los de Melendez,
aunque, ni con mucho, tan buenos como los de Andres Chenier, que habia
oido en Paris. Lo que es el chico le parecio muy guapo.

Advirtio tambien, con cierto gusto mezclado de zozobra, que Lucia, su
sobrina, habia escuchado con ademan y gesto propios de quien entiende la
poesia, y con cierta aficion, que no atinaba el a deslindar si era
meramente literaria, o reconocia otra causa mas personal y mas honda.

Por lo pronto, en consecuencia de tales observaciones, califico a su
sobrina, de quien hasta entonces apenas habia hecho caso, de bonita y de
discreta. Se puede decir que la miro concienzudamente por primera vez, y
vio que era rubia, blanca, con ojos azules, airosa de cuerpo y muy
distinguida. De todos estos descubrimientos no pudo menos de alegrarse,
como buen tio que era; pero hizo, o creyo haber hecho, otros
descubrimientos, que le mortificaban algo. "Tal vez seran cavilaciones",
decia para si.

En punto de las diez se acabo la tertulia.

Sola ya la familia, Dona Antonia convoco a los criados, y en compania de
todos, y en alta voz, se rezo el rosario.

Por ultimo, no bastando el chocolate y el refresco, que pudiera pasar
por merienda, para gente que comia entonces poco despues de mediodia, se
sirvio la indispensable cena.

Durante este tiempo D. Fadrique busco y encontro ocasion de tener un
aparte con su sobrina, y le hablo de este modo:

--Nina, veo que te gustan los versos mas de lo que yo creia.

Ella, poniendose muy colorada y mas bonita desde la primera palabra que
el tio pronuncio, respondiole, algo cortada:

--?Y por que no han de gustarme? Aunque criada en un lugar, no soy tan
ruda.

--Basta con mirarte, hija mia, para conocer que no lo eres. Pero el que
te gusten los versos no se opone a que puedan gustarte los poetas.

--Ya lo creo que me gustan. Fr. Luis de Leon y Garcilaso son mis
predilectos entre los liricos espanoles, --dijo Lucia con suma
naturalidad.

Casi se disipo la sospecha de D. Fadrique. Parecia inverosimil tanto
disimulo en una muchacha de diez y ocho anos, que rezaba el rosario
todas las noches, iba a misa y se confesaba con frecuencia.

Don Fadrique no tenia tiempo para rodeos y perifrasis, y se fue
bruscamente al asunto que le mortificaba.

--Sobrina, con franqueza: ?los versos que hemos oido los ha compuesto D.
Carlos para ti?

--iQue disparate! --respondio Lucia, soltando una carcajada.

--?Y por que habia de ser disparate?

--Porque nada de aquello me conviene: porque yo no soy Clori.

--Bien pudieras serlo. El poeta no describe a Clori. Afirma vaga e
indeterminadamente que Clori es bella, y tu eres bella.

--Gracias, tio; V. me favorece.

--No; te hago justicia.

--Sea como V. guste. Pero digame V., ?de donde sacamos a mi viejo
rabadan? porque yo no doy con el.

--Pues mira, yo crei haberle encontrado.

--?Como, tio, si no estaba en la tertulia mas que el senor cura?

--Y yo, ?no soy nadie?

--?Que quiere V. decir con eso?

--Quiero decir que tengo cincuenta anos, que te llevo treinta y dos, y
que no estoy loco para aspirar a que me quieran; pero los poetas fingen
lo que se les antoja, y el barbilindo de D. Carlos puede haber levantado
esa maquina de suposiciones absurdas para escribir su idilio. En tal
caso, no esta muy conforme con la verdad todo aquello de que el viejo
rabadan no puede ya con sus huesos, ni baila, ni corre, ni guerrea, ni
es capaz de cazar lobos como el zagal. Con mi medio siglo encima, me
apuesto a todo con el tal D. Carlitos. Todavia, si me pongo a bailar el
bolero, estoy seguro de que he de bailarle mejor que cuando mi padre me
hizo que le bailara a latigazos. Y en punto a pulmones y a resuello, no
ya para encaramarme al Parnaso corriendo detras de las bacantes, no ya
para tocar todas las flautas y clarinetes del mundo, sino para mover las
aspas de un molino, entiendo que tengo de sobra.

--Pero, tio, si D. Carlos no ha sonado en V. ni ha pensado en mi.

--Vamos, muchacha, no seas hipocritilla. A mi se me ha metido en la
cabeza que ese chico te quiere, que ha sabido que yo venia a pasar aqui
un mes, que ha oido decir que yo era viejo, y, con estos datos, el
insolente ha supuesto lo demas.

Don Fadrique decia todo esto con risa, para embromar a su sobrina; y,
aunque dudoso de su recelo, algo picado de la desvergueenza del poeta,
que por otra parte no habia dejado de caerle en gracia.

--Tio --dijo por ultimo Lucia con la mayor gravedad que pudo,-- V. no es
el viejo rabadan. El viejo rabadan es de Villabermeja como V.: hace dos
anos que esta establecido aqui, y merece, en efecto, las calificaciones
que le prodiga el poeta, porque esta muy asendereado y estropeado. El
viejo rabadan se llama D. Casimiro. V. debe de conocerle.

--iYa lo creo! iY vaya si le conozco! --dijo el Comendador recordando a
su antiguo adversario y victima de la ninez.

--Pero entonces, ?quien es Clori? --anadio en seguida.

--Clori es una linda senorita, muy amiga mia. Su madre vive con gran
recogimiento y no sale ni deja salir a su hija de noche. Por eso no ha
estado Clori de tertulia; pero es mi vecina, y su madre consiente en
que venga conmigo de paseo, en compania de mi madre. Si manana quiere V.
ser nuestro acompanante, iremos a las huertas, a las diez, despues del
almuerzo, por sendas en que haya sombra. Clori vendra, y V. conocera a
Clori.

--Ire con mucho gusto.

--iAh, tio! Por amor de Dios, que no se le escape a V. lo de que D.
Carlos esta enamorado de mi amiga y lo de que ella es Clori. Mire V. que
es un secreto. Nadie mas que yo lo sabe en la poblacion. Hay que tener
mucho recato, porque los padres de ella no quieren mas que a D. Casimiro
y nada traslucen del amor de D. Carlos. Yo se lo he confiado a V. para
que no fuese V. a creer que yo era Clori y que sin razon de ningun
genero habiamos convertido a V. en viejo rabadan enclenque, a fin de dar
motivo a los versos.

--Quedo satisfecho, muchacha, y no dire nada. Te aseguro ya que me
interesa tu amiga Clori y que tengo curiosidad de verla.

De esta suerte, de improviso, vino D. Fadrique a tener, apenas llegado,
un secreto con su sobrina, y a figurar en intrigas y lances de amor.

Pensando en ello, se retiro a su cuarto, como los demas se retiraron
cada cual al suyo, y durmio hasta las ocho de la manana, mejor que un
mozo de veinte anos.




VIII

Dona Antonia amanecio con un tremendo jaquecazo, enfermedad a que era
muy propensa. Tuvo, pues, que guardar cama y no pudo acompanar a paseo a
su hija Lucia; pero, como el mal no era de cuidado, y ya Lucia tenia
concertado el paseo con su amiga, se decidio que el Comendador las
acompanase.

La amiga de Lucia vivia en la casa inmediata. Un muro separaba los
patios de una casa y otra. A la hora convenida, en punto de las nueve y
media, pronta ya Lucia para salir y con su tio al lado, grito desde el
patio, al pie del muro:

--Clara (asi se llamaba Clori en la vida real), ?estas ya lista?

No se hizo aguardar la contestacion.

Oyose primero la voz de una criada que decia:

--Senorita, senorita, Dona Lucia esta llamando a su merced.

Un momento mas tarde sono en el patio contiguo una voz argentina y
simpatica, que respondia:

--Alla voy; sal a la calle; ?para que he de entrar en tu casa?

Salieron D. Fadrique y Dona Lucia, y hallaron ya a Dona Clara en la
puerta.

El Comendador, a pesar de sus distracciones, miro a Dona Clara con
extraordinaria curiosidad. Era una nina de poco mas de diez y seis anos.
El color de su rostro, de un moreno limpio, tenido en las mejillas y en
los labios del mas fresco carmin. La tez parecia tan suave, delicada y
transparente, que al traves de ella se imaginaba ver circular la sangre
por las venas azules. Los ojos, negros y grandes, estaban casi siempre
dormidos y velados por los parpados y las largas y rizadas pestanas; si
bien, cuando fijaban la mirada y se abrian por completo, brotaban de
ellos dulce fuego y luz viva. Todo en Dona Clara manifestaba salud y
lozania, y, sin embargo, en torno de sus ojos, fingiendolos mayores y
acrecentando su brillantez, se notaba un cerco obscuro, como el morado
lirio.

Era Dona Clara mas alta que su amiga Lucia, bastante alta tambien, y,
aunque delgada, sus formas eran bellas y revelaban el precoz y completo
desenvolvimiento de la mujer. El cabello de Dona Clara era negrisimo,
las manos y el pie pequenos, la cabeza bien plantada y airosa.

Ambas amigas iban vestidas de negro, con mantilla y basquina, y algunas
rosas en el peinado.

Lucia dijo a su amiga la indisposicion de su madre, y que su tio el
Comendador, recien llegado de Villabermeja, las acompanaria en el paseo.
Salvos los cumplimientos y ceremonias de costumbre, no hubo en la
conversacion nada memorable, hasta que los tres, que iban juntos,
salieron de la ciudad y llegaron al campo.

La pequena ciudad esta por todas partes circundada de huertas. Muchas
sendas las cortan en diversas direcciones. A un lado y otro de cada
senda hay una cerca de granados, zarza-moras, mimbres y otras plantas.
En muchas sendas hay un arroyo cristalino a cada lado; en otras, un solo
arroyo. Todas ellas gozan, en primavera, verano y otono, de abundante
sombra, merced a los alamos corpulentos y frondosos nogales, y demas
arboles de todo genero que en las huertas se crian.

La tierra es alli tan generosa y feraz, que no puede imaginarse el
sinnumero de flores y la masa de verdura que cinen las margenes de los
arroyos, esparciendo grato y campestre aroma. Campanillas, mosquetas,
violetas moradas y blancas, lirios y margaritas abren alli sus calices y
lucen su hermosura.

El sol radiante, que brilla en el cielo despejado y dora el aire
diafano, hace mas esplendida la escena. Increible multitud de pajaros
la anima y alegra con sus trinos y gorjeos. En Andalucia, huyendo de la
tierra de secano, buscando el agua y la sombra, se refugian las aves en
estos oasis de regadio, donde hay frescura y tupidas enramadas.

Tales eran los sitios por donde paseaba el Comendador con las dos
bonitas muchachas. Apenas salieron de la poblacion, tomaron la senda que
llaman _del medio_. Ellas cogian flores, se deleitaban oyendo cantar los
colorines o reian sin saber de que. El Comendador meditaba, sentia gran
bienestar, gozaba de todo, aunque mas tranquilamente que ellas.

Al llegar a sitio mas ancho, no ya a otra senda, sino a un camino, los
tres, que, por ser la senda casi siempre estrecha, habian ido uno en pos
de otro, se pusieron en la misma linea. Clara estaba en el centro. Lucia
dijo entonces, dirigiendose a su tio:

--Vamos, ya habra satisfecho V. su curiosidad. Esta es Clori. ?No es
verdad que merece haber inspirado el idilio?

Dona Clara, que si bien mas moza que Lucia, era mas reflexiva y grave,
sintio que su amiga hubiese confiado a su tio aquel secreto, y no pudo
reprimir las muestras de su disgusto, frunciendo el entrecejo,
poniendose mas seria y tinendose al mismo tiempo de grana sus mejillas
con la vergueenza y el enojo.

Nada dijo Dona Clara, a pesar de ello; pero Lucia advirtio su disgusto y
prosiguio de esta suerte:

--No te ofendas Clarita. No me motejes de parlanchina. Mi tio me puso
anoche entre la espada y la pared, y tuve que confesarselo todo. Tuve
que disculparme y que disculpar a D. Carlos. A mi tio se le metio en la
cabeza que el era el viejo rabadan y que yo era Clori. Ademas, mi tio es
muy sigiloso y no dira nada a nadie. ?No es verdad tio?

--Descuide V., senorita --respondio el Comendador, encarandose con Dona
Clara, que se puso mas encarnada aun:-- nadie sabra por mi quien ha
inspirado el idilio, que es, por cierto, precioso.

El Comendador advirtio que Clara se tranquilizaba, si bien no acerto,
con la turbacion, a pronunciar palabra alguna.

Dona Lucia continuo:

--iVaya si es precioso el idilio! Creame V., tio: desde Vicente Espinel
hasta nuestra edad, Ronda no ha producido mas ingenioso poeta que
nuestro amigo D. Carlos de Atienza, ilustre mayorazgo de la mencionada
ciudad, el cual vive en Sevilla con sus padres, trata de tomar en
aquella Universidad la borla de doctor en ambos Derechos, y ahora
descuida bastante los estudios por seguir a Clori, que, desde Sevilla,
se ha venido aqui de asiento con su familia, a quien V. sin duda conoce.

--Sobrina, yo no se si tengo o no la honra de conocer a la familia de
esta senorita, cuyo apellido no me has dicho. ?Como un forastero recien
llegado ha de adivinar la familia de quien solo sabe que se llama Clori
en poesia y Clara en prosa?

--iAy, es verdad! iQue distraida soy! No habia yo dicho a V. como se
llamaba mi amiga. Pues bien, tio: esta senorita se llama Dona Clara de
Solis y Roldan. Y ahora, ?que dice V.? ?Conoce V. o no conoce a su
familia?

Al oir en boca de Lucia el nombre y apellidos de su amiga y la ultima
inocente pregunta, el Comendador se estremecio, se turbo; el color rojo,
que habia tenido antes las mejillas delicadas de Clarita, se diria que
habia pasado con mas fuerza a encender el rostro varonil de D. Fadrique,
curtido por el sol de India y por los vientos de los remotos mares.

Lucia, sin advertir la turbacion de su tio, siguio diciendo:

--Pero ?que digo a su familia? A la misma Clara es posible que V. la
conozca, solo que ya no se acuerda. Cuando era ella chiquirritita, tal
vez cuando ella nacio, estaba V. en Lima. Clara es limena.

Dominandose al cabo el Comendador, contesto a su sobrina:

--Mal puedo acordarme y mal puedo haber olvidado a esta senorita, a
quien nunca he visto. A quien si he conocido y tratado mucho es a su
senor padre; y tambien, a pesar de la vida retirada y austera que
siempre ha hecho, tuve el gusto de tratar y ser amigo de mi senora Dona
Blanca Roldan. ?Como esta su senora madre de V., senorita?

--Sigue bien de salud --contesto Dona Clara;-- pero, entregada como
nunca a sus devociones, apenas se deja ver de nadie.

--?Y el Sr. D. Valentin, esta bueno?

--Gracias a Dios, lo esta, --dijo Clara.

--Se ha retirado ya de la magistratura --anadio Lucia;-- ha heredado los
cuantiosos bienes de su hermano el mayor, que murio sin hijos, y vive
aqui, donde tiene su mejores fincas, de que Clarita es unica heredera.

Como una nueva oleada de sangre subio entonces a la cara del Comendador,
enrojeciendola toda. Reportandose luego, dijo de la manera mas natural a
su parlera sobrina:

--?Con que esta senorita, ademas de ser tan guapa, es muy rica?

--Para estos lugares lo es. ?No es verdad, tio, que es muy extrano que
la quieran casar con don Casimiro? iSi viera V. que viejo y que feo
esta! Vamos, es ofender a Dios. Yo, si fuera el Papa, negaba la licencia
que habra que pedirle.

--Pues que --exclamo D. Fadrique,-- ?son ustedes parientes tan
cercanos?

--Don Casimiro Solis es el pariente mas cercano que tiene mi padre,
--contesto Clara.

--Seria su inmediato heredero si Clara no viviese, --anadio Lucia, que
no dejaba por contar nada de cuanto sabia, cuando se hallaba entre
personas, como Clara y su tio, que le infundian tanta confianza y
carino.

Don Fadrique no llevo adelante la conversacion. Quedo callado y como
pensativo y melancolico.

En silencio continuaron, pues, paseando hasta que llegaron al
_nacimiento_. En mitad de un bosque de encinas y olivos, que pone
termino a las huertas, se alza un monte escarpado, formado de riscos y
penascos enormes, que parecen como suspendidos en el aire, amenazando
derrumbarse a cada momento.

Higueras bravias, jaras de varias especies, romero y tomillo, musgo,
retama y otras mil hierbas, plantas y flores, nacen en las hendiduras de
aquellas penas o cubren los sitios en que no esta pelada la roca viva, y
hallan alguna capa vegetal donde fijar y alimentar las raices.

Los penascos horadados abren paso a diversas grutas o cuevas en no pocos
sitios del cerro, a cuyo pie, mas bajo aun que el nivel del camino,
estan como socavadas las piedras, formando una gruta mayor y de mas
grande entrada que las otras. En el fondo de esta gruta, que se ve todo
sin penetrar alli, brota de una grieta, sin hiperbole alguna, un
verdadero rio. Por eso se llama aquel sitio el nacimiento del rio, o
sencillamente _el nacimiento_.

El agua que mana de entre las penas cae con grato estruendo en un
estanque natural, cuyo suelo esta sembrado de blanquisimas y redondas
piedrezuelas. Por aquel estanque se extiende mansa el agua, creando y
desvaneciendo de continuo circulos fugaces; mas, a pesar de los
circulos, son las ondas de tal transparencia, que al traves de ellas se
ve el fondo, aunque esta a mas de vara y media de profundidad, y en el
pueden contarse las guijas todas.

En la margen del pequeno lago crecen juncos, juncia, berros y otras
plantas acuaticas.

El estanque o lago llena la gruta y se dilata buen espacio fuera de
ella, reflejando el cielo en su cristal. A derecha y a izquierda hay dos
acequias, por donde el agua corre, dividiendose despues en infinitos
arroyuelos, y yendo a regar las mil y quinientas huertas que hacen del
termino de aquella pequena ciudad un verde y florido paraiso.

Como todo por aquellas cercanias es terreno quebrado, el agua baja a las
hondonadas con impetu brioso: a veces se precipita en cascadas, y a
veces pone en movimiento acenas, batanes y martinetes. No obstante,
cerca del nacimiento el agua va por tierra llana, con sosegada corriente
y apacible murmullo, sin que haya ruido mayor en aquella amena soledad
que el que produce el nacimiento mismo; el golpe del agua que brota de
la pena y cae dentro de la gruta.

A la orilla del estanque rustico hay varios sauces, y junto al tronco
del mas alto y frondoso un poyo o asiento de piedra. Alli estaba sentado
el poeta rondeno D. Carlos de Atienza cuando llegaron el Comendador, su
sobrina y Dona Clara.

Don Fadrique, como si anhelase apartar de si tristes y enojosos
pensamientos, impropios de su caracter y risuena filosofia, se paso la
mano por la frente, y creyendo que recobraba su serena y alegre
condicion, dijo en voz alta:

--Hola, ilustre poeta, ?que nuevo idilio compone V. en estas soledades?

Don Carlos se levanto del asiento, y yendo hacia los recien venidos,
dijo:

--Buenos dias, Sr. D. Fadrique. Beso los pies de Vds., senoritas.

El Comendador le allano el camino para que se viniese con el y con las
ninas y los acompanase un rato en el paseo. Hablo a D. Carlos de sus
estudios, le pondero lo mucho que le agradaba la poesia, le encomio el
idilio y se le hizo repetir.

No podia haber dado mayor gusto a D. Carlos, ni mayor satisfaccion de
amor propio; porque, como todos los que escriben, han escrito o
escribiran versos en el mundo, era D. Carlos aficionadisimo a recitarlos
en presencia de un benevolo y discreto auditorio, y siempre se inclinaba
a calificarle de discreto, con tal de que fuese benevolo.

Don Fadrique miro con disimulo, pero con mucha atencion, a Clarita
mientras que D. Carlos recito el idilio. Si aun le hubiera quedado la
menor duda de que Clara era Clori, la duda se hubiera disipado. A
Clarita, valiendonos de una expresion en extremo vulgar, si bien muy
pintoresca, un color se le iba y otro se le venia mientras los versos
duraron. Ya se ponia palida, ya se cubrian de purpura sus mejillas.
Hasta cuando exclamo D. Carlos recitando:

"Puesique! ?te he dado en balde tanta prueba
De amor?"

vio o imagino ver D. Fadrique que los parpados de Dona Clara se
contraian mas de lo ordinario, como para recoger y ocultar indiscretas
lagrimas, que ansiaban por brotar de los hermosos ojos.

Despues de recitados los versos, D. Carlos, menos atrevido en prosa,
apenas se acerco a Clara, y no le dijo palabra que todos no oyesen. Solo
con Lucia hablo en voz baja y como en secreto.

Los cuatro se internaron, prosiguiendo el paseo y volviendo a la ciudad
por otro camino, en medio de una frondosisima alameda. Alli Clara, o
adelantandose o quedandose atras y dejando al Comendador con su sobrina,
hubiera podido hablar a su placer con D. Carlos; pero no parecia sino
que le tenia miedo, que temblaba de oir su voz sin testigo, y que
deseaba demostrar a los ojos del Comendador que no queria pertenecer a
D. Carlos, sino a D. Casimiro. Ello es que en los lugares mas agrestes,
Clara no se apartaba del lado de D. Fadrique, como si temiese que
saliese una fiera a devorarla y buscase en el su amparo y defensa.

?Quien sabe lo que pasaba en aquellos instantes en el alma del
Comendador? Lo cierto es que casi no se atrevia a hablar a Clara; pero
de repente, en una ocasion en que D. Carlos y Lucia se adelantaron y se
perdieron de vista entre los arboles, el Comendador detuvo a Clara, la
contemplo de un modo extrano y dulce, y tomando su semblante una
expresion solemne y en cierto modo venerable, exclamo:

--iHija mia! Es V. muy buena, muy hermosa... inocente de todo; Dios
bendiga a V. y la haga tan feliz como merece.

Y diciendo esto, alzo las manos como para bendecir a la muchacha, tomo
su cabeza entre ellas y le dio en la frente un beso.

Clara hallo, sin duda, muy raro todo aquello, fuera del uso y del
estilo comun; pero la cara de D. Fadrique estaba tan seria, y su
expresion era tan simpatica y noble, que, a pesar de las ideas con que
personajes devotos habian manchado precozmente la conciencia de la nina,
hablandole de pecados y faltas, Clara no pudo ver alli ningun
atrevimiento liviano.

Mas aun se afirmo en la idea de lo puro e impecable del extrano e
inesperado beso, cuando le dijo el Comendador:

--Don Carlos me parece un mozo excelente. ?Le ama V. mucho?

Habia en el acento de D. Fadrique un suave imperio, al que Clara no supo
resistir.

--Le he amado mucho --contesto,-- pero yo acertare a no amarle. He sido
muy culpada. Sin que lo sepa mi madre le he querido. En adelante no le
querre. Sere buena hija. Obedecere a mi madre. Ella sabe mejor que yo lo
que me conviene.

Don Fadrique no se atrevio a replicar ni a hacer un discurso subversivo
de la autoridad materna.

A poco volvieron a reunirse, en un solo grupo los cuatro.

Antes de entrar de nuevo en la ciudad, D. Carlos se despidio del
Comendador y de las dos senoritas, y se fue por otros sitios.

Apenas Lucia y su tio dejaron a Clara a la puerta de su casa, el tio
pregunto a la sobrina:

--?Que te ha dicho D. Carlos?

--?Que ha de decir? Que esta desesperado; que Clara le desdena, que le
rechaza, y que, por obedecer a su madre, se casara con D. Casimiro.

--Y D. Valentin, ?que hace?

--Nada. ?Que quiere V. que haga? Pues que, ?ignora V. que D. Valentin es
un gurrumino? Una mirada de Dona Blanca le confunde y aterra; una
palabra de enojo de aquella terrible mujer hace que tiemble D. Valentin
como un azogado.

--De suerte que Dona Blanca es quien ha decidido el casamiento de Clara
con D. Casimiro.

--Si, tio; en esa casa Dona Blanca es quien lo decide todo. Ella manda y
los demas obedecen. No se atreven a respirar sin su licencia. No se
puede negar que Dona Blanca tiene mucho talento y es una santa. Sabe mas
de las cosas de Dios que todos los predicadores juntos. Reza muchisimo;
lee y estudia libros piadosos; lleva una vida ejemplar y penitente, y
hace muchas limosnas a los pobres y a las iglesias; pero, a pesar de
tantas virtudes y excelentes prendas, nada tiene de amable. Antes al
contrario, es terrible. A mi me pone miedo.

--No lo dudo, sobrina; ya era como tu la describes cuando yo la conoci.

--iAy, tio! ?Y la veia V. con frecuencia?

--No con frecuencia, sobrina; pero al fin la trate algo.

--No extrane V. que en una semana no vengan a casa, ni para cumplir.
Dona Blanca vive con la mente tan lejos de todo, y se resiste tanto a
que le cuenten cosas del mundo exterior que distraigan su espiritu de la
contemplacion intima en que vive, que de seguro ni ella ni su pobre
marido sabran que V. ha llegado. D. Valentin no creo que sea hombre muy
interior, espiritual y contemplativo; pero como tiene tanto miedo a su
mujer y quiere darle gusto siempre, vive tambien a lo mistico, apartado
del trato humano, y yo le juzgo capaz de azotarse con unas disciplinas,
no tanto por amor de Dios, cuanto por amor y por miedo de Dona Blanca.

Don Fadrique escuchaba y callaba. No tenia humor de despegar los labios.
Lucia, que era aficionada a hablar, solto la tarabilla y prosiguio
diciendo:

--iPobre Clara! Figurese V. lo divertida que estara. Yo no lo dudo; ella
se ira al cielo; pero ique! ?no puede ir uno al cielo con menos trabajo?
No acierto a ponderar a V. los prodigios de astucia, los portentos de
habilidad, aunque este mal que yo me alabe, que he tenido que hacer para
ganarme un poco la voluntad y la confianza de Dona Blanca y lograr que
su hija se trate conmigo y salga a veces en mi compania. Si no fuera por
mi, Clara estaria como enterrada en vida, entre cuatro paredes. No se
como ha podido entenderse con D. Carlos. Gracias a que el es muy listo y
capaz de todo. Clara ha estado con el, no dire que en relaciones, sino
casi en relaciones. Ello es que Clara le amaba. Luego ha tenido
remordimientos de amar a un hombre a escondidas de su madre, y sobre
todo cuando su madre la destina para otro. Asi es que ahora rechaza al
pobre D. Carlos, y el infeliz zagal Mirtilo se muere de pena.

El Comendador oia con interes a su sobrina, y no ponia en la
conversacion ni una exclamacion siquiera. Parecia que se habia quedado
mudo o que no sabia que decir.

--Clara --prosiguio Lucia,-- ahora que cree pecado amar a D. Carlos, y
que no halla posible oponerse a la voluntad de su madre, piensa a veces
en ser monja; pero ni este deseo se atreve a confiar a su madre.
Considera ella, en primer lugar, que no es buena su vocacion; que quiere
tomar el velo por despecho y como desesperada; y, por otra parte, cree
que decir a su madre que quiere ser monja es un acto de rebeldia, es
oponerse a su voluntad de casarla con D. Casimiro. ?Que piensa V. de la
situacion de mi desgraciada amiga?

Interrogado tan directamente el Comendador, tuvo al cabo que romper el
silencio; pero respondio con laconismo:

--Mala es, en verdad, la situacion; pero, ?quien sabe? Todo tiene
remedio menos la muerte. Entre tanto --anadio D. Fadrique, hablando con
lentitud y bajo, dejando caer las palabras una a una, como si le
costasen grandes esfuerzos, y como si en vez de responder a su sobrina
hablase consigo mismo y a si propio se respondiese;-- entre tanto, Dona
Blanca es discreta, es piadosa y es buena madre. Razones de mucho peso
tiene... sin duda... para querer casar a su hija con D. Casimiro. En
fin, muchacha, sigue siendo buena amiga de Clara; pero no caviles ni
formes juicios acerca de la conducta de Dona Blanca. Voy, ademas, a
hacerte otra suplica.

--Mande V., tio.

--Es algo dificil lo que exijo de ti.

--?Por que?

--Porque te gusta hablar, y lo que exijo es que calles.

--?Y que he de callar? Ya vera V. como me callo. Yo no quiero que V. se
disguste y forme mal concepto de mi.

--Pues bien; calla que me has puesto al corriente de los amores de D.
Carlos y Dona Clara, y calla tambien cuanto sabes acerca de estos
amores.

--iTio, por amor de Dios! No me crea V. tan amiga de contarlo todo. El
picaro idilio tiene la culpa. Sin el idilio, ni a V. le hubiera yo
confiado nada.

Oido esto, sonrio el Comendador a su sobrina; y como ya estaban en la
casa, se aparto de la muchacha, yendose algo meditabundo y ensimismado,
cual si procurase resolver un dificil problema.




IX

Mientras el Comendador y Lucia tenian el dialogo de que acabamos de dar
cuenta, Clara habia entrado en el cuarto de su madre.

Dona Blanca estaba sentada en un sillon de brazos. Delante de ella habia
un velador con libros y papeles. D. Valentin estaba alli, sentado en una
silla, y no muy distante de su mujer.

El aspecto de Dona Blanca era noble y distinguido. Vestida con sencillez
y severidad, todavia se notaban en su traje cierta elegancia y cierto
senorio. Tendria Dona Blanca poco mas de cuarenta anos. Bastantes canas
daban ya un color ceniciento a la primitiva negrura de sus cabellos. Su
semblante, lleno de gravedad austera, era muy hermoso. Las facciones,
todas de la mas perfecta regularidad.

Era Dona Blanca alta y delgada. Sus manos, blancas, parecian
transparentes. Sus ojos, negros como los de su hija, tenian un fuego
singular e indefinible, como si todas las pasiones del cielo y de la
tierra y todos los sentimientos de angeles y diablos hubiesen
concurrido a crearle.

Don Valentin, timido y pacifico, enamorado de su mujer en los primeros
anos de matrimonio, y lleno despues de consideracion hacia ella, no se
atrevia a chistar en su presencia, si ella no le mandaba que hablase.

Era D. Valentin un virtuoso caballero, pero debil y pusilanime. Habia
sido, por amor y respeto a su honra, un magistrado integro. Nada habia
podido apartarle del cumplimiento de su deber, y hasta habia mostrado
admirable entereza fuera de casa, donde la entereza, por grande que deba
ser, basta con que dure un instante; pero en la casa, con la domestica
tirania de una mujer dotada de voluntad de hierro, cuya presion es
perpetua e incesante, D. Valentin no habia sabido resistir, y habia
abdicado por completo. La hacienda, los negocios, la educacion de la
hija, todo dependia y todo era dirigido y gobernado por Dona Blanca.

El aspecto de D. Valentin era insignificante y neutral.

Ni alto ni bajo, ni pelinegro ni rubio, ni flaco ni gordo. Parecia, con
todo, un senor, por decirlo asi, muy correcto en sus modales, en su
continente y en su habla. La devota sumision a su mujer anadia a dicha
calidad de correcto una tintura de mansedumbre.

Don Valentin habia sido en su mocedad muy buen catolico, pero sin
fervor penitente y sin inclinaciones misticas y contemplativas. Ahora,
por no desazonar a su mujer, se esforzaba por remedar a San Hilarion o a
San Pacomio.

Tenia D. Valentin cerca de sesenta anos de edad, pero parecia mucho mas
viejo, porque no hay cosa que envejezca y arruine mas el brio y la
fortaleza de los hombres que esta servidumbre voluntaria y espantosa, a
que por raro misterio de la voluntad se someten muchos, cediendo a la
persistencia endemoniada de sus mujeres.

No bien entro Clara en el cuarto, Dona Blanca le pregunto:

--?Donde has estado, nina?

--Mama, en _el nacimiento_.

--No se como tiene pies mi senora Dona Antonia para dar paseos tan
disparatados. Con ir y volver, eso es andar cerca de una legua.

--Dona Antonia no ha estado hoy con nosotras --dijo Clara, no
atreviendose a mentir, ni siquiera a disimular.

El rostro de Dona Blanca tomo cierta expresion de sorpresa y de notable
desagrado.

--Entonces ?quien os ha acompanado en el paseo? --pregunto Dona Blanca.

--No se enoje V., mama: hemos ido bien acompanadas.

--Si; pero ?por quien? ?Por alguna fregona? ?Por alguna tia cualquiera?

--Mire V., mama, Dona Antonia tenia la jaqueca y no pudo acompanarnos.
En su lugar ha venido con nosotras el tio de Lucia.

--?Y quien es ese tio?

--Un senor marino que estuvo en la India y en el Peru, que dice que
conoce a V., que hace poco ha venido a vivir a Villabermeja, y que
anoche llego aqui a pasar una temporada.

--Ese es el Comendador Mendoza --dijo D. Valentin, con cierto jubilo de
saber que habia llegado un antiguo amigo.

--Justamente, papa, asi se llama: el Comendador Mendoza; un senor muy
fino, si bien algo raro.

--Oye, Blanca, sera menester que vayamos a ver al Comendador, que vive
sin duda en casa de su hermano --exclamo D. Valentin.

--Cumpliremos con ese deber que la sociedad nos impone --dijo Dona
Blanca con reposo y dignidad serena--; pero tu, Clara, no debes volver a
salir de paseo ni tratarte con ese hombre malvado e impio. Si la santa
fe de nuestros padres no estuviera tan perdida; si las perversas
doctrinas del filosofismo frances no nos hubiesen inficionado, ese
hombre, en vez de vestir el honroso uniforme de la marina, vestiria el
sambenito; en vez de andar libre por ahi, piedra de escandalo, fermento
de impiedad, levadura del infierno, corrompiendo lo que aun en el
cuerpo social se conserva sano, estaria en los calabozos de la
Inquisicion o ya hubiera muerto en la hoguera.

Clara se aterro al oir en boca de su madre aquella diatriba. Se
represento en su mente al Comendador como a un personaje endiablado; y,
acordandose del tierno beso que de el habia recibido, se lleno toda de
espanto y de vergueenza.

Don Valentin, con el recuerdo del Comendador, que le traia a la
imaginacion mejores tiempos, cuando el estaba menos viejo y menos
sumiso, se sentia, contra su costumbre, con animo de contradecir y no
someterse del todo. Asi es que dijo:

--iValgame Dios, mujer, que falta de caridad es esa! Eres injusta con
nuestro antiguo amigo. No te negare yo que era algo _esprit fort_ en su
mocedad pero ya se habra enmendado. Por lo demas, siempre fue el
Comendador pundonoroso, hidalgo y bueno. ?Que tienes tu que decir contra
su moralidad?

--Callate, Valentin, que no dices mas que sandeces. Y las llamo
sandeces, por no calificarlas de blasfemias. ?Que moralidad, que
hidalguia, que virtud puede haber donde faltan la religion y las
creencias, que son su fundamento? Sin el santo temor de Dios toda virtud
es mentira y toda accion moral es un artificio del diablo para enganar a
los bobos que presumen de discretos y que no subordinan su juicio a los
que saben mas que ellos. Ya lo he dicho y lo repito: el Comendador
Mendoza era un impio y un libertino, y seguira siendolo. Nosotros iremos
a visitarle para no chocar, procurando no hallarle en casa y ver solo a
dona Antonia y a su bendito marido. En cuanto a Clarita, se buscara un
pretexto cualquiera para que no salga mas con Lucia, exponiendose a ir
en compania de ese renegado, jacobino, volteriano y ateo. Primero
confiaria yo a Clara al cuidado de la mas vil y pecadora de las mujeres.
Esta mujer, con el auxilio de la religion, puede regenerarse y llegar a
ser una santa; pero de quien niega a Dios o le aborrece, del empedernido
de toda la vida, ?que esperanza es licito concebir?

Clarita y D. Valentin se compungieron y amilanaron con el sermon de Dona
Blanca, y nada supieron contestarle.

Quedo, pues, resuelto que Clarita, por culpa del Comendador y para que
no se contaminase, no volveria a pasear con Lucia.




X

Las resoluciones de Dona Blanca Roldan eran irrevocables y efectivas.
Ella sabia darles cumplimiento con calma persistente.

Una manana, despues de oir misa con D. Valentin, estuvo Dona Blanca a
visitar a Dona Antonia y a felicitarla por la venida de su cunado; y fue
con tal tino, que no se hallaba el Comendador en casa.

Ni antes ni despues de esta visita se dejaron ver Dona Blanca y D.
Valentin de sus vecinos y amigos. Retirados siempre en el fondo del
antiguo caseron en que vivian, y pretextando enfermedades, no recibian
visitas, a pesar de lo dificil y odioso que es negarse a recibir,
estando en casa, cuando se vive en un pueblo pequeno.

En balde intento repetidas veces Lucia sacar a paseo a Clara. Siempre
que envio recado, le contestaron que Clara estaba mal de salud o muy
ocupada y que le era imposible salir.

Lucia fue ella misma a ver a Clara, y solo dos veces pudo verla, pero en
presencia de su madre. Estas pruebas de retraimiento y hasta de desvio
estaban suavizadas por una extremada cortesia de parte de Dona Blanca;
aunque bien se dejaba conocer que si esta senora ponia de su parte
cuantos medios le sugeria su urbanidad a fin de no dar motivo de
agravio, preferiria agraviar, si por agraviado se daba alguien, a cejar
un punto en su proposito.

Fuera del dia en que visito a Dona Antonia, no ponia Dona Blanca los
pies en la calle sino de madrugada, para ir a la iglesia, a misa y demas
devociones. D. Valentin la acompanaba casi siempre, como un lego o
doctrino humilde, y Clara la acompanaba siempre, sin osar apenas
levantar los ojos del sueldo.

Lucia, cavilando sobre las causas de aquella poco menos que completa
ruptura de relaciones, llego a temer que Dona Blanca hubiese averiguado
los amores de Clara con D. Carlos de Atienza, la presencia de este en la
ciudad y la entrada y proteccion con que contaba en su casa.

Dona Clara no hablaba a solas ni escribia a su amiga; por los criados
nada podia averiguarse, porque los de Dona Blanca eran forasteros casi
todos, y o no tenian confianza en la casa, o hacian una vida devota y
apartada, imitando y complaciendo asi a sus amos.

Solo podia afirmarse que la unica persona que entraba de visita en casa
de D. Valentin era su cercano pariente D. Casimiro.

De esta suerte se pasaron diez dias, que a don Carlos, a Lucia y al
Comendador parecieron diez siglos, cuando al anochecer, en una hermosa
tarde, el Comendador estaba en el patio de la casa solo con su sobrina.
Esta traia con su tio una conversacion muy animada, mostrandole las
plantas y las flores que en arriates y en multitud de tiestos adornaban
aquel patio, contiguo, como ya hemos dicho, al de la casa de D.
Valentin. Salvando el muro divisorio, la voz de ambos interlocutores
podia llegar al patio inmediato. La voz llego, en efecto, porque en
medio de la conversacion sintieron Lucia y el Comendador el ruido de un
pequeno objeto pesado que caia a sus pies. Lucia se bajo con prontitud a
recogerle, y no bien le tuvo en la mano, dijo a su tio, toda alborozada
y en voz baja:

--Es una carta de Clarita. iQue buena es! Me quiere de veras. Menester
es conocerla como yo la conozco, para estimar lo que vale esta fineza de
su amistad. iBurlar por mi la vigilancia de su madre! iEscribirme
furtivamente! Calle V... tio... si parece imposible. iPor mi, esa
infeliz, que es una santa, ha faltado a su deber de obediencia filial!
?Y como, donde, a que hora habra podido escribirme? Vamos ... si le digo
a V. que es un milagro de carino. Y la picarita ?con que angustia habra
estado espiando la ocasion de echarme la carta, segura de que yo la
recogeria? iBenditas sean sus manos!

Y diciendo esto habia desatado el papel de la china en que venia liado
con un hilo, y se diria que queria comersele a besos.

--Ven a leer esa carta --dijo el Comendador,-- donde haya luz y donde no
vengan a interrumpirnos. En el despacho no hay nadie y ahora acaban de
encender el velon. Ven, que es ya de noche y aqui no veras.

Lucia fue al despacho con su tio, y con acento conmovido, casi al oido
del Comendador, leyo lo siguiente:

"Mi querida Lucia: De sobra conoces tu lo mucho que te quiero.
Considera, pues, cuanto me afligira verte tan poco y no poder hablarte.
Mi madre lo exige, y una buena hija debe complacer a su madre. No creas
que mi madre ha sospechado nada de mis desenvolturas con D. Carlos de
Atienza. Me echo a temblar al representarme que hubiera podido
sospecharlo. Nadie sabe mas que tu, el Comendador y yo, que D. Carlos me
pretende; pero Dios sabe mi pecado, del que estoy arrepentida. Ha sido
enorme perversidad en mi dar alas a ese galan con miradas dulces y
profanas sonrisas... casi involuntarias... te lo juro. No por eso me
pesan menos en la conciencia. Algo he hecho yo, o arrastrada por mi
maldad nativa, o seducida por el enemigo comun de nuestro linaje, para
alborotar a ese mozo, hacerle abandonar su Universidad y sus estudios, y
moverle a venir aqui en persecucion mia. En medio de todo, harto tengo
que agradecer a Jesus y a Maria Santisima, que se apiadan de mi, a pesar
de lo indigna que soy, y disponen que no se solemnice mi falta con el
escandalo. Favor sobrenatural del cielo es, sin duda, el que siga oculto
el movil que ha impulsado a D. Carlos a venir aqui. La gente cree que
vino y esta aqui por ti. iCuanto debo agradecerte que cargues con esta
culpa! Si yo no hubiera sido atrevida, si yo no hubiera animado a D.
Carlos, si yo hubiera tenido la severidad y el recato convenientes, no
me veria ahora en tan amargo trance. iAy, mi querida Lucia! El corazon
humano es un abismo de iniquidad ... y de contradicciones. ?Quieres
creer que, si por un lado me desespero de haber dado ocasion para que D.
Carlos haya venido persiguiendome, por otro lado me lisonjea, me encanta
que haya venido, y advierto que si no hubiera venido seria yo mas
desgraciada? En medio de todo... no lo dudes... yo soy muy mala. Estoy
avergonzada de mi hipocresia. Estoy enganando a mi madre, que es tan
perspicaz. Mi madre me juzga demasiado buena... y vela por mi, como el
avaro por su tesoro, cuando el tesoro esta ya perdido. No acierto a
decirtelo para que no te enojes, y, no obstante, quiero decirtelo. No
cumpliria con un deber de conciencia si no te lo dijese. La causa de
que mi madre me aparte de ti es tu tio. A mi me parecio un caballero muy
fino, y bueno; pero mi madre asegura ique horror! que no cree en Dios.
?Es posible ihija mia! que hiera el demonio con tan abominable ceguedad
los ojos de algunas almas? ?Se comprende que la copia, la imagen, la
semejanza, renieguen del original divino, que les presta el unico valor
y noble ser que tienen? Si ello es cierto, si el Comendador esta
obcecado en sus impiedades, armate de prudencia y pide al cielo que te
salve. Procura tambien traer a tu tio al buen camino. Tu tienes
extraordinario despejo y don de expresarte con primor y entusiasmo. El
Altisimo, ademas, se vale a menudo de los debiles para sus grandes
victorias. Acuerdate de David, mancebo, que era un pastorcillo sin
fuerzas, y vencio y derribo al gigante en el valle del Terebinto.
?Cuantas hermanas, hijas, madres y esposas no han logrado convencer a
sus descarriados maridos, hermanos, hijos o padres? A gloria parecida
debes aspirar tu, y Dios te premiara y te dara brio para alcanzarla. En
cuanto a mi, aun siendo tan nina, soy una miserable pecadora, y bastante
tarea tengo con llorar mis locuras y apaciguar la tempestad de
encontrados sentimientos que me destrozan el pecho. Dame la ultima y
mayor prueba de amistad. Persuade a D. Carlos de que no le amo. Dile que
se vuelva a Sevilla y me deje. Convencele de que soy fea, de que gusto
de D. Casimiro, de que mi ingratitud hacia el merece su desprecio. Yo
debiera haberle hablado en este sentido; pero soy tan debil y tan tonta,
que no hubiese atinado a decirselo, y tal vez le hubiera inducido
estupidamente a que creyese todo lo contrario. Por amor de Dios, Lucia
de mi alma, despide por mi a D. Carlos. Yo no puedo, no debo ser suya.
Que se vaya; que no disguste por mi a sus padres; que no pierda sus
estudios; que no motive un escandalo cuando se sepa que vino por mi y
que yo soy una malvada, provocativa, seductora, quien sabe ... Adios.
Estoy apuradisima. No tengo a nadie a quien confiar mis cosas, con quien
desahogar mis penas, a quien pedir consejo y remedio. Espero con ansia
la llegada del P. Jacinto, que es el oraculo de esta casa. Se que lo que
yo le diga caera como en un pozo, y que sus consejos son sanos. Es el
unico hombre que tiene algun imperio sobre mi madre. ?Cuando vendra de
Villabermeja? Adios, repito, y ama y compadece a tu--CLARA."




XI

Esta carta inocente, tan propia de una nina de diez y seis anos,
discreta y educada con devocion y recogimiento, gusto mucho al
Comendador; pero tambien le dio no poco que pensar. No entraremos
nosotros en el fondo de su alma a escudrinar sus pensamientos, y nos
limitaremos a decir que tomo tres resoluciones, de resultas de aquella
lectura.

Fue la primera buscar modo de ver y de hablar a la severisima Dona
Blanca; la segunda, sondear bien el animo de D. Carlos para conocer
hasta que punto amaba de veras a la nina y merecia su amor, y la
tercera, tratar con el P. Jacinto y proporcionarse en el un aliado para
la guerra que tal vez tendria que declarar a la madre de Clarita.

A fin de conseguir lo primero, en vez de escribir pidiendo una
audiencia, que con cualquier pretexto y muy politicamente se le hubiera
negado, discurrio D. Fadrique levantarse al dia siguiente de madrugada,
aguardar en la calle a Dona Blanca cuando ella saliese para acudir a la
iglesia, e ir derecho a hablarle, sin miedo alguno.

Asi lo hizo el Comendador. Dona Blanca, antes de las seis, aparecio en
la calle con Clarita y don Valentin. Iban a misa a la Iglesia Mayor.
Apenas los vio salir D. Fadrique, se acerco muy determinado, y saludando
cortesmente con sombrero en mano, dijo:

--Beso a V. los pies, mi senora Dona Blanca. Dichosos los ojos que
logran ver a V. y a su familia. Buenos dias, amigo D. Valentin. Clarita,
buenos dias.

Don Valentin, al oirse llamar amigo tan blandamente y por una voz
conocida y simpatica, no se pudo contener; no reflexiono, se dejo llevar
del primer impetu carinoso y se fue hacia D. Fadrique con los brazos
abiertos. Por dicha, no obstante, D. Valentin tenia la inveterada
costumbre de no hacer la menor cosa sin mirar antes a su mujer para
notar la cara que ponia y si le retraia de consumar o le alentaba a que
consumase su conato de accion. A pesar, pues, de lo entusiasmado que iba
a abrazar a D. Fadrique, el instinto le indujo a que mecanicamente
volviera la cara hacia Dona Blanca antes de llegarse a dar el abrazo.
Indescriptible es lo que vio entonces en los fulminantes ojos de su
mujer. Casi no se puede describir el efecto que le produjo aquella
mirada. Creyo D. Valentin leer en ella el mas profundo desden, como si
le acusase de una humillacion estolida, de una bajeza infame; y creyo
ver, al mismo tiempo, la ira y la prohibicion imperiosa de que llevase a
cabo lo que se habia lanzado a ejecutar. El terror sobrecogio de tal
suerte el animo de D. Valentin, que se paro, se quedo inmovil de subito,
como si se hubiera convertido en piedra. Solo con voz apagada y apenas
perceptible exhalo, por ultimo, como languido suspiro, un

--Buenos dias, Sr. D. Fadrique.

--Buenos dias, --dijo tambien Clara, no con mas aliento que su padre.

Dona Blanca miro de pies a cabeza al Comendador, y con reposo y suave
acento, sin alterarse ni descomponerse en lo mas minimo, le hablo de
esta manera:

--Caballero: Dios, que es infinitamente misericordioso, tenga a V. en su
santa guarda. No por amor suyo, de que V. carece, sino por el mundano
honor de que V. se jacta y por los respetos y consideraciones que todo
hombre bien nacido debe a las damas, ruego a V. que no nos distraiga del
camino que llevamos, ni perturbe nuestra vida retirada y devota.

Y dicho esto, hizo Dona Blanca al Comendador una ceremoniosa y fria
reverencia, y echo a andar con sosegada gravedad, siguiendola D.
Valentin y llevando delante a Clara.

Don Fadrique pago la reverencia con otra, se quedo algo atolondrado, y
dijo entre dientes:

--Esta visto: es menester acudir a otros medios.

No bien la familia de Solis se hubo alejado treinta pasos del
Comendador, vio este que Dona Blanca se volvia a hablar con su marido.

Es evidente que el Comendador no oyo lo que le decia; pero el novelista
todo lo sabe y todo lo oye. Dona Blanca, que trataba siempre de V. y con
el mayor cumplimiento a su senor marido cuando le echaba un sermon o
reprimenda, le hablo asi mientras Clara iba delante:

--Mil veces se lo tengo dicho a V., Sr. D. Valentin. Ese hombre, que V.
se empeno en introducir en casa, alla en Lima, es un libertino, impio y
grosero. Su trato, ya que no inficione, mancha o puede manchar la
acrisolada reputacion de cualquiera senora. Yo tuve necesidad poco menos
que de echarle de casa. Motivos hubo, en su falta de miramientos y hasta
de respeto, para que en otras edades barbaras, olvidando la ley divina,
alguien le hubiera dado una severa leccion, como solian darlas los
caballeros. Esto no habia de ser: era imposible... Nada que mas repugne
a mi conciencia; nada mas contrario a mis principios; pero hay un justo
medio... Delito es matar a quien ha ofendido... pero es vileza
abrazarle. Sr. D. Valentin, V. no tiene sangre en las venas.

Todo esto lo fue soltando, despacio y bajo, casi en el oido de D.
Valentin, su tremenda esposa Dona Blanca.

Fueron tan duras y crueles las ultimas frases, que D. Valentin estuvo a
punto de alzar bandera de rebelion, armar en la calle la de Dios es
Cristo y contestar a su mujer lo que merecia; pero el olor de mil flores
regalaba el olfato; la gente pasaba con alegre aspecto; el dia estaba
hermosisimo; la paz reinaba en el cielo; un fresco vientecillo
primaveral oreaba y calmaba las sienes mas ardorosas; la familia de
Solis iba al incruento sacrificio de la misa; Clara marchaba delante tan
linda y tan serena: ?como turbar todo aquello con una disputa horrible?
D. Valentin apreto los punos y se limito a exclamar con acento un si es
no es colerico:

--iSenora!...

Luego anadio para si, cuidando mucho de que no lo oyese Dona Blanca:

--iMaldita sea mi suerte!

Y no bien lanzada la exclamacion, se asusto don Valentin de la blasfema
rebeldia contra la Providencia que su exclamacion implicaba, y se tuvo
un instante por primo hermano del propio Luzbel.

Como se ve, el exito del Comendador en este primer intento de reanudar
relaciones amistosas con la familia de Solis no pudo ser mas
desgraciado.




XII

No se arredro por eso nuestro heroe.

Aguardo un rato en medio de la calle a fin de que no pudiese decir ni
pensar Dona Blanca que el la seguia, y al cabo se fue a la iglesia
Mayor, a donde sabia que la familia de Solis se habia encaminado.

Don Fadrique no iba alli, sin embargo, con el intento de acercarse a
Dona Blanca otra vez y de sufrir nueva repulsa, sino a fin de hallar a
D. Carlos, quien, a su parecer, no podia menos de estar en la iglesia,
ya que no habia otro medio de ver a Clara.

En efecto, D. Fadrique entro en la iglesia y se puso a buscar al poeta,
a la sombra de los pilares y en los sitios donde menos se nota la
presencia de alguien. Pronto le hallo, detras de un pilar y no lejos del
altar mayor. Parecia D. Carlos tan embebido en sus oraciones o en sus
pensamientos, que nada del mundo exterior, salvo Clara, podia distraerle
ni llamarle la atencion.

Llego, pues, D. Fadrique hasta ponerse a su lado. Entonces advirtio que
Clara estaba no muy lejos, de rodillas, al lado de su madre; que D.
Carlos la miraba, y que ella, si bien fijos casi siempre los ojos en su
libro de rezos, los alzaba de vez en cuando rapidamente, y miraba con
sobresalto y ternura hacia donde estaba el galan, declarando asi que le
veia, que se alegraba de verle, y que tenia miedo y cierto terror de
profanar el templo y de pecar gravemente enganando a su madre y
alentando a aquel hombre, de quien decia que no podia ser esposa.

No ha de extranarse que todo esto se viera en las miradas de Clarita.
Eran miradas transparentes, en cuyo fondo fulguraba el alma como
diamante purisimo que por maravilla ardiese con luz propia en el seno de
un mar tranquilo.

El Comendador estuvo un rato observando aquella escena muda, y se
convencio de que ni Dona Blanca ni D. Valentin recelaban nada de los
amores de la nina. Calculo, no obstante, que su presencia alli podria
atraer hacia el la mirada de Dona Blanca, excitar de nuevo su ira,
hacerle reparar en el gentil mancebo que estaba a su lado, y darle a
sospechar lo que no habia sospechado todavia.

Entonces, si bien con pena de interrumpir aquellos arrobos y extasis
contemplativos, toco en el hombro a D. Carlos y le dijo casi a la oreja:

--Perdoneme V. que le distraiga de sus devociones y que turbe la vision
beatifica de que sin duda goza; pero me urge hablar con V. Hagame el
favor de venir conmigo, que tengo que hablarle de cosas que le importan
muchisimo.

Sin aguardar respuesta echo a andar D. Fadrique, y D. Carlos, si bien
con disgusto, no pudo menos de seguir sus pasos.

Ya fuera de la iglesia, salio D. Fadrique al campo; D. Carlos fue en pos
de el; y cuando se hallaron en sitio solitario, donde nadie podia oirlos
ni interrumpir la conversacion, D. Fadrique se explico en estos
terminos:

--Vuelvo a pedir a V. perdon de mi atrevimiento en obligarle a abandonar
la iglesia, y mas aun en mezclarme en asuntos de V. sin titulo bastante
para ello. Apenas conozco a V. Esta es la septima o la octava vez que le
hablo. A Clarita la he visto hoy por segunda vez en mi vida. Sin
embargo, el bien de Clarita y el de V. me interesan mucho. Atribuyalo V.
a un absurdo sentimentalismo; al afecto que profeso a mi sobrina Lucia,
que llega a Vds. de rechazo; a lo que V. quiera. Lo que le ruego es que
me crea un hombre leal y franco, y no dude de mi buena voluntad y
mejores propositos. Quiero y puedo hacer mucho en favor de usted. En
cambio, aspiro a que oiga V. mis consejos y a que los siga.

Don Carlos oyo al Comendador atentamente y con muestras de respeto y
deferencia. Luego le contesto:

--Sr. D. Fadrique, por V. y por ser V. el tio de la senorita Dona Lucia,
tan bondadosa y excelente, estoy dispuesto a oir a V. y hasta a
obedecerle en cuanto este de mi parte, sin considerar el provecho que
por mi obediencia V. me promete.

--No me he explicado bien --replico D. Fadrique.--Yo no prometo premios
en pago de obediencias: lo que quiero significar es que de seguir V.
ciertos consejos mios se ha de alcanzar naturalmente lo que de otra
suerte se malograra acaso, con gran pesar de todos.

--Aclare V. su pensamiento, --dijo D. Carlos.

--Quiero decir --prosiguio D. Fadrique,-- que este modo que tiene V. de
enamorar a Clarita no va, dias hace, por buen camino. Hasta ahora nadie
sospecha en esta pequena ciudad sus amores de V., gracias a mi sobrina.
Como ella estuvo, dos meses ha, en Sevilla, donde V. la conocio, y V. ha
venido luego aqui, y V. va a su casa de tertulia todas las noches, y
habla V. mucho con ella, y no pocas veces en secreto; y como mi sobrina
es joven y graciosa y linda, si el amor de tio no me engana, todos creen
que ha venido V. por ella, que V. la enamora, que V. es su novio. ?Quien
habia de imaginarse que chica tan mona y en tan verdes anos se
limitaria a hacer el triste y poco airoso papel de confidenta? Por esto,
pues, se desorientan los curiosos, y sus amores de V. siguen secretos;
pero Lucia lo paga. Confiese V. que es mucha generosidad.

--Yo... Sr. D. Fadrique...

--No se disculpe V. No hablo de ello para que V. se disculpe, sino para
narrar los sucesos como son en si. En este lugar creen todos que V. ha
venido, abandonando a sus padres, su casa y sus estudios, para pretender
a Lucia; pero este engano no puede durar. Imagine V. el alboroto, los
chismes, las hablillas a que dara V. ocasion y motivo el dia en que se
sepa, como no podra menos de saberse, que V. pretende a Clarita, a quien
todos creen ya prometida esposa de D. Casimiro Solis.

-Eso no sera nunca mientras yo viva, --exclamo D. Carlos con grandes
brios.

--Tratemos de impedirlo --continuo con calma D. Fadrique.-- Yo le
ayudare a V. cuanto pueda, y repito que algo puedo; pero toda la energia
de usted y toda la prudencia que yo emplee seran inutiles si desoye V.
mis advertencias y consejos.

--Ya he dicho a V. que deseo seguirlos.

--Pues bien, amigo D. Carlos, es menester que V. se persuada de que
Clarita, de cuyo amor hacia V. estoy convencido, esta criada con tan
santo temor de Dios y con tan grande, y hasta si V. quiere exagerado e
irracional respeto a su madre, que por obedecerla, por no darle un
disgusto, por no rebelarse, sera capaz de casarse con D. Casimiro,
aunque se muera de amor por V. al dia siguiente de casada, aunque su
vestido de boda sea la mortaja con que la entierren.

--Pero si Clara dice a su madre que no ama a D. Casimiro...

--Clara no se atrevera a decirlo.

--Si declara a su madre que me ama...

--Antes morira que confesar a su madre ese amor.

--Y si tanto miedo tiene a su madre, ?no podra huir conmigo?

--No creo que de jamas tan mal paso. De todos modos, aunque tan mal paso
fuese posible, no se debia apelar a el sino apurados antes otros medios
mas prudentes y juiciosos. Reitero, con todo, mi afirmacion. Creo capaz
a Clarita de morir de dolor; pero no la creo capaz de prestarse al
escandalo de un rapto.

--Entonces ?que quiere V. que yo haga?

--Lo primero, volver a Sevilla con sus senores padres, y dejar a Dona
Clara tranquila con los suyos.

--Bien se conoce que V. no ama. A su edad de usted...

--Dale... con la tonteria... Caballerito poeta... yo no soy ni viejo ni
rabadan... ni me parezco en nada al del idilio. Vayase V. a Sevilla hoy
mismo. Salga V. de esta ciudad antes de que Dona Blanca se percate de
que hay moros en la costa. Yo velare aqui por los intereses de V. Y si
peligran; si es menester apelar a medios violentos, cuente V. tambien
conmigo... hasta para el rapto. A poco me aventuro prometiendoselo a V.,
porque doy por firme que no se dejara robar Clarita.

--?Y por que, para que he de irme a Sevilla?

--?Pues no se lo he dicho a V. ya? Porque aqui no hace V. sino
perjudicarse, sin gusto y sin ventaja. Estoy seguro de que no lograra V.
mas que ver a Clara en la iglesia, con mas angustia que deleite por
parte de la pobre muchacha. Y esto mientras Dona Blanca no descubra
nada. El dia en que descubra Dona Blanca su juego de V., sera para
Clarita un dia tremendo y V. no volvera a verla. Vayase V., pues, a
Sevilla.

--?Y que ganare con irme?

--Que yo trabaje con tranquilidad en favor de V. Usted me estorba para
mis planes. Si V. se queda, precipitara la boda de D. Casimiro y hara
que se envie a escape por la licencia a Roma. Si V. se va, no afirmo yo
que evitare la boda de Clara con el viejo rabadan y conseguire que sea
para Mirtilo; pero, o yo he de valer poco, o he de lograr que se nos de
tiempo y... quien sabe... Nada prometo. Solo ruego a V. que se vaya.
Vayase V. hoy mismo.

El interes que el Comendador le mostraba, su empeno de que se fuese, la
decision con que se entrometia en sus asuntos, todo chocaba a D. Carlos
y le tenia desconfiado y descontento.

El Comendador apuro todas las razones, empleo todos los tonos, pero
singularmente el de la suplica; D. Carlos le contesto varias veces de
mal humor, y fue menester la prudente superioridad del Comendador para
calmar y contener a D. Carlos y evitar que llegase a ofender a quien le
aconsejaba y casi le mandaba.

Por ultimo, tanto rogo, prometio y dijo D. Fadrique, que D. Carlos hubo
de someterse y salir aquel mismo dia para Sevilla, si bien ofreciendo
solo ausencia de poco mas de un mes: hasta que llegasen las vacaciones
de verano. En cambio, exigio y obtuvo de D. Fadrique que le habia de
escribir dandole noticias de Clara, y avisandole del menor peligro que
hubiese, para volar en seguida donde estaba ella.

Don Carlos, aunque no era timido ni torpe, no habia obtenido jamas que
Clara recibiese carta suya, y menos aun que le escribiese. Pero ?que
mucho, si ni siquiera de palabra Clara le habia dado a entender que le
amaba? Clara le amaba, sin embargo. Bien sabia el galan que era falso,
de puro modesto, aquello de que

        ... Amistosa y compasiva,
        Quiere que el zagal viva,
        Mas amarle no quiere.

Clara le amaba, y a su despecho, contra su voluntad, habia declarado su
amor; pero solo con los ojos, por donde se le iba el alma en busca del
bizarro y gracioso estudiante, sin que todos sus escrupulos religiosos v
filiales fuesen bastante poderosos para detenerla.

Don Fadrique pudo convencerse, en el largo coloquio que tuvo con D.
Carlos, de que su pasion por Clara era verdadera y profunda. Del amor de
Clara por el poeta rondeno estaba mas convencido aun. Con este doble
convencimiento, de que se alegraba, precipito mas la partida de D.
Carlos, y antes de mediodia consiguio que saliese del pueblo con
direccion a Sevilla.

Don Carlos salio a caballo con un su criado; y D. Fadrique, a caballo
tambien, se unio con el en el ejido, y le acompano mas de una legua,
dandole esperanzas y hablandole de sus amores. Al llegar a una
encrucijada, D. Fadrique se despidio carinosamente del joven, y tomo el
camino de Villabermeja con el intento de conferenciar con el padre
Jacinto.

La sencillez y la modestia de este santo varon no habian dejado ver a D.
Fadrique la inmensa importancia que durante su larga ausencia habia
adquirido.

Como predicador, gozaba el padre de extraordinaria nombradia por toda
aquella comarca. Era igualmente celebrado por los tres estilos que tenia
de predicar. En el estilo llano o de homilia encantaba a la gente
rustica y ponia la religion y la moral a su alcance, amenizando tan
graves lecciones con chistes y jocosidades que un severo critico
condenaria, pero que eran muy del caso para que los zafios campesinos se
aficionasen a oirle y se deleitasen oyendole. En sermones de empeno, en
dias de gran funcion, el padre Jacinto era otro hombre: echaba muchos
latines, ahuecaba la voz y esmaltaba su discurso de un jardin de flores,
de un verdadero matorral de adornos exuberantes, que tambien gustaban a
los discretos y finos de aquellos lugares. Y tenia, por ultimo, el
estilo patetico de la Semana de Pasion y de la Semana Santa, durante las
cuales los sermones, mas que hablados, eran en Villabermeja, y siguen
siendo aun, cantados, sin que gusten de otra manera. Sermon de Semana
Santa, sin lo que llaman alli el _tonillo_, no gusta a nadie ni se tiene
por sermon. Cuando en el dia va a Villabermeja un cura forastero, tiene
que aprender el _tonillo_. En este _tonillo_ fue el padre Jacinto un
dechado de perfeccion, que nadie ha superado hasta ahora. Al oirle,
aunque sea reminiscencia gentilica, dicen que se comprendia como Cayo
Graco se hacia acompanar por un flautista cuando pronunciaba en el Foro
sus mas apasionadas arengas. El P. Jacinto predicaba tambien en el Foro,
o digase en medio de la plaza publica, durante la Semana Santa. Alli se
hacian todos los pasos a lo vivo, y el padre los explicaba en el sermon
conforme iban ocurriendo. Asi, habia sermon que duraba tres horas, y
siempre sin dejar el tonillo, lo cual no obstaba para que el padre
expresase los mas varios afectos, como piedad, dolor y colera. Cuando
aparecia el pregonero en el balcon de las Casas Consistoriales y leia la
sentencia de muerte contra Jesucristo, ha quedado en la memoria de los
bermejinos el furor con que el padre se volvia contra el, gritando:

"Calla, falso, ruin, necio y miserable pregonero, y oiras la voz del
Angel que dice:"

Y entonces salia un angel muy vistoso por otro balcon de la plaza, y
cantaba el inefable misterio de la Redencion, empezando:

"Esta es la sentencia que manda cumplir el Eterno Padre..." y lo demas
que tantas veces hemos oido los que somos de por alli.

Pero, volviendo al P. Jacinto, dire que su merito como predicador era
quizas lo de menos. Su gran valer fue como director espiritual. Se
pasaba horas y horas en el confesionario. Desde el convento bermejino
tenia con frecuencia que ir al convento de la ciudad cercana, donde
tenia no pocas hijas de confesion entre el senorio. Era ademas hombre
de consejo y tino en los negocios mundanos, y acudian todos a
consultarle cuando se hallaban en tribulacion, apuro o dificultad. En
suma, el P. Jacinto era un gran medico de almas, aunque duro y feroz a
veces en los remedios. Gustaba de aplicarlos heroicos, como suelen hacer
los demas medicos de los lugares, que tal vez recetan a un hombre el
medicamento que convendria recetar a un caballo. A pesar de esto, tenia
el padre tal autoridad y discrecion; era tan ameno en su trato y tan
resuelto valedor y defensor de las mujeres, que gozaba de inmensa
popularidad entre ellas, y era fervorosamente reverenciado, asi de las
jornaleras humildes como de las encopetadas hidalgas.

Aunque tocaba en los setenta anos, estaba firme y robusto aun, si bien
habia perdido ciertos impetus juveniles, que le habian hecho famoso,
llevandole en ocasiones a imitar al Divino Redentor, mas que en la
mansedumbre, en aquel arranque que tuvo cuando hizo azote de unos
cordeles y echo a latigazos a los mercaderes del templo. El P. Jacinto
habia sido un jayan y habia sacudido el polvo a algunos desalmados y
pecadores contumaces, sobre todo cuando eran maridos, que se
emborrachaban, gastaban el dinero en vino y juego y daban palizas a sus
mujeres.

Contra esta clase de hombres habia sido duro de veras el P. Jacinto. Ya
no tenia aquellos arrestos de la mocedad; pero su virtud y su fuerza
moral, unida al recuerdo de la fisica, infundian gran respeto entre los
rusticos.

Tales eran las cualidades principales y la brillante posicion del
antiguo maestro del Comendador, con quien este iba ahora a consultar y
tratar negocios arduos, y de quien esperaba obtener poderoso auxilio.




XIII

No bien llego el Comendador a Villabermeja y dejo el caballo en su casa,
se dirigio al convento, que distaba pocos pasos, y como era la hora de
la siesta, hallo en su celda al P. Jacinto, el cual no dormia, sino
estaba leyendo, sentado a la mesa.

Mis lectores deben de formarse ya, por lo expuesto hasta aqui, cierta
idea bastante aproximada de la condicion del mencionado fraile. Faltame
anadir, para que sea completo el retrato, que era alto y seco; que veia
y oia bien; que tuteaba a todo el genero humano, y que se preciaba de no
tener pelillos en la lengua, esto es, de decir cuanto se le ocurria, con
una franqueza que tocaba y hasta pasaba a menudo sus limites, entrando
con banderas desplegadas por la jurisdiccion y termino de la
desvergueenza. Solo con D. Fadrique se mostraba el Padre respetuoso y
deferente, suponiendo que el tenia, sin poderlo remediar, un afecto por
su antiguo discipulo, que le hacia sobrado debil.

--Muchacho --dijo a D. Fadrique, apenas le vio entrar,-- ?que buen
viento te trae por aqui de improviso?

--Maestro --contesto el Comendador,-- he venido expresamente para
consultar a V.

--?Para consultarme a mi? ?Y sobre que? ?Que hay, que tu no sepas mejor
que yo y mejor que nadie?

--Mi consulta es de suma importancia.

--Vamos... ?de que se trata?

--Se trata... se trata... nada menos que de un caso de conciencia.

Al oir _caso de conciencia_, el padre miro fijamente al Comendador con
aire de incredulidad y de recelo, y exclamo al cabo:

--Mira, hijo mio, si es que te aburres en estos lugares y quieres
chancearte y divertirte, toma una tabla y dos cuernos, y no te diviertas
ni te chancees conmigo. Ya esta duro el alcacer para zamponas.

--?Y de donde infiere V. que me chanceo o que me burlo? Hablo con
formalidad. ?Por que no he de exponer yo a V. formalmente un caso de
conciencia?

--Porque todo hombre de cierta educacion, criado en el seno de la
sociedad cristiana, aunque haya perdido la fe en Nuestro Senor
Jesucristo, tiene la conciencia tan clara como yo, y no hay caso que no
resuelva por si, sin necesidad de consultarme. Si tuvieses fe, podrias
acudir a mi en busca de los consuelos que da la religion. No acudiendo
para esto, ?que podre yo decirte, que ignores? La moral tuya es identica
a la mia, aunque en sus fundamentos discrepe. Y al fin, harto lo conoces
tu, no hay caso de conciencia, meramente moral, cuya solucion no sea
llana para todo entendimiento un poco cultivado. Sin duda que Dios, para
ejercitar nuestra actividad mental y aguzar nuestro ingenio, o para dar
precio a nuestra fe, ha circundado de tinieblas los grandes problemas
metafisicos; los ha envuelto en misterios, impenetrables a veces; pero
en lo tocante a la moral, en lo que atane al cumplimiento de nuestros
deberes no hay misterio alguno: todo esta claro como el agua. El
soberano Senor, en su infinita bondad y misericordia, no ha querido, a
pesar de nuestras maldades, que nadie tenga que ser un Seneca para saber
perfectamente cual es su obligacion, ni mucho menos que nadie tenga que
ser un heroe estupendo para cumplirla. Ni para conocerla te falta
entendimiento, ni para cumplir con ella debe faltarte voluntad. ?Que es
lo que buscas, pues en mi?

--Mucho pudiera argumentarse contra lo que V. dice; pero no quiero
disputar, sino consultar. Quiero convenir en que la moral no es ninguna
reconditez, y en que no es tan arduo cumplir con ella.

--Se entiende --interrumpio el Padre,-- para todos aquellos pueblos
donde la luz del Evangelio ha penetrado. Tu imaginas que el natural
discurso ha bastado a los hombres para formar la ley moral: yo creo que
han necesitado de la revelacion; pero tu y yo convenimos en que, una vez
presentada esa ley, la razon humana la acepta como evidente. Es gran
bellaqueria suponer esa ley obscura y vaga, y forjarse casos terribles,
conflictos espantosos entre los sentimientos naturales y el sencillo
cumplimiento de un deber. Esto equivaldria a suponer la necesidad de ser
un pozo de ciencia y de sentirse capaz de sobrehumanos esfuerzos para
ser persona decente. Ya tu comprendes que esto seria disculpar y dar
casi la razon a los tunos. Al fin y al cabo, no todos los hombres son
sabios ni tienen las fibras de hierro ni el corazon de diamante. Realzar
asi la moral es hacerla poco menos que imposible, salvo para algunos
seres privilegiados y de primera magnitud, mas profundos que Crisipo y
mas constantes que Regulo.

--Mucho tiene que ver el caso que quiero presentar con todo lo que esta
V. diciendo. No es curiosidad ociosa, sino interes muy respetable, el
que me induce a resolver una duda.

--Imposible... tu no puedes dudar.

--Dejeme V. que acabe. Yo no dudo sobre el caso... Tengo formado mi
juicio... que me parece de no menor certidumbre que este otro: dos y
tres son cinco. Mi duda esta en si V., por razones que se fundan en la
inexhausta bondad divina, tiene la manga mas ancha que yo, o si por
razones de la ley positiva, en que cree, la tiene mas estrecha. ?Me
entiende V. ahora?

--Te entiendo muy bien; y desde luego te declaro que no he de tener la
manga ni mas ancha ni mas estrecha que tu. Lo mismo calificaremos ambos
un pecado, una falta, un delito, y lo mismo marcaremos y determinaremos
la obligacion que de el nazca. Las razones teologicas tienen que ver con
la penitencia, con la expiacion, con el perdon, con la gloria o el
infierno, alla en el otro mundo, y en esto para nada tienes tu que
meterte ahora. Veamos, pues, ese caso, ya que quieres consultarme.

--Desde luego V. convendra en que lo robado debe devolverse a su dueno.

--Indudable.

--Y cuando, por efecto de un engano, algo que pertenece a uno viene a
pertenecer a otro, ?que debemos hacer?

--Debemos poner fin al engano para que lo que posee alguien sin derecho
pase a manos de su senor legitimo.

--?Y si al poner fin al engano resultan males evidentemente mayores?

--Aqui importa distinguir. Si tu tienes que hablar, no debes decir
jamas mentira por inmensos que sean los males que de decir la verdad
resulten. Condenada esta la mentira oficiosa como la perniciosa. No
debes mentir ni por salvar la vida del projimo, ni por salvar la honra
de nadie, ni por el bien de la religion; pero yo me atrevo a sostener
que debes callar la verdad cuando nadie la inquiere de ti y cuando de
decirla resultan mas males que bienes. Pensar algo en contra es delirio.
Lo sostengo sin vacilacion. Voy a explanar mi doctrina en breves
palabras. Tu cometes un pecado. Eres, por ejemplo, mentiroso. Los males
que nazcan de tu pecado debes remediarlos hasta donde te sea posible y
licito, esto es, sin cometer pecado nuevo para remediar el antiguo.
Dios, para hacernos patente la enormidad de nuestras culpas, consiente a
veces en que nazcan de ellas males cuyos humanos remedios son peores.
Tratar tu de evitarlos o de remediarlos entonces, no es humildad, sino
soberbia, orgullo satanico; es luchar contra Dios; es tomar el papel de
la Providencia; es dar palo de ciego; es querer enderezar el tuerto que
tu mismo hiciste, torciendo y ladeando lo que esta recto, y tirando a
trastornar el orden natural de las cosas.

--Hablando con franqueza --dijo el Comendador,-- la doctrina de V. me
parece muy comoda. Veo que tiene V. la manga mas ancha de lo que yo
pensaba.

--Vete a paseo, Comendador --repuso el padre, bastante enojado.-- En
ninguna ocasion pase yo por complaciente. Me diriges la acusacion mas
dura que a un confesor puede dirigirse. Un santo ha dicho: _Non est
pietas, sed impietas, tolerare peccata_, y yo disto mucho de ser impio.
Todo proviene, sin duda, de que tu confundes las cosas. Aqui no hablamos
de penitencia, de expiacion, de castigo de la culpa. Sobre este punto no
tengo que decirte yo lo que exigiria de un penitente para absolverle.
Aqui hablamos solo de la obligacion de satisfacer el agravio que nace
del pecado o del delito. Y a esto he respondido con sencillez. El
pecador o delincuente debe ir hasta donde le sea posible y licito. Si ha
de cometer nuevos pecados, si ha de hacer nuevas maldades y desatinos,
mejor es que lo deje y no se meta a remediar el mal que ha hecho. Pues
ique! ?estaria bien, por ejemplo, que tu hirieses a uno, y luego, sin
saber de cirujia, tratases de curarle y le acabases de matar? Dices tu
que la tal doctrina es comoda. ?Donde esta la comodidad? Aunque yo te
excuse de poner el remedio, no te libro de la penitencia, del
remordimiento y del castigo. Antes al contrario, lo comodo es lo otro:
remediar el mal de mala manera, y creerse ya horro y darse ya por
absuelto. Asi un criado torpe te rompera un dia el vaso mas precioso de
los que has traido de la China, le pegara luego chapuceramente con cola,
y se quedara tan fresco como si no te hubiese causado el menor
perjuicio. Lo que debe hacer el criado es andar siempre muy cuidadoso
para no romper el vaso, y si le rompe, sentir mucho su falta, y ya que
no puede ni componer bien el vaso ni comprarte otro nuevo e igual,
sufrir con humildad la reprimenda que tu le eches.

--Me complazco en ver que estamos de acuerdo en lo general de la
doctrina. En la aplicacion a casos particulares es en lo que veo que
cabe mucha sutileza. Contra la opinion de V., el buen camino se presenta
muy anublado y confuso. ?Como determinar a veces hasta donde es posible
y licito lo que quiero hacer para reparar el dano?

--Es muy sencillo. Si para repararle causas otro dano mayor, deja
subsistir el primero, que es mas pequeno; y esto aunque en el segundo
dano que causes no haya pecado de tu parte. Habiendo nuevo pecado, nueva
infraccion de la ley moral en el remedio, aunque este segundo pecado sea
menor que el primero que cometiste, no debes cometerle. Dios, si quiere,
remediara el mal causado.

--?De suerte que no hay mas que cruzarse de brazos; dejar rodar la bola?

--No hay mas que dejarla rodar, ya que deteniendola puedes hacer que
todo ruede. Las Sagradas Letras vienen en mi apoyo con no pocos textos.
David dijo: _Abissus abyssum invocat_; Salomon, _Est processio in
malis_; el profeta Amos, _Si erit malum quod Dominus non fecerit?_ con
lo cual da a entender que Dios permite u ordena el mal como pena del
pecado y escarmiento de las criaturas; y el mismo Salomon, antes citado,
dice, de modo mas explicito, que no podemos anadir ni quitar de lo que
Dios hizo para ser temido: _Non possumus quidquam addere nec auferre
quae fecit Deus ut timeatur_.

--A pesar de los textos, a pesar de los latines me repugna esa cobarde
resignacion.

--?Como cobarde? ?Donde viste tu que para con Dios haya cobardia? La
resignacion a su voluntad no implica, por otra parte, el que te aquietes
y te llenes de contentamiento de ti propio. Sigue llorando tu culpa;
desuellate el alma con el azote de la conciencia y el cuerpo con unas
disciplinas crueles; haz de tu vida en el mundo un durisimo purgatorio;
pero resignate y no trates de remediar lo que solo de Dios debe esperar
remedio. Hasta el sentido comun esta de acuerdo en esto, miradas las
acciones humanas por el lado de la utilidad y conveniencia, las cuales,
bien entendidas, concuerdan con la moralidad y con la justicia. iQue
atinado es el refran que reza: _No siento que mi hijo pierda, sino
que quiera desquitarse_! Si malo es jugar, peor es aun volver a jugar;
reincidir en el pecado para remediar el mal del pecado. Pero a todo
esto, tu no hablas sino de generalidades, y el caso de conciencia no
parece.

--Voy al caso, --dijo el Comendador.

--Soy todo oidos, --repuso el fraile.

--?Que debe hacer el que no es hijo de quien pasa por su padre, segun la
ley, y usurpa nombre, posicion y bienes que no son suyos?

[Nota del autor: Esta novela, que se ha publicado a pedacitos en el
periodico _El Campo_, tiene plan trazado en Noviembre de 1876. El drama
del Sr. Echegaray _O locura o santidad_ no habia sido representado aun.
Yo no tenia de el la menor noticia, dado que ya estuviese escrito. Ha
sido, pues, una coincidencia, para mi harto desagradable, la semejanza o
analogia del asunto de tan aplaudido drama con el asunto de mi pobre
novela. Entiendase que al hacer esta observacion no quiero defenderme de
los que pudieran acusarme de imitar o remedar, sino de aquellos que se
inclinen a creer que yo, bajo la forma de un cuento, me entrometo en
censurar, impugnar o controvertir las ideas o doctrinas que en el citado
drama resplandecen.]

--iHombre... tu eres famoso! ?Despues de tanto preambulo te vienes con
una preguntilla tan baladi? Prescindo ahora de la dificultad o
imposibilidad en que ese hijo postizo estaria de probar el delito de su
madre. Yo no se de leyes; pero la razon natural me dicta que contra la
fe de bautismo, contra la serie de actos y documentos oficiales que te
han hecho pasar hasta hoy por un hijo de un determinado y conocido Lopez
de Mendoza, no pueden valer testimonios sino de un orden excepcional y
casi imposible. Doy, con todo, de barato que posees tales testimonios.
Creo, decido que no debes valerte de ellos. ?Sabes los mandamientos de
la ley de Dios? ?Sabes que el orden en que estan no es arbitrario? Pues
bien; ?que dice el septimo?

--No hurtar.

--?Y el cuarto?

--Honrar padre y madre.

--Es, pues, evidente que para quitarte de encima el pecado contra el
septimo ibas a pecar contra el cuarto, deshonrando a tu madre y a tu
padre, que padre seria siempre el que te tuvo por hijo, te crio, te
alimento y te educo, aunque no te engendrara.

--Tiene V. razon, P. Jacinto. Y, sin embargo, los bienes que no son
mios, ?como sigo gozando de ellos?

--?Y quien te dice que goces de ellos? Pues ique! ?es tan dificil dar
sin expresar la causa por que se da? Dalos, pues, a quien debes. Ya los
tomaran... En el tomar no hay engano. Y si, por extrano caso, hallares a
alguien en el tomar inverosimilmente escrupuloso, ingeniate para que
tome. Lejos de oponerme, pido, aplaudo la reparacion, siempre que para
llevarla a cabo no sea menester hacer mayor barbaridad que la que
remedie.

--Esta bien... pero si no es el hijo, sino la madre culpada... ?que debe
hacer la madre culpada?

--Lo mismo que el hijo... no deshonrar publicamente a su marido... no
amargarle la vida... no desenganarle con desengano espantoso... no
anadir a su pecado de fragilidad el de una desvergueenza cruel y sin
entranas.

--La madre, no obstante, no tiene medios de devolver bienes que por su
culpa van a pasar o han pasado a quien no corresponden.

--Y si no los tiene, ?que se le ha de hacer? Ya lo he dicho. Que se
resigne. Que se someta a la voluntad de Dios. Todo eso lo debio prever
antes de pecar, y no pecar. Despues del pecado no le incumbe el remedio
si implica pecado nuevo, sino la penitencia. ?Has expuesto ya todo el
caso?

--No, padre; tiene otras complicaciones y puntos de vista.

--Dilos.

--?Que piensa V. que debe hacer el hombre pecador, complice de la mujer,
en aquel delito cuya consecuencia es el hurto, la usurpacion de que
hemos hablado?

--Lo mismo que he dicho del hijo y de la madre.

--?Y si posee bienes para subsanar el dano causado a los herederos?

--Subsanar ese dano, pero con tal recato, discrecion y sigilo, que no se
sepa nada. En el libro de los Proverbios esta escrito: _Melius est
nomen bonum quam divitiae multae_. Asi es que por cuestion de
intereses no se debe perjudicar a nadie en su buen nombre.

El historiador de estos sucesos escribe para narrar, y no para probar.
No decide, por lo tanto, si el P. Jacinto estaba atinado o no en lo que
decia; si hablaba guiado por el sentido comun o por la doctrina moral
cristiana, o por ambos criterios en consonancia completa; y no se
inclina tampoco a creer que dicho padre tenia una moral burda y grosera,
y el atrevimiento y la confianza de un rustico ignorante. Quedese esto
para que lo resuelva el discreto lector. Baste apuntar aqui que el
Comendador mostraba una satisfaccion grandisima de ver que su maestro,
como el le llamaba, pensaba exactamente lo que el queria que pensase.

El P. Jacinto, desconfiado como buen lugareno, no advertia el interes
vivisimo con que su antiguo discipulo le interrogaba; y temiendo siempre
una burla, una especie de examen hecho por el Comendador para pasar el
rato, volvio a hablar un tanto picado, diciendo:

--Me parece que estoy archi-candido. ?A donde vas a parar con tanta
preguntilla? ?Quieres examinarme? ?Piensas retirarme la licencia de
confesar si no me crees bien instruido?

--Nada de eso, maestro. Yo ignoro si esta V. o no de acuerdo con sus
librotes de teologia moral; pero esta V. de acuerdo conmigo, lo cual me
lisonjea, y lo esta tambien con mis propositos, lo cual me llena de
esperanza. Yo buscaba en V. un aliado. Contaba siempre con su amistad,
pero no sabia si podia contar tambien con su conciencia. Ahora comprendo
que su conciencia no se me opone. Su amistad, por consiguiente, libre de
todo obstaculo, vendra en auxilio mio.

El P. Jacinto conocio al fin que se trataba de un caso practico, real, y
no imaginado, y se ofrecio a auxiliar al Comendador en todo lo que fuese
justo.

Aguardando, pues, una revelacion importante, quiso tomar aliento
haciendo una pausa, y trato de solemnizar la revelacion yendo a una
alacena, que no estaba lejos, y sacando de ella una limeta de vino y dos
canas, que puso sobre la mesa, llenandolas hasta el borde.

--Este vino no tiene aguardiente, ni botica, ni composicion de ninguna
clase --dijo el padre al Comendador.-- Es puro, limpio y sin macula.
Esta como Dios le ha hecho. Bebe y confortate con el, y cuentame luego
lo que tengas que contar.

--Bebo al buen exito de mis planes, --contesto el Comendador, apurando
el vino de su cana.

--Asi sea, si Dios lo quiere, --replico el fraile, bebiendo tambien, y
se dispuso a atender a don Fadrique con sus cinco sentidos.




XIV

La celda no tenia mucho que llamase la atencion. Sobre la mesa o bufete,
que era de nogal, habia recado de escribir, el Breviario y otros libros.
Dos sillones de brazos, frente el uno del otro, con la mesa de por
medio, y donde se sentaban nuestros interlocutores, eran de nogal
igualmente. A mas de los dos sillones, habia cuatro sillas arrimadas a
la pared. Los asientos todos eran de enea. Un _Ecce-Homo_, al oleo, a
quien cuadraba el refran de _a mal Cristo mucha sangre_, era la unica
pintura que adornaba los muros de la celda. No faltaban, en cambio,
otros mas naturales adornos. En la ventana, tomando el sol, se veian dos
floridos rosales; dentro del cuarto, cuatro macetas de brusco, y
colgadas en la pared cinco jaulas, dos con perdices cantoras, y tres con
colorines, excelentes reclamos. Otro bonito colorin, diestro cimbel,
asido a la varilla saliente que estaba fija a una tabla de pino, volaba
a cada momento hasta donde lo consentia el hilo largo que le
aprisionaba, y volvia con mucho donaire a posarse en la varilla.

Los jilgueros cantaban de vez en cuando y animaban la habitacion.

Arrimadas a un angulo habia dos escopetas de caza.

Y, por ultimo, en una alcobita que apenas se descubria, por hallarse la
pequena puerta casi tapada del todo por una cortina de bayeta verde,
estaba la cama del buen religioso. La alacena de donde este saco el vino
y que era bastante capaz, servia de bodega, ropero, despensa, caja o
tesoro y biblioteca a la vez.

Todo, aunque pobre, parecia muy aseado.

El P. Jacinto, con el codo sobre la mesa, la mano en la mejilla y los
ojos clavados en D. Fadrique, aguardaba que hablase.

Don Fadrique, en voz baja, hablo de este modo:

--Aunque yo no soy un penitente que vengo a confesarme, exijo el mismo
sigilo que si estuviese en el confesonario.

El padre, sin responder de palabra, hizo con la cabeza un signo de
afirmacion.

Entonces prosiguio D. Fadrique:

--El hombre de que he hablado a V., el pecador causa del engano y del
hurto, soy yo mismo. La ligereza de mi caracter me habia hecho olvidar
mi delito y no pensar en las fatales consecuencias que de el habian de
dimanar. El acaso... ?que digo el acaso?... Dios providente, en quien
creo, me ha vuelto a poner en presencia de mi complice y me ha hecho ver
todos los males que por mi culpa se originaron y amenazan originarse
aun. Dispuesto estoy a remediarlos y a evitarlos, de acuerdo con la
doctrina de V., hasta donde me sea posible y licito. Es un consuelo para
mi el ver que esta V. en concordancia conmigo. Yo no he de buscar
remedio peor que la enfermedad; pero hay una persona que le busca, y es
menester oponerse a toda costa a que le halle. Seria una abominacion
sobre otra abominacion.

--?Y quien es esa persona? --dijo el padre.

--Mi complice, --contesto el Comendador.

--?Y quien es tu complice?

--V. la conoce. V. es su director espiritual. V. debe tener grande
influjo sobre ella. Mi complice es... Cuenta, maestro, que jamas he
hecho a nadie esta revelacion. Al menos nadie pudo jamas tildarme de
escandaloso. Pocas relaciones han sido mas ocultas. La buena fama de
esta mujer aparece aun, despues de diez y siete anos, mas
resplandeciente que el oro.

--Acaba: ?quien es tu complice? Haz cuenta que echas tu secreto en un
pozo. Yo se callar.

--Mi complice es Dona Blanca Roldan de Solis.

El P. Jacinto se lleno de asombro, abrio los ojos y la boca y se
santiguo muy deprisa media docena de veces, soltando estas piadosas
interjecciones:

--iAve Maria Purisima! iAlabado sea el Santisimo Sacramento! iJesus,
Maria y Jose!

--?De que se admira V. tan desaforadamente? --dijo el Comendador,
pensando que el padre extranaba que tan virtuosa y austera matrona
hubiese nunca sucumbido a una mala tentacion.

--?De que me admiro?... Muchacho... ?De que me admiro?... Pues ?te
parece poco? Bien dicen... Vivir para ver... El demonio es el mismo
demonio. Miren... y no lo digo por ofender a nadie... imiren con que
ramillete de claveles te acaricio y te sedujo nuestro enemigo comun!...
Con un manojo de aulagas. Suave flor trasplantaste al jardin de tus
amores... iUn cardo ajonjero! Hermosa debe haber sido Dona Blanca...
todavia lo es; pero ihombre! isi es un erizo! Yo... perdoneme su
ausencia... no la creia impecable, pero no la creia capaz de pecar por
amor.

Don Fadrique respondio solo con un suspiro, con una exclamacion
inarticulada, que el padre creyo descifrar como si dijese que diez y
siete anos antes Dona Blanca era muy otra, y que ademas la misma dureza
de su caracter y la briosa inflexibilidad de su genio hacian mas
vehemente en ella toda pasion, incluso la del amor, una vez que llegaba
a sentirla.

Repuesto un poco de su pasmo, dijo el P. Jacinto:

--Y dime, hijo, ?que trata de hacer Dona Blanca para remediar el mal?
?Que proyectos son los suyos, que tanto te asustan?

--?Quien seria el inmediato heredero de su marido si ella no tuviese una
hija? --pregunto el Comendador.

--Don Casimiro Solis, --fue la respuesta.

--Pues por eso quiere casar a su hija con D. Casimiro.

--iPecador de mi! iEstupido y necio! --exclamo el padre, todo lleno de
violencia y dando en la mesa unos cuantos punetazos.-- ?Quieres creer
que soy tan egoista, que el egoismo me habia cegado? Yo no habia visto
en el plan de Dona Blanca ninguna mala traza. Me parecia natural que
casase a Clarita con su tio. Yo no miraba sino a mi picaro interes: a
que nadie se llevase a Clarita lejos de estos lugares. Es menester que
lo sepas... Clarita me tiene embobado. Por ella, no mas que por ella,
aguanto a su madre. Lo que yo queria, como un bribon de siete suelas, es
que se quedase por aqui... para ir a verla y para que ella me agasajase,
como me agasaja ahora, cuando voy a casa de su madre, sirviendome, con
sus blancas y preciosas manos, jicaras de chocolate y tacillas de
almibar. Se me antojo que Clarita era una muneca para mi diversion. Yo
no cai en nada... no me hice cargo... pense solo en que, ya casada,
haria una excelente senora de su casa, y me recibiria al amor de la
lumbre, y yo le llevaria flores, frutas y pajaritos de regalo. iSi
vieses que corza he hecho venir para ella de Sierra Morena! Es un
primor. La tengo abajo en el corral... y se la iba a llevar manana.
Nada... ?has visto que barbaro?... sin dar la menor importancia a lo del
casamiento. Ahora lo comprendo todo. iQue monstruosidad! iCasar aquel
dije con semejante estafermo! Ya se ve... ella no lo repugna... no lo
entiende... ?quien diablo sabe?... pero yo lo entiendo... y me
espeluzno... me horrorizo.

--Razon tiene V. de horrorizarse... Ella lo repugna... lo entiende...
pero cree que no debe resistir a la autoridad materna.

--Eso sera lo que tase un sastre. iPues no faltaba mas! Obedecera a su
madre; pero antes obedecera a Dios. _Diligendus est genitor, sed
praeponendus est Creator_. Es sentencia de San Agustin.

--Ademas --dijo el Comendador,-- Clarita ama a otro hombre.

--?Como es eso? ?Que me cuentas? ?Que mentira, que enredo te han hecho
creer? Si amase a un galan, Clara me lo hubiera confesado.

--Ella misma ignora casi que le ama; pero me consta que le ama.

--Vamos, si, ya doy en ello: ciertas miradas y sonrisas con un
estudiantillo... Me las ha confesado. Esta arrepentida... iCon un
estudiantillo!... ?Pues se habia de ir Clarita a correr la tuna?

--P. Jacinto, V. chochea.

--iDesvergonzado! ?Como te atreves a decir que chocheo?

--El estudiantillo no es de esos que van con el manteo roto y con la
cuchara puesta en el sombrero de tres picos, pidiendo limosna, sino que
es un caballero principal, un rico mayorazgo.

--?De veras? Ya eso es harina de otro costal. De eso no me habia dicho
nada aquella cordera inocente. Oye... ?y es buen mozo?

--Como un pino de oro.

--?Buen cristiano?

--Creo que si.

--?Honrado?

--A carta cabal.

--?Y la quiere mucho?

--Con toda su alma.

--?Y es discreto y valiente?

--Como un Gonzalo de Cordoba. Ademas es poeta elegantisimo, monta bien a
caballo, posee otras mil habilidades, es muy leido y sabe de torear.

--Me alegro, me alegro y me realegro. Le casaremos con Clarita, aunque
rabie Dona Blanca.

--Si, querido maestro. Le casaremos... pero es menester que seamos muy
prudentes.

--_Prudentes sicut serpentes_... Pierde cuidado. Harto se yo quien es
Dona Blanca. Es omnimodo el imperio que ejerce sobre su hija. El respeto
y el temor que le infunde exceden a todo encarecimiento. Y luego, ique
brio, que voluntad la de aquella senora! A terca nadie le gana.

--No soy yo menos terco... y no consentire que Clara sea el precio del
rescate de nadie; que sobre ella, que no tiene culpa, pesen nuestras
culpas; que Dona Blanca la venda para conseguir su libertad. Sin
embargo, importa mucho la cautela. Dona Blanca, llevada al extremo,
pudiera hacer alguna locura.

Despues de esta larga conversacion, y perfectamente de acuerdo el
Comendador y el P. Jacinto, el primero se volvio a la ciudad en aquel
mismo dia para que su ausencia no se extranase.

El P. Jacinto quedo en ir a la ciudad al dia siguiente de manana.

Los pormenores y tramites del plan que habian de seguir se dejaron para
que sobre el terreno se decidiesen.

Solo se concerto el mayor sigilo y circunspeccion en todo y disimular en
lo posible la intima amistad que entre el fraile y el Comendador habia,
a fin de no hacer sospechoso y aborrecible al fraile a los ojos de Dona
Blanca.

Se convino, por ultimo, en que, a pesar de la gravedad de la situacion,
no era ninguna salida de tono, ni tenia una inoportunidad comica o
censurable, que el P. Jacinto llevase a Clarita la corza y se la
regalara.




XV

Al volver aquella noche a la ciudad, el Comendador tuvo que sufrir un
interrogatorio en regla de su sobrina, que era la muchacha mas curiosa y
preguntona de toda la comarca. Tenia ademas un estilo de preguntar,
afirmando ya lo mismo de que anhelaba cerciorarse, que hacia ineficaz la
doctrina del P. Jacinto de callar la verdad sin decir la mentira. O
habia que mentir o habia que declarar: no quedaba termino medio.

--Tio --dijo Lucia apenas le vio a solas,-- V. ha estado en
Villabermeja.

--Si... he estado.

--?A que ha ido V. por alli? iSi le traeran a usted entusiasmado los
divinos ojos de Nicolasa!

--No conozco a esa Nicolasa.

--?Que no la conoce V.?... iBah!... ?Quien no conoce a Nicolasa? Es un
prodigio de bonita. Muchos hidalgos y ricachos la han pretendido ya.

--Pues yo no me cuento en ese numero. Te repito que no la conozco.

--Calle V., tio... ?Como quiere V. hacerme creer que no conoce a la
hija de su amigo el tio Gorico?

--Pues digo por tercera vez que no la conozco.

--Entonces, ?que hay que ver en Villabermeja? ?Ha estado V. para visitar
a la chacha Ramoncica?

El Comendador tuvo que responder francamente.

--No la he visitado.

--Vamos, ya caigo. iQue bueno es V.!

--?Por que soy bueno?... ?Porque no he visitado a la chacha Ramoncica,
que me quiere tanto?

--No, tio. Es V. bueno... En primer lugar porque no es V. malo.

--Lindo y discreto razonamiento.

--Quiero decir que es V. bueno, porque no es como otros caballeros, que
por mas que esten ya con un pie en el sepulcro, de lo que dista V.
mucho, a Dios gracias, andan siempre galanteando y soliviantando a las
hijas de los artesanos y jornaleros. Ahora no... por el noviazgo; pero
antes... bien visitaba D. Casimiro a Nicolasa.

--Pues yo no la he visitado.

--Pues esa es la primera razon por la que digo que es V. bueno. Nicolasa
es una muchacha honrada... y no esta bien que los caballeros traten de
levantarla de cascos...

--Apruebo tu rigidez. Y la segunda razon por la cual soy bueno, ?quieres
decirmela?

--La segunda razon es, que no habiendo ido V. ni a ver a Nicolasa ni a
ver la chacha Ramoncica, ?a que habia V. de haber ido tan a escape como
no fuese a ver al P. Jacinto y a tratar de ganarle en favor de Mirtilo y
de Clori? ?Vaya que ha ido V. a eso?

--No puedo negartelo.

--Gracias, tio. No es V. capaz de encarecer bastante lo orgullosa que
estoy.

--?Y por que?

--Toma... porque, por muy afectuoso que sea V. con todos, al fin no se
interesaria tanto por dos personas que le son casi extranas, si no fuese
por el carino que tiene V. a su sobrinita, que desea proteger a esas dos
personas.

--Asi es la verdad, --dijo el Comendador, dejando escapar una mentira
oficiosa, a pesar de la teoria del P. Jacinto.

Lucia se puso colorada de orgullo y de satisfaccion, y siguio hablando:

--Apostare a que ha ganado V. la voluntad del reverendo. ?Esta ya de
nuestra parte?

--Si, sobrina, esta de nuestra parte; pero, por amor de Dios, calla, que
importa el secreto. Ya que lo adivinas todo, procura ser sigilosa.

--No tendra V. que censurarme. Sere sigilosa. V., en cambio, me tendra
al corriente de todo. ?Es verdad que me lo dira V. todo?

--Si, --dijo el Comendador teniendo que mentir por segunda vez. Luego
prosiguio:

--Lucia, tu has dicho una cosa que me interesa. ?Que clase de amorios
das a entender que hubo o hay entre D. Casimiro y esa bella Nicolasa?

--Nada, tio... ?No lo he dicho ya? Fueron antes del noviazgo con
Clarita. D. Casimiro no iba con buen fin... y Nicolasa le desdeno
siempre; pero de esto informara a V. mejor que yo el P. Jacinto. Yo lo
unico que anadire es que el tal D. Casimiro me parece un hipocriton y un
bribon redomado.

--No es malo saberlo --penso el Comendador.

--iAh! diga V., tio. Ya se que se fue a Sevilla D, Carlos. Envio recado
despidiendose y excusandose de no haberlo hecho en persona por la
priesa. Es evidente que V. le ha hablado al alma y le ha convencido para
que se vaya, asegurandole que esto convenia al logro de nuestro
proposito. ?No es asi, tio?

--Asi es, sobrina --respondio el Comendador--. Veo que nada se te
oculta.




XVI

Cuando ocurrian los sucesos que vamos refiriendo, no habia tantas
carreteras como ahora. Desde Villabermeja a la ciudad puede hoy irse en
coche. Entonces solo se iba a pie o a caballo. El camino no era camino,
sino vereda, abierta por las pisadas de los transeuntes racionales e
irracionales. Cuando habia grandes lluvias, la vereda se hacia
intransitable: era lo que llaman en Andalucia un camino real de
perdices.

Poseia el padre Jacinto una borrica modelo por lo grande, mansa y
segura. En esta borrica iba y venia siempre, como un patriarca, desde
Villabermeja a la ciudad y desde la ciudad a Villabermeja. Un robusto
lego le acompanaba a pie. En el viaje que hizo a la ciudad, al dia
siguiente de su largo coloquio con el Comendador, le acompano, a mas del
lego, un rustico seglar o profano, para que cuidase la corza.

Seguido, pues, de su lego, de la corza y del rustico, y caballero en su
jigantesca borrica, el padre Jacinto entro sano y salvo en la ciudad a
las diez de la manana. Como el convento de Santo Domingo esta casi a la
entrada, no tuvo el padre que atravesar calles con aquel sequito. En el
convento se apeo, y apenas se reposo un poco, se dirigio a casa de D.
Valentin Solis, o mas bien a casa de Dona Blanca. El cuitado de D.
Valentin se habia anulado de tal suerte, que nadie en el lugar llamaba a
su casa la casa de D. Valentin. Sus vinas, sus olivares, sus huertas y
sus cortijos eran conocidos por de Dona Blanca, y no por suyos. Aquella
anulacion marital no habia llegado, con todo, hasta el extremo de la de
algunos maridos de Madrid, a quienes apenas los conoce nadie sino por
sus mujeres, cuya notoriedad y cuya gloria se reflejan en ellos y los
hacen conspicuos.

Pero dejemos a un lado ejemplos y comparaciones, que pueden tomar
ciertos visos y vislumbres de murmuracion, y sigamos al P. Jacinto, y
penetremos con el en casa de Dona Blanca, donde tan dificil era entrar
para el vulgo de los mortales.

Merced a la autoridad del reverendo, y siguiendole invisibles, todas las
puertas se nos franquean.

Ya estamos en el salon de Dona Blanca. Clara borda a su lado. D.
Valentin, a respetable distancia y sentado junto a una mesa, hace
paciencias con una baraja. D. Casimiro habla con la senora de la casa y
con su hija.

Los lectores conocen ya a D. Casimiro, como si dijeramos de fama, de
nombre y hasta de apodo, pues no ignoran que para D. Carlos, Lucia,
Clara y el Comendador, era _el viejo rabadan_. Veamos ahora si logramos
hacer su corporal retrato.

Era alto, flaco de brazos y piernas y muy desarrollado de abdomen; de
color trigueno, poca barba, que se afeitaba una vez a la semana, y los
ojos verde-claros y un poquito bizcos. Tenia ya bastantes arrugas en la
cara, y el vivo carmin de sus narices no armonizaba bien con la palidez
de los carrillos. En su propia persona se notaba poco esmero y aseo;
pero en el traje si se descubrian el cuidado y la pulcritud que en la
persona faltaban, lo cual denotaba desde luego que D. Casimiro mas se
cuidaba la ropa por ser ordenado, economico y aficionado a que las
prendas durasen, que por amor a la limpieza. Iba vestido muy de hidalgo
principal, si bien a la moda de hacia quince o veinte anos. Su casaca,
su chupa, sus calzones y medias de seda no tenian una mancha, y si
tenian alguna rotura, esta se hallaba diestra y primorosamente zurcida.
Gastaba peluca con polvos y coleta, y lucia muchos dijes en las cadenas
de sendos relojes que llevaba en ambos bolsillos de la chupa. Su caja de
tabaco, que el mostraba de continuo, pues no cesaba de tomar rape, era
un primor artistico, por los esmaltes y las piedras preciosas que le
servian de adorno. Al hablar usaba D. Casimiro de cierta solemnidad y
pausa muy entonada; pero su voz era ronca y desapacible, asegurandose
provenir esto en parte de que no le desagradaba el aguardiente, y mas
aun de que en su casa y despojado de las galas de novio o de
pretendiente amoroso, fumaba mucho tabaco negro.

La expresion de su semblante, sus modales y gestos no eran antipaticos:
eran insignificantes; salvo que no podia menos de reconocerse por ellos
en D. Casimiro a una persona de clase, aunque criada en un lugar.

Se advertia, por ultimo, en todo su aspecto, que D. Casimiro debia de
padecer no pocos achaques. Su mala salud le hacia parecer mas viejo.

Dado a conocer asi somera, y no favorablemente, por desgracia, podemos
ya lisonjearnos de conocer a cuantas personas ocupaban la sala cuando
entro en ella el padre Jacinto.

Dona Blanca, Clarita, D. Valentin y D. Casimiro se levantaron para
recibirle, y todos le besaron humildemente la mano. El padre estuvo
sonriente y amabilisimo con ellos, y a Clarita le dio, como si no fuese
ya una mujer, como si fuese una nina de ocho anos, y con la
respetabilidad que setenta bien cumplidos le prestaban, dos palmaditas
suaves en la fresca mejilla, diciendole:

--iBendito sea Dios, muchacha, que te ha hecho tan buena y tan hermosa!

--Su merced me favorece y me honra --contesto Clarita.

Dona Blanca se lamento del mucho tiempo que el padre habia estado sin
venir de Villabermeja, y todos le hicieron coro. Se trato de que el
padre tomase algo hasta la hora de comer, y el padre no quiso tomar
nada, salvo asiento comodo. Desde su asiento hablo de mil cosas con
animada y alegre conversacion, resuelto a aguardar alli a que Don
Casimiro se fuese y a que D. Valentin y Dona Clara despejasen, para
hablar a solas con Dona Blanca.

Dona Blanca adivino la intencion del fraile, entro en curiosidad, y
pronto hallo modo de despedir a D. Casimiro y de echar de la sala a D.
Valentin y a Clarita.

Verificado ya el despejo, dijo Dona Blanca:

--Supongo y espero que, despues de tan larga ausencia, honrara V.
nuestra mesa comiendo hoy con nosotros.

El P. Jacinto acepto el convite, y Dona Blanca prosiguio:

--He creido advertir que estaba V. impaciente por hablarme a solas. Esto
ha picado mi curiosidad. Todo lo que V. me dice o puede decirme me
inspira el mayor interes. Hable V., padre.

--No eres lerda, hija mia --contesto este.-- Nada se te escapa. En
efecto, deseaba hablarte a solas. Y lo deseaba tanto, que dejo para
despues de tu comida, que acepto gustoso, dejo para sobremesa la
aparicion de un objeto que traigo de presente a nuestra Clarita, y que
le va a encantar. Figurate que es una lindisima corza, tan mansa y
domestica, que come en la mano y sigue como un perro. Pero vamos al
caso: vamos a lo que tengo que decirte. Por Dios, que no te incomodes.
Tu tienes el genio muy vivo: eres una polvora.

--Es verdad; yo soy muy desgraciada, y los desgraciados no es facil que
esten de buen humor. V., sin embargo, no tiene derecho a quejarse del
mio. ?Cuando estuve yo, desde que nos tratamos, desabrida y aspera con
V.?

--Eso es muy verdad. Convendras, con todo, en que yo no he dado motivo.
Yo no soy como otros frailes, que se meten a dar consejos que no les
piden, y quieren gobernar lo temporal y lo eterno, y dirigirlo todo en
cada casa donde entran. ?No es asi?

--Asi es. Mas bien tengo yo que lamentarme de que V. me aconseja poco.

--Pues hoy no te quejaras por ese lado. Tal vez te quejes de que te
aconsejo mucho y de que me meto en camison de once varas.

--Eso nunca.

--Alla veremos. De todos modos, tengo disculpa. Tu sabes que Clarita es
mi encanto. Me tiene hecho un bobo. ?Quien ignora mi predileccion hacia
las mujeres? Menester ha sido de toda mi severidad para que alla cuando
mozo no me quitaran el pellejo los maldicientes. Hoy, hija mia (alguna
ventaja ha de traer el ser viejo), con treinta y cinco anos en cada
pata, puedo, sin temor de censura, quereros a mi modo y trataros con la
intima familiaridad que me deleita. Te confieso que para querer a los
hombres tengo que acordarme a menudo de que son projimos y quererlos por
amor de Dios. A las mujeres, por el contrario, las quiero, no ya sin
esfuerzo, sino por inclinacion decidida. Sois dulces, benignas,
compasivas y muchisimo mas religiosas que los hombres. Si no hubiera
sido por vosotras, lo doy por cierto, hubierase perdido hasta la huella
de la primitiva cultura y revelacion del Paraiso, y los hombres jamas
hubieran salido del estado salvaje. Si yo fuera un sabio, habia de
componer un libro demostrando que todo este ser de la Europa del dia,
que todos estos adelantamientos sociales de que el mundo se jacta, se
deben, en lo humano, principalmente a las mujeres. Calcula, pues, cuan
alto y lisonjero es el concepto que tengo de vosotras. Pues bien; en los
ultimos anos de mi vida, tu hija Clara ha venido a sublimar mucho mas
aun este concepto de mi mente. En mi mente tenia yo como un tipo sonado
de perfeccion, al cual ninguna de las mujeres que he conocido se
acercaba ni en diez leguas. Clarita ha ido mas alla. iQue inocencia la
suya, tan rara por su enlace con la discrecion y el despejo! iQue fe
religiosa tan sana y atinada! iQue amor a su madre y que sumision a sus
mandatos! Clara es una santita en este mundo, y al verla hay que alabar
a Dios, que la ha criado a fin de dejarnos rastrear y columbrar por ella
lo que seran en el cielo los angelitos y las bienaventuradas virgenes.

--Mucho lisonjean mi orgullo de madre --interpuso Dona Blanca,-- esos
encomios de Clarita que oigo en boca de V.; pero mi amor a la justicia
me induce a creerlos exagerados. Yo me los explico de cierto modo, que
voy a tener la sinceridad de declarar a V. En el puro amor que en
general profesa V. a las mujeres, hay algo del antiguo caballero
andante, algo del hechizo que tiene para todo ser fuerte dar proteccion
a los debiles y desvalidos. En el concepto superior a la realidad que de
las mujeres V. forma, hay gran bondad e instintiva poesia. Todos estos
nobles sentimientos de V. se han empleado, durante una larga y santa
vida, en lugarenas, jornaleras unas, e hidalgas o ricachas otras, pero
toscas las mas, en comparacion con Clara, criada en grandes ciudades,
con otro barniz, con otra mas elevada cultura, con mayor delicadeza y
refinamiento. Ventajas tales, meramente exteriores y debidas a la
casualidad, han sorprendido y alucinado a V., y le han hecho pensar que
lo que esta en la superficie esta en el fondo; que modales mas
distinguidos, mayor tino y mesura en el hablar, y ciertas atenciones y
miramientos que nacen de mas esmerada educacion, y que llegan a tenerse
maquinalmente, gracias a la costumbre, son virtudes y excelencias que
brotan del centro mismo de un alma que se eleva sobre las otras.

--No, hija mia; nada de eso basta a explicar mi predileccion por
Clarita.

--?Como que no basta? Sea V. franco. ?No quiere V. y estima casi tanto a
Lucia?

--Las comparaciones son odiosas, y las del carino mas. Supongamos, a
pesar de todo, que estimo y quiero a Lucia casi tanto. Eso probaria solo
que Lucia vale casi tanto como Clara.

--Y que ambas estan educadas con mas esmero.

--Bueno... ?Y que?... Concedo que asi sea. ?Quien te ha negado el poder
de la educacion? Lo que niego es que la educacion valga hasta ese punto
sobre un espiritu esteril e ingrato; y lo que niego tambien es que su
influjo no pase de la superficie y no penetre en el fondo, y no mejore
el ser de las personas. Es, pues, evidente que Clara debe mucho a Dios,
y luego a ti, que la has educado bien; pero esto que debe a ti no es
superficial y externo: los modales, las palabras, las atenciones y los
miramientos no son signos vanos. Cuando no hay en ellos afectacion, es
porque brotan del alma misma, mejor criada por Dios o por los hombres
que otras almas sus hermanas. Cierto que yo no he visto ni conocido mas
gente en mi vida que la de esta ciudad y la de Villabermeja; pero
adivino y veo claramente que ha de haber duquesas y hasta princesas cuyo
barniz no me enganaria ni me alucinaria. Yo conoceria al momento que era
falso y de relumbron, y que en el fondo eran aquellas damas mas vulgares
que tu cocinera. Conste, por consiguiente, que no me alucino al encomiar
a Clarita.

--?Y no provendra la alucinacion, --dijo Dona Blanca,-- de la candida y
espontanea propension de Clarita a hacerse agradable?

--Sin duda que provendra; pero esa misma propension, siendo espontanea y
candida, prueba la bondad de alma de quien la tiene.

--?V. no sabe, padre, que eso se califica con un vocablo novisimo en
castellano, y que suena mal y como censura?

--?Que vocablo es ese?

--Coqueteria.

--Pues bien; si la coqueteria es sin malicia, si el afan de agradar y el
esfuerzo hecho para conseguirlo no traspasan ciertos limites, y si el
fin que se propone una mujer agradando no va mas alla del puro deleite
de infundir cordial afecto y gratitud, digo que apruebo la coqueteria.

Dona Blanca y el P. Jacinto se tenian mutuamente miedo. Ella temia la
desvergueenza del fraile, y el fraile el genio violentisimo de ella. De
este miedo mutuo nacia el que se tratasen por lo comun con extremada
finura y con el comedimiento mas exquisito y circunspecto, a fin de no
terminar cualquier coloquio en pelea o disputa.

Llevada de esta consideracion, Dona Blanca no impugno la defensa de la
coqueteria; dio por satisfecha su modestia de madre, y acabo por aceptar
como justos y merecidos los encomios de su hija Clara.

Luego anadio:

--En suma, mi hija es un prodigio. En las alabanzas de V. no toma parte
sino la justicia. Me alegro. ?Que mayor contento para una madre?
Imagino, con todo, que tan lisongero panegirico bien se podia haber
pronunciado en presencia de testigos. Lo que sigilosamente tenia V. que
decirme no ha salido aun de sus labios.

El P. Jacinto se paro a reflexionar entonces, al verse tan directamente
interrogado, y casi se arrepintio de haber venido a tratar del asunto de
la boda de Clarita, dejandose llevar de un celo impaciente, sin ponerse
antes de acuerdo con el Comendador, segun habian concertado; pero el
padre Jacinto no era hombre que cejaba una vez dado el primer paso, y
despues de un instante de vacilacion, que no dejo percibir a ojos tan
linces como los de su interlocutora, dijo de esta manera:

--Alla voy, hija; ten calma que todo se andara. Mi encomio de Clarita
estaba muy en su lugar, porque de Clarita voy a hablarte. Me consta,
como su director espiritual que soy, que te obedecera en todo; pero
dime, ?no consideras tu que para algunas cosas, de la mayor importancia,
convendria consultar su voluntad?

--?Y quien ha informado a V. de que yo no la consulto cuando conviene?

--?Has preguntado, pues, a Clara si quiere casarse tan nina?

--Si, padre, y ha dicho que si.

--?Le has preguntado si aceptara por marido a D. Casimiro?

--Si, padre, y tambien ha dicho que si.

--?Y no seran parte el temor y el respeto que inspiras a tu hija en esas
respuestas?

--Creo que no merezco solo inspirar a mi hija respeto y temor, sino
tambien carino y confianza. Prevaliendose, pues, mi hija del carino y de
la confianza que debo inspirarle, hubiera podido contestar que no queria
casarse con D. Casimiro. Nadie la ha violentado para que diga que
quiere. Querra cuando lo dice.

--Es cierto; querra, cuando lo dice. No obstante, para que una decision
de la voluntad sea valida, importa que la voluntad este previamente
ilustrada por el entendimiento acerca de aquello sobre lo cual decide.
?Crees tu que Clarita sabe lo que quiere y por que lo quiere?

--Acaba V. de hacer el encomio mas extremado de mi hija, y ahora me
induce a pensar que la tiene por tonta, por incapaz de sacramento. ?Como
quiere V. que una mujer de diez y seis anos ignore los deberes que el
santo matrimonio trae consigo?

--No los ignora... pero no me vengas con sofismas... una nina de diez y
seis anos no sabe toda la transcendencia del si que va a dar en los
altares.

--Por eso tiene a su madre, para iluminarla, aconsejarla y dirigirla.

--?Y tu la has iluminado, aconsejado y dirigido segun tu conciencia?

--La menor duda sobre eso, la mera pregunta que me hace V. es una ofensa
terrible y gratuita. ?Como presumir, sospechar, ni por un instante, que
habia yo de aconsejar a mi hija en contra de lo que mi conciencia me
dictase? Tan mala me cree V.?

--Perdona; me explique con torpeza. Yo no creo, ni puedo creer que hayas
aconsejado a tu hija contra tu conciencia; pero si puedo creer que en
tu entendimiento cabe error, y que, llevada tu de algun error, induces a
tu hija a dar un paso deplorable.

--Extrano muchisimo los razonamientos de usted en el dia de hoy. iQue
diferentes de lo que eran antes! ?Que cambio ha habido en V.? Sere yo
victima de un error, y en virtud de ese error dare malos consejos y
tomare funestas resoluciones; pero usted lo sabia tiempo ha, y nada
habia dicho en contra cuando no habia aun compromiso alguno contraido.
?Como ha venido de pronto a hacerse patente a los ojos de V. ese error,
que antes no percibia? ?Que luz del cielo le ha ilustrado a V. el alma?
?Que santo o que angel bendito ha bajado a la tierra a descubrir a V. lo
bueno y a distinguirlo de lo malo?

Dona Blanca, segun se ve, iba ya perdiendo su aplomo y su dificultosa
dulzura. El P. Jacinto empezaba tambien a amostazarse; pero hizo un
esfuerzo heroico, y en vez de seguir adelante y de excitar la tempestad,
procuro calmarla por cuantos medios se le ocurrieron.

--Tienes razon que te sobra --contesto con mucha humildad.-- Yo debi
disuadirte a tiempo de que concertaras esa boda. Del error que noto en
ti, confieso que he participado. Por lo menos, ha sido en mi un descuido
atroz, una ligereza imperdonable, el no hablarte antes como te estoy
hablando hoy. Pero si yo erre, con reconocerlo ya y con apartarme del
error, te induzco a que me imites, aunque te de armas en contra mia. Lo
que afirmas, probara mi inconsecuencia, mas no prueba nada contra mi
consejo.

--?Como que no prueba nada? Quita a su consejo de V. toda la autoridad
que de otra suerte hubiera tenido. Consejo dado tan de repente... hasta
pudiera sospecharse... que no se funda en pensamiento propio del
consejero.

Dona Blanca, al pronunciar esta ultima frase, lanzo al padre una
penetrante y escrutadora mirada. El padre, que no era timido, se corto
un poco y bajo los ojos. Serenandose al instante, repuso:

--No se trata aqui de mas autoridad que de la autoridad de la razon.
Para darte el consejo, valganme la amistad y el carino que tengo a tu
persona y a los de tu familia: para que le aceptes o le deseches, no
pretendo que valga sino el ingenio, que pido a Dios me conceda, para
llevar el convencimiento a tu alma.

--Esta bien. ?Quiere V. decirme que razones hay para que Clara no se
case con D. Casimiro? V. es el confesor de Clara. ?Ama Clara a otro
hombre?

--Por lo mismo que soy su confesor, si Clara amase a otro hombre y ella
me lo hubiera confiado, no te lo diria sin que ella me diese su venia,
que yo sabria pedir y exigir en caso necesario. Por dicha, para nada
tiene que entrar aqui la cuestion de si Clara ama o no a otro hombre.

--No me venga V. con rodeos y sutilezas. Yo he educado a mi hija con tal
rigidez y con tal recogimiento, que no tengo la menor duda de que no ha
tenido amorios. Clara no ha mirado jamas con malicia a hombre alguno.

--Asi sera. Pero ?no podra mirarle el dia de manana? ?No podra amar, si
no ama aun?

--Amara a su marido. ?Por que no ha de amarle?

--Vamos, senora --dijo el P. Jacinto ya con la paciencia perdida:-- no
amara a su marido, porque su marido es feo, viejo, enfermizo y
fastidioso.

--Quiero suponer --contesto Dona Blanca con el reposado entono que
tomaba cuando mas tremenda se ponia,-- quiero suponer que las
caritativas calificaciones de V. cuadran perfectamente al sujeto, a la
persona de mi familia, a quien V. honra con ellas. Su exquisito gusto de
V. en las artes del dibujo halla feo a D. Casimiro; sus conocimientos de
V. en la medicina le han hecho comprender que esta el pobre mal de
salud, y la amenidad y discrecion que en V. campean, es natural que le
induzcan a fastidiarse de todo ser humano que no sea tan ameno y tan
ingenioso como V., cosa, por desgracia, rarisima; pero V. no me negara
que mi hija, menos instruida en las proporciones y bellezas de la
figura del hombre, puede no hallar feo a D. Casimiro, como no le halla;
menos docta en ciencias medicas, puede creerle mas sano, y menos
chistosa que V., puede muy bien hallar en D. Casimiro algun chiste y no
aburrirse de su conversacion. Y por otra parte, aunque mi hija viese en
D. Casimiro los defectos que V. senala, ?por que no habia de amarle?
Pues que, ?una mujer de honor, una buena cristiana, ha de amar solo la
hermosura fisica y el desenfado en el hablar? ?Sera menester buscarle
para marido, no a un caballero de su clase, honrado, temeroso de Dios,
virtuoso lleno de atenciones y buenos deseos de hacerla dichosa, sino a
algun saltimbanquis robusto, a algun truhan divertido, que provoque en
ella con sus chocarrerias una risa indecorosa y un regocijo poco
honesto?

--Mira, Dona Blanca --dijo el fraile, que jamas abandonaba el tuteo,
aunque se incomodara,-- no creas que se necesite ser un Apeles o un
Fidias para conocer que es feo D. Casimiro. Su fealdad es tan patente y
somera, que no hay que ahondar mucho para descubrirla. Y en cuanto a su
ruin salud y escasa amenidad, te aseguro lo mismo. Sin haber cursado
medicina, sin ser un Hipocrates, ve cualquiera que D. Casimiro esta por
demas estropeado. Y sin haber estudiado el _Examen de ingenios_, de
Huarte, se descubre en seguida que el de don Casimiro es romo y huero.
Yo no pretendo que busques para Clarita a Pitagoras y a Milon de Crotona
en una pieza; pero ?que diablura te lleva a darle por marido a Tersites?

El P. Jacinto se abstenia de echar latines cuando hablaba a las mujeres;
pero no podia menos de citar en romance, siempre que se dirigia a damas
de distincion, hechos, personajes y sentencias de la antigueedad clasica
y de las Sagradas Escrituras. Por lo demas, era tan claro el sentido de
lo que decia, que Dona Blanca, aunque no hubiera sabido mas o menos
confusamente la condicion de los personajes citados, no hubiera tenido
la menor duda sobre lo que el fraile queria significar. Asi es que le
respondio:

--Reverendo padre, esos son insultos y no consejos; pero jamas me
enojare con V. Lo unico que afirmo es que todos los defectos que pone V.
a mi futuro yerno han de estar menos al descubierto de lo que V. supone
ahora, cuando antes de ahora no los ha conocido V. Y si los conocia,
?por que antes no me los dijo? Repito que alguien ha venido a ilustrar
su claro entendimiento de V. Alguien le induce a dar este paso. No hay
que disimular. Sea V. leal y franco conmigo. V. ha hablado con alguien
acerca de la proyectada boda de Clarita. Sus consejos de V. no son
consejos, sino un mensaje solapado.

El P. Jacinto era fresco de veras; pero con Dona Blanca no habia
frescura que valiese. El pobre fraile estaba sofocado, rojo hasta las
orejas. Por el hubiera podido inventarse aquella frase con que se denota
que a alguien le han dado una buena descompostura: _tenia encarnadas las
orejas como fraile en visita_.

Hasta su lengua, que por lo comun estaba tan suelta, se le habia trabado
un poco y no atinaba a contestar.

Dona Blanca, notando aquel silencio, le excitaba a que se explicase y
anadia:

--No me cabe duda. Esta V. convicto y casi confeso. V. desaprueba hoy lo
que ayer aprobaba, porque un enemigo mio le ha llenado la cabeza de
ideas absurdas. Atrevase V. a negar la verdad.

Interpelado, acusado con tan desmedida audacia y con tan ruda serenidad,
el P. Jacinto saco fuerzas de flaqueza; puso a un lado la causa de su
inusitada timidez, que era solo el recelo de perjudicar los intereses de
Clara y de su amigo y antiguo discipulo, y, ya libre de estorbos,
contesto tan energica y sabiamente, que su contestacion, la replica a
que dio lugar y todo el resto del dialogo tomaron un caracter distinto y
solemne, por donde merecen capitulo aparte, el cual sera de los mas
importantes de esta historia.




XVII

El P. Jacinto, sin alterarse, imitando el entonado reposo de su ilustre
amiga, contesto lo que sigue:

--Ya he confesado con ingenuidad que debi aconsejarte antes. No lo hice,
no porque aprobase tu plan, sino porque, llevado de ligereza vergonzosa
y de indiferencia villana y grosera, no adverti todo el horror de la
boda que tienes concertada. ?Debo el advertirlo ahora a mi propio
espiritu, o bien al de otra persona que me ha ilustrado? Punto es este
que podra interesarte sabe Dios por que y que podra afectar mi
reputacion de hombre entendido; pero en nada altera el valor de mis
consejos. No quiero ni puedo justificar mi inconsecuencia. Puedo y debo,
con todo, mitigar un poco la rudeza de tu acusacion, y lo hare al
exponer las razones en que fundo mis consejos de ahora. Sentire
expresarme con impropiedad, aunque espero de tu buena fe que no me armes
disputa sobre las palabras, si entiendes la idea y la sana intencion con
que la expreso. Tal vez esta educada Clara con rigidez que raya en
extremos peligrosos. Temiendo tu que un dia pueda caer, le has
exagerado los tropiezos. Temiendo tu que la nave pueda zozobrar e irse a
pique, has ponderado los escollos y bajios que hay en el mar del mundo,
el impetu y violencia de los vientos que combaten la nave y hasta su
fragilidad y desgobierno. Esto tiene tambien sus peligros. Esto infunde
una desconfianza en las propias fuerzas que raya en cobardia. Esto nos
hace formar un concepto de la vida y del mundo mucho peor de lo que debe
ser. ?Como ha de negar un creyente que de resultas de nuestros pecados
el mundo es un valle de lagrimas; que el demonio tiende su red de
continuo para perdernos; que nuestra flaca condicion es propensa al mal,
y que es necesario el favor del cielo para no caer en las tentaciones?
Todo esto es innegable, pero conviene no exagerarlo. Una vez muy
exagerado, o hay que huir al desierto y hacer la vida ascetica de los
ermitanos, y entonces todo va bien, porque la belleza y la bondad que no
se ven en la tierra, se esperan, se presienten y casi se ven ya en el
cielo, en extasis y arrobos, o hay que dar, faltando el amor divino,
faltando la caridad fervorosa, en un desesperado desprecio de uno mismo
y en tal desden y odio a todo lo creado y a nuestros semejantes, que
hacen a quien asi vive odioso y enojoso a si y a los demas seres. Hija,
no se si me explico, pero tu eres perspicaz y me iras entendiendo. Otro
grave peligro nace tambien de tu metodo de educar. La conciencia se
halla con el mas apercibida y precabida para la lucha; pero al mancharlo
todo, se mancha; al inficionarlo todo, se inficiona; al presentir en
todo un delito, una impureza, provoca y hasta evoca las impurezas y los
delitos. Clarita tiene un entendimiento muy sano, un natural excelente:
pero, no lo dudes, a fuerza de dar tormento a su alma para que confiese
faltas en que no ha incurrido, pudiera un dia torcer y dislocar los mas
bellos sentimientos y convertirlos en sentimientos pecaminosos; pudiera
concebir del escrupulo de su conciencia, inquisidora del pecado, el
pecado mismo que antes no existia. No tengo que asegurarte que yo por
mil motivos no he procurado relajar la rigidez de los principios que has
inculcado a Clarita, si bien mi modo de ser me lleva, por el contrario,
a la indulgencia; a ver en todo el lado bueno, y a tardar muchisimo en
ver el lado malo, y a no descubrirle sino despues de larga meditacion.
Asi es que al principio, contrayendonos al asunto de la boda, no vi sino
el lado bueno. Vi que D. Casimiro es un caballero de tu clase, honrado,
religioso, prendado de Clarita y deseando hacerla feliz. Vi que,
casandose con ella, seguiria ella aqui y no se la llevarian lejos de su
madre y de nosotros, que la queremos tanto. Vi que con su mucha hacienda
y la de su marido haria un bien inmenso en estos lugares, empleandose
en obras de caridad. Y vi en la misma austeridad con que esta educada la
garantia de que para Clarita no podia ser el matrimonio el medio de
satisfacer y aun de santificar, merced a un lazo sagrado e indisoluble,
una pasion violenta, profana y algo impia, ya que consagra al hombre
cierta adoracion y culto que a solo Dios se debe, y una ilusion caduca,
efimera, que se disipa tanto mas pronto cuanto mas vivo y ardiente es el
resplandor con que la fantasia la finge y colora. Todo esto vi, y por
haberlo visto trato de cohonestar, ya que no disculpe, el no haberme
opuesto antes a la boda. Imaginaba yo, ademas, que Clarita no la
repugnaba. Clarita nada me ha dicho despues; pero mis ojos se han
abierto, y ahora comprendo que la repugna con repugnancia invencible,
alla en el fondo de su alma. Ahora comprendo que Clarita no ve solo en
el matrimonio un voto de devocion y sacrificio. Clarita quiere amar y
que el matrimonio sancione y purifique su amor. El matrimonio, por lo
tanto, no puede ser para ella el mero cumplimiento de un deber social,
un acto de abnegacion, un padecimiento a que hay que resignarse, una
penitencia, una prueba, un castigo. El profundo respeto que te tiene, la
ciega obediencia con que se somete a tu voluntad, la creencia de que
casi todo es pecado, no consentiran que ella confiese nunca ni a si
misma lo que te digo; pero yo no dudo ya que lo siente. Ahora bien; ?es
merecedora Clarita de esa penitencia? ?Es digna de ese castigo? ?Que
derecho tienes para imponersele? Y si es prueba, ?quien te da permiso
para poner a prueba su bondad? ?Por que, si lo grave y aspero de un
deber, como es el del matrimonio, puede mezclarse y combinarse con
licitos contentos que aligeren la cruz y con satisfacciones y gustos que
suavicen la aspereza del camino, quieres tu solo para tu hija la
aspereza del camino y la pesadumbre de la cruz, y no tambien la
permitida dulzura?

Dona Blanca escucho impasible, y al parecer muy sosegada, todo el sermon
del buen fraile. Al ver que no seguia, dijo, despues de un instante de
silencio:

--Aun conviniendo en que casarse con un hombre de bien, lleno de afecto
y de juicio, fuese una penitencia, fuese una cruz, Clarita la debiera
llevar y resignarse. La mujer no ha venido al mundo para su deleite y
para satisfaccion de su voluntad y de su apetito, sino para servir a
Dios en esta vida temporal, a fin de gozarle en la eterna. Y V.
convendra conmigo, si en estos dias no ha tratado con gentes que han
perturbado su razon y le han apartado del camino recto, que el modo
mejor de servir a Dios es, en una hija, el obedecer a sus padres. Usted
mismo reconoce que el santo sacramento del matrimonio no fue instituido
para santificar devaneos. Cierto que es mejor casarse que quemarse;
pero aun es mejor casarse sin quemarse, a fin de ser la fiel companera
de un varon justo y fundar o perpetuar con el una familia cristiana,
ejemplar y piadosa. Este concepto puro, cristiano y honestisimo del
matrimonio no es facil de realizar; mas para eso he educado yo tan
severamente a Clarita: para que con la gracia de Dios tenga la gloria de
realizarle, en vez de buscar en el casamiento un medio de hacer licito y
tolerable el logro de mal regidos deseos y de impuras pasiones. Mas
pudiera decir en mi abono acerca de este asunto, pero no se trata aqui
de una discusion academica. Yo carezco de estudios y de facilidad de
palabra para discutir con V. sobre la cuestion general de si el
matrimonio ha de ser un estado tan dificil y estrecho como otro
cualquiera que se toma para servir a Dios, y no un expediente mundanal
para disimular liviandades. Aqui debemos concretarnos al caso singular
de Clarita, y para ello vuelvo a lo dicho: necesito, exijo que sea usted
leal y sincero. ?Quien envia a V. a que me hable? ?Quien le aconseja
para que me aconseje? ?Quien le ha abierto los ojos, que tenia V. tan
cerrados, y le ha hecho ver que Clarita, si no ama, amara? Vamos,
respondame V. ?Por que disimularlo o callarlo? Hay un hombre que ha
hablado a V. de todo eso.

--No lo negare, ya que te empenas en que lo declare.

--Ese hombre es el Comendador Mendoza.

--Es el Comendador Mendoza--repitio el fraile.

Tal declaracion, aunque harto prevista, dejo silenciosos y como en honda
meditacion a ambos interlocutores durante un largo minuto, que les
parecio un siglo.

Dona Blanca, aunque sin precipitar sus palabras, mostrando ya, en lo
tremulo de la voz y en el brillo de los ojos, viva y dolorosa emocion
mal reprimida, hablo luego asi:

--Todo lo sabe V. y me alegro. Quizas hice mal en no decirselo yo misma
la vez primera que me arrodille ante V. en el tribunal de la penitencia.
Sirvame de excusa que ya mi mayor delito habia sido varias veces
confesado, y la consideracion de que cada vez que le confieso de nuevo
hago sabedora a una persona mas del deshonor de quien me ha dado su
nombre. Todo lo sabe V. sin que yo se lo haya dicho. Bendito sea Dios,
que me humilla como merezco, sin que yo, tan culpada, cometa la nueva
culpa de infamar a mi pobre marido. Pues bien: sabiendolo V. todo, ?como
se atreve a aconsejarme lo que me aconseja? ?Como quiere apartarme del
camino que llevo, unico posible para una reparacion, aunque incompleta?
Si contra su parecer de V., si contra la ley del decoro, manchasemos la
conciencia de Clara, descubriendole su origen, ?que piensa V. que haria
ella? ?No la despreciaria V. si no buscase la reparacion? Y para ello,
sin hacer publica la infamia de su madre y de aquel a quien debe venerar
como a padre, ?que otro recurso tiene Clara sino entrar en un convento o
dar la mano a D. Casimiro? ?Por que, dira V., ha de pagar Clara la falta
que no cometio? Harto la pago yo, padre. Los remordimientos, la
vergueenza, me asesinan. Pero Clara tambien debe pagarla. Si esto parece
a V. inicuo, vuelvase usted impio y blasfemo contra la Providencia, y no
contra mi. La Providencia, en sus designios inescrutables, con ocasion
de mi culpa, ha puesto a mi hija en la alternativa o de sacrificarse o
de ser falsaria y poseedora indigna de riquezas que no le pertenecen.

--No he de ser yo, por cierto --interrumpio el fraile--, quien disimule
o atenue lo dificil de la situacion y la verdad que hay en lo que dices.
Convengo contigo. Se la nobleza de alma de Clara. Si ella supiera quien
es... pero no, mejor es que no lo sepa.

--?Que piensa V. que haria si lo supiese?

--Sin vacilar... Clara se retiraria a un convento. Tu plan de casarla
con D. Casimiro le pareceria absurdo, malo, no ya siendo feo y viejo D.
Casimiro, sino aunque fuese precioso y estuviese ella prendada de el.
Con ese casamiento ni se remedia el mal nacido del embuste o la falsia,
ni se despoja tu hija de bienes que no son suyos.

--Es, sin embargo, la unica reparacion posible, aunque incompleta,
ignorando Clara el motivo que hay para la reparacion. Convengo en que
entrando Clara en un claustro el mal se remediaria mejor, menos
incompletamente. Pero ?como la hija de un ateo ha de tener vocacion para
esposa de Jesucristo?

Al pronunciar estas ultimas palabras, el rostro de Dona Blanca tomo una
expresion sublime de dolor; sus mejillas se tineron de carmin ominoso
como el de una fiebre aguda; dos gruesas lagrimas brotaron de repente de
sus ojos.

El P. Jacinto vio a Dona Blanca transfigurada; reconocio en ella un
corazon de mujer que antes no habia sospechado siguiera bajo la aspereza
de su mal genio, y le tuvo lastima y la miro con ojos compasivos. Ella
prosiguio:

--He meditado en largas noches de insomnio sobre la resolucion de este
problema, y no veo nada mejor que el casamiento de Clara con D.
Casimiro. No piense V. que me falte valor para otra cosa. No me falta
valor; me sobra piedad. Mil veces, ansiosa de que me matase, he estado a
punto de revelar mi pecado al hombre a quien ofendi cometiendole. Yo
misma hubiera puesto gustosa el punal en su mano; pero, le conozco,
iinfeliz! hubiera llorado como un nino; yo le hubiera muerto de pena, en
vez de recibir el merecido castigo; el, con mansedumbre evangelica, me
hubiera perdonado, y mi duro pecho y mi diabolico orgullo, lejos de
agradecer el perdon, hubieran despreciado mas aun al hombre que me le
otorgaba. Manso, pacifico, benigno, Valentin hubiera apurado un caliz de
hiel y veneno al oir mi revelacion; no hubiera sido mi juez inexorable,
sino hubiera acabado de ser mi victima, y yo, reproba, llena de satanica
soberbia, hubiera ahogado el manantial de la compasion y de la ternura
con desden, hasta con asco, de una resignacion santa, que el demonio
mismo me hubiera pintado como enervada flaqueza. Mi deber era, pues,
callar; hacer lo menos amarga posible la vida de este debil y dulce
companero que el cielo me ha dado, disimular, ocultar, hasta donde
cabe... mi falta de amor... mi injusta, impia, irracional, involuntaria
falta de estimacion. Asi se explican el engano y la persistencia en el
engano; pero la vileza del hurto no cabe en mi. Mi alma no la sufre.
?Pretende quizas ese ateo malvado que me envilezca yo con el hurto? ?Que
razon, que derecho, que sentimiento paternal invoca quien tan olvidado
tuvo durante anos el fruto de su amor... y de la colera divina? V. dice
bien: lo mejor seria que Clara se sepultase en un claustro, se
consagrase a Dios. Yo he hecho lo posible por disgustarla del mundo
pintandosele horroroso; pero en ella han podido, mas que mis palabras,
la confianza juvenil, el brio maldito de la sangre, el deleite y la
exuberancia de la vida. ?Que arbitrio me queda sino casarla con D.
Casimiro? ?Por que la compadece V.? Pues que, ?no sale ganando? La hija
del pecado no debiera tener bienes, ni honra, ni nombre siquiera, y todo
esto conservara y de todo podra gozar sin remordimientos, sin sonrojo.

En la ultima parte de su discurso Dona Blanca estuvo hermosa, sublime
como una pantera irritada y mortalmente herida. Se habia puesto de pie.
Al fraile se le figuraba que habia crecido y que tocaba con la cabeza en
el techo. Hablaba bajo, pero cada una de sus palabras tenia punta
acerada como una saeta.

El P. Jacinto conocio que habia confiado por demas en su serenidad y en
su elocuencia. Se hizo un lio y no supo decir nada. Se encontro tan
apurado, que la vuelta de Clarita al salon le quito un peso de encima y
le dio tregua para poder replicar en momentos mas propicios y despues de
meditarlo.

Dona Blanca, no bien entro su hija, supo dominarse y recobrar su calma
habitual.

Un poco mas tarde vino el benigno D. Valentin, y todos fueron a comer
como si tal cosa.

El P. Jacinto echo la bendicion al empezar la comida, y rezo al
sentarse y al levantarse.

Ya de sobremesa, tuvo efecto la grata sorpresa de la corza. Clarita la
hallo encantadora. La corza se dejo besar por Clarita en un lucero
blanco que tenia en la frente, y se comio cuatro bizcochos que ella
misma le dio con su mano.

Don Valentin se maravillo, simpatizo y hasta se enternecio con la
mansedumbre de aquel lindo animalejo.

Cuando, terminado todo, salio el P. Jacinto de casa de Dona Blanca, se
apresuro a ir a ver al Comendador, quien le aguardaba impaciente, no
habiendole visto al llegar de Villabermeja, porque el fraile habia
adelantado mas de una hora su venida a la ciudad. Excusandose de esto y
de su precipitacion en dar pasos sin consultar al Comendador, el P.
Jacinto le relato cuanto habia pasado.

Don Fadrique Lopez de Mendoza no era de los que condenan todo lo que se
hace cuando no se les consulta. Hallo bien lo hecho por su maestro, y lo
aplaudio. Hasta la turbacion y mutismo final del fraile le parecieron
convenientes, porque no habian traido compromiso, porque no se habia
soltado prenda. Ya hemos dicho que el Comendador era optimista por
filosofia y alegre por naturaleza.




XVIII

Despues de haberse enterado de la conversacion entre el fraile y Dona
Blanca, el Comendador se abstuvo de tomar una resolucion precipitada. Se
contento con rogar a su maestro que no se volviese a Villabermeja, que
siguiese frecuentando la casa de Dona Blanca y que tratase de desvanecer
todo recelo en dicha senora, prometiendole no hablar con Clarita de la
proyectada boda ni decirle nada en contra de los deseos de su madre.

El Comendador queria meditar, y medito largamente, sobre el asunto. Sus
meditaciones (ya hemos dicho que el Comendador era descreido) no podian
ser muy piadosas. Era tambien el Comendador alegre, fino y sereno, y
nada podian tener de apasionadas sus meditaciones. Su espiritu analitico
le presentaba, sin embargo, todas las dificultades del caso.

No cabia la menor duda. La criatura lindisima y simpatica que a el debia
el ser estaba condenada, o a vivir como usurpadora indigna de lo que no
le pertenecia, o a casarse con D. Casimiro, o a ser monja. Uno de estos
tres extremos era inevitable, a no causar un escandalo espantoso o a no
realizar un dificil rescate.

Dona Blanca tenia razon, salvo que para tenerla no era menester
mostrarse tan hosca y tan poco amena con todo el genero humano,
empezando por su infeliz marido.

Para D. Fadrique habia un ideal economico mas fundamental que el
politico. Este ideal era que toda riqueza, todos los bienes de fortuna
llegasen a ser un dia, cuando la sociedad tocase ya en la perfeccion
deseada, signo infalible de laboriosidad, de talento y de honradez en
quien los habia adquirido; que el ser rico fuese como innegable titulo
de nobleza, ganado por uno mismo o por el progenitor que le ha dejado
los bienes.

Bien sabia D. Fadrique que este termino estaba aun remotisimo, pero
sabia ademas que el mejor modo de acercarse a el era el de hacer todo
negocio suponiendole ya llegado; esto es, como si no hubiese riqueza mal
adquirida en la tierra. Lo contrario seria conspirar a que prevaleciese
el villano refran de que _quien roba a un ladron tiene cien anos de
perdon_, y contribuir a que la vida, la historia, el desenvolvimiento
civilizador de la sociedad sean una trama inacabable de bellaquerias.

Fundado en estos principios, desechaba de si D. Fadrique el pensamiento
de que en cada lugar del mundo habria de seguro un enjambre de madres
en el caso de Dona Blanca y una multitud de hijas o de hijos en el caso
de Clarita, para los cuales el problema moral, de tan dificil solucion,
que atormentaba a Dona Blanca, era como si no fuese, dejandolos
disfrutar de la hacienda que la suerte y la ley les otorgaban, sin el
menor escrupulo y con la mayor frescura. Desechaba tambien la idea, algo
comica, pero mas que posible, de que el mismo D. Casimiro, por
circunstancias analogas, podria tener menos derecho que Clarita a la
herencia, aunque toda fuese vinculada; de que D. Valentin, su padre o su
abuelo, podrian tambien no haber tenido derecho, y de que solo Dios
sabe, aunque tal vez el diablo no lo ignore, por que arcaduces
subterraneos y por que intrincados caminos ha venido a cada cual lo que
por herencia disfruta. En estos casos la fe debe salvar; pero en el caso
de Dona Blanca no habia fe que valiese contra la evidencia que ella
tenia. Cerrar los ojos, vendarselos y remedar fe era una infamia. D.
Fadrique, condenando en su corazon y en su inteligencia serena los
furores de Dona Blanca, la aplaudia y ensalzaba de que pensase con
rectitud y con nobleza. Vaya a quien vaya, merezcale o no, tenga derecho
o no le tenga aquel a quien un bien se destina, son cosas que importan
poco ante la superior consideracion de que ese bien me consta que no es
mio y de que solo le gozo por engano, por delito y por mentir.

Como D. Fadrique era persona de mucho seso y sentido comun, aunque se
hallaba en epoca de reformas, sistemas y ensuenos de toda clase, no
penso en condenar la herencia. Sin el grandisimo deleite de dejar ricos
a nuestros hijos, se perderia el mayor estimulo para el trabajo, para el
buen orden, para la aplicacion y para aguzar y ejercitar el ingenio. D.
Fadrique reconocia no obstante, que si estaba lejos aun el dia en que
sea casi imposible adquirir mal lo que uno mismo adquiere, estaba aun
mucho mas lejos el dia en que sea casi imposible heredar mal lo que se
hereda. El modo de no empujar hacia mas hondo porvenir la aurora de ese
dia, era dar buen ejemplo en contra. La razon de Dona Blanca salia
siempre triunfante de cada laberinto de reflexiones en que D. Fadrique
se abismaba.

Habia un mal moral que pedia remedio. Hasta aqui iba D. Fadrique de
acuerdo con la idea de Dona Blanca. ?Era el remedio peor que el mal? El
remedio era duro; pero D. Fadrique comprendia que no era peor que la
enfermedad, y que era menester aplicarle no habiendo otro.

El remedio podia aplicarse de dos maneras. O casando a Clarita con D.
Casimiro, y esto era facil, o haciendola tomar el velo. Esto segundo, a
pesar de lo mundano, impio y anti-religioso que era D. Fadrique, le
parecia mil veces mejor. Comprendia, no obstante, que para que Clarita
entrase en un convento sin saber ella por que, era necesario que alguien
le infundiese la vocacion. Tal trabajo no podia tomarle su madre. Solo
el P. Jacinto podria persuadir a Clarita a que se retirase al claustro.

Para un hombre lleno del espiritu del siglo XVIII, alimentado con la
lectura de los enciclopedistas, creyente en Dios, pero hablando siempre
de la naturaleza, no hay que exponer aqui cuan horrible aparecia el
sacrificio de la hermosura, de la vida, del brio juvenil, sintiendo ya
sin duda fervorosamente el amor y reclamandole, en aras de un
sentimiento misterioso, de un objeto, a su ver, impalpable y hasta
incomprensible. Al Comendador se le antojaba esto una nefanda
monstruosidad; pero la preferia a ver, a imaginar a Clara entre los
secos brazos de D. Casimiro; y en su orgullo de hidalgo, y en su afan de
no verse el mismo mentiroso y fullero, y de no pensar menos noblemente
que una mujer fanatica y desatinada, lo preferia todo a que Clarita se
alzase en su dia con los bienes de D. Valentin.

El punto final de las meditaciones de D. Fadrique era siempre el mismo,
por cuantas sendas y rodeos tratase de llegar a el. No queria a Clara
poseedora de lo que le constaba que no era suyo; no la queria mujer de
D. Casimiro; no la queria monja tampoco, y no queria dar escandalo ni
amargar la vida de D. Valentin con afrentoso desengano. Era, pues,
indispensable que el fuese el libertador, el rescatador de Clarita.

A pesar de tener preocupado el animo con estas cosas, el Comendador
ejercia tanto dominio sobre si, que nada dejaba notar.

Paseaba con Lucia por las huertas o charlaba con ella y procuraba
esquivar sus preguntas inquisitoriales.

Asi transcurrieron ocho dias. Durante ellos se informo el Comendador,
con el mayor secreto y diligencia, del valor exacto de todos los bienes
de D. Valentin. Pasaban de cuatro millones de reales.

Bastante se apesadumbro, no debemos ocultarlo, de que D. Valentin
hubiese llegado a ser tan rico. El Comendador tenia poquisimo mas
capital, sumando el valor de algunas finquillas que habia comprado cerca
de Villabermeja, y lo que tenia en varias casas de banca en la Gran
Bretana y en Madrid. Su decision, a pesar de la pesadumbre, fue firme,
con todo.

El Comendador sabia y estimaba cuanto vale el dinero. La vanidad de
haberle adquirido diestra y honradamente le daba para el mayor hechizo.
Pero ?en que mejor podia emplearse el caudal, la ganancia y el ahorro de
toda una vida activa, el fruto del brio, del trabajo y del ingenio, que
en salvar a un ser tan querido y que tan digno era de serlo?

Suponiendose ya el Comendador despojado de cuatro millones, se miraba
reducido a la triste condicion de un hidalgo labriego, que o tendria que
salir otra vez a buscar fortuna, o tendria que acomodarse a vivir mal y
humildemente en Villabermeja. Esto no le arredro.

Eliminadas, pues, varias soluciones, el problema quedo claro y sencillo.
La unica dificultad que habia que vencer era la de pasar a poder de D.
Casimiro, de modo tan natural, que apartase toda sospecha, una suma de
cuatro millones, y hacer valer y constar, como era justo, este
sacrificio cerca de Dona Blanca, para que la terrible senora reconociese
a su hija por libre de toda obligacion y por apta para recibir, en su
dia, los bienes todos de D. Valentin, como devolucion, y no como
herencia.




XIX

La familia de Solis continuaba incomunicada con sus vecinos.

Solo entraban en aquella casa D. Casimiro y el fraile. Este, a pesar de
sus consejos, habia sabido ingeniarse, volver a la gracia y recobrar la
confianza de aquella adusta senora. No es tan llano desechar a un
director espiritual, a quien se tiene por santo o poco menos, aunque
este director nos contrarie, y sobre todo haga cosas opuestas a nuestro
modo de pensar. La mayor falta del padre Jacinto, lo que apenas acertaba
a explicarse Dona Blanca, era que aquel virtuoso varon, aquel hijo de
Santo Domingo de Guzman, fuese tan intimo amigo de un hombre a quien
debia mas bien llevar a la hoguera, si los tiempos no estuviesen tan
pervertidos y la cristiandad tan relajada.

Dona Blanca no se callo sobre este punto, y varias veces manifesto al
fraile su extraneza; pero el fraile le contestaba:

--Hija mia, piensa lo que se te antoje. Yo no quiero calentarme la
cabeza explicandotelo. Bastete saber que yo tengo a D. Fadrique por muy
amigo, aunque incredulo, como el me tiene por muy amigo, aunque fraile.
Cavilando en ello me asusto, y prefiero no cavilar. No quiero dar por
seguro que haya en las almas humanas algo que, a pesar de la radical
oposicion de creencias, sea lazo de union amistosa y constante y
fundamento de alta estimacion mutua.

--Vaya si hace V. bien en no cavilar --contestaba Dona Blanca.-- No
cavile V., no venga a caer en herejia al cabo de sus anos, fantaseando
algo mas esencial, mas sublime que la creencia religiosa.

--No caere en herejia --replicaba el fraile, que ya hemos dicho que era
muy desvergonzado;--no caere en herejia cuando tu no caiste. Nunca mi
amistad sera mas inexplicable que lo fue tu amor.

Con esto Dona Blanca exhalaba un suspiro, que tenia su poco de bufido, y
se amansaba y se callaba.

Por lo demas, el padre Jacinto era leal y no abuso de su derecho de
hablar en secreto con Clarita para excitarla en contra de la boda con
Don Casimiro.

Solo una noticia se atrevio a dar a Clarita por instigacion de D.
Fadrique: que D. Carlos, amonestado por el Comendador, se habia vuelto a
Sevilla con sus padres.

De esta suerte, Clarita hubo de tranquilizarse y no sobresaltarse de no
ver a D. Carlos por la manana en la iglesia. A quien vio varias veces
casi en el mismo lugar en que D. Carlos se colocaba fue al Comendador,
cuya maldad su madre le habia ponderado, y que ella se inclinaba
irresistiblemente a creer bueno.

El Comendador, como en desagravio de haber tenido olvidada tantos anos
aquella prenda de su amor, no se contentaba con disponerse a hacer por
ella un gran sacrificio, sino que ansiaba verla y admirarla, aunque
fuese a distancia.

Asi iban lentamente los sucesos, cuando una manana, en que Dona Antonia
habia tenido una de sus jaquecas y no se hallaba con gana de salir,
Lucia fue a paseo sola con el Comendador. Ambos llegaron a la fuente o
nacimiento del rio que ya conocemos. Sentados a la sombra del sauce,
oyendo el murmullo del agua, hablaron de las estrellas, de las flores,
de mil diversas materias, hacia donde el tio procuraba llevar la
atencion de su sobrina, para distraerla de su curiosidad sobre los
asuntos de Clara.

Lucia, no llegando a distraerse lo bastante, dijo por ultimo:

--Tio, V. va a hacer de mi una sabia. A veces me habla V. del sol y de
lo grande que es y de como atrae a los planetas y cometas; y a veces me
describe los abismos del cielo, y me senala las mas hermosas estrellas,
y me declara sus nombres y la inmensa distancia a que estan de nosotros,
y el tiempo que tardan los rayos alados de su luz en herir nuestras
pupilas. Todo esto me deleita y pasma, haciendome concebir mas adecuado
concepto del infinito poder de Dios. Tambien me ha explicado V.
misterios extranos de las flores, y esto me ha interesado mas,
infundiendome en el alma superior idea de la bondad y sabiduria del
Altisimo. Pero desechando el disimulo, recelo que V. no me instruye
tanto sino para no responder a mis preguntas sobre sus proyectos de V.
acerca de Clarita. Tal sospecha, lo confieso, me quita las ganas de oir
las lecciones de V., que de otro modo me entusiasmarian; tal sospecha
disminuye el valor de dichas lecciones, que se me figuran interesadas y
maliciosas: mas que medio de ensenarme, me parecen medio de embaucarme.

--La malicia la pones tu, sobrina--respondio el Comendador.--Yo procedo
con la mayor sencillez. Cuanto hay que saber de Clarita lo sabes mejor
que yo. ?Que puedo anadir a lo que tu sabes?

--Oiga V., tio: aunque nina, no soy tan facil de enganar. Aqui hay
varios puntos obscuros, inexplicables, y yo no sosiego hasta que todo me
lo explico.

--Pues ya estas aviada, hija mia, si no te sosiegas hasta que halles la
explicacion de todo. Condenada estas a desasosiego perpetuo.

--No confundamos las especies. Yo me aquieto sin explicacion sobre
muchos puntos en que usted, por desgracia, no se aquieta. No hablo de
eso. Hablo de materias mas llanas y mas al alcance de mi inteligencia.
En estas requiero explicacion, y sin explicacion no hay reposo. ?Que
diablo de palabra enrevesada fue aquella de que se valio V. el otro dia
para significar una suposicion que se forja uno para explicar las cosas,
y que se da por cierta, cuando las explica?

--Esa palabra es _hipotesis_.

--Pues bien; yo no hago mas que forjar hipotesis a ver si me explico
ciertas cosas. ?Quiere usted que le exponga alguna de mis hipotesis?

--Exponla.

El Comendador respondio aparentando serena indiferencia al dar aquel
permiso; pero se puso colorado, y tuvo miedo de que Lucia, por arte
magica o poco menos, hubiese adivinado el lazo que unia a Clara con el.

Lucia, prevaliendose del permiso y animada con lo poco de turbacion que
en su tio advirtio, expuso asi una de sus hipotesis:

--Pues, senor, yo me cegue al principio por exceso de vanidad. Pense que
el carino de tio que V. me tiene le llevaba, para complacerme, a mirar
con interes a Clori y a Mirtilo, y a procurar e buen fin de sus amores.
Ya he variado de opinion. Ya la hipotesis es otra. El interes de V. es
demasiado para ser de reflejo. Noto tambien que es muy desigual: menos
que mediano por Mirtilo; inmenso por Clori. iAy, tio, tio! ?Si querra V.
jugar una mala pasada al pobre zagal? Todo se sabe. Pues que, ?cree V.
que no ha llegado a mi noticia que se ha hecho V. devoto (iojala fuese
de buena ley la devocion!) y que toditas las mananas de madrugada va V.
a la iglesia Mayor a misa primera?

--Sobrina, no disparates, --interrumpio el Comendador.

--Yo no disparato. Hallo extrana, para explicada solo por una simpatia
cualquiera, esa devocion de V., y recelo que la santita que se la
infunde ha cautivado a V. con mas dulces cadenas que las de la piedad.

--Te repito que no disparates --volvio a decir el Comendador poniendose
muy serio.-- Confieso que es dificil de explicar el extraordinario
carino que Clarita me infunde. Aseguro, no obstante, por mi honor, que
nada tiene de lo que tu imaginas. Si me quieres tu un poco, y si me
respetas, te suplico, y si crees que puedo mandarte, te mando que
apartes de ti ese pensamiento. Yo quiero a Clarita, aunque entre ella y
yo no median los vinculos de la sangre, del mismo modo que te quiero a
ti, que eres mi sobrina: con amor casi paternal, con el amor que es
propio de los viejos.

--iPero si V. no es viejo, tio!

--Pues aunque no lo sea. No amo a Clarita de otro modo. Y si esto sigue
pareciendote raro, no caviles ni busques mas hipotesis para explicartelo
satisfactoriamente.

--Esta bien, tio. Suspendere mis tareas de forjar hipotesis.

--Eso es lo mas prudente.

--Ya que no valen las hipotesis, ?vale hacer preguntas?

--Hazlas.

--?Persiste V. en favorecer los amores de Mirtilo?

--Persisto y persistire mientras Clara crea yo que le ama.

--?Espera V. triunfar de la tenacidad de Dona Blanca e impedir la boda
con D. Casimiro?

--Lo espero, aunque es dificil.

--?Me atrevere a preguntar de que medios va V. a valerse para vencer esa
dificultad?

--Atrevete; pero yo me atrevere tambien a decirte que esos medios no
tienes tu para que saberlos. Confia en mi.

-Aunque V., tio, esta tan misterioso conmigo, que todo se lo calla, voy
a portarme con generosidad: voy a revelar a V. mis secretos. Se que Don
Carlos de Atienza le escribe a V. Tambien a mi me ha escrito. Pero V. no
ha hecho lo que yo. V. no ha puesto al pobre desterrado en comunicacion
con Clara: yo si. Yo he escrito a Clara tres cartas nada menos, y a
fuerzas de suplicas he logrado que el P. Jacinto se las entregue. En mis
cartas copio a Clara algunos parrafos de los que me ha escrito D.
Carlos.

--Ese secreto le sabia en parte. El P. Jacinto me habia dicho que habia
entregado tus cartas.

--Pues, ?vaya que no sabe V. otra cosa?

--?Que?

--Que Clara me ha contestado. La contestacion vino ayer por el aire,
como la carta primera que juntos leimos.

--?Tienes ahi la nueva carta?

--Si, tio.

--?Quieres leerla?

--No lo merece V.; pero yo soy tan buena, que la leere.

Lucia saco un papel de su seno.

Antes de leer, dijo:

--En verdad, tio, esto me pone muy cuidadosa y sobresaltada. Clara, en
los dias que lleva de soledad, ha cambiado mucho. iHay en su carta tan
singular exaltacion, tan profunda tristeza, tan amargos pensamientos!...

--Lee, lee --dijo el Comendador con viva emocion. Lucia leyo como
sigue:

"Amada Lucia: Mil gracias por todo cuanto estas haciendo por mi. Seria
yo desleal si te ocultase nada de lo que siento. Ni al P. Jacinto me he
confiado hasta ahora; pero a ti todo te lo confio. En mi ser pasa algo
de extrano, que no acierto a entender. Quiero aun a D. Carlos. Y, no
obstante, conozco que no debo darle esperanzas; que no debo casarme con
el nunca; que me toca obedecer a mi madre, la cual anhela mi boda con D.
Casimiro. Pero lo singular es que ha entrado en mi alma, en estos dias,
un sentimiento tan hondo de humildad, que hasta de D. Casimiro me hallo
indigna. A solas conmigo he penetrado en el fondo de mi conciencia y me
he perdido alli en abismos tenebrosos. Cuando mi madre, que es buena y
me ama, encuentra en mi no se que levadura, no se que germen de
perversion, no se que mancha mas negra del pecado original que en las
demas criaturas, razon tendra mi madre. Si, Lucia: quizas en este pecho
mio, en apariencia tranquilo; bajo la inocencia y superficial sencillez
de mis pocos anos, van adquiriendo ya ser y vida vehementes y malas
pasiones, como nido de viboras bajo apinadas rosas. Lo conozco: mi madre
tiembla por mi; recela de mi porvenir, y tiene razon. Yo me examino, me
estudio y me asusto. Descubro en mi la propension, dificil de resistir,
a todo lo malo. Veo mi maldad nativa y mi inclinacion al pecado por
instinto. ?Como comprender de otra suerte que yo, educada con tanto
recogimiento y en tan santa ignorancia de las cosas del mundo, haya
tenido la diabolica malicia de ponerme en relaciones con D. Carlos, de
hacerle creer que le amaba, mirandole solo (figurate con que perversidad
le miraria), y de atraerle hasta aqui, obligandole a que me siguiera, y
todo con tan infernal disimulo, que mi madre nada sabe? Todavia, si es
posible, hay en mi algo peor. Lo noto, lo percibo y no se, ni quiero, ni
me atrevo a examinarlo. Lo que si te declarare es que para mi el mundo
ha de ser mas peligroso que para otras mujeres, por naturaleza mejores.
Lo que no hay en mi por naturaleza debo pedirlo por gracia al cielo. En
el cifro mi esperanza. Procede, pues, que yo me aparte del mundo y
busque el favor del cielo. Ya sabes tu cuanto he repugnado hasta aqui
entrar en religion. No me juzgaba merecedora de ser esposa de Cristo. En
esto no he variado, sino para juzgarme aun menos merecedora. En lo que
si he variado es en reconocer que, por mala que sea una persona, jamas
debe desesperar de la bondad de Dios. Su Divina Majestad, si hago una
vida santa, si me arrepiento, si me mortifico durante el noviciado, me
dara fuerzas y merecimientos despues para tomar el velo, sin que sea
insolente audacia tomarle. Nada he dicho aun a nadie de esta reciente
resolucion; pero estoy decidida. Hablare de esto al padre Jacinto para
que el hable a mi madre, la convenza de que me conviene y quiero ser
monja, y en vista de mi resolucion desengane a D. Casimiro. Desengana
tu, desde luego, al infeliz D. Carlos. No te niego que le he querido,
que le quiero aun; pero no se lo digas. Dile que quiero a otro; que en
mi corazon hay un inmenso vacio, donde reinan pavorosas tinieblas. No
basta D. Carlos a llenar ni a iluminar este vacio, y si Dios no le llena
y le ilumina, me morire de miedo, y lo menos doloroso que ocurrira sera
que le llene mi perturbada imaginacion con espectros horribles que
surgen de mi atribulada conciencia. Adios."




XX

La lectura de escrito tan melancolico aguo el contento del paseo del
Comendador y de su sobrina. Apenas se hablaron ya hasta volver a casa.

Aquella crisis repentina del alma de Clara puso a D. Fadrique taciturno.

Las ideas que acudian a su mente no eran para reveladas a su sobrina.

Pensaba el Comendador que el perpetuo roce del espiritu de Dona Blanca
con el de su hija; que la presion que ejercia en aquella joven de diez y
seis anos el severo y atrabiliario caracter de su madre, y que los
terrores de que habia cargado su conciencia, tenian a la pobre Clara en
un estado de animo no muy distante del delirio. La carta a Lucia era la
senal alarmante que Clara daba de aquel estado.

El Comendador, empero, aunque lleno de zozobra, decidio no intervenir
aun en nada. La resolucion de la crisis podia ser favorable si el no
intervenia. Su intervencion podia hacerla mas peligrosa.

La sinceridad de Clara era evidente. De subito sin que el P. Jacinto, ni
nadie, se lo inspirase, habia cambiado de proposito y se hallaba
resuelta a ser monja. Harto se comprende que para las creencias del
Comendador esta resolucion era funesta; pero en virtud de esta
resolucion era casi seguro que D. Casimiro seria despedido. Iba a
eliminarse un obstaculo; iba a descartarse un adversario.

D. Fadrique determino, pues, aguardar con calma, sin dejar de estar a la
mira.

Al mismo P. Jacinto no le insinuo ningun aviso que pudiera servirle de
regla de conducta. Se fio por completo, de su buen natural, y le dejo
seguir libremente sus propias inspiraciones.

La prudencia del Comendador se vio coronada del exito al cabo de pocos
dias.

Dona Blanca, persuadida de que la subita vocacion de su hija era sincera
y profunda, tuvo con D. Casimiro una conversacion muy afectuosa y grave,
y le dio sus pasaportes.

El P. Jacinto pondero el fervor de Clara y animo a Dona Blanca para que
a la mayor brevedad la dejase entrar de novicia en un convento de
carmelitas descalzas que en la ciudad habia.

D. Valentin se avino a todo sin chistar.

Clarita hubiera, pues, entrado en seguida en el convento, como lo
deseaba y lo pedia; pero la crisis de su alma habia influido
poderosamente sobre su hermoso cuerpo. Sus ojeras eran mas obscuras y
extensas que de ordinario; habia adelgazado mucho; la palidez de su
rostro hubiera inspirado miedo, si su rostro no hubiera sido tan
hermoso; su distraccion y su embebecimiento parecian a veces mas propios
de un ser del otro mundo que de una criatura de este, y en su andar
vacilante y en el brillo momentaneo de sus ojos, seguido siempre del
prolongado adormecimiento de tan divinas luces, habia como un mal
agueero, como un anuncio fatidico, que no pudo menos de perturbar la
ferrea conciencia de Dona Blanca, de doblegar bastante su
inflexibilidad, y de aterrarla por ultimo.

Las causas del cambio de Clara eran vagas y confusas; pero Dona Blanca
reconocia que de su modo de educar a Clara, de su involuntario y tenaz
prurito de mortificarla y asustarla con los peligros del mundo y con su
propia condicion de pecadora, y de aquel duro yugo que desde la infancia
habia hecho pesar sobre la conciencia de su infeliz hija, provenia en
gran parte la situacion en que se hallaba. El motivo, o mejor dicho, la
ocasion de exacerbarse el mal y de aparecer de repente con tan medrosos
sintomas, era para todos un misterio. Esto no obstaba para que Dona
Blanca empezase a temer que pudiera caer sobre ella el crimen de
infanticidio por esquivar el delito de hurto.

Dona Blanca procedio, pues, con inusitada blandura y exquisita
prudencia; pero sin desmentir su caracter y sin faltar a su mas
importante proposito.

No contenta con estar persuadida de la firme resolucion que tenia Clara
de tomar el velo, hizola prometer que profesaria. Y esto de suerte que
la promesa no parecio arrancada por instigacion de Dona Blanca, sino a
su despecho. Asi se aseguraba Dona Blanca de que su hija, renunciando al
mundo, renunciaria a los bienes de D. Valentin y no podria transmitirlos
a nadie.

Pero Dona Blanca no queria matar a su hija. Atormentabase previamente
con el remordimiento de que fuera al claustro desesperada y herida de
muerte. Deseaba verla profesar, pero alegre, lozana, llena de vida; no
apareciendo como una victima, sino con el deleite, el gozo y la
satisfaccion de una esposa que vuela a los brazos de su gallardo y feliz
prometido.

A fin de lograr que las cosas fueran asi, Dona Blanca puso a un lado su
constante severidad; empezo a tratar a Clara hasta con mimo, y anhelante
de que recobrase la alegria y la salud, rompio el entredicho; abrio las
puertas de su casa para Lucia, y consintio en que Clara volviese a salir
con ella de paseo, aun a pesar del Comendador.

Dona Blanca, no obstante, antes de dar este permiso, preparo a su hija
contra D. Fadrique, pintandosele como un monstruo de impiedad y de
infamia, y recomendandole mucho que hablase con el lo menos posible.

Dona Blanca, entre tanto, se propuso seguir encastillada en su caseron,
sin ver a nadie mas que al P. Jacinto, y a Lucia, si acaso.




XXI

El destino de D. Casimiro es el mas extrano y caprichoso entre los de
cuantos personajes figuran en esta historia. En el tejido de su vida
habia puesto el un orden envidiable y gastado poquisimo. Asi es que, por
mas que D. Casimiro distase mucho de ser un aguila en nada, habia
atinado a darse tan buena traza con economia y juicio, que era un senor
acaudalado para lo que entonces se usaba en Villabermeja. Esto se lo
debia a si mismo, y de ello podia estar con razon y estaba orgulloso. Lo
que debio a la casualidad, a un conjunto de hechos para el
inexplicables, fue el momentaneo encumbramiento a novio de su linda y
rica sobrina la senorita Dona Clara.

Con cincuenta y seis anos de edad, no pocos padecimientos y la facha que
ya hemos descrito, don Casimiro mismo, a pesar de su amor propio, que no
era flojo, habia hallado, alla en el centro de su conciencia, un si es
no es inverosimil que le quisiesen casar con aquel pimpollo. El amor
propio, no obstante, es ingeniosisimo, estando casi siempre su ingenio
en razon inversa del ingenio de las personas; por donde D. Casimiro
imagino pronto que en su alma habia de haber tan escondidos tesoros de
bondad y de belleza, y que en sus modales y porte habian de transcender
tal distincion hidalga y tal elegancia ingenita, que, descubierto todo
por los ojos zahories de Dona Blanca, basto y sobro para que ella
ansiase tener a D. Casimiro por yerno. Don Casimiro, pues, desde que
empezo a ser novio de Clara, se puso mas orondo y satisfecho que antes.

Terrible fue el desengano cuando Dona Blanca le despidio. El enojo
interior de D. Casimiro no fue menos terrible; pero el era encogido y
muy torpe para expresarse; Dona Blanca hablaba bien y con autoridad e
imperio, y el Sr. D. Casimiro se trago su enojo, y recibio los
pasaportes, hecho manso cordero.

Como sucede a todas las personas debiles y soberbias a la par, la ira de
D. Casimiro se fue aglomerando despues y poco a poco en el corazon,
cuando se detuvo a considerar el chasco que se le daba y el desaire
grandisimo que se le hacia.

Cierto que el rival por quien Clara le dejaba era Dios mismo; pero D.
Casimiro no se aplacaba con esto.

--?Si querra ser monja --decia,-- para no casarse conmigo? Valiera mas
haberlo pensado con tiempo y no ponerme en ridiculo ahora. Sin duda que
para mi es menos cruel que me deje por tan santo motivo que no que me
deje para casarse con otro mortal. Yo no hubiera consentido esto ultimo.
Nos hubieran oido los sordos. Yo hubiera tenido un lance con mi rival.
Pero ?contra Dios que he de hacer?

Don Casimiro se consolaba algo con la imposibilidad de tener un lance
con Dios, y hasta con la obligacion piadosa en que se veia de
resignarse.

Su encono contra Dona Blanca y contra Clarita no se mitigaba, a pesar de
todo. No habia quedado perro ni gato, en diez leguas a la redonda, a
quien D. Casimiro no hubiera dado parte de su ventura. Ahora, su caida y
su desventura debian de ser e iban siendo no menos sonadas, y, por
desgracia, harto mas aplaudidas.

La vanidad del hidalgo bermejino recibia desaforados golpes. Pero ?como
vengarse?

--La venganza es el placer de los dioses --exclamaba a sus solas el
dichoso hidalgo;-- pero decididamente yo no soy un dios. ?Que me
conviene hacer? Es refran frailuno, y muy discreto, que _la injuria que
no ha de ser bien vengada ha de ser bien disimulada_. Disimulemos pues.
Tambien hay otro refran que reza: _Cachaza y mala intencion_. Sigamos lo
que prescriben dichos refranes. Lo primero que me importa es dejar ver
que no me afligen los desdenes de Clarita. Si ella no me quiere, otra
que vale tanto como ella, mas que ella, estoy seguro de que me querra.
Voy a volver a pretender a Nicolasa. No es rica, pero es mejor moza que
Clarita.

Sin desistir, por consiguiente, de vengarse si se presentaba ocasion
comoda para ello, D. Casimiro resolvio enamorar estrepitosamente a
Nicolasa, esperando que asi daria picon a la futura carmelita, o
probaria al menos que tenia por amiga una mujer de mucho merito.

Nicolasa, en efecto, lo era. Hija del tio Gorico y de su primera mujer,
alcanzaba fama en casi toda la provincia por su singular hermosura,
discrecion y rumbo. Caballeros, ricos hacendados y hasta usias o senores
de titulo, menos comunes entonces que ahora, habian suspirado en balde
por Nicolasa, la cual, con modesta dignidad, habia respondido siempre en
prosa aquello que dice en verso cierta dama de una antigua comedia nada
menos que al Rey:

Para vuestra dama, mucho;
Para vuestra esposa, poco.

Nicolasa excitaba y provocaba con sus risas, con sus ojeadas languidas y
con su libertad y desenvoltura. Los hombres se prendaban de ella, la
perseguian y se llenaban de esperanzas; pero, no bien querian
propasarse para que se lograsen, Nicolasa se revestia de gravedad y
entono, propios de la mejor heroina de Calderon, hablaba de la
inestimable joya de su castidad y limpisima honra, y ponia a raya todo
atrevimiento, todo desman y todo proposito amoroso algo positivo que no
llevasen por delante al padre cura.

Nicolasa habia heredado de su madre ciertas prendas que valen mas que
los bienes de fortuna, porque los conservan, si los hay, y suelen
proporcionarlos, si no los hay. Tenia don de mando y don de gentes,
extraordinaria energia de voluntad y perseverancia en sus planes. Se
habia propuesto o ser una senorona principal o quedarse para vestir
imagenes, y, sirviendole esto de pauta, ajustaba a ella todos los actos
de su vida.

Aunque el tio Gorico habia contraido segundas nupcias, y Nicolasa tuvo
madrastra en vez de madre casi desde la infancia, lejos de contribuir
esto a que se criase con menos mimo, habia ocasionado lo contrario. La
madre de Nicolasa habia sido tremenda, dominante, feroz: una Dona Blanca
a lo rustico; mientras que Juana, la segunda mujer del tio Gorico, era
la propia dulzura, sometida siempre a su marido, quien a su vez no hacia
mas que lo que a Nicolasa se le ocurria. Nicolasa lo podia y mandaba
todo en casa de su padre, menos impedir que el tio Gorico dejase de
beber bebida blanca.

Los preliminares amorosos de Nicolasa, que estaba entre los veinte y
los treinta anos de su edad, habian sido ya innumerables. Todos sus
amores habian muerto al nacer. A los pretendientes encopetados los habia
Nicolasa despedido, apelando al cura. A los pretendientes de su clase
los habia desdenado cuando ya llegaban a lo serio y hablaban del cura
ellos mismos.

Nicolasa, no obstante, como todas las mujeres frias, pensadoras y
traviesas, habia sabido retener en sus redes, en este crepusculo de
amor, que califican de platonico, a varios suspiradores perpetuos, de
los que llaman en Italia _patitos_. Uno, sobre todo, pudiera servir de
ejemplo portentoso por su pertinacia, resignacion y fervor en las
incesantes adoraciones. Tal era el hijo del maestro herrador, Tomasuelo.

Desde los diez y siete hasta los veinticinco anos que ya tenia, estaba
como en cautiverio agridulce. Jamas Nicolasa le dijo que le amaba de
amor, y jamas le quito la esperanza de que tal vez un dia podria amarle.
En cambio, le declaraba de continuo que le amaba mas de amistad que a
ningun otro ser humano; y cuando le declaraba esto, se le veia al chico
hasta la ultima muela, sentia una beatitud soberana, y daba por bien
empleados sus, para otras cosas, inutiles y perennes suspiros.

Y no se crea que Tomasuelo era canijo, ruin y tonto. Tomasuelo era
listo, despejado y fuerte: el mozo mas guapo del lugar; pero Nicolasa le
habia hechizado. Con un rayo de luz de sus ojos podia darle una dosis de
aparente bienaventuranza que le durase una semana. Con una palabra sola
podia hacerle llorar como si fuese un nino de cuatro anos.

Las cadenas en que Tomasuelo gemia y gozaba a la vez de verse cautivo,
estaban suavizadas para el mozo, y en cierto modo justificadas para el
publico, con notable habilidad y profundo instinto. Tomasuelo podia
entrar cuando se le antojase en casa del tio Gorico, ver a Nicolasa,
requebrarla, mirarla con amor, acompanarla cuando salia; en suma,
servirla y cuidarla, sin que nadie fuese osado a censurar lo mas minimo.
Aunque entre Nicolasa y el hijo del herrador no habia el mas remoto
grado de parentesco, Nicolasa habia preconizado a Tomasuelo por su
hermano. Dios naturalmente no le habia dado objeto en quien poner amor
fraternal; pero ella, que sentia con viveza y hondura este amor, se
proporciono a Tomasuelo para consagrarsele. Con frases sencillas y con
animo imperturbable, Nicolasa explicaba de esta manera sus extranas
relaciones con Tomasuelo; y como Tomasuelo hacia gala de su adoracion
espiritual y se lamentaba resignado de no ser querido de otra suerte,
todos en el lugar, lejos de censurar, se maravillaban de aquel purisimo
y angelico lazo que estrechaba asi dos almas.

Cuanto pretendiente se acercaba a Nicolasa era respetado por Tomasuelo,
quien no le ponia el menor estorbo, durante los preliminares y
coqueteos; pero si mas tarde se extralimitaba y dejaba ver que venia con
mal fin, ya podia temer el enojo y las pesadas manos de aquel hermano
adoptivo, celoso de la honra de su familia. Asimismo Tomasuelo se ponia
zahareno y poco agradable en su trato con todo aquel rival que por
cualquier causa era despedido definitivamente y seguia importunando.

Don Casimiro habia estado, antes del noviazgo con Clara, en un largo
periodo de coqueteo con Nicolasa, la cual, con exquisita circunspeccion,
habia sabido ir templando y moderando la maquina de los efectos, a fin
de no precipitar al hidalgo en declaraciones y demostraciones tales, que
no tuviesen ya mas salida que la de ponerle en la disyuntiva de prometer
boda o de abandonar la empresa. Gracias a esta conducta, que pasa de
habil y raya en primorosa, D. Casimiro no habia sido despedido; sus
amores con Nicolasa habian sido como aurora, como amanecer poetico de un
dia, que no llego por haberse interpuesto el compromiso con Clarita.
Roto ya este compromiso, don Casimiro pudo volver, previo el perdon de
su inconsecuencia, pedido con humildad y concedido magnanimamente, al
mismo punto en que lo habia dejado: al amanecer, a la aurora.

Las cosas estaban dispuestas con tal arte, que en lugar de escamarse un
pretendiente con Tomasuelo, lo primero que tenia que hacer era como
impetrar el beneplacito de aquel espiritual hermano, tan celoso,
vigilante e interesado en el bien de su hermanita. D. Casimiro obtuvo la
confianza y venia de Tomasuelo, y lo considero buena senal.

Abandonada la ciudad, y vuelto D. Casimiro a reales de Villabermeja, se
puso a galantear a Nicolasa con la imprudencia y el impetu del
despechado. Ella era harto discreta para no conocer que entonces o
nunca: que la fortuna le presentaba el copete y que importaba asirle. D.
Casimiro buscaba en Nicolasa refugio y compensacion contra el desden de
Clarita. D. Casimiro estaba en su poder.

Nicolasa provoco la declaracion seria y definitiva. Hecha esta, planteo
los dos terminos del fatal dilema: o promesa formal de casamiento, o
despedida y nuevas calabazas ruidosas. D. Casimiro no pudo resistir y
prometio casarse.

Espantoso dia de prueba fue aquel en que supo este triunfo el platonico
Tomasuelo. Hasta entonces no habia tenido rival que fuese mas dichoso
que el. Ya le tenia. La amargura de los celos le acibaro el corazon;
las lagrimas brotaron en abundancia de sus ojos.

Cuando vio a solas a Nicolasa, con los ojos encarnados de llorar y con
voz tremula le dijo:

--?Conque cedes al amor de D. Casimiro? ?Conque vas a casarte? ?Conque
me matas?

--Calla, tontito mio, contesto ella.--?A que vienen esas quejas? ?Te he
enganado yo jamas?

--No; no me has enganado.

--?Querias que dejase pasar tan buena proporcion de ser senora principal
y millonada? ?Tan mal me quieres, egoista?

--No porque te quiero mal, sino porque te quiero a manta, lo siento y lo
lloro.

Y Tomasuelo lloraba en efecto.

--Anda, no llores, majadero. iSi vieses que feo te pones! ?Quien ha
visto llorar a un hombron como un castillo?

--Pero isi no puedo remediarlo!

--Si puedes; haz un esfuerzo, ten valor y sosiegate. Ten en cuenta que,
de aqui adelante, no solo hallaras en mi a una hermana, sino a una
madrina y a una protectora muy pudiente.

--?Y a mi que se me da todo eso? Nada. Lo que yo codiciaba era tu
carino.

--Y no lo tienes como antes, ingrato? Pues que, ?los buenos hermanitos
dejan de amarse aunque se case uno de ellos?

--No seas tramayona, no me aturrulles. Ya sabes tu que la ley que yo te
tengo no puede sufrir...

--Vamos, vamos; dejate de ninerias. ?Quien crees tu que ocupa y llena el
lugar mas bonito, principal y escondido de mi corazon? Tu. Mi alma es
tuya. Te la di toda con el amor que en ella se cria; con afecto de
hermana. ?Que sombra puede hacerte que sea yo la mujer legitima de D.
Casimiro? ?Por eso hemos de dejar de querernos como hasta aqui, mas que
hasta aqui? Nos querremos cuanto tu quieras y cuanto sea posible
quererse, sin ofender a Dios. ?Supongo que tu no querras ofender a Dios?
Contesta.

--No, mujer; ?como he de querer yo ofender a Dios? Pues que, ?no soy
buen cristiano?

--Lo eres. Es una de las partes que mas aprecio en ti. Por eso confio en
que pienses que voy a ser esposa de otro y no desees nada. Solo el deseo
es ya pecado. Acuerdate de los mandamientos.

--Oye, ?y esta en mi poder no desear?

--Si. Callate; no digas nada a nadie, ni a ti mismo, cuando desees, y el
silencio matara el deseo.

--Me matara a mi antes.

Tomasuelo lloro mas fuerte que nunca. Las lagrimas caian a modo de
lluvia, acompanadas por tempestad de sollozos.

--iPor vida de los hombres endebles! --exclamo Nicolasa.-- ?Que locura
es esta? Calmate, por Dios y ten pecho ancho.

Nicolasa, con suma blandura, enjugo las lagrimas del mozo con el propio
panuelo de ella; luego le dio tres o cuatro palmaditas en el grueso y
robusto cogote; luego le hizo unas cuantas muecas como remedando la
desconsolada cara que ponia, y, por ultimo, le pego un afectuoso y
archi-familiar tiron de las narices.

Tomasuelo no supo resistir a tanto favor y regalo. Como rayos de sol
entre nubes, la alegria y la satisfaccion aparecieron en sus ojos a
traves de las lagrimas. La boca de Tomasuelo se abrio, ensenando la
blanca, completa y sana dentadura. No pudo sonreir, porque se quedo
boquiabierto y como traspuesto.

Nicolasa entonces repitio los cogotazos; anadio al tiron de las narices
unos cuantos tirones de las orejas, y Tomasuelo penso que se le llevaban
al paraiso y que era el mas feliz de los mortales.

En esta situacion de animo convino en que Nicolasa debia casarse con D.
Casimiro; en que el debia seguir siendo su hermano, sin pensar, o sin
decir al menos que pensaba en otra cosa; y concibio con claridad, mas
que por el discurso y las razones, por los blandos cogotazos y por los
tirones de orejas, toda la suavidad, hechizo, consistencia y deleite del
amor espiritual que a Nicolasa le ligaba.

Asi vencio Nicolasa los obstaculos todos y aseguro su proyectada boda
con D. Casimiro.

La fama difundio al punto la noticia por toda Villabermeja; salvo luego
su termino y la llevo a la ciudad, y a los oidos del Comendador, de su
familia y de los senores de Solis.

El Comendador habia sido visitado por D. Casimiro y le habia pagado la
visita. No se habian hallado en casa y no se habian visto. La frialdad
de sus relaciones no hacia necesario mas frecuente trato.

No bien supo el Comendador el resuelto proyecto de boda entre D.
Casimiro y Nicolasa, fue a Villabermeja; visito a la chacha Ramoncica y
tuvo una larga conferencia con ella, de cuyo objeto se enterara mas
tarde el curioso lector. Despues de esto se volvio a la ciudad D.
Fadrique.




XXII

Clara habia vuelto a salir de paseo con Lucia y acompanada del
Comendador y de Dona Antonia; pero Clara estaba cambiada.

Su palidez y su debilidad eran para inspirar serios temores. Su
distraccion continua asustaba tambien al Comendador. Cuando este le
dirigia la palabra, Clara se estremecia como si la sacasen de un sueno,
como si cortasen el vuelo remontado de su espiritu y le hiciesen caer de
pronto del cielo a la tierra, a modo de pajarillo herido por el plomo
alla en lo sumo del aire.

A pesar de la benignidad y dulce condicion de Clara, D. Fadrique
advertia con pena que aquella linda criatura esquivaba su conversacion;
casi no le respondia sino con monosilabos, y hasta procuraba que el no
le hablase.

Con Lucia era Clara mas expansiva, y Lucia seguia siendolo siempre con
el Comendador. Por medio, pues, de Lucia penetraba aun el Comendador en
el espiritu de aquel ser querido y comunicaba algo con el.

Las nuevas que Lucia le daba eran en substancia siempre las mismas, si
bien mas inquietantes cada vez.

--No lo comprendo, tio --decia Lucia,-- pero a veces me doy a cavilar
que a Clara le han dado un bebedizo. iTiene unos terrores tan
inmotivados! iSiente unos remordimientos tan fuera de razon!... No se
que sea ello. Dona Blanca le ha puesto tan feroces escrupulos en el
alma, le ha hecho recelar tanto de su apasionada natural condicion...
que la infeliz se cree un monstruo, y es un angel. Tal vez imagina que
la persiguen las furias del infierno, los enemigos del alma, una legion
entera de diablos, y entonces no se considera en salvo sino acogiendose
al pie del altar. Es menester que avisemos a D. Carlos que venga pronto,
a ver si liberta a Clara de este genero de locura.

El Comendador y Lucia escribieron con la misma fecha a D. Carlos de
Atienza, participandole la novedad de la despedida de D. Casimiro, de la
resolucion de Clara de retirarse a un convento y del estado poco
satisfactorio de su salud. Don Carlos partio desatentado de Sevilla, y
estuvo en la ciudad a poco.

Con el mismo recato y disimulo de siempre Don Carlos volvio a ver a
Clara en los paseos que esta daba con Lucia; pero la delicada salud de
Clara le lleno de desconsuelo. Y mas aun, si cabe, le atormento y
afligio el ver a Clara esquiva, timida como nunca, apartandose de el y
no queriendo apenas hablarle, aunque mirandole a veces con involuntarias
amorosas miradas, que se conocia que ella dejaba escapar a su despecho,
y con las cuales, mas que amor, reclamaba piedad, conmiseracion y hasta
perdon por su inconsecuencia de dejarle, de haber alentado sus
esperanzas, y de matarlas ahora entrando en el claustro.

La desesperacion de D. Carlos de Atienza llego a su colmo. Con no poca
amargura echaba la culpa de todo al Comendador.

--Para esto --decia-- me obligo V. a que me ausentase. En esto han
parado las promesas de arreglarlo todo en menos de un mes: en que Clara
se me este muriendo, y en que ademas haya dejado de amarme y quiera ser
monja; en que acabe por tomar el velo... y luego la mortaja. Pero yo me
morire tambien. Yo no quiero sobrevivir. Me matare si no me muero.

El Comendador no sabia que responder a tales quejas. Procuraba consolar
a D. Carlos, que le juzgaba indiferente y extrano; que ignoraba que el
tenia mayor necesidad de consuelo.

Iba D. Fadrique a buscarle en el P. Jacinto. Iba asimismo a buscar en el
alguna luz sobre aquel misterio; pero icaso extrano! el P. Jacinto, todo
franqueza y jovialidad antes, se habia vuelto muy grave, muy misterioso
y muy callado.

Don Fadrique entrevia, no obstante, que el padre Jacinto aprobaba la
resolucion de Clara de ser monja. Esto le ponia fuera de si, y a veces
estaba a punto de romper con el P. Jacinto y de mirarle como a amigo
desleal o como a fanatico sin entranas.

Con todo, en medio de sus tribulaciones el Comendador se reportaba y no
perdia la calma. Habia tomado sus medidas. Su conducta estaba prescrita
y determinada con firmeza, y aguardaba sereno el resultado.

Este no tardo mucho en venir.

Era muy de manana cuando trajo un criado desde Villabermeja una carta
para D. Fadrique. Don Fadrique la leyo rapidamente, estando en la cama
aun. Se levanto a escape, se vistio y se fue al convento de Santo
Domingo en busca de su maestro.

El padre acababa de levantarse y recibio a Don Fadrique en su celda.
Sentados ambos, como en la otra celda de Villabermeja, hablaron de este
modo.




XXIII

--Padre Jacinto --dijo el Comendador con aire de jubiloso triunfo--,
Clara es libre ya. No es menester que se case con D. Casimiro ni que sea
monja.

--?Como es eso, hijo mio?

--He dado por ella una suma igual a todo el caudal de D. Valentin.

--?A quien?

--A D. Casimiro.

--?Y con que razon? ?Con que pretexto ha podido aceptarla?

--La ha aceptado con una razon que promete callar; por un motivo
secreto.

--iValgame Dios, hijo mio! iQue delirio! iQue sacrificio inutil: Y
dime... ese motivo secreto... iConfiar asi a D. Casimiro la honra de una
familia ilustre!...

--Yo no le he confiado nada.

--?Pues de que medio te has valido?

--De una mentira; pero mentira indispensable y con la cual nadie pierde.

--?Puedo saber esa mentira?

--Todo lo va V. a saber.

El padre presto la mayor atencion. Don Fadrique prosiguio diciendo:

--De sobra sabe V. que Paca, la primera mujer del tio Gorico, fue una
mala pecora.

--Es evidente. Dios la haya perdonado.

--La buena reputacion de Paca no tiene nada que perder.

--Absolutamente nada.

--Pues bien. Hay la feliz coincidencia de que Nicolasa nacio pocos meses
despues de mi ida de Villabermeja, cuando estuve alli de vuelta de la
Habana.

--?Y que?

--He hecho creer primero a la chacha Ramoncica, con el mayor sigilo, que
Nicolasa es hija mia. Le he dicho que un deber imperioso de conciencia
me obliga a dotarla, ahora, que ella se va a casar. La chacha entiende
poco de numeros. Se ha espantado, no obstante, de la enorme cantidad que
yo queria dar por dote; pero la he echado de esplendido y me he supuesto
mas rico de lo que soy. A las observaciones que la chacha me ha hecho,
he respondido que mi resolucion era irrevocable. He persuadido, por
ultimo, a la chacha de que no conviene que Nicolasa sepa los lazos que a
ella me unen, y que es mas delicado y honesto que lo sepa solo el
sujeto que va a ser su marido. He logrado, pues, que la chacha se
encargue de persuadir a D. Casimiro a que tome lo que libre, aunque
misteriosamente, quiero dar y doy a su futura. No creo que la chacha
haya tenido que hacer grandes gastos de elocuencia para convencer a D.
Casimiro de que debe aceptar. Don Casimiro me ha escrito esta carta,
donde me dice que acepta, me colma de elogios por mi generosidad, y me
promete callar el motivo de la donacion que le hago, y la misma
donacion, hasta donde sea posible.

El P. Jacinto leyo la carta que le entrego D. Fadrique. Luego saco este
del bolsillo un paquete de papeles. Le puso sobre la mesa y dijo:

--Aqui estan los papeles todos que se requieren para formalizar la
donacion, la cual deseo que se lleve a feliz termino por medio de V.
Este es el poder mas amplio, otorgado ante un escribano de esta ciudad,
para que V. disponga, venda, enajene y haga lo que convenga con todo
cuanto me pertenece. Estas son las cartas a los banqueros que tienen
fondos mios, poniendolos todos a la orden de V. Esta, por ultimo, es la
lista, inventario, cuenta o como quiera llamarse, de lo que en poder de
dichos banqueros tengo hasta ahora; y esta otra es la cuenta de lo que
valen los bienes de D. Valentin, justipreciados por peritos. Escasamente
llegara lo mio a cubrir el importe de lo que disfruta dicho senor; pero
V. sabe que poseo algunas finquillas, y, si fuere menester, suplire la
falta. Querido maestro, V. va a ser ejecutor fiel y pronto de mi
decidida voluntad, de la cual pretendo que de V. noticia y testimonio a
Dona Blanca, exigiendole en cambio de mi parte la libertad de mi hija. Y
digo exigiendole la libertad de mi hija, porque si no le da libertad, si
no procura quitarle de la cabeza tanto insano delirio, si no determina
curarla de la mortal enfermedad de alma y de cuerpo, que su orgullo, su
fanatismo y sus remordimientos, mil veces mas odiosos que el pecado, han
hecho nacer, yo me he de vengar, dando el mas insolente escandalo que se
ha dado jamas en el mundo. Espero que aceptara V. gustoso mi encargo.

--Le acepto, --respondio el padre;-- mas no sin condiciones. Yo no he de
ser el instrumento de tu ruina, si tu ruina es inutil.

--?Y por que inutil?

--Porque Clara, a mi ver, no desistira ya de tomar el velo.

--?Como que no desistira? Sobre Clara pesa el yugo ferreo de su madre.
Quitemosle ese yugo, y Clara volvera a vivir, y volvera a amar a su
gallardo estudiante, y se casara con el, y sera dichosa.

--Lo dudo.

--Yo no lo dudo. Lo que no me explico es como se ha vuelto V. tan
tetrico.

--Me parece que es ya tarde, --dijo el P. Jacinto, suspirando.

--Voto al mismo Satanas --replico D. Fadrique:--no es tarde aun, si la
dicha es buena. Vaya usted hoy mismo a ver a Dona Blanca. Informela de
todo. Convenzala de que es libre Clara; de que los bienes que de D.
Valentin ha de heredar estan ya pagados. Sepa Dona Blanca que yo rescato
misteriosamente a nuestra hija. Sepa tambien que si no admite el
rescate, rompere todo freno; lo dire todo; sere capaz de una villania;
la deshonrare en publico; leere a D. Valentin cartas que aun de ella
conservo; hare doscientas mil barbaridades.

--Vamos, hombre, moderate. En seguida ire a hablar con Dona Blanca. Ella
es madrugadora. Estara ya de punta y me recibira. Aguardame en tu casa,
y alla acudire a referirte mi entrevista.

--En casa aguardare a V. Apresurese, padre, porque estoy devorado por la
impaciencia.

Dicho esto, el fraile y D. Fadrique se levantaron y salieron juntos de
la celda a la calle, por la cual caminaron en silencio, hasta que el uno
entro en casa de su hermano y el otro en casa de Dona Blanca Roldan.

Dando paseos por su estancia; despidiendo desabridamente a la curiosa
Lucia, que asomo la rubia cabeza a la puerta, y pregunto, como de
costumbre, que habia de nuevo, y lleno todo de agitacion, espero D.
Fadrique mas de hora y media.

El fraile llego al cabo; pero, antes de que abriese los labios, columbro
D. Fadrique, en lo melancolico que venia, que era portador de malas
nuevas.

No bien entrado el fraile, cerro la puerta con llave el Comendador, para
que nadie viniese a interrumpirlos, y en voz baja dijo, mientras el y su
maestro tomaban asiento:

--Cuente V. lo que ha pasado. No me oculte nada.

--Hablare en resumen, porque ha sido larga la discusion. Dona Blanca ha
celebrado tu generosidad. Dice que no atina a comprender como un impio
es capaz de accion tan noble. Supone que es obra del orgullo; pero al
fin la celebra. Mas no por eso te excita a que consumes el sacrificio.
Afirma que sera inutil, y te ruega que no le hagas. Dona Blanca
considera que su hija tiene hoy una verdadera vocacion; que Dios la
llama a ser su esposa; que Dios la quiere apartar de los peligros del
mundo; que Dios quiere salvarla, y que ella no puede, sin gravisima
culpa, retraer ahora a su hija de tan santos propositos.

--iHipocresia! iRefinamiento de maldad! --interrumpio D. Fadrique.-- ?Y
V. no la ha amenazado con mi venganza? ?No le ha dicho V. que estoy
determinado a todo; que le arrancare la mascara; que se acordara de mi;
que la burla que de mi hace no quedara sin afrentoso castigo?

--Se lo he dicho todo; pero Dona Blanca ha contestado que, si bien te
cree un hombre sin religion, todavia te tiene por caballero, y que no
teme de ti esas villanas e infames acciones con que en tu rabia la
amenazas. Anade, no obstante, que, aun cuando se enganase, aun cuando tu
te olvidases de la honra y te vengases asi, lo sufriria todo antes de
disuadir a su hija contra lo que la conciencia le dicta.

--Esa mujer esta loca, P. Jacinto. Esa mujer esta loca, y creo que su
locura es contagiosa; que a Clara y a V. los tiene ya enloquecidos, y
que falta poco para que yo tambien lo este. Pero, lo juro por mi honor,
por Dios, por lo mas sagrado: mi locura sera de muy diversa indole.
Sonara con mi locura. Pues que, ?imagina que soy yo un segundo D.
Valentin? ?Piensa que me sometere a sus monstruosos caprichos? ?Entiende
que soy necio y que voy a creer lo que a ella se le antoje hacerme
creer? Clara tiene trastornada la cabeza, y por eso quiere ser monja de
repente. ?Que vocacion ha de tener, cuando me consta que estaba, que
esta aun, enamorada de ese muchacho rondeno, con quien podria ser
felicisima? Aqui hay algun misterio abominable. Algo se ha hecho para
infundir el delirio en Clara y perturbar su natural despejo. Yo ni
puedo, ni quiero, ni debo consentir extravagancias tan criminales. ?No
comprende esa mujer de Satanas que la educacion que ha dado a su hija,
que esos terrores que le ha infundido son como un veneno? ?Quiere saciar
el odio que me tiene, asesinando a su hija, porque tambien es mi hija?

--Comendador, ten sangre fria; mira que te enganas. Mira que Clara no
siente hoy la vocacion religiosa por causa de su madre.

--Me importa poco que sea hoy o ayer cuando su madre le ha dado la
ponzona. El corazon me dice que las rarezas, que los extravios de Clara
provienen del tormento espiritual que le esta dando su madre desde que
la nina tiene uso de razon. Esto es menester que acabe. Si Clara, cuando
este en completa tranquilidad y serenidad de espiritu, sanos su cuerpo y
su alma, persiste en ser monja, que lo sea: yo no me opondre. Mi
sacrificio habra sido inutil. No exhalare una queja. Que disfrute de
todos mis bienes D. Casimiro. Pero mientras Clara este enferma, casi
fuera de si, con una especie de fiebre continua, no he de sufrir que se
tome ese estado febril por extasis mistico, y esos ataques nerviosos por
llamamientos del cielo. Es mi hija, voto a quince mil demonios, y no
quiero que me la maten. Ahora mismo voy a ver a Dona Blanca. Rompere la
consigna para entrar. Rompere la cabeza a quien quiera oponerse a mi
entrada. Si no la veo y la hablo, estallo como una bomba. No me detenga
V., P. Jacinto. Dejeme V. salir.

El Comendador habia abierto la puerta, se habia puesto el sombrero, y
forcejeaba por salir con el P. Jacinto, que procuraba detenerle.

--Quien esta desatinado eres tu --decia el padre.--?A donde vas? ?No
calculas el escandalo de lo que te propones hacer?

--Dejeme V., Padre. Yo no calculo nada.

--Esto es una perdicion. Dios te ha dejado de su mano. Oye cuatro
palabras con reposo y haz luego lo que quieras. Carezco de fuerzas para
detenerte.

El P. Jacinto cedio en su resistencia y el Comendador se paro a
escucharle.

--Quieres ver a Dona Blanca, y la veras, pero con menos peligro de
lances y de escandalo. Pasado manana va D. Valentin a la caseria con el
aperador, a vender unas tinajas de vino. Entonces podras ver y hablar a
Dona Blanca. Para evitar mayores males, te llevare yo mismo. Yo
entretendre a Clara a fin de que hables a solas con Dona Blanca y le
digas cuanto tienes que decirle. Ya ves a lo que me allano. Ya ves a lo
que me comprometo. Vas a sorprender desagradablemente a Dona Blanca con
tu inesperada visita. Vuestra conversacion va a tener algo de un duelo a
muerte; mas prefiero intervenir en el, ser complice en el delito de
vuestro espantoso dialogo, a que sucedan cosas peores. Por las animas
benditas, Comendador, aguarda hasta pasado manana. Vendras conmigo.
Veras a Dona Blanca. Por la amistad que me tienes, por la pasion y
muerte de Cristo te suplico que te calmes para entonces, y trates de que
sea lo menos cruel posible la entrevista que te voy a procurar.

El Comendador cedio a todo, y agradecio al P. Jacinto los consejos que
le daba y la proteccion que le ofrecia.




XXIV

Con febril impaciencia aguardo D. Fadrique el plazo que el padre le
habia pedido.

No hay plazo que no se cumpla, y dicho plazo se cumplio al cabo.
Cumplieronse tambien los pronosticos del Padre. D. Valentin salio aquel
dia muy de manana con el aperador para ir a la caseria, de donde no
pensaba volver hasta la noche.

El Comendador, que lo espiaba todo, se preparo para la entrevista
prometida. El P. Jacinto no se hizo aguardar mucho tiempo y vino a
buscarle.

Reconociendo que lo menos peligroso, lo menos ocasionado a males, era
que se viesen ambos complices, por si lograban entenderse y convenir en
algo acerca de la hermosa Clarita, no quiso el padre hablar con Dona
Blanca y proponerle una conferencia con el Comendador. Tenia por seguro
que se negaria, y que, ya sobre aviso, le haria mas dificil, casi
imposible, el hacer entrar al Comendador hasta donde ella estuviese.
Asi, pues, se resolvio por la sorpresa. Sabia las costumbres de la
casa, sabia las horas de todo, y todo lo dispuso con sencillez y
habilidad.

Antes de las diez de la manana, una hora despues del almuerzo, Clara se
retiraba a su cuarto y Dona Blanca se quedaba sola en la sala donde
estaba de diario.

El padre se puso en marcha en punto de las diez llevando al Comendador
en pos de si. Entraron en el zaguan, y el padre dio dos aldabonazos.

La voz de una criada grito desde arriba:

--?Quien es?

--Ave Maria purisima. Gente de paz, --contesto el padre.

La moza, que reconocio la voz, tiro del cordel desde un balcon del piso
principal que daba al patio. Con este cordel se abria la puerta sin
bajar la escalera.

La puerta se abrio, y entraron el Comendador y el fraile, sin que los
viese nadie, ni la misma criada que les habia abierto, pues entre el
patio, a donde daba el balcon en que se hallaba la criada, y la puerta
de la calle, habia otro zaguan, del cual arrancaba la escalera principal
o de los senores.

No bien entro el P. Jacinto con su companero, cerro de nuevo la puerta y
dijo en alta voz:

--Dios te guarde, muchacha.

--Dios guarde a su merced, --contesto ella.

Entonces el Comendador y su guia subieron rapidamente la escalera. Ya
en la antesala, donde tampoco habia un alma, dijo el fraile a D.
Fadrique, senalandole una puerta:

--Alli esta Dona Blanca. Entra... hablale; pero ten juicio.

Don Fadrique, con animo decidido, con verdadero denuedo, se dirigio a la
puerta senalada, entro, y la volvio a cerrar.

No bien desaparecio D. Fadrique, llego la criada.

--iHola! --dijo el P. Jacinto.-- ?Esta Dona Blanca sola?

--Si, padre. ?No entra su merced a verla?

--No; mas tarde. Dejala tranquila. No entres ahora, que estara ocupada
en sus negocios. No la distraigamos. ?Esta Clarita en su cuarto?

--Si, padre.

--Ea, vete a tus quehaceres, que yo voy a ver a Clarita.

Y, en efecto, el P. Jacinto y la criada se fueron por su lado cada uno.

Entre tanto, D. Fadrique se hallaba ya en presencia de Dona Blanca,
sorprendida, pasmada, enojada de tan imprevisto atrevimiento. Sentada en
un sillon de brazos, habia levantado la cabeza al sonar el pestillo y la
puerta que se abria, habia visto que la volvia a cerrar quien habia
entrado, habia reconocido al punto al Comendador, y aun casi inmovil,
silenciosa, le miraba de hito en hito, sospechaba si estaria sonando, y
apenas si se atrevia a dar credito a sus ojos.

El Comendador se adelanto lentamente dos o tres pasos.

No saludo de palabra; no pronuncio una sola: no hallaba, sin duda,
formula de saludo que no disonase en aquella ocasion; pero con el gesto,
con el ademan, con la expresion de toda su fisonomia, mostraba que era
un caballero respetuoso, que pedia humildemente perdon de la astucia y
de la audacia que se habia visto obligado a emplear para llegar hasta
alli. En su rostro se veian las disculpas que de palabra no daba. Si
atropellaba respetos, lo hacia con razon suficiente. A par de estas
cosas, se leia asimismo en el rostro varonil del Comendador la firme
resolucion de no salir de alli hasta que se le oyese.

Dona Blanca se hizo al punto cargo de todo esto. Conocia tan bien a
aquel hombre, que no necesitaba a veces oirle hablar para penetrar sus
intenciones y sus sentimientos. Dona Blanca comprendio que lo menos malo
era oirle; que no podia echarle, sin exponerse a dar el mayor de los
escandalos. No quiso, sin embargo, aparecer desde luego resignada. Se
alzo de su asiento, y antes de que el Comendador hablase, le dijo:

--Vayase V., D. Fadrique, vayase V. ?Que palabras, que explicaciones
pueden mediar entre nosotros, que no produzcan una tempestad, sobre todo
si nos hablamos sin testigos? ?Para que me busca V.? ?Para que me
provoca? No podemos hablarnos; apenas si podemos mirarnos sin herirnos
de muerte. ?Es V. tan cruel, que desea matarme?

--Senora --contesto el Comendador:-- si no creyese que cumplo un deber
imperioso viniendo hasta aqui, no hubiera venido. Cuando penetro
furtivamente en esta sala, es porque tengo razones suficientes para
ello.

--?Que razones alega V. para venir a turbar mi reposo?

--El interes que me inspira un ser a quien me une estrechisimo lazo.

--Muy disimulado, muy oculto ha tenido V. ese interes durante diez y
seis anos. No se ha acordado V. de ese ser hasta que por casualidad ha
tropezado con el en su camino. Ha sido menester que salga V. de paseo
con una sobrina suya, y que esta sobrina tenga una amiga, y que esta
amiga vaya con ella, para que el amor paternal, que vivia latente y ni
siquiera sospechado alla en las profundidades de su magnanimo corazon,
se revele de pronto y de gallarda y briosa muestra de si. Si el acaso no
nos hubiese traido a vivir en la misma poblacion, o si Clara no hubiese
sido amiga de Lucia, aunque en la misma poblacion viviesemos, su
interes de V., su amor paternal, sus deberes imperiosos, confieselo V.,
dormirian tranquilos en el fondo de esa envidiable y harto comoda
conciencia.

--Justo es que me moteje V. No debo defenderme. Confieso mi culpa. Voy,
con todo, a tratar de explicarla y de atenuarla. Yo no podia sospechar
que al lado de V., bajo el amparo de una madre carinosa, corriese mi
hija ningun peligro, hallase motivo para ser desventurada.

--Su desventura no proviene de mi solamente. Su desventura proviene del
pecado en que fue concebida, y del cual ni V. ni yo, que somos los
pecadores, podemos salvarla ni redimirla.

--Ella no es responsable: nadie es responsable de faltas que no comete.
Esa transmision es un absurdo. Es una blasfemia contra la soberana
justicia y la bondad del Eterno.

--No llevemos la conversacion por ese camino, Sr. D. Fadrique. Si a V.
le parece blasfemia lo que yo creo, impiedad y blasfemia me parece a mi
cuanto V. dice y piensa. ?A que, pues, hablar conmigo de Dios? Deje V. a
Dios tranquilo, si por dicha cree en El, alla a su modo. La desventura
de mi hija, llamela V. fatal, llamela como guste, procede de su
nacimiento. Pues que, ?no ha reconocido V. mismo esa desventura, al
querer librar de ella a mi hija, haciendo un gran sacrificio, que yo le
agradezco, pero que juzgo ya inutil?

--Alguna verdad hay en lo que V. dice. Yo reconozco que Clara, sin
culpa, estaba condenada por la suerte o a sacrificarse o a ser una
usurpadora indigna.

--Estamos de acuerdo, salvo que donde V. dice por la suerte, digo yo por
el pecado, y no por el pecado de ella, sino por el pecado de otros. Esto
es inicuo para V., que no acata los inescrutables designios de la
Providencia. Esto es solo misterioso para mi. Por eso es lo mejor no
tocar tales cuestiones. Hablemos de aquello en que convenimos.
Convenimos en que Clara estaba, sin culpa suya, condenada a una pena.

--Convenimos; pero convenga V. tambien en que yo la he libertado.

--Si la ha libertado V., habra sido por una serie de casos fortuitos:
porque vio V. a Clara y la reconocio; porque Clara es bonita, ya que, si
hubiera sido fea, no se hubiera V. entusiasmado tanto, ni la vanidad de
padre hubiera provocado con impetu el amor de padre, y porque, en suma,
tiene usted bastante dinero que dar, y halla V. un hidalgo con bastante
poca vergueenza para tomarle sin motivo justificado.

--A mi vez suplico yo tambien a V. que no entremos en cuestiones
inutiles. Yo no he venido aqui a discretear ni a filosofar.

--Yo no discreteo ni filosofo. Digo lo que es cierto. El pecado no fue
un acaso; no fue algo independiente de nuestro libre albedrio. El que
usted haya encontrado a Clara; el que ella sea bonita, por donde juzga
V. que no debe casarse con D. Casimiro ni ser monja, y el que tenga V.
mas de cuatro millones, no son cosas que de su voluntad de V. han
dependido. Para V. son casuales, aunque por Dios estuviesen previstas y
preparadas, como lo esta cuanto ocurre en el universo.

--Vamos, senora, no apure V. mi paciencia. Tan casual sera todo eso,
como el haber yo encontrado a V. en Lima, el que fuese V. bonita y el
que yo no fuese un monstruo de feo. Lo que no fue casual, sino
voluntario, fue la caida; pero tampoco es casual, sino voluntario, el
rescate. Sera casual, no dependera de mi voluntad el tener cuatro
millones; pero es voluntario, es mi voluntad misma el darlos. Clara, no
por casualidad, sino por un acto libre, esta ya rescatada del
cautiverio, al cual, segun V. juzga, y no sin razon, se hallaba sometida
por otro acto, que no supongo que considere V. mas voluntario, mas
reflexionado, mas meditado y mas deliberado con perfecta claridad en la
conciencia.

Hasta este punto el dialogo habia sido de pie. Dona Blanca ni se sentaba
ni ofrecia asiento al Comendador. Este, despues de un momento de pausa,
porque Dona Blanca no respondio al punto a su ultimo razonamiento, dijo
con serenidad:

--Mire V., senora: yo no quiero que disertemos ni que divaguemos.
Tengo, no obstante, mucho que hablar; y para que la conferencia sea
breve, importa proceder sin desorden. El desorden no se evita sino con
la comodidad y el reposo. ?No le parece a V., pues, que seria bueno que
nos sentasemos?

Dona Blanca siguio silenciosa, lanzo una mirada al Comendador, entre
iracunda y despreciativa, y se dejo caer de nuevo en el sillon, como
aplanada. Entonces se sento el Comendador en una silla, y prosiguio
hablando.

--Mi resolucion --dijo,-- es irrevocable. Sea por lo que sea: por un
capricho, porque Clara es bonita, porque he tropezado con ella
casualmente en mi camino, por lo que a V. se le antoje, yo la he
rescatado. Todo lo que herede ella por muerte de su marido de V. lo
gozara ya, con anos de anticipacion, el que debiera heredarle, si Clara
no viviese. Viva, pues, Clara. Vengo a pedir a V. su vida.

--A lo que viene V. es a insultarme. ?Mato yo acaso a Clara?

--Lejos de mi el proposito de insultar a V. Sin querer, podria V. acaso
matar a Clara, y esto es lo que vengo a evitar. Para ello estoy resuelto
a apelar a todos los medios.

--?Me amenaza V.?

--No amenazo. Declaro mi pensamiento sin rebozo.

--?Y que me toca hacer, segun V., para evitar que Clara muera?

--Disuadirla de que sea monja.

--Eso es imposible. Yo no creo que entrar monja sea morir, sino seguir
la mejor vida.

--Ya he dicho que no discuto, ni trato de teologias con V. Concedo,
pues, que la vida del claustro es la mejor vida; pero es cuando hay
vocacion para seguirla; cuando no se va al claustro desesperada, casi
loca, llena de desatinados terrores.

--Vuelvo a repetir a V. que me deje, Sr. D. Fadrique. ?Para que hablar?
Nos atormentaremos y no nos entenderemos. Usted llama terrores
desatinados al santo temor de Dios, desesperacion al menosprecio del
mundo, y locura a la humildad cristiana y al recelo de caer en tentacion
y de faltar a los deberes. Usted considera muerte la vida que en este
mundo se asemeja mas al vivir de los angeles. ?Como, pues, hemos de
entendernos? Usted me honra mas de lo que merezco, pensando que me
acusa, al suponer que yo he inspirado a mi hija tales ideas y tales
sentimientos.

--Por amor del cielo, mi senora Dona Blanca, yo no se por quien conjurar
a V., en nombre de quien suplicarle, que no involucre las cosas, que no
me oiga con prevencion, que atienda al bien de su hija, y que no dude
de que yo vengo aqui, la molesto con mi presencia y la mortifico con mis
palabras, sin prevencion tambien, y solo por el deseo de ese bien
impulsado. ?Como he de condenar yo el santo temor de Dios, el
menosprecio del mundo, si es razonable, y la humildad cristiana, que nos
lleva a desconfiar de nuestra flaca y pecadora naturaleza? Lo que yo
condeno es el delirio. Concederia que Clara tomase el velo aun cuando no
le tomase despues de pensarlo reflexivamente; aun cuando lo tomase por
un rapto fervoroso de devocion; pero lo que no concedo, lo que no
consiento es que le tome en un arrebato de desesperacion. Seria un
suicidio abominable y sacrilego.

--?Y de donde infiere V. que Clara esta desesperada? ?Quien se lo ha
dicho a V.? ?Que motivos tiene ella para desesperarse?

--Nadie me lo ha dicho. Basta mirar a Clara para conocerlo. Usted misma
lo conoce. No disimule V. que lo conoce. Si no temiese V. hasta por su
vida corporal, ?no hubiera ya dejado que entrase en el convento? Al
darle ahora la libertad que le da, ?no lo hace V. excitada por el deseo
de que su salud se mejore? En cuanto a los motivos de su desesperacion,
concretamente yo los ignoro; pero los percibo de cierta manera confusa.
Usted la ha hecho dudar de si mas de lo que debiera: sin prever un
resultado tan funesto, ha infundido V. en su espiritu que esta
predestinada a pecar si no busca asilo al pie de los altares. En suma,
V. la ha envenenado con tal desconfianza, que ella, al sentir los
latidos de su corazon juvenil y la lozania de la vida en su verde
primavera; al ver el fuego, si puro, ardiente de sus ojos; al oir la voz
de la naturaleza, que la incita a que ame; al sonar acaso con licitas
venturas, logradas en este mundo al lado de un ser de su misma humana
condicion, se ha figurado que era presa de impuras pasiones, se ha
creido perseguida por los monstruos del infierno, y para no ser ella un
monstruo, ha querido refugiarse en el santuario.

--Demos que todo eso sea exacto --replico imperturbable Dona Blanca.--
Demos que los hechos son los mismos para V. y para mi. La diferencia
subsistira siempre en la manera de apreciarlos. Si Clara se va al
claustro, no ya por puro amor de Dios, sino por temor de ofenderle, por
considerarse sobrado fragil para resistir las tempestades del mundo y
por miedo de si misma y del infierno, Clara, a mi ver, no desatina:
Clara procede con recto juicio y consumada prudencia. Los motivos de su
vocacion para la vida religiosa, si no son los mas elevados, son buenos.
Lejos de mi el tratar de disuadirla, aunque pudiese. A fin de que goce
Clara una efimera e incierta dicha en la tierra, no he de oponerme yo a
que tome el camino que mas derechamente pueda llevarla al cielo. No por
dar gusto a V. he de aconsejar yo a Clara, cuando la nave de su vida va
a entrar ya en el puerto segurisimo y abrigado, que vuelva la proa y que
se engolfe en el pielago borrascoso, donde puede zozobrar y hundirse con
eterno hundimiento.

--Si --interrumpio el Comendador, harto ya,--lo mejor es que se muera
para que se salve.

--?Y como negarlo? --respondio fuera de si Dona Blanca.-- Mas vale morir
que pecar. Si ha de vivir para ser pecadora, para su eterna condenacion,
para su vergueenza y su oprobio, que muera. iLlevatela, Dios mio! Asi me
hubiera muerto yo. iCuanto mas me valiera no haber nacido!

--Los mismos furores de siempre. Esta V. como atormentada de un espiritu
maligno. Yo me lo sabia. Yo tengo la culpa de todo. Yo hubiera debido
robar a mi hija de la casa de V., y criarla conmigo, y hacerla dichosa,
y darle mi nombre.

--Bendito sea Dios porque no ha sido asi. iCriada mi hija por un impio!
?Que hubiera sido de ella? iDebe de ser repugnante una mujer sin
religion!

-No se lo que sera una mujer sin religion, ni hubiera sido mi proposito
que mi hija no la tuviera. Lo que se es que una mujer exaltada por el
fanatismo religioso puede hacerse insufrible.

--iQue feliz seria yo si tal hubiera aparecido a los ojos de V. desde
el principio! iCuantos males se hubieran evitado! Pero V. pensaba
entonces de otra manera, y me persiguio con constancia, me pretendio con
terquedad, y no hubo medio de seduccion, ni mentira, ni engano, ni
blandura de regaladas palabras, ni encarecimiento de amante que muere de
amor, ni promesa de darme toda el alma, que V. no emplease para vencer
mi honrado desvio. Llego V. a alucinarme hasta el extremo de anhelar yo
perderme por salvar a V. iAquel si que fue delirio! ?Pues no llegue a
sonar con que, cayendo yo, iba a ganar su alma de V. y a sacarla de la
impiedad en que estaba sumida? ?Pues no me desvaneci hasta el punto de
creer que, incurriendo con V. en el pecado, habia de levantarle y
traerle luego conmigo en la purificacion y en la penitencia? ?De que
artificios no se vale el demonio para envolvernos en sus redes? Yo
estaba ciega. Crei ver en V. un hombre extraviado que me enamoraba, que
estaba prendado de mi, a quien por amor mio iba yo a cautivar el alma,
haciendola capaz de mas altos amores. No adverti que ni siquiera era V.
capaz del bajo y criminal amor de la tierra. Usted buscaba solo la
satisfaccion de un capricho, un goce facil, un triunfo de amor propio.
V. creyo que, una vez vencido mi desvio, que despues de un instante de
pasion y de abandono, todo seria paz, todo lo olvidaria yo por V., para
que V. me hallase siempre sumisa, alegre, con la risa en los labios. V.
imagino que yo iba a matar en mi alma todo remordimiento, toda
vergueenza, toda idea del deber a que habia faltado, todo temor de Dios,
todo respeto a mi honra, todo sentimiento amargo de su perdida, todo
miedo a las penas del infierno, todo aguijon en la conciencia. Se
equivoco V., y por eso le pareci insufrible. Era V. dueno de mi alma;
pero, asi como en tierra de valientes y generosos, que jamas olvidan lo
que deben a su patria, solo posee el feroz conquistador la tierra que
pisa, asi V. no me poseia sino cuando hasta de mi misma me olvidaba.
Cuando no, me alzaba yo contra V., trataba de limpiar mi culpa con la
penitencia, y luchaba siempre por libertarme. ?Cuanto, no obstante,
hubiera debido enorgullecer a V. cada una de sus victorias, aun siendo
impio, si hubiera V. acertado a comprender la grandeza sublime y
tempestuosa de las grandes pasiones? Horribles eran aquellas frecuentes
luchas; pero V., cuando triunfaba, triunfaba, no solo de mi, sino de los
angeles que me asistian; de mi fe profunda; del cielo, a quien yo
invocaba; del principio del honor arraigado en mi alma, y de mi
conciencia acusadora y severa contra mi misma. V., que solo buscaba
alegria y deleite, se fatigo de luchar. Asi me liberte del cautiverio
infame. Alabado sea Dios, que lo dispuso. Alabado sea Dios, que ha
castigado despues tan justamente mi culpa; pero, se lo confieso a V.,
el castigo que mas me ha dolido siempre, el que mas me duele todavia, es
el tener que despreciar al hombre que he amado. Ya lo sabe V. Usted me
halla insufrible: yo le hallo a V. despreciable. Vayase de aqui. Salga
de aqui, o hare que le echen. ?Quiere V. delatarme? ?Quiere V.
declararme culpada? Hagalo. No temo ya desventura ni humillacion, por
grande que sea. Sepalo V. de una vez para siempre: me alegro de que
Clara entre en un convento. No sere tan vil, que por miedo de V. falte a
mi deber inculcandole lo contrario. Ahora, marchese; salga de mi casa;
dejeme tranquila.

Dona Blanca, puesta de pie otra vez, con ademan imperioso, senalando la
puerta con la mano, expulsaba al Comendador. ?Que habia de hacer, que
habia de contestar este? Dona Blanca parecio frenetica a los ojos del
Comendador, lleno de piedad y casi de susto. Temio ser cruel y mal
caballero si respondia. Guardo silencio. Vio el asunto perdido, al menos
por aquel lado, y no quiso prolongar mas el doble martirio.

Don Fadrique inclino la cabeza y salio de la sala harto apesadumbrado.
Apenas se vio en la antesala, bajo la escalera, abrio la puerta del
zaguan y se lanzo a la calle, respirando con delicia el ambiente, como
quien se esta ahogando y logra sacar la cabeza del agua en que se
hallaba sumergido.




XXV

A pesar de su optimista y regocijada filosofia; a pesar de su propension
natural a reir y a ver las cosas por el lado comico, D. Fadrique estuvo
todo aquel dia meditabundo, callado, con una seriedad melancolica harto
extrana en el.

A la hora de comer apenas probo bocado; apenas si hablo con su hermano,
con su cunada y con su sobrina, los cuales, cada uno por su estilo, le
agasajaban mucho.

Don Jose era un senor excelente, que no hacia mas que cuidar de su
hacienda, jugar a la malilla en la reunion de la botica y dar gusto a
Dona Antonia.

Esta senora tenia una pasta de las mejores: cuidaba de la casa con
esmero, cosia y bordaba. Era buena cristiana, iba a misa todos los dias
y rezaba el rosario con los criados todas las noches; pero en todo ello
habia algo de maquinal, de formula, costumbre o rutina, sin que Dona
Antonia se metiese en honduras religiosas. Solo salia algo de sus
casillas y mostraba cierto entusiasmo apasionado en favor de la Virgen
de Araceli, de Lucena (Dona Antonia era lucentina), prefiriendola a las
otras Virgenes y hallandola mas milagrosa.

En cuanto a director espiritual, Dona Antonia tenia a un capuchino
fervoroso y elocuente, cuya fama eclipsaba entonces la del P. Jacinto,
el cual, como mas tibio en el predicar y en el reprender, no hacia
tantas conversiones ni traia al redil tantas ovejas descarriadas como su
cofrade barbudo.

Lucia tenia por confesor al P. Jacinto, y se llevaba tan bien con su
madre, que las unicas discusiones que habia entre ellas eran sobre los
meritos de sus respectivos confesores. Por lo demas, como Dona Antonia
no tenia voluntad ni opinion, y de todo se le importaba lo mismo,
francamente no era gran prueba de sumision y deferencia en Lucia el no
discutir nunca con su madre, salvo sobre el capuchino, y alguna que otra
vez, aunque raras, acerca de la Virgen de Araceli. Lucia no era muy
devota, y careciendo de otra Virgen predilecta, concedia pronto a su
madre la superior excelencia de la suya.

La unica causa de disidencia era, pues, el P. Jacinto, en quien Lucia
hallaba superior entendimiento e ilustracion; mas al cabo, como buena
hija que era, y a fin de contentar a su madre, declaraba que el
capuchino habia reunido a un sinnumero de malos casados, que andaban
campando por sus respetos y viviendo aparte engolfados en mil
marimorenas, y habia logrado que no pocos pecadores y pecadoras dejasen
las malas companias y peores tratos, e hiciesen vida ejemplar y
penitente: de todo lo cual podia jactarse muchisimo menos el P. Jacinto;
de donde inferia Lucia que el capuchino era mejor director espiritual de
los extraviados, y el P. Jacinto mejor director de los que estaban en el
buen sendero o dentro del aprisco. El uno valia para vencer y reducir a
la obediencia a los rebeldes; el otro para gobernar sabia y blandamente
a los sumisos.

Con esto se aquietaba Dona Antonia y vivia en santa y dulce paz con su
hija, a quien habia ensenado todas sus habilidades caseras, reconociendo
la maestra, sin envidia y con jubilo, que casi siempre se le aventajaba
ya la discipula. Lucia bordaba con todo primor, en blanco, en seda y en
oro; hacia calados, pespuntes y vainicas como pocas, y en guisos y
dulces nadie se le ponia delante, que no saliera con la ceniza en la
frente. Solo resplandecia aun la superioridad de Dona Antonia en las
faenas de la matanza. Era un prodigio de tino en el condimentar y
sazonar la masa de los chorizos, morcillas, longanizas y salchichas; en
adobar el lomo para conservarle frito todo el ano, y en dar su
respectivo saborete, con la adecuada especieria, a las asaduras, que ya
compuestas llevan siempre el nombre de pajarillas, sin duda porque
alegran las pajarillas de quien las come, y a los rinones, mollejas,
higado y bazo, que se preparan de diverso modo, con clavo, pimienta y
otras especies mas finas, excluyendo el comino, el pimenton y el
oregano.

El lector no ha de extranar que entremos en estos pormenores. Convenia
decirlos, y, distraidos con la accion principal, no los habiamos dicho.

El nino mayorazgo, hijo de D. Jose y de Dona Antonia, habia ido, hacia
poco, al Colegio de guardias marinas de la isla, con buenas cartas de
recomendacion de su senor tio.

Dona Antonia andaba siempre con las llaves de una parte a otra, ya en la
reposteria, ya en la despensa, ya en la bodega del aceite, ya en la del
vino, ya en la del vinagre.

La casa tenia todo esto, como casa de labrador, a par que de senores,
pues D. Jose, al trasladarse a la ciudad, habia traido a ella muchos de
sus frutos para venderlos con mas estimacion y darles mas facil salida.

Don Jose, cuando no hacia cuentas con el aperador, o bien oia a los
caseros, que venian a verle y a informarle de todo desde las caserias, o
se largaba a la botica, donde habia tertulia perpetua y juego por
manana, tarde y noche.

Resultaba, pues, que el Comendador, salvo a las horas de las tres
comidas, y un rato de noche, cuando habia tertulia, a la cual no
faltaba jamas D. Carlos de Atienza, se hallaba en una grata y apacible
soledad, no interrumpida sino por la rubia sobrina, la cual le buscaba
siempre, preguntandole que habia de nuevo respecto a Clara.

Don Jose y Dona Antonia, que estaban en Babia, nada sabian de los
disgustos y cuidados del Comendador. Lucia los sabia a medias; distando
infinito de presumir, a pesar de sus hipotesis, que Clara estaba ligada
a su tio con vinculo tan natural.

Los criados de la casa y el publico todo seguian desorientados en punto
a D. Carlos de Atienza. Viendole joven, elegante y lindo, que venia con
frecuencia a la casa, y que cuchicheaba siempre con Lucia, supusieron
con visos de fundamento que era su novio, y ya en la casa le apellidaban
el novio de la senorita.

Tal era la situacion de cada uno de los personajes secundarios de esta
historia cuando el Comendador, despues de su entrevista con Dona Blanca,
se hallaba tan desazonado.

Durante la comida le colmaron de cuidados, creyendole indispuesto. Dona
Antonia supuso que tendria jaqueca y le excito a que fuese a reposar. D.
Jose, despues de decirle lo mismo, se largo a la botica. Lucia, con mas
vivo interes, trato de informarse mil veces de la causa del disgusto de
su tio; pero no consiguio nada.

El Comendador, a sus solas, no hacia mas que pensar sobre su dialogo
con Dona Blanca, y concebir los mas encontrados pensamientos, aunque
siempre poco gratos.

Ya se le figuraba que dicha senora tenia un orgullo satanico, un genio
infernal, y entonces se culpaba a si mismo de no haberle robado a la
hija; de haberla dejado en su poder para que la enloqueciera y la
hiciera desgraciada. Ya imaginaba, por el contrario, que, desde su punto
de vista, Dona Blanca tenia razon en todo.

El Comendador entonces calificaba su persecucion en pos de Dona Blanca y
su victoria ulterior (que en otro tiempo habia mirado como una ligereza
perdonable, como una bizarria de la mocedad) de conducta inicua y
malvada a todas luces, aun juzgada por su criterio moral, lleno de
laxitud en ciertas materias.

--Por cierto que no merezco perdon --se decia D. Fadrique.-- La maldita
vanidad me hizo ser un infame. iHabia tantas mujeres guapas cuando yo
era mozo, a quienes cuesta tan poco otro tropiezo, una caida mas o
menos! ?Por que, pues, no siendo arrastrado por una pasion vehemente,
que ni siquiera tengo esta excusa, ir a turbar la paz del alma de
aquella austera senora? Tiene razon sobrada. Soy digno de que me
aborrezca o me desprecie. Lo unico que mitiga un tanto la enormidad de
mi delito es la mala opinion que tenia yo entonces de casi todas las
mujeres. No me cabia en la cabeza que ninguna pudiera (despues sobre
todo) tomar tan por lo serio los remordimientos, la culpa... En fin, yo
no previ lo que paso despues. Si lo hubiera previsto... me hubiera
guardado bien de pretender a Dona Blanca. Aunque no hubiera habido otra
mujer en la tierra... su corazon hubiera quedado entero para D.
Valentin, sin que yo se le robara. Pero nada... iesta picara costumbre
de reir de todo... de no ver sino el lado malo! Me gusto... me
enamoro... eso si... yo estaba enamorado... y como crei que la
gazmoneria era sal y pimienta que haria mas picante y sabroso el logro
de mi deseo, y que luego se disiparia, insisti, porfie, hice
diabluras... si... hice diabluras: cree dentro de su conciencia un
infierno espantoso; por un liviano y fugitivo deleite deje en su
espiritu un torcedor, una horrible maquina de tormento, que sin cesar le
destroza el pecho, diez y siete anos hace. iComo tengo este caracter tan
jocoso!... Las canas se volvieron lanzas. La burla fue pesada. Pero
iDios mio... si yo no podia sospecharlo! Aunque me lo hubieran asegurado
mil y mil personas, no lo hubiera creido. Lo repito, no cabia en mi
cabeza. Yo no comprendia arrepentimiento tan feroz y tan persistente,
simultaneo casi con el pecado. Yo no habia medido toda la violencia de
una pasion que, a pesar del grito airado y fiero de la conciencia, que
a despecho del sangriento azote con que el espiritu la castiga, rompe
todo freno y sale vencedora. Cuando exclamaba ella, casi rendida ya a mi
voluntad, cayendo entre mis brazos, doblandose quebrantada al toque de
mis labios, recibiendo mis besos y mis caricias, cediendo a un impulso
irresistible, y no obstante luchando: "iDios mio, matame antes que caiga
de tu gracia! iPrefiero morir a pecar!;" cuando decia esto, que hoy ha
repetido a proposito de su hija, no me inspiraba compasion, no me
apartaba de mi mal proposito; antes bien era espuela con que aguijoneaba
mi desbocado apetito. iCuan hermosa me parecia entonces, al pronunciar,
con voz entrecortada por los sollozos, aquellas palabras, a las cuales
yo no prestaba sino un vago sentido poetico, y en cuya verdad profunda
yo no creia! Hasta la dulzura de su misma religion se maleaba y viciaba
en mi mente, interpretada por mi concupiscencia, y quitaba a mis ojos
todo valor a aquella desolacion suya, a aquella angustia con que miraba
y repugnaba la caida, sin hallar fuerzas para evitarla. Yo me atrevia a
decidir que no era tan gran mal el que tenia tan facil remedio. Yo me
convertia en redentor del alma que cautivaba y en salvador del alma que
perdia, parodiando la sentencia divina y diciendo en mi interior:
"Levantate: estas perdonada, por lo mucho que has amado." iAh, cielos!
?Por que ocultarmelo? Procedi con villania. Era yo tan bajo y tan vil,
que no comprendi nunca el vigor, la energia de la pasion que sin
merecerlo habia excitado. Era yo como salvaje que, sin conocer un arma,
la dispara y hiere de muerte. La grandeza y la omnipotencia del amor me
eran tan desconocidas como la persistencia y el indomito poderio de una
conciencia recta, que acepta el deber y le cumple, o jamas se perdona si
no le cumple. ?Sera que soy un miserable? ?Tendran razon los frailes y
los clerigos al sostener que no hay verdadera virtud sin religion
verdadera?

De esta suerte se atormentaba D. Fadrique en afanoso soliloquio, en que
volvia cien y cien veces a repetirse lo mismo.

El que no viniese el P. Jacinto a hablar con el inspiraba al Comendador
la mayor inquietud. Varias veces se asomo al balcon de su cuarto, que
daba a la calle, a ver si le veia salir de casa de Dona Blanca. Varias
veces salio a la calle y fue hasta el convento de Santo Domingo, aunque
estaba lejos, a preguntar si el P. Jacinto habia vuelto. El P. Jacinto
no parecia en parte alguna.

A la caida de la tarde, estando D. Fadrique en su estancia, oyo pisadas
de caballos que paraban cerca. Salio al balcon y vio apearse a D.
Valentin, que volvia de la caseria.

Llego la noche y no parecio el P. Jacinto.

Don Fadrique echaba a volar su imaginacion con vuelo siniestro. Hacia
las suposiciones mas extranas y dolorosas. --?Que habra sucedido?-- se
preguntaba.

A las ocho de la noche, por ultimo, el Comendador vio aparecer al P.
Jacinto bajo el dintel de la puerta de su cuarto.

Al verle, le dio un vuelco el corazon. El padre traia la cara mas grave
y melancolica que habia tenido en su vida.

--?Que es esto? ?Que pasa? --dijo el Comendador.--?Donde ha estado V.
hasta ahora?

--?Donde he de haber estado? En casa de Dona Blanca, donde hice mal y
remal en introducirte traidoramente. iBuena la has hecho! ?Que demonios
te aconsejaron cuando hablabas? ?Que dijiste a la infeliz? iVaya un
berrinche que ha tomado! Esta mala. iDios quiera que no se ponga peor!

El Comendador se mostro consternado, se quedo mudo. El fraile anadio:

--Clarita es una santa. Alli la dejo cuidando a su madre. No se para que
todas estas desazones. La chica esta resuelta, firmemente resuelta. Todo
es inutil. Bien hubiera podido evitarse tu endemoniada conversacion con
la madre. Tiempo es de evitar aun que te arruines a tontas y a locas.

El Comendador, recobrando el habla, respondio:

--Lo hecho, hecho esta. Yo no gusto de arrepentirme. Yo no deshago mis
promesas. Yo no me vuelvo atras nunca. Lo que prometi a D. Casimiro y el
ha aceptado, tiene que cumplirse. Pero, ?que enfermedad es esa de Dona
Blanca? ?Sigue Clara poseida de su lugubre locura? Voto a todos los
demonios y condenados que hay en el infierno, que jamas hubiera yo
podido sonar que iba a ser victima de tan enrevesados sentimentalismos.

El Comendador se paseaba a largos pasos por la estancia. El padre le
miraba con pena y algo aturdido.

En esto, Lucia, que habia visto entrar al padre, asomo la rubia y linda
cabeza a la puerta, que habia quedado entornada, y dijo con dulce
ansiedad.

--Tio, ?que hay de nuevo?

--Nada, nina. Por Dios, dejanos en paz ahora que vamos a tratar asuntos
muy graves.

Lucia se retiro, lastimada de inspirar tan poca confianza.




XXVI

Cuando el padre y el Comendador se quedaron solos de nuevo, cerro este
la puerta e interrogo al padre en voz baja sobre lo que habia oido a
Dona Blanca, sobre lo que habia hablado con Clarita; pero nada saco en
limpio.

El P. Jacinto parecia otro del que antes era. Mostrabase preocupado;
buscaba evasivas para no contestar a derechas: sus misterios y
reticencias daban a su interlocutor una confusa alarma.

Al fin tuvo D. Fadrique que dejar partir al fraile, sin averiguar nada
mas que lo que ya sabia.

Aquella noche no salio de su cuarto; no quiso ver a nadie; pretexto
hallarse indispuesto, para encerrarse y aislarse.

Se pasaron horas y horas, y aunque se tendio en la cama, no pudo dormir.
Mil tristes ideas le atormentaban y desvelaban.

Rendido de la fatiga, se entrego al sueno por un momento; pero tuvo
visiones aterradoras.

Sono que habia asesinado a Dona Blanca, y sono que habia asesinado a su
hija. Ambas le perdonaban con dulzura, despues de muertas; pero este
perdon tan dulce le hacia mas dano que las punzantes palabras que aquel
dia habia escuchado de boca de su antigua querida. Esta y Clara se
ofrecian a su imaginacion con la palidez de la muerte, con los ojos
fijos y vidriosos, pero como triunfantes y serenas, subiendo lentamente
por el aire, hacia la region del cielo, y entonando un antiguo himno
religioso, que siempre habia atacado los nervios y contrariado los
sentimientos harto gentilicos del Comendador por su funebre ternura, por
su identificacion del amor y de la muerte, y por su misantropica
exaltacion del ser del espiritu por cima de todo deleite, contento,
esperanza, consolacion o bien posible en la tierra.

Las mujeres, que iban subiendo al cielo, cantaban; y D. Fadrique oia, a
traves del ambiente tranquilo, los ultimos versos del himno, que decian:

        _Mors piavit, mors sanavit
        Insanatum animum_

Con estos dos versos en la mente se desperto D. Fadrique.

Apenas se hubo vestido, oyo que daban golpecitos a la puerta.

--?Quien es? --pregunto?

--Soy yo, tio --dijo la dulce voz de Lucia.-- Tengo que hablar con V.
?Puedo entrar?

--Entra, --contesto el Comendador con bastante zozobra de que Lucia
trajese malas noticias.

La cara de Lucia estaba demudada. Los ojos algo encarnados, como si
hubiesen vertido lagrimas.

--?Que hay? --dijo D. Fadrique.

--Que Dona Blanca esta muy mala. Clara me escribe diciendomelo, y me
ruega que haga la caridad de ir a acompanarla.

--?Y se sabe que tiene Dona Blanca?

--Yo, tio, no lo se. El mal ha venido de subito. La criada, que me trajo
la carta de Clarita, dijo que su ama cayo enferma como herida por un
rayo; que eso es verdad, la senora estaba delicada, pero que al fin lo
pasaba regular, como casi todos, cuando de repente, cual si hubiera
tenido alguna aparicion de los malos y hubiera peleado con ellos, cayo
en tal postracion, que ha sido menester ponerla en la cama, donde esta
aun con calentura.

Don Fadrique sintio un frio repentino, que discurria por todo su cuerpo
y que hasta los huesos le penetraba. Imagino que se le erizaban los
cabellos. Se inmuto; pero con habla interior dijo para si:

--En efecto, ?habre sido tan brutal que la haya asesinado?

Notando despues que Lucia no tenia mas que decir y aguardaba respuesta,
el Comendador hizo un esfuerzo para aparentar serenidad, y dijo a su
sobrina:

--Ve, hija mia; ve a cumplir con ese deber de caridad y de amistad para
con Clarita. Procura consolarla. iOjala que el padecimiento de Dona
Blanca no tenga peores consecuencias!

--Voy volando, --replico Lucia.

Y sin aguardar mas, con la venia de su madre, que ya tenia, bajo la
escalera y se fue a la casa inmediata.




XXVII

La sobrina del Comendador tenia tan alegre caracter como su tio. Era,
por naturaleza, tan optimista como el. Casi todo lo veia de color de
rosa; pero, compasiva y buena, tomaba pesar por los males y disgustos de
los otros, si bien procurando mas consolarlos o remediarlos que
compartirlos.

Con esta disposicion de animo entro Lucia a ver a Clara. Apenas se
vieron, se abrazaron estrechamente.

Clara, al contrario de Lucia, era melancolica, vehemente y apasionada,
como su madre. Sobre esta condicion del caracter, que era ingenita en
ella, la educacion severisima de Dona Blanca, su continuo hablar de
nuestra perversidad nativa, su concepto del mundo y del vivir como valle
de lagrimas y tiempo de prueba, y su terror de la eterna condenacion y
de lo facil que es caer en el pecado, habian difundido por toda el alma
de Clara una sombra de amarga tristeza y de medrosa desconfianza. Por
dicha, Clara carecia de aquel orgullo, de aquel imperio de su madre, y
el lado obscuro y tenebroso de su espiritu estaba suavemente iluminado
por un rayo celeste de humildad, resignacion y mansedumbre.

Clara era mil veces mas amante que su madre, y se abandonaba a la
dulzura de amar, si bien con recelo siempre de pecar amando.

Ambas amigas se hallaban en un cuarto contiguo a la alcoba de Dona
Blanca.

El cuitado de D. Valentin no sabia que hacer: andaba inquieto; bullia de
un lado a otro, sin atreverse a entrar en la alcoba de su mujer para que
no le despidiese a gritos, porque venia a turbar su reposo, y sin
atreverse tampoco a no estar alli cerca para que su mujer no le acusase
de indiferente, egoista y desalmado, que no miraba con interes sus
males, y ni siquiera preguntaba por su salud. En esta perplejidad, D.
Valentin entraba y salia; asomaba de vez en cuando la nariz a la alcoba,
a ver si le veia Dona Blanca y le decia que entrase, y, sin decidirse a
entrar, mientras no alcanzaba la venia, preguntaba a Clara por su madre,
ni en voz muy alta para que Dona Blanca se incomodase, ni en voz muy
baja para que fuera posible que Dona Blanca le oyese y comprendiese que
su marido cuidaba de ella y no era un hombre sin entranas.

Este procedimiento prudentisimo no le valio, sin embargo. Ya una vez,
como repitiese con harta frecuencia lo de asomar la nariz a la puerta
de la alcoba, Dona Blanca habia dicho:

--?Que haces ahi? ?Vienes a molestarme? Pareces un buho que me espanta
con sus ojos. Dejame en paz, por Dios.

Poco despues se descuido algo D. Valentin, alzo la voz demasiado al
preguntar a Clara por su madre, y esta exclamo desde la alcoba:

--iQue pesadilla de hombre! Se ha propuesto no dejarme descansar. iSi
parece que esta hueco! Valentin, habla bajo y no me mates.

D. Valentin salio entonces zapeado de la estancia en que se hallaban
Clara y Lucia, y las dejo solas.

Aunque Dona Blanca era buena cristiana, estos raptos de mal humor contra
su marido se comprenden y explican como en cierto modo independientes de
su voluntad. Dona Blanca no habia encontrado en el ni un atomo de la
poesia, ni una chispa de las sublimidades que habia sonado hallar, en su
inexperiencia, en el hombre a quien dio su mano, siendo aun muy nina.
Luego, hacia diez y siete anos, no veia ella en D. Valentin sino un
hombre cuya serenidad era el perpetuo sarcasmo de las borrascas de su
corazon; cuya union con ella habia hecho que lo que pudo ser un bien
licito, una felicidad santificada, fuese un pecado abominable, y cuya
salud corporal parecia una burla de los achaques y padecimientos que a
ella la atormentaban. Hasta la paciencia con que D. Valentin la sufria
era odiosa a Dona Blanca, cual si implicase bajeza, gana de no
incomodarse por no molestarse, desden o menosprecio.

En balde procuraba Dona Blanca formar mejor opinion de su marido, a fin
de respetarle, como reflexivamente conocia que era su deber: Dona Blanca
no lo lograba. Las mejores prendas de alma de D. Valentin, con
intervencion quizas de algun demonio astuto, se trocaban, en el alma de
Dona Blanca, en defectos ridiculos. En balde pedia a Dios Dona Blanca
que le concediese, ya que no amar, estimar a su marido. Dios no la oia.

Zapeado, pues, D. Valentin, Dona Blanca quedo sola en la alcoba,
abismada, sin duda, en sus hondos y amargos pensamientos, y Clara y
Lucia, casi al oido la una de la otra, hablaron asi:

--?Que ha dicho el medico, Clara? ?Que tiene tu madre? --pregunto Lucia.

--El medico hasta ahora --respondio Clara,--no ha dicho mas que lo que
cualquiera de nosotros ve y comprende: que mi madre tiene calentura;
pero la calentura es solo sintoma de un mal que el medico desconoce aun.
Anoche la calentura fue muy fuerte y nos asustamos mucho. Hoy de manana
ha cedido.

--Vamos, Clarita, ya veo que exageraste en tu carta y me alarmaste sin
motivo. Tu madre se curara pronto. Apuesto que la causa de toda su
indisposicion ha sido alguna rabieta que ha tenido con D. Valentin.

--Pues te equivocas. Mi madre no ha tenido la menor rabieta con nadie en
todo el dia de ayer. Papa estuvo en el campo.

--Entonces se concibe que no rabiase con el. ?Y contigo no rabio?

--Hace dias que mi madre esta dulcisima conmigo. Te repito que ayer no
se sofoco mama con nadie; no rino a ninguna criada; estuvo apacible y
silenciosa.

Clara, si bien era una criatura de singular despejo, se forjaba la
extrana ilusion de que una buena madre de familia tenia forzosamente que
rabiar, y asi no decia nada de lo dicho para censurar a su madre, sino
candorosamente.

Lucia no insistio en buscar el origen del mal de Dona Blanca: se inclino
a creer que este mal era pequeno, a fin de no tener que afligirse; y
volviendo la conversacion hacia otros puntos, pregunto a su amiga:

--Clara, ?sigues firme en tu resolucion de tomar el velo?

--Estoy mas resuelta que nunca. Una voz misteriosa me grita en el fondo
del alma que debo huir del mundo; que el mundo esta sembrado de peligros
para mi.

--Confieso que no te entiendo. ?Que peligros tendra el mundo para ti,
que para los demas no tenga?

--iAy, querida Lucia; el desorden de mi espiritu, los extranos impulsos
de mi corazon, la violencia de mis afectos!

--Pero, muchacha, ?que violencia, ni que desorden es ese? Yo no hallo
desordenado ni violento el que ames a D. Carlos, que es muy guapo y
joven, y el que no gustes de D. Casimiro, que es viejo y feo. Esto me
parece naturalisimo.

--Sera natural, porque la naturaleza es el pecado.

--?Donde esta el pecado?

--En desobedecer a mi madre, en enganarla, en haber atraido a D. Carlos
con miradas amorosas y profanas, en complacerme en que guste de mi y en
que me persiga, en desear que siga queriendome hasta en este instante,
cuando ya estoy decidida a no ser suya. En suma, Lucia, mi alma es un
tejido de maranas y de enredos, que el mismo diablo trama y revuelve.
Ademas, yo he prometido a mi madre que sere monja, y para que lo sea, ha
despedido ella a D. Casimiro. ?Como faltar ahora a mi promesa, burlarme
de mi madre y hasta de Cristo, a quien he dado palabra de esposa? ?Que
infamia me propones?

--Es verdad, hija mia: el caso es apurado; pero ?quien te mando que
dijeses que querias ser monja y que lo prometieses? ?Por que no
declaraste con valor a tu madre que no querias a D. Casimiro y que no
querias ser monja tampoco?

--Bien sabe Dios --respondio Clara,-- que deseo desahogarme contigo,
depositar en tu amistoso corazon el secreto de mi infortunio,
confiartelo todo; pero yo misma no me comprendo sino de un modo
imperfecto, y lo que de mi misma comprendo esta tan enmaranado, que no
encuentro palabras para explicartelo. Siento la razon y causa de todas
mis acciones, y no las percibo bien para exponerlas. Quiero, no
obstante, sincerarme y tratar de probarte que no es absurda mi conducta.
Voy a ver si lo consigo. Yo he amado, yo amo aun a D. Carlos de Atienza.
Yo detesto a D. Casimiro. Esto es verdad; pero mi amor por D. Carlos y
mi odio a D. Casimiro no han tenido jamas la suficiente energia para
hacerme arrostrar la colera de mi madre, declarandole que amaba al uno y
odiaba al otro. Asi, pues, te aseguro que durante meses he estado
resignada a sofocar en mi alma el naciente amor a D. Carlos y a casarme
con D. Casimiro para ser una hija obediente. Hubiera yo preferido a todo
ser esposa de Cristo; pero me consideraba indigna. Para ser mujer de D.
Casimiro me sentia con fuerzas. Yo esperaba vencer mi fatal inclinacion
a D. Carlos, y, logrado esto, ser modelo de casadas: cuidar al achacoso
D. Casimiro, y hasta quererle, imponiendome como deber el carino.
Hallandome de esta suerte, nuevos y extranos sentimientos han combatido
mi alma y han hecho que mi espiritu dude mas de si. Me he llenado de
terror. En mi humildad, no me he creido digna ni de ser mujer de D.
Casimiro. Me he espantado de mi flaqueza, de la perversidad de mis
inclinaciones, y entonces he pensado en refugiarme en el claustro.
Juzgandome menos digna que antes de ser esposa de Cristo, he pensado en
la infinita bondad de aquel Soberano Senor, padre de las misericordias,
y he comprendido que, aun siendo yo indigna de todo, podia acudir a El y
refugiarme en su seno, segura de que no me rechazaria, de que me
acogeria amoroso, purificandome y santificandome con su gracia.

--Tu me hablas de nuevos y extranos sentimientos, pero sin decir cuales
son --dijo Lucia.-- Aqui hay un misterio que no me dejas penetrar.

--iAy! --exclamo Clara,-- apenas si yo le penetro. ?Como declarartele?
Mira, Lucia, yo conozco que amo siempre a D. Carlos. Si me finjo en
completa libertad de elegir mi vida, me parece que mi eleccion sera ser
mujer de D. Carlos. Su talento, su bondad, su delicada ternura, me hacen
presentir que seria yo dichosa viviendo a su lado. Te lo confesare. A
pesar del horror que mi madre ha sabido inspirarme a la complacencia de
los sentidos, la imagen material de D. Carlos, su porte, la gallardia
de su cuerpo, la elegancia y pulcritud de su vestido, el fuego de sus
ojos y la viva animacion de su semblante y la frescura de su boca me
atormentan y me hieren, y me distraen de mis piadosas meditaciones.

--Te lo repito, Clarita: en nada de eso veo yo la obra del diablo; en
nada descubro influencias sobrenaturales: todo es naturalisimo. Y si,
como tu afirmas, la naturaleza es el pecado, bien es menester, o que
Dios nos de medios sobrenaturales para vencerla, o que nos perdone con
muchisima generosidad cuando ella nos venza. ?Donde estan esos
sentimientos singulares que te perturban?

--Lucia, tu hablas con suma ligereza. Tus razones tienen no se que fondo
de impiedad. Me da miedo. Mi madre no se enganaba. El trato, la
conversacion con tu tio debe de ser muy peligrosa.

--No disparates, Clara. A mi tio no se le ha ocurrido jamas darme
lecciones de impiedad. Si lo que yo sostengo es poco piadoso, la culpa
es completamente mia. Sere yo la que esta endiablada. Pero dejemos a un
lado esas cuestiones: vamos a lo que importa. Dime que raros
sentimientos te asaltan el alma, inspirandote esa humildad, esa
desconfianza profunda, que te induce a tomar el velo.

--No acierto a decirtelo. Me falta valor.

--Ea... animo... di lo que es.

--Mi madre no ha hecho mas que hablarme de tu tio desde que aparecio en
esta ciudad... desde que yo le vi y pasee con el una tarde. Me le ha
pintado como pudiera haberme pintado a Luzbel, rodeado aun de hermosos
fulgores de su primitiva naturaleza angelica, valeroso, audaz,
inteligente como pocos seres humanos. Me ha hecho creer que ejerce tal
imperio sobre las almas, que las atrae y las cautiva, y las pierde si
gusta. En su mirada hay una luz siniestra que ciega o extravia. En su
palabra, una musica seductora que embelesa los entendimientos y
ensordece la voz del deber en la conciencia. Segun mi madre, tu tio es
la maldad personificada, el dechado de la irreligion, un rebelde contra
Dios, de quien conviene apartarse para no contaminarse. En resolucion,
cuanto mi madre ha dicho de tu tio debiera infundirme hacia el un odio,
una aversion grandisima. Se por mi madre que el Comendador es un
reprobo. No hay esperanza de que se salve. Esta condenado. Es como
Luzbel. Y, sin embargo, lejos de producir en mi los discursos de mi
madre el horror hacia el Comendador que ella deseaba, tal es mi
perversidad, tan pecaminoso es mi espiritu de contradiccion, que han
avivado mis simpatias hacia tu tio. Yo no debiera decirtelo, yo no se
como tengo la desvergueenza de decirtelo. Apenas si a mi confesor le he
dejado entrever algo de lo que siento en el negro abismo de mi corazon.
Pero, si no te lo digo... ?con quien me desahogo?... Lucia, tu eres mi
mejor amiga... Yo quiero al Comendador de un modo inexplicable. Me
siento arrastrada hacia el. Creo en todas sus maldades porque mi madre
me las ha dicho; y creo que Dios, a quien el Comendador es simpatico, se
las va a perdonar, como yo se las perdono. ?No es una monstruosidad, no
es una aberracion este carino hacia una persona casi desconocida? Yo me
condenaba antes por mi inclinacion a D. Carlos, a despecho, a escondidas
de mi madre. Ahora me sucede casi lo mismo que a ti: mi inclinacion a D.
Carlos me parece natural. Lo diabolico, lo abominable es mi inclinacion
a tu tio. Es un sentimiento tan distinto, que no destruye ni aminora mi
afecto a D. Carlos. Esto prueba mi desordenada indole, mi pecadora y
perturbada manera de ser. No se con que pretexto, bajo que titulo, con
que nombre carinoso he de acercarme a el, hablarle, llegar a su
intimidad, y lo deseo. Cuantas cualidades detestables mi madre le
atribuye, se me antoja que no lo son en el, porque es un ser de superior
natural jerarquia y esta exento de la ley comun para los demas mortales.

Con la mirada fija, con el semblante no risueno, como le tenia de
costumbre, sino triste y grave, y sin acertar a contestar palabra, oyo
Lucia la inesperada confesion de Clara.

Despues de unos instantes de silencio Clara prosiguio:

--Nada me respondes; nada observas; te callas; reconoces que soy un
monstruo. Sera amor de otro genero, sera un sentimiento indefinido, que
carece de nombre en la clase e historia de las pasiones; pero yo quiero
a tu tio y le quiero por esa misma pintura con que mi madre ha procurado
que yo le aborrezca.

A este punto llegaba Clara, cuando vino a interrumpirla la voz de Dona
Blanca, que decia:

--iHija, hija!

Lucia y Clara se estremecieron. Aunque era imposible que Dona Blanca las
hubiese oido, imaginaron por un instante que milagrosamente las habia
oido y que iba a terciar en la conversacion por estilo terrible.

--?Que manda V., mama? --dijo Clara temblando.

--Agua. Dame un poco de agua. iMe ahogo!

Las dos amigas acudieron a la alcoba a dar agua a la enferma. Entonces
notaron con pena y sobresalto que la fiebre habia crecido. Las
palpitaciones del corazon de Dona Blanca eran tan violentas, que se
hacian perceptibles al oido.

--?Que siente V., senora? --pregunto Lucia...

--Una ansiedad... una fatiga... --respondio Dona Blanca,-- el corazon me
late con tanta fuerza.

Lucia poso suavemente la mano sobre el pecho de Dona Blanca. Entonces
noto con pena que los latidos de su corazon habian perdido el ritmo
natural: eran desordenados y anormales; pero no dijo nada por no asustar
a la paciente y a su hija.

El cuidado que requeria Dona Blanca no consintio que prosiguiese el
dialogo entre Clara y Lucia.




XXVIII

Tantos anos de pesares y de tormentos habian ido destruyendo la salud de
Dona Blanca. Su tristeza sin tregua; su oculta vergueenza, con la que de
continuo tenia que verse cara a cara, sin poder hallar alivio
comunicandola y confiandose a una persona amiga; sus luchas de compasion
y de desprecio por su marido y de amor y de odio por el Comendador; su
horror del pecado que creia sentir sobre ella y que le pesaba como lepra
asquerosa e incurable; su orgullo ofendido; su temor del infierno, al
que a veces se creia predestinada, y su preocupacion incesante de la
suerte de Clara, a quien amaba con fervor y a quien en ocasiones
aborrecia, como vivo testimonio de su mas grave falta y de su mas
imperdonable humillacion, habian influido lastimosamente sobre todos los
organos de aquella vida corporal.

Dona Blanca hacia mucho tiempo estaba sujeta a frecuentes paroxismos
histericos. Habia momentos en que le parecia que se ahogaba: un
obstaculo se le atravesaba en la garganta y le quitaba la respiracion.
Entonces le daban convulsiones que terminaban en sollozos y lagrimas.
Despues solia calmarse y quedar por algunos dias tranquila, aunque
palida y debil.

El caracter violentisimo de aquella mujer, exacerbado por la continua
contemplacion de una desgracia, que hacia mayor su melancolica fantasia,
la impulsaba a tratar a su marido, a su hija y a muchos de los que la
rodeaban, con un despego, con una dureza cruel, de la que en el fondo
del corazon, que era bueno, se arrepentia ella al cabo, no siendo
fecundo este arrepentimiento sino en nuevos motivos de disgustos y de
amarguras.

La energia de las pasiones habia asi, poco a poco, fatigado
materialmente el corazon de Dona Blanca, excitandole a moverse con
impulso superior a sus fuerzas. No padecia solo de las palpitaciones
nerviosas de que daba muestras en aquel instante. Tal vez (los medicos
al menos lo habian afirmado) Dona Blanca tenia una enfermedad cronica en
aquel organo tan importante.

A pesar de su cansancio, tal vez el excesivo ejercicio habia agrandado y
robustecido de una manera peligrosa aquel activo corazon.

Como quiera que fuese, Dona Blanca hacia tiempo que estaba harta de
vivir.

La unica idea, el unico proposito, el solo fin que en su vivir estimaba
era el de cumplir un deber terrible: el evitar que su hija heredase a
D. Valentin.

Cuando su hija le prometio con solemne promesa entrar en el claustro, y
cuando despues supo, de boca del P. Jacinto, y mas tarde de los labios
del mismo D. Fadrique, el rescate de Clara, si bien le rechazo y le
juzgo inutil ya, se tranquilizo, creyendo su proposito cumplido en
cualquier evento, y considerandose desligada del mundo; sin nada que
hacer en el sino atormentarse, y sin razon alguna para desear, estimar y
conservar la vida.

El reposo relativo del espiritu de Dona Blanca cuando penso haber
hallado la solucion de su dificil problema, la hizo caer en una
postracion, en una atonia peligrosa. Por otro lado, no obstante, su
imaginacion, fecunda en atormentarla, le ofrecia mil motivos de
afliccion y de ira. La generosidad del Comendador humillaba su orgullo,
y por mas que trataba de empequenecerla o de afear y envilecer sus
causas fingiendoselas vulgares, absurdas o caprichosas, dicha
generosidad resplandecia siempre y la ofendia.

La voluntad de Dona Blanca era de hierro: pocas personas mas pertinaces
y firmes que ella; pero su espiritu vacilaba y no se aquietaba jamas. La
fuerza de cualquier encontrado pensamiento bastaba a descontentarla de
lo que habia hecho, y no bastaba a hacerle cambiar y a moverla a hacer
otra cosa. No producia sino nueva mortificacion esteril.

Asi es que Dona Blanca percibia vivamente la presion que habia ejercido
sobre el alma de su hija, que, sin querer, acaso la habia hecho infeliz,
y que su hija iba a encerrarse en un convento, no devota, sino
desesperada. Las rudas acusaciones del Comendador durante la fatal
entrevista, acusaciones contra las cuales se habia ella defendido con
valor y tino, terminada aquella lucha de palabras, acudian a su mente
con mayor fuerza, sin que las dijera el Comendador, sin que se pudieran
rechazar merced al calor de la disputa, y labrando en su animo como una
honda llaga.

El ardiente amor que el Comendador le habia infundido, siendo causa de
que ella se humillase, se habia convertido en espantoso aborrecimiento y
sin perder este caracter, sin volver a su ser primero, porque ya no era
posible, porque su alma tenia mucha hiel para poder amar, habiase
recrudecido en su seno durante la entrevista con el hombre que le
inspiraba.

Todos estos dolores, tribulaciones y combates espirituales no es de
maravillar que produjesen en Dona Blanca una enfermedad aguda,
sobrexcitando sus males cronicos.

Poco despues de la conversacion entre Clara y Lucia, de que acabamos de
dar cuenta, visitaron a la enferma los dos medicos mejores de la
ciudad. Ambos convinieron en que su dolencia era de cuidado. Ambos
reconocieron cierta alarmante alteracion en la circulacion de la sangre,
que por la fiebre sola no se explicaba. El corazon tenia una actividad,
enfermiza y un excesivo desarrollo. El pulso era vibrante y duro. El
lado izquierdo del pecho de la enferma se estremecia con las
palpitaciones. Un vivo carmin tenia las mejillas de Dona Blanca, de
ordinario palidas.

Los medicos auguraron mal de estos y otros sintomas: la principal
dolencia estaba complicada con otras muchas. No hallando, pues, remedio
eficaz por lo pronto, recetaron algunos paliativos, y entre ellos la
digital en pequenas dosis.

Aunque disimularon bastante la gravedad y el caracter poco lisonjero de
sus observaciones y pronosticos, dejaron a las dos amigas en extremo
afectadas.

Todo aquel dia permanecio Lucia al lado de Clara, auxiliandola en sus
faenas y cuidados; pero ya no era ocasion propicia para volver a las
confidencias.

Si bien Clara no volvio a hablar del estado de su alma, sin duda pensaba
en el, segun lo preocupada que estaba. Lo que antes de confiarse a Lucia
habia ella percibido en imagenes vagas y como borrosas, habia adquirido,
en su propia mente, mayor ser, consistencia y determinada figura al
formularse en palabras. Asi es que, en medio del afan y del dolor que
por su madre sentia, Clara se atormentaba con la idea de aquella
inclinacion hacia un sujeto, a favor del cual, por extraordinario
hechizo, se trocaban en causas y motivos de simpatia y afecto todas las
razones que para aborrecerle le daban.

Lucia, por su parte, tambien estaba meditabunda y triste en extremo. Su
taciturna tristeza, dado su caracter regocijado, parecia superior a la
pena que pudiera sentir por el mal de Dona Blanca, y aun al mismo
disgusto que los devaneos mentales y los dolores fantasticos de su amiga
debieran causarle.

Don Valentin, combatido por los opuestos sentimientos de la compasion y
del terror que su mujer le inspiraba, seguia viniendo con frecuencia a
informarse del estado de la paciente; pero, en vez de entrar en el
cuarto y asomar la nariz a la alcoba, se quedaba fuera y asomaba solo al
cuarto la nariz, preguntando a su hija:

--?Como esta tu mama?

Clara respondia: --Lo mismo;-- y D. Valentin se iba.

Fuera de la criada de mas confianza, que ya venia a traer un recado, ya
a dar algun auxilio indispensable, nadie mas que el P. Jacinto entraba
en la habitacion donde se hallaban Clara y Lucia.

Al anochecer subio de punto, llego a su colmo la agitacion febril de
Dona Blanca. El P. Jacinto estaba acompanando a las dos amigas y
asistiendo con ellas a la enferma.

Esta, que habia estado por la tarde sonolienta y postrada, empezo a dar
senales de vivisima exaltacion: se quejo de que le dolia la cabeza;
mostro en el semblante cierta movilidad convulsa; pronuncio frases sin
orden ni concierto. Lo que mas repetia era:

--Vete, Valentin. Dejame, no me atormentes. --Sin duda la enferma tenia
la alucinacion de ver a D. Valentin, que alli no estaba.

Asi permanecio Dona Blanca hasta cerca de las diez. Entonces se agravo
el mal: el delirio se declaro; estallo con impetu.

El cerebro sintio por completo la reaccion del mal que la infeliz tenia
en las entranas. Los pensamientos todos, que durante anos la
atormentaban, y que hacia mas de treinta horas habian cobrado mayor
brio, se barajaron en tumulto; se rebelaron contra la voluntad, se
hicieron independientes de ella, rompieron todo freno; y, buscando y
hallando maquinal e instintivamente palabras adecuadas en que
formularse, salieron del pecho en descompuestas voces.

Dona Blanca se incorporo en la cama; miro con ojos extraviados a Lucia y
a Clara y al fraile, y hablo de esta manera:

--iVete, Valentin! ?Por que quieres matarme con tu presencia? Matame
con un punal... con una pistola. Echame una soga al cuello y ahorcame.
No seas cobarde. Toma la debida venganza.

--Sosiegate, Dona Blanca --interrumpio el fraile, a quien ella se
dirigia como si fuera D. Valentin.--Sosiegate; tu marido esta fuera...
Idos, muchachas --anadio, dirigiendose a las dos amigas.--Dejadme solo
con la enferma, a ver si logro que se sosiegue.

Clara y Lucia, como si estuviesen alli clavadas, no se movieron. Dona
Blanca prosiguio:

--Ten valor y matame. Tu honra lo exige. Es necesario que mates tambien
al Comendador. Esta condenado. Se ira al infierno y me llevara consigo.

--iMadre, madre, V. delira! --exclamo Clara.

--No, no deliro --respondio Dona Blanca.-- Y tu, necio --anadio
dirigiendose al fraile,-- ?eres ciego? ?no la ves? --y senalaba con el
dedo a su hija.-- iComo se le parece! iDios mio! iComo se le parece! Es
un retrato suyo. iApartate de mi vista, vivo testimonio de mi vergueenza!

Clara, llena de horror y de ansiosa curiosidad a la vez, oia a su madre y
pugnaba por comprender todo el arcano tremendo. Al sonar las ultimas
palabras, que iban dirigidas a ella, se cubrio Clara el rostro con ambas
manos.

--Bien puedes estar satisfecha --continuo Dona Blanca.-- Te tenia
olvidada; pero al cabo se acordo de ti e hizo un gran sacrificio. Ya
pago de antemano lo que has de heredar de mi marido. Te rescato de Dios
para entregarte al mundo. Quedate en el mundo. Tu no puedes ser monja.
La mala sangre del Comendador hierve en tus venas. ?Como dudar que eres
la hija maldita de aquel impio?

Clara, al oir estas ultimas palabras, dio un grito inarticulado y cayo
desmayada entre los brazos de Lucia.

Lucia saco a Clara fuera de la alcoba, sosteniendola por debajo de los
brazos y tirando de ella.

Dona Blanca, entre tanto, no pudiendo resistir mas a la honda emocion,
extenuada, rendida, cayo de nuevo en la cama, con temblor convulso y
rigidez de los tendones, lo cual fue cediendo con lentitud y dando lugar
a un desfallecimiento profundo.

El P. Jacinto acudio entonces a donde estaba Clara, que Lucia habia
recostado en un sofa.

Clara volvio en si del desmayo, exhalo un suspiro y rompio a llorar con
desatado y copioso llanto.

--iClara, amiga querida! dijo Lucia.

--Calmate, nina, calmate, --exclamo el P. Jacinto.

--iDios santo y misericordioso! --dijo Clara.--Tu mano omnipotente me
hiere y me sana al propio tiempo. iPobre madre mia de mi alma! iCuan
infeliz has sido! Y el... iay! el... no puede ser impio y perverso como
tu supones... iAhora comprendo por que y como yo le amaba!




XXIX

La enfermedad siguio su curso ascendente. Tres dias despues de la escena
que hemos descrito, Dona Blanca estaba tan mal, que no habia esperanza
de salvarla.

Su hija y Lucia la habian cuidado, la habian velado con el mayor carino
y esmero.

Los accesos de delirio se habian renovado con largas intermitencias de
postracion.

La cabeza de Dona Blanca se despejo al cabo por completo; pero su estado
era digno de lastima: la respiracion, corta y anhelante; la voz,
alterada y ronca; imposibilidad de estar acostada; necesidad de estar
incorporada.

Los medicos declararon al P. Jacinto que habia sobrevenido un grave
impedimento a la circulacion de la sangre en el mismo corazon, y que, si
crecia el impedimento, se seguiria la muerte.

El padre dejo percibir a Clara aquel terrible pronostico, con la mayor
delicadeza que pudo, y confeso y administro a la paciente.

En aquel momento supremo, a las puertas de la eternidad, Dona Blanca
depuso la dureza de su genio, su orgullo y su amargura, y no guardo en
el alma sino la fe vivisima, que hizo renacer en ella las esperanzas
ultramundanas y abrio el manantial de las mas puras consolaciones.

Dona Blanca llamo a D. Valentin, le abrazo y le suplico que la
perdonase. D. Valentin, muy afligido y lloroso, y no menos humilde,
contesto que nada tenia que perdonar; que el era el culpado, pues no
habia sabido hacer dichosa a una mujer tan santa y tan buena.

El rostro macilento de Dona Blanca se tino entonces de ligero rubor. Sus
labios exhalaron un triste suspiro.

A Clara la llamo a si Dona Blanca, le dio un beso en la frente, y le
dijo al oido con acento apenas perceptible:

--Di a tu padre que le perdono. Tu, hija mia, sigue los impulsos de tu
corazon. Eres libre. Se honrada. No te cases si no le amas mucho. Mira
no te enganes. Lo se todo... Me lo ha dicho el padre Jacinto. Si le amas
y merece tu amor, casate con el.

Pocos instantes despues exhalo Dona Blanca el ultimo suspiro, diciendo
con ahogada y sumisa voz:

--iJesus me valga!

El dolor de Clara fue profundo. Silenciosamente lloro la muerte de su
madre.

Lucia lloro tambien y trato de mitigar con su afecto el dolor de su
amiga.

El P. Jacinto, acostumbrado al espectaculo de la muerte y familiarizado
con ella, cerro piadosamente los ojos y la boca de la difunta, que se
habian quedado abiertos; puso sus manos en cruz, y la extendio en el
lecho.

El debil D. Valentin, cuando vio muerta a su mujer, sintio por un lado
una pena muy viva, porque todavia la amaba; pero, por otro lado, segun
aseguran malas lenguas, que siempre estan de sobra, advirtio cierto
alivio, cierto desahogo, cierto infame deleite en su alma, como si le
quitaran un enorme peso de encima, como si le libertaran de la
esclavitud. Tan opuestas pasiones, batallando dentro de su nerviosa y
debil constitucion, le hicieron romper en risa sardonica. Despues se
asusto de si mismo; se creyo peor de lo que era, tuvo miedo del diablo;
tuvo vergueenza de que Dios, que todo lo ve, viese la sucia fealdad de su
conciencia, y se compungio y amilano. Acudieron entonces a su memoria
los amores pasados, los dulces dias de la ilusion, el tiempo en que su
mujer le queria; y todo ello enternecio por tal arte aquel pecho nada
varonil, que el desgraciado se deshizo en lagrimas, dando sollozos,
gemidos y hasta gritos, moviendo a gran compasion el verle y el oirle.

El P. Jacinto llevo a D. Fadrique la noticia de la catastrofe.

Don Fadrique, retirado en su cuarto, aguardaba siempre con ansiedad
noticias de la enferma. Esta vez, al mirar al P. Jacinto, el Comendador
leyo en su rostro lo que habia ocurrido.

--Ha muerto, --dijo el Comendador.

--Ha muerto, --respondio el fraile.

El Comendador no replico palabra. Inmovil, de pie, callado, sintio un
dolor mezclado de remordimiento. Dos gruesas y amargas lagrimas rodaron
por sus mejillas.

--Te ha perdonado --dijo el P. Jacinto.

--iAh, padre!... yo no me perdono... Me seria menos insufrible en la
memoria el recuerdo de una afrenta no vengada... de una vileza en que yo
hubiese incurrido... de una mancha en mi honor... En cualquiera otro
caso me seria mas facil conciliarme conmigo mismo. Aunque Dios me
perdone... yo no me perdono.




XXX

A los seis meses de la muerte de Dona Blanca, en pleno invierno, se
reunian todas las noches en torno del hogar, en el piso alto de la casa
del mayorazgo D. Jose Lopez de Mendoza, a mas de su mujer y de su hija
Lucia, el Comendador D. Fadrique, el viudo D. Valentin, Clara y a veces
el padre Jacinto.

El joven D. Carlos de Atienza habia estado dos o tres veces en Sevilla a
ver a sus padres; pero en seguida se habia vuelto. Tenia abandonada la
Universidad; no pensaba en los estudios ni en la carrera. Habiase
consagrado enteramente a idolatrar, a consolar, a adorar a Clarita, a
quien ya veia sin dificultad, de diario.

Don Fadrique y el P. Jacinto iban y venian a Villabermeja; pero estaban
mas tiempo en la ciudad.

La donacion de los bienes de D. Fadrique se habia hecho en toda regla y
con el posible sigilo.

Don Fadrique vivia modestamente de su paga de oficial retirado.
Habitaba, no obstante, en Villabermeja la casa del mayorazgo, alhajada
con los preciosos muebles que trajo cuando vino.

El caracter de D. Fadrique no habia cambiado, pero se habia modificado.
Su optimismo natural sufria interrupciones frecuentes. Negra nube de
tristeza ofuscaba a menudo el resplandor de su abierta y franca
fisonomia.

Aunque el dolor por la muerte de Dona Blanca se habia ido mitigando en
todos aquellos corazones, Clara la recordaba con ternura melancolica, y
el Comendador con carino y con penoso arrepentimiento a la vez.

Solo D. Valentin, que comia como un buitre, y que habia engordado, y no
hallaba quien le rinese ni quien le dominase, se creia en la obligacion
de llorar cuando menos ganas tenia. Entonces la consideracion de aquello
a que se juzgaba obligado, y el ver que no le salian de adentro la
afliccion y el lloro, le compungian de nuevo y producian en el el
prurito y el flujo. D. Valentin era un mar de lagrimas dos o tres veces
por semana.

Clara, viendo ya a todas horas a D. Carlos y a D. Fadrique, habia
penetrado la diferencia de los afectos que a ambos la ligaban, y cada
dia los hallaba mas compatibles. El Comendador le inspiraba cada dia mas
veneracion, ternura y gratitud por su sacrificio generoso. D. Carlos le
parecia cada dia mas agraciado, bello, enamorado, ingenioso y poeta.

Pasaron asi algunos meses mas. Vino la primavera. Llego el verano.
Solemnizose el primer aniversario de la muerte de Dona Blanca con llanto
y con misas y otras devociones.

El escrupulo de faltar a la promesa de ser monja se borro al fin de la
mente de Clarita. Su madre, al morir, la habia absuelto de la promesa.
El amor inspirado y sentido la excitaba a no cumplirla. El bueno del P.
Jacinto, confesor de Clarita, le aseguraba que la promesa era nula.

Clarita al cabo la anulo, haciendo otra promesa dulcisima para D.
Carlos. Le prometio darle su mano, confesandole al fin que le amaba.

Una alambicada cavilacion habia detenido a Clara en dar el si a D.
Carlos. Clara juzgaba probable que D. Casimiro muriese sin sucesion y
que alguna parte de los bienes del rescate viniese a ella; pero hasta
esta duda, que si bien delgada y sutil, la mortificaba, se disipo del
todo.

Nicolasa, o mejor dicho, la senora Dona Nicolasa Lobo de Solis, esposa
legitima de D. Casimiro, dio a luz un robusto infante.

Cuando el Comendador, al volver un dia de Villabermeja, trajo esta
noticia, fue Lucia la primera persona a quien se lo comunico.

--Calle V., tio --exclamo la muchacha;-- de seguro que el nino de D.
Casimiro sera un escomendrijo; parecera un gazapillo desollado.

--No, sobrina --contesto el Comendador;-- el recien nacido Solis es
fuerte como un becerro.

Asi era la verdad, segun hemos sabido despues. El primogenito de los
Solises parecia, no un becerro, sino un toro.

Don Casimiro era el varon mas bienaventurado de la tierra. Estaba lleno
de satisfaccion y de orgullo de verse tan amado de su mujer, y de tener
por hijo a un Hercules tebano, sin pensar en el Saturnio y sin mirarse
como Anfitrion, pues ignoraba la mitologia.

El tio Gorico, desde el casamiento de Nicolasa, habia empezado a pugnar
porque le llamasen Don Gregorio; habiase jubilado del oficio de Abraham
y del de pellejero, y no se empleaba mas que en beber aguardiente y
rosoli, y en ponderar la ventura y la grandeza de su hija, sus virtudes
y la vida beata que daba a su ilustre esposo.

Despues del bautismo de la criatura, iba el tio Gorico de casa en casa,
refiriendo el jubilo de su yerno, quien ya se volvia hacia la cama donde
estaba Nicolasa, ya hacia la cuna donde estaba el nino, y ya se paraba a
igual distancia de la cama y de la cuna, y exclamaba, levantando las
manos al cielo:

--iDios mio! iDios mio! ?Que he hecho yo para ser tan dichoso?

En efecto, la dicha pudo mas que D. Casimiro, y pronto le hundio en la
sepultura.

Aunque sea adelantar los sucesos, se dira aqui que la viuda llevo una
vida retirada, sin recibir ni tratar, durante un ano, sino al platonico
Tomasuelo, y que tuvo dos gemelos postumos, los cuales, si el
primogenito merecia llamarse Hercules, no merecian menos pasar por
Castor y Polux.

La rectitud de la conciencia de Dona Blanca y sus severos fallos,
hallando un leal y decidido ejecutor en D. Fadrique, daban asi sus
resultados naturales, proporcionando pinguee herencia a aquellos
mitologicos angelitos, vastagos lozanos de la familia de Solis.

Como quiera que fuese, toda persona delicada y noblemente orgullosa no
repara en las bajezas y bellaquerias del vulgo de los mortales y en la
utilidad que proporcionan: no acepta jamas, sino en sentido ironico y de
burla, la picaresca sentencia de la fabula:

        "Tomelo por su vida: considere
        Que otro lo comera, si no lo quiere."

Asi es que D. Fadrique se reia de las consecuencias de su
desprendimiento, y no por eso dejaba de aplaudirse de haberle tenido. Lo
que a el le importaba era que su pura y hermosa hija no disfrutase de
nada que no fuese suyo o por lo que en compensacion no hubiera el dado
lo equivalente con usura.

La boda de Clara y D. Carlos de Atienza se celebro al cabo en un bello
dia del mes de Octubre de 1795, ano y medio despues de morir Dona
Blanca.

Los padres de D. Carlos vinieron de Sevilla para asistir a la boda.

Los desposados se quedaron a vivir en la ciudad donde ha sido la escena
de nuestra historia.

Durante el ano y medio, que tan rapidamente hemos recorrido, el
Comendador habia vivido, ya en Villabermeja, ya en la ciudad en casa de
su hermano; pero mas en la ciudad que en Villabermeja.

El afecto hacia Clara le atraia a la ciudad; pero, como Clara andaba muy
distraida en sus amores y era muy dichosa, no consolaba tanto las
melancolias del Comendador como su rubia sobrina.

Esta era la que llamaba al Comendador cuando se tardaba en volver de
Villabermeja; la que mas le escribia diciendole que viniese, y la que le
enviaba recados con el mulero y con el aperador para que dejase la
soledad bermejina.

Como Lucia estaba ya enterada de todos los secretos de su amiga Clara, y
como tampoco ocurrian cosas importantes, no habia motivo ni pretexto
para acudir a cada momento al tio, preguntandole, como en otro tiempo,
que habia de nuevo. En cambio Lucia, libre ya de los cuidados en que la
suerte de su amiga la habia tenido, sintio despertarse en su alma la mas
viva curiosidad cientifica. La astronomia y la botanica, que antes la
enojaban cuando habia secretos de Clara que ansiaba penetrar, la
entusiasmaban ahora extraordinariamente, y nunca se cansaba de oir las
lecciones que su tio le daba, excitado por ella. No habia leccion que no
le pareciese corta. No habia misterio de las flores que no quisiese
descubrir. No habia estrella que no quisiese conocer.

La discipula ponia en grandes apuros al maestro, porque si se trataba
del movimiento de los astros, de su magnitud, de la distancia a que se
hallaban de la tierra y de otras afirmaciones por el estilo, ella queria
saber la razon y el fundamento de las afirmaciones, y D. Fadrique
hallaba disparatado y hasta absurdo ensenar las matematicas a una
sobrina tan guapa, tan alegre y graciosa; y, por el contrario, si se
trataba de flores, Lucia queria que le explicase su tio lo que era la
vida y lo que era el organismo, y aqui el Comendador hallaba que no
habia ciencia que respondiese a las matematicas y que explicase algo.
Sin querer se encumbraba entonces a una filosofia primera y fundamental,
y Lucia le escuchaba embebecida, y, como vulgarmente se dice, metia
tambien su cucharada, porque de filosofia habla, en queriendo, y no
habla mal, toda persona de imaginacion y viveza.

En suma, Lucia se iba haciendo una sabia. Mientras mas aprendia, mas iba
creciendo su aficion y su empeno de saber. Las lecciones y conferencias
duraban horas y horas.

El Comendador se acostumbro de tal suerte a aquel dulce magisterio, que
el dia en que no daba leccion le parecia que no habia vivido.

Sus dias de Villabermeja fueron disminuyendo, y alargandose cada vez mas
los que pasaba con la discipula.

Siempre que volvia de Villabermeja, el Comendador traia a su discipula
libros de su biblioteca, flores y plantas de su huerto, y pajaros que
cazaba vivos. Lucia gustaba mucho de los pajaros, y, merced al
Comendador, no habia ya casta de aves en toda la provincia, ora de paso,
ora permanentes, de que Lucia no tuviese un par de muestra en su
pajarera.

Notado todo esto por Clara y D. Carlos, daba ocasion a bromas inocentes,
pero que turbaban algo al Comendador y que ponian a Lucia colorada como
la grana.

Los novios hablaban a Lucia con cierto retintin de su excesivo amor a la
ciencia.

En fin, aunque el Comendador y Lucia no se hubieran dado, ni hubieran
querido darse cuenta de lo que les pasaba, Clara y D. Carlos les
hubieran hecho reflexionar, pensar en ellos mismos y despejar la
incognita.

El Comendador y Lucia, a pesar de la diferencia de edad, estaban
perdidamente enamorados el uno del otro.

Lucia admiraba en su tio la discrecion, la nobleza de caracter, el saber
y la elegancia natural del porte y de los modales. Le encontraba
hermoso, de varonil hermosura, y no le parecia posible que hubiese otro
tal hombre como el en todo el mundo.

A D. Fadrique le parecia Lucia tan bonita, tan buena y tan inteligente
como Clara, que era todo cuanto el podia encarecer la alabanza, alla en
su pensamiento. La alegria de Lucia concordaba ademas muchisimo mejor
con el caracter del Comendador que la seriedad un poco triste que Clara
habia heredado de su madre.

El Comendador, que al fin no era una criatura inexperta, conocio pronto
que amaba a Lucia y que de ella era amado; pero, pensando en su edad y
en el idilio de D. Carlos, no se atrevia a declarar su amor, si bien le
manifestaba con su constante solicitud en servir a Lucia.

Ella no atinaba, entre tanto, a comprender la timidez del Comendador, a
quien juzgaba enamorado.

De aqui que se dijesen toda clase de requiebros y finezas, que
literalmente podrian tomarse por efecto de amistad tiernisima, pero que
ocultaban el fervoroso espiritu de verdadero amor.

Don Fadrique, a mas de sus anos, creia tener otro inconveniente, que en
su delicadeza no le permitia aspirar a ser amado de Lucia. Este otro
inconveniente era su pobreza; pero Lucia, precisamente por esa pobreza y
por el motivo que la habia causado, amaba y admiraba mas al Comendador.
El descuidado desden, la alegre calma y el nada trabajoso ni lamentado
abandono con que D. Fadrique se habia desprendido de mas de cuatro
millones, valian mas de mil en la poetica y generosa mente de Lucia.

Esta llego a veces a preguntar a su tio (sabido es que tenia el defecto
de ser muy preguntona) que por que no se casaba.

Cuando el tio le contestaba que porque era viejo, Lucia le aseguraba que
era mozo o que estaba mejor que los mejores mozos. Cuando el tio
contestaba que porque era pobre, Lucia afirmaba que la paga de oficial
retirado era mas que suficiente; que ademas la chacha Ramoncica estaba
poderosisima con lo que habia ahorrado, e iba a dejarle por heredero, y
que, por ultimo, podia casarse con una rica.

Todo esto lo decia Lucia con mil rodeos y disimulos; pero el Comendador,
si bien lo comprendia, juzgaba aun que ella podia enganarse y tomar por
amor otros sentimientos de respeto y afeccion casi filial; por donde no
hallaba justo ni honrado prevalerse tal vez de una alucinacion de
aquella linda muchacha para lograr lo que consideraba una felicidad para
el.

En esta situacion se hallaban Lucia y el Comendador la noche en que se
celebro la boda de Clara y de D. Carlos en casa de D. Valentin.

El Comendador estuvo alegre, aunque hondamente conmovido, en aquella
solemne ocasion, en que una persona tan querida de su alma se unia con
lazo indisoluble al hombre que debia hacerla dichosa.

Don Jose y Dona Antonia se volvieron temprano a su casa.

Lucia permanecio al lado de Clara hasta mas tarde. Tambien se quedo con
ella el Comendador.

Juntos y solos volvieron ambos a la casa. La noche estaba hermosisima,
la calle silenciosa y solitaria, el ambiente tibio y perfumado, el,
cielo lleno de estrellas y sin luna.

Lucia iba callada, contenta, pensado en la ventura de su amiga.

No estaba D. Fadrique menos sonador e imaginativo.

El transito de una casa a otra era cortisimo; pero, sin reflexionar, le
alargaron ellos, parandose en medio de la calle y contemplando la boveda
inmensa del firmamento, como si quisiesen interrogar a las eternas
luces, que alli fulguraban, sobre la suerte de los recien casados y
quiza sobre la propia suerte.

Lucia, dando un suspiro, dijo al fin:

--iNo lo dude V... seran muy felices!

--Alegrate solo y no estes envidiosa --respondio el Comendador;-- tu
hallaras tambien un hombre que te merezca, que te ame y a quien ames tu
con toda la energia de tu corazon.

--No, tio, no me amara --replico Lucia.-- Yo soy muy desgraciada.

Y Lucia suspiro de nuevo. El Comendador, a la dulce y escasa luz de los
astros, vio entonces que corrian dos hermosas lagrimas por las mejillas
de Lucia. La luz de los astros se quebraba en aquellos liquidos
diamantes y daba reflejos de iris.

El Comendador no fue dueno de si mismo. Acerco su rostro al de Lucia y
puso los labios en una de aquellas lagrimas. Luego exclamo:

--iTe amo!

Lucia no contesto palabra. Echo a andar hacia su casa; llamo, abrieron,
y entro seguida del Comendador.

Al llegar a la escalera, se volvio y le dijo:

--Buenas noches, tio. Adios, hasta manana. Mama me estara aguardando.

El Comendador puso la cara mas afligida del mundo, viendo que tan
secamente respondia la muchacha, o mejor dicho, no respondia a su
repentina y vehemente declaracion.

Ella se apiado entonces, sin duda, y anadio sonriendo:

--Hable V. manana con mama...

--?Y que?... --interrumpio D. Fadrique.

--Y pida V. la licencia a Roma.

Dicho esto, muy avergonzada, pero muy satisfecha, Lucia subio a brincos
la escalera, y dejo al Comendador no menos contento que ella iba.

Cuando supo Clara que Lucia y el Comendador habian decidido casarse, se
alegro en extremo.

Don Carlos de Atienza compartio la alegria de su mujer, y recordando que
debia una especie de satisfaccion al Comendador, el cual se habia creido
aludido cuando le oyo leer el idilio contra el viejo rabadan, compuso
otro idilio en defensa de un rabadan no tan viejo y en alabanza del amor
de los rabadanes.

Este segundo idilio, que viene a ser como la palinodia del primero, se
conserva aun en los archivos de Villabermeja, de donde mi amigo D. Juan
Fresco me ha remitido copia exacta y fidedigna, que traslado aqui para
terminar. El idilio es como sigue:

        IDILIO

        En la vid, con sus pampanos lozana,
        Relucen cual topacio los racimos.
        Quita lluvia temprana
        Al alma tierra la aridez estiva,
        Y los frutos opimos
        Medran con nuevos jugos en la oliva
        Y en el almendro que entre riscos brota.
        Recobra el claro rio
        El caudal que perdiera en el estio;
        Y el aspera bellota
        Se madura y endulza entre el pomposo
        Follaje, donde el viento,
        Para las gentes de la edad primera,
        Con fatidico acento
        La voluntad de Jupiter dijera.
        No como en primavera
        El campo esta de flores matizado;
        Que el labrador cansado
        En las flores cifraba su esperanza,
        Y ora en cosecha sazonada alcanza
        El premio de su afan y su cuidado.
        Embalsama el membrillo con su aroma
        Los cefiros ligeros;
        Y en el limon y en la madura poma,
        Y en los sabrosos peros
        El oro luce y el carmin asoma.
        Que brillaron en rosas y alelies;
        Mientras, por celos de su flor, empieza
        A romper la granada su corteza,
        Descubriendo un tesoro de rubies.
        Con la otonal frescura
        Nace la nueva hierba, y su verdura
        La palidez de los rastrojos cubre.
        Serena esta la esfera cristalina,
        Y hacia el rojo Occidente el sol declina
        En una hermosa tarde del Octubre.
        Filis, la pastorcilla sonadora,
        Bella como la luz de la alborada,
        Abandonando ahora
        Su tranquila morada,
        Va de las ninfas a la sacra gruta;
        Y en vez de flores, por presente lleva
        Un canastillo de olorosa fruta.
        Con que a vencer la resistencia prueba
        Que hacen a sus amores
        Las Ninfas que en el suelo
        A Cupidos traviesos y menores
        Dan vida y ser contra el amor del Cielo.
        No bien el antro con su planta huella,
        Donde reinan las sombras y el reposo,
        Con terror religioso
        Se estremece la timida doncella.
        Su presente coloca
        De las silvestres Ninfas en el era.
        Y altas razones de prudencia rara,
        Que pone el Numen en su fresca boca,
        Con esmerada concision declara:
        "Ninfas, no os ofendais de mi desvio;
        No deis vuestro favor a los zagales
        Que cautivar pretenden mi albedrio.
        Son como los rosales,
        Que lucen mucho en la estacion florida
        Y dan amarga fruta desabrida.
        De su orgullosa mocedad el brio
        Apetece y no ama;
        Y con enojo en sus palabras leo
        Que poetica llama
        Ni ennoblece ni ilustra su deseo;
        Y que el conato que imprimio natura
        En todo ser viviente,
        No se acrisola alli ni se depura
        Del Cielo con la luz resplandeciente.
        Ya se que los Cupidos,
        Vuestros hijos queridos,
        Dan a la tierra su vil tud creadora;
        Mas el amor, que en el Empireo mora.
        Esa misma virtud en ellos vierte,
        Y difunde do quier su vida arcana,
        Vencedora del mal y de la muerte.
        Pues bien; la que se afana
        Los misterios ocultos y supremos
        Por saber de este Amor, ?lograrlo puede
        Con un zagal sencillo y sin doctrina?
        Las que tesoro tal gozar queremos,
        ?No es mejor que busquemos
        Al varon sabio a quien el Dios concede
        El vivo lampo de su luz divina?
        Por esto, Ninfas, a mi Irenio adoro:
        Como en arca sagrada,
        Guarda dentro del alma inmaculada
        Del Amor el tesoro;
        Y arde su llama bajo el limpio hielo
        Con que el tenaz trabajo de la mente
        Corona ya su frente,
        Como corona el cano Mongibelo.
        Asi Irenio recobra por la ciencia
        Lo que roba del tiempo la inclemencia.
        iCuanto zagal con incansable mano
        Toca el rabel en vano
        Por carecer de gracia y maestria;
        Mientras que Irenio, con su blando tino
        Y su plectro divino,
        Produce encantadora melodia,
        Y hace sentir al alma lo que quiere,
        No bien la cuerda hiere!
        Si el zagal inexperto
        Persigue al perdigon en la carrera,
        O le pierde o le coge medio muerto;
        Mas la diestra certera
        Pone Irenio prudente
        En el oculto nido,
        Do el pajaro reposa con descuido,
        Y su pluma naciente
        Sin destrozar, sus alas no fatiga,
        Y le aprisiona al fin para su amiga.
        Ni resplandece menos el ingenio
        Del doctisimo Irenio
        En componer cantares
        Y en referir historias singulares.
        Cuando me alcanza de la rama verde
        La tierna nuez, la alloza delicada,
        Elige lo mejor, sin tronchar nada.
        Cuando algun corderillo se me pierde,
        El le busca y a casa me le lleva;
        Y de continuo me regala y prueba
        Su carino sincero,
        O haciendo con esmero
        De los huesos de guinda
        Ya un barquichuelo, ya una cesta linda.
        O ensenando a sacar a mi jilguero
        El alpiste menudo
        De entre mis labios con su pico agudo.
        Tan solo me perturba y me desvela
        Que Irenio a veces con el alma vuela
        Por donde de su amor terreno dudo.
        Pero si Irenio de verdad me amara,
        Mayor triunfo seria
        El lograr la victoria,
        No de pastoras de agraciada cara,
        Sino de la poesia,
        De la ciencia, del arte y de la gloria."
        Irenio a Filis, escondido, oia;
        Y apareciendo y dandole un abrazo,
        Dijo con modestisima dulzura:
        "Este amoroso lazo,
        Que labra mi ventura,
        En vano, Filis, explicar pretendes
        Con tus alambicadas discreciones.
        iAy, candorosa Filis! ?No comprendes
        Que, a pesar del saber que en mi supones,
        Amor no te infundiera
        Tu rabadan si muy anciano fuera?
        Cuando mi amor al del zagal prefieres
        Por viejo no, por rabadan me quieres."




Madrid, 1876.

ACABOSE DE IMPRIMIR ESTE LIBRO EN LA IMPRENTA ALEMANA EN MADRID A XXXI
DIAS DE AGOSTO DE MCMVI ANOS













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both the Project Gutenberg Literary Archive Foundation and Michael
Hart, the owner of the Project Gutenberg-tm trademark.  Contact the
Foundation as set forth in Section 3 below.

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or cause to occur: (a) distribution of this or any Project Gutenberg-tm
work, (b) alteration, modification, or additions or deletions to any
Project Gutenberg-tm work, and (c) any Defect you cause.


Section  2.  Information about the Mission of Project Gutenberg-tm

Project Gutenberg-tm is synonymous with the free distribution of
electronic works in formats readable by the widest variety of computers
including obsolete, old, middle-aged and new computers.  It exists
because of the efforts of hundreds of volunteers and donations from
people in all walks of life.

Volunteers and financial support to provide volunteers with the
assistance they need, is critical to reaching Project Gutenberg-tm's
goals and ensuring that the Project Gutenberg-tm collection will
remain freely available for generations to come.  In 2001, the Project
Gutenberg Literary Archive Foundation was created to provide a secure
and permanent future for Project Gutenberg-tm and future generations.
To learn more about the Project Gutenberg Literary Archive Foundation
and how your efforts and donations can help, see Sections 3 and 4
and the Foundation web page at https://www.pglaf.org.


Section 3.  Information about the Project Gutenberg Literary Archive
Foundation

The Project Gutenberg Literary Archive Foundation is a non profit
501(c)(3) educational corporation organized under the laws of the
state of Mississippi and granted tax exempt status by the Internal
Revenue Service.  The Foundation's EIN or federal tax identification
number is 64-6221541.  Its 501(c)(3) letter is posted at
https://pglaf.org/fundraising.  Contributions to the Project Gutenberg
Literary Archive Foundation are tax deductible to the full extent
permitted by U.S. federal laws and your state's laws.

The Foundation's principal office is located at 4557 Melan Dr. S.
Fairbanks, AK, 99712., but its volunteers and employees are scattered
throughout numerous locations.  Its business office is located at
809 North 1500 West, Salt Lake City, UT 84116, (801) 596-1887, email
business@pglaf.org.  Email contact links and up to date contact
information can be found at the Foundation's web site and official
page at https://pglaf.org

For additional contact information:
     Dr. Gregory B. Newby
     Chief Executive and Director
     gbnewby@pglaf.org


Section 4.  Information about Donations to the Project Gutenberg
Literary Archive Foundation

Project Gutenberg-tm depends upon and cannot survive without wide
spread public support and donations to carry out its mission of
increasing the number of public domain and licensed works that can be
freely distributed in machine readable form accessible by the widest
array of equipment including outdated equipment.  Many small donations
($1 to $5,000) are particularly important to maintaining tax exempt
status with the IRS.

The Foundation is committed to complying with the laws regulating
charities and charitable donations in all 50 states of the United
States.  Compliance requirements are not uniform and it takes a
considerable effort, much paperwork and many fees to meet and keep up
with these requirements.  We do not solicit donations in locations
where we have not received written confirmation of compliance.  To
SEND DONATIONS or determine the status of compliance for any
particular state visit https://pglaf.org

While we cannot and do not solicit contributions from states where we
have not met the solicitation requirements, we know of no prohibition
against accepting unsolicited donations from donors in such states who
approach us with offers to donate.

International donations are gratefully accepted, but we cannot make
any statements concerning tax treatment of donations received from
outside the United States.  U.S. laws alone swamp our small staff.

Please check the Project Gutenberg Web pages for current donation
methods and addresses.  Donations are accepted in a number of other
ways including including checks, online payments and credit card
donations.  To donate, please visit: https://pglaf.org/donate


Section 5.  General Information About Project Gutenberg-tm electronic
works.

Professor Michael S. Hart was the originator of the Project Gutenberg-tm
concept of a library of electronic works that could be freely shared
with anyone.  For thirty years, he produced and distributed Project
Gutenberg-tm eBooks with only a loose network of volunteer support.


Project Gutenberg-tm eBooks are often created from several printed
editions, all of which are confirmed as Public Domain in the U.S.
unless a copyright notice is included.  Thus, we do not necessarily
keep eBooks in compliance with any particular paper edition.


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     https://www.gutenberg.org

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